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Universidad Nacional Autónoma de México Escuela Nacional Preparatoria “Vidal Castañeda y Nájera” Plantel Cuatro Báez Villaseñor Estela. 1995. EUA: Hi

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Universidad Nacional Autónoma de México Escuela Nacional Preparatoria “Vidal Castañeda y Nájera” Plantel Cuatro

Báez Villaseñor Estela. 1995. EUA: Historia de sus familias. México: Instituto Mora.

TEXTO MODIFICADO PARA FINES EDUCATIVOS, OTORGANDO SIEMPRE LOS DERECHO DE AUTOR A LA CASA EDITORIAL Y AUTOR.

Índice Introducción La Colonia La familia nativa a principios del siglo XVII La familia Virginiana La familia puritana La familia esclava El siglo XIX La familia en el siglo XIX La familia y el oeste La familia y la revolución industrial La familia negra después de la emancipación El siglo XX La familia en el siglo XX La familia moderna La familia nativa actual La familia negra en la actualidad La familia mexicano-estadounidense La familia judía La familia y los medios de comunicación Epilogo Obras consultadas

EUA: historia de sus familias Introducción A través de los años se ha repetido incansablemente que la familia es la base de la sociedad. Se ha resaltado la necesidad de conservar los valores y reforzar los vínculos familiares. Por medio de la publicidad, la educación y la legislación se busca crear una relación directa entre el equilibrio familiar y la salud social de la nación. Pocos estudios se han dirigido a establecer el devenir histórico de la sociedad norteamericana y su relación con la sociedad en la que se ha inscrito. Abundan los trabajos especializados en un solo modelo familiar, ya sea el blanco tradicional, el judío o el negro. El propósito de la presente investigación es ofrecer al lector un panorama histórico de los diferentes modelos familiares que contribuyeron a caracterizar al pueblo estadounidense. Asimismo se busca destacar los procesos históricos que forzaron una redefinición de la institución familiar y las relaciones inherentes a los núcleos familiares. La primera parte de la obra se refiere al periodo colonial. Se caracteriza a la familia nativa en el momento en que los europeos llegaron a América para pasar después a los modelos familiares originados por la presencia europea en Norteamérica. La familia colonial blanca no fue un simple trasplante de la familia europea a un nuevo continente. La inmigración involucró a diferentes grupos humanos. De este modo, la familia de la colonia surgió de una síntesis de aquellos elementos europeos que sobrevivieron a un nuevo medio y de las nuevas características nacidas de las necesidades propias de una comunidad en formación. Los modelos familiares que aportaron mayor cantidad de rasgos a la creación de una nación independiente fueron el virginiano, el puritano y el esclavo. La segunda parte de la investigación se enfoca a la familia en el Siglo XIX, cuando Estados Unidos era ya independiente y consolidaba su extensión territorial y su organización institucional. Durante este lapso hubo enormes cambios en la institución familiar. Llegaron nuevos grupos inmigrantes, la apertura de la frontera y la expansión territorial promovieron la migración tanto de familias como de individuos. La industrialización, por su parte, permitió el surgimiento de grandes urbes y las manufacturas demandaron enorme cantidad de mano de obra. Numerosas familias abandonaron el campo y se convirtieron en parte del naciente proletariado. La inclusión de mujeres y niños en la producción manufacturera generó diversas reacciones en la sociedad. Mientras algunos ideólogos abogaban por el regreso a la estructura tradicional y atacaban la participación laboral de la mujer, otros demandaban igualdad y derechos para las trabajadoras. También durante el siglo XIX con la emancipación, los negros se vieron obligados a ajustar su modelo familiar a una realidad de nuevas oportunidades y diferentes demandas. La tercera y última parte expone los cambios sufridos por la institución familiar durante el siglo XX. El presente siglo ha sido un periodo de ajuste para la supervivencia de la familia. Las guerras mundiales contribuyeron al surgimiento de una nueva sociedad. Se redefinieron los papeles específicos de los miembros familiares. La mujer se incorporé de manera definitiva al sector laboral y su independencia económica se tradujo en la maternidad fuera del 3

matrimonio como una opción válida. La adolescencia se consolidó como una etapa de transición promotora de una cultura única. Surgieron nuevos modelos familiares que buscaron reconocimiento y espacio dentro de la sociedad estadounidense. Ello obligó a realizar estudios sobre los rasgos principales de varias minorías entre las que destacan la nativa, la mexicano-estadounidense, la judío-estadounidense. Como parte importante de las minorías, se explica el carácter actual de la comunidad negra, el replanteamiento de sus demandas y su lucha por espacios propios. Las comunicaciones masivas han tomado a su cargo la promoción de ciertos valores y la familia ha adquirido diversas formas en sus distintos géneros. Asimismo se muestra cómo la familia pasó de ser una institución sólida y plenamente ajustada a la sociedad, a una estructura débil que requiere y demanda un aparato protector que se manifiesta en legislación y prestaciones que le permiten sobrevivir. Las conclusiones ofrecen una reconsideración sobre la función actual de la familia y la necesidad de incorporar y aceptar modelos familiares no tradicionales, y sobre los retos que la institución enfrenta para su supervivencia futura dentro de la sociedad estadounidense.

La colonia La familia nativa a principios del siglo XVII Poco se conoce sobre las condiciones familiares de los nativos que ocupaban el área que actualmente conforma a Estados Unidos. De hecho no se sabe con exactitud el número real de habitantes de la zona. Se maneja un rango extraordinariamente amplio que va de 1 000 000 a 18000000. Se cree, sin embargo, que había más de 280 diferentes grupos tribales y que se hablaban más de 250 lenguajes. Las principales familias lingüísticas con las que los europeos entraron en

contacto a su llegada a Norteamérica fueron la algonquina y la iroquesa. Las algonquinos se dividían en clanes. Un clan era un grupo formado por personas que compartían un ancestro real o imaginario. La división en clanes no aparejaba formas políticas o religiosas.

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Los hombres no podían casarse con doncellas pertenecientes a su mismo clan. Los niños se integraban al nacer al clan de su madre y compartían con ella su tótem —espíritu guardián que en general tomaba forma animal. Entre los algonquinos no existía una ceremonia matrimonial. El pretendiente se incorporaba al hogar de su futura esposa y cazaba y trabajaba, por un tiempo, para su futuro suegro. Pasado dicho tiempo era considerado un miembro más de la familia. La ceremonia matrimonial entre los iroqueses era más formal que la algonquina. La novia era elegida, por lo general, por la madre del futuro esposo, quien entablaba pláticas con la madre de la joven. En algunos casos también se consultaba a los padres de la pareja y al contrayente. Las familias intercambiaban regalos y el novio se mudaba con la familia de su nueva esposa. Se organizaba un festín para celebrar la ocasión, durante el cual, la recién desposada recibía como regalo de bodas hatos de leña pues era bien sabido que recolectarla era una de las tareas más agotadoras para la nueva esposa. Otra prerrogativa de la mujer entre los iroqueses, además de organizar los enlaces, era el divorcio. Cuando una mujer deseaba divorciarse de su marido, bastaba con poner las posesiones de éste a la puerta de la gran casa, la cual compartían con otras parejas y familias. La sociedad iroquesa estaba organizada alrededor de la mujer y formaba grupos de parentesco matrilineal, relacionados por lazos de sangre por la parte materna llamados ohwachiras. Estos, a su vez, se agrupaban en clanes. Una docena o más de clanes formaban aldeas. Una de las características comunes a todos los grupos nativos era la división sexual del trabajo. La caza era la principal actividad de subsistencia y era llevada a cabo exclusivamente por los hombres. Las mujeres se dedicaban a la recolección de plantas, confección de vestidos, curtido de pieles, reparación de la casa habitación y cultivo de la tierra. En el caso específico de Arizona y Nuevo México, la agricultura era también practicada por hombres.

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La dieta, como consecuencia de ser la cacería la principal actividad económica, era básicamente carnívora. Había un gran despilfarro de alimentos por la irregularidad del aprovisionamiento y lo variado de las presas. Por ejemplo, un bisonte equivalía a diez venados. Una actividad económica que complementaba la cacería era la pesca, también a cargo de los hombres de la tribu. La división del trabajo doméstico y de abastecimiento parece haber estado mucho más relacionada con la condición sexual que con la generacional. Los ancianos vivían con sus familiares y eran importantes para la dinámica interna del hogar. La abuela ayudaba a la madre y a las niñas de la familia en la recolección de leña, plantas y en el cuidado el friego. En los grupos en los que se practicaba la poligamia, los hombres en condición de mantener a más de una esposa podían aspirar a un mejor nivel de vida que los hombres monógamos. Las esposas se repartían las labores domésticas y ello permitía que también tuvieran tiempo libre para el mantenimiento del hogar o la confección de ropa o artículos de uso para el esposo. El curtir una piel de bisonte, por ejemplo, era una actividad que involucraba a varias mujeres simultáneamente. La población nativa no fue incluida en el proyecto colonizador inglés. Participó en el comercio de pieles en una desigual sociedad con el hombre blanco. El comercio de pieles hizo a los indios dependientes de los bienes europeos y afectó las relaciones internas de los diferentes grupos. Las tribus comenzaron a competir por el papel de intermediarias en el comercio de pieles, con el consecuente abandono de sus actividades económicas tradicionales. Sin embargo, fue el momento en que la tierra se convirtió en el bien más preciado para los recién llegados, que los nativos comenzaron a ser presionados para que se reubicaran y así los blancos pudieran ocupar dichas tierras. La población indígena fue además diezmada por las epidemias de enfermedades europeas importadas por los blancos. Entre tales enfermedades estaban la viruela, el sarampión, la varicela, la influenza, la fiebre escarlatina, la tifoidea y la difteria. Fue tal el impacto de la llegada de los europeos al continente americano que actualmente sólo sobreviven en Estados Unidos menos de la mitad de los idiomas nativos originales de la zona.

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La familia virginiana El proyecto colonial inglés estableció desde el inicio algunos lineamientos que serían fundamentales en el desarrollo de la institución familiar en sus dominios. Dicho proyecto no consistía en la creación de un virreinato centralizado sino en la formación y explotación de colonias relativamente pequeñas con un gobierno y una administración autónomos en cada una de ellas. En algunos casos la corona contaba con intermediarios para el adecuado funcionamiento de las colonias, ya fueran compañías o propietarios. El proyecto de colonización promovido por Inglaterra no contemplaba la asimilación y evangelización de los nativos americanos, cuyas características familiares diferían totalmente del modelo tradicional europeo.

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Convivían en Inglaterra diferentes vertientes del cristianismo y aunque la religión oficial era la anglicana, la corona no estableció requisitos referentes a la religión que se practicaría en sus colonias de ultramar. Esta variedad religiosa se reflejó fielmente en el mundo colonial inglés, en donde cada colonia establecía libremente su postura religiosa y en donde contrastaron en la materia la más rígida intolerancia con la mayor flexibilidad. La familia que surgió en las colonias inglesas fue mucho más que un mero trasplante. Fue una síntesis de las costumbres inglesas capaces de sobrevivir en un nuevo contexto con los elementos necesarios para la supervivencia en un continente desconocido. La llegada de inmigrantes no ingleses y la paulatina penetración de los grupos blancos al continente dieron lugar a nuevos matices que más tarde formarían parte intrínseca de la familia típica estadounidense. Cronológicamente la familia virginiana fue la primera en aparecer en Norteamérica como antecedente europeo de la actual familia estadounidense. En ella quedaron plasmados tanto características comunes a toda la realidad colonial como ciertos rasgos muy específicos. La fundación de Jamestown en Virginia en 1607 es el inicio del periodo colonial inglés en Norteamérica. Sin embargo, en dicho proceso no participaron 8

inicialmente núcleos familiares. Las mujeres e hijos de los aventureros que llegaron en dicho año a la costa atlántica habían sido marginados de la expedición por lo peligroso del proyecto. La pequeña comunidad masculina tardó años en lograr cierta estabilidad. Los inviernos y enfermedades tales como el escorbuto diezmaron de forma implacable a la población. Algunos colonos se relacionaron con mujeres indígenas de la tribu Powhattan pero el único caso documentado de unión interracial fue el de John Rolfe y la

“princesa” Pocahontas, De hecho la posibilidad de crear una sociedad mestiza no fue contemplada con agrado por los colonos ingleses ni por los promotores del proyecto de colonización. En 1619 llegó a Virginia un barco con un carga preciosa a los ojos de los colonos; mujeres. Estas jóvenes procedentes en su mayor parte de Londres fueron enviadas por Inglaterra para afianzar la colonia sobre las firmes bases de los vínculos familiares. Además de las mujeres ese mismo año llegaron a la colonia dos elementos más, destinados a participar en la formación de la familia blanca sureña; varios huérfanos, enviados expresamente de Inglaterra, y los llamados sirvientes escriturados. Ambos grupos se integraron de forma inmediata a la dinámica familiar de Virginia. Los huérfanos fueron enviados a América con el fin de ofrecerles una nueva opción de vida y desahogar un poco la sobrepoblada Londres. Se les colocó como aprendices en diferentes hogares y se convirtieron así en miembros de las familias al compartir su mesa y las facilidades habitacionales. Muchas veces el aprendiz se casaba con alguna hija de su patrón y se integraba de forma definitiva al grupo familiar. En otras, al terminar su aprendizaje establecía su propio negocio y tomaba aprendices a su vez o se colocaba como jornalero con su propio patrón o en algún otro taller. Los sirvientes escriturados eran aquellos individuos que se contrataban por un lapso establecido, generalmente siete años, bajo las órdenes de un amo, el 9

cual había sufragado los gastos de su pasaje. Al cabo de dicho periodo los sirvientes escriturados recuperaban su libertad y recibían tierras, una muda de ropa y aparejos de labranza. Durante su servidumbre no tenían el derecho de contraer matrimonio y estaban bajo el estricto control de su amo, el cual a su vez debía ver por su salud y manutención. Algunos presos por problemas políticos o por deudas fueron enviados a América como sirvientes escriturados. Dichos sirvientes escriturados o bajo contrato también funcionaban como miembros de la familia, aun cuando en muchos casos su situación distaba de ser privilegiada. En algunas ocasiones sus amos podían liberarlos. En cualquier forma los sirvientes escriturados eran miembros activos de la comunidad y los varones se convertían, cuando cumplían el requisito establecido de propiedad, en hombres libres, aptos para participar en las asambleas. Las mujeres también recuperaban su libertad pero no tenían derechos políticos de ninguna índole. La familia virginiana del periodo colonial estaba conformada por un grupo extenso de individuos entre los cuales el parentesco sanguíneo no era un requisito. Además de que probablemente convivían tres generaciones bajo el mismo techo, el hogar amparaba a personas que participaban en la producción como aprendices y sirvientes escriturados. La familia virginiana era claramente patriarcal pues el padre funcionaba lo mismo como líder doméstico que como patrón en la organización de la producción. Por coincidencia, también en 1619 llegó un grupo de negros bajo la categoría de sirvientes escriturados. Sin embargo su destino fue muy distinto al de los sirvientes escriturados blancos. Poco después de establecerse el tabaco como el cultivo básico de la economía virginiana, la esclavitud se convirtió en un instrumento de subsistencia al organizar la plantación. Esos negros no superaron su condición de sirvientes escriturados y para la década de 1660 la esclavitud se institucionalizó al establecerse una serie de leyes encaminadas a la segregación racial. Un tipo de familia con características específicas se desarrolló paulatinamente entre los esclavos. Uno de los rasgos más importantes de la vida en Virginia era lo insalubre del clima. Esto provocó una alta tasa de mortalidad entre los inmigrantes lo que afectó la vida familiar. Muchos sirvientes escriturados no sobrevivían lo suficiente como para cumplir su contrato y recuperar su libertad. Las familias tradicionales eran efímeras y sus restos, tras el deceso de alguno de sus miembros, se recombinaban para formar nuevas unidades familiares, más complejas que las anteriores pero igual de frágiles.4 Los niños y adolescentes veían su vida afectada por la muerte de uno o de ambos padres. En cualquier caso, el deceso resultaba generalmente en la inclusión de los niños en una dinámica familiar nueva, El lugar del padre era tomado por un padrastro, un tío, un hermano o incluso un amigo del padre muerto. La madre podía ser sustituida por una tía, una hermana mayor o por la nueva esposa del padre.5 La fragilidad de la familia era compensada, sin embargo, por una compleja y extensa red de parientes y amigos que apoyaban a quienes se enfrentaban a la desaparición de su familia inmediata. Más peligroso que la muerte de algún miembro de la familia era el permanecer al margen de dicha red social. Otra característica particular de Virginia era la forma en que los niños eran nombrados. Por lo general, los padres daban al primer hijo el nombre del abuelo paterno y al segundo el nombre del padre. De la misma forma la

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primera hija recibía el nombre de la abuela materna y la segunda el nombre de la madre. Con el tiempo también cobraron importancia los nombres de los tíos paternos de los niños, probablemente como consecuencia de la alta mortalidad de la zona y de la necesidad de reforzar vínculos ajenos a la mera familia nuclear. Lo insalubre de la región también se relacionó con la frecuencia de segundos y terceros matrimonios y con la rapidez con que las personas encontraban pareja para formar nuevos enlaces. Había frecuentes embarazos fuera del matrimonio y no era raro que sirvientas escrituradas quedaran embarazadas antes de terminar su contrato, arriesgándose a perder a su bebé en una extensión del mismo, cuando podía ser colocado con una familia adoptiva. Virginia se convirtió en un compendio de características muy específicas tales como el tipo de inmigrantes, la escasez de mujeres y lo insalubre de la zona, que se combinaron para dar un sello distintivo a la región que aun actualmente es posible detectar.

