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VIDA DE SAN JOSÉ DE CALASANZ (MÚSICA) Narrador: Julio de 1557. Estamos en Peralta de la Sal, un pueblecito de la provincia de Huesca, en Aragón. Acaba de nacer el séptimo hijo de la familia Calasanz. El padre, D. Pedro de Calasanz, es el alcalde y, a la vez, el herrero del pueblo. La madre, Dª María, es una mujer feliz, aunque a veces parece algo cansada. (MÚSICA) Narrador: José tiene ya diez años. Es un muchacho... como todos. Pepe: (SILBANDO): Buenas tardes, señora. Anciana: Buenas tardes, hijo. ¿Vas en busca de tu amiguito Juan? Pepe: Sí, señora. Anciana: “Cuidao” que te pone guapo tu madre. Tan limpito, tan bien peinadito... Bueno, pues que os divirtáis. Y que no hagáis diabluras. Pepe: No, señora. Adiós. (PARA SÍ:) ¡Jo! Ya estoy harto de que si mamá me peina bien, que si estoy gordito... ¿Por qué se meterán estas viejas donde nadie les llama?... (ENFADO) ¡Hola, Juan! Juan: ¿Qué hay, Pepe? Traes cara de “enfadao”. Pepe: Nada. Que siempre se tienen que meter con uno. (IMITANDO A LA ANCIANA) “¡Qué guapito te pone tu mamá, tan peinadito, tan...!” Juan: ¿Pues en mi casa? (IMITANDO). “¿Por qué no eres como Pepe, tan bueno, tan arregladito?”. No nos dejan en paz. Pepe: Cuando nosotros seamos mayores... (SILENCIO). Juan: ¿Dónde vamos, Pepe? Pepe: Yo traigo liga. ¿Nos vamos a cazar pájaros? Juan: Venga. (SILENCIO LARGO). Oye, Pepe... Pepe: ¿Qué? Juan: Te voy a decir un secreto. Pero jura que no se lo contarás a nadie. Pepe: Mi madre me dice que no jure nunca. Juan: Pero si no juras... Pepe: Pero te doy mi palabra de que no se lo diré a nadie. (SILENCIO). ¿Es que no te fías de mi palabra? Juan: Bueno... pues... que yo quiero ser cura. Pepe: (TRAS PAUSA). ¿Y por qué quieres ser cura? ¿Te gusta decir misa y estar todo el día en la iglesia? Juan: Ser cura no es sólo eso. También hay que amar a Jesús y a la Virgen. Hay que hacer el bien a todos el mundo. Y luchar contra el demonio. ¿A ti no se te ha ocurrido nunca ser cura? Pepe: Alguna vez... Pero a mi madre sí le gustaría. (SILENCIO) Juan: (DIVERTIDO). ¿Sabes de qué me estoy acordando? De aquella vez, cuando lo del demonio que estaba en el árbol. ¿Te acuerdas, Pepe? (RÁFAGA MUSICAL) Juan: ¿De dónde has sacado ese cuchillo tan enorme? Pepe: Se lo he cogido a mi madre de la cocina. ¿A que no sabes para qué? Juan: Para cortar ramas. Pepe: Frío, frío. Juan: Para hacer una lanza de madera. Pepe: Frío, frío. Juan: Pues no lo sé. Me rindo. Pepe: Con este cuchillo voy a matar al demonio. (SILENCIO). ¿Qué? ¿No te gista? (SILENCIO). ¿Te has quedado mudo? Juan: Hombre... yo...
Pepe: Escucha. ¿Lo peor que hay que en el mundo no es el demonio? Juan: Sí. Pepe: Pues vamos a matarlo entre nosotros dos. Juan: Pero oye... eso de matar... Pepe: Al demonio sí. ¿O es que te da miedo? Juan: (FANFARRÓN). ¿Miedo yo? Anda, vamos. (SILENCIO). ¿Y dónde está el demonio? Pepe: ¡Chist! No hables alto. ¿Ves ese olivo de ahí? Pues ahí lo tienes. Juan: Pero si es un búho. Pepe: Es el demonio, te lo digo yo. Juan: Que no, Pepe, que es un búho. Pepe: ¡Calla, que nos va a oír! Si tienes miedo, voy solo. Juan: (TRAS PAUSA) ¿Y... si por casualidad es el demonio? Pepe: Tú déjame a mí. Juan: No, Pepe, no te subas al árbol, que te va a pasar algo malo. Pepe: (PARA SÍ) Espera, maldito demonio, que me las vas a pagar. (RUIDO DE RAMAS ROTAS. ALETEO DEL BÚHO QUE HUYE). Juan: ¡No subas más, Pepe! Pepe: Te voy a matar con este cuchillo... ¡Ay, ay, ay...! (RUIDO DE RAMAS. GOLPE) Juan: ¡Andá! Pepe se ha “matao”. ¡Pepe! ¡Pepe! ¿Te has muerto? Pepe: ¡Uf! Vaya tortazo. ¡Ay mi culo! Juan: ¿Estás herido? Pepe: ¿No lo ves que no? Juan: Te has podido matar, cabezota. Pepe: Pero no me ha “pasao” nada. Mira, el demonio se ha ido. Ese ya no aparece más por aquí. Es un cobardica. ¡Puf! Estoy molido. Juan: ¿Puedes andar? Pepe: Algo cojo, pero sí. Juan: Menos mal que no te has hecho heridas. Pepe: Alguna ya me habría gustado tener, porque no me va a creer nadie que me he caído desde lo menos cincuenta metros de altura. Juan: Mejor que no las tengas. Se enteran en casa ¿y qué? (RÁFAGA MUSICAL) (PEPE Y JUAN RÍEN EL RECUERDO) Juan: ¡Qué cosas hacíamos de críos! Pepe: Oye, que llevamos media hora y no ha caído ni un pájaro en la liga. Juan: ¿Nos vamos ya? Pepe: Venga, que esto está muy aburrido. Narrador: Y mientras volvían a sus casas, Pepe iba pensando... Pepe: Juan de cura... Ya va a tener que estudiar. ¡Jo! (PAUSA) A mí ya me gustaría estudiar. Pero eso de ser cura y enterarte de los pecados de la gente... (MÚSICA) Narrador: Y Pepe fue a estudiar. Cinco años estuvo interno en el colegio de Estadilla. Empezó pasándolo muy mal, pero poco a poco fue acostumbrándose a su nueva vida. Tenía facilidad para los estudios, por lo que sacaba buenas notas, y se hizo amigo de todos los compañeros, en especial de uno llamado Paco, que pensaba ser escritor de mayor. (RÁFAGA MUSICAL) Narrador: Ha terminado el último curso en el internado. Paco y Pepe preparan sus maletas para regresar a sus casas. Están algo tristes. Pepe: Chico, cómo pasa el tiempo. Si parece que fue ayer cuando entramos aquí. Paco: Oye, Pepe, espero que nos escribiremos, ¿eh? A lo mejor... ya no volvemos a vernos nunca más. Pepe: Descuida, te escribiré pronto. Cuando me contestes, dime a qué piensas dedicarte en la vida.
