XII Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación. Nuevos escenarios y lenguajes convergentes

XII Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación. “Nuevos escenarios y lenguajes convergentes” Escuela de Comunicación Social – Facultad de C

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XII Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación. “Nuevos escenarios y lenguajes convergentes” Escuela de Comunicación Social – Facultad de Ciencia Política y RRII - Rosario 2008.

Apellido y nombre: Colacrai, Pablo. E-mail: [email protected] Institución a la que pertenece: U.N.R. Área de interés: Arte y comunicación. Palabras claves: Cultura popular – Lectura – Poder. Título: “MENOCCHIO, UN HOMBRE INFAME. UNA LECTURA FOUCAULTIANA DE "EL QUESO Y LOS GUSANOS”.

Abstract: En "El queso y los gusanos" Carlo Ginzburg logra exhumar la vida de Menocchio, un molinero italiano que fue condenado a la hoguera por herejía en el año 1601. Por medio de los documentos de ese juicio el historiador reconstruye la "visión del mundo" del molinero, sus lecturas y sus costumbres. El presente trabajo propone una revisión del texto de Ginzburg utilizando la teoría del poder de Michel Foucault como hilo conductor para establecer similitudes con el artículo "La vida de los hombres infames". Por medio de este paralelo se buscarán los puntos de encuentro, así como también las diferencias, entre el pensamiento de Michel Foucault y algunos postulados de la sociología de la cultura.

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“MENOCCHIO, UN HOMBRE INFAME. UNA LECTURA FOUCAULTIANA DE "EL QUESO Y LOS GUSANOS”.

Introducción En el libro “El queso y los gusanos” Carlo Ginzburg exhuma la vida de Menocchio, un campesino italiano que fue condenado a la hoguera en el año 1601 por hablar con sus vecinos y conocidos sobre religión, exponiendo ideas de dudosa procedencia. En su declaración frente al tribunal esas ideas se muestran como un insospechado arsenal de teorías inconexas, entre las que figuraba una cosmología de una creatividad fascinante, que proponía como comienzo del mundo un caos original, en el que se encontraban juntos: tierra, aire, fuego y agua. Luego, supuestamente, todo eso formó, poco a poco, una masa, de la misma manera en que se hace el queso con la leche, y de ese queso cósmico surgieron gusanos que fueron los ángeles y Dios. Buscando el posible origen de esas desopilantes nociones, Ginzburg indaga en los libros que había leído Menoccio y arriba a la conclusión de que entre los textos leídos y las conclusiones, siempre hay un hiato, una desviación profunda que impide que esos libros puedan ser considerados como fuentes, en el sentido mecánico del término. “Por lo tanto más importante que el texto es la clave de lectura; Y, esa clave de lectura, nos remite continuamente a una cultura distinta de la expresada por la página impresa: una cultura oral”. (Ginzburg, 2008, 86) El objetivo final de este cuidadoso análisis es demostrar que detrás de las insólitas ideas de Menocchio se esconde un complejo entramado de creencias, de vivencias, una forma diferente de ver el mundo: una cultura popular.

Ginzburg discute con Foucault Creemos que es posible analizar la experiencia de Menocchio desde ciertos postulados de Michel Foucault. Principalmente utilizando su conocida concepción de poder. Si partimos de la premisa de que el poder produce verdad, seguramente llegaremos a entender algunas de las penurias por las que tuvo que pasar Menocchio. Porque ¿qué significa producir verdad sino excluir, delimitar, expulsar una serie de conocimientos y de saberes del lugar siempre autorizado y eficaz de lo verdadero? La obra de Foucault muestra en más de una oportunidad cómo el discurso del poder se impone como el discurso de la verdad, condenando de ese modo a cualquier enunciado que no se aplique a sus normas y cláusulas a residir en el error, 2

