Viejos modelos y nuevas costumbres: espacios privados para la mujer en la vivienda zaragozana del siglo XVIII

3. Interpretación de género y espacio interior Viejos modelos y nuevas costumbres: espacios privados para la mujer en la vivienda zaragozana del sigl

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3. Interpretación de género y espacio interior

Viejos modelos y nuevas costumbres: espacios privados para la mujer en la vivienda zaragozana del siglo XVIII Carmen Abad Zardoya En la tradición hispana, el estrado es la manifestación más representativa de un espacio doméstico vinculado a la mujer. Considerada unas veces como bastión femenino y otras como ocasional escaparate para la mirada masculina, esta institución doméstica es el marco espacial de una serie de comportamientos pautados, histórica y culturalmente definidos para cada género. Cuando la vivienda española, siguiendo las transformaciones del medio doméstico que se operan en la Francia moderna, incorpora otros espacios para la privacidad femenina –tocador, gabinete, camarín o boudoir-, el peso del estrado se hará notar no sólo en la permanencia de esta dependencia –patente hasta mediados de siglo XVIII- sino también en la forma en que se conciben las nuevas estancias. El paso a la época contemporánea estará así marcado por la conversión de las llamadas piezas de estrado en los salones decimonónicos -sociales y de confianza- así como por la consolidación de las dependencias privadas femeninas, más que nunca vinculadas a los modelos europeos. En España, los estudios específicamente dedicados a estos ámbitos se han llevado a cabo desde dos perspectivas fundamentales: una pone el acento en los aspectos estrictamente arquitectónicos –tamaño, forma y distribución de estas estancias1- mientras que la otra se concentra en el estudio del mobiliario o de los objetos decorativos que pueblan estos espacios. Un buen ejemplo de la primera podría ser el trabajo de África Martínez Medina acerca de los espacios femeninos en el Madrid cortesano del XVIII, cuya argumentación se apoya en el modelo de distribución propuesto por Blondel en comparación con las plantas de los palacios de la época y el referente español de Brizguz2. La segunda perspectiva ha sido cultivada sobre todo por

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En la línea de la semiótica planaria a la que hace alusión el Diccionario Razonado de la Teoría del Lenguaje en la voz espacio. Véase GREIMAS, A.J. y COURTÉS, J. Semiótica. Diccionario Razonado de la Teoría del Lenguaje. Madrid: Editorial Gredos. Versión española de Enrique Ballón Aguirre y Hermis Campodónico Carrión. 2 MARTÍNEZ MEDINA, A. Espacios privados de la mujer en el siglo XVIII. Madrid: Dirección General de la Mujer, horas y Horas la editorial feminista, 1995. El texto de Martínez Medina ha tenido cierta repercusión en publicaciones dedicadas a la historia de la vida cotidiana, en concreto en los capítulos dedicados al espacio doméstico. Véase FRANCO RUBIO, G.A. La vida cotidiana en época de Carlos III. Madrid: Ediciones Libertarias, 2001, pp. 87-108.

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especialistas en historia del mueble o en artes decorativas, como Juan José Junquera Mato3, Mónica Piera4, Mari Paz Aguiló5 o Sofía Rodriguez Bernís6. No obstante, ambas perspectivas convergen al considerar estos espacios en relación con el sujeto que los utiliza7. La personalización de dichos espacios a través de sus funciones y usuarios ha dado lugar en todos los casos a discursos interdisciplinares, donde se entretejen la historia de la vida cotidiana, la historia del arte, la historia cultural, la sociología o la historia de las mujeres. Siguiendo el camino trazado por los estudios anteriores veremos cómo la mujer zaragozana del siglo XVIII intenta conquistar un espacio para sí misma dentro de la casa, en un contexto muy diferente al de la corte pero muy cercano al de otras mujeres de provincias8.

No hay indicios en Zaragoza de viviendas con una distribución

comparable a la de las casas principales de Madrid. Al no quedar restos de casas con su planta original las fuentes de información deben ser forzosamente las documentales, en concreto contratos de obras –de remodelación-, ventas de inmuebles –con someras descripciones en cuanto a alturas y dependencias anejas- e inventarios en los que los objetos se registran según la habitación en la que se encuentran. Estos últimos son los que aportan una información más detallada. Lo habitual es que la distribución interior se describa como una sucesión de cuartos o, en este contexto, pequeños grupos de dependencias con estructura de sala alcobada, a la que se pueden añadir un recibidor que precede a la sala o bien otras estancias de menor tamaño con acceso desde una de las alcobas. Los cuartos se designan en función de su rango – los principales suelen