Paco: Seré escritor, ya lo sabes. ¿Y tú, Pepe? Pepe: (TRAS PAUSA). Pues yo... si me dejan en casa... seré sacerdote. (SILENCIO LARGO). ¿Qué haces, Paco? Paco: Toma mi medalla. Para ti, Pepe, para que tengas un recuerdo de mí. Pepe: ¿Crees que te voy a olvidar? Paco: No, pero ponte mi medalla. Y ya que quieres ser sacerdote... a ver si eres un sacerdote santo. Tú vales para santo. Pepe: (EMOCIONADO). No digas tonterías... Gracias, Paco. Te deseo mucho éxito en tu carrera. (MÚSICA) Narrador: Aquel verano, todos notaron que Pepe había cambiado. Seguía siendo alegre, pero ahora se le veía más formal. La madre, sobre todo, notó que a su hijo le gustaba ir a la iglesia. Ya hasta le vio rezando delante de una virgencita de madera que tenía en su dormitorio. Dª María se alegró mucho. (PAUSA). Pero Pepe (y ya es hora de que le vayamos llamado José) no dijo nada a sus padres de que quería ser sacerdote. Sentía un poco de miedo pensando que no le iban a dejar... Y, de momento, lo importante era ir a la universidad. (MÚSICA) Narrador: José ya tiene 17 años. En la universidad sigue siendo un buen estudiante y mejor compañero. Pero en aquella época de 1574, los estudiante no se andaban con bromas: en vez de tiragomas o pistolas de agua, cada uno tenía su espada, pero espada de verdad, no de juguete. Así que las peleas terminaban siempre batiéndose en duelo y a cuchilladas. (PAUSA). Y aquí aparece Mateo. (PAUSA). Mateo García es un estudiante muy vago, que va pasando los cursos de forma casi milagrosa. Cuando Mateo hace un esfuerzo, consigue estudiar hasta media hora. Lo malo es que, en todo el año, sólo se esfuerza un par de veces. (PAUSA). Su afición preferida es meterse en todos los follones de la universidad. Pero Mateo no es malo. Es alegre y a todos contagia su alegría. Toca la guitarra y los compañeros le rodean inmediatamente. Le gusta cantar coplas como ésta. Mateo: (CANTANDO). A la buena de mi suegra / le ha mordido una serpiente / la pobrecita murió / la pobrecita serpiente. Narrador: José de Calasanz era su mejor amigo. Mateo le llamaba su espíritu santo, por lo mucho que le ayudaba siempre. Y es que José se había dado cuenta de que Mateo, a pesar de sus trastadas, tenía un gran corazón. Sabía José que, cuando Mateo se decidiera, podría ser algo bueno. (PAUSA LARGA). Una tarde de domingo... Mateo: ¡Abre, José, que soy Mateo! (RUIDO DE PUERTA AL ABRIRSE) José: Pero.. ¿qué te pasa? Mateo: (CASI SIN RESPIRACIÓN). ¡Cierra, cierra! (GOLPE DE PUERTA AL CERRARSE). ¡Gracias a Dios! ¡De buena me he librado! José: Otro lío, ¿eh? Pero bueno, ¿es que no tienes un día libre? Mateo: Si ha sido una bobada... Verás... José: Lo tuyo siempre empieza por una bobada. Anda, siéntate. Mateo: Pues nada, que yo estaba sentado tan tranquilo, cuando me cruzo con una chica y le digo al pasar: “¡Qué manera de pisar, chata!”. Y ella va y se lo cree. Y se detiene. Así que me acerco y empiezo a hablarle. José: No me cuentes las gansadas que le habrás dicho. Me las imagino. Mateo: Sí, y a poco me atraviesas como a un ganso en el asador. José: ¡El novio! ¡A que sí! Mateo: El novio. Que, al verme con ella hablando, viene dispuesto a pegarme. Yo que saco la espada, y él la suyda. ¡Zas, zas, zas! Y, sin darme cuenta, que le agujereo el brazo. Él empieza a gritar al ver la sangre, y unos hombres que pasaban en ese momento se ponen a perseguirme... Menos mal que corro como una liebre y les he despistado metiéndome entre las callejuelas. (PAUSA BREVE). ¡Lo que he tenido que galopar, chico! Y aquí me tienes, sano y salvo en casa de mi espíritu santo, a ver si me echas una mano.
