Vivir como pareja. Un proyecto común, la familia

Vivir como pareja. Un proyecto común, la familia 1. MATRIMONIO Y PAREJA El concepto tradicional de matrimonio procede del latín matrem-munere, que sig

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PROYECTO ESCUELA PARA LA FAMILIA
PROYECTO ESCUELA PARA LA FAMILIA PROYECTO ESCUELA PARA LA FAMILIA ESCUELA PARA LA FAMILIA CATAGULFISTA CÉSAR DÍAZ HERNÁNDEZ LUZ MARY POLO PALENCIA

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Vivir como pareja. Un proyecto común, la familia 1. MATRIMONIO Y PAREJA El concepto tradicional de matrimonio procede del latín matrem-munere, que significa proveer a la madre. Este compromiso lo adquiría el hombre, desde el momento de la boda. Consistía en proveer, suministrar a la madre lo que pudiera necesitar para sostener el hogar, vivienda, ropa, alimento, salud, etc. Hay que observar que dice «madre»; ni siquiera esposa; cuánto menos mujer. Así lo expresaba el rito de las arras en la ceremonia matrimonial (hoy día, este rito ha cambiado en el ceremonial de la Iglesia Católica, donde el intercambio de arras es mutuo). Solía entenderse que «la que se casaba era la mujer». El hombre se comprometía a proveerla. Incluso la cuantía de la provisión la determinaba el hombre, que separaba de su sobre quincenal o mensual lo que creía suficiente. Pareja, —término derivado del vocablo latino «par», igual—, hace referencia a la paridad, a la igualdad. Hombre y mujer se casan en igualdad y dignidad, y esto parece más justo. El movimiento feminista, aunque en algunas de sus vertientes haya sido radical, ha contribuido con fuerza a restituir tanto a la mujer como al hombre su verdad, cara a la relación esponsal96. No son los términos lo que vamos a tratar, pero el significado etimológico es el reflejo de la concepción que se tuvo del matrimonio durante siglos, así como de su propia crisis de identidad, en la transición social y cultural de los siglos XX y XXI. No obstante, utilizaremos el término matrimonio, aunque no desde su etimología, sino desde su contenido profundo, promocionante, positivo y respetuoso.

1.1. Hacia dónde camina actualmente el matrimonio Los sociólogos dicen que la familia es la institución más valorada. Pero el mapa sociológico que observamos en los países occidentales es de multiplicidad de modalidades de familia. Ya nadie se sorprende de que en el universo familiar encontremos separaciones, divorcios, adopciones, segundas nupcias, familias monoparentales, etc. Del concepto tradicional uniforme, se ha pasado a una familia multiforme. Hasta hace unos pocos años, se podía hablar de una crisis generalizada de matrimonios como consecuencia, pero también como causa, de una sociedad en crisis. Hoy se puede hablar, sin exageraciones demagógicas, de una crisis del matrimonio como institución. Según hemos visto ya, toda crisis supone un peligro, pero también una oportunidad, ¿qué oportunidades podemos encontrar en esta crisis? Según los sociólogos, el matrimonio parece dirigirse hacia un camino que tiene características más saludables.

1.2. Profundización del amor Empezamos a intuir que hay que pasar de un tipo de sociedad fundada en el negocio (activismo) a otro que dé más espacio al ocio (espacios de intimidad y libertad). Vamos hacia una familia más íntima y entrañable, en que el diálogo y el amor entre sus miembros sea más auténtico. Hacia una conciliación del trabajo y la familia que busque más espacio para compartir el ocio y el descanso.

1.3. Personalización del amor Cada vez se toma más conciencia de que el matrimonio, más que un contrato jurídico, es una unión de amor. Si no hay amor personal en el momento en que dos personas se comprometen a casarse, ese matrimonio no tiene sentido alguno aunque lo revistamos de un contrato social e incluso religioso. Un matrimonio, sobre todo el cristiano, ha de basarse en un mutuo conocimiento y una respuesta personal y libre.

1.4. Un amor fundamentado más en el ser que en el tener En la familia de las sociedades del mundo que llamamos desarrollado, ha prevalecido el patrimonio sobre el matrimonio, el tener y el hacer sobre el ser. En el futuro, sin negar la importancia del hacer y del patrimonio (necesitamos tener para ser), habrá que insistir en la preponderancia del ser sobre el tener y del matrimonio sobre el patrimonio.

