William Shakespeare. Venus y Adonis

William Shakespeare Venus y Adonis Versión lírica de Ramón García González Venus y Adonis Cuando apenas, al sol, con semblante escarlata le da el

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William Shakespeare

Venus y Adonis

Versión lírica de Ramón García González

Venus y Adonis

Cuando apenas, al sol, con semblante escarlata le da el último adiós la bella aurora en lágrimas, Adonis se dispone al placer de la caza, a la que tanto ama, que del amor se mofa; mientras Venus, enferma de deseo, le acosa 5 y cual audaz amante, trata de enamorarle.

«Tú, tres veces más bello, que yo soy» le declara. «Cuya flor y dulzura, ciegamente ama el prado, que a las ninfas empañas, y que eres como el hombre, más blanco que las rosas y las propias palomas. 10 Te hizo un día Natura, con ella en competencia para decirle al Mundo que con tu muerte acaba.

Baja de tu caballo, portento de hermosura, sujeta su cabeza al fuste de la silla y si este favor me haces, por ello, te prometo, 15 descubrirte mil veces los secretos más dulces; siéntate junto a mí, donde no haya serpientes silbando alrededor, mientras te beso amante,

sin que tu labio sienta, que se apaga este fuego, que sentirás más ganas entre tanta abundancia, 20 pasando del rubor a la albura al instante, que diez besos serán cual uno y como veinte: Que un día de verano será como una hora derrochada entre gozos donde el tiempo se pierde.»

Después de esto le toma, su sudorosa mano, 25 tan llena de vigor y de vitalidad, y temblando de ardores, le nombra como bálsamo terrenal soberano, que hasta las diosas cura y ya en pleno delirio su anhelo le da fuerzas, para bajarlo ciega y audaz de su caballo. 30

Sobre su brazo cuelgan las riendas del corcel, mientras el otro abraza al dulce y tierno joven, que con rubor y enfado y con frío desdén, indiferente al juego no expresa algún deseo; ella ardiente y roja cual relumbrante brasa, 35 él rojo de vergüenza, pero incapaz de amarla.

La ornamentada brida a una rama nudosa ella ata prontamente ¡Cuál ligero es Amor! El caballo está atado y en ese mismo instante trata de sujetar al rebelde jinete; 40 lo hace retroceder hacia donde ella quiere y con fuerza le obliga pero no con lujuria.

Una vez él en tierra se tumba ella a su lado, cada uno apoyado, en codos y caderas, si le acaricia el rostro, él se enoja y se enrabia 45 reprendiendo su gesto; ella le cierra el labio y besándolo le habla con lascivo lenguaje: «Si me regañas, nunca, podrás abrir los labios.»

Él arde de vergüenza y ella trata con lágrimas mitigar el pudor de sus rojas mejillas; 50 mientras con sus suspiros y dorados cabellos pretender abanicar su rostro hasta secarle; él la llama soberbia y la acusa su falta, aunque después a todo ella con besos mata.

Cual un águila hambrienta punzada por ayuno, 55 desgarra con su pico, plumas, carnes y huesos, y batiendo sus alas, devora ávidamente, hasta sentirse harta y acabar con su presa; ella besa su frente, su mejilla y mentón, y allí donde termina vuelve de nuevo al juego. 60

El se siente forzado, mas nunca la obedece, yaciendo sobre ella y exhalando su aliento, del cual ella se nutre tal como en una presa: Oh celeste humedad y aire de gracia; convirtiendo su rostro en floridos jardines 65 que el aliento de él, riega con finas lluvias.

Mirad, tal como un pájaro, atrapado en la red, así yace en sus brazos, Adonis maniatado; vencida su vergüenza, se despierta su cólera, la cual da más belleza al enfado en sus ojos: 70 pues la lluvia agregada a un río caudaloso por fuerza causará un gran desbordamiento.

Ella sigue implorando, graciosamente implora modulando el decir para un gentil oído; él abatido aún airado la amenaza, 75 con la roja vergüenza y cenicienta cólera; ella así aún más le ama y al ver su palidez aumenta su pasión con un gozo más vivo.

Que él se muestre a su gusto, ella sólo ha de optar por el amor, y jura, con su mano inmortal 80 no apartarse jamás del seno de su amante, hasta que él no pare de llorar largamente, cuyas lágrimas riegan sus divinas mejillas, y un dulce beso paga esta deuda sin cuenta.

Ante esta promesa él levanta su cara, 85 tal como un somormujo que emerge de una ola,

que al verse descubierto, de nuevo se sumerge; así ofrece entregar él lo que ella le pide, mas cuando ella está lista y le ofrece sus labios él parpadea y vuelve sus labios a otra parte. 90

Nunca viajero alguno, en el verano ardiente, ansió beber como ella la dulce concesión. Ella ve su remedio, mas no puede lograrlo y aunque en agua se baña su fuego sigue ardiendo: «¡Oh, piedad!» ella grita «¡Pedernal corazón! 95 Sólo un beso te imploro; ¿por qué eres tan esquivo?

He sido cortejada, cual te cortejo ahora, por el fiero y terrible dios de la misma guerra, cuya cerviz jamás fue en batalla inclinada, y el que conquista y triunfa en todos los combates, 100 ha sido mi cautivo y a la vez fue mi esclavo, y a mendigado aquello que te doy sin pedirlo.

El sobre mis altares ha colgado su lanza, su golpeado escudo y su triunfal cimera, y aprendió por mi gozo juegos dulces y danzas, 105 a ser loco y simpático, divertido y afable desdeñando el tambor y la bandera roja; fue su campo mis brazos y su tienda mi cama.

Si todo él dominaba, yo a él le dominé, cautivo en un rosario de rosas encarnadas: 110 obediente su acero a una fuerza más fuerte mas servil, sin embargo, ante mi frialdad. ¡No seas orgulloso ni del poder te jactes, dominando a quien rinde al dios de los combates!

Toca al menos mis labios con los tuyos tan bellos 115 -que aun que no tan hermosos, son iguales de rojosy así el beso será tan tuyo como mío; ¿qué miras sobre el césped? Levanta tu cabeza, y verás tu belleza en mis propias pupilas; ¿y si juntos los ojos, juntemos, también labios? 120

¿Te da vergüenza el beso? Cierra, pues bien los ojos, tal como yo los cierro y hagamos noche el día, que donde dos se encuentran se descubre el amor; se osado, que este juego nuestro, no está a la vista:

y estas azules venas en que nos apoyamos 125 no podrán delatarnos ni saber nuestro anhelo.

La tierna primavera sobre tu ansiado labio revela inmadurez; que merece probarse: usa bien este tiempo, la ocasión es propicia; la belleza no debe ser en sí malgastada: 130 que si la flor hermosa no es cogida en su punto se consume y marchita apenas pasa el tiempo.

Si es que yo fuera fea, detestable o arrugada, rústica de modales, contrahecha y de voz ronca, usada y despreciada, reumática y fría, 135 de mirada borrosa, flaca estéril sin jugo, podías vacilar que no te merecía mas, no teniendo taras, ¿por qué tú me aborreces?

No eres capaz de ver ni una arruga en mi frente; son mis ojos azules, brillantes y vivaces; 140 y cual la primavera renuevo mi belleza, apretada de carnes y de médula ardiente; húmeda mano y lisa que al tacto de tu mano, capaz de disolverse o fundirse en tu palma.

Ordena que razone y encantaré tu oído, 145 tal como hace un hada flotaré sobre el césped, o cual lleva una ninfa desmelenado el pelo, bailando en las arenas sin dejar huella alguna que el amor es espíritu todo compuesto en fuego, que no se hunde, ligero, capaz de evaporarse. 150

Es testigo este prado en que feliz reposo, las flores y los árboles que mi cuerpo soportan; dos débiles palomas me arrastran por el cielo, desde la fiel mañana hasta la dulce noche y en todo tiempo allí donde jugar anhelo, 155 siendo el amor ligero ¿cómo en ti es tan pesado?

¿Está tu corazón prendado de tu rostro? ¿Puede tu mano diestra, hallar en la otra amor? Se tú quien te corteje y tú quien te rechace, quítate tu albedrío, y lamenta tu robo. 160 De esta forma Narciso, se prendió de sí mismo y murió por besar en la fuente su imagen.

Para dar la antorcha luz. La joya por lucirla, para el sabor el manjar, juventud para el gozo, las hierbas por perfume, para granar las plantas, 165 lo que crece por sí, abusa de su aumento: del grano nace el grano, y de lo lindo el lindo; tú que tal has nacido, tu deuda es concebir.

¿Por qué tú te alimentas de la fecunda tierra si la tierra no puede de ti fecundizarse? 170 Por ley de la Natura te obliga a que tú engendres a los que han de vivir cuando tú ya no existas; y así, a pesar de todo, tú en ellos sobrevives, y lo que a ti parece eterno tendrá vida.»

Ora la reina enferma de amor, está sudando, 175 pues de donde ella estaba, se ha marchado la sombra, y el Titán, fatigado de su alto mediodía, con su quemante ojo, ardiente los miraba, anhelando que Adonis fuera su conductor, y él al lado de Venus, reemplazar al amante. 180

Por entonces, Adonis, cansado de su fuerza, y con gesto sombrío y mirar desdeñoso, ojos ensombrecidos, con sus cejas fruncidas, tal cuando los vapores empañaban el cielo, exacerbado exclama: «¡Fuera, basta de amor! 185 que el sol quema mi rostro y tengo que partir.»

«¡Ay de mí, -gime Venus- tan joven y tan cruel! ¡Con qué vanos pretextos te quieres alejar! Suspiraré el aliento celestial cuyo soplo refrescará el ardor de este sol que derrite: 190 haré para ti sombra con mis propios cabellos; y si también ardieran los apago con llanto.

Brilla el sol desde el cielo, brilla pero calienta, y mira donde estoy, entre aquel sol y tú: El calor que recibo del sol poco me daña; 195 la llama de tus ojos es la que a mí me abrasa y si inmortal no fuera, aquí me moriría, entre el sol celestial y este sol terrenal.

¿Insensible, eres roca, duro como el acero? O más que roca o piedra que la lluvia ablanda: 200 ¿De mujer eres hijo, y no puedes sentir que es amar y el tormento del deseo de amor? Si tu madre tuviera espíritu tan duro, no hubiera conocido la maternal ternura.

¿Quién soy para que tú me desprecies así, 205 o que gran amenaza se esconde tras mi ruego? ¿Qué mal haré si pongo un beso en vuestros labios? Hermoso, habla primores, o ten la lengua muda: Dame tan sólo un beso, que yo devolveré con otro más intenso, y si quieres dos más. 210

¡Fuera, cuadro sin vida, fría piedra insensible, ídolo bien pintado, opaca imagen muerta, estatua que contenta solamente a los ojos, tan parecido al hombre, pero jamás parido! Aunque tengas aspecto de hombre, tú, no eres hombre, 215 pues por instinto el hombre siempre tiende a besar.»

Dicho esto, la impaciencia ahoga su voz rogante, y el excitado enojo le provoca una pausa; muestran su gran enfado sus ojos y mejillas, pues siendo en amor juez, no ganará su causa: 220 y ora llora, ora intenta hablar tan débilmente que su llanto interrumpe lo que intenta decir.

Agita su cabeza, lo coge de la mano, unas veces lo mira, otras mira a la tierra; lo envuelve entre sus brazos como si fuera un cinto: 225 y encadenarlo entre ellos, pero el bien se resiste, y a veces cuando lucha por evadirse de ellos, ella anuda sus dedos de pálida azucena.

«Bien mío -ella le dice- ya que aquí te he encerrado, dentro de este contorno de pálido marfil, 230 yo seré como un parque y tú cual un venado; comiendo donde quieras, sobre el monte o llanura: pasto sobre mis labios, y si hubiera sequía, desciende donde están las fuentes del placer.

Dentro de este lugar está lo que desees, 235 llanuras deliciosas con abundante hierba,

redondeadas colinas, y bosques sombreados para encontrar refugio de tempestad o lluvia. Sé, pues, tú, mi venado ya que yo soy tu parque y aunque ladren mil perros, no te perseguirán.» 240

Adonis ante esto, con tal desdén sonríe, que hay en cada mejilla dos bonitos hoyuelos: hizo Amor estos huecos, para ser enterrado en caso de morir en tan sencilla tumba, quizá ya previniendo que si él allí yacía, 245 donde el Amor estaba, jamás él moriría.

Estos huecos perfectos, estos dulces fositos, se abren para tragarse la pasión de la Venus. Loca, ¿cómo podrá recobrar la razón? Ya mortalmente herida, ¿para qué un nuevo golpe? 250 ¡Oh reina del amor, destronada en su reino; amar a una mejilla que con desdén sonríe!

Ahora, ¿hacia qué camino? ¿qué tendrá que decir? su verbo ha sido inútil, sus dolores aumentan; con el paso del tiempo, su pasión quiere huir, 255 de los brazos de ella, él lucha por salir. «¡Piedad, algún favor, algo de compasión!» Él emprende la fuga y corre hacia el caballo.

Mas, de pronto, de una espesura vecina, una robusta yegua, juvenil y arrogante, 260 al caballo de Adonis, espía enamorada, se adelanta corriendo, relinchando y soplando y el alazán al verla, aún a un árbol atado, fuerte, rompe sus riendas y corre hacia la yegua.

