VIDA Y MUERTE: SU IMPORTANCIA EN EL VÍNCULO HUMANO

PARADIGMAS VIDA Y MUERTE: SU IMPORTANCIA EN EL VÍNCULO HUMANO Ps. Luis tlerrem Abad La muerte es un tema tocado con un exceso de delicadeza por las d

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VIDA Y MUERTE: SU IMPORTANCIA EN EL VÍNCULO HUMANO Ps. Luis tlerrem Abad La muerte es un tema tocado con un exceso de delicadeza por las disciplinas humanísticas. En Psicoanálisis, el tema aparece pocas veces y de manera fugaz, salvo en aquellos momentos en que Freud se siente en condiciones de incorporar en sus reflexiones el concepto de "impulso de muerte". Esto sucede tarde en el pensamiento psicoanalítico y suscita no poca resistencia. Lo mismo parece ocurrir con la posibilidad de hablar del hecho de morir, tema al que hoy me voy a referir, asumiendo el riesgo de que para más de uno sepa filosofía. Al fin y al cabo todos somos muchas veces filósofos en nuestra vida y en ocasiones de nuestra muerte, o bien cuando pensamos en nuestra existencia, valores, éxitos y fracasos. También lo somos al pensar en las vicisitudes de la vida cotidiana cuando por ejemplo, recordamos a los seres queridos que nos dejaron, o que murieron, o a aquellos a quienes la vida los llevó por otros caminos. Podrán ustedes imaginar que los psicoanalistas constantemente tenemos que filosofar por la sencilla razón de que nuestro que hacer supone el contacto con el ser humano sufriente, sus miserias y sus grandezas. Permítanme empezar citando a Minkoswki. Este autor se pregunta si podríamos vivir sin morir. Si fuera posible imaginar una vida sin muerte, ésta sería paradójicamente carente de movimiento, de un hacia algo, es decir carente de vida. Sin la muerte no sería posible valorar la vida, la cual

Licenciado en Psicología PUCP

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El autor realiza un análisis del tema de la muerte desde la perspectiva psicoanalítica y particularmente desde una visión que retoma lo existencial en relación a la vida, la salud. el amor, entre otros temas, como la relación sujeto-objeto, sujetoexperiencia.

Palabras Clave: Impulso de muerte, vida, psicoanálisis,

amor.

devendría en algo opaco que no valdría la pena ser vivida. Sólo ante la muerte tomamos contacto íntimo con la vida. Recién al morir alguien cercano o reflexionar sobre nuestra propia muerte comenzamos a representamos la idea de la vida como una biografía, como lapso que tiene, por tanto, un comienzo y un fin. Precisamente, y gracias a la muerte, la vida se constituye en algo valioso, irrepetible, que no queremos abandonar. Su pérdida es irreparable. Cuando nos vemos frente a la muerte, sentimos que ésta ha irrumpido, interrumpido momentáneamente la vida; nos confronta y se nos muestra cruel, desconocida y misteriosa. Nos pone delante de nuestro propio fin. Ignoramos cuando sucederá, si lo supiéramos -dice Minkoswki- no podríamos vivir, estaríamos demasiado pendientes del tiempo que nos queda de vida. No son pocos los que al superar una situación de muerte sienten qúe la realidad se les aparece como sagrada y hermosa. May se preguntaba si sería posible amar apasionadamente si supiéramos que nos moriríamos. Por esto, decía este psicólogo existencial , que por ser inmortales los dioses olímpicos eran aburridos. Y es también por esta razón que trataban de relacionarse con los hombres, enamorándose de mujeres mortales y satisfaciéndoles a su vez deseo en el de inmortalidad a través de un hijo producto del amor. Así para los griegos la pasión que vence al tedio se compone de vida, muerte y deseo de eternidad.