La familia puritana La familia puritana o calvinista fue una de las más importantes durante el periodo colonial. De hecho sus características peculiares impactaron a la sociedad de Nueva Inglaterra hasta bien entrado el siglo XIX. Además la familia puritana estableció valores que fueron asimilados por el resto del pueblo estadunidense y que se convirtieron en parte intrínsecos de su carácter. El puritanismo* floreció en la región denominada como Nueva Inglaterra, actualmente conformada por los estados de Vermont, Maine, Massachusetts, Nueva Hampshire, Connecticut y Rhode Island. Estas entidades fueron fundadas por diferentes vertientes del puritanismo, pero la sociedad que se les aparejó se sustentaba en un modelo familiar común.

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La presencia de los puritanos en América se debía al convencimiento de que ellos eran los elegidos para fundar una comunidad ideal, en donde se siguieran los preceptos del más puro cristianismo, y que ofreciera un modelo a Inglaterra y al resto de la humanidad, Para lograr tan perfecta sociedad el puritanismo proponía una unión indisoluble entre religión y gobierno. El poder recaía en los llamados “santos” que eran individuos socialmente reconocidos como personas de moral intachable e iluminadas por la gracia divina. La familia surgida en este tipo de sociedad también tenía un “compromiso divino”; por ello era concebida como una iglesia en miniatura donde el padre guiaba a sus seres queridos como un pastor a su rebaño. Las funciones de los diferentes miembros del grupo familiar eran establecidas a partir del liderazgo del padre que no sólo era el soporte económico, sino el guía espiritual y el origen absoluto de la autoridad. Todas las mañanas al despertar y todas las noches antes de retirarse, un buen padre puritano organizaba el rezo, la lectura de la Biblia y el canto de salmos. En cada comida agradecía al Señor. Su obligación era que su familia fuera una miniatura de la comunidad perfecta que los puritanos creían haber fundado en tierra americana. A pesar de que el matrimonio era la base para el surgimiento de la familia, éste era concebido por los puritanos como un contrato civil y no como un acto religioso. En general los matrimonios eran negociados por los padres de la pareja contrayente. Si se llegaba a un acuerdo favorable se procedía a la firma de un contrato prematrimonial en el cual se estipulaban las condiciones 12

del enlace y sobre todo el monto de la dote a aportarse por la familia de la novia. Por lo general también se establecía la construcción o compra de una casa separada para la nueva pareja. El matrimonio era un asunto que competía a la familia en pleno y no sólo a los novios. Por ello era muy poco frecuente que los jóvenes se rebelaran ante la autoridad paterna y rechazaran a la pareja escogida para ellos por sus padres. Sin embargo en caso de que encontraran totalmente inaceptable el enlace dispuesto por sus progenitores, los hijos podían apelar al aducir su incapacidad para llegar a amar al futuro cónyuge. En tal caso, los padres no debían presionarlos pues el amor era un requisito para la convivencia conyugal. Sin embargo, el amor puritano no era pasión romántica, sino un sentimiento en que el afecto era sometido a la razón. Para los puritanos todos los vínculos entre seres humanos debían ser subordinados al amor divino reservado para Dios. Una vez establecido y firmado el contrato prematrimonial, la pareja entraba en un nuevo estado civil en el cual no eran solteros ni casados. El contrato revestía gran formalidad y eran necesarias causas de fuerza mayor para que fuera anulado. En esta etapa podía llegar a ocurrir que la pareja tuviera relaciones íntimas pero por su condición de compromiso era castigada con mucha más suavidad que de tratarse de solteros. Con suerte escapaban a los latigazos y sólo pagaban la cuarta parte de la multa correspondiente a parejas no comprometidas. Sin embargo, las leyes referentes al adulterio se aplicaban de forma idéntica a parejas casadas y a parejas comprometidas. La ceremonia matrimonial no era efectuada por un ministro, sino por un representante de la ley o incluso por un oficial. Era frecuente, sin embargo, que los ministros asistieran en calidad de invitados. Los puritanos trataban de enfatizar la austeridad aun en el caso de una ceremonia nupcial. Por ello las novias no vestían de blanco ni se gastaba en velas o flores. El atuendo nupcial masculino se limitaba al traje usado en ocasiones formales. Una costumbre en las bodas puritanas era que el padrino y la principal dama de honor se encargaban de quitarles los guantes al novio y a la novia respectivamente. Los guantes eran atesorados como recuerdo de la ocasión.

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El momento más jocoso durante una boda puritana tenía lugar cuando la novia desaparecía y el novio se lamentaba del rapto. La novia, escondida por parientes y amigos reaparecía después de un rato para ser, junto con su marido, conducida a su nuevo hogar. En la sociedad puritana la mujer gozaba de una situación un poco mejor con relación a su contraparte inglesa. El marido tenía la obligación de mantenerla y este deber era objeto de vigilancia judicial. La autoridad del marido con respecto a su esposa estaba claramente limitada. No podía golpearla, ni obligarla a obedecer órdenes contrarias a las leyes de Dios, explícitas en los códigos civiles. En lo que respecta al adulterio sin

embargo, la situación de la mujer era más vulnerable que la del hombre. El adulterio de la esposa era especialmente penado. Su falta era considerada como una violación a su matrimonio y como una ofensa contra la comunidad y por tanto objeto de persecución legal. El adulterio masculino sólo incurría en el primer delito. La familia puritana crecía, por lo general, cada dos años con el nacimiento de los hijos de la pareja. El bebé era bautizado a los seis meses de nacido. Como el periodo reproductivo de una pareja podía alargarse hasta veinte años, los niños de la casa constituían un conjunto de individuos de diferentes edades y en diferentes etapas de desarrollo. Una vez que los niños se integraban a las actividades de los adultos alrededor de los siete u ocho años, el camino era claro e invariable. Había pocas decisiones a ser tomadas pues los padres ofrecían tanto al niño como a la niña modelos relativamente claros para la formación de una “identidad”. El varoncito semejaba una miniatura de su padre y la niñita de su madre. No había la idea de que cada generación necesita labores o actividades distintivas. Los niños se familiarizaban con su sexo y situación al compartir las labores de sus padres.

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Una costumbre que tenía lugar en Inglaterra y que fue continuada por los puritanos en América fue la de colocar a sus hijos con otras familias para ser educados y recibir al mismo tiempo niños ajenos con el mismo fin. Que en un momento dado una familia en precaria situación económica enviara a su hijo con otra pareja no tenía por qué ser sorprendente, pero que familias de recursos participaran en esta costumbre requiere una explicación más detallada. Muchas veces los jovencitos eran entrenados en alguna actividad pero en el caso de niños muy pequeños o de las hijas el fin era meramente formativo. Por lo general, el momento de entregar a los hijos a familias ajenas era justamente antes de la adolescencia. Este sistema es explicado por algunos historiadores como un mecanismo de armonía familiar. Según esta interpretación, los padres puritanos no tenían confianza en sí mismos y temían malcriar a sus hijos a fuerza de mimos e indulgencia. Por ello confiaban más en la autoridad de adultos que no tuvieran un vínculo de parentesco con sus hijos. De esta forma cuando los padres se reunían con su prole, por lo general una vez por semana, lo podían hacer en los mejores términos pues al fin y al cabo ellos no funcionaban como temidas figuras de represión. Se llegaba a dar el caso de que niños muy pequeños huían de su familia adoptiva en busca de sus propios padres. Por lo común eran severamente reprendidos, pero si resultaba que los padres decidían terminar abruptamente el periodo de estadía del niño con la otra familia debían indemnizar a ésta por el lapso no cumplido. La relación entre padres e hijos también era objeto de vigilancia judicial entre los puritanos. Las desavenencias familiares podían dar paso a procesos legales, que trataban de ser lo más cercanos posible a la ley de Dios. Así pues estaba establecido que los hijos desobedientes mayores de dieciséis años merecían la muerte, al igual que los hijos rebeldes y aquellos que maldijeran a sus padres. Sin embargo, también se reservaba un castigo para padres que por su exagerada indulgencia habían fracasado en la educación de sus hijos o cuando los hijos demostraban que sus actos fueron el resultado de crueldad

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paterna. Además de los padres e hijos, compartían el techo familiar los sirvientes. Estos formaban una extensión de la familia misma. La composición del hogar en la época colonial era muy distinta a la que existe en la sociedad contemporánea. La costumbre de la familia de acoger en el hogar a personas sin relación de parentesco obedecía a un concepto enteramente diferente de la vida familiar. El hogar era un lugar de producción y servía de morada a sirvientes, aprendices y miembros dependientes de la comunidad así como a niños

huérfanos y ancianos sin parientes. El gobierno civil vigilaba el bienestar espiritual de los sirvientes y ordenaba a los amos instruirlos en el catecismo y respetar el día de descanso para acudir a la iglesia. Los sirvientes estaban integrados a las labores cotidianas del hogar y era obligación del amo encargarse de sus necesidades vitales. El sistema de parentesco entre los puritanos rebasaba la unidad familiar. La muerte del cónyuge y un nuevo matrimonio del sobreviviente aumentaban y complicaba el sistema de parentesco. Un hombre al casarse nuevamente no sólo obtenía una nueva familia sino que mantenía la relación con los parientes de su esposa fallecida. Estos parientes a su vez se convertían en parentela de la recién desposada. Con el transcurso del tiempo y con el crecimiento natural de la comunidad familiar surgieron nuevos tipos de conflictos. Hacia el final del siglo XVII las solteronas comenzaron a aparecer por el exceso de mujeres en ciertos pueblos. Las solteronas no podían aspirar a llevar una vida independiente. Cuidaban a sus padres hasta el fallecimiento de éstos. Una vez huérfanas quedaban bajo la autoridad del familiar masculino más cercano, ya fuera hermano, cuñado o sobrino. Para el momento de la segunda y tercera generación también los ancianos se volvieron frecuentes en la comunidad. Era generalmente asumido 16

que aquellos que no pudieran valerse por sí mismos serían cuidados por sus hijos adultos y por las familias de éstos. Sin embargo, en el caso de ancianos solitarios, la institución familiar debía asumir la responsabilidad. Los ancianos eran entonces integrados a núcleos familiares que velaban por su bienestar. Sin embargo la mayoría de los ancianos temían ser ignorados o abandonados por los suyos. Esta inquietud quedó plasmada en algunos testamentos donde hombres agonizantes trataron de proteger las necesidades de sus viudas, con la amenaza de desheredar a los hijos o sirvientes responsables de las mismas si no cumplían dichos deberes. La escasez de tierra arable también propició tensión en el seno de la familia. Había una enorme renuencia por parte de los jefes de familia a heredar a sus hijos sus bienes en vida, por temor a perder autoridad y volverse completamente dependientes de ellos. De esta forma era muy común que los primogénitos llegaran a los 30 o 40 años sin ser propietarios. Esto les impedía contraer matrimonio y crear una familia propia. En algunas ocasiones los padres asignaban a sus hijos una pequeña propiedad para permitirles cierta independencia económica. Con el transcurso del tiempo cada vez hubo menos tierra apropiada para la agricultura en la zona colindante con los pueblos. Dicha circunstancia propició una intensa migración en busca de tierras más propicias. La separación de familias por este motivo y la llegada de nuevos inmigrantes ajenos al “compromiso divino” de los puritanos, de crear una sociedad fiel a la palabra de Dios, contribuyó al rompimiento de la cohesión interna de la comunidad puritana. Sin embargo el modelo familiar puritano, en donde la familia cumplía una gama completa de funciones encaminadas a ser la base de una comunidad ideal, continuó por algunas décadas. En la sociedad puritana la familia era un centro productivo, pues la granja era cultivada por los mismos miembros de la familia y una serie de actividades de producción era llevada a cabo de forma cotidiana. La familia era la primera escuela. En ella aprendían los niños sus primeras letras y modales. La familia funcionaba además como una iglesia donde la doctrina puritana, enseñada por el padre mediante la memorización de preguntas y respuestas específicas y la lectura de la Biblia, era una actividad cotidiana. En una sociedad pionera poco inclinada a invertir recursos en una cárcel de grandes dimensiones, la familia también funcionaba como un centro correccional donde aquellos que transgredían la ley podían ser colocados como sirvientes y donde los jóvenes aprendían a respetar la autoridad de los adultos. Finalmente la familia era un centro de beneficencia que lo mismo se convertía en un orfanatorio para los huérfanos, que en un hospicio para los ancianos o en un hospital para los enfermos.

La familia esclava Mucho se ha discutido si los esclavos vivieron la opción de organizarse en núcleos familiares. Hubo varios obstáculos para la formación de familias en este contexto. Durante la mayor parte del periodo colonial hubo un serio desequilibrio entre el número de mujeres y de hombres traídos de África como esclavos. El principal objetivo del tráfico de esclavos era garantizar la producción agrícola de la plantación y por ello era mucho más importante contar con mano de obra masculina que femenina, bastante más débil y delicada.

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Tampoco hubo la posibilidad de que núcleos familiares africanos se trasplantaran y sobrevivieran en las colonias. Los plantadores sabían que la forma más eficiente de lograr la sumisión de un esclavo llegado de África era aislarlo de todo aquello que le recordara una realidad anterior. Por ello se buscaba integrarlo a grupos de esclavos procedentes de diferentes sitios para impedir que hablaran lenguas africanas, y forzarlos a expresarse en inglés. Además el esclavo era inmediatamente rebautizado, para tratar así de sustituir la personalidad del africano libre por la del esclavo colonial americano. Aunque el matrimonio entre esclavos no era reconocido por la legislación, este vínculo era promovido por los mismos amos esclavistas. Los esclavos masculinos mostraban mayor tendencia a la fuga. Pronto fue evidente a los ojos de los amos que si les permitían formar familias y crear así vínculos afectivos con sus esposas e hijos, los esclavos serían más renuentes a considerar la posibilidad de escapar además de que trabajarían en forma más eficiente. En algunos casos el mismo amo o un ministro llevaba a cabo una simple ceremonia para unir ala pareja; en otros tenía lugar la boda “de escoba” en donde la unión de la pareja se sellaba al saltar sobre una escoba. Sin 18

embargo, no había un compromiso por parte del amo de respetar los grupos familiares formados por sus esclavos. La esclavitud se heredaba por vía materna, La descendencia pertenecía al amo y él se hallaba en completo derecho de vender en cualquier momento a alguno de los cónyuges o a uno ovarios de sus hijos. La familia esclava no era un reflejo de la familia blanca, base social de la Virginia colonial. La primera vivía en peligro constante de desintegración. De hecho ha sido un reto para los estadounidenses negros de hoy en día reconstruir su pasado familiar hasta ubicar sus raíces en algún lugar de África. Durante el periodo colonial las familias negras fueron objeto del sistema

esclavista dentro del cual surgieron. La familia en este caso específico no fue la base de una comunidad humana sino el desesperado intento de las víctimas de la esclavitud de vivir en un ámbito de afecto que las ayudara a enfrentar su condición existencial. De hecho, aun cuando los amos promovían la creación de grupos familiares entre sus esclavos, no lo hacían a fin de mejorar las condiciones de vida de los mismos sino que trataban de estabilizar y garantizar, en la medida de lo posible, el funcionamiento de la institución vital para su economía por medio de la familia. Los esclavos vivían en barracas ubicadas a cierta distancia de la casa del amo. En dichas barracas convivían varias familias e individuos. En algunos casos especiales ocupaban cabañas, lo que les permitía un ambiente de mayor privacidad y la posibilidad de recrear más adecuadamente los vínculos y funciones de una familia libre. La madre esclava no tenía injerencia directa en la crianza y cuidado de sus hijos. La maternidad de una esclava debería interferir lo menos posible con sus labores cotidianas. Por ello había una esclava dedicada al cuidado de los hijos pequeños de las esclavas. A esta esclava se le conocía con el 19

sobrenombre de “Tiíta” que la diferenciaba de la nodriza de los niños blancos, llamada “Manita”. En algunas ocasiones una misma esclava vigilaba tanto a los niños negros como a los blancos. La figura paterna era más abstracta que la materna dentro del sistema esclavista. El padre no funcionaba como proveedor, fuente de autoridad o defensor de la familia. La lealtad y sometimiento sólo podían ir en una dirección: del esclavo al dueño y jamás entre los mismos esclavos. En ocasiones se describía al marido como propiedad de la esposa, y el hombre vivía en la cabaña de la mujer. En algunos casos el marido sólo acudía a la casa-habitación de la esposa una vez por semana. El padre esclavo tuvo que recurrir a actividades marginales para afirmar su posición, por ejemplo, al completar el abastecimiento de comida mediante la caza con trampas y la pesca, con el cuidado del huerto y sobre todo, al ser la figura principal en la resistencia activa contra la esclavitud. Un elemento más que interfería con la consolidación de una vida familiar estable entre los esclavos, fue la agresión sexual de varones blancos hacia las negras. Los varones negros eran incapaces de proteger a sus mujeres e hijas, lo que afectaba su capacidad de convertirse en el eje de un núcleo familiar)0 En algunos casos la mujer negra propició la relación para obtener una posición favorable tanto para ella como para sus hijos. La familia negra sin embargo, logró sobreponerse a los obstáculos planteados por la esclavitud. La forzada convivencia de los esclavos provenientes de diferentes regiones de África impidió el trasplante y pervivencia de elementos africanos puros, pero en la mezcla de los mismos y al agregarse los rasgos surgidos en América se dio el origen de la cultura negra estadounidense. Después de la emancipación la familia negra se enfrentó a nuevos retos como el racismo y la segregación. La libertad le permitió redefinir su relación con la sociedad y sus demandas se irían transformando a través del tiempo, siempre en la búsqueda de una participación y reconocimiento plenos dentro del complicado aparato social estadounidense. Parte de la fuerza de dichas demandas surge del hecho de que la familia se erigió de forma natural en la institución básica para la supervivencia de los elementos característicos negros que hoy forman parte de la compleja cultura estadounidense.

