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VI NCE NZO ZACC H I RO L I (" Ri v i s ta d i Pa s to ra l e L i tu rg i ca " ) "La dignidad de la Palabra de Dios exige que haya en la iglesia un lugar apto desde el que sea anunciada y hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, espontáneamente se dirija la atención de los fieles. Conviene que tal lugar generalmente sea un ambón fijo y no un simple facistol movible...". Con estas palabras y otras más, la Ordenación General del Misal Romano, No. 272, da gran importancia al lugar de la proclamación de la Palabra. Palabra que en la liturgia significa presencia de Dios, anuncio y cumplimiento de su mensaje de salvación: "Cuando en la Iglesia se lee la Sagrada Escritura, Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio. Por esto las lecturas de la Palabra de Dios deben ser escuchadas por todos con veneración" (IGMR 9). El lugar debe ser de tal modo que todos, adultos, pequeños, ancianos, puedan escuchar atentamente, y más que atentamente, con veneración. Pero el lugar no basta. La atención debe permanecer vigilante durante todas las lecturas que a menudo son largas para nuestros tiempos de atención y a veces difíciles de seguir, privadas de cualquier otro soporte, musical o visual que ayude a la facultad imaginativa. Quien tenga experiencia del mundo infantil sabe qué difícil es para cualquiera, hoy, mantener activa la atención con la sola palabra. No es competencia del que escribe indagar las causas, mirar si esto depende de la experiencia narrativa y al mismo tiempo la sobreexposición a otro tipo de mensaje, sobre todo de carácter visual y musical; otros lo han hecho. En cambio interesa el tenerlo en cuenta para motivar con un argumento más y de importancia esencial la necesidad de que quien "presta" la voz a la "Palabra" esté, siempre que se pueda, en posesión de las capacidades que faciliten la escucha y la asimilación de la Palabra misma. La dicción ¿Es importante una buena dicción? Si por dicción se entiende sobre todo una clara articulación de las palabras, creemos desde luego que sí. Si, en cambio, se piensa en ciertos refinamientos necesarios en otros contextos, en el teatro por ejemplo, no siempre. La Palabra está destinada a todos y puede resonar con dignidad aun si está viciada por cierta cadencia que haga adivinar inmediatamente la proveniencia regional del lector. Si además el que lee tiene una clara pronunciación de la lengua, mucho mejor, pero a lo que no se puede renunciar es a la comprensibilidad. El cardenal Lercaro, de venerada memoria, al que la reforma litúrgica debe mucho, definía la liturgia de la Palabra, en los primeros años de la renovación preconciliar, "escuela de los discípulos de Jesús". La especial situación de la
proclamación de la Palabra de Dios en la misa o en general en las celebraciones litúrgicas está, en efecto, muy cercana a la de una escuela, la del lector, a la del maestro o a la de aquel alumno a quien el maestro escoge para que lea a los demás. Y la primera característica de quien lee para los demás es la de poner a los demás en capacidad de entender, lo que más arriba hemos definido como comprensibilidad. Pero para hacerse entender es necesario antes haber entendido y para hacerse oír es necesario primero haber oído. En todo caso, por lo tanto, aun para un buen lector, laico o sacerdote, se impone primero una cuidadosa lectura silenciosa, para entender a fondo el contenido, para entrar en sintonía. Y luego, pero sólo luego, vienen otros aspectos técnicos, no despreciables sin embargo: el volumen y el tono de la voz, el uso del micrófono, los apoyos y acentuaciones, las palabras clave, la puntuación vocal, el ritmo, las pausas, la respiración... Leer en público significa también hacerse oír. El que está encargado de proclamar la Palabra debe primero estar convencido ante todo de no leer para sí mismo, que ese no es el momento de la meditación personal. Por lo mismo debe físicamente, además de psicológicamente, disponerse, a fin de solicitar la atención del auditorio. Es difícil dar indicaciones precisas sobre el volumen, porque todo está medido por la posibilidad o no de servirse del micrófono, el cual obviamente debe ser usado sólo cuando lo requieren las dimensiones del lugar o la distancia del auditorio. Cuando el lector está bien preparado, no le es difícil desprender por un momento la mirada de la página y dirigida al auditorio. Esto reclama inconscientemente, casi magnéticamente, la atención hacia el lector e, indirectamente, sobre los hechos o sobre las palabras que dice. Pero para no perderse, es necesario haber leído el trozo con anticipación, al menos una vez. El tono reclama la atención. Muy a menudo sucede escuchar trozos leídos con una voz monótona y cantilenante, como una especie de triste anuncio de desgracias. La Escritura es Palabra del Padre; el evangelio, en especial, es buena noticia. El que lee debería ser consciente de ello y transmitir esta conciencia y esta alegría a todos los presentes.