Él, altanero brinca, relincha aún amarrado, 265 deshace el gran tejido de sus fuertes amarres; marca su duro casco en la tierra que pisa, que en su seno resuena como un trueno del cielo; el hierro del bocado, entre sus dientes rompe, pasando a dominar lo que le sometía. 270

Empina las orejas, sus crines se le erizan, en ondas deslizantes sobre su esbelto cuello, aspira el aire ansioso y otra vez lo despide: cual pasa con un horno despidiendo vapores:

y en sus altivos ojos, brillantes como el fuego, 275 muestra su gran coraje y su ardiente deseo.

A veces trota como, si sus pasos contaran, con gentil majestad y modesta jactancia; de pronto salta y se encabrita y relincha cual queriendo decir: «Mirad mi fortaleza; 280 y hago esto por ver, si cautivo el mirar, de esa yegua tan linda que está cerca de aquí.»

¿Cómo poder fijarse en su jinete airado, en su mimoso «¡Hola!» o en su «¡Quieto te digo!» ¿Qué le importan a él las espuelas o bridas 285 o la rica gualdrapa o las vistosas galas? El sólo ve su amor incapaz de otra cosa, que a su altiva mirada, nada más le complace.

Mirad, cuando un pintor, a la vida supera, dibujando un caballo tan bien proporcionado 290 que rivaliza en arte con la propia Natura, cual si lo muerto fuera más real que lo vivo; así este corcel gana a otro corcel corriente en forma, en valentía, andar y condición.

Cascos y andares bellos, larga y tupida crin, 295 gran pecho y ojos grandes, proporcional cabeza, alto cuello, y orejas cortas, robustas patas, crines y espesa cola, gran grupa y liso pelo todo lo que es belleza a él no le faltaba, excepto un buen jinete para sus buenos lomos. 300

A veces se distancia y arrogante se planta, otras le causa espanto el temblar de una pluma; otras trata que el viento compita en su carrera y no sabe si corre y no sabe si vuela, ya que en su crin y cola el fuerte viento canta, 305 ondeando sus crines como emplumadas alas.

Mira a su dulce amor, y por ella relincha; ella responde cual si su pensar supiera, sintiéndose cual hembra, al verse cortejada; se hace la indiferente, mas bien parece arisca 310 rechazando al corcel y de su ardor burlándose, despreciando con coces sus amables caricias.

Entonces, melancólico, muestra su descontento, y hasta baja la cola cual penacho flotante, buscando alguna sombra para el sudor del anca: 315 piafa, y muerde a las pobres moscas con su gran rabia. Su amor, dándose cuenta de cómo está de airado, se torna más mimosa y apacigua su furia.

Mas su impaciente amo, trata de sujetarlo, y a la indomable yegua le da temor el verlo, 320 tratando velozmente de no ser aprendida, el caballo la sigue, dejando solo a Adonis. Como locos se esconden en el espeso bosque dejando atrás los cuervos que vuelan sobre ellos.

Por el correr cansado, Adonis, renegando 325 contra su impetuosa caballería indomable: y ahora, una vez más, la feliz ocasión da al enfermo de Amor, redoblada insistencia, pues los amantes dicen que hay triple sufrimiento si al corazón le niegan la ayuda de la lengua. 330

Como un horno cerrado o un río detenido, aquel es más ardiente, y hay más furia en el agua, tal se puede decir del dolor reprimido; que hablar libre mitiga el fuego del amor; pero si el defensor del corazón se calla, 335 el cliente se hunde, abatido en su causa.

Cuando la ve venir, empieza a enrojecer, cual revive en el viento un carbón apagado, guardando en su bonete su faz más enojada; pone la vista en tierra con su turbado ánimo, 340 sin poner atención en la presencia de ella, pues sus ojos apenas la miran de soslayo.

¡Oh, que gran espectáculo, verla tan anhelosa, acercarse furtiva al tozudo muchacho, observando la lucha del color en su cara, 345 cómo el carmín y el blanco uno a otro se destruyen! Su mejilla que estaba pálida, poco a poco, se enciende como un gran relámpago del cielo.

Ella al verle sentado, a su lado se sienta y como amante humilde a sus pies se arrodilla: 350 con una de sus manos le libra del sombrero, mientras la otra acaricia sus hermosas mejillas: las mejillas conservan la huella de su mano, como guarda la nieve al caer cualquier huella.

¡Qué guerra de miradas se desata entre ellos! 355 Los ojos de ella ruegan suplicantes los de él, pero los ojos de él hacen que no la miran, ella mira y cautiva, él mira y la desdeña, hasta que el mudo drama termina con sus actos, con un coro de lágrimas de los ojos de ella. 360

Ella con gran ternura lo toma de la mano, cual lirio aprisionado en su cárcel de nieve, o pálido marfil en faja de alabastro; tan blanca amiga abraza a tan blanca enemiga: pero este gran combate de agresión y de fuerza 365 es como dos palomas ambas picoteándose.

Ella maquina un nuevo y dulce parlamento: «¡Oh, tú, el más hermoso, caminante del mundo! Si fueras lo que yo y yo fuera un muchacho, estaría insensible y tú con esta herida 370 y por un mirar dulce quedarías sanado, aunque sólo la ruina me buscara al salvarte.»

«¡Devuélveme mi mano!», dice él «¿por qué la estrechas?» «¡Dame mi corazón!» dice ella, «y la tendrás; ¡dámelo no suceda que se acere en el tuyo 375 y al volverse de acero no pueda suspirar y quedar para siempre ajena a todo amor; si el corazón de Adonis el mío endurecía.»

«Por pudor», él le grita «dejarme ya partir; perdí mi diversión, ha huido mi caballo, 380 y sólo por tu culpa así lo perdí todo: idos de aquí, os ruego, dejadme por fin solo, pues mi alma y mi ser, tan sólo se preocupan de apartar mi caballo de esa salvaje yegua.»

A esto ella le responde «Tu corcel, obediente, 385 le da la bienvenida al cercano deseo;

pues la pasión es brasa que se debe enfriar, pues en caso contrario, arderá el corazón: el mar tiene sus límites, el deseo ninguno, por tanto no te extrañe, que tu corcel se vaya. 390

¡Parecía un rocín, atado en aquel árbol, dominado sumiso por una sola rienda! Pero al ver a la yegua tan joven como un premio, miró con gran desdén su inútil cautiverio, destrozando la brida de su encorvada testa, 395 dejando libre el pecho, sus ancas y la boca.

¿Quién al ver a su amada, desnuda sobre el lecho, sobre sábanas blancas, con un color más blanco, podrá saciar sus ojos glotones de deseo, sin que pretendan tanto todo el entendimiento? 400 ¿Quién tan tímido es que con valor no intente aproximarse al fuego cuando el invierno aprieta?

Permite que disculpe a tu corcel muchacho; he implora el corazón que del corcel aprendas a dar uso a los goces que a veces se presentan; 405 aunque yo quede muda, tu instinto te dirá; ¡oh! aprende a enamorarte, la lección es bien simple y una vez que lo intentes, jamás lo olvidarás.»

«No conozco el amor, ni pienso conocerlo, no, si es un jabalí, para acosarlo entonces; 410 es excesivo el préstamo y no quiero deber; mi amor por el amor es sólo de desprecio; pues tengo por oído, que es en la vida muerte, y que risas y llantos van en el mismo aliento.

¿Quién llevará un vestido sin forma y sin remate? 415 ¿Quién arranca el capullo antes que brote hoja? Si las cosas que nacen se mutilan creciendo, se ajan en primavera, y pierden su valor: el potro que se monta o carga cuando es joven jamás será robusto, pues pierde su arrogancia. 420

Me hacéis daño en la mano, con apretar. Partamos y cese el tema inútil, la charla sin sentido: retirar el asedio sobre mi corazón, que no abrirá sus puertas a las armas de amor:

dejad vuestras promesas, la lágrimas fingidas, 425 que un corazón de acero no permite estas huellas.»

«¿Por qué puedes hablar? ¿Por qué tienes la lengua? ¡Ojalá no tuvieras o yo estuviera sorda! Con tu voz de sirena me haces el doble daño, ya tenía mis cargas para aguantar más nuevas: 430 celestial melodía, áspera resonancia, dulce música oída que hiere el corazón.

Si en vez de ojos, oídos, tuviera, te amarían, esa belleza interna, secreta e invisible, o si yo fuera sorda, se me conmovería 435 cada una de las partes de mi ser más sensibles que sin ojos ni oídos, para verte y oírte, de ti me prendaría tan sólo por el tacto.

Y aún si de ese sentido del tacto careciese, y no pudiese ver, ni escuchar, ni tocar, 440 con tener sólo olfato para poder guiarme, aún con esto mi amor por ti sería grande, pues del dulce alambique de tu admirable rostro se desprende un perfume que hace amar al olfato.

¡Qué gran banquete fueras para el sentir del gusto, 445 tú que puedes nutrir a todos los sentidos! ¿No desearían estos por siempre este festejo, diciendo a la Sospecha de cerrar bien la puerta por que nunca los Celos, siempre mal acogidos no inquietaran la fiesta con su amargo avasallo?» 450

Una vez más se abrió el portal del sonrojo que cedió dulce paso al discurso de él, como una aurora roja que al momento presagia naufragio a los marinos, tempestad a los campos, tristeza a los pastores y a las aves angustia, 455 vendaval y borrasca al ganado y vaqueros.

Del presagio nocivo, ella, hábil se percata: tal como calla el viento antes de cualquier lluvia, o como muestra el lobo los dientes al aullar, o tal como la baya se abre antes de teñir, 460 como la mortal bala de un ruidoso cañón, ella todo adivina antes de oírle hablar

Mas ante su mirada, la diosa se desploma, pues la miradas matan y el amor resucitan, una sonrisa cura la herida de un mal gesto, 465 mas, ¡bendito quien sufre y el amor lo enriquece! El cándido inocente, creyendo que está muerta, golpea sus mejillas hasta darles color;

y asombrado por todo, renuncia en su intención de reprenderla duro cual planeo al principio. 470 ¡Qué astuto es el Amor, qué habilidad la suya mediante una caída, pretextar la defensa! Ya que ella permanece cual muerta sobre el césped y que el aliento de él, le de una nueva vida.

Él su nariz aprieta, golpea sus mejillas, 475 le hace doblar los dedos, y los pulsos aprieta, frota los labios de ella, buscando mil maneras de reparar el daño que causó su rudeza: él la besa, y la diosa, por propia voluntad, jamás se repondría, por que la bese siempre. 480

La noche del dolor se vuelve claro día: ella abre débilmente sus azules ventanas tal cual sol luminoso, que con lozano adorno, alegra la mañana y hace vivir la tierra y, al igual que el brillante sol glorifica el cielo, 485 así el rostro de ella se enciende con sus ojos;

que se quedan prendidos en el rostro del joven, cual si de este prestado tomaran su fulgor. Nunca se habían mezclado cuatro luces iguales, si no hubiese él nublado con su ceño las suyas; 490 dando sus propias lágrimas la luz más transparente, cual la luna nocturna se refleja en el agua.

«¿Dónde estoy?» dice ella, «¿en el cielo o la tierra, sumergida en el mar o metida en el fuego? ¿Será esta hora la aurora o la tarde expirando? 495 ¿Me deleito muriendo, o deseo la vida? Yo vivía y la vida era un dolor de muerte: Yo moría y la muerte era viva alegría.

¡Ya que tú me mataste: vuelve a darme la muerte: tu corazón tutor tan hábil a tus ojos 500 ha enseñado mil tretas, y un fingido desdén, que ha asesinado al pobre corazón de mi pecho; cual estos ojos míos, fieles guías de mí, sin tus piadosos labios, jamás hubieran visto.

¡Pueda ellos besarme por mi bien largamente! 505 ¡No descolores nunca sus vivos carmesíes! ¡Qué mientras ellos duren, su perpetua frescura combata la infección en años de peligro! Para que los augures que pronostican muerte digan que fue tu aliento, quien dio fin a la peste. 510

Castos y dulces labios impresos en los míos, ¿qué puedo hacer porqué, jamás sean sellados? En venderme consiento, y consiento gustosa, si me pagas y compras y usas la buena compra, y si tal compra haces, para evitar las trampas, 515 estámpame tu sello sobre mis rojos labios.

Que por mil besos doy mi propio corazón, pagando como quieras, si quieres uno a uno, ¿qué son diez centenares, para ti, de caricias? ¿Tal raudo que se cuentan, velozmente se dan? 520 Y si al faltar el pago la deuda se doblara, ¿son veinte centenares de besos un problema?»

«¡Oh, reina», dice él, «si algún amor os causo medir mi timidez por mis contados años: antes que me conozca no intentéis vos hacerlo; 525 que ningún pescador repara en alevines: cae la fruta madura, la verde está prendida y cogerla a destiempo, agria el buen paladar.

El que consuela el mundo, con marcha fatigosa su trabajo de día termina en el Oeste; 530 chilla el búho, que es, heraldo de la noche, va al redil el ganado, las aves a sus nidos; y nubes cual carbones la luz del cielo apagan, nos dicen que partamos, dándonos buenas noches.»

«Diga yo "buenas noches", y dilo tú también; 535 que si lo hacéis tendréis un dulce y largo beso.»

«Buenas noches» murmura y antes que él diga «adiós», se cobra el dulce pago que es de la despedida: los brazos de ella ciñen su cuello en dulce abrazo; fundidos en un cuerpo al unir ambos rostros. 540

Hasta que él, sin aliento, se desliga y retira la humedad celestial de sus corales labios que conocen sus labios sedientos de dulzura, labios que ya saciados se quejan de sequía: el por tanta abundancia, ella por la escasez, 545 juntos los labios de ambos, caen a tierra enlazados.