1.5. Explosión social del amor. La pareja en comunidad. Como consecuencia de la aparición de la «familia nuclear» y del incremento en la esperanza de vida matrimonial (de 20-25 años a 40 ó 50), aunque el matrimonio llegue a una profunda integración del amor, sentirá la necesidad de abrirse a los demás: yo-tú (pareja), nosotros (familia) y vosotros-nosotros (comunidad y sociedad). D. 1: Yo - tú – nosotros Es una necesidad poder compartir con otras parejas y familias nuestras experiencias, dificultades, fe, etc. Actualmente, se hace muy necesario compartir la vida de pareja en comunidad, caminando con otras parejas. Esto fortalece la propia comunión de la pareja97.

2. COMPROMISO PERSONAL Y DE PAREJA Al aplicar este compromiso mutuo al matrimonio mediante el consentimiento, algunas personas hablan de pérdida de naturalidad en el comienzo de la relación, excesiva institucionalización, demasiado protagonismo por parte de la sociedad en algo que sólo debe pertenecer al dominio de lo íntimo. En nuestra sociedad tendemos a identificar amor con sentimiento. En la relación diaria del matrimonio existen ciertos momentos en los que el sentimiento aparece. Sin embargo, nadie se atrevería a decir que en otros momentos en los que desaparece el sentimiento, pero hay diálogo, proyecto, decisión, ayuda en momentos difíciles, etc., haya desaparecido el amor.

El amor verdadero pide eternidad. A nadie se le ocurre decir: «Te quiero por dos días». Ahora bien, un amor duradero hay que ganarlo todos los días, pues el amor verdadero tiene sus exigencias (generosidad, fidelidad, comunicación, etc.) Basar el matrimonio en la permanencia de los sentimientos es un asentamiento poco estable. Los sentimientos van y vienen; desaparecen, para renacer de nuevo con fuerza renovada cuando se cultiva la relación. Pero conviene estar atentos a los síntomas de calidad de la vida conyugal para estar en reelaboración continua del proyecto de vida y compromiso de pareja.

3. ELABORAR UN PROYECTO COMÚN El matrimonio no es mi proyecto, lo que yo quería que fuera, ni tu proyecto, lo que tú esperabas que fuera; debe ser nuestro proyecto. Es saber lo que se quiere en la vida. Es saber cómo se quiere98. Alguien podría pensar que seguir un proyecto encorseta y quita espontaneidad al amor. Y es al revés. No sólo no constriñe, sino que proporciona libertad y seguridad al saber lo que se quiere hacer. Ya la vida se encargará de hacer sus propias variaciones y la familia deberá readaptarse a las nuevas circunstancias, fases, etc. Pero no es lo mismo readaptar un proyecto pensado, dialogado, que tener que improvisar porque no había un plan, ni esquema. Esto produce inseguridad y riesgos, especialmente para los hijos menores que necesitan razones y reglas para crecer; necesitan seguridad. La familia no surge porque sí. Ni siquiera porque se tengan hijos. La familia consiste en unas relaciones de amor que hay que cuidar y que deben cimentarse sobre el proyecto de amor de los esposos99. D. 2: La familia, un proyecto común En este proyecto familiar hay que tener en cuenta los diversos ejes del amor100: • El eje del amor conyugal, que es el origen. • El eje paterno-filial, que surge cuando nace un niño en el seno de ese amor y se forma la familia nuclear. • Dos ejes tangenciales, que proceden del amor de las respectivas familias; abuelos, tíos y entorno confluyen en la construcción de la familia: lo que llamamos familia extensa. • Hay, además, un eje que eleva el amor esponsal a categorías insospechadas. Es el amor de Dios que nos lleva a vivir nuestro matrimonio a tres, a construir una espiritualidad y unidad conyugal, esencia del sacramento del matrimonio cristiano. En este sentido, conviene tener en cuenta que hay un doble peligro: • Que el amor de los padres al hijo robe terreno al amor conyugal. • Que las respectivas familias de origen se entrometan en el hogar. Ante esto hay una única respuesta: la familia debe cimentarse y construirse sobre el amor de los esposos; el eje conyugal es el que debe prevalecer sobre cualquier otro. Esto debe estar muy claro para todos: para los hijos, para ambas familias, para los amigos, etc.