E l mi cró f o n o El uso del micrófono es muy sencillo, primero por el alto nivel de perfección técnica al que se ha llegado en estos instrumentos; segundo, porque todos lo hemos usado, al menos el del teléfono, y el micrófono ya no debe espantar a nadie. Alguna atención a la distancia de los labios, que habría que haber verificado ya antes, no debe de faltar. Si el lector oye que su voz retruena, hará bien en alejarse ligeramente. Si, por lo contrario, no escucha resonancia, deberá acercarse algo más o aumentar el volumen. Además, el micrófono amplifica todo, hasta la respiración, las palabras susurradas, y tiene una especial sensibilidad a
la letra "p" o a la "q", que a veces, según como sean pronunciadas, pueden oírse como una pequeña explosión. Se dice que "dispara". Si no se logra eliminar este defecto, aligerando la fuerza con la que se pronuncia, es útil ponerse ante el micrófono, más que de frente, en diagonal. Dar "color" al texto Al leer, evidentemente, se tiende a dar especial relieve a algunas palabras más que a otras, como para subrayarlas. Por ejemplo, en un trozo como éste: "En aquellos tiempos, caminó Elías por el desierto un día entero y finalmente se sentó bajo un árbol de retama, sintió deseos de morir y dijo: 'Basta ya, Señor. Quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres'. Después se recostó y se quedó dormido" (1Re 19,4-5). Examinemos la frase dicha por Elías en el momento de desánimo. Puede ser leída subrayando las palabras "no valgo", que son pronunciadas más lentamente y con mayor vigor, o si no, subrayando las palabras "más que mis padres". El significado no cambia en la sustancia, pero la primera opción lleva a captar a un hombre que reconoce su incapacidad, la segunda opción en cambio pone el acento en una cualidad no adquirida. Hay además, en cada lectura, palabras que por ellas mismas valen todo el trozo, ya sea porque en ellas está prácticamente encerrado el significado, ya porque son palabras, locuciones, frases enteras muy conocidas y de gran peso para todos; valga por todas un solo ejemplo tomado del evangelio de san Juan: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6,51). Es necesario siempre encontrar el modo de valorizarla en el modo justo. La puntuación Una buena regla para leer expresivamente, la aprendimos todos en la escuela primaria: respetar la puntuación. No es sino el primer paso para llegar a hacer una lectura expresiva. Una lectura que se cuide de respetar escrupulosamente la puntuación puede resultar sumamente monótona, hasta aburrida. En tal ocasión, puede ser útil acelerar inmediatamente después de un punto, puede ser necesario alargar un poco más de lo debido las pausas señaladas con la coma, puede ser válido introducir una pausa no señalada gráficamente para aislar y dar mayor relieve a una expresión, a una palabra, a un pensamiento. Una lectura que usa en estos tiempos, estos expedientes en forma casi exagerada y en un contexto muy diferente, es la de los locutores radiotelevisivos que hacen así muy coloquiales y
1[ 2
] Ex mucho más agradables sus intervenciones1 ce pto las pre se nta dor as de los not ici ero s de nu est ro paí s, qu e grit an co mo lor as y ¡¡h abl an co mo reg añ an do al oy ent e!!
[2] . Con esto, quede claro, no se
quiere decir que ese estilo sea apto para una lectura litúrgica. Se ha hecho alusión a él para aclarar mejor el concepto. Pensar en lo que se lee Con todo, no existen sólo las lecturas que aunque se lean periódicamente, llaman más fácilmente la atención de los asistentes hasta por razón de su variedad. Hay partes de la Misa o de las otras celebraciones que se repiten constantemente. La oración eucarística por ejemplo. En los primeros años de la reforma nos fascinaron las nuevas formulaciones, después ha sucedido que muchos sacerdotes no utilizan prácticamente la posibilidad de variar los textos y siempre usan los mismos. Estos, por fuerza, entran al oído, se aprenden casi de memoria y sucede que el pensamiento de quien escucha (y tal vez también de quien lee) anda en otro lado. La lectura de la oración eucarística y del prefacio o de cualquier otra fórmula de tipo repetitivo presenta problemas en parte diversos de los ya evidenciados. El más importante es la concentración de quien lee. Si lee concentrado en el contenido, en estos casos muy conocido, es luego más fácil aportar espontáneamente algunas variaciones de tono, de ritmo, evitando que los presentes acaben por prever, o mejor, presentir, más allá de las palabras, los tonos, las cadencias, las pausas, los subrayados del celebrante. La lectura de las partes fijas o variables de la Misa no es, desde luego, cosa secundaria. Los sacerdotes, desde el momento que llevan el papel principal, son ciertamente los primeros en deber cuidar también bajo este aspecto su preparación a la misa dominical. Los lectores laicos deben ser advertidos con tiempo suficiente para que puedan prepararse, anotando, si es necesario, las pausas y los apoyos. ¿No serán necesarias unas clases para los lectores?
EL BUEN SERVICIO DEL LECTOR Y DEL SALMISTA Celebrar la Liturgia de la Palabra, CPL, Dossier No. 70, 72-75. En nuestras misas, una parte muy importante son las lecturas de la Palabra de Dios. Por eso, leerlas bien es un excelente servicio a la comunidad cristiana. Es dar nuestra voz a Dios para que a través nuestro hable a su pueblo. De ahí la importancia de que, en nuestra iglesia, leamos y escuchemos cada vez mejor la Palabra de Dios.
Explica el evangelio de san Lucas que Jesús, al comenzar su predicación, fue el sábado -como era su costumbre- a la sinagoga de Nazaret y "se puso en pie para hacer la lectura" (aquel día leyó un trozo del profeta Isaías), Y que, terminada la lectura, dijo: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír", El lector, en nuestras misas, hace como Jesús en la sinagoga, Y debe procurar hacerlo tan bien como él lo hizo. Así ayudará a que, para todos, lo que leemos no sea como cosa de otro tiempo sino mensaje de Dios para hoy, para nuestra vida. Seis normas fundamentales para una buena lectura 1. Antes de empezar la lectura, coloque el micrófono a un palmo (más o menos) delante de la boca.
2 . Al em p ez ar, NO d eb e l e ers e l o q u e es t á en r o j o (p o r ej em p l o : n o d eb e d e ci rs e "P ri m era l e ct u ra "). Le a co n en t o n aci ó n el t í t u l o d e l a l ect u ra (p o r ej em p l o : Le ct u ra d el p ro f et a Is aí as ), m i re a l o s as i s t en t es y es p ere u n o s s e gu n d o s an t es d e co n t i n u ar. 3 . A l l e e r , t e n g a e n c u e n t a q u e l o m á s i m p o r t a n t e e s n o p r e c i p i t a r s e . L a m a yo r í a de lectores corren demasiado. No se trata de terminar lo antes posible, sino de que los asistentes puedan seguir y enterarse de lo que se lee. 4. Por eso, es necesario hacer caso de las señales de tráfico de la lectura: las comas y los puntos. Las comas son como un "ceda el paso" (una leve pausa) mientras que los puntos son como un "stop" (un pararse un par de segundos). 5. Si antes se ha leído la lectura (mejor un par de veces), sabrá mucho mejor cómo leerla bien. Darle sentido. Facilitar que se entienda. Por ejemplo, en la frase: "Dios no salvó a UN pueblo, sino a TODOS los pueblos de la tierra", subrayar con la voz estas dos palabras clave. 6. Al terminar la lectura, espere unos tres segundos y diga mirando a los as is tentes y c on c ierta s olem nidad (¡es una aclam ac ión! ): PALABRA DE DIOS. Y espere la respuesta antes de irse, sin prisas. Y nueve consejos para mejorar nuestro servicio de lectores Primero. Leerse antes la lectura. Mejor dos veces (una para saber qué dice; la segunda para fijarse en las palabras o nombres que nos puedan resultar más difíciles). Y, aún mejor, leerla en voz alta (así "tropezaremos" con las dificultades y luego las podremos evitar mejor).