El Siglo XIX La familia en el siglo XIX La frontera y el Oeste son dos mitos del pueblo estadounidense; ambos se relacionan íntimamente con el anhelo de conquista intrínseco a Estados Unidos. En uno y en otro se templó el carácter estadounidense. Tanto en la frontera, región que marcaba el límite de la civilización con la “tierra india”, como en el Oeste, meta de numerosos grupos deseosos de una vida mejor, se modificaron las instituciones traídas de la lejana Europa y surgieron otras nuevas que brindarían el marco legal al modo de vida estadounidense. Allí fue donde hombres y mujeres olvidaron sus diferencias étnicas y en la lucha común contribuyeron a crear una sociedad más homogénea. Ya fueran ingleses, irlandeses o franceses los que en un avance permanente recorrían la frontera hacia el Oeste, al final de la gesta se identificaban unos y otros como estadounidenses. La conquista del Oeste y la vida en la frontera han tomado la proporción de gesta histórica en la tradición de Estados Unidos. Se las ha identificado como una victoria nacional contra la adversidad representada por 20

los grupos de indios hostiles y por una geografía accidentada. Además el Oeste concretó a América vista como tierra de promisión donde el esfuerzo personal sería recompensado y donde todos los hombres serían iguales en su lucha por el éxito y el reconocimiento. Aun cuando numerosos individuos viajaron solos, la familia fue el elemento determinante en la migración hacia el Oeste. Grupos familiares llevaron a cabo el poblamiento de las nuevas tierras.

La migración comenzó desde los tiempos coloniales, Para el momento de la conquista ya había una población considerable en el territorio del noroeste. Las compras gubernamentales de territorio como la de Luisiana en 1803 y la de Florida en 1819, multiplicaron varias veces el territorio colonial original. Sin embargo, la migración se intensificó a partir de 1837 cuando la depresión del medio Oeste redujo el precio del trigo y cuando el maíz apenas tenía valor. Durante la década siguiente la migración tomó un nuevo impulso. Numerosos estadounidenses estaban dispuestos a cruzar el río Mississippi, primer paso del viaje que los llevaría a la llamada “tierra nueva”, en la costa del Pacifico, a 2 900 kilómetros. La revolución industrial fue otro proceso que modificó completamente a la familia durante el siglo XIX. Redefinió sus relaciones internas y la trasladó del campo a la ciudad. De ser una entidad económica, la familia pasó a depender de un complejo sistema urbano en donde su subsistencia estaba a merced de vaivenes en la producción y el empleo. La mujer se integró al recién consolidado proletariado. Los niños fueron víctimas de la explotación en las fábricas en las cuales se vieron obligados a trabajar para así completar el ingreso familiar. La revolución industrial transformó además la relación de la sociedad y la familia. Esta última se convirtió en una entidad muy vulnerable. Surgieron demandas que señalaron lo peligroso de la situación y la incapacidad 21

de la familia para valerse por sí misma. El proceso que culminaría con una intrincada legislación destinada a proteger tanto a la institución como a los individuos, se inició al ser evidentes los estragos causados por la industrialización a la antes sencilla sociedad rural. El siglo XIX fue testigo también de la emancipación de los estadounidenses negros. Dicha emancipación no dio paso inmediato a su integración efectiva a la sociedad. Fue más bien un suceso que forzó al sector negro a ajustar su lucha por la justicia a un nuevo contexto. Parte de esa lucha se fundó en la legitimación de su institución familiar como base de su comunidad. En los años posteriores a la emancipación se fijaron de forma definitiva los rasgos característicos de la cultura negra estadounidense vigente en la actualidad.

La familia y el Oeste El Oeste ha sido, a lo largo de la historia de Estados Unidos, una gesta nacional motivo de orgullo y origen de identidad para los estadounidenses. El Oeste aparece en la historiografía y en los medios de comunicación masivos como la tierra de promisión. Ha sido concebido como ese lugar maravilloso donde el valor, la fuerza y la astucia marcaron la diferencia entre la vida y la muerte, y en donde el hombre tuvo la oportunidad de probarse a sí mismo y a sus metas. De hecho, el Oeste sólo se convirtió en una realidad práctica a partir de la independencia de las trece colonias. Hacia 1781 había ya una población aproximada de 120 000 personas asentadas al occidente de los montes Apalaches. Inglaterra no había promovido la colonización en el interior del país. A sus ojos de metrópoli mercantilista, una colonia interior sin acceso marítimo resultaría difícil de gobernar y los gastos burocráticos y militares para su administración y control rebasarían cualquier beneficio económico que brindara.

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Al iniciarse la etapa independiente, la población colonial y el flujo permanente de inmigrantes internacionales vieron al Oeste como la posibilidad más viable para gozar de una vida mejor. Para dicho momento, la franja costera ya estaba totalmente ocupada y la tierra arable de las colonias originales daba muestras de agotamiento. La llamada conquista del Oeste fue un proceso llevado a cabo por familias. Fueron núcleos familiares los que, organizados en caravanas, realizaron el larguísimo viaje que culminó en el océano Pacífico, poblando a la vez el territorio intermedio. La familia fue el elemento básico para la colonización del territorio: “Para un pueblo que desconfiaba de la Iglesia tanto como del Estado, la familia era la única institución a la cual podía encomendarse la empresa de poblar el continente. La familia cristiana representaba lo suficiente en términos de iglesia y bastaba como expresión del orden político y social.” Las familias que decidieron emprender el viaje hacia un territorio desconocido se resignaron a abandonar a sus parientes, ya fueran éstos padres, hermanos o tíos. Además, abandonaron todo aquello que les era conocido, los elementos propios de su sociedad. El solo viaje obligó a hombres, mujeres y niños a replantear sus funciones dentro de la dinámica familiar. Las mujeres se vieron obligadas a empuñar armas y a manejar carretas perseguidas por los indios. Los niños se convirtieron en adultos precoces. No había espacio para juegos infantiles en un lugar donde la muerte era algo cotidiano. Los peligros del viaje eran múltiples, ya fueran en la forma de indios hostiles, enfermedades y epidemias, así como en la posibilidad de accidentes. Pocas fueron las familias que cruzaron el continente sin enfrentarse a la pérdida de algún miembro o algún incidente menor. Las mujeres perdían frecuentemente la vida durante el parto, al producirse éste sin la posibilidad de recurrir a remedios caseros tradicionales. La migración al Oeste afecté enormemente a las familias extensas. De hecho el proceso promovió la familia nuclear teniendo ésta plena conciencia de ser una familia “dislocada”. A ello respondió con su constante lucha “para que los demás parientes se reunieran con ella. Cuando todos sus esfuerzos fracasaban, las cartas nos revelan su continua soledad y sensación de aislamiento”.13 La ruptura de vínculos familiares ancestrales fue un proceso traumático. Las despedidas eran definitivas pues la posibilidad de un reencuentro era ínfima. Las mujeres fueron las más afectadas por el desarraigo de la familia, Por ello buscaron mantener a toda costa el contacto con sus familiares lejanos por medio del correo. En algunos casos enviaban “muestras del material de los vestidos y sombreros, trozos y anillos de oro, estampas y rebanadas de pastel, semillas de flores y hortalizas, hojas de plantas, recortes de periódicos y fotografías”. Trataban de que los acontecimientos sociales realizados en la inhóspita frontera, tales como matrimonios y funerales, se efectuaran con una formalidad semejante a aquellos que eran practicados en el Este. Atesoraban pequeños objetos que les recordaban la vida organizada que habían abandonado. Luchaban, por todos los medios, por crear conciencia en sus hijos de que existía un mundo muy diferente al de las praderas, con una sociedad estable, regida por ciertas normas que no debían ser olvidadas y cuya práctica garantizaba una vida civilizada aun en los lugares más inhóspitos. La estabilidad misma de la familia se vio severamente afectada por el proceso migratorio. La autoridad paterna se debilitó y problemas causados por la

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desobediencia filial eran constantes. También eran comunes las fugas de las hijas o el nacimiento de criaturas fuera del vínculo conyugal. La misma institución matrimonial perdió fuerza. La frecuencia en que un matrimonio culminaba en divorcio era mucho más alta en aquellos estados recientemente establecidos por el avance poblacional como Washington, Montana, Colorado, Arkansas, Texas, Oregon y Wyoming) Los numerosos divorcios que tuvieron lugar en dichos territorios fueron consecuencia de la actitud pragmática requerida para sobrevivir en un ámbito agreste y poco civilizado, alejado de la sociedad tradicional y de sus valores. El pragmatismo existente en la cultura estadounidense desde la época colonial se exacerbé en la conquista del Oeste. De hecho se convirtió en un elemento intrínseco del proceso.

La lucha del hombre por triunfar sobre los elementos naturales que entorpecían su avance tales como una geografía desconocida, indios poco amistosos y animales salvajes propició la exaltación del individuo sobre la comunidad. Los jóvenes abandonaban a sus familias al ver en ellas un lastre para el éxito de una empresa que concebían como meramente personal. Como consecuencia posponían el momento de formar una familia propia pues veían en los vínculos inherentes a la institución un factor sofocante que limitaba sus posibilidades de triunfar en la gesta histórica de la que se autonombraron partícipes. Las esposas tampoco pudieron confiar en el apoyo surgido de la presencia de sus hijas. Muchas jóvenes se casaban durante el largo viaje y fijaban su hogar de acuerdo con la ocupación y las necesidades de su nuevo esposo, y tenían entonces que despedirse de sus padres y hermanos que 24

debían continuar su migración a través del continente. La nostalgia de las mujeres por compañía femenina dentro de su ámbito social y por las hijas ausentes quedó de nuevo manifiesta en la correspondencia surgida de la necesidad de compartir pequeños secretos femeninos. La historia de la familia y de la migración al Oeste es una sucesión de despedidas. Es, de hecho, “un mapa de discontinuidades. Los hijos e hijas están dispersos por todo el territorio”.16 De esta forma se puede afirmar que la familia pobló el continente y que de hecho triunfó en una de las epopeyas históricas más importantes para el estadounidense, aun a costa de su cohesión interna. Al verse en la necesidad de recrear un entorno adecuado, la familia promovió la aparición de instituciones de apoyo como las de carácter religioso, a partir de las cuales se pudieran desarrollar vínculos sociales que aliviaran el aislamiento y la soledad. Una de las consecuencias más importantes de la migración al Oeste fue la homogeneización de sus participantes. La lucha contra un enemigo común y contra una serie de obstáculos totalmente objetivos, dio lugar a una respuesta general por parte de los involucrados en el proceso histórico. Por ello no es gratuito que diversos historiadores busquen en el Oeste parte del origen del llamado “carácter estadounidense”. En la conquista de la frontera india desaparecieron las divisiones étnicas originales. Se impuso un lenguaje común y se empuñó un solo fusil. La tierra por la que se suspiraba era una sola al igual que el objetivo: la conquista del espacio donde establecerse y con ella, la opción de una vida mejor. Durante la etapa final de la conquista del Oeste tomaron gran importancia las esposas de los militares y su influencia civilizadora. Dichas mujeres se enfrentaban mejor a las demandas de una vida solitaria y azarosa mientras más adaptables fueran y menos se preocuparan por la estabilidad de un hogar fijo y por los bienes materiales. Las esposas de los oficiales del ejército transformaron los tristes asentamientos militares. Planeaban fiestas, obras musicales y bailes formales para darse la oportunidad de portar sus mejores galas y de practicar un poco el flirteo. Los detalles resultantes de la presencia femenina eran fácilmente distinguibles. En las ventanas aparecían de repente cortinas y los platos para la comida se colocaban sobre un mantel aun cuando no hubiera una mesa debajo del mismo. Sin embargo las mujeres estaban plenamente conscientes de lo transitorio de su presencia y cuidaban de que sus bienes fueran rápidamente desmontables y empacables. Los oficiales valoraban plenamente la importancia de las mujeres. De hecho las zonas militares de la frontera eran un lugar ideal para obtener marido. De acuerdo con los relatos de la época, una joven bonita y soltera recibía varias propuestas matrimoniales en la primera hora posterior a su llegada. Aun las no agraciadas tenían esperanzas: su espera se limitaba a dos semanas al cabo de las cuales se comprometían y se casaban.’ Formar una familia en la frontera india se convertía en un reto. Aun cuando para los niños, la lejanía de la civilización era más una bendición que un problema, sus padres se preocupaban por la ausencia de escuelas adecuadas. La mayor parte de los matrimonios enviaba a sus hijos al Este a vivir con parientes para que pudieran asistir a clases de forma sistemática. El peligro era constante, sobre todo para las mujeres y los niños. Se aconsejaba a las mujeres que evitaran caer vivas en manos de los indios y que

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hicieran lo mismo con sus hijos. El coronel George Armstrong Custer ordenó a sus subordinados que mataran a su esposa Libbie en caso de que ésta estuviera a punto de ser secuestrada por los indios. Una noche de 1867 el coronel Henry Beebee Carrington mandó reunir a todas las mujeres y los niños del fuerte Phil Kearny en un solo recinto y dio la orden a un soldado de volarlo con explosivos en caso de un ataque indio. Los indios robaban el ganado y las provisiones de las familias. Además impedían a los soldados cazar, por lo que las mujeres se veían obligadas a improvisar comidas con muy pocos recursos. El invierno siempre afectaba a las pequeñas colonias y provocaba enfermedades muertes. En otras ocasiones surgían epidemias que obligaban a las mujeres y a sus hijos a huir al Este. Las mujeres que vivían en los fuertes no escapaban a la obligación de actuar como auténticas damas. A pesar del peligro y del mal clima, los esposos exigían que vistieran y actuaran como si se encontraran en el Este. No podían usar vestidos escotados o sin mangas y debían montar en sillas femeninas. En sus ratos libres, debían entretenerse con las otras mujeres del fuerte en juegos de cartas o en labores de costura. Para las esposas de militar el reto combinaba la promoción de los valores de la vida que habían conocido en el Este y el enfrentamiento de los peligros de un lugar alejado de los asentamientos civilizados. De esta forma debían actuar como soldados sin dejar de ser damas: ser al mismo tiempo cocineras y anfitrionas capaces de disparar un rifle y, en la noche del mismo día, entretener a sus invitados con refinada plática y perfectos modales. Debían seguir a sus esposos en su constante peregrinar por los diferentes fuertes y saber cómo hacer de cuartos vacíos y húmedos un verdadero hogar aun cuando éste estuviera condenado a desaparecer al poco tiempo. La presencia de familias en los fuertes militares que conquistaron la frontera india permitió el poblamiento adecuado de los diferentes territorios. Muchos soldados ya no regresaron al Este al terminar su comisión sino que fijaron su hogar definitivo en la zona en que estuvieron asignados o iniciaron el largo viaje al lejano Oeste. Esta opción surgió de la proximidad de sus familias y de que su presencia convirtió a los fuertes en un punto de partida para la búsqueda de nuevos horizontes, Los sacrificios enfrentados por estas familias fueron múltiples, tanto en el orden material como en el emocional, al verse privadas de las comodidades comunes en el Este y aisladas de sus otros familiares. Sin embargo fueron sus sacrificios los que abrieron paso a un nuevo tipo de familia, en donde la mujer jugó un papel más dinámico que el tradicional, dando lugar a que muchos soldados vieran en el fuerte no sólo una estructura arquitectónica creada para su protección, sino un verdadero hogar.

