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XAVIER OQUENDO TRONCOSO, ECUADOR, 1972
POESÍA
TIEMPO DE HIJOS
A los tres Jotas de mi vida.
I En el fondo de los vientos habitan los ángeles que parecen otros vientos que se juntan con los vientos normales y entonces forman los colores de las brisas que los hijos ven, y nosotros creemos que es el viento. Pero son los ángeles caídos que quieren jugar a ser viento.
II Mira hijo, allá hay un fino ángel que quiere jugar con el fuego de tus ojos. Y por allá han aparecido otros seres nuevos que no son los juguetes de la casa ni los que encontramos en las ramas de los árboles. No te tardes mucho con ellos que tú no tienes alas para tapar el frío de tu asombro.
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POESÍA
III Es el silencio ahora. El silencio está de noche ahora. El hijo duerme conmigo y el silencio se prende en las luces de la ciudad. Entonces se ven las luces dentro del silencio y el niño se despierta y ve el silencio que le rodea y duerme como la ciudad y la noche.
IV Es la madre y el padre y los hijos que se van haciendo en el zaguán de los años. Y esos sofás y esos adornos y cristales y esas maderas y los libros, son la casa. Y la casa son los hijos que se leen nuestros libros y los libros que se van haciendo hijos de los hijos. Y las cobijas y los almohadones donde duermen todos los animalitos fabricados en cuentos que han leído los hijos y que se hacen realidad en esta casa que es el hijo de la casa y la casa del hijo.
(De “Salvados del Naufragio”, 2005)
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LA PLAYA Por las arenas pasan las muchachas que han decidido poblar el planeta con sus formas y sus dioses. Por las arenas pasan los muchachos que complacen los deseos femeninos con una inocente sonrisa que juega. El mar, por esta vez, es solo anécdota.
(De “Salvados del Naufragio”, 2005)
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EL AMAZONAS, 1542 Fueron años y luces las montañas antes de llegar al río. Los trece de la fama partieron de la isla. Treparon secas lomas, tomando como escudo los pasos de la suerte. Vieron las nubes negras, los diarios algodones. El cauce estaba lejos. Los deltas no se abrían. Al río de la especia lo tapaba las selvas. Llegaron ofuscados, sacándose la sed de entre las mangas. Bebieron el azúcar de sus aguas. Encendieron el brillo de una brasa, para festejar con fuego el pecado de su hazaña.
(De “La conquista del agua”, 2001)
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ANTES DE LA CAZA A mi padre
Quiero encontrar el lugar donde ubicarme. Entro en la vecindad de voces que me dicen: ve a buscarte lejos, en los andenes de las penas, ve a ponerte en fila con los astros; deja el poema un rato, y reconoce los olmos. Piensa que ya estorbas y no sirves, que de grande uno se trastroca y se consume. Mamá ya no prepara bien las cenas, no hay comida hasta después del día. Ve a buscar el círculo vicioso que pueda hacerte hombre en el insomnio de los días. Vete y no vuelvas hasta después de la caza. (De “Después de la caza”, 1998)
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ALGO SIN MIEDO Tengo miedo de descubrirme, de sacarme la cana que tapa la calvicie. De ser yo, y no ser otro hombre u otra mujer. De despejar la falsedad de las pupilas, de expulsar los océanos que tengo por dentro y el grito que los hombres llevamos. Quiero convertirme en algo sin miedo. en algo hoja, en algo pájaro, en algo. (De “Después de la caza”, 1998)
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BICICLETAS Las ruedas me recuerdan al molino. Me recuerdan dos molinos y Sancho montando el Don Quijote de su fe. (De “Después de la caza”, 1998)
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AUTOBUSES A Pedro Saad Herrería
En las páginas de esa revista y en las ventanas de esos autobuses, he visto piernas verdaderamente piernas. He visto figurines que se desintegran al mirarlos con obsesión repetida. Esas piernas, más piernas que nunca, me han devuelto el fragor de la utopía. Pero se quedan lejos, se escapan y se van... (De “Después de la caza”, 1998)
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POESÍA
Para mis hermanos Mauricio y María Andrea, y mis primos María Salomé, Thania y Sandra.
Mi abuelo y mi abuela tenían un caminar maduro. Ella, pausada en el galope; él, acelerado y discurrido. Caminaban, mirando la última huella que había dejado el animal de turno. Ella seguía el paso del hombre como una secuencia natural. El río de mi abuelo y de mi abuela no se parece al Guadalquivir ni al Guayas. Es un río de piedra que desciende sobre las sendas que faltan por conocer y adentrarse. Mi abuela nada tiene que ver con la abuela de Perencejo. Perencejo no tiene esos senderos ni ese paso seguro y lento. El abuelo de Fulano no conoce el camino que mi abuelo guarda en el bolsillo: sendero extraviado entre la menta y el king sin filtro que olían sus pantalones. Mi abuelo se parece a los astros. Mi abuela es un astro.