S e g u n do . E s d ec is i vo có mo c o me n za mo s l a le ct u r a . P a ra e l q u e l e e y p a r a quienes escuchan. Para quien lee, porque si empieza a acelerarse desde el principio o empieza inseguro, la cosa irá empeorando. Para quien escucha, porque si el principio no se entiende, la atención cae en picado. Tercero. Para que se nos oiga y entienda bien, son importantes dos cosas: la p r i m e ra es n o b a ja r la c a b e za , l a s e gu n d a e s a b r i r má s l a b o ca d e l o h a b i tu a l . Con la cabeza alta, la voz resultará más clara y el tono más elevado (si hace falta, podemos levantar el libro). Abriendo bien la boca, las vocales nos saldrán más redondas y las consonantes más contrastadas. Cuarto. Durante la lectura, nos ayudará el mantener la ilusión en el servicio que estamos realizando (prestamos nuestra voz a la Palabra de Dios y servimos a la comunidad cristiana). Esta ilusión por hacer bien -con sencillez- este servicio, hará que leamos con una tonalidad amable, no agresiva ni hiriente pero tampoco desganada. Porque toda lectura de la Palabra de Dios es una "buena y alegre noticia". Quinto. Conviene leer en el libro del Leccionario, no en hojas diocesanas o misalitos. Porque para eso está el Leccionario (y es dar nobleza a la lectura). y porque su letra es más grande y el texto está mejor distribuido. Sexto. Si nos equivocamos en una palabra -a todos nos puede pasar- lo correcto es detenemos un momento y volverla a decir con calma (pero no hace falta decir "perdón"). Séptimo. Ya que antes de leer en público, nos habremos leído el texto, sabremos si se trata de una narración, una exhortación, una reflexión, etc. Y nos hará ilusión saber atinar en el modo adecuado de leerlo. Por ejemplo, si es una narración, saber distinguir el tono del narrador, el de los diálogos... Si es una exhortación saber leerla con convicción. Atinar en todo eso no es difícil: basta buen sentido y ganas. Octavo. Puede sorprender, pero para una buena lectura son muy importantes los silencios. Los silencios -las pausas- dan luz a las palabras. El lector que sabe respetar los silencios (por ejemplo, en los puntos y aparte) y además los aprovecha para respirar, es casi seguro que se hace escuchar. Noveno. En todo es bueno escuchar la opinión de los otros. Por eso, sería conveniente que las personas que leen habitualmente en cada iglesia, se encontraran para intercambiar opiniones, para hacer algún ejercicio de lectura, etc.
El salmo responsorial El ideal es que el salmo después de la primera lectura se cante. Pero si no se canta, conviene que no lo lea la misma persona que la primera lectura. Con todo, si lo es, debe dejar un espacio de silencio antes de empezar (empalmar ambos textos es quitar sentido a los dos). Al empezar, NO se dice "Salmo responsorial". Lo mejor es que antes de iniciar el salmo, se cante un canto breve (antífona) que se vaya alternando con las estrofas del salmo. El Leccionario incluye una frase que -si no se canta- puede utilizarse como respuesta del pueblo a cada estrofa (la indica con una R. de respuesta). Pero, especialmente en las misas dominicales, es preferible no leerla y que los asistentes no deban repetida. ¿Por qué? Porque lo más importante es que escuchen el salmo y no estar pendientes de esta respuesta. Los salmos son oraciones en forma de poesía. Por tanto, requieren una lectura pausada, sentida. Moniciones antes de las lecturas Suele ser útil, antes de las lecturas (especialmente de la primera y segunda), leer unas breves moniciones o introducciones, que ayuden a los asistentes a situarse para poder entenderlas mejor. Pero estas introducciones no debe leerlas la misma persona que luego hará la lectura. Y -a ser posible- desde otro lugar (el ambón, lugar de la lectura de la Palabra de Dios, no debería utilizarse para nada más), o puede hacerlas también el celebrante.
PARA LOS LECTORES Y SALMISTAS Celebrar la Liturgia de la Palabra,
C P L, D o ss i e r N o . 7 0 , 7 6 - 7 8.
