Violencia, un nombre para el malestar actual IX Jornadas de la NEL. Las Conversaciones Mesa Las violencias en la infancia y en la adolescencia

“Violencia, un nombre para el malestar actual” IX Jornadas de la NEL. Las Conversaciones Mesa Las violencias en la infancia y en la adolescencia Verti

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“Violencia, un nombre para el malestar actual” IX Jornadas de la NEL. Las Conversaciones Mesa Las violencias en la infancia y en la adolescencia Vertiente: (Des)amores violentos (O: en nombre del amor… el goce) Adriana Chacín (NEL-Maracaibo), Gloria M. Ruiz (NEL-Guatemala), Luisa Aragón (NEL-Guatemala), Marianna Tulli (NEL-Maracaibo), Massiel Velásquez (NELMaracaibo), Alejandro Reinoso (Chile), Coordina y expone: Adolfo Ruiz (NEL-Medellín) “La institución familiar oculta, pone un velo, disimula el traumatismo que está en el centro de toda formación humana: el goce”. É. Laurent 1 • En la primera entrevista, el padre de Alex concluye un tramo de su relato, en el que ha planteado parte de la compleja situación que vive con su hijo de 8 años, con la siguiente sentencia, en la que afinca y busca justificar su posición de poder ante él: “Si yo tengo que elegir entre tenerle miedo a mi hijo o que él me tenga miedo a mí, la decisión está tomada”. • Luisa, la madre de Carolina, se declara profundamente preocupada por la situación de su hija, que a los 11 años está invadida por miedos de diverso tipo y se resiste a alimentarse adecuadamente: es caprichosa y selectiva al extremo en la elección de sus alimentos. Ella, dice la madre, es de un temperamento muy fuerte; tengo que vivir encima de ella para que cumpla con sus deberes. El papá me dice que no la moleste tanto, que la deje en paz, pero si yo no le exijo, entonces ¿qué será de ella? • Sara, una adolescente de 17 años que consulta por la angustia que le genera no poder controlar ciertas situaciones en la relación con su novio, habla de las dificultades que se suscitan en la relación con su padre cuando ella le hace alguna demanda que implique un gasto económico, por razonable y justificado que este sea. Él es un profesional liberal, que parece sentirse permanentemente amenazado por lo que siente como una voracidad sin límites por parte de sus hijos, pero que no tiene conflictos en hacer gastos innecesarios, como comprar un par de perros. La madre de Sara, por su parte, pretende mantener un férreo control de su familia, sentenciando con frecuencia ante sus hijos: “Conmigo si se les pone la vida a cuadritos”. La presencia de sutiles y variadas formas de violencia al interior de los vínculos padreshijos no es algo nuevo. No obstante, ciertas características de la época nos invitan a preguntarnos por algunos de los determinantes que subyacen a estos fenómenos en el mundo de hoy y por sus efectos sobre los hijos. ¿Qué es lo que se pone en juego en estos vínculos, sin duda marcados por cierto toque pasional, de esa pasión del ser dirigida al Otro? ¿De qué manera algo de las violencias y de las pasiones pueden manifestarse, o se hacen presentes en el vínculo entre padres e hijos? Más que una pregunta puntual, consideramos que es un amplio campo de trabajo 1

Laurent, É., Las nuevas inscripciones del sufrimiento en el niño. En: Psicoanálisis con niños y adolescentes. Lo que aporta la enseñanza de Lacan. Buenos Aires: Grama 2007. Pág. 40

