VI LA CAUSA DE JESÚS, EL REINO DE DIOS

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VI LA CAUSA DE JESÚS, EL REINO DE DIOS 1. Introducción El Evangelio del Reino1 “Después de que Juan fue arrestado, Jesús se fue a Galilea predicando el Evangelio de Dios y decía: el tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 14ss). El anuncio de Jesús es el Evangelio. Pero, qué significa propiamente esta palabra? En la actualidad la palabra Evangelio se traduce con la expresión “buena nueva”. Se escucha bien, pero se queda lejos de su significado original en la Palestina del tiempo de Jesús. La palabra Evangelio pertenece al lenguaje de los emperadores romanos que se consideraban señores del mundo, sus salvadores y redentores. Las proclamaciones provenientes de los emperadores se llamaban “evangelios”. De manera que aquello que viene del emperador es mensaje salvífico, no simplemente noticia, sino transformación del mundo hacia el bien. Si los evangelistas asumen esta palabra, tanto que a partir de aquel momento se transforma en término para definir el género que ellos escriben, es porque en el fondo quieren decir que aquellos anuncios de los emperadores, que se hacen pasar por dioses, sucede verdaderamente en el mensaje de Jesús. El Evangelio de Jesús es un mensaje auténtico, no sólo palabras, sino realidad. Entonces, el Evangelio es un discurso no sólo informativo, sino operativo; no es sólo comunicación, sino acción, fuerza eficaz que entra en el mundo salvándolo y transformándolo. Ahora bien, el contenido del Evangelio es éste: “el Reino de Dio está cerca”. Y requiere de los hombres una respuesta a este don: conversión y fe. El anuncio del Reino representa el centro de la palabra y de la actividad de Jesús. Tanto que en el Nuevo Testamento esta expresión aparece 122 veces. De esas, 99 se encuentran en los tres Evangelios Sinópticos, donde 90 veces la expresión se encuentra en palabras pronunciadas por Jesús. La interpretación de la palabra Reino en la historia de la Iglesia En los Padres de la Iglesia podemos distinguir tres dimensiones en la interpretación de esta palabra clave: 1. Cristológica Orígenes ha denominado a Jesús como el Reino en persona. Para él, Jesús mismo es el Reino, de manera que el Reino no es una cosa, ni un espacio de dominio como los reinos del mundo, sino que es una persona, es Jesús. Y en Él, Dios mismo está presente en medio de los hombres. Jesús es la presencia de Dios. 2. Mística 1

Cfr. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Cap. 3: “El Evangelio del Reino”.

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También esta corriente interpretativa fue inaugurada por Orígenes, colocando el Reino de Dios en el interior del hombre. La idea de fondo es que el Reino de Dios no se encuentra en algún lugar del mapa; no es un reino a la manera de los reinos del mundo; su lugar es la interioridad del hombre. Ahí crece y ahí actúa. 3. Eclesiástica El Reino de Dios y la Iglesia en cierta manera están relacionados. La antigua espera del Reino Israel se sabía propiedad de Dios desde la liberación de Egipto y el pacto de alianza. Pero a lo largo de la historia conoció durísimos fracasos. Experimentó la imposibilidad de alcanzar la libertad, la paz y la estabilidad con sus solas fuerzas. Fue así como el pueblo aprendió de los profetas a vivir de futuro. La promesa de Dios permanecía gracias a la esperanza mantenida por ellos: Dios volverá para establecer en el mundo su dominio regio definitivo: “Aquel día convocaré a los cojos, reuniré a los desterrados… y de ellos haré una nación fuerte. Y el Señor reinará sobre ellos para siempre” (Miq 4,6 ss). La esperanza hebrea del Reino de Dios estuvo ligada a una restauración nacional del reino davídico. Movimiento penitencial en Israel Los sinópticos interpretaron la actividad de Juan y de Jesús en la línea de los movimientos asideos de metanoia, penitencia o conversión que ya existían en el judaísmo. Los asideos (que se traduce como piadosos), eran una comunidad de judíos adheridos a la Ley de Moisés que estaban en contra de la invasión de las costumbres griegas. Resistieron el influjo pagano desde antes de los Macabeos. Según Flavio Josefo, durante el principado de Jonatán (150 a.C.) se dividieron en fariseos y esenios2. Este movimiento de conversión tomó una línea apocalíptica. La Apocalíptica, como género literario, es la expresión de una determinada concepción de la historia según la cual no se puede esperar la salvación de nuestra historia humana. La esperanza mira al cambio de los tiempos, es decir a una acción divina que anule esa historia para crear un cielo nuevo y una tierra nueva. La metanoia es la única que puede acelerar el tiempo de la salvación3. Juan el Bautista En el contexto delineado anteriormente aparece Juan el Bautista, que desarrolla su actividad en el desierto.