Este es un brevísimo resumen de advertencias para el lector o salmista (se entiende: para el lector o salmista poco versado). Una posibilidad muy práctica y que se ha revelado útil en las parroquias que lo hacen, consiste en tener tres fundas de plástico, tamaño folio en las que meter una fotocopia de la primera lectura, del salmo y de la segunda lectura. En la parte exterior de estas fundas se pueden colocar permanentemente estas a d v e rt e nc i as . As í es f ác i l d i st r i bu i r la s l e ct u r as , a nt e s d e e mp e za r l a mi s a , en t r e
los lectores. (Las lecturas, en su momento, no se leerán de la fotocopia, desde luego, sino del Leccionario: las fotocopias son para la preparación). PRIMERA LECTURA: CONSEJOS PARA EL BUEN LECTOR 1. Leerse la lectura antes de empezar la misa. Leerla dos veces: una para entenderla, la segunda para fijarse en las palabras o frases que puedan ser más difíciles de leer en público. 2. Hay que subir al ambón cuando todos se hayan sentado. 3. Hay que leer del leccionario (no de la hoja, que haréis bien en dejar en el banco). 4. Colocad el micrófono a la altura de la boca. 5. Comprobad que el micrófono está abierto. 6. Las palabras escritas en rojo no hay que leerlas. 7. Después de leer el título de la lectura ("Lectura de... "), hacer dos segundos de silencio. 8. Leer m uy poc o a poco ( ¡e xageradam ente, ya que s iem pre leem os con pris as! ). No comerse las "comas", respirar en los "puntos". 9. Al acabar la lectura, dejar tres segundos de pausa; decir, mirando a la gente: "Palabra de Dios"; aguardar desde el ambón la respuesta de la asamblea: "¡Te alabamos, Señor!"; y volver al sitio. 10. Después de la misa, por favor, devolved la hoja a la sacristía. ¡GRACIAS PO R VUES TRO SERVICI O! SALMO RESPONSORIAL: CONSEJOS PARA EL BUEN SALMISTA 1. Leerse el salmo (que es un poema) antes de empezar la misa. Leerlo dos veces: una para captar el sentido, la segunda para fijarse en las palabras o frases que puedan ser más difíciles de leer en público. 2. Hay que subir al ambón cuando se haya sentado el lector de la primera lectura. 3. Hay que leer del leccionario (no de la hoja, que haréis bien en dejar en el banco)
4. Colocad el micrófono a la altura de la boca. 5. Las palabras escritas en rojo no hay que leerlas. No se dice, por tanto, "Salmo responsorial", sino que se empieza con el canto de la antífona. 6. La estructura del salmo es la siguiente: - el cantor canta la antífona (que puede o no coincidir con la propuesta por el leccionario) - todos la repiten - el salmista lee la primera estrofa - todos vuelven a cantar la antífona - el salmista lee la segunda estrofa, etc. 7. Leer m uy poc o a poco ( ¡e xageradam ente, ya que s iem pre leem os con pris as! ). 8. Al acabar la última estrofa, cantad con toda la asamblea, desde el ambón, por última vez la antífona, y volved a vuestro sitio. 9. Después de la misa, por favor, devolved la hoja a la sacristía. ¡GRACIAS PO R VUES TRO SERVICI O! SEGUNDA LECTURA: CONSEJOS PARA EL BUEN LECTOR 1. Leerse la lectura antes de empezar la misa. Leerla dos veces: una para entenderla, la segunda para fijarse en las palabras o frases que puedan ser más difíciles de leer en público. 2. Hay que subir al ambón cuando se haya terminado el canto del salmo responsorial. 3. Hay que leer del leccionario (no de la hoja, que haréis bien en dejar en el banco). 4. Colocad el micrófono a la altura de la boca. 5. Las palabras escritas en rojo no hay que leerlas. 6. Después de leer el título de la lectura ("Lectura de..."), hacer dos segundos de silencio.
7. Leer m uy poc o a poco ( ¡e xageradam ente, ya que s iem pre leem os con pris as! ). No comerse las "comas", respirar en los "puntos". 8. Al terminar la lectura, dejar tres segundos de pausa: decir, mirando a la gente: " ¡Palabra de Dios! "; aguardar desde el am bón la res pues ta de la as am blea: "¡Te alabamos, Señor!"; y volver al sitio. No os quedéis para leer el versículo del evangelio: eso sería tarea del encargado de los cantos. 9. Después de la misa, por favor, devolved la hoja a la sacristía. ¡GRACIAS PO R VUES TRO SERVICI O!
LA LECTURA EN PÚBLICO Bulletin National de Liturgie, No. 52, nov.-dec. 1975. Traducción del francés. Leer la palabra de Dios en la asamblea es un servicio que se presta. Querido lector: de Usted y de la calidad de su lectura depende que toda la asamblea reciba lo que Usted lee como palabra de Dios, ya que cuando escuchamos un texto de la Escritura, es Dios mismo quien habla y a quien se acoge. Por eso la lectura litúrgica no se puede improvisar: se necesita un mínimo de preparación técnica. Sobre todo, hay que amar el texto que se va a leer, amar a aquellos a quienes se les va a proclamar la Palabra, y creer en el Espíritu que habla más allá de las palabras. Algunos elementos de técnica La palabra es un instrumento Para expresar la vida de un texto, se deben conjugar estos tres componentes esenciales: L a v o z: c a d a u n o t i en e s u p ro p ia t o n al i da d pe r so n a l ( l la m a da “medio”), que es su voz natural y verdadera. En torno a este medio, la voz puede ir del tono grave al agudo, expresando así toda la gama de sentimientos humanos. Un buen ejercicio consiste en seleccionar algunos textos de diverso tipo: cómicos, tristes, ligeros, serios, profundos… para ejercitarse en encontrar la “voz” que conviene a cada uno de ellos. De este modo aprenderemos también a encontrar la “voz” que conviene a diferentes textos litúrgicos: cuando se ha encontrado la “voz” apropiada, hay que atenerse a ella. (N.B. No se trata aquí de un tono monocorde o monótono: ver más adelante el párrafo “Proclamar la lectura”, 4).
b)
L a p r o yecci ó n : s e l l am a as í a l a d is t an ci a a l a q u e el o rad o r o l ect o r “en v í a ” o p ro ye ct a s u p al ab ra. Ha y q u e ej er ci t ars e en p ro ye ct a r u n m i s m o t ex t o a 6 , 1 0 , 2 0 m et ro s d e d i s t an ci a , d e m o d o q u e s e p u ed a d o m i n ar l a p ro ye cci ó n en fu n ci ó n d el t ex t o , d e l a as am b l ea, d el l u gar. N. B. El u s o d el m i cró fo n o NO d eb e s u p ri m i r l o s m at i ces d e p ro yec ci ó n , q u e co n t ri b u yen a d ar v i d a al t ex t o .
c)
El r it mo : es l a vi d a d el t ex t o - ¡ y p arad ó j i c am en t e es el gran o l v i d ad o ! Es p o r m ed i o d el ri t m o co m o s e p u ed e es t r u ct u r a r b i en el t ex t o .
Aquí tienes un gran principio: “Si quieres que te escuchen, cállate”. El silencio sirve para resaltar una palabra, una frase o una idea. Para subrayar una palabra, no hay que “apoyarse encima”, sino marcar un tiempo, una ligera pausa, antes de la palabra que se va a resaltar (y si se quiere insistir: pausa antes y después de la palabra). Esta pausa se usará para hacer una pequeña respiración (por la nariz). En una frase, el sentido es dado por el verbo que señala la acción principal. Atención: Siempre hay que respirar (y hacer luego una ligera pausa):
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an t es d el v erb o q u e i n d i ca l a a cci ó n , an t es d e l as v o cal es q u e d an co l o r al i n i ci o d e ci ert as p al ab ras , an t es d e l as ca n t i d ad es , d es p u és d e l as co n j u n ci o n es : a h o r a b i en , ya q u e, en f i n , p o r co n s i g u i en t e, s i n em b a r g o , et c.