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JUNQUERA MATO, J.J., “Del estrado al salón”, Doménico Scarlatti en España:Catálogo General de las exposiciones. Madrid: Ministerio de Cultura, Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, 1985, pp. 411-416 4 PIERA, M. y MESTRES, A. El Mueble en Cataluña. El espacio doméstico del Gótico al Modernismo. Barcelona: Angle Editorial, 1999, pp. 127 y 128. 5 AGUILÓ ALONSO, M.P., “Mobiliario en el siglo XVII”, Mueble español. Estrado y dormitorio, Madrid: Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid. 1990. 6 RODRÍGUEZ BERNÍS, S., “El mueble medieval”, Mueble español. Estrado y dormitorio, Madrid: Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, 1990. 7 “El espacio sólo se define por sus propiedades visuales. Así es como la historia de la arquitectura delimita voluntariamente su objeto considerando solamente las formas, los volúmenes y sus relaciones recíprocas. Sin embargo, como conviene tener en cuenta a los sujetos humanos que son quienes utilizan los espacios, se examinan sus comportamientos programados y se los pone en relación con el uso que ellos hacen del espacio. Esta inscripción de los programas narrativos en los espacios segmentados constituye la programación espacial, de orden funcional; ella aparece actualmente como el componente de la semiótica del espacio que ha adquirido cierta eficacia operatoria” En GREIMAS, A.J. y COURTÉS, J., op.cit, tercera acepción de la voz espacio. 8 Utilizo deliberadamente la cuestionada expresión de provincias en consonancia con las connotaciones que tiene en otros textos de la época, como en el pasaje de El Censor (t. III, p. 148), en el que se ridiculizan las actitudes de la petimetra de las provincias cuando acude a la corte. Citado por MARTÍN GAITE, C., Usos amorosos del dieciocho en España, Barcelona: Anagrama, 1987, p. 61.

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abrirse a la fachada principal de acceso-, de su ocupante, de su ubicación por alturas – altos y bajos- o bien haciendo alusión al tema de los tapices o conjuntos de cuadros que decoran sus paredes. Salvo en los casos del estudio –cuyo plural se utiliza a veces como sinónimo de entresuelos-, y de algunas dependencias funcionales9 –designadas precisamente por su función- no se suelen encontrar en los documentos nombres específicos de estancias, antes bien los genéricos “cuarto” o “pieza”. No obstante, esto va cambiando conforme avanza el siglo, sobre todo en la residencia nobiliaria, la primera en adoptar modelos de habitaciones privadas. Por añadidura, las zonas de paso, corredores o huecos de escalera sólo se registran en la documentación si albergan algún objeto digno de mención o si actúan como repostes o zonas de almacenaje10. Todas estas limitaciones así como la confusa redacción de los documentos perfilan una planimetría poco estudiada, inventada por algún enemigo secreto del orden y el arreglo11. Ello no quiere decir, sin embargo, que la mujer zaragozana, aristócrata o burguesa, siguiendo las modas de la Villa y Corte, renuncie a hacerse con un espacio propio –más o menos definido- dentro de la casa, sobre todo a raíz de la paulatina desaparición del estrado como reducto femenino12. Bien es cierto que cuando gabinetes, tocadores o camarines se incorporen a la vivienda zaragozana siempre presentarán dos características de orden estrictamente espacial: un tamaño inferior al de la sala y una ubicación retirada de la común habitación, es decir, lejos de los espacios abiertos a todos los visitantes. Sin embargo, como veremos a través de casos concretos, esto los califica preferentemente como dependencias privadas o semipúblicas y no tanto como lugares privativos de un género. Lo que convierte a aquellos espacios segmentados en 9

Contemplo en esta categoría cocinas, masaderías, bodegas, botigas, rebotigas, repostes y falsas, además de una solitaria referencia a una secreta o necesaria. 10 La misma circunstancia se da en los inventarios franceses. Véase PARDAILHÉ-GALABRUN, A. La naissance de líntime. 3000 foyers parisiens de XVIIième-XVIIIième siècles. Paris : Presses Universitaires de France, 1988. 11 Frase tomada, sin embargo, de las opiniones de Creutz acerca de las casas madrileñas (1765), visión que entra en contradicción con lo expuesto por Martínez Medina en algunos ejemplos de casas principales de la capital. Véase GARCÍA MERCADAL, J. Viajes de extranjeros por España y Portugal. Salamanca: Junta de Castilla y León, 1999, tomo V, p.108. Junquera Mato nos recuerda, incluso para los palacios reales y las casas principales de Madrid, que el concepto decorativo de los interiores españoles siempre estuvo menos “arquitecturizado” que el francés 12 Jean François Bourgoing, al describir en 1788 como se organiza el refresco en una casa española nos brinda un importante testimonio acerca de la transformación de los antiguos estrados en piezas de recibo mixtas, en las que los dos sexos se aproximan. Aunque ahora la dueña de la casa recibe a los invitados de la casa en un sofá/canapé que acabará siendo acomodo común, las antiguas tradiciones tienen su reflejo en los primeros instantes del evento, cuando las mujeres permanecen juntas hasta que todo el mundo se ha reunido o los hombres esperan de pie sin acercarse a ellas. Véase BOURGOING, J.F., Nouveau voyage en Espagne ou tableau de l’état actuel de cette monarquie, Paris : 1788, 3 vols., t.II, p. 315.

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paisaje femenino será esa porción de la cultura material asociada a los roles que la mujer desempeña en el ámbito doméstico. Del concepto que se tiene de la mujer en los distintos momentos –XVIII y XIX- y lugares –España y Francia- nos hablarán indirectamente las definiciones contenidas en los diccionarios, definiciones que, no en vano, aluden siempre a los objetos que engalanan estas dependencias.