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Cfr. Nota al calce de la Biblia de Jerusalén. En referencia al Primer libro de los Macabeos 2, 42. Cfr. Ezequiel Castillo Solano, Tú eres el Cristo, ensayo de síntesis cristológica, Universidad Pontificia de México, México 1996, p. 21. 3

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El desierto y el aspecto personal de Juan tienen rasgos escatológicos: vive exclusivamente de su esperanza del futuro, anunciando el juicio de Dios y su cólera (Lc 3,7-12). Juan no es portador de un mensaje gozoso, sino que es un profeta de desgracias. Sin embargo, aporta algo nuevo con relación a la tradición profética antigua: la necesidad del bautismo como parte esencial de su llamada a la conversión. Está en la línea de los antiguos profetas pero está obsesionado con el juicio de Dios. Otro aspecto original de Juan es que su predicación se refiere “al que viene”, que es más fuerte que él (Mt 3,11)4. El bautismo de Jesús Jesús se sintió personalmente afectado por la predicación de Juan y acepta su llamada a la conversión. El bautismo debió ser para Jesús una experiencia de revelación. La predicación escatológica de Juan sobre la metanoia tuvo un significado decisivo para la vida pública de Jesús. Históricamente hablando no podemos decir nada sobre el origen de la conciencia que Jesús tenía de su vocación, pero sí podemos afirmar que su actividad pública como profeta está relacionada con el bautismo en el Jordán. El bautismo es la primera intervención profética de Jesús, pues confirma la conversión y la salvación de Israel5. 2. El Hecho del Anuncio Jesús no se predicó a sí mismo, sino que predicó el Reino de Dios. El Reino de Dios constituye el centro y el marco de toda su predicación y actividad (Mc 1,15). Concretamente no dice en qué consiste el Reino; sólo dice que ya está cerca. Jesús no se detuvo a definirlo; se preocupaba porque fuera anunciado y creído, no definido. Para Él, el Reino era indescriptible en palabras humanas. Dejaba a los hechos (a los acontecimientos) el papel de revelarlo: enfermos curados, oprimidos liberados. Eran muchas las expectativas sobre el Reino en Israel, incluso distintas maneras de concebirlo, pero Jesús no se deja encuadrar o condicionar por ninguno de esos grupos que ya tenían un determinado concepto: fariseos, zelotas, apocalípticos… Así por ejemplo: •



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Los Esenios esperaban el Reino como juicio punitivo; final de todos los pecadores y remuneración de todos los justos. Para Jesús: no es una noticia que aterra ni amenaza, sino un gozoso anuncio de la gracia que redime, recupera y salva. La espera nacionalista (masa del pueblo, fariseos, zelotas…) era que Palestina estuviera de nuevo bajo el dominio de Yahvé, como en la época de David. De ahí todos los pueblos se someterían poco a poco. Jesús: libera al Reino de estos sueños de Cfr. Ibidem., pp 21-22. Cfr. Ibidem., p. 22.

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reconstrucción nacional. No se trata de un territorio particular sobre el cual Dios ejercerá su soberanía, sino EL ACTUAR MISMO DE DIOS, DE SU PODER LIBERADOR QUE SE OPONE EN ACCIÓN PARA SALVAR A LA CREACIÓN ENTERA. En una palabra, el mensaje del reino de Dios predicado por Jesús debe entenderse desde el horizonte de la pregunta de la humanidad por la paz y la justicia. De ahí que: • • • • •

es el reino del tiempo final y no el reino inaugurado con la creación debe ser establecido pacíficamente y no impuesto por la fuerza es gracia de perdón para todos, especialmente para los perdidos y miserables es una acción libre de Dios y no algo debido a la observancia de la ley es reino en este mundo y para este mundo

El reino de Dios es un acontecimiento por el que Dios, rey y señor, comienza a reinar y actuar, una acción por la que Dios manifiesta su divinidad en el mundo6. El hecho del anuncio comprende dos elementos: las parábolas del reino y las bienaventuranzas. 3. Las Parábolas del Reino Las parábolas constituyen un fenómeno sorprendente; incluyen en su mayoría una paradoja y un efecto de choque. Se mueven siempre en torno a algo escandaloso, o por lo menos paradójico o insólito. Se presentan muchas veces como un ataque a los convencimientos de nuestra mentalidad. El término parábola responde al hebreo «mashal» y al griego «parabolé». El «mashal» hebreo tiene una significación muy amplia. Etimológicamente implica la idea de semejanza o comparación, por lo que vino a designar cualquier escrito que implicara, clara o implícitamente, comparación. Así se aplicó a los oráculos de Yahveh expresado por medio de imágenes, a los vaticinios de Balaam, incluso a poemas satíricos contra los falsos profetas. El «parabolé» griego, al traducir en los LXX el hebreo «mashal», recoge toda esa variedad de significaciones. Lo mismo ocurre en los Evangelios. El término no sólo designa lo que nosotros comúnmente designamos «parábola», sino también «sentencias solemnes» (Mc 7, 17; en el fondo hay comparación), «proverbios» (Lc 4, 23), «normas prácticas de conducta» (Lc 14, 7). La Parábola podría definirse entonces como una comparación continuada o el desarrollo de una comparación, a través de una narración -real o ficticia- con un fin didáctico.

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Cfr. Ibidem., pp. 23-24.