Todos deben comprender que hay tiempos que son de la pareja, de los dos solos; y estos límites han de estar claros, hablados y pactados. Lo primero eres tú. Antes que nada y nadie (hijos, familias, profesión, aficiones, viajes, nivel de vida...). Tú eres mi vocación. Nuestra vida en pareja, nuestro proyecto común es lo que da sentido a nuestro ser pareja y familia. Lo que prevalece. El criterio definitivo. ¿Qué podría aportar un amor que no está consolidado en este criterio esencial? Lo primero es el amor; la donación viene después. Los grandes beneficiarios de estos planteamientos son los hijos. Ellos nacen incorporados a un proyecto de vida que el amor de sus padres ha hecho y hace posible. Para un niño es un privilegio ¡que sus padres se quieran! (El actor Charlton Heston en sus Memorias —donde describía sus años de profesión— se reconocía como un amante de la vida familiar, y confesaba: «el divorcio de mis padres ha sido la experiencia más traumática de mi vida »).

4. LAS FASES. CICLOS VITALES DE PAREJA Y FAMILIA Las parejas y las familias, al igual que los individuos, tienen su propio proceso evolutivo. Vamos a ver los diferentes ciclos o fases por los que, en mayor o menor medida, pasa una pareja y una familia, señalando las tareas y problemas asociados a éstas, pudiendo así normalizar esta realidad, identificar y mirar las posibles medidas y soluciones a tomar101.

I. Los primeros momentos del matrimonio Es un momento de especial importancia ya que se asientan las bases y las costumbres de lo que será nuestra vida. Es nuestro proyecto y lo que nosotros queremos que llegue a ser. Ambos se han de acoplar como las «ruedas de molino» respecto a las tareas en el hogar, las pautas respecto a las relaciones exteriores, las relaciones afectivas y sexuales... Sin estos acuerdos explícitos o implícitos, la convivencia puede ser un infierno. Cada miembro de la pareja ha llegado al matrimonio con unas expectativas y unas aspiraciones distintas, y pronto tendrán lugar los primeros desacuerdos. Si el noviazgo ha sido un período de trabajo, notaremos su ayuda. Si no, las cosas serán más difíciles. En cualquier caso, el enamoramiento del noviazgo, ha podido pasar por alto ciertas manías, egoísmos, comportamientos inmaduros, insatisfacciones, discrepancias... que ahora se manifiestan en toda su dimensión y realidad. Se puede pasar de creer que el otro es «un ángel» a verle como «ángel caído». En esta fase es elemental poner las cartas sobre la mesa, ser como somos (sin nada que lo nuble), aceptar lo que hay como punto de partida y quererse desde esa realidad. Puede dar miedo desilusionar al otro, quizá porque yo estoy desilusionado. No hay amor conyugal verdadero hasta que no se conoce y se quiere al otro desde su pobreza, desde su verdad. Y al tiempo aprender a convivir sin hacerse daño. Es aquí donde, una vez más se manifiesta la necesidad de saber comunicarse, dialogar desde los sentimientos y las necesidades, y escucharse. En esta etapa hay que tener cuidado con dejarse llevar por el ritmo de la vida, de la casa, del trabajo, los amigos, los padres, el embarazo... Los problemas están ahí y, si los ocultamos, aflorarán tarde o temprano, quizá cuando ya sea tarde.

Casi siempre se plantea el problema de «la familia del otro», ya que puede afectar a la relación de dependencia que uno tiene respecto a su familia de origen. O el inmiscuirse los padres — sobre todo las madres— en la vida de la pareja o, después, en la familia. Saber distanciarse sin romper con ellos suele ser una fuente de madurez y de salud. D. 3: La formación de la pareja

II. El nacimiento y educación de los hijos Es una etapa especialmente crítica y, si no se ha superado la fase anterior, puede ser una etapa difícil para la pareja y para los hijos. Los esposos pasan de ser marido y mujer a ser padre y madre, y los hijos reclaman el 120% de la atención disponible. Es fácil distanciarse y seguir a esquemas de pareja tradicionales en los que la madre se encarga de los niños y el padre hace otras cosas (alianza madre-hijo y desvinculación del padre). Además, es una nueva etapa en la que las familias de origen pueden intentar inmiscuirse con su deseo de ayudar. Todo es nuevo, ya que antes hemos sido pareja, pero nunca hemos sido padres y nadie nos prepara para ello, ni los niños vienen con unas instrucciones de «manejo». D. 4: Familias con hijos pequeños