Viejos modelos. La sombra del estrado En los primeros cuarenta años del siglo XVIII continúa vigente en Zaragoza una configuración del estrado que no difiere demasiado de la existente en el siglo anterior13. Cojines de ricos tejidos o con forros de badana para la cara inferior, alfombras y esteras, mesas bajas o bufeticos, mesas de costura y devanaderas, escritorios o papeleras de reducidas dimensiones, braseros y taburetes de estrado, sillas bajas o sillas que se dicen de mujer por oposición a las de hombre, y escaparates repletos de relicarios, pastas, búcaros y otras buxerías conforman lo que se conoce en la época como alhajas de estrado o, simplemente, estrado. Lo habitual es que se encuentren asociados a los cuartos principales de la planta noble aunque no faltan ejemplos en contrario. La excepción más interesante es un pequeño grupo de muebles para estrado que aparecen en la llamada pieza del jardín, en las casas del infanzón Joseph Antonio Zebrián14. Se trata de un conjunto de sala y alcoba de dormir orientado al jardín trasero de la vivienda, lo que le confiere un mayor grado de intimidad. La comunicación de esta sala alcobada con un espacio verde concebido a modo de hortus conclusus nos remite a las observaciones de Martínez Medina acerca del jardín privado como lugar de esparcimiento femenino, en parte por su carácter recóndito y solitario15. También en la casa de doña Francisca Arbós16, muy rica en muebles de asiento, todos los taburetes de estrado y sillas de anea de pequeño tamaño se concentran en una habitación –y su alcoba- orientadas al corral trasero de la vivienda –no siempre se pede tener un

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No deja de ser significativo que el Diccionario de Autoridades reproduzca casi literalmente la definición de estrado de Sebastián de Covarrubias. El estrado definido en estos términos designa tanto un espacio como el conjunto de objetos –alhajas- que lo conforman. 14 A.H.P.Z., Estéban de Olóriz y Nadal, 1737, ff. 87v.91r. 15 Véase MARTÍNEZ MEDINA, A., op.cit., p. 26 “…es importante como lugar elegido por la mujer para estar, por su carácter recóndito y solitario. Es donde ella va en busca de una soledad acompañada de galanteos, que los escenarios públicos de la vivienda no le permiten.” 16 A.H.P.Z., José Antonio Ramírez y Lope, 1749, f.304v. La pieza de recibo mixta, y la principal, es la llamada pieza pintada, que cuenta además con su propia alcoba.

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verdadero jardín-, en la que también se registra un arrimadillo pintado. ¿Son éstos los herederos de los estrados de cariño de los que hablaba Deleito Piñuela?17. Se ubique donde se ubique el estrado, sus alhajas son en su mayor parte las mismas en los ejemplos de primera mitad del XVIII que en los del XVII. Tan sólo se echa de menos la presencia de tarimas sobreelevadas o de balaustradas que delimiten visualmente el área del estrado propiamente dicho. Parece que esta misión ha quedado relegada para las esteras de suelo, las alfombras y, en especial, para los arrimaderos moldurados textiles, pintados o de estera18. Cuando nos aproximamos a la década de los cuarenta aparecen nuevas transformaciones. En unos capítulos matrimoniales de 1739 encontramos dos estrados completos de charol, a la moda, con canapés, muebles de asiento que sitúan a hombre y mujeres a la misma altura19. Pero su carácter es absolutamente excepcional puesto que no habrá presencia de conjuntos similares en Zaragoza hasta el reinado de Carlos III. Los cojines están ausentes en los espacios de recibo de la casa burguesa aunque se mantienen taburetes de estrado o sillas bajas junto a sillas de vaqueta de moscovia o de anea, en una combinación cada vez más extendida. Así sucede en las casas de los mercaderes Juan Labordeta y Marcos Francisco Marta20, ambas documentadas en los cuarenta. De todos modos, la formulación tradicional de un área femenina con cojines ricos siempre había tenido sus ejemplos más representativos en la residencia aristocrática21 con la pintoresca salvedad del domicilio del presbítero Joseph Lacasta22, donde se conservaban seis almohadas de estrado para sentarse, previsiblemente las que pertenecieron a su madre.