Respirar sobre el verbo y la vocal es airear el texto y darle vida. Seguramente se trata de leyes generales, que deben armonizarse con la puntuación; las pausas son menos marcadas dependiendo del sentido del texto y algunas de ellas son imperceptibles. Las pausas, el ritmo y la velocidad dependerán del lugar donde se lee, del espacio que rodea al lector, de la importancia y el tamaño de la asamblea.
No hay grandes diferencias entre una lectura hecha en una catedral donde están reunidas 1500 personas y otra hecha en una iglesita de pueblo o una capilla. Sin embargo, las leyes fundamentales son las mismas y deben aplicarse en todos los casos.
C a d a t ext o t i en e s u vo z , s u p r o yec ci ó n y s u r i t mo p r o p i o s La articulación (o dicción) Es una técnica muscular, que se trabaja como una gimnasia. Contentémonos con formular un principio:
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l as co n s o n a n t es s o n l a arm ad u ra d e u n t ex t o . S i es t á b i en es cri t o , u n o s e d eb e p o d er ap o ya r en el l as co m o p i l ares . Ha y q u e es fo rz ars e en d ar a cad a u n a s u s o n i d o p ro p i o y s u v al o r : Las co n s o n an t es d o b l es s e d eb en d o b l a r efect i v am en t e. (C o r re gi r s o n i d o s v i ci o s o s equ i v o cad o s co m o “a t t i t u d , co r r ep t o , ets i l i o , p r ecect o , et c. )
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Las vo ca l es d an el co l o r y el ri t m o v i v o al t ex t o . Es cu es t i ó n m ás d e res p i r aci ó n q u e d e m an d í b u l a.
Se aconseja trabajar la articulación de los textos literarios clásicos o modernos, que uno sabe que están bien escritos. Preparar la lectura Leer bien un texto es traducir para los demás el sentimiento y el pensamiento del autor: es darle al texto su oportunidad de existir totalmente, es crear algo en el oyente. Para eso se necesita:
1)
L eer p r i mer o cu i d a d o s a m en t e el t e xt o , co mo h a ci en d o u n p eq u eñ o es t u d i o :
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Trat ar d e p e r ci b i r el s en t i d o p ri n ci p al d el t ex t o , el m en s aj e q u e h a y q u e t r an s m i t i r.
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Trat ar d e s en t i r s u es t ru ct u ra, s u art i cu l aci ó n , s u s d i feren t es p art es . La d i s p o s i ci ó n d el t ex t o en el l ecci o n ari o f aci l i t a es t e ej erci ci o .
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R ep arar en l o s p as aj es cl av es , q u e d an el s en t i d o ( el “ p u n t o ”
d el t ex t o ), y l as p al ab ras cl av e d e e s t o s p as aj es . S o n es t as p al ab ras cl av e l as q u e h ab rá q u e res al t ar, ya s e a m ed i an t e u n a p au s a-i n s p i ra ci ó n s i s e t rat a d el v erb o ( o d e u n a v o cal al i n i ci o d e p al ab r a), ya s ea p o r u n m at i z d e art i cu l aci ó n o u n c am b i o d e p ro ye cci ó n . -
Det erm i n ar fi n al m en t e q u é cl as e d e t ex t o es el q u e s e v a a l eer, p ara es co ger l a v o z , l a p ro yec ci ó n y el ri t m o ad ecu ad o s . Un t ex t o s e u b i ca cas i s i em p re en u n a d e l as s i gu i en t es cat e go rí as : l í ri co (ej . : Ef 1 , 3 -1 4 ; Fl p 2 , 6 -1 1 ; C o l 1 , 1 5 -2 0 ; M t 5 , 1 -1 2 ; … ), co t i d i an o (ej . : 2 Tm 4 , 9 -1 8 ; J n 2 1 ,1 -1 4 ; Hch 2 0 , 7 -1 2 ; . . ), m ed i t at i v o / d o ct ri n al (ej . : R m 5 , 1 2 -2 1 ; 1 J n 2 … ).
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Del an t e d e ca d a t ex t o p re gú n t es e: ¿ De q u é s e h ab l a e n él ? (El t o n o d e v o z , l a p ro yecci ó n y el ri t m o s e d eb en ad ap t ar).
2)
En s eg u i da , l eer el t e xt o en v o z a l t a o vo z med i a , u n a o d o s veces , p ara “d o m i n arl o ”: rep a rar e n l o s p as aj es d i fí ci l es , l o s co rt es q u e h a y q u e h a cer, l as r es p i raci o n es n eces ari as an t es d e l as f ras es l ar gas .
Recordemos: Un texto bien preparado, es decir, bien comprendido y asimilado por el lector, será bien leído. No sobra mencionar aquí lo útil que puede ser una grabadora para aprender a leer y verificar su manera de leer. Mejor aún que este aparato, sirven las sesiones de aprendizaje de lectura en público, donde varios lectores se escuchan y corrigen; ellas le harán obtener progresos significativos. Se puede también invitar a una persona acostumbrada a hablar en público (profesor, actor, etc.) ya que sus consejos son valiosos. Proclamar la lectura El escenario:
Es i m p o rt an t e q u e el l i b ro es t é ya l i s t o s o b re el am b ó n o s o b re el
at ri l . Es i m p o rt an t e q u e h a ya b u en a l u z p ara q u e el l ect o r p u ed a l eer s i n d i fi cu l t ad . La b u en a l ect u r a co m i en z a co n el d es p l a z a mi en t o d el l ect o r d el
as i en t o al am b ó n . C o n v i en e ev i t a r s i t u a rs e l ej o s d el am b ó n p ara q u e l a as am b l ea n o t en g a q u e p r es en ci ar el “d es fi l e” d el l ect o r h as t a el am b ó n .