Se apodera el deseo de la vencida presa, y glotona la Venus nunca está satisfecha, ella domina el labio, los de él obedecen, y pagan el rescate que pide la agresora; 550 buitre rapaz que pide, alto precio retando en desecar el rico tesoro de sus labios.

Pues habiendo sentido del botín la dulzura, ella con rara furia empieza a saquear; su cara exhala humo, y su sangre está hirviendo, 555 su lujuria sin freno le da nuevo coraje; proclamando el olvido, ataca la razón sin pensar en pudores o el honor naufragando.

Encendido y cansado por los abrazos de ella, cual pájaro salvaje que amansan las caricias, 560 o como el ágil corzo fatigado al correr; cual el lloroso infante que al mecerlo se aplaca, así obedece Adonis, se entrega y no resiste, mientras ella se sacia, sin lograr lo que quiere.

¿Qué cera por dureza no se disuelve al fuego 565 y cede finalmente, a la más leve forma? A veces la esperanza se otorga a la osadía, sobre todo en amor, donde no existen leyes. El amor no desmaya, cual pálido cobarde, sino que quiere más y más si es más difícil. 570

Si ante el gesto ceñudo, ella hubiera cedido, el néctar de sus labios no hubiera relamido. Los rechazos orales no aplacan a un amante, que aunque la rosa tiene, espinas, se la toma, y si veinte cerrojos, guardaran la belleza 575 aún, así, destruyéndolos el amor entraría.

Ni por piedad consigue retener al amante y el muchacho suplica que le deje partir: ella por fin resuelta a dejar de tenerlo le dice adiós y vea su corazón con pena, 580 el cual se lleva Adonis, lo jura por Cupido, porque su corazón está en el pecho de él.

«Dulce amante, esta noche, tendré tantos dolores que enfermo el corazón, vigilarán mis ojos. Oh, dueño de mi amor, ¿nos veremos mañana? 585 Dime, ¿nos chocaremos? ¿aceptas este reto?» El le dice que no, que mañana él planea cazar el jabalí con algunos amigos.

«¡El jabalí!» exclama, con palidez extrema como un velo extendido sobre su roja cara, 590 traidora su mejilla, tiembla ante esta noticia, y le rodea el cuello con sus brazos, cual yugo: De pronto se desploma, colgada aún de su cuello, y él cae sobre su vientre, ella sobre su espalda.

Ahora ella se encuentra en su campo de amor, 595 su campeón montado para el ardiente encuentro: mas todo lo que piensa es pura fantasía, el no quiere montarla aún siendo ya jinete, aún mucho más que Tántalo, ella está atormentada, pues abrazó el Elíseo, sin gozar sus placeres. 600

Cual pájaro engañado por uvas dibujadas, que aún saciando los ojos desfallecen el buche, así ella languidece en su propia desgracia, como esos pobres pájaros ante frutas pintadas, los efectos eróticos que en él están ausentes, 605 trata ella de inflamar con sus continuos besos.

Pero en vano esta reina, puede conseguir algo,

pues la pobre ha ensayado todo su repertorio, y sus ruegos merecen que el pago sea mayor. Ella que es el amor, no es amada aún amando. 610 «¡Quítate!» él le dice, «quiero partir me abrumas, que el retenerme, así, es una sinrazón.»

«Yo te hubiera dejado, oh mi dulce doncel, si tú no hubieras dicho ir tras el jabalí, ¡oh, amado, se prudente! que tú ignoras lo que es 615 herir con una lanza a un animal salvaje que en vez de acobardarse, afila sus colmillos, como una feroz fiera, dispuesta a darte muerte.

Sobre su inmenso lomo desata una batalla de púas erizadas en constante amenaza; 620 sus irritados ojos brillan como gusanos, mientras con el hocico va excavando las fosas, derriba en su carrera cuanto encuentra a su paso, y, al pobre que le embiste, sus defensas desgarra.

Sus flancos resistentes, armados de mil cerdas, 625 fueron hechos a prueba de tu afilada lanza; su cuello, grueso y corto, es difícil de herir; que un jabalí furioso, a un gran león se enfrenta: las zarzas espinosas y el enlazado arbusto, temerosos se apartan cuando le ven correr. 630

El jabalí salvaje no aprecia el bello rostro que los ojos de amor pagan por sus miradas, ni tus manos, ni labios, ni cristalinos ojos cuya completa obra es asombro del mundo; pero al tenerte enfrente ¡oh, terrible portento! 635 tu beldad segaría, cual la hierba es segada.

¡Oh, déjalo tranquilo, en su inmunda guarida! La belleza no puede con nocivos rivales, no pongas por capricho, tu voluntad a su alcance; que los buenos consejos hacen que el hombre triunfe: 640 y al jabalí nombrarme, sinceramente tengo miedo por tu fortuna y han temblado mis miembros.

¿No miraste mi rostro? ¿No estaba palidísima? ¿No viste el temor acechando mis ojos? ¿No sentí un gran mareo? ¿No me caí de espaldas? 645

Mas dentro de mi pecho, en el cual tú te apoyas, mi corazón palpita, por los malos augurios y como un terremoto, sobre mí te sacude.

Que dónde el amor reina, la celosa inquietud, se instala sola, como, vigía del afecto, 650 y da falsas alarmas, sugiere amotinarse, y en horas de paz grita: ¡Alerta! ¡Siempre alerta! molestando al amor en su dulce deseo, como el aire y el agua, apagan siempre el fuego.

Este agrio delator, este cobarde espía, 655 este cáncer que roe el tallo del Amor, delator disidente, tal como son los Celos, que entre noticias ciertas y entre noticias falsas, llama a mi corazón y me dice al oído que si te estoy amando debo temer tu muerte. 660

Y mucho más aún hace: presentar a mis ojos la imagen de un furioso jabalí babeante y hay bajo sus colmillos, ya caída de espaldas, la imagen de la tuya, manchada de coágulos de una sangre esparcida entre lozanas flores, 665 que muertas de dolor han perdido sus pétalos.

¿Qué podría yo hacer, al verte de esta guisa, cuando si lo imagino, ya comienzo a temblar? Sólo de pensar sangra, mi corazón dolido, que en el temor que siente, él todo lo adivina. 670 Profetizo tu muerte, ¡oh, mi dolor más vivo! Si con el jabalí, mañana tropezaras.

Mas si el cazar te urge, sigue sólo mis órdenes: suelta los perros contra la liebre fugitiva o contra la ágil zorra que vive de la astucia, 675 o contra el mismo corzo, que no se te opondrá; persigue a los miedosos que corren por los llanos, con tu fuerte caballo y tus perros de caza.

Y cuando halles el rastro de la miope liebre, mira al pobre animal, cuando trata de huir, 680 al viento se adelanta y con veloz cuidado en zigzag cruza y cruza en miles de rodeos; las muchas madrigueras que salta en su carrera,

tal como un laberinto, que despista al rival.

A veces corre entre un rebaño de ovejas 685 por burlar el olfato del astuto lebrel, y otras desaparece en nidos conejeros para no percatarse del ladrido del perro; a veces se confunde entre algunos venados; que ante el peligro tiene su instinto varias tretas. 690

Porque al mezclar su olor con el de las ovejas, confunde a los lebreles que siguen tras su pista, cesando sus ladridos un momento después, mientras tratan de hallar las huellas que han perdido; volviendo a abrir sus bocas y el eco les responde 695 cual si otra cacería corriera por los aires.

Cuando la pobre liebre, descansa sobre un alto, se sienta sobre ella con el oído atento por ver si sus rivales aún la persiguieran; mas de repente escucha sus ladridos de guerra, 700 y puede compararse su angustia y su terror cual moribundo oyendo la fúnebre campana.

Verás a la infeliz liebre toda encharcada de rocío, sin tregua, cual loca por la ruta; mientras que los zarzales tratan de herir sus patas; 705 le asusta cada sombra, la para cada ruido ya que la desventura por todos es pisada y al caído se sabe, nadie presta socorro.

Quédate así un momento y escucha un poco más: no te rebeles porque no te levantarás. 710 Sólo porque tú odiaras cazar el jabalí me oíste fabular de una manera extraña, dándole esto a aquello, de esta manera y de otra, que amor debe avisar de todos los peligros.

¿Dónde quedé?...» le dice. «No importa», dice él, 715 «déjame partir, sea, termine bien la historia; que la noche se acerca.» «¿Y qué?» replica ella, «Me aguardan mis amigos», Adonis le responde, «y como ya está oscuro seguro que tropiezo.» «De noche» dice ella, «ve mejor el deseo. 720

Mas si es cierto que caes piensa por un momento, que a la tierra cautivas con tu dudoso paso, y te robara un beso, que el honrado se vuelve ladrón cuando la presa, que se ofrece es valiosa. y tus labios convierten taciturna a Diana, 725 que por robarte un beso, teme morir perjura.

Percibo ahora la causa de esta noche sombría: por pudor, Cintia, apaga sus fulgores de plata, hasta que la falsaria Natura se condene por robar los divinos, moldes que eran del cielo, 730 donde has sido formado a pesar del Oráculo, para que el sol de día y ella de noche sufran.

Por eso a sobornado a los precisos Hados, para que por fin frustren la gran obra del orbe, mezclando la belleza con las enfermedades, 735 la pura perfección con las imperfecciones haciéndolos sujetos a la vil tiranía de accidentes casuales y todas las desgracias.

Fiebres abrasadoras, palideces y fríos, pestes que te envenenan la vida, mal, locuras 740 la vil enfermedad que corroe los huesos y que corrompe ardiendo la médula y la sangre; el desánimo y náuseas, que todo lo condenan juran muerte a Natura por hacerte tan bello.

Y el menor de estos males, es sabido que puede, 745 derribar la belleza en un solo minuto; todo: finura, gracia, color y cualidades, y todo lo que encanta los ojos imparciales, todo se ve arruinado, disuelto y consumido, cual derrite la nieve el sol del mediodía. 750

Por tanto y a despecho de vestales estériles sin amor, o las monjas que se aman a sí mismas y que quisieran dar a la tierra escasez, tanto como de hijas, tanto como de hijos, sé pródigo, la lámpara que arde toda la noche 755 acaba con su aceite por darle luz al mundo.

¿Qué es tu cuerpo, sino es, tumba devoradora

que aparenta enterrar tanta prosperidad que, según ley del tiempo, te querrán elegir, si tú no las destruyes en el oculto germen? 760 Si lo haces así el mundo, te lo desdeñará al destruir tu orgullo hermosas esperanzas.

Así, tú sólo en ti, tú mismo te destruyes,: desgracia peor que guerras, entre los ciudadanos que en contra de sí mismos llegan hasta las manos, 765 o el sanguinario padre, que del hijo reniega; o el corrosivo orín, carcomiendo lo oculto, ya que el oro en su uso, produce aún más oro..»

«Entonces...» dice Adonis, «ya vuelves otra vez al siempre fastidioso y repetido tema; 770 por lo visto mi beso, ha sido dado en vano, y tú más vano luchas en contra de corriente pues juro que esta noche, nodriza del placer, hace que cada vez me gustes algo menos.

Si amor te hubiera dado prestadas lenguas miles 775 y fuese cada una más terca que la tuya, encantando como hacen los cantos de sirenas, su tentador acento, no oirían mis oídos, ya que mi corazón vigila lo que escucho y no deja de entrar ningún traidor sonido. 780

No fuera que se entrara la armoniosa armonía en el recinto en paz de mi tranquilo pecho y entonces perturbado, mi pobre corazón, se viera así privado de paz en su aposento. Mi corazón, señora, no aspira a estar llorando, 785 sino que duerme bien mientras que duerme solo.

¿Qué cosa dices tú, que yo negar no pueda? Fácil es el sendero que al peligro conduce: no odio el amor sino, tu engañoso artificio, prestándole caricias a todos los extraños. 790 Por procrear lo haces: Extraña es la disculpa, cuando cordura es sierva de abusos de lujuria.

No llames a esto amor, pues este voló al cielo, desde que la lujuria ha usurpado su nombre, y ante tal semejanza se ha dado el alimento 795

de la beldad lozana, manchándola con críticas, pues la ardiente tirana la deshonra y despoja cual hacen las orugas con las hojas más tiernas.

Conforta amor cual sol, después de toda lluvia, pero lujuria es tal, cual tempestad tras sol; 800 amor es primavera, con toda su frescura; pero lujuria invierna sin que el verano acabe. Amor nunca se sacia, lujuria es insaciable; el amor es verdad, falacia la lujuria.

Podría hablar aún más, pero ya no me atrevo; 805 el texto es muy antiguo y el orador novicio, y por lo tanto, parto, bien apesadumbrado. Mi rostro se enrojece, mi corazón se abruma, mi oído al escuchar, tu frívolo diálogo, y arden por encontrarse demasiado ofendidos.» 810

Ella al fin se desprende del dulcísimo abrazo, de los hermosos brazos que a su seno encadenan, y a su albergue él se va, por los claros del bosque, dejándola tendida y hondamente afligida. Cual estrella brillante disparada del cielo, 815 así se pierde Adonis de la vista de Venus.

Ella sigue mirándolo, como quien se despide de un amigo que parte en un barco por mar, hasta que al fin las olas, pugnan embravecidas con las nubes que impiden, el verlo una vez más; 820 lo mismo que la noche oscura y despiadada: envuelve el dulce objeto que sus ojos nutrían.

Sorprendida de pronto, como quien por descuido ha dejado caer su alhaja en la corriente, vacilante, cual suelen, estar sendas nocturnas, 825 para los caminantes en bosque oscurecido, así, yace confusa, ella en la oscuridad, pues perdió aquel brillante que guiaba su ruta.