José: Deja de llamarme así, que eso del Espíritu Santo es muy serio. Mateo: ¿No me ayudas siempre que me meto en un lío... o cuando no tengo dinero? José: Eres una calamidad, Mateo. Y algún día, si no cambias, vas a terminar mal. Mateo: Déjalo para algún día. Ahora, ¿por qué no me sacas un vasito de vino, eh? Narrador: (TRAS PAUSA). Pero Mateo no terminó mal. Al contrario: diez años más tarde, el juerguista de Mateo se convierte en sacerdote de Cristo. (PAUSA). Lo más seguro es que, cuando se decidió a cambiar, Mateo tuvo que dar muchas gracias a Dios por haber tenido la amistad y la ayuda de José de Calasanz. (MÚSICA) Narrador: José de Calasanz tiene 19 años. Es alto, fuerte, inteligente. Y ya lo ha decidido: será sacerdote. Digamos lo que piensa el joven Calasanz: José: Ser sacerdote no es nada fácil. Pero todo lo que es difícil mere la pena hacerse y, cuando se consigue, produce una gran alegría. (PAUSA). A veces es difícil amar a Dios, porque no le vemos. Pero Dios está en cada ser humano. ¡Y qué hermoso es ayudar a los demás! En el mundo hay mucha injusticia: yo debo luchar contra ella. En el mundo hay mucho dolor: y yo debo consolar a los pobres y sufrir con ellos. (SILENCIO) Narrador: José está estudiando teología, cómo conocer mejor a Dios. Su hermano Pedro se va a casar. Y José le escribe para felicitarle y, a la vez, le dice en su carta que pida permiso a su padre para que le deje ser sacerdote. Y Pedro consigue el permiso. ¡Qué alegría la de José al ver que su padre le deja ser lo que tanto desea! (SILENCIO LARGO). Cuando tiene 23 años regresa a su casa. Al entrar, la encuentra de luto: ha muerto su hermano Pedro. (PAUSA). Su hogar está lleno de dolor. José advierte que su padre le mira a veces fijamente., como si quisiera decirle algo y no se atreviera... Hasta que un día... D. Pedro: José, hijo mío, quisiera hablar contigo un momento. José: Le escucho, padre. (SILENCIO) D. Pedro: Hijo... tu hermano Pedro nos ha dejado... Dios ha querido llevárselo... Ahora... ahora sólo me quedas tú. José: Y mis hermanas. D. Pedro: Yo ya sé lo que me digo, José. Si tú... si tú te haces sacerdote... el apellido Calasanz se perderá. (SILENCIO). ¿Me has entendido, José? José: Sí, padre. Pero yo quiero ser sacerdote. Es la ilusión de mi vida. D. Pedro: Hijo... a veces... a veces hay que olvidarse de las ilusiones... y mirar la realidad del momento. José: (CON MIEDO). ¿Qué quieres decir? D. Pedro: (TAJANTE) Que debes olvidar lo de ser sacerdote... y casarte. (SILENCIO). No contestes ahora. Piénsalo. José: Pero, padre, si lo tengo decidido ya hace tiempo... D. Pedro: No contestes ahora y piénsalo. Narrador: (SILENCIO). José fue dejando pasar el tiempo. De ningún modo quería desobedecer y apenar a su padre, pero el caso es que ya se había hecho a la idea de ser sacerdote de Dios... (SILENCIO). Hasta que, de pronto, la muerte visita de nuevo a la familia. Y ahora para llevarse al ser que más quería José: su madre. (SILENCIO). D. Pedro de Calasanz se siente vencido: primero el hijo varón que continuaría el apellido; luego, la esposa querida, la fiel compañera de tantos momentos buenos y malos... Y ahora José, que quiere ser sacerdote. El apellido Calasanz desaparecerá si José no cambia de manera de pensar y se casa... (PAUSA). D. Pedro vuelve a hablar del tema con su hijo... Hasta las hermanas intervienen para tratar de convencer a José... Y José reza y reza... José: Dios mío, ¿qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer? Tú estas por encima de todo. Pero ya ves lo que sufre mi padre. Por un lado, Tú, Señor; y por otro, mi padre... Dime, Señor qué es lo que debo hacer. Narrador: Y cuando peor se están poniendo las cosas para José, Dios viene a sacarle del apuro. Dios le ayuda, aunque de una forma bastante rara, ya que al principio no parece ayuda, sino castigo: José cae gravemente enfermo. Acuden médicos, pero se ven incapaces de curarlo.... (PAUSA). D. Pedro está deshecho. Llora y llora... ¿Es que también la muerte le va a llevar al único hijo que puede hacer todavía que no se pierda el apellido Calasanz? ¿O será que Dios no quiere eso? (SILENCIO). Hasta que un día...
José: Padre, ya sé que los médicos no pueden curarme... D. Pedro: ¿Quién te ha dicho eso, hijo mío? Los médicos sólo dicen que... José: No, padre, no trate de engañarme. Lo sé todo. (SILENCIO LARGO. EL PADRE LLORA). Pues si el caso es tan desesperado... si los médicos ya no saben qué hacer conmigo... ¿le parece a usted, padre, que lo dejemos en las manos de Dios? D. Pedro: ¿Qué quieres decir, José? José: Si... si me curo... ¿me autoriza usted a que me haga sacerdote? (SILENCIO) D. Pedro: Sí, hijo, sí. Te autorizo. Lo que no quiero es perderte para siempre. La muerte se llevó a dos seres que tanto queríamos... No sé si podría soportar que tú también... Sí, José, serás sacerdote. (PAUSA). Porque si te curas... entonces veré yo que ése es el deseo de Dios... Sí, serás sacerdote. José: Gracias, padre. (PAUSA). ¡Ah! Me encuentro mucho mejor ahora. Narrador: Efectivamente, a partir de ese momento, José recupera la salud en pocos días. (PAUSA). ¿Un milagro? Para José, sí. Pero, sobre todo, José y su padre están ahora seguros de que Dios le quiere como sacerdote suyo. (MÚSICA ALEGRE Y CAMPANAS). Y a los 25 años, José de Calasanz se convierte en sacerdote del Señor. (MÚSICA). En unos cuantos años, José de Calasanz ejercerá algunos pequeños cargos como ayudantes de obispos, y tendrá que recorrer diversos pueblos. Ha muerto también su padre, don Pedro, y José se entrega de lleno ahora a su trabajo. Es tan amable y sencillo, que siempre cae bien a la gente del pueblo. (PAUSA). Cuando José llegaba, reunía a los vecinos en la iglesia y les hablaba de lo importante que es rezar a Dios. Y algunas veces hasta tenía que ponerse serio para corregir a la gente y hacer que fueran mejores... Pero también sabía jugar con los mozos del pueblo. Y todos se quedaban admirados de su gran fuerza. Mozo 1: ¡Eh, padre! ¿Quiere tirar la barra? Mozo 2: Seguro que no llega ni a veinte pasos de aquí. (EN VOZ BAJA). Nos vamos a reír un poco del curita, ya veréis. José: Con que la barra, ¿eh? Os pago una ronda a todos en la taberna si hay alguno que la lanza más lejos que yo. Todos: ¡Bravo, padre! ¡Así se habla! Apartaos todos que tira le padre. Tú, ten cuidado que no se pierda la barra. Mozo 3: Tú primero, Julián. (GRAN SILENCIO). Todos: ¡Bravo, Julián! (APLAUSOS) Mozo 1: Ahora tú, Antonio. (SILENCIO) Todos: ¡Formidable! ¡Bravo, Antonio! (APLAUSOS) Mozo 2: Ahora le toca a usted, padre José. (SILENCIO MÁS LARGO) Todos: (ENTRE FUERTES APLAUSOS). ¡Bravo! ¡Formidable! ¡Bravo, padre! Ha sido el mejor. Fijaos hasta dónde ha “tirao”. ¡Qué bárbaro! Narrador: (MÚSICA). Las cosas van bien para José de Calasanz. Hace los estudios de teología en Barcelona. Ahora su pensamiento está en ir cada vez a más, en ocupar puestos de importancia en su brillante carrera. Y decide ir a Roma donde, por lo visto, es más fácil conseguir esos puestos. Sí, el padre José tiene las mismas tentaciones que todos: ser cada vez más importante. Pero en Roma esas ideas van a ir desapareciendo y su vida va a cambiar totalmente. Claro que, en este momento, José de Calasanz no sabe que en Roma va a comenzar el camino para llegar a ser... ¡San José de Calasanz! (PAUSA). Aquel niño, que fue como todos, travieso pero de buen corazón (porque José no nació siendo ya santo) va a empezar a ganarse la santidad a pulso, con el trabajo de cada día. ¡Y qué trabajo! (MÚSICA) José: Bueno, esto no empieza mal. Estar al servicio del cardenal Marco Antonio Colonna es un cargo de que muchos lo querrían para ellos. Voy conociendo personas importantes... (PAUSA). Sin embargo... no estoy satisfecho, Señor. Hay algo en esta clase de vida, tan cómoda, tan lujosa... que no me llena del todo... No sé lo que es... (PAUSA). ¿Sabes, Señor, cuándo me encuentro más a gusto?... Cuando visito los hospitales, los barrios bajos... Y, sobre todo, lo domingos, después de misa, cuando enseño el catecismo a los mayores... (CON MUCHO CARIÑO).. y a los niños. (PAUSA. PENSATIVO). Los niños... ¿por qué cuando estoy con ellos me siento feliz? Necesitan tanto cariño, tanta atención...