La familia y la revolución industrial La industrialización en Estados Unidos se inició en la región conocida como Nueva Inglaterra. Corno ya se ha dicho, los estados que conforman dicha región son Vermont, Massachusetts, Rhode Island, Connecticut, Maine y Nueva Hampshire. La mayoría de estos estados crearon desde su etapa colonial la tradición de una fuerte ética de trabajo combinada con la producción de manufacturas destinadas tanto al consumo local como externo. La aparición de fábricas textiles en Nueva Inglaterra surgió por la necesidad de procesar la enorme producción algodonera del Sur. Una característica común de la manufactura textil fue la ocupación de mano tic obra 26

femenina. Durante más de un siglo la región se convirtió en la máxima productora de telas en la nación. Las ciudades industriales surgieron y se desarrollaron alrededor de un centro laboral, como fue el caso de Lowell, nombrada así en honor de Francis Cabot Lowell, quien introdujo la posibilidad de combinar el hilado y el tejido en una sola fábrica. Lowell funcionó como un experimento con metas muy específicas. Trató de evitar la repetición de vicios de los grandes centros industriales internacionales. Se buscó que las obreras tuvieran facilidades de esparcimiento y educación en sus horas libres. La meta era recrear un ambiente de tipo colegial. Las trabajadoras eran supervisadas por una jefa de piso que vigilaba su conducta y moral. Las jóvenes debían reportarle sus entradas y salidas. Pasar la noche fuera del dormitorio estaba estrictamente prohibido. Se esperaba, de hecho, que las jóvenes sólo trabajaran hasta el momento de contraer matrimonio, cuando se reintegrarían a su comunidad original. El proyecto utópico de Lowell fracasó al poco tiempo. Otros centros fabriles menos escrupulosos podían producir con mayor rapidez y a menor costo. Lowell no pudo enfrentarse a tan desigual competencia sin sacrificar parte de sus planteamientos originales. La transformación de una sociedad básicamente agrícola en una sociedad industrial acarreé importantes modificaciones en la organización de la familia. La aparición de numerosas industrias dio lugar a la integración de la mujer a la fuerza productiva asalariada. La mujer campesina era la heredera de una tradición ancestral de acuerdo con la cual se combinaban de forma natural las actividades laborales agrícolas y el cuidado del hogar y de los hijos. Para la mujer de la sociedad industrial tal posibilidad se esfumó. Incluso, en muchos casos los mismos niños se integraron a la fuerza laboral asalariada para completar el ingreso de los padres. El trasplante de un entorno rural a uno urbano fue traumático para las familias. Muchas de ellas no provenían siquiera del mismo país sino que habían sido campesinos en su país de origen. Grandes cantidades de inmigrantes de origen rural no tuvieron otra opción al desembarcar que ir a engrosar las filas de los obreros. Para 1 as familias campesinas que se incorporaron a la sociedad industrial las nuevas reglas de subsistencia resultaron un enorme reto. La familia campesina tradicional estaba acostumbrada a ser dueña de sus medios de producción por humildes que éstos fueran. Su traslado a la ciudad implicó la certeza de que dependían totalmente de un salario y de que podían verse desprovistos de cualquier tipo de sustento en todo momento.

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Las mujeres y los niños trabajaban en las granjas de forma no asalariada. Al convertirse en fuerza de trabajo industrial su desempeño dejó de ser familiar. En una industria los papeles familiares pasaron ser secundarios. De hecho “la industrialización entrañé una separación más rigurosa entre padres e hijos durante la jornada laboral...” El objetivo único de todos los miembros de la familia era obtener recursos para el sustento. La industrialización tuvo una enorme repercusión en la forma en que la familia perdió vigor en ciertos aspectos al ser sustituida en algunos de sus servicios por instituciones. La familia preindustrial que funcionaba como una entidad económica, como escuela, como iglesia, como hospital, como hospicio y como orfanatorio, dio paso a una familia que de prestar dichos servicios comenzó a demandar su derecho ellos, a partir de instituciones privadas. Este proceso aparejó también la eliminación del entorno familiar de individuos antes plenamente integrados como aprendices, jornaleros y sirvientes escriturados; “El proceso por el cual la casa familiar dejó de ser un activo recinto de trabajo y centro social, para transformarse en una morada familiar privada, implicó la remoción de las personas ajenas a la misma, tales como compañeros de gremios, socios, jornaleros, aprendices, huéspedes e inquilinos.”

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Para la familia de la época industrial la supervivencia era el objetivo cotidiano. La lucha por el diario sustento interfería con la posibilidad de efectuar otro tipo de actividades. Los niños veían transcurrir su infancia entre los muros de las fábricas y las mujeres y hombres vivían en la eterna angustia de verse desempleados. Tal angustia se reflejó en la idealización de su vida anterior como campesinos. Muchas familias trataban de ver su etapa de trabajadoras

industriales como una fase meramente transitoria en tanto lograba reintegrarse a la economía rural. Muchas otras no podían evitar pequeños actos de defensa y rebelión ante la inminencia de quedar completamente dependientes de un salario en la economía urbana. Esta lucha fue evidente en los desesperados intentos de las familias por mantener cierto control sobre su sustento. Por ello criaban en su domicilio urbano animales propios del campo como cerdos, aves y cabras. Más aún, cuando sus recursos o habitación lo permitían trataban de cultivar pequeñas hortalizas para completar su dieta. Las familias trasplantadas a la sociedad industrial trataron de enfatizar que el cambio de condiciones laborales no interfería con el hecho de que el trabajo y su producto eran asunto familiar y no provecho para un solo individuo. Los ingresos derivados del trabajo de los diferentes miembros no se destinaban a satisfacer necesidades individuales sino que “estaba cuidadosamente regulado por las estrategias colectivas de la unidad familiar”. La industrialización desplazó el centro de trabajo fuera de las paredes de la vivienda familiar, lo que provocó un culto a la domesticidad. En dicho culto el hogar se erigió en lo opuesto al lugar de labores convirtiéndose en un refugio, un santuario. De acuerdo con el culto a la domesticidad la función sagrada de la mujer era la de esposa y madre. Todo aquello que interfiriera con dichos aspectos era nocivo y alteraba la natural armonía de la familia. Otra de las consecuencias inmediatas del culto a la domesticidad fue el distinguir a la niñez como una etapa distintiva de la vida. Tal distinción no era prioritaria en la época 29

preindustrial cuando la transición de la niñez a la edad adulta ocurría de una forma natural y se basaba en los modelos de conducta ofrecidos tanto por el padre como por la madre. La agresividad de la sociedad industrial afecté enormemente a los niños que tuvieron que enfrentarse a un medio laboral insalubre y con demandas de trabajo muy superiores a las preindustriales. De esta forma si en un contexto rural o artesanal los niños eran reconocidos como trabajadores potenciales, como ayudantes y como aprendices, en la sociedad industrial los padres cobraron conciencia de que los niños eran “seres dependientes dignos de amoroso cuidado y protección”. En la vida hogareña exaltada por el culto a la domesticidad los hijos fueron el centro de atención. Las mujeres debían dar prioridad al cuidado del hogar y de sus hijos en lugar de tratar de ser competitivas en el mercado laboral. La mujer sólo debía buscar trabajo en un momento de emergencia pero no de forma permanente. De hecho, según los planteamientos del culto a la domesticidad, ella no debía siquiera participar en forma demasiado activa en las labores preindustriales tales como lo eran las agrícolas y las artesanales; debía ser la promotora de la armonía doméstica; su hogar debía ser el lugar perfecto para la crianza de los hijos: los papeles de uno y otro cónyuge se apartaron más, en forma gradual; una clara división del trabajo reemplazó a la vieja cooperación económica, y los esfuerzos de la esposa se concentraron en los quehaceres del hogar y la crianza de los hijos. Puesto que los hombres salían de la casa para trabajar en otros lugares, el tiempo que se dedicaba a la paternidad eran principalmente las horas de ocio, El culto a la domesticidad surgió inicialmente en familias urbanas de clase media pero sus bases fueron adoptadas por el resto de la sociedad. Numerosos inmigrantes de origen rural estaban acostumbrados a ver al trabajo remunerado femenino como una parte fundamental de la economía del hogar. Al llegar a Estados Unidos fueron atrapados e incorporados a la naciente sociedad industrial. Para ellos, alcanzar una posición económica que permitiera a la mujer renunciar a su empleo y dedicarse de tiempo completo al cuidado de sus hijos y de su hogar se convirtió en sinónimo de éxito tanto social como material. De acuerdo con la ideología de la clase media urbana de Estados Unidas nada justificaba la participación laboral de la mujer si el salario del marido cubría las necesidades básicas de la familia. Una mujer que trabajaba 30

fuera de momentos de crisis económica comprometía la imagen social de su marido y se enfrentaba a severas críticas. La sociedad industrial aisló de forma irremisible a la familia de la sociedad. Por el proceso de industrialización la familia se vio obligada a delegar en instituciones originalmente privadas y posteriormente gubernamentales funciones que tradicionalmente le competían a ella. Este fenómeno resultó en la erosión de los vínculos familiares y en la casi desaparición de la familia extensiva. Los individuos dejaron de ver a la familia como el único medio de acceso a ciertos servicios, tales como educación y cuidados durante la vejez y la enfermedad. El proceso industrial subrayó la importancia del éxito individual sobre el éxito colectivo. La familia mermada para entonces de toda una red de influencia social no ofreció ninguna opción atractiva a los ojos de aquellos que buscaban un éxito rápido basado en la actividad individual. El surgimiento de la sociedad industrial modificó el papel social de la familia. En la época preindustrial era la familia la que daba a la sociedad cohesión, integraba a los individuos solitarios y ofrecía servicios vitales para una existencia de cierto decoro. A partir de la industrialización los papeles se invirtieron y fueron tanto la familia como institución, como los individuos, los que comenzaron a demandar la creación de instituciones que prestaran servicios de beneficencia. La familia pasó de proteger a la sociedad a ser protegida por ésta. La vulnerabilidad de la familia a partir de la revolución industrial se explica en buena parte por su pérdida de funciones y por la creciente participación de sus miembros en actividades fuera del hogar. Muchos gobiernos, entre ellos el de Estados Unidos, se enfrentaron a un proceso semejante. En el caso de Estados Unidos la consolidación de un proletariado demandante y organizado pudo ser pospuesta gracias a la constante inmigración que proveyó de mano de obra fresca, barata e incondicional a las industrias. La necesidad de instituciones que llenaran los vacíos creados por la transformación de la familia dio lugar, en parte, al complejo sistema institucional que comenzó a regir en Estados Unidos desde finales del siglo pasado. Las instituciones surgidas en esta época fueron el resultado de iniciativas privadas pues el gobierno trataba de continuar promoviendo el liberalismo tradicional que le vetaba invertir recursos en economía y en seguridad social. La postura gubernamental dio un giro absoluto a partir de la crisis de 1929 que marcó el fin del liberalismo tradicional en Estados Unidos. El Nuevo Trato creado durante el gobierno de Franklin Delano Roosevelt (1933-45) incluyó una serie de medidas que redefinieron ampliamente la relación con la sociedad y con el gobierno. Dichas medidas sentaron las bases para la relación actual entre el gobierno y la institución familiar.

La familia negra después de la emancipación Como se comentó anteriormente, la familia negra apareció y se desarrolló dentro de los límites establecidos por la esclavitud. Los esclavos negros no eran ciudadanos de Estados Unidos y su matrimonio carecía de toda legalidad. Todo ello, sin embargo, no impidió que las esclavas consideraran el matrimonio como un vínculo permanente y que muchos matrimonios esclavos se mantuvieran a lo largo de años y aun de décadas. En caso de la dispersión de los miembros de la familia por la compraventa de esclavos, éstos trataban de

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mantener el contacto enviando mensajes orales o por medio de la correspondencia. La emancipación de los esclavos durante la guerra Civil redefinió su condición social en Estados Unidos. Un gran número de los antiguos esclavos se apresuró a reafirmar sus vínculos familiares mediante matrimonios válidos

ante la ley. Ello tuvo implicaciones económicas pues la licencia matrimonial tenía el costo de un dólar, suma nada insignificante para sus escasos recursos, y muestra el enorme interés de los negros por crear una base legal que legitimara el matrimonio como el fundamento de relaciones permanentes y del nacimiento y la crianza de los niños. Lo más común era que los antiguos esclavos buscaran replicar las formas del matrimonio blanco. La emancipación sin embargo, se enfrentó a algunos casos específicos provocados por la esclavitud. Durante dicho periodo era muy común que el primer hijo de las mujeres naciera fuera del matrimonio. Eso no impedía que más tarde la mujer se casara y formara una unión permanente y monógama. Muchas mujeres que ya tenían un hijo en el momento de la emancipación pidieron ser registradas como solteras. En otros casos, las mujeres negras responsabilizaron al antiguo amo de la paternidad de uno o más de sus hijos y demandaron ayuda económica para su manutención. Su demanda, sin embargo, no procedió. Otro problema en el momento de registrar a los negros como personas libres fue que algunos tenían más de una esposa. En tal caso los clérigos del Ejército de la Unión los obligaron a reconocer a una sola. Muchas mujeres negras aprovecharon la emancipación para liberar- se de matrimonios obligados por el antiguo amo, que no eran de su agrado. Otras mujeres se convirtieron en viudas extraoficiales al no poder localizar a sus esposos. Algunas otras, solteras, no encontraban con quién casarse, pues las bajas de guerra entre la población masculina negra eran especialmente altas.

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El apego de los estadounidenses negros a sus familiares provocó también que, en fecha tan tardía como 1880, muchos antiguos esclavos publicaran aún notas en los periódicos para localizar a parientes de los cuales habían sido separados por la esclavitud o por la guerra. Muchos lograron reconstruir su historia familiar y ubicar a abuelos y bisabuelos a pesar de la dispersión provocada por la compraventa de esclavos. En las décadas posteriores a la guerra Civil se consolidaron las bases de la familia negra actual. La familia tomó forma legal y se convirtió en la base de la comunidad negra libre. Los antecedentes históricos provocados por la esclavitud combinados con las condiciones económicas y sociales a las que se enfrentaron los negros después de la emancipación dieron a dicho sector un sello característico. Los negros recién emancipados no se integraron a la sociedad estadounidense en términos de igualdad social y racial. Muchos no tuvieron otra opción, ante la imposibilidad de obtener tierras y la agresividad del racismo sureño, que migrar a otras regiones. Algunos se reubicaron en el Norte en donde la existencia de ciudades industriales les dio la oportunidad de integrarse al proletariado urbano, Otros prefirieron dirigirse al Oeste para obtener tierras y convertirse así en granjeros o campesinos. La mujer continuó como el factor de estabilidad más importante de la familia negra después de la emancipación. Su influencia dentro del núcleo familiar se reforzó por el hecho de que rápidamente asumió, ante la ausencia de figuras masculinas de apoyo, la responsabilidad por el bienestar económico de sus hijos y allegados. El hecho de que, durante la esclavitud, su hogar era el centro de la vida familiar permitió que, después de la emancipación, se prorrogara su condición de eje de la dinámica interna de la familia. Después de la emancipación los hombres buscaron asumir su papel de proveedores, pero se enfrentaron con grandes dificultades para conseguir empleos adecuados que les permitieran sostener decorosamente a sus familias. La emancipación fue el primer paso para la integración de la población negra a la sociedad estadounidense. Sin embargo, la falta de programas para promover la igualdad social, el castigo a los grupos responsables de la tensión racial y la ausencia de empleos bien remunerados para los antiguos esclavos colocaron a éstos en una situación sumamente vulnerable. La libertad no facilitó la creación de un modelo familiar negro con las mismas oportunidades de otros grupos de la población libre. De hecho la emancipación planteó nuevos retos a la familia negra, retos que son renovados día con día y cuya superación permite el ascenso social y económico del sector negro estadounidense.

El siglo XX La familia en el siglo XX La familia estadounidense durante los primeros años del siglo XX había surgido de la revolución industrial. Era una entidad que se enfrentaba a la hostilidad de una economía liberal para la cual eran ajenas las demandas por seguridad social y mejores condiciones de vida. La primera guerra mundial redefinió la situación internacional de Estados Unidos al convertirlo en una de las naciones líderes en la búsqueda del equilibrio de poder en la posguerra. Las demandas del conflicto crearon una sociedad totalmente diferente a la anterior, lo que modificó de forma irreversible a la familia.