Y ahora su corazón, golpeando y gimiendo, de tal modo que todas sus cavernas se turban, 830 repitiendo verbales sus continuadas quejas, y su dolor profundo, nuevamente redoblan. «¡Ay de mí!» grita y veinte veces, también «¡Desdicha!»

y veinte nuevos ecos responden a su grito.

Ella, inicia al oírlos una llorosa nota 835 que entona repentina su canto de lamento; como amor vence al joven y hace al viejo el chocheo, es prudente en locura y loco en la prudencia, su antífona más grave concluye en un lamento y siempre el mismo coro de ecos igual responde. 840

El tedio de su canto duró toda la noche, que las horas amantes son largas y no cortas: si se complacen ambos, piensan que todo es gozo, en similar momento, con placer parecido; sus cuantiosas historia, mil veces empezadas, 845 terminan sin audiencia y nunca se concluyen.

Mas, ¿a quién tiene ella para pasar la noche, sino inútiles sones que parecen parásitos, y que cual taberneros de ágil lengua responden cada llamar serviles a espíritus bizarros? 850 La diosa dice «Así es» y todo dice «Así es» y hubieran repetido «No» si ella dice «No».

¡Mirad! La dulce alondra, cansada del reposo; desde su húmedo nido se remonta hacia el cielo; despierta a la mañana, que en su pecho de plata, 855 se alza el ardiente sol con toda majestad dirigiéndole al mundo, mirada tan gloriosa, que cedros y colinas son como oro bruñido.

Venus va y lo saluda con este «¡Buenos días! ¡Oh, tú, diáfano dios, padre de toda luz, 860 que lámpara y estrella tienen su luz prestada y el hermoso poder que las hace brillar; cual un niño en el pecho de madre terrenal que le presta su luz, cual tú a otros se la prestas!»

Dicho esto, se dirige, hacia un bosque de mirtos, 865 admirada al ver como avanza la mañana, sin tener referencia de su querido amante; trata de oír los perros y su trompa de caza: y enseguida ella oye un estruendo ruidoso, y corriendo se acerca al lugar de los gritos. 870

Y mientras va corriendo por entre los arbustos, unos prenden su cuello y otros besan su rostro, otros por detenerla en sus muslos se enredan; mas ella vivamente desprende estos abrazos; cual lactífera gama, aún dolidas sus mamas, 875 tratando de dar leche al cervatillo oculto.

En esto siente oír perros acorralados; y se estremece cual descubre una culebra enroscada en funestas espinas en su senda, y el miedo hace que empiece de nuevo a tiritar: 880 así el gran alarido de los perros aullando aterran sus sentidos y confunden su alma.

Ahora de da cuenta del peligro en la caza, del feroz jabalí, del oso y del león, ya que todo este ruido es del mismo lugar 885 donde los perros lanzan sus terribles ladridos; al encontrarse enfrente de tan vil enemigo, dejando en cortesía, quien empieza el combate.

Este lamento lúgubre retumba en sus oídos, a través del cual entra hasta su corazón 890 que vencido en la duda, y el pálido temor, paraliza en flaqueza a todos sus sentidos; tal como al ver vencido el soldado a su jefe, que huyen viles y no osan presentar resistencia.

Así ella permanece en éxtasis medroso, 895 hasta que por tratar de animar sus sentidos, les dice que no hay base para esta fantasía; que fue un error pueril lo que a ellos les asusta; que desechen su espanto, como ella lo desecha; y al decir estas cosas, divisa al jabalí. 900

Cuyo baboso hocico, manchado de encarnado es tal como una mezcla de sangre con la leche, la cual al ver la llena, de un segundo terror; que la impulsa a correr sin saber donde va; y aunque toma un camino, no lo quiere seguir, 905 y vuelve por llamar al jabalí asesino.

Mil angustian la llevan a mil malos lugares;

pisando los senderos que había recorrido; alterna su premura con nuevas detenciones, y obra de tal manera que parece un borracho, 910 tan llena de atención, que a nada se la presta; y aunque lo emprende todo, no lleva nada acabo.

Aquí, ve como un perro se enreda en un helecho, y le pregunta al pobre infeliz por su dueño; allí divisa a otro lamiendo sus heridas, 915 el bálsamo infalible del veneno en la llaga; aquí encuentra un lebrel de entristecido ceño al cual cuando le habla, responde con aullidos.

Y cuando cesa el perro su lamentoso aullido, otro de boca herida, negro y mal encarado, 920 contra el gran firmamento descarga sus aullidos: y uno más, y otro mas, al rato le responden, batiendo con sus colas tan hermosas el suelo, moviendo sus orejas sangrantes mientras andan.

Tal como los humildes de este mundo se espantan 925 por las apariciones, señales y prodigios, que han mirado con ojos temerosos ha tiempo, y que a todos producen profecías siniestras, ella ante estos indicios, hasta el aliento pierde y otra vez suspirando se dirige a la Muerte. 930

«Tirana descarnada, fea, flaca y horrible, del amor vil divorcio», ella dice a la Muerte «fantasma de mal gesto, gusano ¿qué pretendes? ¿Extinguir la belleza y robar el aliento de quien, cuando vivía, con su aliento y belleza 935 daba brillo a la rosa y aroma a la violeta.?

Si él estuviera muerto... ¡oh, no, no puede ser! ¡Por qué al ver su belleza no podrías herirla! ¡Oh sí, porque no tienes ojos para mirar, ya que llena de odio, golpeas a la ventura! 940 Tu blanco es la edad débil, pero tu dardo erróneo se tuerce y atraviesa el corazón de un joven.

Si le hubieras dispuesto, él te hubiera hablado y al oírle tu fuerza, perdería poder. Las Parcas te odiarán por este golpe malo; 945

que en vez de arrancar hierba tú arrancaste una flor; ¡la flecha del amor es la que debe herirlo, y no el dardo de muerte, por quitarle su vida!

¿Te provoca el beber lágrimas tanto llanto? ¿De qué te ha de servir un pesado suspiro? 950 ¿Por qué en tu sueño eterno, tú tratas de fundir a esos ojos que enseñan, vivir a los demás? Natura es indolente hoy a tu mortal fuerza, al ver su mejor obra por tu rigor en quiebra.»

Al llegar a este punto, cual ser desesperado, 955 sus párpados entorna, que cual excusa paran, el flujo cristalino que corre en sus mejillas, que dulces van cayendo por su precioso seno; y a través de sus presas esta lluvia de plata se cierra y vuelve a abrirlas con enorme violencia. 960

¡Cuál se obsequian y prestan sus ojos y las lágrimas! Estas miran sus ojos y los ojos las lágrimas; en ambos se refleja el mal de cada uno, dolor que los suspiros intenta de secar; pero cual un mal día, con viento o con lluvia 965 lo que un suspiro seca, moja otra vez las lágrimas.

Se mezcla la emoción en su constante angustia, disputándose a quien más le va su dolor; todas estas pasiones, tienen sitio e insisten, que aquel que esté presente sea el más importante; 970 mas ninguno es mejor: entonces se reúnen cual conjunto de nubes que auguran un mal tiempo.

De pronto se oye el grito de un cazador lejano: jamás canción de cuna, tanto deleitó a un niño. Las horribles quimeras que tanto perseguía 975 ella intenta expulsar con el son de esperanza, que esta nueva alegría le ofrece regocijo y la ilusión de haber oído la voz de Adonis.

Otra vez vuelve entonces, al manantial de lágrimas, que prisioneras quedan cual perlas de cristal; 980 aunque a veces desprende una gota de oriente, que su mejilla absorbe temiendo que se vaya a lavar la faz sucia de la fangosa tierra

que es capaz de embriagarse cuando ella esta afligida.

¡Desconfiado Amor! ¡Que extraño te declaras 985 no creyendo, no obstante, ser tan cándido y crédulo! Que extrema es tu desgracia y tu felicidad; enojo y esperanza te hacen un ser ridículo: una halaga con casi pensamiento imposible, la otra mata veloz con ideas realizables. 990

Ahora está deshaciendo la tela que tejía: Vive Adonis, la Muerte, no merece censura; ella, Venus, cúlpola, de que nada valía; ahora le añade títulos de honor a su vil nombre ¡oh, reina de las tumbas! ¡oh, tumba de los reyes! 995 suprema soberana de las mortales cosas.

«No, no, oh dulce Muerte, tan sólo bromeaba; perdona por favor, sentí como un temor cuando vi al jabalí, ensangrentada bestia, que ignora la piedad y siempre es inhumana; 1000 oh, mi clemente sombra, confieso la verdad; te ofendí, pues temía, la muerte de mi amor.

Culpa fue de la bestia, al excitar mi lengua, de él debieras vengarte, oh dominio invisible, la bestia, vil criatura, fue la que te ha ofendido, 1005 yo he sido el utensilio, él, autor de la infamia. El dolor es dos lenguas, y jamás mujer pudo usar sin el ingenio, de otras diez mujeres.»

Así con la esperanza de que Adonis aún vive, se excusa presurosa, de su loca sospecha, 1010 y por que la beldad de él quede protegida, se insinúa a la Muerte, y humildemente le habla de trofeos, de estatuas, de tumbas y le cuenta sus triunfos, sus victorias y también de sus glorias.

«¡Oh, Júpiter!» exclama «¡Oh, que insensata fui! 1015 por tener este espíritu tan débil y sencillo, llorándole la muerte al que morir no puede, si no es con el desastre de toda especie humana; porque una vez él muerto, toda belleza acaba, y muerta la belleza, vuelve el oscuro Caos. 1020

¡Fuera! Febril Amor, estás lleno de miedo, como quien carga el oro y ve acechar ladrones; ilusiones absurdas de los ojos y oídos, que con falsas alarmas el corazón inquietan.» Y dichas las palabras oye una alegre trompa, 1025 y si antes se abatía, ahora salta de gozo.

Como el halcón que vuela hacia su presa, parte, no pisa ni la hierba, la roza levemente, y, en su apresuramiento, distingue por desgracia el triunfo de la bestia sobre su bello amado; 1030 y al ver esto sus ojos, se nublan como muertos, tal como las estrellas por el día espantadas.

O cual el caracol al tocar sus antenas, se encoge y fatigoso vuelve a entrar en su antro, y encogido del todo, permanece en la sombra, 1035 por el tiempo que teme, sin querer deslizarse; y ante el sangriento acto sus ojos se refugian en las cuencas sombrías y hondas de su cabeza.

Resignados allí, su oficio y su luz, pone a disposición de su alterado seso, 1040 y ordena que se asocie por siempre con la noche, y nunca al mirar hiere su dulce corazón, y éste, perplejo tal, como un rey en su trono, por apremio de aquellos, lanza un gemido lúgubre.

Cada súbito, tiembla, al llegar a este punto, 1045 y como el viento preso en el fondo del barro, lucha y sacude al tiempo los cimientos del mundo, y en su terror confunde las almas de los hombres. Sorprendido su cuerpo del motín del sentido, sus ojos nuevamente, de sus órbitas saltan. 1050

Y, abiertos, con pesar, lanzan su nueva luz sobre la extensa herida que el jabalí causó, en el costado de él, cuya albura de lirio se inunda por las lágrimas que lloraba su herida. No hay flor cerca, ni hierba, ni planta, hoja o raíz, 1055 que no robe su sangre y con él se desangre.

La desdichada Venus, nota esta concordancia,

e inclina su cabeza sobre uno de sus hombros; y si es muda su ira, su delirio es frenético; y piensa que él no puede morir, que no está muerto. 1060 Sofocada su voz sus brazos no articulan, y sus ojos se enfadan por su continuo llanto.

Mira tan fijamente la herida del amante, que se ofusca su vista, y hace la herida triple, y ella, entonces, reprende, la crueldad de sus ojos 1065 por mostrar más heridas en lugar de ninguna, y en él ve ya dos caras, y cada miembro es doble, pues a la vista engaña su alterado cerebro.

«Si mi lengua no expresa dolor por un Adonis y me dice que veo a dos Adonis muertos; 1070 mis suspiros volaron, mis lágrimas se agotan, fuego tengo en los ojos, plomo en el corazón, ¡ojalá el corazón, se fundiese en mis ojos, así me moriría, con mi ardiente deseo.

¡Ay, indigente mundo, qué tesoro has perdido! 1075 ¿Qué rostro vivo queda digno de ser mirado? ¿Qué lengua es musical? ¿De qué te jactarás ya sea en el pasado o ya en el porvenir? Tiene la flor esencia, color, frescura y gala, más la beldad perfecta, vivió y murió con él. 1080

¡Qué ninguna criatura lleve bonete y velo! Que ni viento ni sol tratarán de besarla: pues sin tener belleza, no debe temer nada; el sol la menosprecia, y hasta la silba el viento. Mas cuando vivía Adonis, el sol y el áspero aire, 1085 cual bandidos trataban de robar su hermosura.

Por esto se cubría, con su lindo bonete, donde el sol se esforzaba, por sus bordes entrar; y el viento lo apartaba, para una vez caído, con sus bucles jugar, mientras lloraba Adonis, 1090 condoliéndose él mismo, por sus años tan tiernos, mientras que viento y sol, quieren secar sus lágrimas.

Sólo por ver su rostro, correteaba el león, siempre oculto entre arbustos, para no darle un susto; como cuando cantaba sólo por diversión, 1095

y el tigre se amansaba y atento lo escuchaba; y si le hubiera dicho, "deja tu presa" al lobo, estaría ese día, tranquilo el fiel cordero.