el que se abre a partir de esta consideración. Trataremos de avanzar en él, sin pretender agotarlo. El vínculo padres-hijos Freud afirmó: “No pretendo sostener que el complejo de Edipo agote el vínculo de los hijos con los padres”; este vínculo, continúa diciendo “puede fácilmente ser mucho más intrincado. 2 Es decir: no podemos pensar lo fundamental de este vínculo sin el Edipo, pero debemos tomar en consideración algo que está más allá de él. El carácter narcisista del amor, presente también en las relaciones padres-hijos, fue señalado por Freud en Introducción al narcisismo. Es la vía privilegiada para investir libidinalmente a los hijos. Nada más alejado del desinterés y el altruismo. Lacan transcribe el Edipo freudiano en términos de Metáfora paterna y plantea, en los años ’60, que una vez que se va más allá del semblante paterno, el niño se revela como un objeto como tal. Avanza, además, en poner de presente el odioenamoramiento, inevitablemente presente. Abre aquí, entonces, una nueva perspectiva a considerar en relación con eso “mucho más intrincado”: la vía del objeto, y con ella el camino que va en dirección de señalar lo que es el hijo para una mujer y para un hombre. En esta perspectiva Miller anota que hay que tomar en cuenta la relación del niño en tanto sujeto, articulada al sujeto femenino que es su madre en relación con su propia falta. Es en este escenario en el que, más allá del Edipo del niño, se juega la relación con la mujer que es su madre. Nos encontramos allí con la encrucijada a la que se enfrenta el niño: colmar la falta de la madre, haciéndose su falo imaginario, o dividir su deseo, el de su madre, de manera que esta desee más allá de él. Miller afirma: “Hay una condición de no-todo: que el deseo de la madre diverja y sea llamado por un hombre. Y esto exige que el padre sea también un hombre”.3 En esto, retoma algo de la fórmula propuesta por Lacan en RSI: “Un padre no tiene derecho al respeto y al amor, más que si dicho amor está perversamente orientado. Es decir, si hace de una mujer objeto a, causa de su deseo. Pero lo que una mujer acoja así no tiene nada que ver en la cuestión. De lo que ella se ocupa es de otros objetos a que son los hijos”. 4 Ser un padre, en consecuencia, es haber tenido la perversión particular de atarse a los objetos a de una mujer. En cierto sentido, en el campo en el que se juega el lazo padres-hijos se podría considerar que hay un entrecruzamiento de la père-versión [atarse al objeto a de la madre] y la perversión maternal que enlaza madre e hijo, y que no es otra cosa que el amor maternal que, dice Laurent, “tiene siempre un carácter de locura a dos”. Esta “locura” la podemos pensar en términos de pasión, de esa pasión que en cierta forma siempre está presente en estos amores. Pasión que encontrará su borde en la medida en que el deseo de la madre esté dividido para que pueda ir más allá del hijo, al hombre, y poder hacer con su falta. El niño, hoy Históricamente, el niño no siempre tuvo un lugar reconocido y de importancia ni en la vida ni para sus padres. Diversos factores concurrieron para que, de manera progresiva, el niño se fuera instalando en un lugar destacado. En Introducción del narcisismo, Freud hace una lectura de ese lugar y nos da una indicación precisa como sitúan los padres al niño: la pareja parental, nos dice, lo sitúa como Ideal del Yo. “His majesty the baby” es

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Freud, S., Conferencias de introducción al psicoanálisis. Conferencia 13: Rasgos arcaicos e infantilismo del sueño. Obras Completas, Vol. XV. Buenos Aires: Amorrortu, 1980 3 Miller, J.-A., El niño entre la mujer y la madre. En: Virtualia, Revista digital de la EOL. Año IV. Junio-Julio 2005. N° 13. Disponible en: http://virtualia.eol.org.ar/013/default.asp?notas/miller.html 4 Lacan, J., Seminario RSI. Clase del 21 de enero de 1975. Inédito.