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Las Parábolas abren nuevas posibilidades de vida, muchas veces opuestas a nuestros comportamientos habituales. Ellas permiten una nueva experiencia de la realidad dentro de nuestro mundo y sin salir de él. Hace imposible una actitud neutral. Jesús anuncia la Buena Nueva del reino con parábolas. Situándose así en la misma línea de los grandes rabinos de Israel, pero superándolos completamente. Características de las parábolas del reino -

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Las parábolas manifiestan el carácter oculto y de contraste que presenta el reino de Dios: La esperanza del Antiguo Testamento de una salvación verdadera y definitiva, tiene comienzos muy pequeños y sencillos, muchas veces envueltos en el fracaso, pero que va creciendo hasta la plenitud escatológica impensable para el hombre. “El reino de los cielos se parece al grano de mostaza…” (Mc 4,30-32). Jesús es el principio y el fin del reino, el presente y el futuro del reino. Y no se pueden separar el uno y el otro. Las parábolas son la forma más adaptada para poner de relieve la tensión entre el ya del presente y el todavía no del futuro del reino. Las parábolas van describiendo paulatinamente diferentes aspectos del reino: 1. Importancia de la vigilancia. Las parábolas giran siempre en torno al reino de Dios, a la soberanía de Dios que se acerca con Jesús. Sin embargo, insisten en la actitud de vigilancia para identificar y recibir la salvación, y establecen una estrecha relación entre la soberanía de Dios y la praxis, por ejemplo la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30), la de las vírgenes necias (Mt 25, 1-13), la del mayordomo infiel (Lc 16,1-2). 2. No se alcanza por cumplir la ley. Las parábolas del siervo inútil (Lc 17, 7-10), del hermano mayor del hijo pródigo (Lc 15, 11-32), de los trabajadores de la última hora (Mt 20, 1-16) se oponen a la idea dominante en el judaísmo de la época sobre la recompensa por la observancia de la Ley. Ellas rechazan la idea de que el reino de Dios sea una recompensa merecida por la observancia de la Ley. 3. Invitan a la metanoia. Las parábolas del siervo sin entrañas (Mt 18, 23-35) y del buen samaritano (Lc 10, 29-37) invitan a la metanoia como una exigencia del reino, pero en sus efectos de misericordia. El perdón escatológico, don del reino futuro, debe ser una práctica habitual de los fieles para con el prójimo. Así es la praxis del reino. 4. Libertad para el rechazo. En las parábolas de los invitados a la boda (Mt 22, 1-14; Lc 14, 16-24) y de los viñadores homicidas (Mc 12, 1-9) aparece el aspecto de rechazo a la oferta salvífica del reino.

Todas las parábolas en su conjunto hacen hincapié en el carácter escatológico del reino de Dios. Pero en conclusión, Jesús es la parábola viviente del Padre. Escuchando las parábolas es como podemos descubrir quién es Jesús7.

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Cfr. Ezequiel Castillo Solano, Tú eres el Cristo, ensayo de síntesis cristológica, Universidad Pontificia de México, México 1996, pp. 21-26

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A propósito del Presente y el Futuro Si consideramos en su conjunto las afirmaciones de Jesús acerca del reino de Dios, descubrimos que Jesús lo presenta como algo futuro, pero sostiene al mismo tiempo su presente. Esto es lo característico de Jesús. ¿Cómo debemos entenderlo? A continuación cuatro apreciaciones: 1. Jesús no empequeñece la promesa, no se satisface con su cumplimiento parcial. 2. El que espera el reino de Dios sólo para el futuro desvaloriza el presente: allí donde la salvación se ve sólo como algo futuro, el presente es tiempo perdido, sin remedio, sólo tiempo de espera. Jesús borra esta frontera y dice que el presente empieza a ser lugar de salvación, es "una parte integrante de la época de salvación", "un inicio plenamente válido de todo el futuro". 3. La salvación y la vida se ganan o se pierden ahora. El reino de Dios, del que habla Jesús, es una magnitud dinámica iniciada ya ahora, aunque todavía no concluida. Una auténtica escatología debe hablar del presente y del futuro del reino de Dios. 4. El aspecto dominante es la actualidad del reino ya ahora, que merece toda la atención. Juan el Bautista había anunciado la proximidad del día del juicio. Jesús aparece como profeta de salvación y asegura que el nuevo tiempo de salvación ya ha comenzado. Dios está ahora presente como Dios de bondad. Ha llegado la hora del amor de Dios, un tiempo escatológico de gozo8. 4. Las bienaventuranzas (Lc 6, 20b-21; Mt 5, 3-4.6) Según los exegetas, el núcleo de las bienaventuranzas se remonta históricamente a Jesús y está constituido por la fusión de dos estilos bíblicos: sapiencial9 y profético. Además, en las bienaventuranzas influye un principio apocalíptico10: la inversión de todos los valores. Las bienaventuranzas se sitúan de lleno en la perspectiva de la venida escatológica de la soberanía y del reino de Dios. Como en las parábolas, su misma estructura literaria indica la tensión típica de la predicación de Jesús: el ya pero todavía no de ese reino. El cambio del que hablan las bienaventuranzas no debe entenderse solamente en un sentido social, sino escatológico. Dios será pronto rey y se establecerán relaciones justas entre los hombres. En este sentido las bienaventuranzas son el evangelio que afecta directamente a los pobres, hambrientos y afligidos. No obstante el carácter escatológico, las bienaventuranzas anuncian que la soberanía de Dios ya ha comenzado a realizarse con la aparición de Jesús. Con Él, el cambio 8