Vida y muerte: Su importancia en el vínculo humana

Los dioses buscan la mortalidad en los humanos y los humanos buscan la inmortalidad en sus dioses. Dios, que generalmente es representado como inmortal, expresaría los sentimientos de indefensión que los hombres experimentan frente al hecho inevitable de que algún día deberán morir. Sin embargo, confían en poder participar en algo de la inmortalidad de sus dioses. Dice Arnold Toynbee que al no estar Dios supeditado a la muerte abre una brecha con el hombre mortal. Si Dios no ha pasado por la experiencia de morir, mal podría comprender el sufrimiento humano frente a la muerte. Agrega que los dioses que más adoración suscitan en el hombre son justamente los que alguna vez murieron y resucitaron. Cristo es un ejemplo. La figura de Dios hecho hombre, del Dios hijo, es más cercana y venerada que la de Dios Padre Eterno o la del Espíritu Santo, las cuales pueden ser experimentadas como distantes y con frecuencia, atemorizantes. De esta forma es que el hombre satisface la necesidad de incorporar a través de sus dioses, la inmortalidad deseada. Quizá el acto humano donde los elementos de la siempre polaridad, esencial de la condición humana, Eras y Tánatos, se fusionan potenciándose mutuamente, sea el acto sexual. El orgasmo supone salir del presente y rememorarse más allá del tiempo, es un abandonarse mutuamente anulando límites y fronteras, está asociado al nacer y morir, a la destrucción y construcción, a la vida ya la muerte. Al respecto Freud nos enseño que el Yo es la instancia que por rendirle culto a la realidad exterior, se ciñe a lo temporal, siempre oscilando entre principio y fin. El Ello, en cambio, es atemporal, su determinación impulsiva ignora lo finito y vive el eterno presente de la búsqueda del placer. El Yo entonces, sabe del final;

sin embargo, en ocasiones se deja llevar hacia lo atemporal, lo eterno. Esto sucede, especialmente en el amor apasionado, y también en el arte y en la percepción de lo estético. La entrega le sirve al Yo para recuperar, inmediatamente después del acto, su identidad reforzada con el "yo soy amado", "yo amo". Miguel de Unamuno en Del Sentimiento Trágico de la Vida sostenía que era inherente a la naturaleza humana el hambre de inmortalidad. Este anhelo de inmortalidad era lo que él llamaba amor entre los hombres, pues decía que el que ama a otro busca perennizarse en él. El amor sería lo único que vence a lo transitorio, eternizando la vida. " De lo hondo de la congoja, del abismo del sentimiento de nuestra mortalidad, se sale a la luz del otro cielo, como de lo hondo del infierno salió el dante para volver a ver las estrellas" (Unamuno). Recordemos que Platón en el mito de Fredo nos dice que el alma caída de los cielos y condenada a vivir en el cuerpo, mantuvo sin embargo cierta memoria de lo vivido antes de su caída. Puede entonces, descubrir que la vida es una ilusión y que a pesar que los seres humanos nacen y mueren, y que las cosas se construyen y destruyen, existe otro universo verdadero, eterno y perfecto que no se destruye y al cual desea que regresar. En lo humano se da la contradicción desgarrada de la existencia: el amor y el odio, el sueño y la realidad, la esperanza y la desesperación; y como telón de fondo la razón se enfrenta al impulso, responde a las limitaciones del cuerpo y sus necesidades, aspirando, no obstante, a la eternidad oscilante entre lo divino y lo demoníaco. Precisamente el arte surge de ese oscuro e,ncierro. Por eso es que "Dios nos escribe novelas", dice Sábato. Podemos afirmar que lo profundamente humano se da en la crisis, en el conflicto, en la continua tempestad de antinomias, en donde son constantes las fusiones y las rupturas. El hombre jamás logra realizar la ilusión de unir a los contrarios. Sólo llega a transacciones precarias luego de grandes esfuerzos y tensiones. Será por eso que lo bello en la medida en que puede ser apreciado por el hombre, está acompañado de la desgarradora condición humana de vivir en el conflicto. El acto mismo de crear artísticamente se tiñe del ansia de inmortalidad, de la búsqueda de sus raíces para empezar de nuevo, y recuperar así el tiempo perdido. Sólo los seres humanos por ser mortales anhelan la inmortalidad. Desde las ciencias, pasando por las religiones, el arte, etc., el sello de la necesidad de vencer a la muerte está presente. La solidaridad con nuestros semejantes, dice Savater (1995), constituye un ejemplo de nuestra tendencia a unidos venceremos a la muerte. Sin embargo, el hombre ha llegado a matar a otros hombres para sentir que él usa a la muerte, que tiene poder. Lo ideal sería "tener el propósito racional de vivir con perspectiva de inmortalidad pero sabiéndonos mortales" (Savater, 1995).