en la falta, a ser lo otro de lo verdadero. El derrotero de Menocchio, sus conocimientos heterodoxos y sus tradiciones propias de una “clase popular”, son un claro ejemplo de los procedimientos del poder para delimitar los campos de acción de los sujetos, impedir las posibles interpretaciones de los textos y distinguir los discursos plausibles de circular de los malditos. Sin embargo, antes de comenzar con esta búsqueda de confluencias es necesaria una aclaración previa, debido a que el propio Carlo Ginzburg, en la introducción del libro, dedica un par de páginas a discutir abiertamente la metodología foucaultiana. Ginzburg critica fundamentalmente el hecho de que para Foucault sean más importantes las formas en las que se determina a un otro, los gestos y criterios de exclusión, que los excluidos mismos. Por otro lado, niega la posibilidad del sujeto subalterno de hablar con su propia voz y en ese sentido entiende que la decisión tomada en el caso de Pierre Riviere, es un error y una falta de compromiso. A esta crítica se podría sumar la de Spivak (1998) quien recrimina tanto a Foucault como a Deleuze 1 la pretensión de hacer hablar al sujeto subalterno ignorando la función ideológica que esto conlleva y delegando así la función principal del intelectual que sería, para estos autores, manifestarse por aquellos que no pueden hacerlo. Creemos que si el objetivo es el acercamiento a la clase subalterna, seguramente se debe ir más allá de la teoría foucaultiana, en el sentido en que deber sortear a los mecanismos de poder. Pero la hipótesis de este trabajo es que en ese ir más allá acaso no sea necesario negar la teoría de Foucault, sino que probablemente utilizándola, allí donde es efectiva, pueda proveer de valiosas herramientas para interpretar la realidad. Sobre todo si entendemos a la subalternidad como un efecto de poder.

El poder y los hombre infames Existe una causa principal por la que conocemos las fantásticas invenciones de Menocchio: su valentía para pronunciarlas frente a sus jueces. Esto provocó que fueran registradas por escrito y archivadas. En este punto es casi imposible no encontrar coincidencias con el artículo de Foucault La vida de los hombres infames. Aunque difieran las “intenciones” de ambas investigaciones, el objeto es prácticamente el mismo. En ese ensayo Foucault anuncia un libro que nunca escribirá sobre “personajes que perteneciesen a esas millones de 1

Spivak cita en su texto del diálogo de Foucault con Deleuze “Los intelectuales y el poder” publicado en Foucault (1992)

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existencias destinadas a no dejar rastro” (Foucault, 1993,180). Pero para poder acceder a esas vidas que estaban predestinadas a la oscuridad fue imprescindible que “un haz de luz se posase sobre ellas” (Ibídem, 181). El poder es, para Foucault, ese haz de luz que permitió iluminar vidas que de otra manera hubieran sucumbido en el olvido. Pero lo que impulsó el encuentro con el poder de estos personajes, no fueron ni sus méritos, ni sus hazañas. Sino sus desviaciones, sus inquinas, sus debilidades y perversiones que el poder consideró importante orientar o castigar. Fue necesario un choque con el poder, que sus trayectorias se encontraran, para que pudieran llegar a nosotros esas crónicas. 2 Del mismo modo, debemos la persistencia de la memoria de Menocchio antes a su cruce con el poder, y al juicio que le costó la vida, que al desparpajo de sus afirmaciones. Pero si bien el molinero se encontró frente a frente con la autoridad, lo notable fue su ímpetu para enfrentarla, su necesidad de expresar su verdad, de denunciar las injusticias que él veía por todas partes. Dos ejemplos para graficar esto: en un momento le dice a un paisano “¿Qué te crees? Los inquisidores no quieren que sepamos lo que ellos saben” (Ginzburg, 2008, 124). Distinguía claramente que en el saber radica el poder de “ellos”, que –como bien lo señala Ginzburg– son “los superiores, los poderosos”, en oposición a un “nosotros” de los campesinos. En otro momento denuncia la relación desigual que se imprime en los juicios por el uso del latín, lengua incomprensible para las clases populares, ya que de esa manera “los hombres no entienden lo que se dice y si quieren decir dos palabras tienen que tener un abogado” (Ibidem, 47) Hay otras tantas declaraciones de Menocchio que demuestran que él veía que el poder que se ejerce sobre los pobres se basaba en un saber que no era compartido, sino más bien, celosamente cuidado. La relación poder-saber que denuncia Menocchio es una ya clásica preocupación Foucaultiana. Proponemos entonces, para facilitar el análisis, diseccionar ese poder al que se revela Menocchio en tres restricciones distintas e íntimamente relacionadas entre sí. En primer lugar, es un poder que impone qué lecturas pueden hacerse y cuáles no; en segundo, es un poder que circula por medio de la escritura, entendida como fuente de autoridad –elemento ajeno a las culturas populares tradicionalmente orales–; finalmente, es un poder que regula lo

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Pueden encontrarse otro punto de intersección que no abordaremos en este trabajo entre la forma de historia que propone Ginzburg y los conceptos de contra historia y genealogía de Michel Foucault.