o Es p erar a q u e l a o raci ó n o el c an t o h a ya n t erm i n ad o . o
Lev an t ars e, i r h aci a el am b ó n - q u e n o d eb e es t a r n i m u y cerc a n i m u y l ej o s . La act i t u d y el m o d o d e cam i n ar c rea n d e en t rad a u n cl i m a: n ad a d e o s t en t a ci ó n , ri gi d ez , p re ci p i t aci ó n , p án i co , et c. P en s a r s i m p l em en t e en l o q u e s e v a a h ac er: d eja r h a b l a r a Di o s …
La as am b l e a s e s i en t a, s e d i s p o n e a es cu ch ar: el ap a ci gu a m i en t o d el
b aru l l o i n d i ca q u e e s t á d i s p o n i b l e p ara l o q u e v i en e a co n t i n u aci ó n . S i el l ect o r i n t erv i en e d em as i ad o p r o n t o , en m ed i o d e l a co n fu s i ó n ,
s e p i erd e el i m p a ct o d el t ex t o , p o rq u e l a as am b l ea n o es t á p rep ar ad a. S i i n t erv i en e d em as i ad o t a rd e, s e cr ea u n “h u ec o ”, y l a at en ci ó n d e l a g en t e s e d i s p e rs a. Ha y q u e p erci b i r el m o m en t o j u s t o , q u e p u ed e v ar i ar s e gú n l a o c as i ó n . La postura del lector: La postura comienza por los pies: talones ligeramente separados, los pies abiertos (en posición “cinco para la una”), piernas rectas pero sin tensión. Acomodar los hombros y sobre todo el pecho poder para respirar normalmente, pararse bien. No tener los brazos colgando ni cruzados: las manos se posan en los costados del ambón, sosteniéndolo ligeramente, en una actitud abierta. Justo antes de comenzar: Una breve pausa para:
Mi r a r a la a s a mb l ea – p o r d o s raz o n es :
a) -
p ara t o m ar c o n ci en ci a d e el l a: es a el l o s a q u i en es v o y a h ab l ar;
-
p ara l eva n t a r l a ca b ez a : s o b re t o d o co n u n m i cró f o n o , h a y q u e l ee r m o s t ran d o el ro s t ro ( y n o el crán eo ) a l a as am b l ea. Bás i c am en t e s e s u gi ere m i ra r al ú l t i m o t erci o d e l a as am b l ea, y h ab l ar a es t a al t u ra. P ero , d u ran t e l a l ect u ra, ev i t ar m i rar a l a as am b l ea en cad a p au s a: es u n t ru co a rt i fi ci al e i n s o p o rt a b l e p ara el au d i t o ri o .
b)
Res p i r a r : l a p o s t u ra s u geri d a arri b a l i b era l o s p u l m o n es p ara h ab l ar n at u ral m en t e. Es p e rj u d i ci al en t o n ces h ac er u n a gra n res p i raci ó n q u e as fi x i e: h a y q u e ab ri r l o s p u l m o n es n o rm al m en t e, “s o s t e n er” el ai re y co m en z ar.
El tono que hay que emplear: “pronto se notará que no es fácil leer la Biblia para los demás. Mientras más despojada, humilde y objetiva sea la actitud interior del lector respecto al texto, más apropiada será la lectura… Una regla que se ha de observar para leer bien un texto bíblico, es no identificarse nunca con el “yo” que en ella se expresa. No soy yo que me irrito, que consuelo, que exhorto, sino Dios. Ciertamente, no se debe entender que yo lea el texto con un tono monótono e indiferente: por el contrario, lo haré sintiéndome yo mismo interiormente comprometido, interpelado. Pero toda la diferencia entre una buena y una mala lectura se verá cuando en lugar de tomar el lugar de Dios, yo acepte simple y sencillamente servirlo. Si no, corro el riesgo de atraer la atención del oyente sobre mi persona y no sobre la Palabra: es el vicio que amenaza a toda lectura de la Biblia…”2
[3]
Algunos obstáculos que hay que evitar:
Un t o n o ca n t a n te s o b re u n es t ri b i l l o , co m o cu an d o l o s n i ñ o s
an u n ci an al go . ( el “ can t ad i t o ”) Un t o n o mo n o co r d e y ab s o l u t am en t e i n ex p res i v o (p ara aq u el l o s
q u e t i en en u n t i m b re d e v o z s o rd o o m o n o co rd e, r ecu erd en q u e es l a v ari aci ó n d e r i t mo al i n t eri o r d el t ex t o l a q u e l e d ará v i d a. P o r t an t o , h a y q u e t rat ar d e “s u b i r” u n p o co l a v o z ). El f i n a l d e l a s f ra s es q u e caen : n ad a es m ás p en o s o n i g en erad o r
2[ 3
] BO NH OE FF ER , De la vie co mm uni tair e.
d e t ri s t ez a q u e l a c aí d a s i s t em át i ca d e l a v o z al fi n al d e cad a fras e. No o b s t an t e, es t e es el d e fect o d e l a m a yo rí a d e l o s l ect o res , y n o es fáci l d e el i m i n ar. Un a v ez q u e u n o es co n s ci en t e d e el l o , l o d em ás es u n a s i m p l e cu es t i ó n d e at en ci ó n : co n v i en e ej er ci t ars e en n o “ cae r” n u n ca s o b r e l o s fi n al es d e fras e, s i n o en m arc a rl o s m ed i an t e u n a a cen t u aci ó n t ó n i ca, s egú n el s en t i d o . La caí d a d e l a v o z i n d i ca el p u n t o fi n al d e l a l ect u ra. No d ej ar cae r l a v o z an t es d e l as co m as n i an t es d e l o s d o s
p u n t o s : “Él res p o n d i ó : ” (s e o ye u n a l ect u ra “a t ran c az o s ”). La velocidad: en general, se lee siempre demasiado rápido. O más bien, no se marcan suficientemente las pausas. Su ubicación está señalada por el tipo de texto (seguir en general la tipografía del leccionario). Se necesitan entre una y tres pausas largas en el texto, según el caso. Hay que tener en cuenta que para evitar leer rápido que el oyente no es un magnetófono que graba, sino un espíritu que debe tener el tiempo de asimilar, reaccionar y coordinar de acuerdo con lo que escucha. El lector litúrgico no informa, sino que debe permitir una asimilación orante por parte de una asamblea que tiene reflejos mentales extremadamente diversificados. 4.
Cuando se termina de leer: no bajar la cabeza. Se hace una ligera pausa en
el
lugar,
luego
se
sale
como
se
entró:
caminando
firme
y
tranquilamente.
