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CRISTOLOGIA CAPITULO 1 EL CRISTO PRE-ENCARNADO, HIJO DE DIOS Introducción La cristología (XPWTÓc; A.ó-yoc; ), a la cual dedicamos todo este volumen, es la doctrina con respecto al Señor Jesucristo. Al intentar escribir sobre su adorable Persona y sus incomprensibles realizaciones - las cuales, cuando estén cabalmente cumplidas, habrán perfeccionado la Redención, habrán ejercido el atributo de la gracia con infinita satisfacción y manifestado al Dios invisible para todas las criaturas, y habrán sometido al universo rebelde en el cual se ha permitido el pecado para demostrar su extraordinaria pecaminosidad - las limitaciones de la mente finita, que está debilitada por una percepción defectuosa, son completamente manifiestas. Samuel Medley expresó este sentimiento de restricción cuando .cantó: ·"¡Oh! que pudieran mis labios de mi Salvador cantar la incomparable excelencia, y hasta el cielo remontar. Con Gabriel competirían en música celestial." Carlos Wesley siente la misma inhabilidad que expresa así: "¡Oh! que tuviera lenguas mil para al Señor cantar; las glorias de mi Dios y Rey, los triunfos de su amor." De este Ser incomparable se ha dicho que "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el Principio con Dios." Sin embargo, ese mismo Ser, que de esa manera 451

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ocupaba el más alto sitial de Deidad en compañía con el Padre y el Espíritu " ... fue hecho carne, y habitó entre nosotros ... " El, que ha existido desde la eternidad y que existirá por toda la eternidad, nació de una mujer y murió en una cruz. El, que según la mente del Espíritu es Admirable, fue escupido por los hombres. El, que por la misma mente es Consejero, fue rechazado por los hombres. El, que es el Dios Todopoderoso, fue crucificado en la más abyecta debilidad. El, que es el P a d r e eterno, llega a ser el H i j o que aprende la obediencia por medio de los sufrimientos que experimentó. El, que es el Príncipe de paz, tuvo que pisar el lagar de la fiereza y de la ira del Dios Todopoderoso. Porque el "día de venganza" está todavía en su corazón, y El regirá a las naciones con vara de hierro, y serán quebrantadas como vaso de alfarero. El, que dijo: " ... estoy entre vosotros como el que sirve", dijo también: "No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada". El, que es el puro Amante del galanteo en el Cantar de los Cantares, es el mismo Rey de gloria, poderoso en batalla. El, que es el Hacedor de todas las cosas, ocupó la cuna de un niño. El, que es santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, fue hecho pecado a favor de otros. El, que es el Pan de vida, padeció hambre. El, que es el Dador del agua sobrenatural de la vida, estuvo sediento. El, que es el Don de vida que Dios le ofrece al mundo perdido, tuvo que morir. El, que estuvo muerto, vive para siempre jamás. La actividad de la vida de Cristo y su influencia, tal como se descubren en el Texto Sagrado, son suficientes para comprender las cosas finitas y las infinitas, de Dios y del hombre, del Creador y de la criatura, las del cielo y las de la tierra, las del tiempo y las de la eternidad, las de la vida y las de la muerte, las supremas, las de la gloria celestial y las del sacrificio y del sufrimiento en este mundo. No se puede hallar mayor amplitud de realidades que las que encontramos cuando predicamos sobre la Persona que a la vez es el mismo Dios y el mismo hombre. Se pudiera averiguar cómo pudo Dios nacer en forma humana, y morir; cómo pudo Dios crecer en sabiduría y en estatura; cómo pudo Dios ser tentado; cómo pudo Dios estar sujeto a la ley; cómo pudo Dios sentir la necesidad de la oración; cómo se le pudo dar a El algo que no fuere antes suyo; o cómo pudo El ser exaltado más de lo que fue antes. Asimismo se pudiera averiguar cómo un hombre visible, plenamente identificado en la tierra, pudo sanar toda clase de enfermedades mediante su autoridad; cómo pudo El calmar las ondas con el mandato de su palabra; cómo pudo El tener completo dominio sobre las esferas angelicales; cómo pudo estar asociado con el Padre y con el Espíritu mediante majestuosos atributos de gloria celestial; cómo pudo El