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Es una absoluta necesidad el que nos aseguren un tiempo de supervivencia luego de la muerte. Es, dice Piera Aulagnier, como si quisiéramos que nuestra huella persistiera en el mundo; que las personas más cercanas que nos sobrevivan nos conserven en su recuerdo. Este anhelo es aún poderoso que la creencia en otra vida después de la muerte. Se trata, como afirmar Aulagnier, que el Yo no puede tolerar que esta tierra suya se mantenga indiferente a su muerte y desaparición. Quiere que sus sufrimientos y sus sueños hayan valido la pena. Son tres las preguntas sobre la vida y la muerte que el ser humano se hace a lo largo de su existencia: De niño se preguntaba: ¿de dónde nacen los niños?, luego de joven: ¿qué seré cuando sea grande?, y al final de su vida: ¿qué será cuando ya no esté? Las tres preguntas aluden al comienzo, al proceso ya la huella que podemos dejar en nuestro paso por la vida. Piera Aulagnier nos da una sugerente metáfora de la vida y de la necesidad de dejar huella. Los seres humanos intentamos emitir un juicio a priori del momento final y de esta manera prever, al menos una parte, lo que vendrá con el fin de nuestra historia. Al llegar a la última línea del libro del cual somos autores, ya no es posible regresar hacer correcciones. "El Yo como autor del libro de su vida no solamente querría tener la seguridad de que lo van a leer, sino también querría conocer lo que pensarán de él sus lectores póstumos" (Aulagnier). Quizá en el hecho de la muerte, más que el temor a morir, se da el miedo a que nada de nosotros permanezca. En una carta del 11 de Junio de 1923 dirigida a Katá y Lajos Levy, Sigmund Freud, al referirse a su operación (por un cáncer a la mandíbula), confiesa que la incertidumbre que se puede presentar en un hombre de 67 años ahora tiene un sustento real. Sin embargo, se consuela citando a Bernard Shaw: "No intentéis vivir eternamente; no lo conseguiréis". En esta misma carta dice que Heinele, su nieto de cuatro años, hijo de Sophie, gravemente enfermo, y por quien Freud afirma sentir un enorme cariño ("jamás había amado tanto a un ser humano"), ha sido desahuciado por los médicos: "Encuentro esta pérdida muy difícil de soportar -dice- . No creo haber experimentado jamás una pena grande. Quizá mi propia enfermedad contribuya al disgusto. Trabajo por pura necesidad pues fundamentalmente todo ha perdido su significado para mí". Al morir un hijo (o nieto), es probable que el padre no se rehaga jamás, pues, entre otros sentimientos, queda detenida la posibilidad de prolongarse en el hijo; se trunca su anhelo de vivir en el otro, se pierde las ganas de seguir viviendo. En otra carta dirigida a Pfister del 27 de enero de 1920, Freud se refiere

a la muerte de su hija Sophie diciendo: "oo. La pérdida de un hijo produce una grave herida narcisística. Lo que se conoce como duelo llegará probablemente después". Así lo creyó Maud Mannoni, quien al morir su esposo, quiso mantenerlo vivo consagrándose a la compilación y publicación de la obra póstuma de Octave: Aquí nos Separamos. Ese es mi Camino. "Cuando salga este libro -se decía- yo les haré señas