Narrador: (MÚSICA DRAMÁTICA). En el año 1596 se declaró en Roma una terrible peste. El que caía enfermo era casi seguro que moría, pues no existía ninguna medicina eficaz. Nadie ayudaba a los enfermos, por temor al contagio. La única manera de luchar contra la enfermedad era quemar todo lo que perteneciera a los apestados. (SILENCIO). José de Calasanz se lanza a ayudar en lo que puede. Ayuda a morir, administra los sacramentos, entra en las casas más miserables y hace los trabajos más repugnantes... (LLANTOS APAGADOS). José: (BAJO). Yo se te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. (SILENCIO). Mujer 1: ¿Qué hace, padre José? José: Hay que cambiarle de ropa y lavarle. Mujer 2: No lo haga usted, padre. Ya lo haremos nosotras. José: Déjenme a mí, por favor. Ustedes quemen esta ropa. Ahora mismo. Mujer 1: ¡Cómo huele! ¡Uf! Mujer 2: ¿No le da asco, padre? José: (TRAS PAUSA. COMO PARA SÍ MISMO). Sí. Pero debo hacerlo. Por él... y por Dios. (SILENCIO) Mujer 1: ¿Qué pasa, padre? ¿Ha muerto? José: Ahora se encontrará con Dios. Mujer 2: No se vaya, padre José. Está usted agotado por el cansancio. José: Debo irme. Otros me necesitan. No puedo descansar mientras la gente se esté muriendo. Debo ayudarles a pasar el gran momento. Narrador: (MÚSICA). Poco a poco va desapareciendo la peste. Pero ahora queda el dolor: familias deshechas, padres sin hijos, niños huérfanos... (SILENCIO LARGO). José camina por las calles miserables de Roma. Él también siente el dolor de tantos amores destruidos. Todos le dan pena. Pero, especialmente, los pobres niños. (RUIDO DE PELEA ENTRE MUCHACHOS). Niño 1: ¡Atízale bien! Dale, no te achiques. Mátalo. Dale. Sácale un ojo. José: ¿Pero qué pasa aquí? (REPENTINO SILENCIO) Niño 2: Estábamos jugando. José: ¿Jugando? ¿Y por qué os pegabais? Niño 1: Este, que siempre quiere que se haga lo que le da la gana. Niño 3: ¡Eso no es verdad! José: (TRAS PAUSA). ¿Habéis salido ya de la escuela? Niño 1: (FANFARRÓN). Nosotros no vamos a la escuela. José: ¿No? Vaya, vaya. Niño 2: Y eso, ¿”pa” qué vale? Niño 3: Eso es para los ricos. José: ¿A vosotros os gustaría ir a la escuela y aprender cosas? Niño 1: Mi padre dice que yo tengo que traer dinero a casa. Niño 2: Y que la escuela no sirve para nada. José: Con que tienes que llevar dinero a casa... ¿Y en qué trabajas? Niño 1: Pues... en lo que salga. Niño 3: ¡Y robando... mira éste! José: ¡Ah! ¿Y sois felices así, robando, pegándoos? (SILENCIO) ¿Qué pensáis ser el día de mañana? Niño 1: Vaya pregunta: pues, mayores. Niño 2: Yo, como mi padre. José: ¿En qué trabaja? Niño 2: En nada. Niño 3: (BURLÁNDOSE). En recorrer todas las tabernas. (RÍEN TODOS) (RÁFAGA MUSICAL)
José: Señor, ¿qué culpa tienen esos pobres niños? Están todo el día en las calles, abandonados. Envejecen antes de tiempo, sin ser niños de verdad... No hacen más que imitar a los mayores... reflejar nuestra maldad... Si conocieran quién eres Tú... Narrador: “Necesitan escuelas”, es lo que en el fondo va pensando José de Calasanz. Ahora sólo pueden recibir educación los hijos de los ricos... (SILENCIO). Pasan los días. Y José no hace más que pensar en lo mismo. (PAUSA). Y, de pronto, la gran idea: crear escuelas para los niños pobres, escuelas donde nadie tenga que pagar nada... (PAUSA). José propone su idea al Estado. Y recibe una carta: Voz: “La idea es magnífica, padre, pero sería tirar el dinero con esa gente. Y ya sabe usted que el dinero no sobra. Pero ánimo, que ya vendrán otros tiempos y...” Narrador: Y bla bla bla... El rollo de siempre. Pero José de Calasanz no se desanima. Y un día va a una iglesia pobre, llamada Santa Dorotea, donde trabaja muy ilusionado el P. Brendani. José de Calasanz le pide algún local para empezar a enseñar a un grupo de chicos las verdades cristianas y las primeras letras... El P. Brendani le cede un local y, entusiasmado con la idea, él mismo le ayuda muchas veces. (PAUSA). En 1597, en Santa Dorotea, la pequeña y humilde iglesia de Roma, acaba de nacer la primera escuela cristiana para los pobres. La primera escuela gratuita... ¡hace más de cuatrocientos años! (MÚSICA) Madre 1: Fíjate: el mío ya sabe leer y escribir. Madre 2: Pues si vieras cómo hace las cuentas mi Pablito. Madre 3: Y, sobre todo, que no están todo el santo día en la calle. Madre 1: Ha sido una suerte ese cura. Madre 2: ¿Cómo dices que se llama? Madre 1: José de Calasanz. Madre 3: Míralo, precisamente por ahí viene. Madre 1: Siempre rodeado de gente. Madre 2: Pidiéndole que deje entrar a sus hijos en la escuela, seguro. Madre 4: Padre José, ¿podría mi Andresín venir a su clase? José: Naturalmente, mujer. Madres: ¿Y mi hijo? ¿Y Sebastián? ¿Y mi Vittorio? ¿Y el mío? José: Todos pueden venir cuando quieran. Todos. Ya veremos cómo nos arreglamos con el sitio. Madres: Pues mañana se lo mando. Gracias, padre. El lunes lo tiene usted. Muchas gracias, padre. José: Ahora salen chavales por todas partes... ¿Y dónde los meto? ¿Y profesores? Yo solo no puedo con tantos. Algunos comienzan con muy buen intención, pero se cansan pronto... Bueno, Dios