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mantener sus títulos, sus maravillosos atributos y la verdadera adoración que le corresponde a la Deidad. La respuesta se halla en la verdad revelada de que este Ser, como ningún otro ha podido ser jamás, es tanto Dios como hombre, y es, sin embargo, una Persona adorable. Nadie debe sorprenderse por el hecho de que este Ser es diferente y, por cuanto no tiene paralelo en la historia del universo, es incomprensible a las mentes finitas. Si El hubiera sido solamente hombre, aunque hubiera sido el más grand.e de todos, sus compañeros hubieran tenido alguna sospecha de El, pero El es, sobre todo, el Dios de la eternidad; y por causa de este aspecto de su incomparable Persona, la mente humana no puede sondear las inmensurables profundidades de su Ser, ni escalar sus alturas sin límite. Un incontable número de hombres devotos, y aun aquellos que no reconocen verdaderamente la autoridad divina, han competido unos con otros en el esfuerzo de definir o circunscribir la Persona de Cristo. La cristología se propone explicar a esta Persona que no tiene rival; pero la verdadera cristología, a diferencia del tratamiento esforzado impuesto en la teología propiamente dicha, debe extenderse a la vida y a las actividades de Cristo, y sobre todo a la Redención que El consumó, y a su eterno poder y a su magnífica gloria. No presentamos ninguna excusa por la reconsideración de una tesis relacionada con verdades que ya han sido tratadas como tales. Estas han aparecido en su orden adecuado en el curso del sistema completo de doctrina. Hay provecho, suficiente para justificar el esfuerzo, en reunir las partes más notables de la revelación divina con respecto a la Persona y la obra de la segunda Persona de la Trinidad en una disertación continua - como también lo hay en la amplia consideración de la Persona y obra de la tercera Persona de la Trinidad. Si ampliáramos estos temas hasta incorporar la historia de las doctrinas, el asunto general trascendería en gran manera al plan de esta obra. Por tanto, los aspectos históricos en esta parte, como en toda la obra, se eliminan, con la esperanza de que se tomen en cuenta tn otra disciplina del curso de estudios que tome el estudiante, es decir, en la historia de la doctrina cristiana. La división más amplia y común de la cristología tiene dos partes: La Persona de Cristo y su obra. La parte que estudia la obra de Cristo se circunscribe generalmente a la Redención que El realizó, y no incluye otros aspectos notables, como su vida sobre la tierra, sus enseñanzas, la manifestación de sus atributos divinos, sus oficios de profeta, sacerdote y rey ni sus relaciones con los seres angelicales. Tomando en cuenta esta consideración más amplia de la cristología, sugiero una división en siete partes: ( 1) El Cristo pre-encarnado