Como cuando miraba su sombra en el arroyo, los peces extendían sus aletas doradas, 1100 o causaba en las aves tan inmensa alegría que si unos le cantaban otros entre sus picos le traían las moras y las rojas cerezas; y si al verle se nutren, él lo hace con sus frutos.

Pero la horrenda bestia, con su erizado hocico, 1105 cuyos rastreos buscan siempre una oscura tumba, nunca vio la belleza, que a él lo revestía: Y es testimonio el trato que nunca supo darle; y si miró su rostro, pienso que su intención fue tan sólo besarlo, y no pensó en matarlo. 1110

De esta forma, es verdad, fue destruido Adonis: él con su aguda lanza, corrió hacia el jabalí que no afilaba en contra del muchacho sus dientes, sino que desarmarlo quería con un beso, y haciéndole caricias el amoroso puerco 1115 le hundió sin darse cuenta su colmillo en el pecho.

De tener yo colmillos, cual la fiera, confieso, le hubiera dado muerte a besos la primera; ¡mas muerta su beldad, jamás bendecirá, mi juventud con él, y aún quedo más maldita!» 1120 En esto cae a tierra, y su rostro se mancha, con la sangre de él, que ya está coagulada.

Mira en esto sus labios: que están descoloridos; lo toma de la mano, y siente que está fría; y al oído le murmura su gran desesperanza, 1125 cual si él pudiera oír sus amargas palabras; le levanta los párpados que le cierran los ojos; y ve dos apagadas luces allá en lo oscuro.

Dos cristales, adonde, acostumbró a mirarse mil veces, y que ahora, ya nada le reflejan, 1130 perdida la virtud en que antes rebosaban; cada beldad que tuvo ha perdido su efecto. «¡Maravilla del tiempo!» dice, «este es mi despecho:

que aún estando tú muerto, tenga más luz el día.

Dado que ya está muerto, he aquí mi profecía: 1135 desde hoy, el dolor, que acompañe al amor; y que sean los celos para siempre su escolta; será el comienzo dulce, como el final insípido; y sea alto o bajo, jamás tendrá equilibrio: que no compense el gozo del amor sus dolores. 1140

Será falso y voluble y repleto de fraude; y el soplo que lo vea nacer lo verá ajarse; veneno habrá en su fondo, y su cima impregnada de dulzuras que engañan la vista más aguda; y el cuerpo más robusto, lo ha de mudar en débil, 1145 al sabio le hará mudo y al necio le hará hablar.

Será parco a la vez que sea disoluto, enseñando a los viejos a bailar con medida; el rufián perturbado le hará estar en silencio, dará la ruina al rico y el tesoro a los pobres; 1150 unirá lo exaltado con la casta inocencia, hará del joven viejo y del viejo hará un niño.

Despertará sospechas donde exista temor, y no tendrá temor donde sienta recelo; complaciente será y mucho más severo, 1155 más engañoso cuando parezca ser más justo; será perverso cuando se muestre más sumiso; dará miedo al valiente y al cobarde coraje.

Será causa de guerras y funestos eventos sembrará la discordia entre el padre y el hijo; 1160 y súbdito y esclavo de los más descontentos tal como para el fuego las materias más secas; si se llevó la muerte a mi amante tan joven aquellos que bien aman, que nunca lo disfruten.»

El joven que yacía, muerto junto a la diosa, 1165 se evaporó al instante ante su propia vista, y en su sangre esparcida por el fango del suelo brotó la flor más roja matizada de blanco tal como eran sus pálidas mejillas y a la sangre vertidas cual esféricas gotas sobre su albura. 1170

Ella aspira el aroma de la nacida flor y compara la esencia con el aliento de él; y dice que esta flor reposará en su seno ya que él fue por la muerte, arrancado de ella. Pero al cortar el tallo, del rasgón se desprende 1175 una savia que ella compara con las lágrimas.

«¡Pobre flor!» dice Venus, «dulce hija de un padre mucho más dulce aún, que tu propio perfume; al más pequeño esfuerzo, sus ojos se rociaban; pues todo su deseo se basaba en sí mismo, 1180 tal como lo es el tuyo, mas sabe que es igual que marchite en mi seno o que lo haga en su sangre

¡El lecho de tu padre, aquí estuvo, en mi seno! ¡Tú eres la más cercana a su sangre y te atañe! Ven, reposa en el hueco, donde estuvo su cuna: 1185 que de noche y de día te acune mi latir; y ni un solo minuto, pasará en cada hora sin que bese la flor, más dulce de mi amor.»

Fatigada del mundo, se aleja y apareja sus palomas de forma, que con su ágil ayuda, 1190 llevan a su señora, a través de lo cielos vacíos, en un leve carro, que velozmente, hacia Pafos dirige su marcha, donde Venus, entrará en tal clausura que nunca más se vea.

FIN

Versión original

Venus and Adonis

Even as the sun with purple-colour'd face Had ta'en his last leave of the weeping morn, Rose-cheek'd Adonis hied him to the chase; Hunting he loved, but love he laugh'd to scorn: Sick-thougted Venus makes amain unto him, 5 And like a bold-faced suitor 'gins to woo him.

«Thrice fairer than myself», thus she began, «The field's chief flower, sweet above compare, Stain to all nymphs, more lovely than a man, More white and red than doves or roses are; 10 Nature that made thee, with herself at strife, Saith that world hath ending with thy life.

Vouchsafe, thou wonder, to alight thy steed, And rein his proud head to the saddle-bow; If thou wilt deign this favour, for thy meed 15 A thousand honey secrets shalt thou know: Here come and sit, where never serpent hisses, And being set, I 'll smother thee with kisses;

And yet not cloy thy lips with loathed satiety, But rather famish them amid their plenty, 20 Making them red and pale with fresh variety; Ten kisses short as one, one long as twenty: A summer's day will seem an hour but short, Being wasted in such time-beguiling sport.»

With this she seizeth on his sweating palm, 25 The precedent of pith and livelihood, And, trembling in her passion, calls it balm, Earth's sovereign salve to do a goddess good: Being so enraged, desire doth lend her force Courageously to pluck him from his horse. 30

Over one arm the lusty courser's rein, Under her other was the tender boy, Who blush'd and pouted in a dull disdain, With leaden appetite, unapt to toy;

She red and hot as coals of glowing fire, 35 He red for shame, but frosty in desire.

The studded bridle on a ragged bough Nimbly she fastens O, how quick is love!The steed is stalled up, and even now To tie the rider she begins to prove: 40 Backward she push'd him, as she would be thrust, And gobern'd him is strength, though not in lust.

So soon was she along as he was down, Each leaning on their elbows and their hips: Now doth she stroke his cheek, now doth he frown, 45 And 'gins to chide, but soon she stops his lips: And kissing speaks, with lustful language broken, «If thou wilt chide, thy lips shall never open.»

He burns with bashful shame; she with her tears Doth quench the maiden burning of his cheeks; 50 Then with her windy sight and golden hairs To fan and blow them dry again she seeks: He saith she is immodest, blames her miss; What follows more she murders with a kiss.

Even as an empty eagle, sharp by fast, 55 Tires with her beak on feathers, flesh and bone, Shaking her wings, devouring all in haste, Till either gorge be stuff'd or prey be gone; Even so she kiss'd his brow, his cheek, his chin, And where she ends she doth anew begin. 60

Forced to content, but never to obey, Panting he lies and breatheth in her face; She feedeth on the steam as on a prey, and calls it heavenly moisture, air of grace; Wishing her cheeks were gardens full of flowers, 65 So they were dew'd with such distilling showers.

Look, how a bird lies tangled in a net, So fasten'd in her arms Adonis lies; Pure shame and awed resistance made him fret, Which bred more beauty in his angry eyes: 70 Rain added to a river that is rank Perforce will force it overflow the bank.

Still she entreats, and prettily entreats, For to a pretty ear she tunes her tale; Still is he sullen, still he lours and frets, 75 'Twixt crimson shame, and anger ashy-pale; Being red, she loves him best; and being white, Her best is better'd with a more delight.

Look how he can, she cannot choose but love; And by her fair immortal hand she swears, 80 From his soft bosom never to remove, Till he take truce with her contending tears, Which long have rain'd, making her cheeks all wet: And one sweet kiss shall pay this countless debt.

Upon this promise did he raise his chin, 85 Like a dive-dapper peering through a wave, Who, being look'd on, ducks as quickly in; So offers he to give what she did crave; .But when her lips were ready fos his pay, He winks, and turns his pils another way. 90

Never did passenger in summer's heat More thirst for drink than she for this good turn. Her help she sees, but help she cannot get; She bathes in water, yet her fire must burn: «O, pity», gan she cry, «flint-hearted boy! 95 'Tis but a kiss I begg; why art thou coy?

I have been woo'd, as I entreat thee now, Even by the stern and direful god of war, Whose sinewy neck in battle ne'er did bow, Who conquers where he comes in every jar; 100 Yet hath he been my captive and my slave, And begg'd for that which thou unask'd shalt have.

Over my altars hath he hung his lance, His batter'd shield, his uncontrolled crest, And for my sake hath learn'd to sport and dance, 105 To toy, to wantin, dally, smile and jest; Scorning his churlish drum and ensign red, Making my arms his field, his tent my bed.

Thus he that overruled I overswayed, Leading him prisoner in a red-rose chain: 110 Strong-temper'd steel his stronger strength obeyed, Yet was he servile to my coy disdain. O, be not proud, nor brag not of thy might, For mastering her that foil'd the god of fight!

Touch but my lips with those fair lips of thine- 115 Though mine be not so fair, yet are they redThe kiss shall be thine own as well as mine: What see'st thou in the ground? hold up thy head: Look in mine eyeballs, there thy beauty lies; Then why not lips on lips, since eyes in eyes? 120

Art thou ashamed to kiss? then wink again, And I will wink; so shall the day seem night; Love keeps his revels where there are but twain; Be bold to play, our sport is not in sight: These blue-vein'd violets whereon we lean 125 Never can blab, nor know not what we mean.

The tender spring upon thy tempting lip Shews thee unripe; yet mayst thou well be tasted: Make use of mine, let not advantage slip; Beauty within itself should not be wasted: 130 Fair flowers that are not gather'd in their prime Rot and consume themselves in little time.

Were I hard-favour'd, foul, or wrinkled-old, Ill-nurtured, crooked, churlish, harsh in voice, O'erworn, despised, rheumatic and cold, 135 Thick-sighted, barren, lean, and lacking juice, Then mightst thou pause, for then I were not for thee; But having no defect, why dost abhor me?

Thou canst not see one wrinkle in my brow; Mine eyes are grey and bright and quick in turning; 140 My beauty as the spring doth yearly grow, My flesh is soft and plump, my marrow burning; My smooth moist hand, were it with thy hand felt, Would in thy palm dissolve, or seem to melt.

Bid me discourse, I will enchant thine ear, 145 Or, like a fairy, trip upon the green,

Or, like a nymph, with long dishevell'd hair Dance on the sands, and yet no footing seen: Love is a spirit all compact of fire, Not gross to sink, but light, and will aspire. 150

Witness this primrose bank whereon I lie; These forceless flowers like sturdy trees support me; Two strengthless doves will draw me through the sky, From morn till night, even where I list to sport me: Is love so light, sweet boy, and may it be 155 That thou shouldst think it heavy unto thee?

Is thine own Herat to thine own face affected? Can thy right land seize love upon thy left? Then woo thyself, be of thyself rejected, Steal thine own freedom, and complain on theft. 160 Narcissus so himself himself forsook,, And died to kiss his shadow in the brook.

Torches are made to light, jewels to wear, Dainties to taste, fresh beauty for the use, Herbs for their smell, and sappy plants to bear; 165 Things growing to themselves are growth's abuse: Seeds spring from seeds and beauty breedeth beauty Thou wast begot, to get is thy duty.

Upon the carth's increase why shouldst thou feed, Unless the earth with thy increase be fed? 170 By law of nature thou art bound to breed, That thine may live when thou thyself art dead; And so, in spite of death, thou dost survive, In that thy likeness still is left alive.»

By this, the love-sick queen began to sweat, 175 For, where they play, the shadow had forsook them, And Titan, tired in the mid-day heat, With burning eye did hotly overlook them, Wishing Adonis had his team to guide, So he were like him and by Venus' side. 180

And now Adonis, with a lazy spright, And with a heavy, dark, disliking eye, His douring brows o'erwhelming his fair sight, Like misty vapours when they blot the sky,

Souring his cheeks, «Fie, no more of love! 185 The sun doth burn my face; I must remove.»

«Ay me», quoth Venus, «young, and so unkind! What bare excuses makest thou to be gone! I'll sigh celestial breath, whose gentle wind Shall cool the heat of this descending sun: 190 I'll make a shadow for thee of my hairs; If they burn too, I 'll quench them with my tears.

The sun that shines from heaven shines but warm, And, lo, I lie between that sun and thee: The heat I have from thence doth little harm, 195 Thine eye darts forth the fire that burneth me And were I not immortal, life were done Between this heavenly and earthly sun.

Art thou obdurate, flinty, hard as steel? Nay, more than flint, for stone at rain relenteth: 200 Art thou a woman's son, and canst not feel What 'tis to love? how want of love tormenteth? O, had thy mother borne so hard a mind, She had not brought forth thee, but died unkind.