III. La pareja de mediana edad con hijos adolescentes Actualmente, la adolescencia puede comenzar a los 12 años y no acabar para algunos hasta los 30, por poner algún límite. Puede ser una edad insoportable dependiendo del nivel de autoestima con que el niño llega a esta etapa, tornándose ensimismado, otras veces agresivo, desobediente, etc. Puede ser desesperante para los padres. Sin embargo, tiene su belleza porque es el momento en que el hijo empieza a volar, sale con sus amigos, vive sus primeros amores, tiene opiniones propias, emite sus críticas, etc. Pero requiere de sus padres escucha, comprensión y mucha paciencia, que no siempre hay. Aunque a veces parezca lo contrario necesita mucho el cariño de los padres. Parece que juegan a poner nerviosos a los padres, y fácilmente lo consiguen. Es el momento de poner en práctica, más que nunca, el diálogo profundo, junto con la negociación, la revisión y la flexibilización de normas y límites. Aquí, los abuelos, tíos, padrinos, etc., pueden jugar un papel de alianza muy conveniente. Aunque parezca mentira, muchos adolescentes, a pesar de la rebeldía que suele caracterizarles, mantienen una relación más cercana con sus abuelos que con sus padres, convirtiéndolos en sus confidentes y amigos. Puede darse esto también con alguna otra figura dentro de la familia extensa (tíos, padrinos, etc.). Esta alianza puede favorecer el proceso de madurez de los hijos y servir de ayuda a los padres en particular, y a la familia en general. Las «crisis» de los adolescentes suelen coincidir con otra, la de los padres, la de los cuarenta o cuarenta y cinco (que se ha alargado) y quizá también la de pareja. Estas crisis, que pudieran darse, sería un grave error confidenciarlas con una hija o un hijo, pues pondría al hijo en un lugar y con una carga que no le corresponde. Es una alianza nociva, que podrían hacerles enfermar (anorexias) o provocarles algún trastorno de ansiedad. Es lo que se llama parentalizar a un hijo, meterle en medio de los padres, con un rol que no le corresponde y para el que no están preparados.

Llegados a esta edad, la pareja ha asentado su vida en lo económico y en lo social; han conseguido, o no, lo que razonablemente se habían propuesto. Uno ve todo lo que ha dado y piensa que es tiempo de pensar en uno mismo. Suele venir una crisis de identidad, que puede estar más pronunciada en uno o en otro, dependiendo de varios factores (familia de origen, nivel de madurez, autoestima, etc.). La pareja lleva ya unos 15 años de casados. Parecen saberlo todo. Pueden vivir ese momento con cansancio y rutina... o, por el contrario, ver que su amor ha crecido, que se deben mucho el uno al otro... que ahora la relación es más fácil, más serena. También están en la edad en la que se accede a las responsabilidades sociales, políticas, etc. Puede y debe ser tiempo de plenitud. D. 5: Crisis en la mediana edad

IV. Emancipación de los hijos: nos quedamos solos En la actualidad, este período llega más tarde porque los hijos se independizan más tarde. Es difícil para algunos matrimonios «dejarles» de verdad hacer su proyecto, pero manteniendo las puertas del hogar y de la disponibilidad siempre abiertas. Si los padres se sobre involucran con los hijos, pueden generarles problemas. Volver a empezar. Los padres, volcados durante años en los hijos, deben elaborar un nuevo tipo de relación como pareja. Están, otra vez, como cuando empezaron: solos como pareja. Es el momento de realizar muchos de sus sueños, de recuperar hobbies, de entregarse a los demás y mutuamente, pues la vida misma les hace ser más dependientes el uno del otro. Pero quienes únicamente se aguantaron, se toleraron y no crecieron en su amor, lo tienen difícil y puede ser un momento de gran crisis. D. 6: Emancipación de los hijos La jubilación, cuando aun se sienten útiles, con experiencia y capacidad, puede ser un momento crítico. Es tiempo de reconducir nuestras capacidades y posibilidades (ocio, hijos, parroquia, colaboración con alguna ONG...). Una vez más, el sentimiento y la actitud que acompañe este momento dependerá de la vida pasada. Ya lo decía Gregorio Marañón: «Toda la vida seremos lo que seamos capaces de jóvenes». Una vida seriamente trabajada encuentra plenitud; una vida vacía, insatisfacción. Ser anciano, en un mundo que idolatra a la juventud, no es fácil.

V. La pareja en la tercera edad. La posible viudedad Es un período difícil y suele ir acompañado por limitaciones físicas o psíquicas. Es fácil caer en depresión, sentirse sólo, inútil, sin sentido... Para prevenir, hay que hacerse útiles el uno al otro a lo largo de la vida. En esta fase la vivencia espiritual y trascendente de la vida puede ayudar mucho a encajar y recolocar estos problemas y dar sentido a la muerte que nos acompaña desde el comienzo, pero que siempre es duro de aceptar. La viudedad es el último paso en la vida. Aceptarla y vivir el duelo puede ser difícil. Es importante estar abiertos a recibir la ayuda necesaria. También puede ser necesario aceptar un cambio en la vivienda. Hay muchas opciones respecto a este tema que conviene sopesar con humildad y realismo: continuar en la propia casa pero contando con ayuda, pasar a vivir en casa de algún hijo/a, valorando las posibles ventajas y desventajas en la convivencia, o en una residencia, sin perder la nutrición afectiva necesaria... D.7: Familias en la tercera edad