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(cap.l); (2) el Cristo encarnado (caps.II-VIII); (3) sufrimientos y muerte del Cristo encarnado (cap.IX); (4) la resurrección del Cristo encarnado (cap.X); (5) la ascensión y el ministerio actual del Cristo encarnado (cap. XI); (6) la segunda venida y el reino del Cristo encarnado (caps.XII, XIII); y (7) el reino eterno del Cristo encarnado (cap.XV). Una estimación verdadera y digna de la Persona de Cristo es el fundamento conveniente de la cristología. El cálculo precipitado o la valoración de Cristo que no va más allá de la afirmación de que El comenzó con el nacimiento humano, vivió 33 años en la tierra, murió crucificado, resucitó y ascendió a los cielos, es, a la luz de la historia humana que nos ofrecen los Evangelios, la deducción natural. No es la menos desproporcionada, sin embargo, y, por tanto, es peligrosa. El efecto perjudicial de esta comprensión tan restringida de Cristo se siente, no sólo en el campo de la verdad relacionada con los asuntos temporales y mundanos; también envuelve el propio reconocimiento que el hombre le haga a Dios como Creador. No se pueden estimar los efectos que pudiera causar la gravedad de este error en ambos campos. Hay una diferencia verdaderamente grande entre la afirmación de que Cristo fue un hombre altamente dotado y divinamente favorecido, que comenzó a existir cuando nació de una mujer, y la otra afirmación que sostiene que El es una Persona de la Trinidad eterna que se encarnó en forma humana. La disposición natural de la mente humana a pensar que Cristo fue un hombre poseído de extraordinarios elementos divinos, entra mucho, tal vez en forma inconsciente, en el pensamiento religioso moderno. Afirmar que Cristo es Dios, en el más aboluto sentido de la palabra, y que a través de la encarnación, un miembro de la Trinidad adorable entró en la familia humana y se hizo parte de ella, es una proposición completamente diferente. La cuestión sobre quién es Jesucristo llega a ser fundamental en la cristología. Si El es el mismo Dios, como realmente lo es, entonces, su nacimiento, su vida terrenal, sus enseñanzas, su muerte, su resurrección, su oficio actual en el cielo y su regreso adquieren proporciones de inmensidad e infinidad. Por otra parte, si la cristología ha de ocuparse sencillamente de un hombre, aunque ese hombre hubiera sido verdaderamente exaltado y favorecido por Dios, todos los asuntos relacionados con él no serían sino detalles de la exaltación humana. Es esencial, por tanto, antes de poder realizar cualquier investigación valedera de las grandes realidades que entran en la empresa divina por medio de Jesucristo, que la mente y el corazón del estudiante estén convencidos de que Cristo es Dios. Deben estar dominados por ese pensamiento. La declaración absoluta Y

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dogmática de que Cristo es Dios es la premisa básica en toda lógica con respecto a la Persona y a la obra de Cristo. Sin el completo reconocimiento de su Deidad, todos los asuntos de la cristología errarán en forma funesta. Tal como sucede en gran número y una gran variedad de temas, la única fuente en la cual podemos obtener información con respecto a la Persona y a la obra de Cristo es el Texto Sagrado. En ese Texto, Dios nos ha hablado lo relativo a la Deidad y a la eterna existencia de su Hijo; y además, esto no ha sido en modo limitado, sino en todo aspecto y cada vez que el asunto aparece en la Palabra de Dios; y no sólo en un pasaje, cuando se explica apropiadamente, se implica a la vez la verdad contraria. Los que han cuestionado la verdad de que Cristo es Dios, han hecho eso, ya sea porque tienen una comprensión limitada de lo que está escrito o por su desenfrenado rechazamiento de la revelación que es la más indudable y la más clara de todas las revelaciones. Para el teólogo, cuya tarea es la de descubrir, arreglar y defender la verdad que Dios ha hablado, el señalamiento relativo a la absoluta Deidad de Cristo es verdaderamente sencillo. El encuentro de la doctrina de la humanidad de Cristo con la doctrina de su Deidad crea un problema que demanda la más exacta y cuidadosa consideración; no obstante, la doctrina de la Deidad de Cristo, cuando se estudia aparte, no tiene complicaciones. La revelación divina con respecto a la preexistencia de Cristo se puede dividir en siete partes: (1) Cristo es Dios; en consecuencia, El es preexistente; (2) Cristo es el Creador; por tanto, El es preexistente; (3) Cristo es una de los Otorgantes del pacto anterior a la existencia del tiempo; así que El es preexistente; (4) la previsión que hay del Mesías en el Antiguo Testamento es una previsión de Jehová Dios, luego El es preexistente; (5) el Angel de Jehová en el Antiguo Testamento es Cristo, de donde se deduce que El es preexistente; (6) hay afirmaciones bíblicas indirectas que afirman la preexistencia de Cristo; y (7) la Biblia tiene muchas afirmaciones directas que declaran que Cristo es preexistente. l. LA DEIDAD DE CRISTO