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que debe y lo que no debe ser dicho. Desglosando esta triple condición del poder, podremos ver con más claridad las pertinencias de los principios de Michel Foucault.

Lectura activa En cuanto al lugar de la lectura, no nos resulta aventurado afirmar que la posibilidad de que se produzcan corrimientos de sentido sobre los textos escritos, diferentes apropiaciones, es algo que siempre ha disgustado a los regímenes de poder. (Sólo como ejemplo podemos recordar la preocupación por el lenguaje que se expone en 1984 de Orwel, en la búsqueda totalitaria de un idioma cada vez más libre de todo tipo de desplazamiento semántico). Por esta razón se intenta establecer, por medio de distintos dispositivos, principios canónicos de lecturas que derivan en interpretaciones correctas. Siguiendo a Foucault, podemos afirmar que el poder, por intermedio de sus instituciones – es decir: relaciones de fuerza cristalizadas– determina interpretaciones admisibles y condenables. Este tema también interesó a De Certeau quien sostiene que: “La Iglesia, fundadora de la división social entre clérigos y fieles, mantenía la Escritura en el estado de “literalidad” supuestamente independiente de sus lectores y, de hecho, guardada por sus exegetas: la autonomía del texto era la reproducción de las relaciones socioculturales en el interior de la institución cuyos encargados fijaban lo que había que leer”. (De Certeau, 1996, 185) Si bien es cierto que existían libros prohibidos y libros permitidos, y que una de las premisas del juicio a Menocchio fue determinar qué había leído –en las actas consta que se realizó una revisión de la biblioteca de Menocchio, en la que no se encontró ningún ejemplar no autorizado–; lo que demuestra la historia del molinero es que restringir el acto creativo de la lectura es aún más importante que controlar los textos mismos; y a su vez, más dificultoso. La apuesta entonces no es sólo ordenar qué leer, sino también cómo leer lo que se lee. El juicio a Menocchio revela esta necesidad del poder de limitar las potenciales lecturas, de imponer reglas y restricciones, de balizar los textos, como se delimita el tránsito por una ciudad. De Certeau propone a la lectura como una de las tantas tácticas que los sujetos efectúan en su actuar cotidiano y que tienen un valor de resistencia a la opresión producida por la cultura dominante: “éxitos del débil sobre el fuerte” las llama. La condición de una táctica es que sea una acción despojada de lugar propio, que no pueda ser acumulable; y la lectura es el ejemplo por antonomasia, ya que no posee de un espacio definido puede 5

acontecer en la intersección de culturas heterogéneas y crear, como sucedió con Menocchio, apropiaciones absolutamente originales. Menocchio era un lector incansable, creativo, polémico. Pero, debido al lugar que ocupaba dentro de la sociedad, sus lecturas carecían en absoluto de autoridad. “Que un molinero como Menocchio hubiese llegado a formular ideas independientes tan distintas a las corrientes, pareció inverosímil a los inquisidores.” (Ginzburg, 2008, 65) Las interpretaciones autorizadas emanan en cambio de la Institución Iglesia, que fue durante siglos la encargada de señalizar y enseñar cómo debían ser leídas las escrituras. La audacia de Menocchio de enfrentarse al juicio y desarrollar las ideas “que habían surgido de su cabeza” es indudablemente una afrenta al poder –tanto así que fue necesario castigarlo. Vemos así que la facultad de apropiación e invención como espacio táctico, es decir, la idea de De Certeau de lectura activa como actividad antidisciplinaria es el trasfondo siempre presente, la condición de posibilidad, de la historia de Menocchio.

Oralidad y Escritura Pasemos ahora al problema de la relación entre una tradición oral y otra escrita. En el libro Ginzburg colige el vínculo procediendo a analizar el desfase entre las supuestas “fuentes” escritas y las declaraciones del molinero. A primera vista, los principios de Menocchio no pueden deducirse de ninguna religión o culto, son simplemente “creaciones de su mente”. Pero gracias a una meticulosa investigación, Ginzburg logra sacar a la luz el origen de ciertas afirmaciones y lo asocia a “una imprecisa y aparentemente intangible, subsidiaria de una tradición oral que no ha dejado huellas” (Ginzburg, 2008, 14). Como afirmamos anteriormente, la posibilidad de haber recibido el legado de las maravillosas ideas de aquel molinero se la debemos exclusivamente al juicio que le costó la vida. Técnicamente hablando, a la trascripción escrita de ese juicio. Porque si bien las invenciones de Menocchio eran de una singularidad asombrosa, la realidad es que estaban condenadas al olvido y esto Menocchio lo sabía y acaso por eso sentía la necesidad de apropiarse de la cultura de sus adversarios y de su tecnología: la escritura. Del libro de Ginzburg se desprende que la posibilidad de escribir es una herramienta del poder. Cultura oral y cultura popular (o subalterna) son términos que, al menos para él, pueden ser homologados. En la época de Menocchio la escisión entre lectura y escritura era muy marcada, pocos sabía leer y eran aún menos lo que tenían costumbre de escribir. Así, por 6