5. PISTAS PARA UNA ESPIRITUALIDAD CONYUGAL Y FAMILIAR CRISTIANA Hemos hablado, a lo largo de este libro, de la importancia del encuentro, de la comunicación, del diálogo: del amor. Para un cristiano que sigue a Jesús, no hay nada como el diálogo con Él, comunicarse con Él, como Hombre y como Dios. De ahí que dediquemos este último punto a la importancia que la oración (diálogo con Dios) tiene para la vida personal y para reforzar el matrimonio y la misma familia. La relación personal con Dios es esencial e insustituible, pero, si se realiza sólo individualmente, no es suficiente para los casados. Dios tiene maneras propias de llamar y comunicarse con cada matrimonio como tal. ¿Por qué orar como pareja? ¿Es bueno esto y vale la pena? Las parejas que lo viven suelen responder de forma positiva y entusiasta. Tanto nosotros como otras parejas de nuestro entorno podemos testimoniar que la vida de oración en el matrimonio ha enriquecido nuestras vidas personales y ha transformado nuestra relación matrimonial, introduciéndonos en una dimensión nueva, más real y más feliz. Gabriel Calvo, en su libro Cara a Cara, plantea «cinco pasos prácticos» y graduales para realizar esta oración conyugal, y aconseja no dar el siguiente paso sin haber experimentado plenamente el paso anterior. 1º Compartir un pasaje bíblico Leyéndolo juntos, permaneciendo en silencio un breve rato, y luego poniendo en común los pensamientos, sentimientos y reacciones personales ante la palabra de Dios. Sin comentarios. Solamente un respetuoso y cariñoso escuchar con el corazón el uno al otro en la presencia de Dios. 2º Compartir nuestra vida personal de oración Intercambiando nuestras relaciones personales con Dios y nuestras experiencias vividas. 3º Evaluar nuestra vida conyugal, revisándola a la luz de la sagrada Escritura Para discernir lo que el Señor nos está diciendo por medio de los acontecimientos ordinarios y extraordinarios de nuestra vida personal, matrimonial y familiar. 4º Revisar nuestro compromiso conyugal Examinando juntos la obligación de ser testigos de amor y de unidad en nuestra casa, en el trabajo, en el vecindario y en cualquier otro lugar. (Importancia de un grupo de matrimonios)103. 5º Practicar la exhortación mutua Dialogando en la presencia de Dios sobre la conducta personal del otro, con verdadera honradez y amor, para animarse el uno al otro a vivir y progresar según la voluntad de Dios. Hablar espontánea y directamente a Dios, aunque sea solamente decirle: «¡Gracias, Señor! ¡Qué-date con noso-tros! o bien ¡Señor, bendícenos! o ¡Confiamos en Ti, Señor!». No hay una espiritualidad conyugal predeterminada y definida. Cada matrimonio puede y debe desarrollar su propia espiritualidad conyugal particular, porque cada pareja descubre en sí misma singulares rasgos que condicionan y posibilitan una concreta relación con Dios. Sin embargo, hay rasgos comunes, que son propios de todo matrimonio cristiano.

Mencionamos dos brevemente: Ser uno con el cónyuge para ser uno con Dios En realidad, se desprende de todo lo que llevamos dicho. La vocación del hombre es una llamada a encontrarse con Dios y unirse a Él, o –dicho en lenguaje bíblico– establecer alianza con Dios («vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios»). Pues bien, los cónyuges realizan esto mismo en la entrega que hacen de sí al otro. Donándose a sí mismos en los diferentes aspectos de su vida (trabajo, cuidados, tareas del hogar, sexualidad, educación de los hijos...), llevan a cabo esta unión con Dios. La unión con Dios de los esposos queda lograda en su plenitud por la donación recíproca. Presencia de Dios La familia es presencia de Dios para quienes están a su alrededor, y también para sí misma. Es más, mi esposo/a es presencia de Dios para mí; Dios me ama a través de la solicitud de mi cónyuge. La fe es confianza y relación con Dios. En el cónyuge que me entiende, es Dios mismo quien me entiende; en el cónyuge que se fía de mí, es Dios quien me regala su confianza. Esta es otra gran humildad del Creador104. La espiritualidad conyugal es donación y tarea, exigencia y realización; y detrás está Dios que se me da y me pide, me exige y se deja exigir, mediante la encarnación del otro. ¿Cómo voy a amar a Dios si no amo a mi esposo o esposa? Sería una contradicción. Y no son pocos los cristianos que padecen este dolor. ¿Se deben compartir las expresiones de fe y de piedad? Compartir es una palabra clave que define la vida conyugal y, para eso es preciso poseer una fe personal auténtica, pues ésta es la base de la fe compartida. Espiritualidad indica el modo práctico de vivir la fe reza unida, que lee y reflexiona sobre la palabra de los otros sacramentos, que se reúne para revisar cristiana donde sus miembros se corrigen y se