Cfr. Eckart Otto, Fiesta y Gozo, Ed. Sígueme, 1983, Págs. 137-139. Es el género literario nacido de la experiencia, la reflexión o el estudio de los sabios en forma de sentencia, de dicho popular, de poema temático o de amplio tratado. En los libros sapienciales del Antiguo Testamento encontramos el proverbio y la poesía. Así es más fácil memorizar. 10 Apocalipsis significa revelación. La revelación a la que se refiere la apocalíptica bíblica es la del desenlace de la historia. En la Biblia la revelación definitiva es la del triunfo del bien, la de la salvación. 9

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escatológico tiene lugar ahora. Son bienaventurados los pobres no por ser pobres, sino porque con la venida de la soberanía divina ya no lo serán más. Con las bienaventuranzas, Jesús proclama de parte de Dios el rotundo NO que Dios mismo da a la historia del sufrimiento humano. Dios quiere la vida del hombre, quiere la salvación que el hombre no puede alcanzar por la observancia de la Ley, como pensaba el Antiguo Testamento. La alegría y no la aflicción es el sentido más profundo que Dios quiere para el hombre. Dios no quiere ningún sufrimiento humano11. En la montaña Las bienaventuranzas son una grande composición en forma de discurso. Mateo nos dice que el sermón fue pronunciado precisamente en la montaña, donde Jesús se presenta como el nuevo Moisés. Jesús se sienta en la cátedra como maestro de Israel y como maestro de la humanidad en general. Se presenta como el Moisés más grande que extiende la Alianza a todos los pueblos. La montaña es el lugar de la oración de Jesús, de su “cara a cara” con el Padre. Precisamente por esto la montaña es el lugar de su enseñanza, que proviene del íntimo intercambio que constantemente tiene con el Padre. La montaña se convierte entonces en el nuevo y definitivo Sinaí. Y el discurso ahí pronunciado (las bienaventuranzas) es la nueva Torah llevada por Jesús. El discurso Las Bienaventuranzas con frecuencia son presentadas como la antítesis neotestamentaria del Decálogo. Algo así como la ética más elevada de los cristianos de frente a los mandamientos del Antiguo Testamento. Sin embargo, el discurso de la montaña retoma los mandamientos y los profundiza. Recordemos que Jesús no ha venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud. Pero ¿qué son las bienaventuranzas? Primero que nada, es necesario decir que como discurso se insertan en una larga tradición de mensajes del Antiguo Testamento: “Bendito el hombre que confía en el Señor” (Jr 17,7). Las Bienaventuranzas describen el estado efectivo de los discípulos de Jesús, que en ese momento eran precisamente los pobres, los hambrientos, los que lloran, los odiados y los perseguidos (cfr. Lc 6,20 ss). Son características reales, pero también se trata de características teológicas de los discípulos de Jesús; de aquéllos que lo han seguido y se han convertido en su familia. Las Bienaventuranzas son promesas en las cuales resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura. El cambio de la escala de valores. 11

Cfr. Ezequiel Castillo Solano, Op. Cit., pp. 26-27.

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Los pobres. La pobreza de la cual se habla en las bienaventuranzas no es solamente la material. La pobreza material no salva. El corazón de las personas que no tienen nada puede estar duro o envenenado. Pero tampoco se trata de una actitud solamente espiritual. El discurso de la montaña no es un programa social. Pero es cierto que la justicia social puede crecer cuando se vive de esta manera, cuando de la fe deriva la fuerza de la renuncia y de la responsabilidad con el prójimo y con la entera sociedad. La Iglesia no debe perder la consciencia de ser reconocida como la comunidad de los pobres de Dios. Para Francisco, esta humildad extrema significaba sobre todo libertad de servir, libertad para la misión, extrema confianza en Dios que no provee solamente a las flores del campo, sino que Él mismo se encarga de sus hijos12. 5. Signos que revelan la presencia del Reino 1. Los milagros Su problemática En nuestra época resulta muy difícil pensar en los milagros de Jesús y comprenderlos. Y es que el espíritu científico-técnico de la actualidad no da lugar al asombro ni a la admiración. En sentido estricto y moderno, el milagro se entiende como violación de parte de Dios de las leyes de la naturaleza; es decir, como intervenciones sobrenaturales. La investigación histórico-crítica ha llegado a las siguientes conclusiones: 1. Un estudio comparativo de los textos nos lleva a comprobar que hay una tendencia a engrandecer o a multiplicar los hechos milagrosos. 2. Las comunidades del Nuevo Testamento, por diversos motivos, se sirvieron de materiales para formular los milagros de Jesús. 3. A la luz de la resurrección, algunos relatos de milagros pudieran ser proyecciones pascuales aplicadas a la vida terrena de Jesús. 4. Es posible que se le hayan atribuido a Jesús algunas acciones milagrosas después de la Pascua. Sin embargo, nadie puede negar que Jesús realizó milagros. La tradición de los mismos es precisamente un indicio de su historicidad. Y si por alguna razón alguno de ellos no se remontara a la persona de Jesús, de todos modos siguen siendo importantes por su valor cristológico y teológico, pues al aplicárselos a Jesús revelan la grandeza y el poder que Él tenía para los demás como presencia de Dios. Ahora bien, definir el milagro como violación de las leyes de la naturaleza por parte de Dios, supone que conocemos por entero las leyes de la naturaleza, su alcance y sus relaciones. Entender el milagro de esta manera causa problemas a la misma teología, pues si queremos que Dios siga siendo Dios no debemos situarlo este nivel.