ejemplo, cuando Menocchio tiene que redactar la carta de arrepentimiento que le otorgó el perdón del primer proceso, la falta de costumbre se vio expuesta no sólo en el tono extraño que adquirió el texto, sino hasta en una dificultad física provocada por una acción que no se ejercita con frecuencia. Este dato suministrado por Ginzburg recuerda a las lettres de cachet que estudia Foucault en el ya citado texto “La vida de los hombres infames”. Nos detendremos entonces en esta nueva analogía encontrada.

Lettres de Cachet Las lettres de cachet eran un procedimiento por medio del cual, en Francia, durante el siglo XVII, los ciudadanos podía formalizar peticiones al rey acerca de algún vecino o conocido que infringiera de alguna manera las leyes o las normas morales. Estas solicitudes, que comúnmente denunciaban pequeños delitos casi domésticos, debían realizarse por escrito. Esto posibilitó que hayan podido llegar hasta nosotros esos reclamos emitidos por individuos apenas acostumbrados a la escritura. Así como en la carta de Menocchio, Ginzburg detecta la falta del hábito de escribir, de la misma manera, Foucault encuentra en esos pedidos, una asimetría entre el tono y lo que se solicita, entre la culpa y el castigo, que está también marcando el encuentro de dos culturas. En ambos casos –el de Menocchio y el de las lettres de cachet– el poder se manifiesta en la escritura; las personas que intentan acercarse al poder deben hacerlo por medio de un manuscrito. El poder escribe y al poder se le escribe. Su palabra es la palabra plasmada, inmóvil. Como se ve en la vida de Menocchio, la tradición oral existe como subsidiaria y epifenomenal con respecto a la centralidad del texto. Podemos pensar, siguiendo una vez más a de Certeau, que la fascinación del poder por la escritura y el registro se debe a la posibilidad de permanecer en el tiempo. Si las tácticas tienen la propiedad de ser evanescentes, de no tener espacio propio, de desarrollarse en el lugar del otro, como vimos, la lectura es la táctica por excelencia. Pero si la escritura asegura la fiabilidad a través del tiempo, la fijación de los contenidos, la predecibilidad; será entonces (siempre en términos de De Certeau) una estrategia; y como tal estará emparentada a los mecanismos del poder.

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Circulación de Discursos Llegamos así al tercer punto a analizar, la restricción de la circulación de los discursos. En el primer juicio, luego de un arrepentimiento fingido, Menocchio logra su libertad, pero a condición de no volver salir de su pueblo y de llevar un hábito y una cruz de por vida. Sin embargo, la verdadera penitencia a la que se lo sometió, fue la prohibición absoluta de debatir, o discutir, acerca de religión. Prohibición que Menocchio no cumple y que lo llevará, dieciocho años después, a ser acusado nuevamente y esta vez sí encontrado culpable y castigado. La Inquisición evidencia así la importancia que adquiere la posible emisión de ciertos discursos contrarios a sus principios. Provenga del sector que provenga, el discurso debía ser regulado y censurado. Volvemos a encontrarnos con un tópico auténticamente foucaultiano. En la presentación del curso del 1970 (el Orden del discurso), al hacerse cargo de la cátedra de Historia de los sistemas de pensamiento, en el discurso inaugural Foucault se pregunta: “¿Qué hay de tan peligroso en el hecho de que la gente hable y que su discurso prolifere?” (Foucault, 2005, 14), Para luego afirmar que “en toda sociedad la producción de discursos está controlada”. Los tres procedimientos de control que desarrolla en ese texto son: La prohibición, la oposición ente verdadero y falso y la disciplina científica. No ingresaremos aquí a desarrollar cada uno de estos, sólo nos interesa destacar que la preocupación de Foucault por estudiar los procedimientos de exclusión de discursos puede ser también una manera de interpretar el juicio y el castigo que sufrió Menocchio. Una vez más resuena la afirmación de Ginzburg, Foucault se interesa por el cómo se excluye y no por los excluidos. Esto es cierto, pero también una vez más, podemos intuir que detectar los modos de segregación, las lógicas y los intereses con los que procede, permite obtener una perspectiva diferente, aunque no opuesta, de los mismo hechos.