lo arreglará. ¿Dónde he metido yo la lista de...? Narrador: (TRAS PAUSA). Lleva tantos papeles el padre José. Lo que busca es la lista de cosas que tiene que comprar: plumas, cuadernos, lapiceros,... Y todo lo paga él de su bolsillo. Pero él no quiere que esto se sepa. (SILENCIO). Y Llega el invierno, con abundantes lluvias y las primeras nevadas. El río Tíber crece y crece... hasta que se desborda. El barrio de las escuelas del padre José es el más afectado por la inundación. Y ahora, igual que cuando la peste, se dedica a salvar a los que son arrastrados por la corriente. No sé cómo, pero se ha agenciado una barquilla y, a fuerza de remos, va llegando hasta las casas aisladas en el agua... Y cuando ésta desciende empiezan a aparecer los cadáveres en el barro. Y otra vez a darles sepultura y a ayudar a los que lo han perdido todo, a los que se han quedado sin familia. Son tantos... (SILENCIO). Y es tan grande la labor de Calasanz que entre las gentes influyentes se comienza a hablar de él y todos alaban su obra. Dama 1: Según me han dicho, ese padre José hizo una labor maravillosa cuando las inundaciones... Dama 2: Y antes también, cuando la peste. Dama 3: ¿Y lo de la escuela para pobres? Dama 1: ¿Tú crees que los pobres deben tener cultura y educación? ¿Pero no han nacido para trabajar? Dama 2: Ay, hija, al fin y al cabo... eso no me parece mal.
Dama 3: ¿Para qué, si van a seguir siendo pobres toda la vida? Además, que tiene que haber pobres, ¿no creéis? Siempre habrá clases sociales. Dama 1: Eso sí es verdad. Si no hubiera pobres, ¿quién nos iba a hacer a nosotras los trabajos duros en nuestros palacios? Dama 2: Pues a mí me parece una obra muy hermosa. Dama 3: ¡Y qué entrega! A mí me parece un santo. Narrador: (TRAS SILENCIO). Ha pasado algún tiempo. Oigamos ahora lo que hablan esas gentes aristocráticas. Dama 1: ¿Qué os decía yo? Ese cura se ha pasado de rosca. Todas: Ay, cuenta, cuenta... Dama 1: Pues que no era tan santo como pensábamos. Dama 2: Pero dilo ya de una vez, mujer. Dama 1: Ayer cené en casa de la princesa Romola. Que, por cierto, es una cursi. Todas: Y que lo digas. Completamente ridícula, se da unos aires... y es rarísima. Dama 1: Estaba con nosotros el Obispo y él nos contó algo francamente horroroso. (SILENCIO). Ese cura... (PAUSA LARGA) ha admitido en sus escuelas a algunos niños judíos. Todas: ¡No! ¡No es posible! Niños judíos, qué mosntruosidad. Dama 1: Pues cuando sepáis lo que viene ahora... (SILENCIO). A los niños judíos, estad atentas, a los niños judíos no les o-bli-ga a ir a misa ni a los actos religiosos. Todas: ¡Santo cielo! ¿Pero es posible semejante barbaridad? Dama 2: Y él es un sacerdote. Dama 3: ¿Y no le han llamado la atención a ese revolucionario de izquierdas? Dama 1: Todo el mundo sabe que es muy amigo de esos dos herejes, que no creen en Dios y dicen tantas cosas que no están en la Santa Biblia. Dama 2: Dicen que a Galileo hasta le ayuda y todo. Dama 3: ¿Quién iba a decirlo? ¡Qué horror! Dama 1: Pues él, en vez de arrepentirse, quiere enseñar a todos los chicos... Dama 2: ¿Has dicho educarles como a nuestros hijos? ¡Ese cura está loco de remate! Dama 1: Y el muy insensato hasta ha pedido al Papa la autorización para fundar las escuelas. Dama 3: No creo que el Papa se la dé. Dama 2: ¡Qué cosas se te ocurren! Ahora verás lo que le dice el Papa. Narrador: Y lo que hizo el Papa Clemente VIII fue dar categoría de “Congregaciób” a la reciente obra de José de Calasanz. Desde ese momento, sus escuelas para todos los pobres comenzaron a llamarse “Escuelas Pïas”. (MÚSICA). José de Calasanz ha tenido que trasladar sus escuelas a otro lugar más grande. Ahora, incluso tiene una capilla, y él mismo se dispone a colocar la campana. Pero, al subirla a hombros, cae al suelo desde la altura. Los alumnos están espantados. El golpe ha sido mortal. Sin embargo, Calasanz lo soportará gracias a su fortaleza física. Una buena temporada en cama... y a seguir trabajando. Mientras se repone, muchos alumnos le visitan, y también algunos sacerdotes, entre los cuales, varios se quedan para ayudarle en su obra. (MÚSICA). Ya casi llegan a mil los muchachos que diariamente acuden a las Escuelas Pías. Y no todos son pobres, pues, en vista de cómo educa el padre José, algunas familias ricas mandan también a sus hijos. Claro que no a todos los nobles y ricos les parece bien. Dama 1: ¿Os habéis enterado de lo de la princesa? Dama 2: Esa Romola no sabe lo que hace. Mira que mandar a sus hijos a las escuelas esas, mezclados con los pobres... Dama 3: Sin importarles que les traten igual que a los pobres. Dama 1: Creo, marquesa, que se debería hacer algo. Dama 2: ¿Y lo de los niños judíos? Pues estábamos buenos si no se les obliga a ir a misa. Dama 3: Y, encima, el Papa le protege y le paga el alquiler de los locales. Dama 1: Ese cura está loco. ¡Para qué enseñar a leer y escribir a unos chicos que han nacido para trabajar y ser pobres! Dama 2: No me hable. Creo que tenemos la obligación moral de echar abajo la absurda obra de ese pobre hombre.