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El tercero, y más íntimo, entre los tres tipos de estrado –de respeto, de cumplimiento y de cariño- que propone Deleito Piñuela para la vivienda del XVII, basándose en obras de Zabaleta, opinión que ha sido discutida por Aguiló Alonso (Véase AGUILÓ ALONSO, M.P., op.cit., p.106). La asociación con la cama de la señora, aunque ésta ya se encuentre separada de la zona de reunión propiamente dicha mediante su ubicación en la alcoba, es lo que nos permite preguntarnos si estos espacios íntimos son resultado de la evolución de los estrados de cariño, los antiguamente incluidos en el dormitorio. 18 “una moldura dorada de madera..que hace el estrado; …Ittem el respaldo del estrado de lienzo pintado” en el inventario post mortem de Marcos Francisco Marta, corredor de paños. A.H.P.Z., José Cristóbal Villarreal, 1748, inseratur entre los folios 438r. y v. “una alfombra grande para el destrado” y “un arrimadillo de pintura en la pieza de estrado, con su moldura dorada” en las capitulaciones matrimoniales de don Pedro Pablo Camón y doña Pabla Camón, A.H.P.Z. Joaquín Almerge, 1751, ff. 31 r. y 32r. 19 Capítulos matrimoniales de don Pedro jordán de Urriés y doña María Ana Pignatelli y Rubí, en A.H.P.Z., Esteban de Olóriz y Nadal, 1739, f. 141v. 20 A.H.P.Z., José Cristóbal Villarreal, 1749, inseratur s.f. 21 Se pueden proponer como ejemplo los inventarios de las casas de don Juan Antonio Piedrafita (A.H.P.Z., Pedro Joseph Andrés, 1703, ff. 124v-128v., con 18 cojines sobre la estera de junquillo) y de don Antonio Manrique de Luna (A.H.P.Z., Juan Antonio Loarre, 1711, ff. 54r.59v.). Después se conservarán, fuera de uso, en arcas o armarios. 22 A.H.P.Z., José Cristóbal Villarreal, 1747, f. 70 v.

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En la segunda mitad de siglo comienzan a aparecer en los inventarios las dependencias registradas con el nombre de piezas de estrado, expresión insólita, sin embargo, en la documentación del XVII, edad dorada de estos espacios femeninos. La primera referencia en el ámbito zaragozano es de 1751 y se localiza en las casas de doña Francisca Castillo, viuda del notario Jorge de Sola y Piloa23. Le sigue, en 1754, la pieza principal del estrado de María Theresa Mezquita, viuda de Juan Crisóstomo Lagrava, oidor de la Real Audiencia. Las viudas hicieron de estos espacios su feudo particular y esto se advierte en el repertorio de objetos, de carácter marcadamente femenino. En los dos casos aparecen colgaduras ricas de camas y otros engalanamientos textiles que, junto con ropa y joyería, forman el grueso del patrimonio mueble femenino, a juzgar por lo expuesto en las cartas de bienes dotales y en los testamentos de mujeres de aquella época. En el documento de 1751 son los abanicos, los rosarios y el bolsillo que contiene una caja de plata con el retrato de la señora, los objetos de uso particular. Por otra parte, la relación del contenido de los escaparates en el documento de 1754 concluye con la frase “y otras menudencias de muy poco valor”, expresión que recuerda a la definición de bujerías del Diccionario de Autoridades, definición que vincula estos objetos a mujeres y niños24. El elemento en común de ambos espacios son precisamente los escaparates –por parejas- que, junto a una imagen devocional, contienen cocos, pastas, búcaros y, sobre todo, piezas para el servicio del chocolate, casi siempre inscritas en la categoría de las chinoiseries. Los escaparates, tipología de mueble que nació en el siglo XVII y mereció las alabanzas de Mme. D’Aulnoy, tiene una importante presencia en los interiores acomodados de la Zaragoza del Setecientos, hasta finales de siglo. Poblarán los espacios de recibo pero también, y muy especialmente, las dependencias privadas femeninas, como veremos en el siguiente apartado. En época carolina se afianza la expresión pieza de estrado en la documentación zaragozana, justo cuando el estrado se convierte en un espacio de recibo en el que la presencia masculina ya no es excepcional, y en el que hombres y mujeres no se sitúan en áreas visualmente delimitadas. Un ejemplo representativo es la pieza de estrado de don Francisco Palacio del Frago, abogado de los Reales Consejos25. Se trata de una dependencia en forma de sala con balcones –planta noble- a la que se abre la alcoba de 23

A.H.P.Z, Jospeh Domingo Assín, 1751, f. 518 r. Para reforzar la antigua asociación entre este tipo de objetos y los escaparates que adornan los espacios femeninos contamos con el ejemplo del estrado de doña Antonia Xinto, viuda de don Sebastián Guarasa, en el que los dos escaparates se dicen llenos de “distintas bugerías y relicarios” A.H.P.Z., Joseph Domingo Assín, 1740, ff. 15r.-18v. 25 A.H.P.Z., José Antonio Ramírez y Lope, 1774, f. 155v. 24

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dormir, separada por cortinas. La sala cobija la zona de recibo, con un imponente conjunto de muebles de asiento a la moda –que suponemos a juego con las cuatro mesas de rincón-, conjunto que consta de dos canapés, diez sillas de brazos y ocho taburetes, todos de la misma altura. La sala se ilumina con la primera araña de cristal que aparece en la documentación zaragozana y ocho cornucopias. Persisten las tradicionales esteras de suelo, el arrimadillo pintado y el brasero. La zona más formal de reunión, el salón de respeto –por así decirlo- , es la que sigue en el documento con el nombre de segunda pieza. Con esta nueva configuración de la pieza de estrado se abre en España el camino hacia los salones, en especial a la variante del salón de confianza, que permanecerá en las residencias de lujo del siglo XIX. Pero aunque el sentido del espacio, su uso y sus denominaciones sean distintos a los del siglo anterior, los objetos seguirán recordando la deuda con el pasado. En las fotografías de la élite social española tomadas por Cristian Fanzen26 en los Salones de palacios de Madrid a finales del Ochocientos, las tradicionales alhajas de estrado se dejan ver todavía en los distintos espacios de reunión. Encontramos sillas bajas en el “hall” de los marqueses de Monteagudo, en la sala de confianza de la Condesa de Sástago y en el salón de la marquesa viuda de Molíns. Esta última conserva como pieza exquisita de su gabinete un antiguo ejemplar de taburete de estrado. En el salón de retratos de los marqueses de la Romana, el espacio central está dominado por un soberbio brasero de plata, comparable a los que Muret elogiara en la España del XVII pero también al que calentó el estrado de la condesa viuda de Torresecas en la Zaragoza de mediados del XVIII.