A modo de conclusión Afirmamos al principio que existían conceptos claves de la obra de Michel Foucault con los que se podía interpretar la vida, el juicio y la condena de Menocchio. Que exista una subsumisión de la cultura oral frente a la escrita, que se intente restringir la posibilidad de ejercer diferentes lecturas sobre un mismo texto, que a su vez dirigir estas lecturas sea una preocupación del poder y por último, que subsista un desvelo por regular los discursos que 8

circulan en una sociedad son, según vimos, puntos de análisis donde la teoría de Foucault tiene elementos que aportar. También nos encontramos en algunos casos con que hasta los objetos de estudio podían asemejarse, los hombres infames tienen algo de Menocchio; las lettres de cachet, algo de la denuncia al molinero, los estilos escriturales de unos y otros son también asimilables, la cultura a la que pertenecen es definitivamente la misma. La posibilidad de pensar el poder como relaciones de fuerza, por fuera de la figura de la ley, entender que es omnipresente, “no porque tenga el privilegio de reagruparlo todo bajo su invencible unidad, sino porque se está produciendo a cada instante en todos los puntos” (Foucault, 1991, 113). En suma, interpretar al poder como producción antes que como prohibición; es un camino que habilita a concebir la exclusión, la dominación y acaso la problemática relación entre cultura dominante y cultura subalterna. El mismo Ginzburg en el transcurso del libro se atreve a afirmar –citando Historia de la locura en la época clásica– que cien años más adelante Menocchio habría sido “recluido en un hospital para locos”. Es decir, lo que llevó a Menocchio a la hoguera, la designación de hereje, sería, un siglo después, causa para la internación, presa de otro tipo de discriminación, de otra etiqueta: la de loco. Esta manera de entender las lógicas de poder a través de la forma en que demarcan la línea entre lo normal y lo anormal, lo pensable y lo impensable, lo censurable y lo permitido, es un posible aporte de la teoría foucaultiana. Afirmamos al comienzo la posibilidad de pasar a través de la teoría de Foucault para llegar a los sujetos subalternos. Conocer los dispositivos que forjaron esa subalternidad, entender que cambian con los tiempos, con los intereses y las necesidades del poder. Mecanismos que regulan la aparición de los enunciados, que los califican y los organizan. El pensamiento de Foucault se propone entonces como un posible sendero a transitar. Porque, según entendemos, provee de un aparato teórico-metodológico que permite acceder a realidades extremadamente complejas como son la producción de verdad, la circulación de discursos, los mecanismos de exclusión, de evaluación, de degradación; es decir, los innumerables e inclasificables efectos del poder.

Aún así, queda sin solución el lugar que debe ocupar el intelectual frente al campo de lo popular. Sobre este punto la contradicción es flagrante y no se puede tender ningún puente que la amenice. De un lado el intelectual negará toda posibilidad de representación sobre el 9

oprimido por considerarlo un gesto de violencia, de abuso, de imposición. Por el otro, tiene la obligación ética de representar a aquellos que no tienen voz, para denunciar por ellos, para que sus reclamos sean oídos. El debate permanece abierto y tomar posición en él es sin dudas uno de los grandes desafíos de todo intelectual.

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Bibliografía ABRAHAM, T. (1990) Los senderos de Foucault. Buenos Aires, Nueva Visión. DE CERTEAU, M. (1996) La invención de lo cotidiano. I. Artes de hacer. México, Universidad Iberoamericana. FOUCAULT, M. (1991) Historia de la sexualidad. Bs. As., SXXI. FOUCAULT, M (1985) Vigilar y castigar. México, SXXI. FOUCAULT, M. (1992) Microfísica del poder. Madrid, La piqueta. FOUCAULT, M. (1993) La vida de los hombres infames. Buenos Aires, Altamira. FOUCAULT, M. (2005) El orden del discurso. Buenos Aires, Tusquets. GINZBURG, C. (2008) El queso y los gusanos. Barcelona, Península. SPIVAK, G. (1998) ¿Puede hablar el sujeto subalterno? En Orbis Tertius, Año III nº 6.

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