la expresión que señala la hiperestimación de la que es objeto. 5 De cierta manera, el ideal narcisista de la familia se centra en ese niño esperado. Este niño freudiano, niño del ideal y de “la inmortalidad de los padres”,6 aunque no ha desaparecido completamente, ha dado lugar de manera progresiva a otro niño, a un niño que la enseñanza de Lacan nos muestra ubicado de manera diferente. Lacan se interesó, incluso antes del comienzo de su enseñanza, en la importancia de la familia en la estructuración de la subjetividad, 7 y desde esta época empieza a releer y a situar nuevas perspectivas en los postulados y desarrollos freudianos sobre esta. Más adelante, a la altura de los Seminarios 4 y 5, introduce el examen de la inscripción del niño en la familia en el contexto de lo que nos dio a conocer como Nombre-del-padre y metáfora paterna. Luego, en 1969, en su breve pero densa Nota sobre el niño, 8 avanza en este examen sobre la función de la familia y las consecuencias que tiene para el niño la manera como se sitúa tanto frente a la pareja como frente a la madre. En dicha Nota se afirma que “El niño realiza la presencia de lo que Jacques Lacan designa como el objeto a en el fantasma”. Es decir, que lo que se destaca es que el niño no es tomado en relación con el Ideal, sino en el goce, el suyo y el de sus padres, pero ya no en su lugar de padre y madre, sino como sujetos, como hombre y como mujer. En la “Conferencia de Ginebra sobre el síntoma”, 9 Lacan retoma el caso Juanito y alude a las consecuencias para él de tener cierto “tipo de madre” y cierto “tipo de padre”. Este señalamiento no instituye, de ninguna manera, la existencia de una tipología ideal para los padres. Lacan se esforzó, por despegar a los padres de los ideales y señala de alguna manera, en el seminario 17, que el niño nunca será conforme al ideal que los padres habían construido para él. Eric Laurent se ha ocupado en esclarecer el lugar del niño, hoy. Señala que la idealización del niño viene a recubrir la ausencia de la relación sexual. Precisa que, por una parte, el niño falla el ideal, pero al mismo tiempo deviene un objeto, un residuo, un resto, un producto, por el simple hecho de su existencia. Es en tanto objeto a que puede venir a saturar la falta de la madre. En el mundo actual, el niño llega incluso a tener el estatus de objeto producido, objeto del mercado, algo que va más allá de la familia, que también es un residuo –o al menos Lacan la aborda como un residuo-. Es posible plantear que con la intervención del discurso de la ciencia, el niño se ha convertido, de alguna manera, en un señuelo, en tanto dicho discurso parece ofrecer, cada vez más, la ilusión de que esos anhelos de los padres, que Freud señaló, podrían ser, de alguna manera alcanzados. Este señuelo atrae de manera poderosa los anhelos narcisistas de algunos hombres y mujeres frente a la posibilidad de llegar a ser genitores Todo lo anterior nos orienta sobre la pertinencia de preguntarnos por algunos tipos de padres y madres de hoy y por el vínculo que mantienen con sus hijos. Padres e hijos. (Des)amores violentos Hoy, la clínica con niños y adolescentes nos pone en ocasiones ante padre, madres o cuidadores que desde su yo se muestran preocupados, interesados, insistentes en sus demandas relacionadas con sus hijos o con los menores a su cargo, y que en sus dichos se presentan como declaradamente amorosos hacia sus ellos. Sin embargo, su 5 6

Freud, S., Introducción del narcisismo. Obras Completas, Vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 1979 García, G., "Infancia: niños/niñas". En: Psicoanálisis con niños. Centro Pequeño Hans. Buenos

Aires: Editorial Atuel/Anáfora, 1995. 7

Lacan, J., Los complejos familiares en la formación del individuo. En: Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012. Pág. 33-96 8 Lacan, J., Nota sobre el niño. En: Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012. Pág. 394-395 9 Lacan, J., Conferencia en Ginebra sobre el síntoma. Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial, 1988. Pág. 128

enunciación, sus actos y su posición subjetiva ponen en evidencia, a veces en un modo inconmovible, la presencia de una pasión que refleja, en algunos casos, la incidencia de una ley insensata que se orienta por la lógica caprichosa del deseo materno (tal como Miller lo describe en Los usos del lapso). Del lado de los padres, y en especial de la madre, podemos pensar que este goce está comandado por una lógica caprichosa que es posible articular directamente con el goce femenino, en la perspectiva en que Lacan aisló la estructura propia de dicho goce: un goce no-todo. Esta dinámica, que encontrábamos acotada en la época del padre, refleja hoy el impacto de la feminización actual del mundo -o “aspiración a la femineidad”, expresión de Miller que recoge L. Gorostiza- 10 que implica que no hay un centro unificador aparente, con la consecuente deslocalización e intensificación tanto del goce como del exceso. En esta lógica del capricho, se produce una articulación directa con el odio como pasión del ser, por ende, odiosidad, odioenamoramiento hacia los hijos, emergen con diversos matices y fórmulas: no dejar espacio al deseo de los hijos, a su elección y seguir aquello que hemos llamado el régimen de los padres que saben el sumo bien para sus hijos. Este Sumo Bien que Lacan precisa en el Seminario de la Ética como el goce y no el ideal aristotélico. También nos encontramos con el empuje al ideal, que hoy más que el Ideal de yo parece expresarse en términos de un yo ideal –que puede aparecer bajo la forma de la aspiración al hijo sin defectos ni problemas-, puede tener esta marca insensata, y empujar a que se ubique al hijo en el lugar de objeto de goce, fetiche o falo imaginario de la madre. En una época en que los términos de la familia se han modificado de manera notoria, esta remodelación, afirma Éric Laurent, “hace resaltar la violencia hacia los niños, que cada vez es más fuerte”.11 No necesariamente se trata de lo que podríamos llamar la gran violencia contra los hijos, niños y/o adolescentes, sino de situaciones que si bien pueden no ser tan evidentes, en la medida en que se cubren con el velo del amor y los cuidados, no por ello son, en menor medida, vehículos de violencia. Si bien no hay amor sin goce, en ocasiones podemos constatar la existencia de relaciones paterno-filiales en las que la dimensión del goce domina el escenario y es entonces cuando podemos hablar también de la pasión amorosa al interior de este vínculo, que, como empuje desbordado, genera situaciones que tienen la característica de la violencia. Violencia que, de acuerdo con los planteamientos de Slavoj Žižek, podemos situar como objetiva, tanto sistémica como simbólica. 12 Lacan propone, en Aun, la tesis del amor como suplencia de la no relación sexual. En los padres, el amor hacia y con los hijos ocupa ese mismo lugar. No hay relación sexual con los hijos. Con ellos hay desencuentro, en la medida en que siempre fallan el ideal de los padres. En algunos de estos padres “más enamorados de sus hijos”, el amor suplencia reviste un anudamiento particularmente erotomaníaco -“soy lo más importante para él”, “sabe que nadie la entiende como yo”- y en otros se desliza hacia una vertiente paranoide que denuncia el mal agradecimiento, el desamor filial, el “cría cuervos para que después te saquen los ojos”, “el puñal en la espalda”, ante la autonomía, el disenso, la separación y 10