Nuevas costumbres, nuevos espacios. El Diccionario de Autoridades introduce la voz camarín en 1729 y la voz gabinete en 1734. Ambas quedarán en la práctica para designar algunas dependencias de reciente incorporación a los interiores españoles, aparentemente contagiados por un deseo de privacidad que ya inspiraba desde hace tiempo a los entornos domésticos franceses. Sin embargo, si analizamos las definiciones apuntadas podemos advertir que hay ciertas distancias entre éstas y los conceptos que se tienen en Francia de ámbitos similares. De las cuatro acepciones que se dan del camarín en el Diccionario de 26

Franzen, especializado en el género del retrato, tuvo un importante estudio en la madrileña calle del Príncipe. Realizó una serie de fotografías para algunas publicaciones de El Álbum Nacional. Las que aquí se citan pertenecen al tomo I de Los Salones de Madrid, con texto de Monte-Cristo y prólogo de Emilia Pardo Bazán.

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Autoridades, las dos últimas son las que nos interesan, pues en ellas se recoge el uso más moderno del término27. Así se nos presenta un camarín femenino, entendido a modo de tocador, y un camarín masculino que no es otra cosa que un despacho privado, complementario del estudio o del despacho de carácter público. El Diccionario puntualiza que es costumbre reciente pero extendida en la época llamar a estas estancias gabinetes, de lo que se deduce que ambas actúan como sinónimos en ciertos casos, sólo que gabinete es el término a la moda, y el que terminará desplazando a la voz camarín. Si consultamos entonces el tomo de 1734 encontramos a su vez otras dos definiciones de gabinete28, de nuevo en función del género del usuario, y simétricas a las del camarín. Tan sólo en el caso del gabinete para dama se vuelve a incidir en la decoración de la estancia, cuyas paredes suelen estar adornadas de espejos, pinturas y figuras pequeñas y otras semejantes bujerías que la hazen vistosa y divertida. A juzgar por los textos, parece que el recogimiento que posibilita el gabinete masculino y, dicho sea de paso, también el boudoir29 de las damas francesas, no está entre las principales prestaciones del gabinete/tocador de la señora, una habitación concebida para la visita selectiva (a la que se pretende divertir) más que para la reflexión, la lectura o el ocio en soledad. La primera vez que encontramos una alusión explícita a este tipo de dependencias privadas en la documentación zaragozana es en 1749, en el inventario post mortem de doña María Clara de Ric López de Ruesta, condesa viuda de Torresecas30.

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Tercera acepción (para dama)“Se toma modernamente por lo mismo que sala pequeña y pieza destinada como tocador para las mujeres, la cual está adornada ricamente de diferentes cosas preciosas. También le llaman gabinete”. Cuarta acepción (para caballero) “significa también la pieza retirada para el despacho, común dicha escritorio o secretaria y modernamente gabinete” 28 Para él, “gabinete se llama también, en los palacios o las casas de los principales señores, en lo más interior de ellos, destinado a su recogimiento, o a tratar negocios particulares, y discurrir sobre ellos”. Para ella, “vale también la pieza que suelen tener las señoras, para peinarse y componerse, cuyas paredes están…” 29 “Cést lá que la femme semble méditer ses projets, où se librer a ses penchants…cette retraite de licence ne doit occasionner que des émotions douces, pour la sérénité dans l’âme, la volupté dans tous les sens… » Le Camús, citado por MARTÍNEZ MEDINA, A. , op. cit., p. 122. 30 A.H.P.Z. José Cristóbal Villarreal, 1749, ff. 605r.-617r.. A decir verdad, hay dos camarines registrados en Zaragoza en otros tantos inventarios post mortem de época de Felipe V (en 1703 y en 1709), pero en ambos casos, la descripción de su contenido no guarda relación con los sentidos que modernamente se dan al término sino que nos remite a la primera acepción –la más antigua- de la voz camarín en el Diccionario de Autoridades: “aposento o sala pequeña, retirada de la común habitación, donde se guardaban diferentes bujerías, barros, vidrios o porcelanas y otras alhajas curiosas o exquisitas”. Es un concepto del camarín emparentado también con las cámaras de maravillas del XVI y con el antiguo concepto francés de cabinet (prtimero como mueble y después como espacio).