cristiana. Comparte la fe la familia que Dios, que participa en la eucaristía y en la respuesta de su fe; una comunidad animan para seguir testimoniando el compromiso de Cristo y alcanzar la santidad. Por esto es «una iglesia doméstica» 105. Pistas para la oración de la familia. Orar juntos • Familia que ora unida permanece unida. Se pueden aprovechar circunstancias familiares que motiven la petición, la gratitud, la alabanza, o simplemente basta con invocar la presencia de Dios con las oraciones espontáneas o tradicionales, la bendición de la mesa, la liturgia de las horas, el rosario, etc. • Participar juntos en la misa. Los padres deben enseñar y testimoniar a los hijos la alegría y el privilegio de la Misa como sacramento de unión con Dios y celebración. • Liturgia compartida, celebrar juntos ciertos acontecimientos litúrgicos: Navidad o Semana Santa, el bautizo de un nuevo miembro, la primera comunión, la confirmación o la unción de un enfermo, los aniversarios... • Piedad popular. Vivir juntos la piedad popular, las fiestas religiosas de la parroquia, las procesiones y las peregrinaciones, etc.

• Reflexión compartida. Lectura de la palabra de Dios. Revisión de la vida familiar. Con alguna periodicidad y en momentos de calma, la familia se reúne para realizar juntos una revisión de las relaciones interpersonales. ¿Qué nos dice el Señor sobre nuestros problemas? ¿Cuál es su voluntad respecto al camino a seguir? ¿Cómo pueden mejorar nuestras relaciones personales? Nosotros y muchas familias se reúnen al caer la tarde de un viernes o sábado. «Quédate con nosotros que la tarde está cayendo»106. • La reconciliación familiar. Son inevitables los choques de caracteres y hasta las ofensas entre los miembros de la familia. Entonces urge la reconciliación, el sacramento de la penitencia. Qué importante sería que existiera un clima de confianza que invite a exponer problemas más íntimos, poder expresar los sentimientos, dialogarlos... Reconciliación que no se queda sólo en un «lo siento», reconciliación que también busca la manera de reparar la ofensa o el daño probable. Para esto, la mejor reparación es preguntar al otro qué necesita para compensar la ofensa. Esto sí que es una buena reconciliación. • Colaboración en el compromiso comunitario o apostólico. Si la fe compartida se redujera a las expresiones sólo familiares, existiría el peligro del individualismo espiritual familiar. Una espiritualidad, para que sea auténtica, necesita proyectarse y ser enriquecida por otras familias que comparten la misma fe. • En el desarrollo social. La preocupación efectiva por los otros incluye la apertura de la familia a los problemas sociales y la ayuda a las familias menos favorecidas, según las propias posibilidades. • En las obras de apostolado. Ya no es un miembro aislado de la familia quien realiza el apostolado; se siente apoyado por los demás. Hay que reconocer que practicar las manifestaciones de la fe compartida es muy difícil. De hecho, son escasas las familias cristianas que alcanzan un mínimo de fe compartida. ¿Resulta, pues, la espiritualidad familiar una utopía imposible de realizar? Es difícil, pero somos testigos de que apoyados y conducidos (dejándonos llevar) por la gracia, sí es posible. Para ello es preciso analizar las dificultades y los obstáculos concretos que una determinada familia tiene para compartir o vivir la espiritualidad familiar. Si necesitamos la ayuda familiar para tantas cosas materiales (estudios, dinero, ropa…), ¿por qué excluir lo más importante, como es la fe para quien se considera creyente?107 No hay que olvidar que Dios no es un dios solitario, sino que es familia en el amor solidario de la Trinidad y con esta imagen está presente en la familia para que todos se salven juntos y juntos puedan santificarse. Si la familia es una comunidad de personas que se aman y que cristianamente practican la caridad, el problema de la fe compartida está resuelto. Porque amar es compartir. Si la familia está convencida de ello, el problema radica en decidirse a caminar. Solamente queda arrancar y dejarse hacer por el Señor. Juntos, pueden comenzar a vivir la fe compartida con ocasión, por ejemplo, de una jornada o encuentro entre padres e hijos. Comenzar por lo más sencillo y de manera gradual. Que cada familia vea cuál de las manifestaciones le urge más y le resulta mejor. Cada familia tiene su camino y, por tanto, su espiritualidad familiar. Es importante volver a resaltar que la fe, como otras realidades, no se puede imponer, pues, si se pierde el respeto y la libertad, estaríamos en otra cosa muy distinta a la confianza familiar, y eso sería sectario, servil y coactivo.