What am I, that thou shouldst contemn me this, 205 Or what great danger dwells upon my suit? What were thy lips the worse for one poor kiss? Speak, fair; but speak fair words, or else be mute: Give me one kiss, I'll give it thee again. And one for interest, if thou wilt have twain. 210

Fie, lifeless picture, cold and senseless stone, Well painted idol, image dull and dead, Statue contenting but the eye alone, Thing like a man, but of no woman bred! Thou art no man, though of a man's complexion, 215 For men will kiss even by their own direction.»

This said, impatience chokes her pleading tongue, And swelling passion doth provoke a pause; Red cheeks and fiery eyes blaze forth her wrong; Being judge in love, she cannot right her cause: 220 And now she weeps, and now she fain would speak, And now her sobs do her intendments break.

Sometime she shakes her head, and then his hand, Now gazed she on him, now on the ground; Sometimes her arms infold him like a band: 225 She would, he will not in her arms be bound; And when from thence he struggles to be gone, She locks her lily fingers one in one.

«Fondling», she said, «since I have hemm'd thee here Within the circuit of this ivory pale, 230 I'll be a park, and thou shalt be my deer; Feed where thou wilt, on mountain or in dale: Graze on my lips, and if those hills be dry, Stray lower, where the pleasant fountains lie.

Within this limit is relief enough, 235 Sweet bottom-grass and high delightful plain Round rising hillocks, brakes obscure and rough, To shelter thee from tempest and from rain: Then be my deer, since I am such a park; No dog small rouse thee, though a thousand bark.» 240

At this Adonis smiles as in disdain, That in each cheek appears a pretty dimple: Love made those hollows, if himself were slain, He might be buried in a tomb so simple; Foreknowing well, if there he came to lie, 245 Why, there Love lived, and there he could not die.

These lovely caves, these round enchanting pits, Open'd their mounths to swallow Venus' liking. Being mad before, how doth she now for wits? Struck dead at first, what needs a second striking? 250 Poor queen of love, in thine own law forlorn, To love a cheek that smiles at thee in scorn!

Now which way shall she turn? what shall she say? Her words are done, her woes the more increasing; The time is spent, he object will away 255 And from her twining arms doth urge releasing. «Pity», she cries, «some favour, some remorse!» Away he springs, and hasteth to his horse.

But, lo, from forth a copse that neighbours by, A breeding jennet, lusty, young and proud, 260 Adonis' trampling courser doth espy, And forth rushes, snorts and neighs aloud: The strong-neck'd steed, being tied unto a tree, Breaketh his rein and to her straight goes he.

Imperiously he leaps, he neighs, he bounds, 265 And now his woven girths break's asunder; The bearing earth with his hard hoof he wounds, Whose hollow womb resounds like heaven's thunder; The iron bit he crusheth 'tween his teeth, Controlling what he was controlled with. 270

His ears up-prick's; his braided hanging mane Upon his compass'd crest now stand on end; His nostrils drink the air, and forth again, As from a furnace, vapours doth he send: His eye, which scornfully glisters like fire, 275 Show his hot courage and his high desire.

Sometime he trots, as if he told the steps, With gentle majesty and modest pride; Anon he rears upright, curvets and leaps, As who should say «Lo, thus my strength is tried; 280 And this I do to captivate the eye Of the fair breeder that is standing by.»

What recketh he his rider's angry stir, His flattering «Holla» or his «Stand, I say?» What cares he now for curb or pricking spur? 285 Fo rich caparisons or trappings gay? He sees his love, and nothing else he sees, For nothing else with his proud sight agrees.

Look, when a painter would surpass the life, In limning out a well proportion'd steed, 290 His art with nature's workmanship`at strife, As if the dead the living should exceed; So did this horse excel a common one In shape, in courage, colour, pace and bone.

Round-hoof'd, short-jointed, fetlocks shag and long 295 Broad breast, full eye, small head and nostril wide,

High crest, short ears, straight legs and passing strong, Thin mane, thick tail, broad buttock, tender hide: Look, what a horse should he did not lack, Save a proud rider on so proud back. 300

Sometime he scuds, off, and there he stares; Anon he starts at stirring of a feather; To bid the wind a base he now prepares, And whether he run or fly, they know not whether; For through his mane and tail the high wind sings, 305 Fanning the hairs, who wave like feather's wings.

He looks upon his love and neighs unto her; She answers him, as if she knew his mind: Being proud, as female are, to see him woo her, She puts on outward strangeness, seems unkind, 310 Spurns at his love and scorns the heat he feels, Beating his kind embracements with her heels.

Then, like a melancholy malcontent, He vails his tail, that, like a falling plume Cool shadow to his melting buttock lent: 315 He stamps, and bites the poor flies in his fume. His love, perceiving how he was enraged, Grew kinder, and his fury was assuaged.

His testy master goeth about to take him; When, lo, the unback'd breeder, full of fear, 320 Jealous of catching, swiftly doth forsake him, With her the horse, and left Adonis there: As they were mad, unto the wood they hie them, Out-strippink crows that strive to over-fly them.

All swoln with chafing, down Adonis sits, 325 Banning his boisterous and unruly beast: And now the happy season once more fits, That love-sick Love by pleading may be blest; For lovers say, the heart hath treble wrong When it is barr'd the abidance of the tongue. 330

An oven that is stopp'd, or river stay'd, Burneth more hotly, swelleth with more rage: So of concealed sorrow may be said; Free vent of words love's fire doth assuage;

But when the heart's attorney once is mute, 335 The client breaks, as desperate in his suit.

He sees her coming, and begins to glow, Even as a dying coal revives with wind, And with his bonnet hides his angry brow, Looks on the dull earth with disturbed mind, 340 Taking no notice that she is so nigh, For all askance he holds her in his eye.

O, what a sight it was, wistly to view How she came stealing to the wayward boy! To note the fighting conflict of her hue, 345 How white and red each other did destroy! But now her cheek was pale, and by and by It flah'd forth fire, as lightning from the sky.

Now was she just before him as he sat, And like a lowly lover down she kneels; 350 With one fair hand she heaveth up his hat, Her other tender hand his fair cheek feels: His tenderer cheek receives her soft hand's print, As apt as new-fall'n snow takes and dint.

O, what a war of looks was then between them! 355 he eyes petitioners to his eyes suing; His eyes saw her eyes as they had not seen them; Her eyes woo'd still, his eyes disdain'd the wooing: And all this dumb play had his acts made plain With tears, which chorus-like her eyes did rain. 360

Full gently now she takes him by the hand, A lily prison'd in a gaol of snow, Or ivory in an alabaster band; So white a friend engirts so white a foe: This beauteous combat, wilful and unwilling, 365 Show'd like two silver doves that sit a-billing.

Once more the engine of her thoughts began: «O fairest mover on this mortal round, Would thou west as I am, and I a man, My heart all whole as thine, thy heart mi wound; 370 For one sweet look thy help I would assure thee, Though nothing but my body's bane would cure thee.»

«Give me my hand», saith he, «why dost thou feel it!» «Give me my heart», saith she, «and thou shalt have it; O, give it me, lest thy hard heart do steel it, 375 And being steel'd, soft sighs can never grave it: Then love's deep groans I never shall regard, Because Adonis' heart hath made mine hard.»

«For shame», he cries, «let go, and let me go; My day's delight is past, my horse is gone, 380 And 'tis your fault I am bereft him so: I pray you hence, and leave me here alone; For all my mind, my thought, my busy care, Is how to get my palfrey the mare.»

Thus she replies: «Thy palfrey, as he should, 385 Welcome the warm approach of sweet desire: Affection is a coal that must be cool'd; Else, suffer'd, it will set the heart on fire: The sea hath bounds, but deep desire hath none; Therefore no marvel though thy horse be gone. 390

How like a jade he stood, tied to the tree, Servilely master'd with a leathern rein! But when he saw his love, his youth's fair fee, He held such petty bondage in disdain; Throwing the base thong from his bending crest, 395 Enfranchising his mouth, his back, his breast.

Who sees his true-love in her naked bed, Teaching the sheets a whiter hue than white, But, when his glutton eye so full hat fed, His other agents aim at like delight? 400 Who is so faint, that dares not be so bold To touch the fire, the weather being cold?

Let me excuse thy couser, gentle boy; And learn of him, I heartily beseech thee, To take advantage on presented joy; 405 Though I were dumb, yet his proceedings teach thee: O, learn to love; the lesson is but plain, And once made perfect, never lost again.»

«I know not love», quoth he, «nor will not know it, Unless it be a boar, and then I chase it; 410 'Tis much to borrow, and I will not owe it; My love to love is love but to disgrace it; For I have heard it is a life in death, That laughs, and weeps, and all but with a breath.

Who wears a garment shapeless and unfinish'd? 415 Who plucks the bud before one leaf put forth? If springing things be any jot diminish'd They wither in their prime, prove nothing worth: The colt that's back's and burthen'd being young Loseth his pride, and never waxeth strong. 420

You hurt my hand with wringing; let us part, And leave this idle theme, this bootless chat: Remove your siege from my unyielding heart; To love's alarms it will not ope the gate: Dismiss your vows, your feigned tears, your flattery; 425 For where a heart is hard they make no battery.»

«What! canst thou talk?» quoth she, «hast thou a tongue? O, would thou hadst not, or I had no hearing! Thy mermaid's voice hath done me double wrong; I had my load before, now press'd with bearing: 430 Melodious discord, heavenly tune harsh-sounding, Ear's deep-sweet music,and heart's deep-sore wounding.

Had I no eyes but ears, my ears would love That inward beauty and invisible; Or were I deaf, thy outward parts would move 435 Each part in me that were but sensible: Though neither eyes nor ears, to hear nor see, Yet should I be in love by touching thee.

Say, that the sense of feeling were bereft me, And that I could not see, no hear, nor touch, 440 And nothing but the very smell were left me, Yet would my love to thee be still is much; For from the stillitory of thy face excelling Comes breath perfumed, that breedeth lobe by smelling.

But, O, what banquet wert thou to the taste, 445 Being nurse and feeder of the other four!

Would they not wish the feast might ever last, And bid Suspicion double-lock the door, Lest Jealousy, that sour unwelcome guest, Should by his stealing in disturb the feast?» 450

Once more the ruby-colour'd portal open'd, Which to his speech did honey pasaje yield; Like a red morn, that ever yet betoken'd Wreck to the seaman, tempest to the field, Sorrow to shepherds, woe unto the birds, 455 Gusts and foul flaws to herdmen and to herds.

This ill presage advisedly she marketh: Even as the wind is hush'd before it raineth, Or as the wolf doth grin before he barketh, Or as the berry breaks before it staineth, 460 Or like the deadly bullet of a gun, His meaning struck her ere his words begun.

And at his look she flatly falleth down, For looks kill love, and love by looks reviveth: A smiles recurs the wounding of a frown; 465 But blessed bankrupt, that by love so thriveth! The silly boy, believing she is dead, Claps her pale cheek, till clapping makes it red;

And all amazed brake off his late intent, For sharply he did think to reprehend her, 470 Which cunning love did wittily prevent: Fair fall the wit that can so well defend her! For on the grass she lies as she were slain, Till his breath breatheth life in her again.

He wrings her nose, he strokes her on the cheeks, 475 He bends her fingers, holds her pulses hard, He hafes her lips; a thousand ways he seeks To mend the hurt that his unkindness marr'd: He kisses her; and she, by her good will, Will never rise, so he will kiss her still. 480

The night of sorrow nows is turn'd to day: Her two blue windows faintly she up-heaveth, Like the fair sun, when in his fresh array He cheers the morn, and all the earth relieveth:

And as the bright sun glorifies the sky, 485 So is her face illumined with her eye;

Whose beams upon his hairless face are fix'd, As if from thence they borrowed all their shine. Were never four such lamps together mix'd, Had not his clouded with his brow's repine; 490 But hers, which through the crystal tears gave light, Shone like the moon in water seen by night.

«O, where am I?» quoth she, «in earth or heaven, Or in the ocean drench'd, or in the fire? What hour is this? or morn or weary even? 495 Do I delight to die, or life desire? But now I lived, and life was death's annoy: But now I dies, and death was lively joy.

O, thou didst kill me: kill me once again: Thy eyes» shrewd tutor, that hard heart of thine, 500 Hath taught them scornful triks, and such disdain, That they have murder'd this poor heart of mine; And these mine eyes, true leaders to their queen, But for thy piteous lips no more had seen.

Long may they kiss each other, for this cure! 505 O, never let their crimson liveries wear! And as they last, their verdure still endure, To drive infection from the dangerous year! That the star-gazers, having writ on death, May say, the plague is banish'd by thy breath. 510

Pure lips, sweet seals in my soft lips imprinted, What bargains may I make, still to be sealing? To sell myself I can be well contented, So thou wilt buy, and pay, and use good dealing; Which purchase if thou make, for fear of slips 515 Set thy seal-manual on my wax-red lips.

A thousand kisses buys my heart from me; And pay them at thy leisure, one by one. What is ten hundred touches unto thee? Are they not quickly told and quickly gone? 520 Say. for non-payment that the debt should double Is twenty hundred kisses such a trouble?»

«Fair queen», quoth he, «if any love you owe me, Measure my strangeness with my unripe years: Before I know myself, seek not to know me; 525 No fisher but the ungrown fry forbears: The mellow plum doth fall, the green sticks fast, Or being early pluck'd is sour to taste.

Look, the world's comforter, with weary gait, His day's hot task hath ended in the west; 530 The owl, night's herald, shrieks, 'tis very late; The sheep are gone to fold, birds to their nest; And coal-black clouds that shadow heaven's light Do summon us to part, and bid good night.