Dama 3: ¿Y no podríamos hacer algo? Narrador: ¡Vaya si lo hicieron! Calumniaron al padre José, dijeron mentiras y falsedades acerca de él. El Papa Clemente VIII, sin que Calasanz lo supiera, mandó a las escuelas unos cardenales para que averiguaran si era cierto lo que le habían dicho. Pero los cardenales dijeron al Papa que todo era falso y que lo que estaba haciendo Calasanz era una obra admirable: el deshacer sus escuelas sería un grave error. (MÚSICA). Y ahora merece la pena que conozcamos a uno de los “profes” de las Escuelas Pías: un jovencito de más de cien años de edad, llamado Gaspar Dragonetti. (PAUSA). El padre José de Calasanz está en su despacho y espera que, de un momento a otro, se presente el P. Dragonetti a repetirle por milésima vez que no tienen ni una perra para pagar las facturas. Es la hora del recreo. El padre José trabaja. Y, de pronto, se da cuenta de que en el patio hay demasiado silencio. Se asoma: no hay ningún chico. Únicamente el P. Dragonetti tomando tranquilamente el sol. El P. José se le acerca. José: P. Gaspar, ¿dónde ha escondido a los muchachos? Gaspar: (CON PICARDÍA) ¡Je, je! Los muchachos. Lo estarán pasando fenómeno. José: ¿Y eso? Gaspar: Les he dado vacaciones hasta que el colegio pague todo lo que debe. Y me parece que van a tener vacaciones para rato. José: Con que sí, ¿eh? Pues esta vez me las va a pagar usted. Gaspar: Je, je. El que tiene que pagar es usted, P. José. Acaba de llegar la facturita de las patatas. Son ocho escudos. A ver de dónde los saca. Je, je. José: Esa es otra cuestión. De momento, avise a los chicos que vengan a clase mañana. Gaspar: (IMITÁNDOLE) Esa es otra cuestión. Ya me contará cómo piensa pagar todo lo que debemos. José: Ahora mismo lo va a ver. Narrador: Ante la sorpresa y el buen humor del P. Dragonetti, Calasanz hizo una cajita de madera. (GOLPES DE MARTILLO SUAVES). Gaspar: (CON MUCHA IRONÍA). ¡Qué cajita más mona! ¿Es para sus ahorros, P. Calasanz? Y le ha puesto algo... A ver... “Limosna para las Escuelas Pïas”. (RÏE) José: ¿Tanta gracia le hace, padre? Gaspar: Me río de que la haga pequeña. La caja debe tener dos metros de larga por medio de ancha. Si no, ¿cómo van a caber todas las limosnas? (RÏE) José: Entonces, ¿usted cree que no va a dar resultado? Gaspar: Para mañana los chavales ya la han llenado de cáscaras y papeles. Lo que estoyt disfrutando. José: ¡Qué poco confía en Dios, P. Dragonetti! Gaspar: En Dios sí, pero los que tienen que echar dinero aquí son los hombres. José: En el mundo hay muy buena gente. Confíe. Y mañana lo veremos. Gaspar: Ya lo veremos. Estará vacía. Me parece que esta noche no voy a poder dormir de la emoción. Narrador: Y al día siguiente... Gaspar: Seguramente la caja habrá reventado de tanta limosna. (RÍE) José: Bueno, al menos no ha reventado. Abrámosla a ver qué pasa. Gaspar: Ya se lo puedo decir yo sin que se moleste en abrirla. Que esa caja... (RUIDO DE MONEDAS). ¡Bendito sea Dios! José: Sí, cuente, cuente... Gaspar: ... 35, 36, 37, 38, 39, 40. ¡Cuarenta escudos! José: Y este papelito que tengo en mis manos. Gaspar: (AHORA CON CIERTO TEMOR). Si no es alguna otra factura... José: Pues no, P. Dragonetti. Son doscientos escudos de oro para cobrar en el banco de Roma. Gaspar: (ATÓNITO). ¿Doscientos escudos de oro? José: Léalo usted mismo, padre. (PAUSA) ¿Qué, hay todavía almas buenas en el mundo?