de ultratumba y habrá una fiesta para celebrar el acontecimiento; una fiesta y no una misa de aniversario. ¿No dice acaso un proverbio magache que el hombre no está muerto mientras se siga hablando de él? En los pacientes moribundos o que padecen algún mal terminal (en tránsito hacia la muerte, los llama M'Uzan) se da una propensión a desarrollar transferencias intensas. Lejos de tender a separarse de sus objetos de amor, buscan reemplazarlos, en cuanto se sienten que van a quedar sin ellos. Tanto es así que si el entorno familiar o médico no responde (quizá evitando mirar la muerte), exponen al paciente a la aterradora sensación de morir solo. Esta idea de tran..f..r..nci..

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parecer extraña, si consideramos que la muerte nos incita a dejar de lado la libido. Sin embargo, por el contrario, en las horas previas a la muerte muchos pacientes experimentan una intensificación del impulso que M' Uzan denomina un ardor de deseo. Gracias a él es posible elaborar el tránsito. Pero esta elaboración, debido al poco tiempo disponible, se inicia bastante antes de la agonía, condensando con mucha más intensidad que en una situación normal, los datos temporales. Esta elaboración tiene como requisito previo superar la fase de depresión para que el paciente pueda aceptar su destino. La presencia de un otro es muy importante, siempre y cuando esté dispuesto a aceptar el riesgo de ser envuelto en la órbita funeraria del paciente. Ese otro, por tanto, debe ser una persona capaz de exponerse sin angustia excesiva, pues sólo así podrá organizar la relación que M' Uzan denomina la última díada, aludiendo a la relación temprana con la madre. El moribundo, al igual que el bebé, requiere un continente seguro y sólido. Es evidente que en trance de muerte el individuo busca sujetarse a la vida, darse la opción de volver el comienzo a través de sus vínculos, y de esta forma trascender en el otro su propio fin.

Vida y muerte: Su importancia en el vínculo humano

Si bien el ejemplo de los pacientes terminales es ilustrativo de la interacción entre la vida y muerte y la necesidad de trascendencia, podemos leer la misma lucha y complementariedad en la enfermedad, concretamente en el hecho de enfermedad. Además de ser una experiencia biológica, constituye sustancialmente un hecho personal. Es así que el enfermar siempre altera la vida del paciente. Cuando el enfermo recupera la salud, algo ya cambió en él. Se modifica no sólo su estructura orgánica sino también el sentimiento que tiene hacia su propia vida. Dice Lían Entralgo 1959) que el hombre siente e interpreta su vivir, y dado que la enfermedad es un modo de vivir, también es interpretada. El enfermo siente su enfermedad no sólo como malestar y contacto con el dolor que afecta su vivir sano y colorean su existencia, sino también como amenaza, de mayor o menor intensidad, de muerte. Al respecto, Lían Entralgo (1959) describe cómo el paciente ve amenazados sus proyectos de vida anteriores a su dolencia. Esta interpretación de la enfermedad lo lleva a la sensación de una suerte de muerte biográfica y, si se trata de una dolencia grave, la posibilidad de morir lo ubica ante la muerte biológica. Agreguemos que a la vivencia de la enfermedad se une el sentimiento de soledad. El enfermo se siente dolorosamente solo, lo cual acentúa su aflicción. Son varios los que han escrito sobre la difícil comunicación de los sentimientos vitales referidos al cuerpo. Pensemos que un dolor intenso hace sentir al que lo sufre que nadie puede percatarse de su sufrimiento. En la práctica psicoanalítica este es un sentimiento frecuente; el paciente angustiado experimenta la penosa sensación de no poder explicar lo que siente, de no ser entendido. Por eso se habla de angustias innombrables. La enfermedad nos muestra con frecuencia la fragilidad y vulnerabilidad de nuestra vida, lo cual nos recuerda la presencia de la muerte. Dilthey se refería a ella como la permanente corruptibilidad de nuestra vida. Sin embargo, también nos hace