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Cfr. Joseph Ratzinger, Benedetto XVI, Gesù di Nazaret, “Il discorso della Montagna”, Rizzoli, 2007, pp. 87-155.

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Sentido teológico de los milagros de Jesús Para comprender adecuadamente los milagros de Jesús debemos considerar los siguientes aspectos: 1. Concepto bíblico de milagro. Se trata de un acontecimiento extraordinario, maravilloso, que causa asombro y dirige la mirada hacia Dios como su autor, despertando en el hombre la fe y la alabanza. La problemática de los milagros según la Biblia es una problemática religiosa, no científica, y solamente desde el contexto religioso y teológico se puede comprender. 2. Signos del Reino. Los milagros son signos del reino de Dios que se hace presente en Jesús. Es decir, los milagros no tienen valor en sí mismos, sino solamente en relación a la persona de Jesús. Son signos de la destrucción del imperio del mal presente en el hombre y en el mundo, y por lo tanto signos de una salvación que afecta a todo el hombre hasta su realidad corporal. 3. Signos escatológicos. Como signos del Reino, los milagros también son signos escatológicos de la nueva creación futura. Como realización de la esperanza veterotestamentaria y de la humanidad entera. 4. Autoridad. Jesús realiza los milagros del Profeta escatológico lleno de poder que lucha en contra del poder del mal para liberar al hombre y ponerlo al servicio del reino. Los milagros son una celebración de la autoridad de Jesús que manifiestan la salvación que se hace presente en Él. Algunas conclusiones La crítica admite que Jesús realizó en vida acciones que sus contemporáneos entendieron como milagrosas. Lo cual no significa que Jesús haya querido manifestarse como Hijo de Dios rompiendo las leyes de la naturaleza. Los milagros de Jesús son signos de la presencia del Reino. La palabra milagro no es frecuente en el Nuevo Testamento. A veces, cuando se usa, se hace en sentido crítico: “Si no veis signos y milagros, no creéis” (Jn 4,48). Las actuaciones maravillosas de Jesús son, sencillamente, signos de que el Reino de Dios está llegando, de que la actuación de Dios es inminente. Cuando Jesús cura o multiplica los panes, lo que hace es mostrar lo que el Reino de Dios significa que la salvación ha llegado a los enfermos, a los pobres, a los hambrientos. Palabras de Jesús sobre los milagros 1. Muchas de las expresiones adoptan, en primer lugar, una línea exorcista y liberadora del espíritu del mal: “Si por el Espíritu de Dios expulso los demonios, es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios” (Mt 12,28; Lc 1,20). Cuando los apóstoles vuelven de su misión se dirigen a Jesús llenos de alegría, exclamando: “¡Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre!” Y Jesús les contesta: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc 10,18). Y, ante los emisarios de Herodes dice: “Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana” (Lc 13,32). La fuerza de Dios prevalece sobre el espíritu del mal que impedía la manifestación del Reino de Dios.

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2. Otras palabras de Jesús referidas a los milagros son signo de la presencia del Mesías de Dios entre los más pobres y necesitados. Así, cuando los enviados de Juan preguntan a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” Jesús les responde: “Vayan y digan a Juan lo que ven: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la buena nueva; ¡y dichoso el que no se escandaliza de mí!” (Mt 11,3-6; Lc 7,20-23). Sus palabras reflejan un anuncio liberador. Dios se hace causa de los más débiles. 3. Un tercer grupo de sentencias de Jesús presentan los milagros como una invitación a la conversión. Tal es el caso de las ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm. Si Tiro y Sidón o la misma Sodoma hubieran presenciado semejantes signos se habrían convertido; y, en el caso de Sodoma, aún subsistiría el día de hoy (Mt 11,20-24; Lc 10,13-15). Y en sus polémicas con los responsables judíos afirma: “No se les dará otro milagro que el de Jonás” (Mt 12,38). Los relatos de milagros Los relatos de los milagros siguen modelos literarios reconocidos por la tradición religiosa del ambiente. Los de curación presentan, más o menos, este esquema: 1. Introducción. Se presenta el caso del enfermo, como el de una persona sin esperanza de curación por los medios normales y habituales. 2. Encuentro con Jesús. Jesús corresponde con gestos y palabras eficaces a la petición del enfermo. 3. Conclusión-despedida. Se registra la curación realizada y se expresa la reacción del curado y de los testigos. Además del esquema de los relatos hay que tener en cuenta su función dentro de la estructura y finalidad del evangelio donde son contados. Marcos ve en los milagros una manifestación del poder salvador de Dios por medio de Jesús. Mateo, una llamada a la fe perseverante y activa en Jesús. Lucas presenta los milagros como signos de salvación que se realizan en Jesús. Juan escoge algunos (siete) para fundamentar la fe de los destinatarios de su evangelio. De acuerdo a esto, se puede hablar de tres aspectos en los relatos de los milagros de Jesús: 1. Una relación personal de fe entre Jesús y el destinatario del milagro. Por eso, el gesto milagroso es inseparable de la persona de Jesús y de su mensaje salvador. 2. Los milagros revelan el poder de Jesús. Este interviene con su fuerza liberadora en situaciones humanas de extrema miseria y alienación. 3. Manifiestan la autoridad-potencia de Jesús en favor de los necesitados. A pesar de este poder y autoridad, sigue intacta la libertad de adhesión o rechazo por parte de quien tiene experiencia de los milagros. El fracaso popular de Jesús y la crisis final de los discípulos pueden ser buena prueba de ello. Significado de los milagros de Jesús Los gestos milagrosos de Jesús se sitúan en un ambiente cargado de esperanza religiosa que alentó los anhelos de una intervención liberadora de Dios en la historia de su pueblo. 10