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Mi abuelo se parece a mi abuela y los dos a las estrellas. Nada tienen del Guayas ni del Guadalquivir. Ni de los viejos Fulano y Perencejo. Los miramos a través de las radiografías de sus huellas. Miramos sus sendas como esfinges que heredamos para practicar la fe. Nada tienen que ver con mis zapatos torcidos. Caminaron, los dos, el valle hasta la muerte. Son un río que esconde a las aguas debajo de las piedras.
(De “El (An)verso de las esquinas”, 1996)
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LAS MONEDAS El dinero brillaba como petróleo. Con él nos pusimos a vivir. Construimos una casa enorme que nos cayó encima. Hacia él volvimos, pero nos dio duro. Nos rompió la cara con sus monedas prietas. Nos quedamos los de siempre, solos, pero firmes. Robles tiernos que no quieren hacer de la leña carbón de parrilla. Quisimos visitar a la madre del dinero y pedir la mano de su vástago. Luego acostarnos con él y hacerle un hijo que grite en oro. Pero siempre pudo más que nosotros. Un día se fue y nos dejó unos cigarrillos para que los fumemos en las penas. (De “Esto fuimos en la felicidad”, 2009)
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CHICOS COCODRILO Nunca hemos sido los guapos del barrio, siempre hemos sido una cosa normal David Summers
Y llegamos a tener un automóvil. No era un descapotable como el soñado en una noche mojada. Era un modelo en blanco y negro. Lo pintamos con su propio brillo. Desde el retrovisor de nuestras ansias vimos el mundo. Éramos James Dean en nuestro mito: nos peinábamos con brillante brillantina a ver si las mujeres nos amaban. Pero el automóvil no fue suficiente. Había que encontrar ese aire que nos mueva los cabellos engominados. Ese halo de niebla que nos pase por la frente y que nos haga saber que no éramos tan guapos, que no éramos dechados de virtudes. Que solo éramos nómades del pueblo hebreo y que, antes de encontrar la tierra nuestra, debíamos hallar a la mujer a la que invitáramos a nuestro automóvil, mientras el cielo nos encapota con sus lluvias.
(De “Esto fuimos en la felicidad”, 2009)
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LA BOHEMIA La esquina donde hoy crece un eucalipto era antes el café de nuestras horas. Allí vivimos noches y mil y una, allí asomó Aladino y su mal genio, allí éramos más grandes que el destino. En el café de enfrente de esta loma vivimos los más pájaros momentos: igual que una vitrola sin su trompa, tanto como una explosión de mandarinas. Allí me enamoré de tu vestido, allí pedí el amor en servilletas a la sabiduría del mesero. Allí estuve hasta que el alba se haga día, hasta que los muertos resuciten, hasta que Lázaro levante. Allí llegó Goliat con sus poderes y allí nació el David de nuestras ansias, allí pelearon y allí se hicieron almas. En este lado de la ciudad, donde el sol es poco menos que un minuto, estuvo el café de nuestra edad, que dio de comer al hambriento y beber al bebiento. Allí, donde ahora crece un eucalipto que quiere hacer feliz a la vereda.
(De “Esto fuimos en la felicidad”, 2009)
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RECUENTO DE LOS HECHOS Todos nos fuimos. Atrás se escucha el torpedo de la fiesta, la corona roja de los bares, el aguardiente azul que nos amaba y la marcha desigual de la jarana. Después, la madrugada con olor a miel. Los amigos dormidos, amontonados como un pozo de trinos, como un manzano cargado. Éramos todos, solo el viento era solo. Los demás, los otros nosotros, éramos uno en la soledad del nuevo día. Nos dolíamos juntos y eso era la felicidad. (De “Esto fuimos en la felicidad”, 2009)
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EL IGNORANTE Es la primera nieve de tu vida Pues ayer no eran más que manchas De color, diminutos placeres, temores, penas Inconsistentes, faltos de palabra Yves Bonnefoy
Por primera vez, la nieve. Una especie de reproducción del mundo. Me quedé absorto frente a los colores que danzan en su luz. Sentí un miedo tormentoso y unos ojos en mitad del frío. ¡Desconocida la nieve! En la mitad de ella algo emerge antes que las aguas lo reclamen. (De “Esto fuimos en la felicidad”, 2009)
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