Entrevista a Leonardo Gorostiza, realizada por María do Carmo Batista para la Carta de São Paulo. Publicada en la Carta de São Paulo de septiembre/octubre de 2011, y posteriormente en El Caldero de la Escuela (EOL) N° 17, año 12. 15 de junio de 2013 11 Laurent, É., Parejas de hoy y consecuencias para sus hijos. En: Carretel. Psicoanálisis con niños. Revista de la Diagonal Hispanohablante de la Red Cereda. N° 2. Madrid. Pág. 14 12 Cfr. Žizek, S. Sobre la violencia: seis reflexiones marginales, Paidós, Buenos Aires, 2009.

que el hijo haga escuchar su voz propia. En estos casos, el contragolpe violento por vía del acting out o incluso del pasaje al acto puede emerger. La ausencia de signos de amor conecta con el goce del Otro. Otros padres asumen el lugar de un todo saber sobre el hijo, sin espacio para la falta y para la ignorancia necesaria en el amor. Se ubican, entonces, como un Otro que “se entromete, y en lugar de lo que no tiene, le atiborra con la papilla asfixiante de lo que tiene, es decir confunde sus cuidados con el don de su amor”. 13 Este parece ser el caso de R, un joven de 13 años, quien en la primera consulta menciona: “todo el día paso con huevola”, refiriéndose a que todo el día pasa “con ganas de no hacer nada”. La madre ha decidido retomar su vida y empezar a estudiar en la Universidad. Al no estar ella en casa, el padre quiere que “a todo vayan juntos”. “No lo disfruto; él se enoja conmigo por no hacerlo. Yo lo hago por acompañarlo... por ser tan seguido crea desagrado”. Llevados de su apasionamiento, algunos de estos padres y madres suelen estar muy atentos a la aparición de lo que para ellos se convierte en manifestación de “desviación”, de alejamiento o de franco antagonismo con el ideal buscado, ideal, en definitiva, al servicio del goce. Es frecuente que, como respuesta, estos padres demanden, incluso al analista, la producción de un diagnostico –significante generalizado-, que de nombre de aquello que le sucede a su hijo, niño o adolescente, borrando por completo la singularidad de este y anulando la pregunta sobre ¿a qué responde este síntoma? Así, una madre consulta solicitando evaluaciones de inteligencia para su hijo. Los maestros le dicen que va bien en la escuela, pero que debe mejorar en muchas áreas. Estos pequeños indicios le hacen pensar a la madre que su hijo puede tener “retardo mental”. La escucha de la analista le indica que se trata de un sujeto con una “inteligencia promedio”. En una entrevista con la madre, ella expresa: “lo que pasa es que yo soy psicopedagoga; y tú sabes, lo mío es el retardo”. La función del analista El panorama de la situación del niño en el mundo de hoy puede tomar en ocasiones un cariz en ocasiones tan dramático y confuso que Éric Laurent orienta su reflexión bajo la pregunta ¿Cuál es el lugar del psicoanalista en la tormenta?14 Nuestra brújula, señala, es el objeto a. 15 La condición de objeto a del niño, afirma Vilma Coccoz, 16 reclama, por múltiples motivos, una reflexión especial en nuestra época, en la que, de un lado, la tecnología alimenta fantasmas y promete posibilidades en las que el niño es situado como un objeto más en una cadena de producción, y de otro, el debilitamiento del orden simbólico y el empuje deslocalizado al goce pueden hacer al niño proclive a quedar colocado como objeto de arrebatos pasionales de diverso cuño. Cuando el padre o la madre se afincan en ideales delirantes, ficcionales o científicistas, el analista está llamado a, desde su posición, proteger a los niños de estos delirios familiaristas, protegerlos de esos “lazos familiares” que los ahogan, de las formas que en ocasiones toman estos lazos, de las pasiones que los habitan y que dan vía al “infanticidio profundo que es el deseo de muerte escondido en el lazo familiar”. 17 13