Narrador: (MÚSICA). Estamos en el 1612. De nuevo las Escuelas Pías han cambiado de sitio a un lugar más amplio. (PAUSA). Y el P. José quiere hacer también otro cambio en la escuela, otro cambio no menos importante. Por eso reúne a todo el profesorado. José: Ha llegado el momento de acabar con los castigos corporales. No se permitirá pegar a los niños. Y también habrá otros cambios... Narrador: Calasanz no sólo fue innovador al comenzar la escuela para los pobres, sino que también fue novedoso en sus métodos pedagógicos. Y en muchas más cosas. Veamos. (PAUSA). Estamos en un recreo. Dos chicos se están pegando. Vuela una piedra. Alumno 1: ¡Está sangrando del ojo! Alumno 2: ¡Mira! ¡Si lo lleva colgando! Alumno 3: P. José, a Miguel Ángel le han sacado un ojo. José: Tranquilo, muchacho. No llores. Yo te curaré. Pero tranquilo, ¿eh? Y luego no te dolerá nada. Ya lo verás. Narrador: Se agacha el P. José.. y con su mano grande y llena de amor, le coloca el ojo en su sitio. José: Anda, ya puedes seguir jugando, límpiate la cara y no llores más. ¿A que ya no te duele? Vamos, no os quedéis como tontos, que no ha pasado nada. ¡Venga, a correr todo el mundo! Narrador: Por la noche el P. Dragonetti, que lo ha presenciado todo y se ha llevado un susto terrible, se arrodilla ante el Señor en la capilla. Gaspar: Señor... estoy... estoy como atontado por lo ocurrido... Tú, sabes, Señor, que siempre he admirado y querido al P. José, aunque a veces haya echado pestes de él y sus órdenes... Soy viejo y de mal genio, ya lo sé... Pero hoy he visto que ese hombre... ese hombre es un santo, uno de tus santos, Señor... Y te prometo no enfadarme nunca más con él. Obedeceré sin quejarme de lo que él mande... Narrador: (MÚSICA). Ya dijimos que el Papa Clemente VIII dio a los Escuelas Pías el título de “Congegación”. Años más tarde, el nuevo Papa Gregorio XV hizo que “subieran de categoría”, pues les dio el título de “Orden”. (PAUSA). Se fundaron nuevas escuelas y eran muchos los que querían ser escolapios como Calasanz. Así se fue multiplicando esta maravillosa obra también por otros países. (PAUSA). Pero ¿es posible que todo fuera tan bien? ¿No hubo nadie en contra? (SILENCIO). Recordaréis que al P. José y a sus compañeros les acusaron de herejes, es decir, de contrarios a la Iglesia Católica. ¿Por qué? Pues porque a los niños judíos no les obligaba a ir a misa. Y, sobre todo, porque tenía amistad con dos sabios, uno de ellos Galielo Galilei, que según la Inquisición iban con la religión. Pues bien, Calasanz era amigo de ellos y hasta le ayudó a Galileo cuando al final de su vida quedó ciego. Muchos escolapios aprendieron de estos sabios. (SILENCIO). Y es ahora cuando aparece el P. Mario Sozzi, que tanto haría sufrir a José de Calasanz. (MÚSICA). Mario Sozzi, que de joven era mal estudiante y de pocas luces, ya era sacerdote antes de hacerse escolapio. Cuando entró en las Escuelas Pías de Florencia se dio cuenta de que los padres escolapios eran más inteligentes y sabían más que él. Esto le produjo una gran envidia. Entre las muchas cosas que hizo para destruir la Orden, acusó al P. José y a sus escolapios de haberle robado unas cartas de la Inquisición. Ocurrió así. Escribió esta carta: Mario: (EN LECTURA DE CARTA): Ilustrísimo y Reverendísimo Señor del Santo Oficio: esta tarde me han quitado todas las escrituras que tenía en mi poder y que pertenecían a ese santo Tribunal. Otras humillaciones contra mi personas las acepto y me las callo, pero, tratándose de la Inquisición, me creo en la obligación de comunicárselo para que tome las medidas oportunas. Narrador: (TRAS PAUSA). Así es como contaba las cosas el P. Mario. No habían sido los escolapios, sino otro miembro del tribunal de la Inquisición quien le había confiscado una única carta. Al cardenal Albizzi, a quien le había sido dirigida la carta, le pareció muy grave el asunto. Y fue a comunicárselo al Papa, que ahora era Urbano VIII. Y el Papa mandó a monseñor Albizzi con unos cuantos soldados del Santo Oficio para que detuvieran a José de Calasanz y sus compañeros. Albizzi: ¿Quién es el Superior de las Escuelas Pías? José: Soy yo, José de Calasanz. ¿Qué desea su Ilustrísima? Albizzi: Desde este momento, usted y todos los escolapios de este colegio, quedan hechos prisioneros del Santo Oficio. ¿Están todos aquí?
José: Un padre está celebrando la santa misa. Albizzi. Tráiganlo. José: Pero, Ilustrísima, la gente está... Albizzi: Tráiganlo inmediatamente. Narrador: Y, así como estaban, a pleno sol y rodeados de guardias, fueron llevados presos por las calles más céntricas. Detrás de ellos iba la carroza de monseñor Albizzi. La gente los veía pasar y se pregunta qué habría ocurrido. (PAUSA). Una vez en el edificio, les hicieron esperar horas, mientras el inquisidor comía y echaba la siesta. Y José de Calasanz, como tenía la conciencia tranquila, se quedó dormido. Escolapio 1: (CON ADMIRACIÓN). ¿Cómo puede dormir ahora en esta situación de peligro? Escolapio 2: Porque es una alma inocente. Mírale, parece un santo. Narrador: Al cabo de una larga espera, vuelve monseñor Albizzi. Albizzi: Quedan todos prisioneros de este tribunal por haber quitado a un gran amigo y colaborador de este Santo Oficio unos papeles que pertenecían a la Inquisición. José: (MUY TRANQUILO) ¿De qué papeles se trata? Albizzi: De los que desvergonzadamente sustrajisteis al buen padre Mario de su habitación. José: Perdone, Ilustrísima, pero ni estos padre ni yo hemos cogido nada. Todo ha sido asunto del cardenal Cesarini. Vos mismo podéis comprobarlo. Albizzi: (MUY ASUSTADO). ¿El cardenal Cesarini? José: Él mismo, en persona, hizo el registro del cuarto del P. Mario. Mandadle un aviso y comprobaréis que os digo la verdad. Albizzi: Ahora mismo, que envíen una nota al cardenal. Narrador: El cardenal Cesarini se llevó un gran disgusto y mandó liberar a José de Calasanz y sus compañeros. Para que volvieran de regreso a casa les mandó su mejor carroza. Y dio esta orden. Cesarini: Antes han tenido que sufrir la vergüenza de ir andando por las calles y que todo el mundo les viera. Ahora que vuelvan en la carroza, con las cortinillas levantadas y el paso lento por las mismas calles que vinieron, para que la gente que les vio detenidos se dé cuenta de que son completamente inocentes. Narrador: En la escuela, el P. Mario está gozando, disfrutando de su maldad. Ahora él es el dueño de la situación. Él es quien ha vencido. (PAUSA). Pero poco le dura la alegría. Frente a la casa se ha detenido una carroza lujosa y de ellas descienden el P. José y sus escolapios. Uno: ¡Gracias a Dios que ya estáis de vuelta! ¡Lo que habréis sufrido en estas horas! José: (CON SENCILLEZ). Al volver en la carroza sí que he tenido vergüenza. Al ir andando, no. Fui pensando en la pasión de Cristo. Él lo pasó peor, mucho peor. Narrador: (MÚSICA). No sabemos cómo se las arregló el P. Mario. Seguramente con cartas llenas de mentiras a la Inquisición. El caso es que, al cabo de un tiempo, el Santo Oficio decide quitar de Superior a Calasanz y ponerle al P. Mario. Escolapio 1: ¿Pero debemos consentir esto? Escolapio 2: Yo no pienso obedecer la orden que ha dado el P. Mario. Voces: ¡Ni yo! ¡Yo tampoco! ¡Nadie le obedecerá! José: Estáis todos equivocados, hermanos, si pensáis actuar de ese modo. El P. Mario manda ahora. Él es nuestro superior. Escolapio 1: Pero está claro que lo que quiere es acabar con las Escuelas Pías. Escolapio 2: ¡Cuidado, que ahí llega! Mario: (MUY SECO Y ENFADADO). P. José, he dado una orden y nadie quiere cumplirla. Pero yo estoy seguro de que si usted firmara la orden, todos la llevarían a cabo. (PAUSA). Fírmela, P. José. (SILENCIO). ¡Le mando que la firme inmediatamente! Escolapio 1: No lo haga, P. José. José: (HUMILDEMENTE). El P. Mario es ahora nuestro Superior. Déjeme la orden para que la firme. (SILENCIO. FIRMA). Mario: (TRIUNFANTE). El P. José de Calasanz es un sacerdote modelo. La obediencia es su principal virtud. No comprendo cómo quieren seguir obedeciendo a este “viejo chocho”. Escolapio 2: Él es nuestro fundador y nuestro superior.