LOS MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN A. PARDO, Apuntes sobre la celebración eucarística, 97-106.
E l l ecto r d e l a p a l a b ra d e Di o s El lector en el ministerio litúrgico no solamente debe leer, sino leer bien, es decir, proclamar la Palabra de tal modo que sea entendida y comprendida. Es verdad que principalmente el lector se define como una «voz» que comunica un mensaje, pero no puede reducirse a ser únicamente una «voz» (labios que pronuncian y ojos que leen), sino que debe ser toda una persona, un cuerpo vivo. La voz sirve al lector para unir y hacer presente un mundo físico, material y visible, y un mundo inmaterial e inteligente. El espíritu encarnado se manifiesta en, por y a través del cuerpo. Por medio de la palabra, el cuerpo es el lugar privilegiado de encuentro entre lo temporal y eterno.
Leer es servirse de la voz, pronunciar. El lector tiene el libro bajo sus ojos. Cada una de las palabras del texto toma vida en su boca, ya que la comunicación del mensaje se hace por medio de él. Para los ojos, las palabras están compuestas de letras. Para la boca que las pronuncia y el oído que las entiende, las palabras están compuestas de elementos sonoros. El lector es el que descubre el sentido real de cada palabra escrita. En cada frase hay que descubrir las palabras importantes, que deben ser articuladas con total precisión. Por eso, una buena pronunciación supone, en lo que respecta al lector, descubrir espontáneamente las palabras clave de la frase y entender su valor. Ritmo de pronunciación El ritmo es un elemento indispensable para que el texto sea comprendido, es la manifestación externa del dinamismo interno de la frase, que en su totalidad expresa el pensamiento. Platón definía el ritmo como la ordenación del movimiento. Todo movimiento se manifiesta exteriormente por una liberación de energía, que se puede efectuar de diversas maneras y con intervalos más o menos regulares. El orden que percibimos en estos intervalos constituye el ritmo, que es algo particular de cada lector, e incluso de cada lectura. El lector inventa sus ritmos, por eso un texto se diferencia notablemente si es leído por uno o por otro. Un lector, detallará cada una de las frases, otro resaltará, los grandes ritmos del texto, sin perderse en los detalles. Cada una de estas dos de lectura tiene, pues, sus propias cualidades, y lo verdaderamente importante es que el auditorio entienda el mensaje transmitido. De ahí que sea necesario equilibrar diversos movimientos en una misma lectura. Desde la primera frase el lector debe imponer su atención por medio de su voz sosegada, una voz que anuncia y comunica algo. Una lectura rápida siempre será incomprensible, pues el oído en seguida se cansa de hacer esfuerzos para, distinguir los fonemas en una cadencia demasiado rápida. Del mismo modo también se debe evitar la excesiva lentitud. Si el contenido lógico de lo que se lee queda suficientemente perceptible para el auditorio, no hay que detenerse en subrayar el detalle, que puede romper la atención y la coordinación de la idea, y a la vez provocar, ya desde el principio cierta apatía y somnolencia. La estructura del texto es la que impone el ritmo. La acústica del templo o del lugar de la proclamación impondrá también ciertas condiciones al lector. No se soporta una voz hiriente, que grita, en una iglesia pequeña, ni tampoco una voz apagada y mortecina en un templo grande. Preparar la lectura
El lector debe familiarizarse con las palabras que va a proclamar, hasta que las haga suyas. Los vocablos del texto los debe entender con sus sonidos reales, tal y como los escucharán los oyentes, pues una lectura previa, meramente ocular, puede causar sorpresas a la hora de hacerla en público, ya que la formación rítmica de las palabras se hace en la boca del lector, que pronuncia con voz alta e inteligible. La técnica de la preparación de la lectura sirve para conocer y familiarizarse con las palabras esenciales o difíciles de pronunciar y descubrir los momentos de más intensidad. De esta forma, cuando el lector se encuentre ante la asamblea de fieles, se guiará principalmente por la inspiración del texto. Preparar la lectura no es verter los propios sentimientos sobre el texto que se va a proclamar, sino verter la Palabra de Dios sobre uno mismo e intentar manifestar todo su contenido por medio de una lectura adecuada. Como el contenido de la Sagrada Escritura tiene una forma literaria concreta, es preciso en la preparación de la lectura tener en cuenta dos cosas: a) Elgénero literario del texto bíblico; es decir, si es épico, narrativo, sapiencial, lírico, midrásico, etc. b) Su estructura interna: si son narraciones, diálogos, poemas, exhortaciones. conocimiento y preparación del texto, facilita y hace posible una lectura con expresión, que no es lo mismo que una lectura teatral, que necesariamente va acompañada de fingimiento. El buen lector ha de traducir la vida del texto bíblico, y para ello necesita formación religiosa, capacidad técnica y aplicación del ánimo. Un espíritu atento multiplica sus facultades, atesora caudal de ideas, percibe con más claridad, recuerda con expedición y coloca sus conocimientos de una manera ordenada. En definitiva, entender la Palabra de Dios es dejar que Dios hable por medio de nuestra boca. Leer con expresión La palabra del lector es reveladora. Por tanto, si es expresiva, si sale de dentro, manifiesta con vocablos mil veces pronunciados el contenido actual del texto, lo jamás dicho, lo jamás pronunciado, la revelación. Si el lector no transmite con la palabra todo su contenido, es decir, si la palabra leída no provoca en el oyente ninguna sensación, ningún recuerdo, ninguna imagen, ni sacude su inteligencia, entonces las palabras se quedan en lo que son: signos convencionales, sonidos que se entienden y reconocen, pero que no se comprenden del todo. Los textos hay que leerlos siempre con ojos nuevos, como si se tratase de la primera vez, para que las palabras conserven su poder total, sin cambios ni
alteraciones provocadas por la costumbre y la rutina. Lo primero que tiene que hacer el lector es identificarse con lo que lee, es decir, no leerlo impersonalmente, con monotonía. Solamente de este modo el lector será captado por el texto y habrá penetrado dentro de él; le saldrá con fuerza y espontaneidad la emoción interior que él siente al proclamarlo y sabrá usar de la debida entonación, dando a cada frase el ritmo y acentuación adecuados. Características principales de la expresión
p ue d e n s e r l a s s i gu i e n te s :
a) Sinceridad. El que lee sinceramente, sin condicionamientos, penetra en el corazón del que escucha. El amaneramiento, la hinchazón y el artificio se oponen a la sinceridad. Claridad. Un lector es claro si lleva instantáneamente al lector a las cosas, sin detenerle en las palabras. (cf. Azorín) Precisión. La concisión interna lleva enajenada la exactitud del pensamiento y del vocablo. Viene bien recordar aquí el pensamiento de Gracián: «Son las voces lo que las hojas en el árbol, y los conceptos, el fruto». d) Originalidad. Es un sello de distinción y personalidad. Hay que sorprender diferentes matices e interpretarlos según una trayectoria propia. e) Unción. Actitud que encierra fuerza particular y persuasiva. Nuestra sensibilidad moderna es rigurosamente opuesta a lo sincero y convencional. Siente una grave incompatibilidad con el tópico y con todo lo hecho con muestrario o patrón. La verdad debe llegar a nosotros bañada con claridad, teniendo en cuenta la limitación de algunas palabras, pues a veces la simplicidad de un vocablo no representa siempre, con suficiente exactitud, la complejidad de las cosas.