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El llamado cuarto del camarín es un espacio aparentemente destartalado. Da la impresión de que se arrinconan en él, contenidos en distintas arcas y cofres, toda clase de cosas viejas, en desuso o de uso estacional. El resto del mobiliario está constituido por estantes para los libros, mesas, alguna silla, escritorios y armarios para los papeles de la casa. En suma, nada que indique la existencia de un espacio de retiro femenino. Más bien parece que nos hallamos en el antiguo despacho privado del señor –la cuarta acepción de camarín, modernamente gabinete según el Diccionario de Autoridades-, que ha sido transformado por su viuda en una suerte de almacén. Ante tal acumulación de objetos de diversa índole ni siquiera puede establecerse ya una remota relación con el concepto de cabinet expresado en el Diccionario de Furetière31, porque, a pesar de contener la biblioteca de la casa, es imposible concebir la lectura en este espacio. El quarto llamado del gabinete, sin embargo, es una auténtica dependencia privada –que no forzosamente íntima- de uso femenino. Los elementos más relevantes son el tocador y el gran número de espejos y lunas azogadas. Se presenta como un marco perfecto para la coquetería de la dama, un adorno añadido a su persona en previsión de galanteos (chichisveos en los primeros tiempos de esta moda) o confidencias. La decoración afianza esta idea, sobre todo mediante los numerosos lazos y cintas –rojos y azules- con que se decoran –o más bien recargan- láminas, estampas y espejos colgantes. Dos mesas de rincón sirven para sostener las fuentes de iluminación. En un armario encastrado con puertas acristaladas volvemos a encontrar los búcaros que adornaban los estrados, en la nada despreciable cantidad de veinte piezas, además de los ya habituales servicios de chocolate en vagilla de China y Talavera. Lo más llamativo es la incorporación de un servicio de café, rarísimo en el contexto zaragozano. Recuérdese a este respecto que petimetres y otros amantes de las modas francesas terminarán por abrazar, con notable entusiasmo, el consumo de café, más extendido que el de chocolate en el país vecino. Esta nueva afición se reflejará, ya en tiempos de Carlos III, en los retratos satíricos del cortejo y sus protagonistas que aparecen en la comedia El hospital de la moda (1762)32 de Ramón de la Cruz y en El Pensador (1763)33. 31

“Lugar retirado en las casas ordinarias en donde uno estudia, se aparta del resto del mundo y encierra lo más precioso que tenga. El lugar que contiene una biblioteca también se llama cabinet”, citado por CHARTIER, R. , “Las prácticas de lo escrito”, en Duby, G. y Ariès, Ph. (dir.) Histoire de la vie privée, París: Seuil, 1985, t. III, p.138. 32 Citado por DÍAZ PLAJA, F., La vida cotidiana en la España de la Ilustración, Madrid: Edad, 1997, p.159. 33 Citado por DÍAZ PLAJA, F., op.cit., p. 144.

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El gabinete de la condesa sería posiblemente el lugar para escenificar la gran toilette o tualeta pública, distinta del aseo íntimo, que tendría lugar en el guardarropa. La costumbre de la toilette pública o lévee se inaugura en el ritualizado comportamiento de la Casa Real y después se extiende entre la nobleza, primero la de la corte y más tarde la de provincias. Pero las conductas de emulación no terminan su recorrido en la geografía sino que también continúan su descenso por la escala social. Carmen Martín Gaite recoge en Usos amorosos del XVIII los textos que critican estas prácticas imitativas, males de la época que trastocan el natural (léase tradicional) orden de las cosas. Ni que decir tiene que dichas prácticas son tanto más censuradas cuando es la mujer quien las ejercita, siendo señalada en repetidas ocasiones como la principal causante del creciente despilfarro y de la ruina económica de las familias34. En la vivienda zaragozana encontramos un ejemplo muy representativo de estos intentos de emulación por parte de la burguesía acomodada. En 1760, la viuda –en segundas nupcias- de un importante impresor de la ciudad llama a un notario para que haga un inventario de los bienes contenidos en la vivienda familiar, con el fin de proteger sus intereses y los de sus propios descendientes, habidos de su anterior matrimonio35. En el documento aparece una dependencia llamada Sala de doña Pabla. Se trata de una sala a la que se abre una alcoba, dormitorio a su vez conectado con el llamado quarto de las arcas a través de un paso en el que se abre un nicho para cobijar un arca ropera. Del contenido de los demás espacios apenas se dice nada pero el de la sala se precisa con todo detalle. Ni la viuda ni el escribano dan un nombre “técnico” a esta dependencia pero es evidente que la primera tenía unas ideas muy claras acerca de las funciones que iba a cumplir y el equipamiento que necesitaba para ello. Dos son los elementos fundamentales: un amplio espacio de recibo y un tocador, que combinados crean el marco adecuado para la toilette social. No faltan la pareja de escaparates, la de mesas rinconeras y los recurrentes espejos. Como en la casa de la aristócrata predominan los colores rojo y dorado y los estilos a la moda, el charol y los asientos rejados. El equipamiento de muebles de asiento nos da idea de la amplitud del espacio: un canapé de tres plazas y quince taburetes de hombre, es decir, sillas altas para los 34

Véase MARTÍN GAITE, C., op.cit., pp. 25-68. A.H.P.Z., José Antonio Ramírez y Lope, 1760, ff. 181v.-193r.El inventario se realiza a instancias de doña Pabla Botello, segunda mujer de don Luis de Cueto, al que perteneció la imprenta del rey en Zaragoza. La viuda quiere asegurar su posición antes de que el heredero universal, Luis de cueto, nieto del anterior, tome posesión de la herencia si vuelve de las Américas. Este inventario instrumental pretende actualizar otro hecho por el impresor todavía en vida y que fue entregado ante notario junto a su testamento.