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La mujer se integró al esfuerzo de guerra y ello sentó las bases para sus demandas de derechos y participación. En 1920 el Congreso ratificó el derecho a votar de las mujeres estadounidenses y durante los años siguientes, se resistieron a retomar a sus actividades tradicionales de madres y esposas. La bonanza de la década de 1920 les permitió mantener sus empleos y experimentar una independencia económica como nunca antes. La falda y el peinado se acortaron, hablaron a gritos de su deseo de libertad, los cigarrillos cobraron inesperada popularidad en el sector femenino y cada día más mujeres buscaron la posibilidad de trabajar de forma remunerada. Algunas de las mujeres que sustituyeron a los hombres ausentes en tareas productivas prioritarias se negaron a abandonar sus trabajos para furia de los ex combatientes y escándalo de la sociedad. La crisis de 1929 fue un duro golpe para la sociedad estadounidense en su conjunto. Después de un milagro de más de diez años la economía se contrajo. Las mujeres se vieron conminadas por la sociedad a dejar sus empleos, pues se consideraba injustificable que estuvieran recibiendo un sueldo cuando numerosos hombres buscaban trabajo. El culto a la domesticidad, característico de la época de la revolución industrial, resurgió en un nuevo contexto. La segunda guerra mundial dio paso a una situación de emergencia. La actitud hacia el empleo femenino varió y las mujeres fueron llamadas a participar en el esfuerzo de guerra. La posguerra consolidó las características básicas de la sociedad estadounidense actual. Tuvo lugar el llamado “Baby Boom” (alta tasa de nacimientos al finalizar el conflicto bélico). La adolescencia se convirtió en una etapa plena mente identificable y se la concibió como una época dorada, vínculo entre la niñez y la edad adulta y poseedora de una cultura propia. La clase media se expandió y sus rasgos específicos pasaron a formar parte intrínseca del modo de vida. La televisión se convirtió en objeto de

culto y en instrumento de penetración masiva. La familia que comenzó a recibir protección gubernamental a partir de la crisis de 1929, enfrentó uno de sus momentos más difíciles al ser redefinida en su totalidad después de la segunda guerra mundial. Las mujeres se rehusaron a reasumir, por tiempo completo, sus funciones tradicionales de madres y esposas, y su independencia económica les permitió mayor poder de decisión 34

en puntos como el aborto, la maternidad fuera del matrimonio y el divorcio. Este último se incrementó en las décadas posteriores a la guerra. Las minorías raciales y étnicas llevaron al momento clave su demanda por igualdad y reconocimiento. Sus modelos familiares comenzaron a impactar y a dividir a la sociedad estadounidense. La familia negra transformó su demanda social y comenzó a conquistar espacios propios. Sus características peculiares fueron identificadas en grupos sociales de diferente raza. Otros modelos familiares de grupos minoritarios como el nativo, el mexicano-estadounidense y el judíoestadounidense comenzaron a ser estudiados y analizados a fin de aquilatar sus características propias y su trascendencia para la sociedad de Estados Unidos en su conjunto. Los sectores tradicionales reaccionaron con una contraofensiva que promovía, más que nunca, a los valores supuestamente típicos y a la familia nuclear blanca de clase media como base de los mismos. El siglo XX ha sido testigo de la transformación de la sociedad estadounidense, basada en un solo modelo similar considerado legítimo, en una sociedad plural, capaz de incluir diferentes tipos de familia y de redefinirse cotidianamente en un esfuerzo por mantener la continuidad histórica y social.

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La familia moderna LA FAMILIA DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX La familia urbana de principios del siglo XX era una familia creada con base en los planteamientos del liberalismo económico. Dicha política afectó tanto a los descendientes de grupos ya establecidos por largos años en Estados Unidos como a los inmigrantes recién llegados al país. El liberalismo económico obligó a la familia a redefinir su funcionamiento al enfrentarla a las hostiles demandas de un acelerado crecimiento industrial. Para principios del siglo el capitalismo ya había alcanzado su fase financiera y las grandes corporaciones y los monopolios dominaban la industria y la economía. También el proletariado había tratado de organizarse y obtener concesiones dentro del nuevo orden económico. Sin embargo, la consolidación de una identidad de clase, necesaria para dicha organización, no se había dado por la llegada de diferentes grupos de inmigrantes. Dichos inmigrantes competían con las minorías ubicadas en la parte más baja de la escalera económica, y ofrecían su mano de obra a precio muy bajo. Este enfrentamiento entre minorías daba como resultado la falta de vinculación en las demandas del proletariado y la desunión del mismo. La familia urbana estadounidense era una entidad muy vulnerable a su realidad económica y la industrialización redefinió su dinámica interna y las funciones de sus miembros. El papel que resultó más transformado fue el de la esposa y madre, debido a que las nuevas condiciones le exigían tanto participar como proveedora material de las necesidades de su familia como ser la base de cohesión y armonía interna de la misma. El evento que causó una nueva transformación de la institución familiar fue la primera guerra mundial. El conflicto bélico provocó cambios irreversibles en la sociedad. El esfuerzo de guerra al que se vio sometida la población dio origen a nuevos valores y a una nueva forma de vida. La familia fue afectada por dichos cambios, y la forma familiar surgida de la revolución industrial enfrentó un reto totalmente desconocido. La mujer se convirtió en un elemento clave de la economía y esta responsabilidad aparejó la posibilidad de independencia. Las mujeres, en cualquier estado civil, descubrieron la libertad que brindaba un ingreso económico propio; sus demandas de derechos políticos tuvieron en la guerra una importante plataforma, preludio del gran triunfo de 1920, cuando el Congreso ratificó la enmienda 19 a la Constitución, mediante la cual se reconocía el sufragio femenino. Durante la posguerra se consolidé un nuevo tipo de familia, cuya característica más importante era que madres y esposas trabajaban fuera de casa. Por vez primera las mujeres tuvieron la opción de trabajar para aumentar el ingreso familiar por el solo gusto de elevar el nivel de vida de su familia. Además la posibilidad de un empleo remunerado en beneficio propio y no a favor de una entidad familiar se convirtió en una realidad palpable para la mujer. En los años de posguerra era común que las hijas de familia de las áreas rurales abandonaran el hogar paterno y se mudaran a las ciudades en busca de mejores horizontes. Así, anteponían sus ambiciones personales a la presión de contraer matrimonio y formar una familia. La familia de la década de los veinte se enfrentó a problemas hasta entonces desconocidos. Los sirvientes domésticos se volvieron muy escasos, sobre todo a partir de la ley de inmigración de 1924 que limitó el ingreso de mano de obra no especializada al país. A consecuencia de esto se redujo el 36

tamaño de la casa familiar para hacerla pequeña y práctica y el departamento comenzó a ser considerado una buena opción de vivienda. El divorcio también fue en aumento, Entre 1914 y 1928 el número de divorcios subió de uno por cada diez matrimonios a uno por cada seis. En el 66% de los casos, el divorcio fue solicitado por la esposa. La sociedad vio con creciente alarma y preocupación cómo la familia se transformaba ante sus ojos. Los cambios eran más evidentes en las áreas urbanas, en donde la producción de bienes de consumo se aceleraba por el impulso económico provocado por la guerra, que en el medio rural en donde, si bien aumentaba la producción, era más fácil que siguieran vigentes las tradiciones y costumbres propias de la familia preindustrial. Los sectores más conservadores de la población desaprobaron ampliamente las características de la nueva familia, sobre todo, la actitud de independencia de las madres y esposas. Sin embargo, la bonanza económica de la década impidió una presión organizada contra las mujeres que trabajaban. La crisis de 1929 provocó el resurgimiento del culto a la domesticidad como reacción contra la nueva actitud de la mujer durante los años de la década de 1920. Se trató de restablecer el modelo familiar preindustrial. Nuevamente se enalteció la figura de la mujer en sus funciones de madre y esposa y se criticó a aquellas que aspiraban a un desarrollo profesional que las colocara como competencia de los hombres en el mercado laboral. El gobierno de Franklin Delano Roosevelt (1933-1945) replanteó las relaciones entre la sociedad, la economía y el Estado ante el fracaso del liberalismo económico, responsable en buena parte de la crisis de 1929. Esta había subrayado la fragilidad del individuo y de la familia ante los complicados vaivenes de la economía y era evidente la necesidad de una legislación que regulara la economía y protegiera a los estadounidenses de los efectos catastróficos de un fenómeno semejante.

El Nuevo Trato dio inicio a la participación gubernamental en la economía y a la creación de un aparato de seguridad social para proteger a la población de las irregularidades económicas. El desempleo dejó de ser considerado un percance de índole personal y el gobierno se responsabilizó de 37

la manutención de aquellas familias cuyo jefe estuviera sin trabajo. Se crearon seguros para ancianos, minusválidos y niños dependientes. Se trató de enfatizar la riqueza laboral de regiones no industriales. Y, sobre todo, se buscó dar estabilidad a la familia. Los años posteriores a la crisis de 1929 redefinieron la función de la familia. Esta se convirtió a los ojos del gobierno en una institución sagrada a la cual se debía proteger y promover aun a costa de invertir recursos en la solución de conflictos que antes eran resueltos por su dinámica intrínseca. La sustitución de la antigua sociedad rural por una sociedad industrial urbana fue identificada como fuente de muchos de los males que aquejaban a la familia, como su desintegración o la necesidad de la mujer de obtener un salario en lugar de dar prioridad a su hogar y a la crianza de los hijos. El periodo entre las dos guerras fue caracterizado por una participación laboral cada vez mayor por parte de la mujer. Sin embargo, la crisis económica de 1929 provocó que hubiera demandas nacionales que exigían que las mujeres que trabajaban dejaran sus puestos, que pasarían a manos de hombres desempleados. Para amplios sectores de la población era antinatural que mujeres contaran con trabajo mientras que hombres, proveedores tradicionales a nivel familiar, se encontraran desempleados. A fines de los años treinta, todas las autoridades estatales, locales y nacionales respaldaron el trato discriminatorio contra las mujeres casadas que buscaban empleo. Según dijo un representante del Congreso, la mujer debía asumir la responsabilidad que le corresponde en el hogar y no tratar de quitarle el trabajo al hombre, “que es quien lleva el pan al hogar”. La crisis de 1929 obligó a los estadounidenses a reconsiderar su participación en la primera guerra mundial. Durante los años posteriores a ella se promovió ampliamente el aislacionismo. Este parecía ser un recurso ideal para que la economía y la sociedad recuperaran la estabilidad dentro de pautas realistas y superaran el oropel que había adornado con falsas pretensiones la década de los dorados veinte. Hacia 1937 el Nuevo Trato parecía haber solucionado la crisis económica y la inversión en los programas del mismo comenzó a disminuir. Pronto surgió la amenaza de una nueva recesión. Sin embargo, los eventos internacionales la evitaron. En Europa y Asia surgieron gobiernos totalitarios que pronto fueron una amenaza para el resto de los países. El fracaso de la Liga de las Naciones y el expansionismo de Italia, Alemania y Japón provocaron una nueva guerra mundial. Estados Unidos se vio nuevamente involucrado en el conflicto. El esfuerzo de guerra dio a su economía un gran impulso. Surgieron empleos y las mujeres se vieron convocadas a cumplir con la patria y a cooperar en la producción demandada por la guerra. La segunda guerra mundial colocó a Estados Unidos en posición de superpotencia. Además, originó la política de bloques y la guerra fría. Hacia el interior del país sentó las bases para la dinámica social interna durante las décadas posteriores. La segunda guerra mundial promovió la inclusión femenina en la producción nacional. Parte de la población masculina fue nuevamente llamada al frente y las mujeres tuvieron que colaborar en el mantenimiento de la economía doméstica bajo la gran presión de un esfuerzo de guerra mayúsculo. A las mujeres que unos años antes se les había dicho que era reprobable dejar el hogar y aceptar un empleo se las apremió, como cuestión de necesidad patriótica, a contribuir a la victoria en la guerra. Entre 1939 y 1945 más de

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6000000 de mujeres ocuparon empleos por primera vez, en su mayoría casadas y mayores de treinta años. La guerra tuvo un impacto inmediato sobre la familia. El hecho de que las madres trabajaran, aunado a la necesidad de que pasaran varias horas en las colas de racionamiento aumentó la sensación de abandono entre los hijos. La Sociedad Americana de Orto psiquiatría recomendó que se prohibiera el trabajo industrial a las madres de niños menores de tres años. Las madres de niños preescolares debían trabajar únicamente las horas de duración de las pocas guarderías en existencia. La familia se vio sometida durante la guerra a intensas presiones. Las escuelas públicas estaban demasiado llenas, muchos adolescentes no alcanzaban lugar y ello contribuyó a la delincuencia juvenil. La migración interna provocada por el conflicto bélico llevó a que muchas escuelas redujeran las horas de clase para instalar dos turnos, lo que añadido a la huida de miles de maestros por los bajos salarios, dejó a millones de niños con pocas horas de clase. Durante esa época se observó un aumento en la criminalidad juvenil, caracterizada por una gran agresividad. Se hizo entonces hincapié en la ausencia de supervisión familiar, en la falta de viviendas y escuelas adecuadas y, además, en el empleo de menores en boliches, bares y salones de baile. Otras ofensas que proliferaron durante la guerra fueron los delitos sexuales. En 1942 se arrestó a un número altísimo de jóvenes por dicha trasgresión. Las enfermedades venéreas también se incrementaron como consecuencia de la segunda guerra mundial. Ello llevó a que en 1944 aumentara de 20 a 30 el número de estados que exigían análisis de sangre como un requisito para el matrimonio.

LA FAMILIA EN LA POSGUERRA

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Entre la tradición y el cambio: la década de los años cincuenta pasado el conflicto internacional hubo nuevas demandas de que la mujer regresara a sus funciones tradicionales. Sin embargo, los cambios sufridos por la sociedad eran irreversibles. Durante la posguerra tuvo lugar el llamado Baby Boom en el cual la tasa de natalidad se incrementó en forma inusitada. Este aumento

poblacional no afectó la participación económica de la mujer, pues durante la década de 1950 la tasa de empleo femenina aumentó cuatro veces más rápidamente que la masculina. Durante la segunda mitad del siglo XX la mujer había consolidado victoria tras victoria en la búsqueda de una participación conjunta con el hombre. Muchas jóvenes se inscribieron en las universidades deseosas de cursar estudios superiores. Otras manifestaron su intención de seguir trabajando aun después de ser casadas y madres. Durante la década de los años cincuenta la familia vivió un periodo de armonía. Las comunicaciones difundían un modelo de familia suburbana en donde la vida transcurría de forma Idílica, entre comidas hogareñas y prácticas de deporte en el vecindario. En esta época aun los problemas cotidianos eran pretexto para anécdotas. El suburbio fue consecuencia de la expansión de la clase media, ahí quedaron plasmados los valores más típicos de la forma de vida estadounidense. La madre de familia suburbana encontró gran ayuda en sus deberes hogareños con la creciente automatización. Cundieron los aparatos eléctricos como los lavatrastes y las aspiradoras que transformaron de forma definitiva el concepto de “quehacer doméstico”. Las mujeres que quisieron continuar trabajando después de la guerra encontraron un gran apoyo en la automatización que sustituyó, en buena medida, al servicio doméstico remunerado. Pasado el Baby Boom, la familia promedio comenzó a reducir su tamaño, aun cuando algunos grupos inmigrantes insistían en tener un número alto de hijos. Aumentó la demanda de guarderías, que eran muy escasas, a fin 40

de que las madres pudieran desempeñar su trabajo de forma normal. Muchas mujeres optaron por buscar empleos de medio tiempo para compaginar las labores propias del hogar con un puesto permanente. Otro hecho importante durante los años posteriores a la segunda guerra mundial fue que el concepto de adolescencia se acuñó y se convirtió en parte del modo de vida. Esta etapa se identificó como una fase de ajuste entre la niñez y la edad adulta, caracterizada por cierta inestabilidad emocional y por el ensanchamiento de la brecha generacional respecto a los padres. El adolescente trató por todos los medios de destacar aquellos aspectos que lo diferenciaban de sus progenitores. Así pues, aspiraba a la creación de un mundo propio, en donde escuchara su propia música, vistiera su propia moda y hablara su propio idioma. El triunfo del cambio: la familia a partir de la década de los años sesenta La tranquilidad de la sociedad estadunidense durante la década de los años cincuenta llegó a un brusco final durante los primeros años de la nueva década. Esta se caracterizó por una dramática ruptura con los valores tradicionales, el surgimiento de una agresiva contracultura y la redefinición de instituciones como la familia y la escuela. La necesidad de cambio encontró cauce en el llamado Movimiento de los Derechos Civiles (1963-1970), en donde los grupos minoritarios buscaron reconocimiento y participación a nivel nacional.