Serían, en este sentido, la actualización de los prodigios del Éxodo. El pacto y la alianza no están rotos; Dios sigue siendo fiel. El milagro, la intervención de Dios en favor del pueblo, lo justifican plena y concretamente. Dios sigue con su pueblo. Los hechos prodigiosos son buscados y esperados por la gente como signos de la intervención de Dios. Pero la mayoría de ellos acontecen en Galilea, donde encontraron terreno fecundo en los grupos populares que llevaban en su carne el peso de la esclavitud romana. Debido a esto, las acciones de Jesús suscitaron una noble reacción: favorable y entusista en el pueblo y recelosa y hostil en los representantes oficiales del judaísmo. Y aquí radicó la ambivalencia de los milagros. Cuando el signo pueda ser interpretado ambiguamente, Jesús lo aclarará oportunamente como en el caso de la multiplicación de los panes (cf. Jn 6,15). Por eso, los milagros no tendrán valor en sí mismos, sino como revelación de la presencia y acción salvadora de Dios, es decir, como signos de la presencia del Reino de Dios. 2. Jesús entra en comunión con los demás, principalmente con los marginados y pecadores Aparte de los milagros, otro aspecto de la actividad de Jesús por el que se hace presente la Buena Noticia que Él anuncia es su trato y su convivencia con sus semejantes, principalmente con los marginados, los publicanos y los pecadores. Sobre todo cuando comparte la mesa con ellos. (En distintas ocasiones Jesús ilustra el reino con la figura del Banquete de Bodas). -

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El ayuno. Sus discípulos no ayunan mientras Jesús está presente (Mc 2, 18-22). Si no ayunan no se debe a que desprecian la Ley, sino a una nueva situación: los amigos del novio no ayunan mientras el novio está con ellos. Quien cree en Jesús debe estar convencido de que en É se manifiesta el amor misericordioso de Dios para con todos los hombres, principalmente para con los desvalidos. Jesús es la manifestación palpable de la misericordia de Dios, está corporalmente presente entre sus discípulos, por lo cual sólo tienen motivos para alegrarse; si ayunaran estarían desconociendo la presencia del amor y la misericordia de Dios en la persona de Jesús. La comunión con los pecadores. En contra de algunas prescripciones de la ley judía, Jesús comparte su mesa (signo de la comunidad) incluso con los pecadores. La relación fe y perdón de los pecados hace pensar que la fe incluye una actitud de metanoia con respecto a la comunión de salvación que Jesús ofrece. El relato de una comida de Jesús con los publicanos en casa de Leví (Mc 2, 15-17) es un testimonio más de su comunión de mesa con ellos. Así hace presente que el reino de Dios viene a incluir, en Jesús, a los que estaban excluidos por los fariseos: los pecadores. La solidaridad con sus semejantes. Consiste en aquellas ocasiones en que Él distribuye el pan entre sus comensales como anfitrión de sus reuniones de mesa. Un ejemplo de esto quedó plasmado en los relatos de la multiplicación de los panes. Jesús sigue ofreciendo, por la comunión con Él, la comunión con Dios. La solidaridad de Jesús con sus semejantes es motivo de fiesta y alegría para los que encuentran en Él la salvación de Dios; es liberación de lo más alienante en el corazón de la sociedad y del hombre: el pecado. Es esperanza para los pobres de una justicia plena en la comunión con Dios que ya debe dar comienzo en este mundo.