Las evidencias que demuestran la preexistencia de Cristo, cuando se trata de la verdad de que El es Dios, tal como se indica en la división anotada, no tienen ninguna complicación. Siendo Dios, El ha existido desde la eternidad y es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Para el creyente en Cristo que tiene mente espiritual, el procedimiento que trata de probar la Deidad de Cristo es redundante. Para el que no es creyente, sin embargo, la reconsideración de la

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abrumadora evidencia que hay sobre el particular, le será siempre muy provechosa, si por ventura tiene suficiente sinceridad para aceptarle. Tal afirmación de la Deidad de Cristo es indispensable en cualquier intento de formular una cristología verdadera. El argumento que se escoja tiene que ser claro, es decir, que a medida que verifique la Deidad de Cristo afirme tanto su preexistencia como su eterna existencia. En esta forma queda refutada la afirmación arriana, que sostiene que Cristo sí fue preexistente, pero que fue una Criatura de Dios y, por tanto, no es igual a Dios. La Confesión de fe de Westminster declara con respecto a Dios: "Hay sólo un Dios viviente y verdadero, que es infinito en su Ser y perfección, el más puro Espíritu, invisible, que no tiene cuerpo, ni partes, ni pasiones; que es inmutable, inmenso, eterno, incomprensible, todopoderoso, omnisapiente, santísimo, absolutamente libre y completamente absoluto, que hace todas las cosas según el consejo de su propia voluntad inmutable y justa, para su gloria; que es amantísimo, bondadoso, misericordioso, paciente, abundante en bondad y verdad; que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado; que es galardonador de los que diligentemente lo buscan; y que, por otra parte, es justísimo y terrible en sus juicios, que odia el pecado y que, por ningún motivo, dará por inocente al culpable. Dios tiene la vida, la gloria, la bondad y la bendición, en Sí y por Sí mismo; El es por Sí solo suficiente, y no tiene ninguna necesidad de las criaturas que ha hecho, ni de derivar de ellas ninguna clase de gloria, sino que manifiesta su gloria en ellas, por ellas, para ellas y sobre ellas: El es la única fuente de existencia, de Quien son todas las cosas, por Quien son y a Quien pertenecen; y El tiene el más soberano dominio sobre todas ellas, para hacer por medio de ellas, para ellas y sobre ellas, lo que a Elle plazca. A su vista, todas las cosas están abiertas y manifiestas; su conocimiento es infinito, infalible e independiente de las criaturas, y nada es para El contingente ni incierto. El es absolutamente santo en todos sus consejos, en todas sus obras, en todos sus mandamientos. A El le deben adoración, servicio y obediencia, los ángeles, los hombres y todas las criaturas; y El se complace en exigírselos ... "

Es probable que no se haya hecho otra declaración tan amplia con respecto a Dios como ésta; sin embargo, esta infinidad de Ser es la que predica la Escritura con respecto a Cristo. No hay nada que sea cierto con respecto a Dios, que no sea cierto con respecto a Cristo en el mismo grado de infinita perfección. Es verdad que El tomó forma humana, y que por ello surgen importantes problemas relacionados con su personalidad, que a la vez fue de Dios y de hombre. Hemos considerado estos problemas en la teología propiamente dicha, y los volveremos a considerar cuando estudiemos la encarnación y la vida terrenal del Salvador. El asunto fundamental es que Cristo es Dios. Ya se ha probado también esta verdad, pero la demostraremos de nuevo. No se le impone al estudiante que pase en estas pruebas sin que haya logrado una profunda convicción con respecto a la Deidad de Cristo. Si él vacila en esta verdad fundamental, no debe recorrer ni