Muchas mujeres se unieron a otros grupos formados por minorías durante el Movimiento de los Derechos Civiles en la década de los sesenta. En él se plantearon demandas que tan sólo unas décadas antes hubiera sido imposible formular. Denunciaron la discriminación sexual en el ámbito laboral. Exigieron igualdad en su trato como ciudadanas y como seres humanos. El deseo de las madres y esposas de la década de los cincuenta de compaginar adecuadamente sus deberes domésticos con un trabajo remunerado provocó que la mayoría de las que se integraron a la fuerza laboral

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durante los siguientes años lo hicieran en trabajos mal remunerados. Durante el Movimiento de los Derechos Civiles demandaron salarios justos y servicios que les permitieran combinar las actividades profesionales con las hogareñas. El matrimonio y los hijos dejaron de ser vistos como el máximo objetivo y comenzaron a ser como un lastre que interfería con su desarrollo individual y la obtención de metas propias. Los anticonceptivos dieron por primera vez a la mujer control sobre su cuerpo y su sexualidad, lo que redefinió la relación de pareja. La actividad sexual dejó de tener un vínculo directo con la maternidad. La crisis institucional de la década puso en tela de juicio los valores promovidos por la familia, el gobierno y la educación tradicional. La oposición de la población al conflicto de Vietnam dio argumentos a los grupos que atacaban el sistema institucional estadounidense. Esto provocó el surgimiento de una vigorosa contracultura que planteaba una redefinición de valores. Nuevos tipos de familia fueron ensayados como la comuna, en donde varias parejas gozaban de ilimitada libertad sexual y en donde todos los adultos se hacían responsables de los hijos procreados por sus miembros. La comuna proponía, además, el abandono de los valores urbanos de una sociedad industrial. Muchas comunas trataron de obtener su subsistencia mediante el trabajo agrícola en granjas. Los adolescentes de la década de los años sesenta rompieron con la tradición y se enfrentaron a los adultos. Su rebeldía se combinó con la revolución sexual. El uso de drogas cundió y provocó serios ataques de la sociedad hacia el comportamiento de la juventud. Durante la década de los años setenta la mujer tomó aún más control sobre su función reproductiva. Prefería tener a sus hijos antes de los 25 años, a fin de reintegrarse a su empleo o a sus estudios y terminar rápidamente de formar una familia. Además, una maternidad relativamente temprana dejaba frente a ella la oportunidad de un largo periodo de pleno desarrollo profesional o laboral. Muchas mujeres consideraban que dos era el número ideal de hijos. Madres y esposas mantuvieron la demanda de lograr prestaciones gubernamentales que les permitieran continuar con su empleo sin descuidar su

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hogar. Continuó la presión para obtener servicio de guarderías ofrecido por su mismo centro de trabajo y trabajos de medio tiempo bien remunerados. Con la mujer integrada a la fuerza laboral también proliferaron los hogares dirigidos por mujeres solas. En 1977, 16% de las estadounidenses formaban parte de dicho modelo familiar. La condición civil de dichas mujeres iba desde madres solteras hasta divorciadas o viudas. Un alto número de familias organizadas alrededor de la figura materna fue inicialmente detectado en la comunidad negra estadounidense. Esto llevó a que algunos sociólogos insistieran en vincular este tipo de modelo familiar con altos índices de pobreza y desempleo. Sin embargo, pronto fue evidente que la tendencia también crecía en otros sectores poblacionales y por ello requería una explicación más profunda. Esta puede radicar en el potencial económico de la mujer actual. En otros tiempos muchas mujeres se convertían en madres solteras sin desearlo, y aun con ayuda económica gubernamental era frecuente que su situación fuera precaria. De hecho, muchas optaban por continuar al lado de sus padres para contar con su apoyo. Ahora, muchas madres solteras lo son por elección. Rehúyen la idea de establecer un compromiso matrimonial pero desean convertirse en madres. Confían en su capacidad para encabezar su propia familia cuando cuentan con un ingreso adecuado. Las madres solteras adolescentes reciben ayuda del gobierno a fin de que no se vean obligadas a abandonar sus estudios. Por ello, son cada vez más las adolescentes que deciden conservar a sus hijos en lugar de darlos en adopción. En otros casos es el divorcio o la viudez lo que convierte a mujeres en cabeza de grupos familiares. Quizá en otra época estas familias fueran consideradas incompletas y la mujer buscaría o sería presionada a apoyarse en el familiar masculino más cercano. Hoy la mujer trata de enfrentarse y resolver todas las exigencias de una familia en donde ella es el principal o el único sostén. La proliferación de hogares en donde la madre tiene una fuerte carga de decisión ha llevado a una redefinición de las funciones tradicionalmente adjudicadas a los miembros de una familia. La figura paterna se ha visto obligada a compartir la autoridad familiar con la materna en forma más equitativa que antes, Muchos hombres ganan menos que sus esposas en la actualidad. Ello también ha llevado a un cambio en su tradicional papel de proveedor material del grupo familiar. De hecho, las familias en que ambos padres son profesionistas comprometidos con su trabajo han proliferado. Esto tiene varias consecuencias. La familia puede aspirar a una mejor posición económica pues se combinan los ingresos de ambos progenitores. Este tipo de familia favorece el modelo nuclear suburbano con pocos hijos. Además, la familia en donde ambos padres trabajan ha acuñado el concepto de “tiempo de calidad” según el cual lo más importante para la salud interna de la familia no es la cantidad de tiempo que los padres dedican a sus hijos, sino la calidad del mismo. De acuerdo con esta teoría, padres satisfechos en su desempeño profesional encuentran el equilibrio entre sus diversas ocupaciones y son capaces de satisfacer las demandas de atención de sus hijos en relativamente poco tiempo. En este tipo de familia la convivencia de sus miembros se da en momentos clave como el desayuno o la cena, cuando se ventilan los conflictos. Otra característica de la familia actual es que la mujer ha buscado el éxito profesional o, al menos, la independencia económica al posponer el matrimonio y la maternidad hasta pasados los 30 años. Aquellas mujeres deseosas de una participación intensa en sus campos profesionales consideran

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el matrimonio como una etapa que tendrá lugar hasta después de consolidar ciertos logros personales. Aun en el caso de que contraigan matrimonio a edad relativamente temprana, las mujeres cuentan con la ventaja de poder planificar cuidadosamente su familia gracias a los anticonceptivos. En la sociedad tradicional transcurría poco tiempo entre el enlace y el nacimiento de los hijos, pues la procreación era una meta fundamental del matrimonio. En la sociedad moderna los métodos anticonceptivos han permitido que haya espacio entre matrimonio y maternidad. El primero se reconoce ahora como importante por derecho propio y no sólo como transición hacia la segunda. Las demandas del feminismo de la época de los sesenta han cambiado. Algunas de sus metas fueron alcanzadas y otras aún son discutidas. Sin embargo la mujer madre actual cuenta con su propia problemática y sus propias exigencias: desea mano libre en tópicos como el aborto y la maternidad, ser una fuente de autoridad tan sólida como el hombre y ser reconocida como jefa de familia en caso de que ella quede al frente de un grupo familiar. Sin embargo, la opinión pública estadounidense continúa promoviendo el esquema tradicional familiar, basado en el estereotipo de la “familia ideal” que es la nuclear de clase media. Hay poca conciencia de que, en realidad, la sociedad ha dado cabida a muy diversos tipos de familia a causa del constante arribo de nuevos grupos de inmigrantes, y que las diferencias étnicas, raciales, culturales y de clase se han traducido en gran variedad de conductas familiares. La adolescencia es otro tema clave en el análisis de la familia actual. El adolescente y su problemática demandan especial atención, pues la sociedad estadounidense desea suavizar la ruptura generacional que tomó características tan agresivas en la década de los años sesenta. Sin embargo, en la actualidad, y debido a las transformaciones sufridas por la familia, el adolescente está expuesto a una gran carga de tensiones y demanda atención de los otros miembros de la familia. Considera que por su mera condición debe recibir concesiones especiales por parte de sus padres. Experimenta actitudes adultas a fin de poner a prueba la autoridad de los mayores y al mismo tiempo poder consolidar una personalidad definida. La forma en que cada adolescente se enfrenta a los diversos conflictos propios de su edad se vincula de forma importante con el tipo de entorno familiar que lo rodea. Los pertenecientes a hogares sólidos cuentan con un buen marco de referencia en su búsqueda de identidad. Los hijos de parejas divorciadas o de madres solteras son, al carecer del modelo de familia tradicionalmente aceptado, más vulnerables a la soledad y a la falta de un punto de partida aceptable en su lucha por ubicarse a si mismos y al resto del mundo. Con el aumento en la tasa de divorcios en Estados Unidos, cada vez más adolescentes forman parte de familias consideradas como disfuncionales o incompletas de acuerdo con el concepto tradicional. La relación entre los padres y sus hijos adolescentes está basada en la negociación de autoridad y concesiones. La identificación de la adolescencia ha incorporado nuevos valores a la dinámica familiar. No hay ningún elemento más importante para los adolescentes actuales que la confianza. Esta es para

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ellos

la

puerta

de

la

comunicación.

La mayoría de los adolescentes está ansiosa por compartir sus experiencias y conflictos con sus padres, más aún, de escuchar sus consejos. Sin embargo, cuando un acercamiento por parte de ellos provoca una reacción negativa en los adultos o renuencia de los mismos a discutir temas tradicionalmente considerados escabrosos como drogas y sexo, los adolescentes prefieren confiar en sus amigos. Muchos jóvenes que acuden a sus padres en busca de orientación obtienen severas reprimendas; los adultos no responden de forma adecuada a su confianza. Del momento en que la adolescencia fue identificada como una época de transición entre la infancia y la edad adulta a la actualidad, se han dado cambios importantes en la forma en que la sociedad la concibe y la encauza. Hace algunos años las locuras y excesos de los adolescentes se perdonaban como una expresión de espíritu juvenil, necesario antes de asumir la responsabilidad y decoro propios de la vida adulta. Hoy en día los adolescentes se enfrentan a una serie de presiones que les impiden gozar adecuadamente de dicho “espíritu juvenil”. Muchos de ellos provienen de familias desmembradas, lo que afecta su apoyo emocional en una época de por si conflictiva. La violencia de la sociedad actual no ha respetado las instituciones educativas, y la escuelas “preparatorias”, que fueron alguna vez el lugar idóneo para una cultura y lenguaje juvenil únicos, son ahora réplicas en miniatura de la comunidad adulta. Robos, violencia y abuso son tan comunes en las preparatorias como en las calles.

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Hay básicamente tres factores que presionan a los adolescentes actuales. Primero, el adolescente de hoy se enfrenta a mayores libertades que los adolescentes de otras épocas. Si bien esto puede ser considerado una ventaja, es más bien lo contrario, pues la carga de responsabilidad y de decisión que conlleva la libertad impide a los jóvenes gozar de una adolescencia despreocupada y resuelta como antaño. Un segundo factor está dado por la pérdida de seguridad a la que se enfrentan los adolescentes por la crisis de la familia tradicional, cuando se ven forzados a ser testigos del rompimiento de sus padres y, en muchas ocasiones, forzados a convivir con padrastros, madrastras, hermanastros y medios hermanos. La complejidad de los vínculos familiares actuales y lo efímeros que resultan en algunos casos generan también presión sobre los adolescentes. El tercer elemento de presión sobre los adolescentes está dado por la crisis del sistema educativo. Cuando se esperaba que los hijos repitieran la vida de sus padres y se medía su éxito según la proporción con que los rebasaran económicamente, no se

ponía en tela de juicio el sistema educativo. En la actualidad nadie espera que los hijos sigan el modelo existencial de sus padres. Son muchos los adolescentes que abrigan serias dudas sobre el contenido de los cursos de las escuelas a las que asisten y su utilidad para el futuro. La falta de confianza de los adolescentes hacia la educación que están recibiendo genera tensión en sus vidas, lo que provoca graves conflictos familiares. Tradicionalmente se ha concebido a la adolescente como menos conflictiva e inestable que su contraparte masculina. Sin embargo en los últimos años ha aumentado de forma alarmante el número de delitos violentos en que las jovencitas han participado. Cada vez son más las adolescentes vinculadas con actividades tales como tráfico de drogas y prostitución juvenil. Los padres, y en especial la madre, encuentran gran dificultad para exigir el cumplimiento de ciertas reglas de conducta cuando quizá ellos mismos no ofrecen un modelo adecuado. Así pues, las madres sienten que carecen de

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argumentos para tratar de disuadir a sus hijos adolescentes de tener relaciones sexuales o bien se muestran renuentes a discutir métodos anticonceptivos por temor a que sus hijas vean en ello una aprobación implícita a ello. Los hijos adolescentes de los inmigrantes enfrentan una problemática propia. En su caso la brecha generacional es particularmente severa, pues mientras que sus padres añoran una patria lejana, ellos han nacido en Estados Unidos, han crecido hablando inglés, desean ser partícipes del desarrollo nacional, buscan competir y ponen en juego todo su potencial. Sin embargo, muchas veces sus padres se oponen a que asistan a la universidad, pues anhelan que sus hijos colaboren en negocios familiares que faciliten la conservación de sus rasgos culturales. Otras veces los padres tratan de tener injerencia en las decisiones matrimoniales de sus hijos y provocan serios enfrentamientos que pueden culminar en una ruptura total, pues mientras la prioridad de los padres es la conservación de sus rasgos culturales, la máxima ambición de los hijos es la posible asimilación al modo de vida estadounidense. Se ha observado, sobre todo en los casos de inmigración masiva a lo largo del presente siglo, que: Como parte del “crisol étnico” ha habido una tendencia a la homogeneización de la cultura estadounidense y con ello una creciente insistencia en la uniformidad de la conducta familiar. Los inmigrantes, sobre todo los de la segunda generación, adoptaron pautas familiares “norteamericanas” en varios aspectos; por ejemplo, limitaron el tamaño de sus familias, se casaron más jóvenes, propiciaron la intimidad de la familia, sacaron a sus mujeres y niños del mercado de trabajo y cambiaron sus hábitos de consumo y sus gustos. Los adolescentes son particularmente susceptibles a la publicidad. La opinión pública estadounidense se muestra alarmada de la forma en que el culto a la violencia, ya sea en literatura, cinematografía o televisión, ha arraigado entre la gente joven. Por ello hay una demanda constante para que los medios de comunicación se comprometan a la creación y difusión de modelos adecuados para los adolescentes. Por ello proliferan los programas televisivos y películas con adolescentes como personajes centrales. Por lo general se trata de promover aquellos valores que se han debilitado como la honestidad, los vínculos familiares, la superación, la moral y el compromiso social hacia el país. La sociedad estadounidense anhela que la adolescencia dé paso a una juventud responsable. En general, los jóvenes viven con sus padres hasta los 18 años, cuando ingresan a una institución de educación superior o cuando, al comenzar a trabajar, se independizan. Existe presión para que la juventud deje el hogar paterno a cierta edad, pues esta ruptura se concibe como un paso indispensable en la formación de individuos maduros e independientes. Sin embargo, en algunas ocasiones las jóvenes optan por continuar bajo el techo familiar a pesar de asistir a la universidad. En el caso de que decidan permanecer en el hogar paterno cuando ya cuentan con un ingreso propio, se espera que contribuyan al gasto familiar. En los últimos años y como resultado de la recesión económica y de la escasez de empleos adecuados, un número cada vez mayor de adultos continúan en o regresan a la casa familiar. La adolescencia sigue siendo considerada como parte intrínseca del llamado sueño estadounidense, pero las presiones actuales la están convirtiendo en una etapa de confusión que no da paso a la anhelada madurez. Muchos de los

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adolescentes no verán sus años juveniles con nostalgia al recordar a su familia, a sus amigos y a su escuela. Es evidente que se necesita una redefinición de la adolescencia a fin de que recupere su antigua función de vínculo entre una niñez feliz y una edad adulta responsable.

La familia nativa actual

La independencia de las trece colonias marcó el avance inexorable de la población blanca hacia el Oeste, lo que provocó el desalojo y reubicación de numerosos grupos indígenas. La conquista del Oeste fue para los nativos el fin de su modo de vida tradicional. Las reservaciones, establecidas durante el siglo XIX, fueron los lugares en donde se concentraron los remanentes de los grupos nativos. En la actualidad la comunidad nativa surgida dentro de la reservación y los grupos urbanos comparten ciertas características con el sector negro estadunidense como son la alta tasa de nacimientos, muchos de ellos fuera del matrimonio, la proliferación de familias encabezadas por mujeres y el desempleo. Entre las mujeres nativas, sin embargo, el tener un hijo muestra su fuerza y valor, por lo que ser madres al margen del matrimonio no apareja vergüenza alguna y no es un impedimento para contraer matrimonio posteriormente. En muchos matrimonios nativos el esposo no es el padre del primer hijo de la mujer. En los últimos años se ha observado una gran tendencia por parte de los nativos a abandonar las reservaciones e incorporarse a la vida urbana. En 1930 sólo el 10% de la población nativa vivía en ciudades. Para 1970, dicha cifra se había incrementado a 45 por ciento. Muchas de las familias nativas incorporadas a la economía urbana aún carecen de un ingreso económico adecuado y dependen de la asistencia federal. La familia nativa tiene actualmente que elegir entre la posibilidad de promover el aislamiento, la integración o la promoción de un modelo cultural que combine ambas opciones. La demanda por el reconocimiento de sus derechos a la tierra y a una participación más activa dentro de la sociedad promueve el mantenimiento de tradiciones ancestrales que apoyen la condición de los nativos como americanos originales. A través del tiempo han sobrevivido elementos familiares indígenas, lo que ha propiciado el mantenimiento de la jerarquía familiar y el respeto a los mayores como base de la organización previa a la llegada de los europeos. De acuerdo con ciertos historiadores, es la familia la institución que sustenta la estructura sobre la que se apoyan el poder y el prestigio de los ancianos,

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líderes naturales de los grupos nativos. Otra característica aún vigente entre los indígenas es el reconocimiento de una familia extensiva, así como el compromiso y las responsabilidades que se le aparejan. La familia extensiva entre los nativos promueve la interdependencia de los miembros que la conforman. Ello explica el interés de los indígenas por conseguir trabajo cerca de las reservaciones, aun a costa de obtener un ingreso económico menor. Para los nativos americanos es también considerada una responsabilidad ineludible la participación de la comunidad en su conjunto en la crianza de los niños. De hecho, se ha detectado relación entre la ausencia de una familia extensiva y el descuido y el abuso ejercido sobre los niños nativos. Hasta hace algunas décadas el gobierno contaba con gran libertad para recoger a los niños nativos considerados víctimas de abuso para darlos en adopción a otras familias. Sin embargo, a partir de la Ley de Bienestar del Niño Indio de 1978 se ha limitado la intervención gubernamental en la vida familiar nativa a fin de promover la familia extensiva en la comunidad indígena. La familia nativa actual puede ser clasificada en cuatro tipos: 1) Tradicional. Muestra gran apego por sus valores históricos. Mantiene fuertes vínculos con su familia, reservación y tribu. Su vida social se centra en la convivencia con otras familias indias. 2) En transición. La familia lucha por adaptarse a la forma de vida del hombre blanco, aun a costa de sacrificar sus tradiciones. 3) Bicultural. Esta familia logra una combinación adecuada entre su apego a las tradiciones específicas de su tribu y una eficiente participación en una sociedad de valores occidentales. 4) Marginal. La familia marginal no logra adaptarse ni en la comunidad nativa ni en la sociedad estadounidense en su conjunto. No hay reconciliación ni con los valores tradicionales indios ni con los impuestos por el estilo de vida estadounidense. Muchos nativos actuales reflejan la fuerza de la institución familiar al mostrar una tendencia a dar mayor peso a su identidad tribal que a su identidad individual, Ello ha permitido la creación de un proyecto cultural pan indio encaminado a globalizar las diferentes tradiciones nativas y así crear una plataforma efectiva en la demanda de derechos y reconocimiento como ciudadanos estadounidenses. Una forma de promover la fuerza de las tribus es facilitar el ingreso de nuevos miembros a ellas. Para finales de la década de los ochenta, algunas tribus federales solicitaban tan sólo 1/16 de “cuota de sangre” como requisito de admisión. El crecimiento poblacional de los grupos nativos norteamericanos permite suponer que pronto habrá un número suficiente de miembros en su comunidad como para articular demandas efectivas que los incorporen a la sociedad estadounidense y que a la vez garanticen el mantenimiento y la promoción de los valores y tradiciones que han impreso a su comunidad un sello distintivo que ha perdurado a través de los siglos.