En la verdadera familia, el fin nunca justifica los medios. Los medios siempre han de ser el amor, el testimonio, la oración y el respeto: somos «libres para amar». Así pues, la oración de la familia debe ser el reflejo de su vida y de su vocación, de lo que está llamada a ser: presencia de Dios, reflejo de su amor para ellos y para quienes los contemplan, imagen de su bondad. Y todo ello en medio de los avatares del mundo y de la debilidad personal.

6. CIERRE Y DESPEDIDA DEL CURSO En fin, queridos amigos, hemos llegado al final de este curso, que en caso de hacerlo en grupo, se puede cerrar con la dinámica que viene a continuación. Permitirnos que al finalizar este libro, te deseemos lo mejor para tí y tu familia. Esperemos que estas páginas te hayan servido y te ayuden a seguir creciendo en este camino de la vida, acompañado de tus seres queridos. Y recuerda, que cuando encuentres alguna piedra en el camino, siempre podrás repasar algunas de las ideas aquí dichas o acudir a tantas experiencias como hemos mostrado. Ánimo pues y adelante. Con todo nuestro afecto: Fernando y Nieves DINÁMICA 1: Rueda del compartir o Tienda Mágica OBJETIVO: reelaborar y rescatar los aspectos que durante este libro y curso nos hayan resultado más significativos. DESCRIPCIÓN: nos sentamos todos haciendo un círculo o rueda. La Rueda consiste en compartir las cosas que nos han afectado más. Es algo personal que regalar a los demás. Pero no es obligatorio hacerlo. Cuando les toque hacerlo, pueden pasar su turno a la persona que tienen al lado. Es conveniente que empiecen los monitores primero, para establecer una pauta. Que sean breves, pues no conviene que esta dinámica se alargue más de 30-45 minutos. O también se puede realizar la dinámica de la Tienda Mágica, donde el que quiera deja lo que le estorba y adquiere (a cambio, gratis y mágicamente) lo que necesita y que se encuentra en la trastienda de este curso. El ponente hace de mago vendedor, y los que compran se ponen después con él y hacen de «aprendiz de brujo» con los siguientes que vayan pasando. TAREAS O PREGUNTAS • En qué fase o ciclo vital me encuentro personalmente y como familia. • Cómo me ha servido, qué necesidad de mí toca y qué puedo hacer. • De las pistas sobre espiritualidad conyugal y familiar, cuál creo que está en mi mano llevar a cabo. • Pensar si es posible, con otras parejas, iniciar un camino juntos como grupo. Para esto nos puede ayudar la dinámica que hay al final de este capítulo. • Reflexionar siguiendo el cuestionario de pareja que se muestra a continuación; ver pros y contras y dialogar. Llegar a un acuerdo si fuera posible.