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3. La libertad de Jesús ante la Ley y el templo Jesús considera la ley como la expresión de la voluntad amorosa de Dios a favor del hombre y como un signo del amor a Dios y al prójimo. Jesús se comporta como un verdadero rabino pero no se conforma con la actitud tradicional rabínica, sino que va más allá interpretando y hasta corrigiendo la ley misma poniéndose por encima de Moisés. Las claves hermenéuticas para devolverle a la ley su verdadero sentido son dos: 1. El reino de Dios es amor, justicia y liberación. 2. Su concepto mismo de Dios, que se vuelca hacia el hombre para salvarlo. Cuando Jesús se encuentra con una ley que ha perdido su cometido de ser mediación del amor de Dios al hombre, y se ha convertido en yugo pesado y opresor para el hombre velando el verdadero rostro de Dios, condena abiertamente la actitud de aquellos que han reducido la ley a lo mínimo para ventaja propia. Por ejemplo el descanso sabático, que según Jesús ha de entenderse como un tiempo para hacer el bien y no para pensar en prohibiciones. Así, la ley queda relativizada ante la voluntad de Dios. El templo era signo de la esperanza de que Dios mantenía fiel su promesa de ser el Dios del hombre, el Dios del pueblo. Muy pronto se olvidó este significado teológico y social del templo y se convierte en cueva de ladrones, en lugar de cierta clase, la sacerdotal. Ya no fue lugar de encuentro con Yahvé y con los hermanos, sino un peso insoportable para muchos piadosos, principalmente los pobres, a causa de los impuestos. Jesús protesta contra estos abusos. En los tres sinópticos se narra la escena de la expulsión de los mercaderes del templo. Jesús anuncia su destrucción, que puede entenderse como una condenación de los abusos o como el anuncio del nuevo lugar de encuentro con Dios: la comunidad. 4. Los pobres, destinatarios del reino La Buena Nueva que Jesús predica está dirigida principalmente a los pobres. Son aquellos que no tienen nada qué esperar del mundo, pero que lo esperan todo de Dios. Son los desheredados económicamente, las clases que viven en situaciones de marginación, desprecio, opresión. La opción de Jesús por los pobres está testificada por la primera bienaventuranza de Lucas: “bienaventurados los pobres, porque suyo es el reino de Dios. Jesús está de parte de los pobres, no de la pobreza. En su opción por los pobres, Jesús muestra una originalidad con respecto a la predicación profética neotestamentaria: los profetas se ponen siempre al lado de los pobres; Jesús se identifica con ellos, se hace uno de ellos. 6. Fundamento del anuncio: La experiencia del Abbà Para entender y descifrar la predicación y actividad de Jesús es importante tomar en cuenta su experiencia singular de Dios.

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La investigación exegética ha comprobado que para Jesús era una costumbre constante el llamar a Dios Abbà. Y que las veces que nos encontramos con las expresiones griegas “el Padre”, “Padre” o “mi Padre” significan lo mismo que el arameo Abbà13. Este modo de dirigirse a Dios en la oración era desconocido en el judaísmo contemporáneo. El término expresaba la familiaridad e intimidad con que un niño se dirigía a su padre. En labios de Jesús, el uso de este término expresaría su relación singular y única con Dios, su Padre. Pero para que la invocación del Abbà de parte de Jesús exprese toda la fuerza de su significado y se convierta en alma, fuente y fundamento de toda su existencia, no debe tomársele de forma aislada, sino en el contexto y en estrecha relación con los demás actos de su vida, principalmente con su mensaje y su praxis. Así se puede explicar: a) La manera trascendente con que Jesús da pleno cumplimiento a las esperanzas del Antiguo Testamento. b) La relación singular que el mismo Jesús establece entre su persona y el mensaje del reino de Dios. c) La autoridad única y sin precedentes con que Jesús se enfrenta a la Ley y a las tradiciones judías de su tiempo. d) La encarnación, en su persona, de algunos rasgos de la imagen del Dios que Él mismo predicaba, sobre todo el amor y la misericordia para con los pobres, enfermos y pecadores. Una nueva experiencia de Dios Jesús hereda toda la rica tradición de la fe de Israel. Para el judaísmo antiguo, Dios es ante todo el Señor, el que siempre está por encima de nosotros, el Todopoderoso. Para Israel, Yavé es el único y verdadero Dios. Jesús tiene fe en todo eso. Él es un verdadero israelita. Pero su fe se adentra de tal modo en el ser de Dios que toma características totalmente nuevas. Aceptando la fe israelita, Jesús muestra una imagen de Dios mucho más clara. El respeto a Dios como Señor absoluto es un elemento esencial en la predicación de Jesús, pero no es su centro. Para Jesús, Dios es ante todo Padre. Ya en el Antiguo Testamento se habla de Dios como Padre. Y cuando los judíos la usaron, 13

La palabra "Abbá", así, en arameo, sólo aparece en los Evangelios en Marcos 14,36. Pero, según los estudiosos, siempre que los evangelistas ponen en labios de Jesús la palabra griega "pater", no están sino traduciendo la palabra aramea "Abbà", pues está demostrado que esa era la costumbre constante de Jesús. El Nuevo Testamento conserva la palabra aramea (Abbà) para subrayar el hecho insólito del atrevimiento de Jesús (Rm 8,15; Gál 4,67). La familiaridad de Jesús con su Padre quedó tan grabada en el corazón de los discípulos, que la invocación "Abbà" se extendió rápidamente en el cristianismo primitivo. Los primeros cristianos adoptaron ellos mismos esta forma de orar de Jesús.