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La familia negra en la actualidad LA TRADICIÓN MATRIARCAL NEGRA La familia negra es actualmente una de las más importantes en Estados Unidos por lo numeroso de la población negra y por su gran impacto social. El ascenso social y económico de los estadounidenses negros hace necesario caracterizar adecuadamente los modelos familiares que surgen dentro de su comunidad. Se menciona de manera constante la aparente tradición matriarcal dentro del sector negro en Estados Unidos, pero no se ha llegado a una Conclusión definitiva sobre su vigencia real o su origen. Muchos historiadores vinculan este fenómeno con la esclavitud. Según ellos dicha institución invalidé al padre esclavo para cumplir sus obligaciones tradicionales en la manutención y protección de su familia. De acuerdo con esta teoría, el amo sustituyó al padre esclavo como fuente suprema de autoridad, pero era una amenaza permanente para la dinámica interna de la familia esclava. En cualquier momento podía romperla al vender a alguno de sus miembros u obligar a alguna de las mujeres esclavas a tener relaciones íntimas con él. De esta forma la esclavitud impidió la validación de la autoridad paterna en las familias negras. Otros historiadores afirman que la tradición matriarcal negra es simplemente una consecuencia de la pobreza generalizada en dicho sector. La imposibilidad de gozar de un buen nivel de vida promueve el divorcio y los nacimientos fuera del matrimonio, convirtiendo frecuentemente a la mujer en cabeza de la familia. Las consecuencias de un ingreso bajo para las familias negras son claras y directas. Con la posible excepción de los americanos nativos, los africanos-estadounidenses tienen las tasas más altas de mortalidad, de divorcio, de ilegitimidad, de adultos solteros y de familias encabezadas por una mujer sola. Todas estas tasas y porcentajes disminuyen directamente al mismo tiempo en que aumenta el ingreso familiar. Como se puede observar, la pobreza impide además que los solteros se vean capacitados para ofrecer a su pareja un hogar estable, por lo que también proliferan las madres solteras, sobre

todo entre las adolescentes. La falta de una figura masculina dominante a lo largo del devenir de la familia negra ha tenido, sin embargo, algunas repercusiones favorables para sus miembros, como una participación más activa de todos ellos en la toma de decisiones. La ausencia de una tradición patriarcal fuerte tiene consecuencias positivas para la vida familiar negra que casi siempre los investigadores y comentaristas blancos ignoran o malinterpretan. En general las familias negras son más igualitarias que las 50

blancas y las familias negras de clase media son más igualitarias que las de cualquier otro tipo. Otras ventajas de la ausencia del autoritarismo masculino han sido especialmente valiosas para la supervivencia urbana de la comunidad negra. Las mujeres negras se sienten con mayor libertad que las pertenecientes a otras minorías, para aprovechar los programas educativos, la legalización del aborto y los métodos anticonceptivos. LOS SUBURBIOS NEGROS Durante las décadas posteriores al Movimiento de los Derechos Civiles (1963-1970), los negros estadounidenses han creado un nuevo tipo de demanda social. Para ellos es un tanto obsoleta la llamada integración. De hecho rechazan esta propuesta, pues, a sus ojos, la convivencia con otros grupos raciales no significa ningún tipo de solución a su búsqueda de mejor nivel de vida. A lo que aspiran los estadounidenses negros de hoy es a la igualdad. Desean competir en el mercado laboral sin que su raza sea un dato significativo. Quieren gozar de un nivel de vida tan alto como el de la clase blanca acomodada pero sin la necesidad de ser vecinos de la misma. Las familias negras que tienen actualmente una buena posición económica son generalmente aquellas que cosecharon los frutos del Movimiento de los Derechos Civiles. Los padres de las familias económicamente activas de hoy eran muy jóvenes en dicha época, probablemente estudiantes de preparatoria o de universidad. Para el momento en que formaron una familia, las demandas de integración, baluarte del discurso de los años sesenta, comenzaban a ser superadas. El nuevo grito es el de igualdad: igualdad racial, igualdad laboral, igualdad legal. Numerosas familias negras observaron que su ingreso económico no era directamente proporcional al tipo de vida por el que podían optar en relación con el grupo blanco de poder. De hecho era evidente que igualdad económica no garantizaba igualdad social. Las familias negras que disponían de los recursos económicos suficientes como para mudarse a un vecindario blanco, corrían el riesgo de ataques raciales y de verse aislados en su nueva vivienda. Su vida social se veía seriamente afectada y sus hijos se verían privados de amigos con quienes jugar. Otro peligro era la brutalidad policíaca, que es un elemento cotidiano en la vida del estadounidense negro. La opción encontrada por dichas familias en su búsqueda de igualdad fue el crear zonas ocupadas en su gran mayoría por negros y en donde, además, la mayor parte de los negocios pertenecieran también a miembros de su raza. La familia negra actual ve en dichos enclaves una serie de ventajas. Puede olvidarse de los ataques racistas o de la presión por parte de las fuerzas policíacas. Se garantiza compañía para sus hijos que juegan y conviven con otros niños de su raza, lo que facilita la “conciencia y orgullo de los orígenes afroamericanos”. Además se promueve la vida en comunidad, pues la armonía del vecindario a partir de su cohesión racial facilita la posibilidad de veladas meramente dedicadas a socializar y sin necesidad de enfrentarse a la ignorancia de vecinos de distinta formación. Otra gran ventaja que ofrece el vecindario dominado por familias negras es la de organizar instituciones benéficas y religiosas dedicadas a la prestación de servicios sociales o de orientación a la juventud. El caso más exitoso de una comunidad formada y controlada por familias negras es el de Prince George’s County, Maryland, que se ubica en las

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inmediaciones de Washington, D.C. En dicho sector se ha concentrado un numeroso grupo de profesionistas negros. Para ellos la posibilidad de crear un suburbio propio es un paso hacia el control de sus vidas. Además permite construir un excelente trampolín para la ventilación de demandas políticas mejor coordinadas por ser un sector visible y activo de la sociedad estadounidense. La aparición de suburbios negros permite, de acuerdo con sus habitantes, gozar de los mismos beneficios que la población blanca acomodada, y de dicha igualdad surgirá, durante las siguientes décadas, la posibilidad de una integración justa y armoniosa,

La familia mexicano-estadounidense La presencia de población de ascendencia mexicana en Estados Unidos no se puede atribuir a una inmigración masiva. La parte noroeste de México fue conquistada en la guerra de 1846-1847, A los habitantes de dicha zona se les otorgó la ciudadanía estadounidense, lo cual no evitó que se enfrentaran a numerosos problemas en sus demandas por un trato igualitario. La familia ha sido la institución básica en la conservación y promoción de valores e identidad de grupo. Actualmente la mayor parte de esta población se concentra en los estados fronterizos pero también hay grupos importantes en las grandes urbes nacionales. En las últimas décadas, sus integrantes se han desplazado del campo a la ciudad y aumenta permanentemente el número de los que se incorporan a una economía urbana. Su familia se define como un grupo cohesivo que comprende tanto parientes lineales como colaterales. Para el mexicano-estadounidense tradicional la familia implica una agrupación de diferentes generaciones entre las cuales se adscriben diferentes papeles internos. Considera los lazos que se extienden fiera de la familia nuclear como compromisos creados, con un peso equivalente al parentesco consanguíneo inmediato. Parte de la función vital de una familia está en evitar el aislamiento y la soledad de los individuos. Los ancianos son incluidos en las actividades de la familia y en muchas ocasiones ayudan en faenas domésticas y en el cuidado de los niños. El compadrazgo es también una extensión del sistema de parentesco en estas familias. Los compadres participan activamente en las actividades llevadas a cabo por el núcleo familiar y se interesan por el desempeño de su ahijado o ahijada. La creación de lazos afectivos extrafamiliares supone el funcionamiento de un colchón social que permite a los individuos enfrentarse de forma menos traumática a la pérdida de parientes cercanos. Otra de sus características básicas que los estudiosos han tratado de describir es la del machismo. Según ellos, el machismo se relaciona con un rígido sistema patriarcal. De acuerdo con ello, la familia mexicano-estadounidense solía ser considerada como la antítesis de la familia estadounidense anglosajona: “Mientras la familia anglo promovía la superación, la independencia y la autoestima, la familia chicana engendraba pasividad y dependencia y afectaba el desarrollo de la personalidad.” A juicio de algunos autores, la estructura patriarcal y el autoritarismo también se relacionan con la violencia doméstica. En este sentido se enfrentaba a la familia mexicano-estadounidense con la familia judía, en la cual su alto grado de democracia interna parecía evitar los conflictos violentos.

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A partir de 1970, sin embargo, una nueva corriente historiográfica inició una revisión profunda sobre la caracterización de la familia mexicanoestadounidense. Se buscó rebatir aquellas definiciones que la concebían como “antiamericana” y como una “enemiga potencial al sistema de vida democrático”, Se destacó su unidad y calidez. Pasó de ser concebida como un lastre para el individuo, a serlo como una estructura sólida, útil para la ubicación de sus miembros en un aparato social más amplio, y comenzó a ser reconocida como símbolo de seguridad emocional y sentido de pertenencia. La corriente revisionista redefinió la relación de la familia con el machismo, aún considerado como característica intrínseca de su modelo familiar. Los estudios más recientes mostraron que los esposos en estas familias no estaban obsesionados con la autoridad masculina, ayudaban en los quehaceres domésticos y compartían la responsabilidad en el cuidado de los niños. En muchos casos se llegó, incluso, a la conclusión de que la figura femenina era la base de cohesión y la depositada de las decisiones finales. Estas familias enfrentan actualmente numerosos retos para gozar de una participación plena dentro de la compleja sociedad estadounidense. La necesidad de satisfacer ciertos requerimientos básicos impuestos por el estilo de vida, las convierte en objeto de presiones de diversa índole. Se han identificado cinco fuentes específicas de tensión sobre la familia mexicano-estadounidense: 1. El idioma. Ha habido un gran interés por parte de las familias mexicanoestadounidenses por conservar el dominio del español. Sin embargo, el sistema legal hace un claro énfasis en la promoción del inglés como el único idioma aceptado. Los niños aprenden el inglés con mayor rapidez que los adultos y se convierten en instrumentos de comunicación. Sin embargo, niños bilingües o básicamente angloparlantes generan tensión interna en hogares dirigidos por padres cuyo principal idioma es el español. 2. Segregación por edad de los individuos en la familia anglosajona. En Estados Unidos se promueve la interacción entre personas de edad semejante dentro y al margen de las actividades familiares. Ello provoca que la socialización pase de ser una acción básicamente familiar a un suceso ajeno a la familia, lo que requiere un grupo de compañeros y la necesidad de reforzar las actividades en grupos ya sean escolares, del vecindario, de la iglesia, etcétera. Las familias tratan de que sus miembros participen en actividades de la comunidad sin alejarse de la dinámica interna que apareja la responsabilidad de cuidar y acompañar a los niños pequeños y a los ancianos. 3. Búsqueda de la movilidad social estadounidense. Dicha tendencia pone énfasis en el desarrollo de las capacidades individuales, lo que entra en conflicto con el apego de las familias mexicano-estadounidenses al valor de la cooperación. Esta tradición es, sin embargo, uno de los elementos básicos en la cohesión interna del grupo mexicano estadunidense. 4. La veneración hacia la juventud de la cultura estadounidense. Dicha característica ideológica entra en contradicción con la creencia latina en el valor personal, independientemente de la edad. Se genera un enfrentamiento entre la tradición de respeto a los mayores y su calidad de consejeros morales y el impulso de integrarse a la cultura

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anglosajona que enaltece modelos de conducta ubicados por lo general dentro de un marco juvenil. 5. Autosuficiencia del individuo según la tradición estadounidense. Dicha ideología entra en conflicto con la concepción de la vida como un evento cíclico que permite al individuo integrarse a un proyecto global. Según la postura anglosajona la vida es una progresión lineal en donde lo más importante es el éxito individual de la persona. Las familias mexicanoestadounidenses tratan de combinar ambas posturas para conservar su carácter intrínseco sin dejar de ser competitivas y aceptadas en la dinámica social de Estados Unidos. Otra fuente de tensión social sobre estas familias es su enfrentamiento cotidiano con el racismo y la segregación. Existen prejuicios contra el sector, generalmente relacionados con el bajo nivel socioeconómico en el que viven algunos de sus miembros y con sus características sociales. Otro elemento que impide la organización más eficiente para lograr un ascenso social es la llegada permanente de nuevos inmigrantes. Ello fragmenta y debilita las posibilidades de cohesión social y económica. Además es un elemento que provoca ataques sobre los mexicanos estadunidenses, acusándolos de ser un factor que interfiere con el funcionamiento armonioso de la sociedad estadounidense. Es un reto para las familias mexicano-estadounidenses actuales, participar de forma efectiva y exitosa en la sociedad sin sacrificar sus tradiciones propias. Algunas familias nucleares han optado por romper con su familia extensiva y dar menos peso a relaciones extra familiares como el compadrazgo. Esto aparentemente las acerca al modelo típico estadounidense pero el precio es el aislamiento y la carencia de una red de apoyo familiar, social y aun económico, así como la pérdida irrevocable de su idioma y su identidad. En otros casos, las familias incorporan elementos positivos a su dinámica propia. Por ejemplo, la segregación de los papeles en el hogar ha disminuido y cuando las esposas tienen empleos remunerados pueden aspirar

a una mayor participación en las decisiones. Se promueve también que los niños sean formados dentro de un marco educativo plenamente bilingüe que les permita identificar sus derechos de ciudadanos estadounidenses sin entrar en conflicto con sus orígenes mexicanos. La combinación equilibrada y efectiva 54

de ambas tradiciones culturales es la clave del éxito y de la supervivencia de familias con identidad y conciencia plenas.