Lacan, J., La dirección de la cura y los principios de su poder. Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2005. p. 608. 14 Laurent, É., El niño ¿el resto? En: Psicoanálisis con niños y adolescentes 3. Encrucijadas de la práctica psicoanalítica. Buenos Aires: Grama, 2011. Pág. 18 15 Laurent, É., El niño como real del delirio familiar. 16 Coccoz, V., Hacerse su familia. Revista electrónica Cita en las diagonales, revista de psicoanálisis y cultura. Disponible en: http://www.citaenlasdiagonales.com.ar/escritos_hacerse_su_familia.php 17 Laurent, É., El niño como real del delirio familiar. Documento de Internet. Disponible en: http://www.blogelp.com/index.php/el_nino_como_real_del_delirio_familiar_e

Lo vemos en Beatriz de 15 años, derivada por un psiquiatra después de ideación e intento de suicidio, señala que confesó a su abuela que tiene una relación con una amiga. Desde ahí la abuela -matriarca de la familia-, con quien tenía ya una difícil relación desde la pubertad, la insulta y denigra abiertamente en familia en forma impune, sin intervención de la madre ni de otros parientes. Beatriz es objeto de violencia odiosa y demanda respeto. El analista, al escuchar las frases que la denigran, interviene señalando: “¿Eso dice?, ¿estás segura? ¡Pero, ¿cómo es posible?! ¡No puede ser! ¡Eso no tiene nombre!”, alzándose, caminando en el consultorio, levantando los brazos y tomándose la cabeza. El cuerpo inmóvil y silencioso de Beatriz deja caer los hombros, suspira y esboza su primera sonrisa. Hemos visto algo de lo que se sintomatiza en el vínculo padres-hijos. Lo esencial es permitir al niño y al adolescente escuchar su voz, para que esa voz, escuchada por un analista, encuentre una respuesta que no la silencie. Extraer del decir del niño las marcas de goce, “permitiéndole a ese que se presenta en posición de objeto elucidar el inconsciente del cual es sujeto”,18 y que el niño encuentre así una posibilidad para su invención singular. Por supuesto, es necesario tomar en cuenta la angustia de los padres, enfrentados en ocasiones con su impotencia, aplastados bajo el peso de ideales y apostar con ellos a la posibilidad desprenderse de ellos para alojar el despertar de “un deseo que no sea anónimo. En el caso de una madre que consulta con su hijo F., de 4 años, que según dice presenta "hiperactividad" y por ende debe "controlarlo"; además, sufre de asma. El niño, entonces, no puede correr ni saltar porque puede ahogarse, no puede tocar el perro porque los pelos del animal le produce alergia, no puede regar las plantas porque corre el "riesgo" de mojarse, no puede jugar dentro de la casa porque puede partir algún objeto de valor, no puede barrer porque el polvo le cae mal, no puede salir en la noche porque el "sereno" le afecta, no puede colorear fuera de la habitación porque puede rayar las paredes. La primera intervención viene por la vía de la pregunta: ¿Qué es lo que puede hacer F? Concluimos con Laurent: “El psicoanalista no es el que sabe cuál es la civilización ideal que hay que producir, sino es el que puede decir, cuando se encuentra un impasse: “Mirá, tu pasión está en juego”. 19

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Cfr. Varios autores. El niño, el trauma. Incidencias de la última enseñanza de Lacan. En Virtualia, Revista digiral de la EOL.. Año XIII, Nov. De 2014, N° 29. Disponible en: http://virtualia.eol.org.ar/029/template.asp?Consecuencias-de-la-ultima-ensenanza/El-nino-y-eltrauma.html 19 Laurent, É., El niño ¿el resto? Op cit. Op. Cit. Pág. 19

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