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un paso más a través de los argumentos e intentos de explicación hasta que haya adquirido definitivamente dicha convicción, pues aparte de ella, no puede haber ningún progreso verdadero. Por otra parte, si tal convicción no se logra, el estudiante permanece fundamentalmente equivocado y pudiera, por cause de esa anormal incredulidad y falta de responsabilidad hacia las Escrituras, no servir para ningún propósito digno como exponente del Texto Sagrado. El mismo Señor Jesucristo declaró: "El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió" (Jn.5:23). El Hijo recibe deshonra cuando se le asigna un lugar inferior al del Padre. Este deshonor para el Hijo desagrada al Padre; y el ministerio cristiano, aunque sea sincero, es verdaderamente vano cuando se desarrolla con el conocimiento de que Dios está desagradado. La Deidad del Padre es admitida universalmente, y también se admite del mismo modo la Deidad del Espíritu; pero se le hace el desafío a la Deidad de Cristo. La duda sobre la Deidad de Cristo no se hubiera presentado si el Hijo no se hubiera encarnado. El hecho de que El entró en la esfera humana es el que ha promovido la incredulidad. Por esto, es necesario que se dé el testimonio exacto de la Palabra de Dios con toda su autoridad. Pero, como si el Autor divino hubiera previsto que habría la tentación de la incredulidad por causa de la incomprensión de esta Persona que es a la vez Dios y hombre, se ha provisto la más fuerte evidencia con respecto a la Deidad de Cristo. Las Escrituras son muy claras y conclusivas en sus afirmaciones con respecto a la Deidad de Cristo, y en la misma forma con respecto a su humanidad. Su humanidad se revela por el método natural de atribuirle títulos humanos, atributos humanos, acciones humanas y relaciones humanas. Similarmente, su Divinidad se revela, atribuyéndole títulos divinos, atributos divinos, acciones divinas y relaciones divinas. l. LOS NOMBRES DIVINOS. Los nombres que se hallan en la Biblia - especialmente los que se aplican a las divinas Personas - no son simplemente títulos vacíos. Ellos definen y determinan a la persona a la cual se aplican. El nombre Jesús es aquél con el cual se designa al Señor humanamente, pero también envuelve todo el propósito redentor de su encarnación (comp. Mt.1:21). Títulos similares como "El hijo del hombre", El hijo de María, "El hijo de Abraham", "El hijo de David", afirman su linaje y sus relaciones humanas. De la misma manera, los nombres "Verbo" o Lagos, "Dios", "Señor", "Dios Todopoderoso", "Padre eterno", "Emanuel", "Hijo de Dios", indican su Deidad. Entre estos nombres, algunos son determinantes en sus implicaciones. a. NOMBRES QUE INDICAN RELACION ETERNA. Lagos (A.ó-yo~). Así como el lenguaje expresa el pensamiento, así Cristo es la

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Expresión, el Revelador, el Manifestador de Dios. El término Lagos - usado solamente por el apóstol Juan, como nombre de la Apóstol Juan, como nombre de la Segunda Persona de la Trinidadindica el carácter eterno de Cristo. Como Lagos, El era en el principio, El era con Dios, y El era Dios (1 n.l : 1). El, además, se hizo carne (Jn.l: 14 ), y por tanto, es - según sus funciones divinas - la manifestación de Dios al hombre (comp. Jn.l:l8). En su manifestación, no sólo estuvo en El todo lo que puede revelarse con respecto a Dios - " ... en él habita corporalmente toda la plentitud (1rA.rípw¡.¡.a) de la Deidad" (Col.2:9); sino también toda la competencia de Dios- que excede a todo entendimiento verdaderamente - residía en El. No se puede hacer una declaración más enérgica sobre la Deidad de Cristo que la que se expresa con el cognomento Lagos. Sin el uso de este título específico el apóstol Pablo escribió también, tanto en Colosenses como en Hebreos, de la misma preexistencia de Cristo; y con respecto al origen de este título y al hecho de que el apóstol Juan lo emplea sin ninguna explicación - lo cual sugiere que había entendimiento general de su significado - pueden hallarse explicaciones en diversas obras. El obispo Light, por ejemplo, en su comentario sobre Colosenses, capítulo 1, versículos 15 y siguientes, explica el significado de Lagos y su uso en el Texto Sagrado: "Como la idea delLogos es la base fundamental de este pasaje, aunque el mismo término no aparece, es necesario dar alguna explicación sobre este término a manera de prefacio. La expresión A.áyo

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