Now let me say "Good night", and so say you; 535 If you will say so, you shall have a kiss.» «Good night», quoth she; and, ere he says «Adieu», The honey fee of parting tender'd is: Her arms do lend his neck a sweet embrace; Incorporate then they seem; face grows to face. 540

Till breathless he disjoin'd, and backward drew The heavenly moisture, that sweet coral mouth, Whose precious taste her thirsty lips well knew, Whereon they surfeit, yet complain on drouth: He with her plenty press'd, she faint with dearth, 545 Their lips together glued, fall to the earth.

Now quick desire hath caught the yielding prey, And glutton-like she feeds, yet never filled; Her lips are conquerors, his lips obey, Paying what ransom the insulter willeth; 550 Whose vulture thought doth pitch the price so high, That she will draw is lips rich treasure dry.

And having felt the sweetness of the spoil, With blindfold fury she begins to forage; Her face doth reek and smoke, her blood doth boil, 555 And careless lust stirs up a desperate courage, Planting oblivion, beating reason back, Forgetting shame's pure blush and honour's wrack.

Hot, faint and weary, with her hard embracing, Like a wild bird being tamed with too much handling, 560 Or as the fleet-foot roe that's tired with chasing, Or like the forward infant still's with dandling, He now obeys, and now no more resisteth, While she takes all she can, not all she listeth.

What wax so frozen but dissolves with tempering, 565 And yields at last to every light impression? Things out of hope are compass'd oft with venturing, Chiefly in love, whose leave exceeds commission: Affection faints not like a pale-faced coward, But then woos best when most his choice is forward. 570

When he did frown, O, had she then gave over, Such nectar from his lips she had not suck'd. Foul words and frowns must not repel a lover, What though the rose have prickles, yet 'tis pluck'd: Were beauty under twenty locks kept fast, 575 Yet love breaks through, and picks them all at last.

For pity now she can no more detain him; The poor fool prays her that he may depart: She is resolved no longer to restrain him; Bids him farewell, and look well to her heart, 580 The which, by Cupid's bow she doth protest, He caries thence incaged in his breast.

«Sweet boy», she says, «this night I'll waste in sorrow, For my sick heart commands mine eyes to watch. Tell me, love's master, shall we meet to-morrow? 585 Say, shall we? wilt thou make the match?» He tells her, no; to-morrow he intends To hunt the boar with certain of his friends.

«The boar!» quoth she: whereat a sudden pale, Like lawn being spread upon the blushing rose, 590 Usurps her cheek; she trembles at his tale, And on his neck her yoking arms she throws: She sinketh down, still hanging by his neck, He on her belly falls, she on her back.

Now is she in the very lists of love, 595 Her champion mounted for the hot encounter:

All is imaginary she doth prove, He will not manage her, although he mount her; That worse than Tantalus' is her annoy, To clip Elysium, and to lack her joy. 600

Even so poor birds, deceived with painted grapes, Do surfeit by the eye and pine the maw, Even so she languisheth in her mishaps As those poor birds that helpless berries saw. The warm effects which she in him finds missing 605 She seeks to kindle with continual kissing.

But all in vain; good queen, it will not be: She hath assay'd as much as may be proved; Her pleading hath deserved a greater fee; She' Love, she loves, and yet she is not loved. 610 «Fie, fie», he says, «you crush me; let me go; You have no reason to withhold me so.»

«Thou hadst been gone», quoth she, «sweet boy, ere this, But that thou told'st me thou woulds hunt the boar. O, be advised: thou know's not what it is 615 With jabalin's point a churlish swine to gore, Whose tushes never sheathed he whetteth still, Like to a mortal butcher, bent to kill.

On his bow-back he hath a battle set Of bristly pikes, that ever threat his foes; 620 His eyes, like glow-worms, shine when he doth fret; His snout digs sepulchres where'er he goes; Being moved, he strikes whate'er is in his way, And whom he strikes his crooked tushes slay.

His brawny sides, with hairy bristles armed, 625 Are better proof than thy spear's point can enter; His short thick neck cannot be easily harmed; Being ireful, on the lion he will venture: The thorny brambles and embracing bushes, As fearful of him, part; through whom he rushes. 630

Alas, he nought esteems that face of thine, To which Love's eyes pay tributary gazes; Nor thy soft hands, sweet lips and crystal eyne, Whose full perfection all the world amazes;

But having thee at vantage wondrous dread!- 635 Would root these beauties as he roots the mead.

O, let him keep his loathsome cabin still; Beauty hath nought to do with such foul fiends: Come not within his danger by thy will; They that thrive well take counsel of their friends. 640 When thou didst name the boar, not to dissemble, I fear'd thy fortune, and my joints did tremble.

Didst thou not mark my face? was it not white? Saw'st thou not signs of fear lurk in mine eye? Grew I not faint? and fell I not downright? 645 Within my bosom, whereon thou dost lie, My boding heart pants, beats, and takes no rest, But, like an earthquake, shakes thee on my breast.

For where Love reigns, disturbing Jealousy Doth call himself Affection's sentinel; 650 Gives false alarms, suggested mutiny, And in a peaceful hour doth cry "Kill, kill!" Distempering gentle Love in his desire, As air and water do abate the fire.

This sour informer, this bate-breeding spy, 655 This canker that eats up Love's tender spring, This carry-tale, dissentious Jealousy, That sometime true news, sometime false doth bring, Knocks at my heart, and whispers in mine ear, That if I love thee, I thy death should fear: 660

And more than so, presenteth to mine eye The picture of an angry-chafing boar, Under whose sharp fangs on his back doth lie An image like thyself, all stain'd with gore; Whose blood upon the fresh flowers being shed 665

Doth make them droop with grief and hang the head.

What should I do, seeing thee so indeed, That tremble at the imagination? The thought of it doth make my faint heart bleed, And fear doth teach in divination: 670 I prophesy thy death, my living sorrow, If thou encounter with the boar to-morrow.

But if thou needs wilt hunt, be ruled by me; Uncouple at the timorous flying hare, Or at the fox which lives by subtlety, 675 Or at the roe which no encounter dare: Pursue these fearful creatures o'er the downs, And on thy well-breath'd horse keep with thy hounds.

And when thou hast on foot the purblind hare, Mark the poor wretch, to overshoot his troubles, 680 How he outruns the wind, and with what care He cranks and crosses with a thousand doubles: The many musits through the which he goes Are like a labyrinth to amaze his foes.

Sometime he runs among a flock of sheep, 685 To make the cunning hounds mistake their smell, And sometime where earth-delving conies keep, To stop the loud pursuers in their yell; And sometime sorteth with a herd of deer: Danger deviseth shifts: wit waits on fear: 690

For there his smell with others being mingled, The hot scent-snuffing hounds are driven to doubt, Ceasing their clamorous cry till they have singled With much ado the cold fault cleanly out; Then do they spend their mouth: Echo replies, 695 As if another chase were in the skies.

By this, poor Wat, far off upon a hill, Stands on his hinder legs with listening ear, To hearken if his foes pursue him still: Anon their loud alarums he doth hear; 700 And now his grief may be compared well To one sore sick that hears the passing-bell.

Then shalt thou see the dew-bedabbled wretch Turn, and return, indenting with the way; Each envious brier his weary legs doth scratch, 705 Each shadow makes him stop, each murmur stay: For misery is trodden on by many, And being low never relieved by any.

Lie quietly, and hear a little more; Nay, do not struggle, for thou shalt not rise: 710 To make thee hate the hunting of the boar, Unlike myself thou hear'st me moralize, Applying this to that, and so to so; For love can comment upon every woe.

Where did I leave?» «No matter where», quoth he; 715 «Leave me, and then the story aptly ends: The night is spent.» «Why, what of that?» quoth she. «I am», quoth he, «expected of my friends; And now 'tis dark, and going I shall fall.» «In night», quoth she, «desire sees best of all. 720

But if thou fall, O, then imagine this, The earth, in love with thee, thy footing trips, And all is but to rob thee of a kiss. Rich preys make true men thieves; so do thy lips Make modest Dian cloudy and forlorn, 725 Lest she should steal a kiss, and die forsworn.

Now of this dark night I perceive the reason: Cynthia for shame obscures her silver shine, Till forging Nature be condemn'd of treason, For stealing moulds from heaven that were divine; 730 Wherein she framed thee, in high heaven's despite, To shame the sun by day and her by night.

And therefore hath she bribed the Destinies To cross the curious workmanship of nature, To mingle beauty with infirmities 735 And pure perfection with impure defeature; Making it subject to the tyranny Of mad mischances and such misery;

As burning fevers, agues pale and faint,

Life-poisoning pestilence and frenzies wood, 740 The marrow-eating sickness, whose attaint Disorder breeds by heating of the blood: Surfeits, imposthumes, grief and damnm'd despair, Swear Nature's death for framing thee so fair.

And not the least of all these maladies 745 But in one minute's fight brings beauty under: Both favour, savour, hue and qualities, Whereat the impartial gazer late did wonder, Are on the sudden wasted, thaw'd and done, As mountain snow melts with the midday sun. 750

Therefore, despite of fruitless chastity, Love-lacking vestals and self-loving nuns, That on the earth would breed a scarcity And barren dearth of daughters and of sons, Be prodigal: the lamp that burns by night 755 Dries up his oil lend the world his light.

What is thy body but a swallowing grave, Seeming to bury that posterity Which by the rights of time thou needs must have, If thou destroy them not in dark obscurity? 760 If so, the world will hold thee in disdain, Sith in thy pride so fair a hope is slain.

So in thyself thyself art made away; A mischief worse than civil home-bred strife, Or theirs whose desperate hands themselves do slay, 765 Or butcher-sire that reaves his son of life. Foul cankering rust the hidden treasure frets, But gold that's put to use more gold begets.»

«Nay, then», quoth Adon, «you will fall again Into your idle over-handled theme: 770 The kiss I gave you is bestow'd in vain, And all in vain you strive against the stream; For, by this black-faced night, desire's foul nurse, Your treatise makes me like you worse and worse.

If love have lent you twenty thousand tongues, 775 And every tongue more moving than your own, Bewitching like the wanton mermaid's songs,

Yet from mine ear the tempting tune is blown; For know, my heart stands armed in mine ear, And will not let a false sound enter there; 780

Lest the deceiving harmony should run Into the quiet closure of my breast; And then my little heart were quite undone, In his bedchamber to be barr'd of rest. No, lady, no; my heart longs not to groan, 785 But soundly sleeps, while now it sleeps alone.

What have you urged that I cannot reprove? The path is smooth that leadeth on to danger: I hate not love, but your decive in love That lends embracements unto every stranger. 790 You do it for increase: O strange excuse, When reason is the bawd to lust's abuse!

Call it not love, for Love to heaven is fled Since sweating Lust on earth usurp'd his name; Under whose simple semblance he hath fed 795 Upon fresh beauty, blotting it with blame; Which the hot tyrant stains and soon bereaves, As caterpillars do the tender leaves.

Love comforteth like sunshine after rain, But Lust's effect is tempest after sun; 800 Love's gentle spring doth always fresh remain, Lust's winter comes ere summer half be done; Love surfeits not, Lust like a glutton dies; Love is all truth, Lust full of forged lies.

More I could tell, but more I dare not say; 805 The text is old, the orator too green. Therefore, in sadness, now I will away: My face is full of shame, my heart of teen: Mine ears, that to your wanton talk attended, Do burn themselves for having so offended.» 810

With this, he breaketh from the sweet embrace Of those fair arms which bound him to her breast, And homeward through the dark lawnd runs apace; Leaves Love upon her back deeply distress'd. Look, how a bright star shooth from the sky, 815

So glides he in the night from Venus' eye:

Which this, him she darts, as one on shore Gazing upon a late embarked friend, Till the wild wawes will have him seen no more, Whose ridges with the meeting clouds contend: 820 So did the merciless and pitchy night Fold in the object that did feed her sight.

Whereat amazed, as one that unaware Hath dropp'd a precious jewel in the flood, Or 'stonish'd as night-wanderers often are, 825 Their light blown out in some mistrustful wood; Even so confounded in the dark she lay, Having lost the fair discovery of her way.

And now she beats her heart, whereat it groans, That all the neighbour caves, as seeming troubled, 830 Make verbal repetition of her moans; Passion on passion deeply is redoubled: «Ay me!» she cries, and twenty times, «Woe, woe!» And twenty echoes twenty times cry so.

She, marking them, begins a wailing note, 835 And sings extemporally a woeful ditty; How love makes young men thrall, and old men dote; How love is wise in folly, foolish-witty: Her heavy anthem still concludes in woe, And still the choir of echoes answer so. 840

Her song was tedious, and outwore the night, For lover's hours are long, though seeming short: If pleased themselves, others, they think, delight In such-like circumstance, with such-like sport: Their copious stories, oftentimes begun, 845 End without audience, and are never done.

For who hath she to spend the night withal, But idle sounds resembling parasites; Like shrill-tongued tapsters answering every call Soothing the humour of fantastic wits? 850 She say «Tis so»: they answer all «Tis so»; And would say after her, if she said «No».

Lo, here the gentle lark, weary of rest, From his moist cabinet mounts up on high, And wakes the morning, from whose silver breast 855 The sun ariseth in his majesty; Who doth the world so gloriously behold, That cedar-tops and hills seem burnish'd gold.

Venus salutes him with this fair good-morrow: «O thou clear god, and patron of all light, 860 From whom each lamp and shining star doth borrow The beauteous influence that makes him bright, There live a son, that suck'd an earthly mother, May lend thee light, as thou dost lend to other.»