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asistentes a estas reuniones matutinas. Escenarios similares a este serán, poco después, los que en El Pensador ambienten el retrato satírico de la Madama36. El cuarto de conversación en el que ésta concluye su ceremonial diario podría tener su remedo provinciano en la alcoba de fuego de la vivienda del impresor, lugar de estancia invernal donde quedan, como reliquias, los únicos taburetes de estrado de la casa, junto a un escaño de chimenea y las conservadoras sillas de baqueta roja. En la misma planta noble, las dependencias del quarto nuevo acomodan las numerosas áreas de recibo de la casa, espacios mixtos para la visita de sociedad, creados por canapés y otros muebles de asiento a la moda. Ya fuera de la casa, en el convento, la mujer también conquista su porción de espacio privado. En la Edad moderna se abandonan los dormitorios colectivos a favor de las celdas individuales. En esta época el núcleo de habitación de una religiosa puede estar compuesto por un grupo de estancias conectadas entre sí37 de tal manera que juntas constituyen, salvando las distancias, una especie de appartements privados dentro de la vivienda común. En 1749, a la muerte de María Agustina Clavero, se hace el inventario de los bienes muebles contenidos en sus habitaciones conventuales y en la alhacena del claustro del monasterio38 de Santa Lucía, donde ingresó al poco de quedar viuda. La llamada celda se concibe como un conjunto de cuatro dependencias, dos piezas que componen la celda propiamente dicha, una alcoba de lumbre y un cuarto bajo. El mobiliario de la primera pieza –con el suelo esterado- corresponde al de un recoleto espacio de recibo, con sus dos mesitas y un escritorio (todos rebutidos de concha) además de cuatro taburetes de estrado y tres silletas de anea. La segunda pieza – dominada por la presencia de una lujosa cama de paramento- es el dormitorio, donde a su vez se habilita una nueva área de recibo, más amplia que la anterior. El conjunto de objetos recuerda a la composición tradicional de las alhajas de estrado: estera de suelo, arrimadillo de estera, cinco taburetes de estrado y mesita de pies torneados. El toque de modernidad lo ponen las cornucopias, la colcha de indiana y las seis sillas de anea. Curiosamente, la pieza del dormitorio parece ser también la del balcón. En esta dependencia se guardan además los cinco libros –en cuarto y octavo de folio- que poseía doña María Agustina, todos ellos de carácter religioso. La luz natural, las cornucopias y las dos bujías favorecen tanto la reunión como la lectura. La provisión de luz y de calor

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Citado por DÍAZ PLAJA, F., op. Cit., pp. 153-55. Esta materia esta siendo estudiada en el marco aragonés por Natalia Juan. 38 A.H.P.Z., Joseph Domingo Assín, 1749, ff. 387v.-389v. 37

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en ambas estancias se asegura con la proximidad de la alcoba de lumbre, apenas amueblada, mientras que el cuarto bajo, con otra área de recibo más grande que las anteriores y delimitada por una alfombra, se calienta con el correspondiente brasero. El entorno de la religiosa es indicativo de una condición privilegiada –incluso con respecto a la mujer casada- y de una vida no exenta de contactos sociales. María Clara, Pabla y María Agustina protagonizan en Zaragoza los primeros intentos de hacerse con un espacio doméstico particular, justo en un momento en el que el estrado está perdiendo, definitivamente, su carácter de enclave femenino. Lo que tienen en común las dependencias de todas ellas es el acento puesto en los espacios de recibo, adaptados en los dos primeros casos a rituales de sociabilidad de reciente adquisición en la periferia de la corte39. Sólo la alcoba de la religiosa prevé un rincón para la lectura individual, aunque se limite a la propia de su condición. La sombra del estrado se proyecta en el mobiliario de las demás piezas de su celda mientras que en el caso de la aristócrata y de la burguesa la influencia del antiguo reducto femenino se manifiesta en un plano más conceptual que material. Tanto en el gabinete de doña María Clara como en la sala de doña Pabla la mujer desempeña un papel de “ídolo”, comparable al que describe el abad de Vayrac en sus impresiones sobre las gentes de España40 y al que Martínez Medina reconoce para las pobladoras de los gabinetes madrileños. Esta mujer adorada y al mismo tiempo encarcelada –objeto de culto y de reclusión moral41- tiene todavía demasiado fresca la impronta del estrado42. Acostumbrada a actitudes pasivas aprende, poco a poco y por la ya transitada vía de la exhibición, a desprenderse de los envaramientos que aburrían a la princesa de Ursinos y a Maria Luisa de Saboya, y que tienen los días contados con el acceso cada vez más frecuente del hombre a los estrados43. La introducción del cortejo favorecerá a la mayoría en este empeño porque sólo unas pocas tendrán la posibilidad, la capacidad y la verdadera intención de buscar un entorno solitario para leer, escribir y, por qué no,