La familia judía La llegada de los judíos a Estados Unidos estuvo organizada en tres grandes migraciones. La primera, procedente de España y Portugal; la segunda, originaria de los reinos y estados alemanes, y la más reciente, de judíos provenientes de Europa Oriental. Los tres movimientos migratorios fueron simultáneos en ciertos momentos. Cada uno de ellos aportó distintos patrones culturales al sector judío estadounidense. Los judíos compartían desde antes de su establecimiento en Estados Unidos ciertas características que les fueron de gran utilidad a su llegada a Norteamérica. Entre estos rasgos encontramos “seguridad en los valores urbanos, un énfasis en el racionalismo y en el logro”. La familia judía actual es fácilmente identificable pues aún se promueven algunos valores judíos comunes, independientes del tipo de vertiente a la que esté inscrita la familia. La promoción de dichos valores ha permitido a los judíos estadounidenses conformar un grupo social muy cohesionado y con una gran capilaridad social. Los judíos combinan en su institución familiar una gran tendencia a reforzar los lazos familiares con un alto interés en el desempeño individual. A diferencia de otras minorías, los padres judíos alientan a sus hijos a superarlos tanto en el plano social como en el económico. Es motivo de orgullo para los padres que sus hijos tengan acceso a un nivel de vida superior al suyo. En otras minorías los padres conciben el éxito de sus hijos como una amenaza a la autoridad patriarcal ya la cohesión interna del grupo. Los judíos, en cambio, están dispuestos a grandes sacrificios que permitan el progreso de sus hijos. La endogamia es otra de las características de la familia judía. Es muy poco común que los judíos se casen fuera de su comunidad. Es doblemente probable que sean hombres quienes se casen fuera de su grupo. Cuando el padre en un matrimonio mixto es judío, es posible que los niños sean educados como judíos. Cuando la madre es judía es casi inevitable que los hijos sean integrados al sector judío. Los judíos mantienen fuertes vínculos tanto con sus familiares cercanos como con los miembros de la familia extensiva. Este interés por promover los lazos internos de la comunidad es evidente en lo frecuente de las visitas e intercambio de servicios entre familiares. Las funciones del padre y de la madre judía están bien definidas. El padre es el proveedor material, el guía espiritual y la base de autoridad. La madre controla la economía doméstica y participa activamente en actividades económicas si no tiene otra opción. Antiguamente la educación era distinta entre hombres y mujeres. Los primeros aprendían, además del inglés y del yiddish —dialecto alemán base del idioma común de los judíos—, a leer, escribir y hablar hebreo. Las mujeres, por su parte, además del inglés, solamente hablaban y escribían en yiddish. Un estereotipo que se ha manejado en relación con la familia judía es el de la madre. A la madre judía se la define como la “madre tradicional que busca en sus hijos, en lugar de su marido, simpatía y satisfacción psicológica”. Sin embargo, más que a una realidad ello responde a que: “Los hijos y las hijas judío-estadounidenses de la segunda generación han tenido una 55

representación desproporcionada en las industrias de la comunicación y entretenimiento. Han retratado a sus madres como manipuladoras que crean sentimiento de culpa, en novelas, obras de teatro, películas y literatura académica. La tasa de divorcio entre los judíos es menor que la de los católicos y protestantes. Sin embargo hay una proporción directa entre el divorcio y el nivel de educación. Mientras mayor acceso tiene un judío a la educación, es más probable que se divorcie. Otra característica importante entre los judíos es su baja natalidad. Ello es un rasgo propio de grupos que promueven la capilaridad social y la competencia económica. Buscan que sus hijos sean una ventaja y no un lastre en su ascenso. Una consecuencia de ello es que conocen y recurren a los métodos anticonceptivos más eficientes. Los de clase social más baja tienen una tasa de natalidad mayor que sus contrapartes de la clase alta, pues desconocen los métodos anticonceptivos y no recurren a ellos.56 Otra causa de la baja natalidad entre los judíos es que la edad en que contraen matrimonio es más alta que la del resto de la sociedad estadounidense. Posponer el matrimonio algunos años es otra forma en que promueven el ascenso social. El sector judío cuenta en la actualidad con una gran cohesión interna. Si bien es cierto que no todos viven en la abundancia material, lo que resulta evidente es su impulso ascendente en los planos económico y social. El control y la adecuación de su institución familiar para el alcance de metas a largo plazo imprimen gran dinamismo y movilidad a la comunidad. La familia judía es la base de la organización del grupo y es la vez el instrumento que le permite una participación exitosa y un prometedor futuro dentro de la sociedad estadounidense.

La familia y los medios de comunicación Los medios de comunicación en Estados Unidos enfrentan actualmente un conflicto. Por un lado tienen la presión y el compromiso de promover el modelo de familia nuclear tradicional, pues éste es concebido como indicio de una sociedad saludable. Por otro, no pueden permanecer ajenos e inmunes a la fuerza de los modelos familiares diferentes al tradicional. Si desean que el público se identifique con su producción al observar en ella características de su propia realidad, están obligados a incorporar modelos familiares no tradicionales. Ello responde a “que se dio una temprana alianza entre las televisoras y los patrocinadores comerciales para convertir a la televisión en un instrumento doméstico dirigido a audiencias formadas por unidades familiares”. La familia es un tema recurrente en la producción de programas seriados en la televisión desde la década de los cincuenta, cuando el televisor se convirtió en un elemento básico de la vida estadounidense. Sin embargo la familia representada en las comedias de finales de los años cincuenta y principios de la década de los sesenta era muy optimistas respecto al devenir de la institución. Estos programas concebían a la familia como una aventura sana y libre de conflictos. El pasado y el futuro se encontraban unidos en un eterno presente en donde los padres se aman y respetan tanto entre sí como a sus hijos. Éstos debían crecer e ir a la universidad, replicando de forma casi idéntica la vida de sus padres sólo que en mejor posición económica.

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El desajuste interno de la institución familiar a finales de la década de los sesenta tardó en ser reflejado en programas específicos. Daba la idea de que las series televisivas ignoraban intencionalmente las explosiones sociales. Mientras la sociedad vivía momentos de violencia y angustia provocados por la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles y un choque generacional, la familia en pantalla comenzaba a vivir en un mundo irreal e inexistente que más que predicar una forma de vida provocaba suspiros de nostalgia por una época ya imposible de recuperar. En los años que siguieron al Movimiento de los Derechos Civiles, la televisión se esforzó en complacer las demandas de algunos grupos. Por ejemplo, como la liberación femenina cuestionaba la compatibilidad de la familia tradicional con la emancipación femenina, y al tomar en cuenta que las mujeres son consumidoras potenciales y permanecen en el hogar más tiempo que los hombres, por lo que forman la audiencia más importante, se crearon programas con tendencias feministas, en que los argumentos giraban alrededor de un personaje femenino. Durante la década de los años setenta, la familia promovida por los medios reflejaba ya cierta medida de conflicto interno, pero para la década de los ochenta ya había un nuevo pacto entre la sociedad y el gobierno respecto a qué tipo de modelo familiar debía ser el promovido a nivel doméstico, en lo que parecía un regreso a los “valores básicos” (menos intervención gubernamental en los asuntos familiares y un reforzamiento de la autoridad paterna sobre los jóvenes). Sin embargo se dio entonces el conflicto de que si bien era claro cuál era la familia ideal, no se podía ignorar la existencia y la proliferación de modelos familiares no tradicionales que demandaban ser replicados en pantalla a fin de que los espectadores se identificaran con ellos. Para los políticos tradicionalistas, que se promueven como defensores de la familia típica, la inclusión de modelos familiares distintos al supuestamente legítimo es objeto de crítica. A sus ojos la obligación de los medios de comunicación es reforzar los valores característicos del estilo de vida estadounidense. Como ejemplo de lo anterior basta recordar la furiosa crítica del vicepresidente Dan Quayle (1988-1992) contra “Murphy Brown”, exitosa ejecutiva representada por Candice Bergen en la serie del mismo nombre, que se convierte en madre soltera. Quayle, al enterarse de ello, declaró: La familia es importante y el fracaso de la familia está lastimando profundamente a América. Los niños necesitan amor y disciplina. Necesitan padres y madres. Un cheque de asistencia social no es un esposo. El gobierno no es un padre. [...] Tener hijos de forma irresponsable está, simplemente, mal. [...] No ayuda a las cosas el que Murphy Brown —un personaje que supuestamente muestra el epítome de la mujer de hoy, inteligente y bien pagada— se burle de la importancia de los padres teniendo un hijo soltero y lo defina como tan sólo otro estilo de vida. Las declaraciones de Quayle causaron gran alarma. Se criticó el hecho de que el gobierno promoviera los programas de pro-vida y que uno de sus miembros atacara al personaje que optó por la maternidad sobre el aborto. La solución de Quayle de que las familias se basaran en un sólido compromiso de responsabilidad se consideró simbolista y fuera de contexto. Lo que resultó evidente de todo el incidente fue la reacción de los grupos tradicionalistas ante la inclusión de modelos de familia atípicos en las comedias. Aquello que

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sucediera en otro tipo de programa no tenía mayor importancia, pero la comedia como promotora de los valores inherentes al estilo de vida estadounidense, debía ser protegida. En muchas familias reunirse para ver las comedias es una obligación casi sagrada. Los medios masivos de comunicación, sobre todo la televisión, difunden de forma cotidiana diferentes modelos familiares. Esta difusión responde a la demanda de familias atípicas o de minorías de verse representadas y así ser parte formal de la cultura estadounidense global. Por ejemplo el Cosby Show El Show de los Cosby, con el cómico BilI Cosby presenta a una familia negra, los Huxtable, en la cual ambos padres son profesionistas, gozan de un buen nivel de vida y poseen una casa de dos pisos probablemente ubicada en un suburbio, lo que nos permite ubicar a la familia dentro de la clase media alta. La familia Huxtable exuda salud, energía, estilo, siempre rodeada por la evidencia material de su éxito. En esta serie la comunidad negra tiene su propia dinámica y es autónoma en cuanto a la satisfacción de sus demandas económicas y sociales. No requiere en lo más mínimo de la aprobación, apoyo o presencia del sector blanco de la población. De hecho, “los Huxtable tienen amigos pero no se muestra su posición dentro de un vecindario específico. Tampoco se menciona su vida pública, excepto su desempeño profesional que parece controlado por un piloto automático”. Buena parte de los argumentos exploran de forma jocosa los conflictos de los padres con sus cuatro hijos, tres adolescentes y una niña más pequeña para “brindar a los miembros de la familia y al espectador, una enseñanza y una lección de adiestramiento social”. Otra serie, Family ties (Lazos familiares), como su nombre lo indica, exalta y difunde el valor de los vínculos familiares. Al igual que en el “Cosby Show”, la familia es encabezada por un matrimonio de profesionistas exitosos. Los padres, que se conocieron y casaron en la época hippie, se enfrentan al materialismo y al individualismo de sus hijos durante la década de los años ochenta. Otras series muestran grupos familiares menos tradicionales y es precisamente esta característica la que da pie a numerosos argumentos. En Who’s the boss (Quién es el jefe?), una ejecutiva divorciada con un hijo contrata a un viudo con una hija para hacerse cargo de la administración del hogar. En este caso una familia no intacta incorpora en su dinámica, a partir de una relación laboral, los elementos necesarios para acercarse a la familia tradicional. Además los papeles típicos del hombre como proveedor y de la mujer como protectora del hogar se invierten. La mujer es la encargada de mantener el hogar, en términos económicos, mientras que el hombre se hace cargo de la organización de las faenas domesticas. En otra serie, “My two dads” (Mis dos padres), una adolescente convive con dos figuras paternas pues ambos hombres se disputan su paternidad. En este caso es evidente la ausencia de la figura femenina, lo que se aprovecha para generar situaciones complicadas e hilarantes para el espectador. Los altos ejecutivos de la comunicación conocen la fórmula para un programa televisivo exitoso. Los mismos elementos se mezclan una y otra vez en diferentes programas, pero encaminados, en su conjunto, a preservar ciertas pautas de conducta. Las cadenas televisivas desean padres y madres bien parecidos y en los últimos años de la treintena para atraer a los baby boomers. Deben tener algo de dinero porque los espectadores gozan viendo posesiones materiales atractivas. Sin embargo, no deben ser demasiado ricos, porque entonces las personas ya no se identifican con los personajes. Si la hija adolescente

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empieza a tener citas, el tema es atractivo para adolescentes hombres y mujeres. Debe haber un jovencito retador [...] pues los jovencitos adoran ver a un jovencito que se sale con la suya [...]; debe haber además un pequeñín negro en los alrededores porque los ancianos y los niños negros adoran a los chiquillos negros. Y no sobra, por supuesto, un perro grande y peludo.64 Otros géneros de programas no tienen la presión y el compromiso de la comedia de mantener y promover valores tradicionales. Se los concibe como totalmente alejados de la realidad. Sin embargo, si bien están lejos de ser realistas, ello mismo les permite incorporar elementos peligrosos para la salud y popularidad de la comedia. Divorcios, adulterios, adopciones y nacimientos fuera del matrimonio dan vida a los argumentos de los llamados soap operas (seriales permanentes semejantes a las telenovelas pero con varias tramas simultáneas y sin desenlace definitivo). En este caso la difusión de modelos familiares ha permitido a dicho género desarrollar argumentos intrincados y confusos. Sin embargo, a diferencia de las comedias vespertinas, no están consideradas como promotoras o defensoras de valores sociales o familiares. La familia también es objeto de culto de algunas publicaciones como el Ladíes ‘Home Journal y el Goodhousekeeping (este último se empezó a publicar en Estados Unidos en 1885; en México su equivalente, Buenhogar, entró en circulación en marzo de 1966). Estas publicaciones. Refuerzan los valores intrínsecos de la familia. Flan tratado de adaptarse a las nuevas condiciones e incluyen artículos dirigidos a madres y esposas que trabajan. También buscan aconsejar a las lectoras en temas relacionados con conflictos familiares como la violencia doméstica, el alcoholismo, la drogadicción y los problemas conductuales de sus hijos. Estas publicaciones dirigidas a las amas de casa de la clase media estadounidense enaltecen y prolongan el culto a la domesticidad y recuerdan a la mujer que, por importante que sea el trabajo, la profesión o el éxito individual, nada se puede comparar ni es tan legítimo como el desempeño de la mujer como esposa y madre. La publicidad en ambas publicaciones responde a su enfoque. Se anuncian numerosos artículos de consumo doméstico, ya sean alimentos o aparatos. Otros géneros de comunicación como el cine y el teatro muestran mayor independencia respecto a las presiones para promover cierto modelo familiar o atacar algún estilo de vida. Sin embargo, los medios de comunicación que forman parte de la vida cotidiana de los estadounidenses, como son los programas de televisión y las revistas periódicas, son y serán en el futuro un instrumento de inigualable valor para individuos o instituciones deseosos de llegar a un público masivo y de hacerlo partícipe y colaborador activo en el mantenimiento y promoción de ciertos valores.

Epílogo Como es posible observar, la institución familiar de Estados Unidos ha recorrido un largo camino desde la época colonial hasta nuestros días. Se ha trasladado del campo a la ciudad, ha variado su tamaño y las funciones internas de sus miembros. Ha redefinido, en un complejo proceso histórico, su relación con la sociedad y con el individuo. Poco queda actualmente de aquella familia que incorporaba aprendices y jornaleros. La familia ha dejado de ser una entidad de producción. De hecho, su valor radica actualmente en ofrecer a los individuos, desamparados en un mundo incierto y obligado a enfrentar de forma cotidiana presiones laborales, 59

un refugio de paz y afecto. Se ha convertido en una institución sagrada, cuyos frágiles vínculos se sustentan en los lazos afectivos y emocionales. La sociedad estadounidense ha creado, para su propia sorpresa, modelos familiares que no responden a lo que se considera tradicionalmente como el típico modelo familiar, el nuclear blanco de clase media. La inmigración, la industrialización y la transformación de la sociedad han dado los elementos para la aparición de formas familiares ajenas a dicho modelo nuclear. Las minorías demandan el reconocimiento y respeto a su tipo de familia. Para ello conquistan espacio en los medios de comunicación en un esfuerzo por legitimar su herencia cultural dentro de la pluralidad estadounidense. La familia se ha modificado de forma irreversible. Los estadounidenses ven con nostalgia el pasado. Este surge ante sus ojos como una época dorada en que la sociedad no era tan compleja, los hijos anhelaban imitar la vida de sus padres y las funciones internas de los miembros de la familia no eran fuente de conflicto, pues estaban claramente definidas. La condición dialéctica de la familia le impide dar marcha atrás. Su transformación es un proceso cotidiano que redefine constantemente su naturaleza, funciones y condición. La familia incorpora elementos a fin de responder a las demandas de la sociedad. Se ha creado un mito alrededor suyo a fin de que se le rinda culto y de que se la reconozca como el barómetro indiscutible de la salud social. La familia en Estados Unidos no es ya una institución típica. De hecho, su característica más importante en la actualidad es lo muy atípico de su naturaleza. La familia nuclear tradicional que era promovida como la base sobre la que descansaba el sistema institucional estadounidense ha dejado de ser el modelo generalmente aceptado. En la actualidad compite con otro tipo de familias que aun cuando no se le asemejan no dejan de responder a la trayectoria histórica específica de algunos sectores. Un ejemplo de lo anterior son las parejas homosexuales que han ganado, en varios estados, el derecho de adoptar o conservar hijos y criarlos a su parecer. La sociedad de Estados Unidos, en general, aún no se reconcilia con la aparición de modelos familiares ajenos al tradicional. Ve en ellos un peligro y una amenaza para su sistema institucional. Para algunos elementos de la sociedad, la proliferación de dichos modelos afectará de forma irreversible su estilo de vida. Aún se desconfía de los rasgos familiares de las minorías. Se recurre a los medios de comunicación en un desesperado intento de recuperar, al menos en la ficción, un pasado que, comparado con el presente, resulta reconfortante y acogedor. Las demandas de esta compleja sociedad no han de disminuir en los próximos años, La familia tomará nuevas formas a fin de permanecer como una institución vigente. Estados Unidos y su sociedad enfrentan el reto de reconciliarse cotidianamente con una realidad plural que, con sus ricos matices, imprime un sello característico al pueblo estadounidense..

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