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fue siempre en un clima de sumo respeto y majestad, añadiéndole títulos divinos ostentosos. Además, cuando a Dios se le llamaba Padre, se referían siempre a la paternidad divina sobre todo el pueblo de Israel (Jer 31,9; Is 63,16). Pero con Jesús esta paternidad recibe acentos nuevos. Para Jesús, lo principal no es la palabra "Dios", sino los hechos que hacen presente la realidad "Dios" en la realidad del hombre. No enseñó ninguna doctrina nueva sobre la paternidad de Dios. Lo original en él es que invoca a Dios como Padre en circunstancias nuevas. Designa a Dios como el que rompe toda opresión, incluso la opresión religiosa. Porque siente a Dios como Padre, Jesús deja de cumplir ciertas normas de la ley. Por ello su original experiencia de Dios le lleva a un enfrentamiento con los adoradores del Dios oficial. Para los escribas y fariseos Jesús era un blasfemo porque cuestionaba el Dios del culto, del templo y de la ley. Él abre nuevas ventanas, nuevos horizontes por los cuales descubrir la presencia de Dios. Jesús no anuncia al Dios oficial de los fariseos (parábola del fariseo y del publicano), ni al Dios de los sacerdotes del templo (parábola del buen samaritano), sino a un Dios que es cercano y familiar, al que se puede acudir con la confianza de un niño. Es el Dios que nos sale al encuentro en todo lo que sea amor verdadero, fraternidad. El Dios que busca al pecador hasta dar con él. Siente profundamente a Dios como padre de infinita bondad y amor para con todos los hombres, especialmente para con los ingratos y malos, los desanimados y perdidos. Ya no se trata del Dios de la ley que hace distinción entre buenos y malos: es el Dios siempre bueno que sabe amar y perdonar, que corre detrás de la oveja descarriada, que espera ansioso la venida del hijo difícil y lo acoge en el calor del hogar familiar. El Dios que se alegra más con la conversión de un pecador que con noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse. Toda la vida de Jesús se apoya en esta nueva experiencia de Dios. El se siente tan amado de Dios, que ama como Dios ama, indistintamente a todos, hasta a los enemigos. El se siente de tal manera aceptado por Dios, que acepta y perdona a todos. Actitud Filial de Jesús ante Dios Jesús siente en su vida la presencia amorosa de Dios y la comunica llamándole "Padre". Siente que a "su" Padre le debe afecto y obediencia. Que lo que es del Padre es también suyo. Que el Padre le va entregando, sobre todo, su enseñanza. De ahí que el núcleo central de la vida de Jesús sea el cumplir la voluntad del Padre. Su Padre le ha dado una misión y él tiene que llevarla a cabo. Jesús se siente hijo de Dios metiéndose en la marcha de la historia, allá donde él ve que está presente la acción de su Padre. Se siente hijo ocupándose de lleno en la construcción del Reinado de su Padre. Ve que la soberanía liberadora de Dios debe realizarse ya en la historia, tal como él mismo lo experimenta en su propia vida. Jesús tiene una vivencia muy especial de Dios como Padre que se preocupa de dar un futuro a sus hijos. Predica la esperanza al mundo a partir de su experiencia de Dios como Padre; un padre que abre un futuro de esperanza a la humanidad; un padre que se opone a todo lo

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que es malo y doloroso para el hombre; un padre que quiere liberar a la historia del dolor humano. Jesús durante su vida terrena invitó incesantemente de palabra y de obra, a creer en este Dios, para el que "todo es posible" (Mc 10,27). Si prescindimos de la vivencia que Jesús tiene del Padre Dios, su imagen histórica quedaría mutilada, su mensaje debilitado y su práctica concreta privada del sentido que él mismo le dio. Algunos casos concretos Jesús "con la alegría del Espíritu Santo", bendice al Padre porque se ha "revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, Bendito seas, porque así te ha parecido bien" (Lc 10,21). La acción de gracias por la resurrección de Lázaro: "Gracias, Padre, por haberme escuchado. Yo sé que siempre me escuchas" (Jn 11,42). Los ruegos de la oración sacerdotal, la noche de su prisión: "Padre, ha llegado la hora... Ahora, Padre, glorifícame tú a tu lado... Yo voy a reunirme contigo. Padre santo, protege tú mismo a los que me has confiado... Que sean todos uno, como Tú, Padre, estás conmigo y yo contigo... Padre, tú me los confiaste; quiero que... contemplen esa gloria mía que tú me has dado... Padre justo..., yo te conocí, y también éstos conocieron que tú me enviaste... Que el amor que tú me has tenido esté con ellos" (Jn 17,1.5.11.21.24-26). La oración del huerto. La cuentan todos los evangelistas (Mt 26,39.42; Lc 22,42; Jn 12,2729). Marcos se siente obligado a mantener en su escrito la misma palabra aramea usada por Jesús: "¡Abbá! ¡Padre!: todo es posible para ti, aparta de mí este trago, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (14,36). En este momento la confianza de Jesús en su Padre llega a su cumbre. En esta hora dramática, el Padre es el supremo y definitivo refugio de Jesús: llamarle "Abbá" en medio de la amargura de su angustia es algo verdaderamente inaudito. Jesús se atreve a pedirle verse libre del trance de la pasión, a pesar de haber visto antes que estos sufrimientos eran parte integrante del plan divino (Mt 16,21; Mc 8,31; Lc 9,22; 17,25). Afirma su sumisión a la voluntad del Padre, pero dando muestras de que él desearía verse libre del dolor. Pedir que el Padre cambie su plan es un signo de su inmensa confianza en Él. Le pide que cambie sus planes, pero acepta la negación de su petición, sin perder por ello su actitud de confianza. Y en la cruz: sabe pedir con sinceridad el perdón de sus verdugos: "Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen" (Lc 23,34). Y encomienda su espíritu en manos de su Abbà (Lc 23,46), pero no por ello sin dejar de preguntarle las causas de su aparente abandono (Mc 15,34).

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