Nu n ca d eb em o s o l v i d ar q u e l ee r es s i n ó n i m o d e p en s a r. P o r es o l a l ect u ra s i em p re d eb e es t ar ro d ead a d e u n a at m ó s fera d e r ec o gi m i en t o y res p et o , q u e r es erv a m o s a u n a n o b l e ce rem o n i a. El art e d e l eer es , en gr an p art e, el a rt e d e en co n t r ar l a v i d a en l o s l i b ro s y, g rac i as a el l o s , co m p ren d e rl a m ej o r. Por tanto, el lector litúrgico, al pronunciar la Palabra de Dios, no debe despojarla de su poder y de su fuerza, dejarla en abstracción o explicación, sino evocar lo concreto que Dios nos dice o enseña. Ha de alimentar su corazón y su inteligencia con los textos de la Escritura. Es lo que dice el Señor al profeta Ezequiel: «Hijo de Adán..., cómete este volumen y vete a hablar a la casa de Israel» (Ez 3, 1).
Proclamar la Palabra La proclamación es un arte -y todo arte tiene sus exigencias técnicas- que adquiere especial relieve por tratarse de la Palabra de Dios, es decir, de un texto que no es fruto de autoría propia, sino que pertenece a Dios, «que habla cuando se lee en la iglesia la Sagrada Escritura» (SC, 7). Esta proclamación bíblica es un acto cultual, por el cual Dios se hace presente y patente, con vistas a un diálogo (interpelación personal) y una comunión (comunicación íntima). Desde siempre, Dios se ha servido de los hombres para hablar a su pueblo, por eso ha tenido sus «portavoces», sus «profetas». El lector de la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica es el último eslabón de la cadena profética, de todo el grupo de hombres que han hablado al pueblo de parte de Dios. Para que el lector sea un eslabón que encaje correctamente en esta cadena profética no es suficiente que esté bautizado, que lea correctamente y que no tenga miedo a colocarse delante de un auditorio que le está mirando. Hace falta algo más.
P ara q u e r eal m en t e s e p ro d u z ca Un a v erd ad e ra t r an s m i s i ó n d el m en s aj e, el l ect o r d eb e p o n er, y s u b o rd i n ar al s erv i ci o d e l a i n t el i gi b i l i d ad d el t ex t o q u e p ro cl am a, t o d o l o q u e en él p u ed e r eci b i r el n o m b re d e «p al ab ra »; s u v i d a, s u s g es t o s , s u v o z . 1. La vida. - Es decir, el testimonio personal de que se ha tomado en serio la Palabra que proclama. El lector, por encima de ser un buen técnico locutor, debe ser un buen creyente. La propia vida es el lenguaje más inteligible y eficaz que posee el hombre. Su testimonio, puesto al servicio del mensaje, debe ser la primera prueba en favor de la autenticidad de la Palabra que proclama. 2. El gesto. - Es otra forma de lenguaje personal al servicio de la Palabra. El gesto que acompaña a la lectura es la manifestación de una perfecta solidaridad con lo que dice. No se trata, pues, de gesticular, sino de emplear y tener en cuenta la expresividad corporal, que apoyará o traicionará el lenguaje hablado. Por ejemplo, durante la lectura, el rostro del lector puede denotar una actitud interior, que hace referencia necesaria al texto que lee: imperceptibles fruncimientos de cejas, movimientos dubitativos, temblor de labios, palidez repentina, etc. 3. La voz. - Debe existir siempre una perfecta armonía entre la expresión corporal y verbal, para ayudar al auditorio a meterse dentro del mensaje del texto y poder captar lo inaudito, lo inefable. La lectura, ante todo, debe respetar el texto: si se trata de una historia, que realmente se haga con voz narrativa, si es un trozo
poético, que se proclame con cierto lirismo y gusto. En un texto oscuro y difícil, el buen lector puede aportar claridad, resaltando las palabras esenciales. La voz no puede ser neutra, sino expresiva. Debe ser clara, digna, inteligible. Hay que evitar una voz ampulosa y enfática, y al mismo tiempo un tono de voz que sólo se emplea para confidencias y cuchicheos. Durante la lectura, la voz sube y baja sin cesar. No se puede proclamar todo un texto en un tono igual y cansino, sino subrayando con apenas sensibles acentos melódicos la entonación del texto. La caída de la voz, al final de la frase, debe ser siempre conclusiva; así se pueden comparar las diferentes frases de un texto a los arcos u ojos de un puente: cada uno de los arcos representa el arranque, la cima y el final de la frase. La diversidad de sonidos, apenas perceptible, que puede utilizar la voz humana es inmensa y posibilita una enorme novedad asequible a una acústica perfecta. Por eso la adecuada entonación del texto es una riqueza de la lectura. El buen lector es necesariamente un intérprete, pues en su boca el texto toma vida, resucita.
3[ 1 ] C e l e b r a r l a L i t u r g i a d e l a P a l a b r a , C P L , D o s s i e r N o . 7 0 , 5 6 - 6 1 .