CUESTIONARIO PARA REALIZAR Y COMPARTIR EN UN DIÁLOGO DE PAREJA108 Lea individualmente las frases que siguen y termínelas 1. El diálogo con mi pareja es bueno siempre y en todos los niveles aunque ... 2. Reconozco que a veces podría mejorar el diálogo tan solo con ... 3. Dialogo con mi pareja hasta que surge el tema de ... 4. Me gustaría que mi pareja me entendiera y comprendiera en ... 5. El punto en el que nunca estoy de acuerdo con mi pareja es ... 6. Cuando hablamos de......... el diálogo es........ y yo me siento ....... 7. No intento el diálogo, porque ... 8. Aunque me case, nunca renunciaré a ... 9. Yo estoy casado/a y no estoy dispuesto/a a renunciar a ... 10. Para sentirme amado/a necesito que mi pareja... 11. Me gustaría proponer a mi pareja llegar a un acuerdo sobre los puntos siguientes: a. b. c. d. Otros A LOS ANTERIORES ENUNCIADOS, CREO QUE MI PAREJA HABRÁ CONTESTADO LO SIGUIENTE: 1. Él/ella dirá que el diálogo conmigo es bueno en todos los niveles, aunque ... 2. Creo que él/ella dirá que reconoce que el diálogo podría mejorar, tan sólo con ... 3. Él/ella dirá que dialoga conmigo hasta que surge el tema de ... 4. Él/ella dirá que le gustaría que yo lo/la entendiera y comprendiera en ... 5. Él/ella dirá que el punto en el que nunca está de acuerdo conmigo es ... 6. Él/ella dirá que cuando hablamos de...... el diálogo……. él/ella se siente ...... 7. Él/ella dirá que no intenta el diálogo conmigo porque... 8. Él/ella dirá que aunque se case conmigo... nunca renunciará a... 9. Ya estamos casados, y él/ella dirá que no está dispuesto/a a renunciar a ... 10. Creo que él/ella dirá que le gustaría proponerme llegar a acuerdos sobre los puntos siguientes: a. b. c. d. Otros • Cuando nos casamos fue porque coincidimos en aspectos importantes, tales como… (descríbalos). • Ahora, con el paso del tiempo, observo algunos cambios; hemos evolucionado hacia (mejor, peor) porque: • Para llegar hasta aquí reconozco mi responsabilidad personal en (señálense los aspectos en los que ha intervenido): • Esta contribución ha consistido en (señálese lo que ha hecho):

Otros • Desde mi punto de vista, el peso de la pareja y de la familia ha descansado en (señálese la/s persona/s)... (Señala, del modo más concreto posible, quién hace frente a las dificultades de manera más decidida, quién trata de mantener la concordia en casa, a quién se debe la unión y la armonía que se disfruta, etc.). DINÁMICA PARA LLEVAR UN GRUPO DE PAREJAS Proponemos aquí una serie de pautas para poner en marcha un grupo de parejas. No pretenden ser más que unas propuestas orientativas que hemos tomado de la experiencia de varios grupos de parejas: • Las reuniones deberán ser periódicas (una vez al mes) y comenzarán con puntualidad. Si es posible, se celebrará de manera rotativa en alguna de las casas de los asistentes, o en el local de una parroquia, colegio, etc. • Se puede tomar un café o algo sencillo, algo que se comparte y que sirve de acogida, pero la experiencia nos dice que debe ser algo modesto pues esto no es el motivo de la reunión, alivia al anfitrión y se evita que se retrase el comienzo. • Se puede comenzar con una reflexión-oración de entrada, para introducir a las parejas en un ambiente de recogimiento y reflexión necesario. La pareja anfitriona se puede encargar de preparar la oración como desee; eso añade riqueza a las distintas reuniones y a las diversas formas de vivir la oración. Puede ser sólo personal y en silencio, puede haber un rato para poder verbalizar alguna acción de gracias o una petición… Se puede crear ambiente con una música de fondo, o cantando alguna canción, etc.). Media hora puede ser un tiempo adecuado. • La reunión se continúa. Conviene seguir las pautas de un libro o un esquema organizado en el transcurso del año. • Cada miembro de la pareja responde a las preguntas del texto elegido para luego compartir en la reunión. Hablando desde su yo, pueden plasmar su reflexión pero, sobre todo, sus sentimientos. Si se puede hacer por escrito, es más fácil presentar lo que uno vive. Se puede compartir primero en pareja. Hay grupos que trabajan esas preguntas previamente en casa, leyendo lo del otro; hay otros grupos que lo hacen en ese mismo día. • Después, todos se vuelven a reunir y con mucha libertad, el que quiere comparte su vivencia. Se hace una primera ronda de participación donde cada uno es escuchado, con respeto y sin interrupciones. Para ello, la pareja anfitriona puede moderar la reunión. Es muy importante que cada uno use el singular (yo), evitando el plural (nosotros), y que no emita juicios. • Una vez que todos los que querían han hablado y compartido, se puede abrir un turno de réplica para hacer comentarios, aclarar algún punto –siempre con actitud empática– ofrecer otros puntos de vista, identificarse con lo ya dicho, a veces consolar. Algo que pueda mostrar otras posibilidades de cambio personal. • Se puede terminar con una oración breve. Es bueno dejar claro el lugar y día de la siguiente reunión. • Las reuniones no deben durar más de dos horas. Es aconsejable que entre reunión y reunión no pase más de un mes. • No conviene que el grupo tenga más de seis parejas para que la reunión no se alargue excesivamente.

BIBLIOGRAFÍA •

CALVO, G. Cara a cara. Salamanca, Sígueme, 1994.



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