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La tualeta pública y el chichisveo o cortejo, ambos íntimamente relacionados. La época de auge del cortejo será, para toda España, la de los reinados de Carlos III y Carlos IV 40 « No tienen menos respeto por las mujeres que por los curas. Se puede decir que hacen de ellas verdaderos ídolos a los cuales inciensan…” VAYRAC, ABBÉ DE. État présent de lÉspagne. Amsterdam : 1718, tomo I, p. 56. 41 Unas mujeres a las que no se enseña a escribir para preservarlas de contactos indeseados. 42 Véase MARTÍN GAITE, C., op.cit., p. 37, en especial las citas al texto de Muñoz (“aventuras en verso y prosa” de 1739, donde describe una escena transcurrida en un estrado) y a la tesina de Eloína Vélez López sobre el papel de la mujer en la España del siglo XVIII. 43 Carmen Martín Gaite recoge, desde 1738 en adelante, noticias y protestas acerca de las “ingerencias” de los hombres en los estrados así como de referencias nostálgicas de escritores que reclaman la vuelta a sus decorosos orígenes.

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enfurruñarse en privado44. Estos ejemplos excepcionales son los de la duquesa de Osuna y otras grandes que Martínez Medina cita en su trabajo sobre los espacios femeninos del XVIII. Pero incluso en los ambientes cortesanos hay razones para cuestionar el verdadero carácter de muchos de aquellos lugares. La duquesa de Alba utilizará sus dependencias de un modo teatral, como escenario donde presentarse unas veces como refinada aristócrata europea y otras como maja en un estrado que ha dejado de ser tal. Cuando, a finales del siguiente siglo, Cristian Franzen fotografíe a las damas de la alta sociedad en los tocadores, boudoirs y gabinetes de sus respectivas residencias madrileñas también él estará construyendo otro escaparate público, esta vez a partir de verdaderas dependencias privadas cuyos nombres habían servido además para designar algunos formatos convencionales del retrato45. Algunas de las actitudes y de los elementos compositivos presentes en estas representaciones remitirán a imágenes del XVIII, francesas o inspiradas en modelos franceses. La duquesa de Bailén en su gabinete nos recordará el retrato de Ulla Tessin, -la esposa del embajador sueco en Paris- en su cabinet francés. La duquesa de Béjar de pie en su tocador, nos mirará a través del espejo como la dama del grabado de Jean de St-Jean que se conserva en el Victoria & Albert Museum46.

Conclusiones Todas las estancias que hemos analizado en el contexto zaragozano –comparable al de otros centros urbanos periféricos- pueden ser calificadas de espacios semipúblicos, concebidos y amueblados para ser el marco de lo que se ha venido llamando una sociabilidad elegida. El deseo de intimidad que da lugar a las transformaciones del entorno doméstico francés no parece tener el mismo peso en la configuración de estas nuevas dependencias femeninas que, aunque no son independientes de los modelos galos y cortesanos (madrileños), satisfacen otras expectativas. En un estadio inicial, algunos de estos ámbitos se limitan a llenar el hueco que deja el estrado “ortodoxo” mediante espacios de recibo cómodos y acogedores, que más tarde llevarán los apellidos de conversación o de confianza. Otros como los gabinetes/camarines/tocadores que se han recogido en estas páginas son más bien la materialización de un deseo de 44

Se bouder, una alusión a la supuesta etimología de boudoir. Publio López Mondejar cita los significativos ejemplos del cabinet y del boudoir entre los formatos del retrato o del retrato de estudio. Véase LÓPEZ MONDÉJAR, P. , Historia De la fotografía en España, Barcelona: Lundwerg Editores, 1997, p.119. 46 Imagen recogida en THORNTON, P., Autentic Decor. The domestic interior 1620-1920, London: Seven Dials, Cassell & Co, 1984, p.72. 45

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emulación, el de la aristócrata por equipararse a las grandes de la Corte y el de la burguesa por parecer una gran dama de la nobleza. Por supuesto, la imitación es tanto más efectiva cuanto más visible resulta para los demás, razón por la que los primeros espacios en incorporarse son aquellos que tienen una dimensión social, en este caso vinculada al ritual de la tualeta.. Contar con un lugar en la casa donde exhibir ciertos comportamientos a la moda es, en cierta manera, como vestir de acuerdo a las últimas tendencias, materia, esta última, que inspiró más de un texto de la época. En este sentido, los espacios concebidos en tales términos pueden ser interpretados como escaparates públicos antes que como reductos de la intimidad. Pero una parte de la finalidad representativa que caracterizaba a estos primeros ensayos zaragozanos sobrevive de alguna manera en otros contextos diferentes. Los interiores de las casas principales del Madrid cortesano del XVIII, aún los inspirados más directamente en los modelos franceses, no prescindirán de marcos similares a los descritos. En un plano distinto, los retratos de mujeres en sus boudoirs y gabinetes decimonónicos utilizarán las citas más o menos literales a la pintura francesa como un vehículo para construir una determinada imagen de sí mismas. Se imitaron los espacios, pero sobre todo el aspecto que tenían las mujeres en ellos.

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