valorar la salud y vida. No olvidemos que la enfermedad es también, y quizá prioritariamente, lucha, pathos. En esta contienda el otro es nuestro aliado. El síntoma es también un intento de recuperación de salud y por lo tanto, de vida. Es mensaje que debe ser recogido por otro, a quien ocultamente tiene como depositario. Los que hemos tenido oportunidad de trabajar durante años en el tema de la violencia política sabemos que el sentir que uno muere en cualquier momento siempre se hace más tolerable cuando es compartido con otro. En grupos amenazados de muerte, así como en personas que vivieron la muerte violenta de seres queridos, se hace indispensable sentir que uno no está solo frente a lo siniestro encarnado en la muerte cercana. La ligazón, el vínculo, está relacionada con la integración, con la vida; al contrario, la desunión, la desligazón, se asocia a la muerte, a la desintegración. Los llamados por Sion ataques al vínculo son expresión de impulso de muerte, pues tratan de desintegrar así la separación de las personas que anteriormente estuvieron unidas es, en vida, como diría Caruso, la manifestación más cercana de la muerte. Por estar tan presente en la vida cotidiana, podríamos decir que es la muerte incorporada a la vida humana. La separación constituye una vivencia de muerte en la vida. Es la ruptura del modelo de unión dual relacionada con la díada madre-hijo. Supone, al perderse el objeto de amor, la posibilidad de desintegración, de pérdida de identidad, y por otro lado de mutilación del Yo; pues precisamente toda identificación es una defensa contra la muerte. La pérdida del objeto amoroso se acompaña del dolor y del sentimiento de vacío que busca ser llenado perentoriamente, así como también de la sensación del empobrecimiento del Yo. El amante se queja: "¡Pobre de mí, estoy muriendo!", en realidad es morir para el otro y en el otro. Es muy importante para los seres humanos sentir que somos acogidos. Sólo en la relación parece encontrase el sentido de la vida. Recordemos que los niños autistas, que como dice Frances Tustin, han tenido muchas veces madres depresivas, parecen con frecuencia desdoblarse, separarse de su cuerpo y entrar en un cierto estado de ingravidez, como si flotaran. De esta forma evitan repetir el terror intolerable de ser separados de su madre pues ese temor amenaza con la posibilidad del no existir. Este sentimiento de estar separado del cuerpo físico, protege del miedo de la no existencia. A este no existir Tustin lo llama el agujero negro. "Nada queda si se pierde el sentido de existir" (Tustin, 1992). La atroz paradoja radica en el que ha no ser acogido y tocado amorosamente por su madre, el niño autista desarrolla una clara tendencia a separarse de las personas y de la vida. El ser tocado entraña el riesgo de desaparecer, rechazan, entonces, las caricias y el afecto. En el proceso psicoanalítico, específicamente en la transferencia, suele aparecer la aflicción de la muerte por la posibilidad de abandono, suscitando sentimientos de amorodio: el paciente teme ser abandonado, odia y tiene miedo que

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en respuesta el analista lo odie y lo abandone. En todo caso, como sugieren Quinodoz, Caruso y otros, el sentimiento de separación supone la pérdida de alguien sentido como especial para la identidad del Yo, por lo tanto, constituye una de las vivencias más dolorosas que puede experimentar el ser humano.

de la delgada tela lo impedía. De este modo continuó su viaje por el mar creyendo salvarse. Con ese velo Odisea se envolvió y cuando creía ahogarse, la protección de la delgada tela lo impedía. De este modo continuó su viaje por el mar creyendo salvarse. Como había prometido, arrojó el velo y pocos días después se reunió con sus seres queridos. Tanto la gruta como la figura de Calipso nos recuerdan el vientre materno, y la madre de la primera infancia; Odisea debe alejarse de él y enfrentar al terrible Poseidón para seguir adelante. Sólo es posible el crecimiento si abandonan los viejos vínculos y recursos, pero esto no es posible sin el establecimiento de nuevas relaciones protectoras que con su continente nos permitan crecer, aunque más adelante ya no necesitemos de su velo protector.