Mario: ¿Fundador? Poco tiempo le queda a su obra. Porque os aseguro que no descansaré hasta que la vea destruida. José: (SERIO PERO NO CON MALOS MODOS). P. Mario, temed el enfado de Dios por el mal que estáis haciendo a esta obra suya. Mario: (RIENDO). ¿Obra de Dios? ¡Obra de un loco! Bien, la orden está firmada por el P. José: obedecedla todos. José: No se vaya, P. Mario. Tome. Este es el dinero que he sacado de las limosnas. Ya no debo tenerlo yo. (PAUSA). Pero necesitaría un poco para comprar estampas para los niños... Mario: Toma esta monedita... con eso os basta. Narrador: En el Antiguo Testamento se pensaba que los que tenían la enfermedad de la lepra era porque Dios estaba enfadado con ellos. (PAUSA). Pues bien, el P. Mario cayó enfermo de lepra, una enfermedad repugnante, en la que el cuerpo se hincha y se llena de pus. Después de mucho sufrir, murió el P. Mario Sozzi. Pero antes de morir mandó que fuera nombrado superior el P. Querubini que tenía también la intención de destruir las Escuelas Pías. (PAUSA). Y casi lo consigue. No admiten nuevos escolapios y a los que había se les hace la vida imposible, no se permiten nuevas escuelas y algunas se cierran. José: Dios me lo dio, Dios me lo quita ahora. Todo sea por su gloria. Narrador: (MÚSICA). Sólo faltan dos años para que Calasanz deje este mundo. Llegará a los noventa, pero antes morirán sus enemigos. El P. Querubini terminará como el P. Mario: enfermo de lepra. Pero antes de morir se arrepentirá y pedirá públicamente perdón al P. José. Querubini: Aquí... delante de todos... quiero pedir perdón al P, José de Calasanz, a quien tanto daño he hecho... a él... y a su obra... y a todos vosotros.... Perdóneme, P. José. José: (TRAS UNA PAUSA). De todo corazón yo le perdono, P. Querubini. Ojalá Dios me perdone a mí mis pecados... como yo le perdono, padre. Créame que yo jamás le he deseado mal alguno, sino la salvación de su alma. Esté tranquilo, P. Querubini, que hace ya tiempo que le he perdonado. Querubini: No me deje, P. José. ¿Quiere ser mi confesor? Narrador: Y fue su confesor. Y no le abandonó en los últimos momentos. (PAUSA). Así era el P. José. Narrador: (MÚSICA). Hoy es el cumpleaños de Calasanz. Cumple noventa años. Ahora lleva un bastón y arrastra los pies lentamente. Noventa años: una larga vida entregada a Dios y a los niños... Pero su vida se va apagando... Aquella naturaleza tan fuerte se ha ido desgastando poco a poco. Y llega un día en que no puede celebrar misa. (PAUSA LARGA). Es domingo. En la iglesia los niños están asistiendo a la misa. Es el momento de la comunión, desde el fondo, la anciana figura del P. José comienza a recorrer el pasillo. Hay un silencio sagrado. Los chicos contemplan al buen P. José avanzar apoyado en su bastón. Se arrodilla y recibe en su lengua el cuerpo blanco de Dios... Al final de la misa, el P. José bendice a todos los niños. (PAUSA). Por la tarde se acostó para no volverse a levantar. Y empezaron las visitas. Todos salen del cuarto asombrados de la paciencia y sencillez del santo. (PAUSA). Un día... Portero: ¿Dónde va usted, señora? Madre: Quiero ver al P. José de Calasanz. Portero: Eso no es posible, señora. Madre: Por favor... Mi pequeño no puede andar. Mire sus pies. Sólo con que le toque el P. José estoy segura de que se curará. Por favor, déjenos entrar. Portero: Bien, pase usted. Pero no haga ruido. El P. Calasanz está muy enfermo. Narrador: Y una vez en el cuarto del santo, la madre se arrodilló ante él. José: Levántese, señora, se lo ruego. Madre: P. José... José: ¿Es su hijo? ¿Cómo te llamas, pequeño? Niño: Francesco. Madre: No puede casi andar. Mire sus pies, P. José.
José: ¡Oh, pobre hijito! Con las ganas que tendrás de correr y saltar... déjame que te vea... (PAUSA) ¿Te hago daño cuando te toco el pie? Pobrecillo. Tan joven y ya sabe lo que es el sufrimiento... Anda, vete. Dios te ayudará. Narrador: A los cuatro días, el niño tenía los pies completamente normales. Y, a partir de entonces, enterada la gente del milagro, los que visitan al enfermo empezaron a llevarse pequeños recuerdos del santo, para conservarlos como reliquias. Todos querían algún recuerdo del P. Calasanz. (PAUSA). El día 24 de agosto, Calasanz pide la comunión. Después le oyen decir algunas palabras dirigidas a la Virgen. Padre: ¿Quiere algo, P. José? José: Nada, hijo, muchas gracias. Padre: Decía palabras raras. ¿Estaba rezando a la Virgen? José: Sí. La he visto. Se me ha aparecido. Y con ella todos los hermanos escolapios fallecidos. Ha sido muy hermoso. (PAUSA). Me están esperando. Narrador: Por la noche pide que se le administren los últimos sacramentos. (PAUSA). En la mañana del 25 de agosto de 1648, repitiendo tres veces el nombre de Jesús, muere San José de Calasanz.