This said, she hasteth to a myrtle grove, 865 Musing the morning is so much o'erworn, And yet she hears no tidings of her love: She hearkens for his hounds and for his horn: Anon she hears them chant it lustily, And all in haste she coasteth to the cry. 870

And as she runs, the bushes in the way Some catch her by the neck, some kiss her face, Some twine about her thing to make her stay: She windly breaketh from their strict embrace, Like a milch doe, whose swelling dugs do ache, 875 Hasting to feed her fawn hid in some brake.

By this she hears the hounds are at a bay; Whereat she starts, like one that spies an adder Wreathed up in fatal folds just in his way, The fear whereof doth make him shake and shudder, 880 Even so the timorous yelping of the hounds Appals her senses and her spirit confounds.

For now she knows it is no gentle chase, But the blunt boar, rough bear, or lion proud. Because the cry remaineth in one place, 885 Where fearfully the dogs exclaim aloud: Finding their enemy to be so curts, They all strain courtesy who shall cope him first.

This dismal cry rings sandly in her ear,

Through which it enters to surprise her heart; 890 Who, overcome by doubt and bloodless fear, With cold-pale weakness numbs each feeling part: Like soldiers, when their captain once doth yield, They basely fly, and dare not stay the field.

Thus stands she in a trembling ecstasy; 895 Till, cheering up her senses all dismay'd, She tells them 'tis a causeless fantasy, And childish error, that they are afraid; Bids them leave quaking, bids them fear no more: And with that word she spied the hunted boar; 900

Whose frothy mouth, bepainted all with red, Like milk and blood being mingled both together, A second fear through all her sinews spread, Which madly hurries her she knows not whither: This way she runs, and now she will no further, 905 But back retires to rate the boar for murther.

A thousand spleens bear her a thousand ways; She treads the path that she unthreads again; Her more than haste is mated with delays, Like the proceedings of a drunken brain, 910 Full of respect, yet not at all respecting: In hand with all things, nought at all effecting.

Here kennell'd in a brake she finds a hound, And asks the weary caitiff for his master; And there another licking of his wound, 915 'Gainst venom'd sores the only sovereign plaster; And here she meets another sadly scowling, To whom she speaks, and he replies with howling.

When he hath ceased his ill-resounding noise, Another flop-mouth'd mourner, black and grim, 920 Against the welkin volleys out his voice; Another and another answer him, Clapping their proud tales to the ground below, Shaking their scratch'd ears, bleeding as they go.

Look, how the world's poor people are amazed 925 At apparitions, signs, and prodigies, Whereon with fearful eyes they long have gazed,

Infusing them with dreadful prophecies; So she at these sad signs draws up her breath, And, sighing it again, exclaims on Death. 930

«Hard-favour'd tyrant, ugly, meagre, lean, Hateful divorce of love», -thus chides she Death-, «Grim-grinning ghost, earth's worm, what dost thou mean To stifle beauty and to steal his breath, Who when he lived, his breath and beauty set 935 Gloss on the rose, smell to the violet?

If he be dead, -O no, cannot be, Seeing his beauty, thou shouldst strike at it;O yes, it may; thou hast no eyes to see, But hatefully at random dost thou hit. 940 Thy mark is feeble age; but thy false dart Mistakes that aim, and cleaves an infant's heart.

Hadst thou but bid beware, then he had spoke, And, hearing him, thy power had lost his power. The Destinies will curse thee for this stroke; 945 They bid thee crop a weep, thou pluck'st a flower: Love's golden arrow at him should have fled, And not Death's ebon dart, to strike him dead.

Dost thou drink tears, that thou provokest such weeping? What may a heavy groan advantage thee? 950 Why hast thou cast into eternal sleeping Those eyes that taught all other eyes to see? Now Nature cares not for thy mortal vigour, Since her best work is ruin'd with thy rigour.»

Here overcome, as one full of despair, 955 She vail'd her eyelids, who, like sluices, stopp'd The crystal tide that from her two cheeks fair In the sweet channel of her bosom dropp'd; But through the flood-gates breaks the silver rain, And with his strong course opens them again. 960

O, how her eyes and tears did lend and borrow! Her eye seen in the tears, tears in her eye; Both crystals, where they view'd each other's sorrow, Sorrow that friendly sight sought still to dry; But like a stormy day, now wind, now rain, 965

Sight dry her cheeks, tears make them wet again.

Variable passions throng her constant woe, As striving who should best become her grief; All entertain'd, each passion labours so That every present sorrow seemeth chief, 970 But none is best: then join they all together, Like many clouds consulting for foul weather.

By this, far off she hears some huntsman holloa; A nurse's song ne'er pleased her babe so well: The dire imagination she did follow 975 This sound of hope doth labour to expel; For now reviving joy bids her rejoice, And flatters her it is Adonis' voice.

Whereat her tears began to turn their tide, Being prison,'d her eye like pearls in glass: 980 Yet sometimes falls an orient drop beside, Which her cheek melts, as scorning it should pass To wash the foul face of the sluttish ground, Who is but drunken when she seemeth drown'd.

O hard-believing love, how strange it seems 985 Not to believe, and yet too credulous! Thy weal and woe are both of them extremes; Despair, and hope, makes thee ridiculous : The one doth flatter thee in thoughts unlikely, In likely thoughts the other kills thee quickly. 990

Now she unweaves the web that she hath wrought; Adonis lives, and Death is not to blame; It was not she that call'd him all to nought: Now she adds honours to his hateful name; She clepes him king of graves, and grave for kings, 995 Imperious supreme of all mortal things.

«No, no», quoth she, «sweet Death, I did but jest; Yet pardon me, I felt a kind of fear When as I met the boar, that bloody beast, Which knows no pity, but is still severe; 1000 Then, gentle shadow, -truth I must confess,I rail'd on thee, fearing my love's decease.

Tis not my fault: the boar provoked my tongue: Be wreak'd on him, invisible commander; 'Tis he, foul creature, that hath done thee wrong; 1005 I did but act, he's author of my slander: Grief hath two tongues; and never woman yet Could rule yhem both without ten womenn's wit.»

Thus hoping that Adonis is alive, Her rash suspect she doth extenuate; 1010 And that his beauty may the better thrive, With Death she humbly doth insinuate; Tells him of trophies, statues, tombs, and stories His victories, his triumphs and his glories.

«O Jove», quoth she, «how much a fool was I 1015 To be of such a weak and silly mind To wail his death who lives and must not die Till mutual overthrow of mortal kind For he being dead, with is beauty slain, And, beauty dead, black chaos comes again. 1020

Fie, fie, fond love, thou art so full of fear As one with treasure laden, hemm'd with thieves Triflews unwitnessed with eye or ear Thy coward heart with false bethinking grieges.» Even at this word she hears a merry horn, 1025 Whereat she leaps that was but late forlorn.

As falcons to the lure, away she flies; The grass stoops not, she treads on it so light; And in her haste unfortunately spies The foul boar's conquest on her fair delight; 1030 Which seen, her eyes, as munder'd with the view, Like stars ashamed of day, themselves withdrew;

Or, as the snail, whose tender horns being hit, Shrinks backward in his shelly cave with pain, And there all smother'd up in shade doth sit, 1035 Long after fearing to creep forth again; So, at his bloody view, her eyes are fled Into the dee-dark cabins of her head;

Where they resign their office and their light

To the disposing of her troubled brain; 1040 Who bids them still consort with ugly night, And never wound the heart with looks again; Who, like a king perplexed in his throne, By their suggestion gives a deadly groan,

Whereat each tributary subject quakes; 1045 As when the wind, imprison'd in the ground, Struggling for passage, earth's foundation shakes, Which with cold terror doth men's mind confound. This mutiny each part doth so surprise, That from their dark beds once more leap her eyes; 1050

And being open'd threw unwilling light Upon the wide wound that the boar had trench'd: In his soft flank; whose wonted lily white With purple tears, that his wound weps, was drench'd: No flower was nigh, no grass, herb, lear or weed, 1055 But stole his blood and seem'd with him to bleed.

This solemn sympathy poor Venus noteth; Over one shoulder doth she hang her head; Dumbly she passions, franticly she dotedh; She thinks he could not die, he is not dead: 1060 Her voice is stopp'd, her joints forget to bow; Her eyes are mad that they have wept till now.

Upon his hurt she looked so steadfastly That her sight dazzling makes the wound seem thee; And then she reprehends her mangling eye, 1065 That makes more gashers where no breach should be: His face seems twain, each several limb is doubled; For oft the eve mistakes, the brain being troubled.

«My tongue cannot express my grief for one, And yet», quoth she, «Behold two Adonis dead! 1070 My sight are blown away, my salt tears gone, Mine eyes are turn'd to fire, my heart to lead: Heavy heart's lead, melt at mine eyes, red fire! So shall I die by drops of hot desire.

Alas, poor world, what treasure hast thou lost! 1075 What face remains alive that's worth the viewing? Whose tongue is music now? what canst thou boast

Of things long since, or any thing ensuing? The flowers are sweet, their colours fresh and trim; But true-sweet beauty lived and died with him. 1080

Bonnet nor veil henceforth no creature wear! Nor sun nor wind will ever strive to kiss you: Having no fair to lose, you need not fear; The sun doth scorn you, and the wind doth hiss you: But when Adonis lived, sun and sharp air 1085 Lurk'd like two thieves, to rob him of his fair.

And therefore would he put his bonnet on, Under whose brim the gaudy sun would peep; The wind would blow it off, and, being gone, Play with his locks: then would Adonis weep; 1090 And straight, in pity of his tender years, They both would strive who first should dry his tears.

To see his face the lion walk'd along Behind some hedge, because he would not fear him; To recreate himself when he hath sung, 1095 The tiger would be tame and gently hear him; If he had spoke, the wolf would leave his prey, And never fright the silly lamb that day.

When he beheld his shadow in the brook, The fishes spread on it their golden gills; 1100 Wen he was by, the birds such pleasure took, That some would sing, some other in their bills Would bring him mulberries and ripe-red cherries; He fed them with his sight, they him with berries.

But this foul, grim, and urchin-snouted boar, 1105 Whose downward eye still looketh for a grave, Ne'er saw the beauteous livery that he wore; Witness the entertain that he gave: If he did see his face, why then I know He thought to kiss him, and hath kill'd him so. 1110

Tis true, tis true; thus was Adonis slain: He ran upon the boar with his sharp spear, Who did not whet his teeth at him again, But by a kiss thought to persuade him there; And nuzzling in his flank, the loving swine 1115

Sheathed unaware the tusk in his soft groin.

Had I been tooth'd like him, I must confess, With kissing him I should have kill'd him first; But he is dead, and never did he bless My youth with his; the more am I accurst.» 1120 With this, she falleth in the place she stood, And stains her face with his congealed blood.

Se looks upon his lips, and they are pale; She takes him by the hand, and that is cold; She whispers in his ears a heavy tale, 1125 As if they heard the woeful words she told; She lifts the coffer-lids that close his eyes, Were, lo, two lamps, burnt out, in darkness lies;

Two glasses, where herself herself beheld A thousand times, and now no more reflect; 1130 Their virtue lost, wherein they late excell'd, And every beauty robb'd of his effect: «Wonder of time», quoth she, «this is my spite, That, thou being dead, the day should yet be light.

Since thou art dead, lo, here I prophesy, 1135 Sorrow on love hereafter shall attend: It shall be waited on with jealousy, Find sweet beginning but unsavoury end; Ne'r settled equally, but high or low, That all love's pleasure shall not match his woe. 1140

It shall be fickle, false full of fraud; Bud, and be blasted, in a breathing-while; The bottom poison, and the top o'erstraw'd With sweets that shall the truest sight beguile: The strongest body shall it make most weak, 1145 Strike the wise dumb, and teach the fool to speak.

It shall be sparing and too full of riot, Teaching decrepit age to tread the measures The staring ruffian shall it keep in quiet, Pluck down the rich, enrich the poor with treasures 1150 It shall be raging-mad, and silly-mild, Make the young old, the old become a child.

It shall suspect where is no cause of fear; It shall not fear where it should most mistrust; It shall be merciful and too severe, 1155 And most deceiving when it seems most just; Perverse it shall be where it shows most toward, Put fear to valour, courage to the coward.

It shall be cause of war and dire events, And set dissension 'twist the son ad sire; 1160 Subject and servile to all discontents, As dry combustious matter is to fire: Sith in his prime death doth my love destroy That they love best their loves shall not enjoy.»

By this the boy that by her side lay kill'd 1165 Was melted like a vapour from her sight, And in his blood, that on the ground lay spill'd, A purple flower sprung up, chequer'd with white, Resembling well his pale cheeks and the blood Which in round drops upon their whiteness stood. 1170

She bows her head, the new-sprung flower to smell, Comparing it to her Adonis' breath; And says, within her bosom it shall dwell, Since he himself is reft from her by death: She crops the stalk, and in the breach appears 1175 Green-dropping sap, which she compares to tears.

«Poor flower», quoth she, «this was thy father's guiseSweet issue of a more sweet-smelling sireFor every little grief to wet his eyes: To grow unto himself was his desire, 1180 And so 'tis thine; but know, it is a good To wither in my breast as in his blood.

Here was thy father's bed, here in my breast; Thou art the next of blood, and 'tis thy right: Lo, in this hollow cradle take thy rest; 1185 My throbbing heart shall rock thee day and night: There shall not be one minute in an hour Wherein I will not kiss my sweet love's flower.»

Thus weary of the world, away she hies,

And yokes her silver doves; by whose swift aid 1190 Their mistress, mounted, through the empty skies In her light chariot quickly is convey'd; Holding their course to Paphos, where their queen Means to immure herself and not be seen.

THE END

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