La separación, por otro lado, siempre se colorea de lo infantil, pues no se distingue entre separación definitiva y muerte. Es una situación difícil de manejar para el individuo que tiende a ser inundado por la vivencia de la fragilidad de la infancia. Sin embargo, se da una paradoja: para el desarrollo humano es necesario un conjunto de rupturas dolorosas, indispensables para la individuación. El ser humano debe desligarse de sus vínculos tempranas para establecer vínculos nuevos sobre la huella de los antiguos.

Muere el niño dependiente para dar lugar al adulto más autónomo. Muerte y vida se complementan. En la Orestíada, Orestes da muerte a su madre y durante el juicio al que es sometido, Atenea, la diosa sabia, y el coro anuncian el nacimiento de un nuevo día (o de una nueva vida). Pero la separación no es fácil, plantea la actualización de un conflicto que nunca se solucionó: el de la felicidad y al mismo el de la huida de la vida (Caruso). Surge un anhelo, como ya mencionamos, de perennizar el vínculo; a ello se debe que en la literatura encontremos que muchas parejas prefieran morir juntas a seguir viviendo separadas. Se juran amor eterno para vencer a la muerte y perpetuarse. El ser humano puede preferir la muerte antes que su juramento se rompa.

En La Odisea de Hornero, Odisea ha naufragado y se encuentra en una gruta cautivo por la ninfa Calipso que enamorada de él desea hacerla su esposo y le impide regresar a su hogar, Zeus conmovido, envía un mensajero para que interceda ante la diosa y ésta deje regresar a Odisea, el cual "...lloraba a orilla del mar, consumiéndose a fuerza de llanto, suspiro y penas...". La diosa acepta, aunque no muy a gusto. Odisea construye una embarcación y zarpa temeroso de que Poseidón lo haga naufragar. Aparece otra deidad, Ino la de los hermosos pies, que en otro tiempo fue mortal y que reinaba en las profundidades del mar. Compadecida por el sufrimiento de Odisea se convierte en una gaviota y le habla: "Cumple cuanto te vaya decir, pues pareces prudente, quítate esos vestidos y deja la balsa a merced de los vientos, y tú, nada a Tracia... toma este velo y procura ceñirlo tu cuerpo. Es divino, con él no debes tener sufrimientos ni muerte... cuando llegues a la orillla despójate de él y arrójalo lejos al fondo del mar, lo más lejos de la tierra y volviendo la cara". Con ese velo Odisea se envolvió y cuando creía ahogarse, la protección

Al respecto se cuenta que Richard Wargner, el célebre compositor, se inspiró en un poema épico de Gottfried de Estrasburgo del siglo XIII Tristán e Isolda. Paralelamente se sumergía en la lectura de El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer. Se sentía tan entusiasmado con la idea central del filósofo referida a que la última voluntad negada por el hombre es la de vivir, que sintió consuelo en su desazón aceptando la muerte como final y liberación. En una carta a su colega Franz List del 16 de diciembre de 1854 (Amadeus) afirma: "Porque en mi vida nunca experimenté la verdadera felicidad del amor, quiero erigir al más bello de mis sueños un monumento en el que desde el principio al fin desarrollaré completamente este amor. He esbozado en mi cabeza un Tristán e Isolda, un concepto musical de la máxima simplicidad pero pura sangre. Con el oscuro estandarte al final del drama quiero envolverme para morir!". Se sostiene que el amor al que se refiere Wagner, en el se inspiró para componer Tristán e Isolda fue el que sostuvo con Matilda Wesendork, un gran amor imposible pues Matilda era casada. Inspirado en ella, el músico escribió sus Wesendork-Lieder, que en realidad constituyen el estudio preliminar de la ópera Tristán e Isolda. Wagner consideró que estos Lieder eran sus mejores obras .

creadas hasta ese momento. Quizá por su amor frustrado y por tanto magnificado en su anhelo de eternidad. Wagner pudo concluir su ópera. Gottfried Wagner, su bisnieto, se pregunta: "¿Es la muerte o se trata del maravilloso mundo nocturno del cual narra la leyenda, una hiedra y una vid crecieron abrazados sobre la tumba de Tristán e Isolda?".

Vida y muerre: Su imporrancia en el vínculo humano

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Como hemos dicho, es la ley de vida humana aprender a vivir con la separación, tratando de olvidar la separación final de la muerte. Desde la ruptura del vínculo simbiótico, las nuevas presencias prolongan la sensación de estar vivo y evitan la melancolía de lo perdido. Por ello es que asumimos la naturaleza humana como inacabada. El hombre es en cierto sentido un ser natural, pero su esencia e identidad dependen de sus vínculos con otros seres humanos. Freud dice que al crear cultura el hombre se exige demasiado a sí mismo, frustrando su naturaleza impulsiva y poniéndose al borde del descontento y la infelicidad. En el Malestar en la civilización desarrolla sus argumentos del por qué de la infelicidad humana. Freud además se refirió al ser humano como un ser prematuro, y por lo tanto condenado a repetir sus demandas de niño aún siendo adulto. Su alternativa sería aspirar a lo perfecto en inmortal, e intentar alcanzarlo. Dice Sábato al respecto: "Al levantarse sobre sus patas traseras, este extraño animal abandona para siempre la felicidad zoológica e inaugura la infelicidad meta física que resulta de su dualidad: descabellada hambre de libertad de un cuerpo miserable y mortal". La posibilidad del artista radica precisamente en la capacidad de trascenderse a sí mismo y sus miserias a través de sus personajes. Según Sábato, Balzac era visto por algunos de sus contemporáneos como vulgar y vanidoso. Sin embargo,

era capaz de crear personajes de una grandeza espiritual notable que no se ajustaba a esta percepción de él. Muchos autores narran grandes amores que ellos no fueron capaces de experimentar en la realidad. Precisamente sus relatos les habrían permitido la posibilidad de vivir esas pasiones intensas. En realidad son muchos los casos de artistas que no partieron precisamente de lo bello como materia prima para crear, sino que más bien extrajeron su fuerza creativa de sus abismos y limitaciones. Al fin y al cabo, la belleza es prima hermana de los conflictos humanos, y por lo tanto, no es posible sin crisis. Desde otra perspectiva, la teoría Kleiniana, a través de la posición depresiva, se plantea la posibilidad de perder el objeto y recuperarlo en la reparación. Proust, sostenía que sólo con el pasado y el objeto perdido, puede obtenerse una obra de arte, Se refería a que es necesario conocer que hemos perdido algo, con el dolor que eso supone, y vivir el duelo correspondiente para sólo entonces poder recrearlo, para darle vida eterna. Toda creación es una re-creación de algo amado y que ahora es objeto perdido. Sólo así es posible recrear otra vez nuestro mundo. "Revivir los fragmentos muertos" (Segal). Segal señala que a la renuncia a los objetos reales que supone el acto de simbolizar conlleva un duelo. Al ser internalizado el objeto externo, se convierte en un símbolo del Yo. Si el símbolo es entonces el resultado de una pérdida, el acto creativo, y en general el acto humano siempre implica dolor y trabajo de duelo. En general, este fenómeno que con tanta claridad se expresa en la obra artística, se da en toda la vida humana, nuestros objetos perdidos viven de alguna manera en nosotros. Así, cuando vivimos un duelo por una pérdida actual, se hacen de algún modo presentes. Es destino humano el revivir constantemente sus objetos en el presente, para continuar la vida hacia delante, y esto sucede aún en el trance de la muerte. La vida sería una constante recreación, un continuo vida en los nuevos vínculos a los objetos perdidos.

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