Yo, Nosotros y Uno (El Énfasis y la Modestia)

Unidad 20 • “Yo”, “Nosotros” y “Uno” (El Énfasis y la Modestia) “Así, si el abuso del “yo” resulta pedante, y el excesivo empleo de “nosotros” puede

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Unidad 20

• “Yo”, “Nosotros” y “Uno” (El Énfasis y la Modestia)

“Así, si el abuso del “yo” resulta pedante, y el excesivo empleo de “nosotros” puede prestarse a equívocos, el impersonal “uno” muy repetido –vicio en que caen algunos prosistas actuales- puede resultar inelegante, de mal gusto, casi diríamos de tono plebeyo.”

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"YO", "NOSOTROS" Y "UNO" (El énfasis y la modestia) CONVIENE eliminar, siempre que se pueda, al principio de un escrito al enfático yo. ¿Por razones de falsa modestia? No; simplemente por motivos de sencillez, de familiaridad con el lector. Arrancar con el presuntuoso "yo" suele ser contraproducente. Empezar una frase diciendo, por ejemplo, "Yo creo que la actual situación del mundo... ", por su empaque petulante, recuerda la fórmula antaño reservada a los monarcas absolutos, cuando, al final de una "cédula", decían: "Yo el rey". Si se suprime el pronombre y escribimos: "Creo que la actual situación...", el tono resulta más agradable para el lector. Además, haciéndolo así, somos más fieles al espíritu y fisonomía de nuestro idioma, que en esto sigue al latín clásico, cuyos verbos nos dicen la persona por la desinencia, sin poner delante de la flexión verbal la erguida figura del pronombre a modo de hierático portaestandarte: credo, amo, dico, lego, etc. A veces basta posponer el pronombre: "creo yo" resulta menos enfático que "yo creo". Lo dicho vale principalmente para el principio de un artículo. Luego, en medio del trabajo, puede utilizarse el "yo". Su presencia queda como atenuada por el contorno o muchedumbre de vocablos que lo rodean. Los franceses emplean siempre el pronombre verbal (je crois, je pense, nous lisons); pero cuando quieren dar énfasis a la expresión duplican el pronombre, uniendo a las formas débiles, je, tu, il, las fuertes, moi, toi, luí. Ejemplos: "Moi, je pense que...", "Toi, tu ne dois pas courir", "Luí, il nous a dit". (1) En español, cuando se quiere evitar la petulancia del "yo", se cae a veces en el formulismo del "nosotros" -o "nos"-, fórmula ésta no siempre apropiada. En las crónicas y reportajes publicados en la prensa es frecuente leer: "Ayer visitábamos al Dr. X. en su clínica de..." Lo que no resulta exacto si realmente el que visita es uno solo. Más apropiado sería: "Ayer visité al doctor X.." O: "Estuve en casa del Dr. X." Tampoco es correcto, en la entrevista o reportaje, escribir: "Preguntamos al Profesor X". Debe decirse pregunto, si soy yo sólo el interrogador. En cambio, es aceptable escribir: "El Profesor X nos dice". Y ello porque, en este caso, hago partícipe al lector de la respuesta, es decir, porque el Profesor- X, en realidad, al responder a mis preguntas, me contesta a mí, que le pregunto, y al lector que lee. Su respuesta, en el caso de ser para un periódico, es una declaración pública. En los artículos y ensayos, el problema es diferente. Si se escribe en nombre de una institución o empresa -caso de los artículos de fondo o editoriales de un periódico-, entonces debe emplearse siempre la primera persona del plural. Aquí es preceptivo decir "creemos", "opinamos", "nos parece", porque quien escribe no lo hace en nombre propio, sino como portavoz de un equipo de pensamiento. También se suele emplear dicha fórmula en los artículos firmados o en los libros didácticos. Es lo que los gramáticos llaman el "plural de modestia". "Nosotros -escribe Gis y Aya representa a un sujeto singular en el plural de modestia, como el que emplea, por ejemplo, un escritor al hablar de sí mismo, diluyendo en cierto modo la responsabilidad de sus palabras en una pluralidad ficticia: nosotros creemos, en vez de yo creo. Hoy parece ganar terreno el uso del yo, pero muchas personas

lo estiman insolente y pedantesco..." "Paralelamente al nosotros de modestia -dice más adelante Mili y Aya-, ha tenido y tiene todavía mucho uso el posesivo nuestro con el mismo sentido. Al decir en nuestra opinión, un escritor se incluye en una pluralidad ficticia, en la cual no aparece tan en primer término como si dijese en mi opinión. En verdad, la modestia nunca está de más, pero la falsa modestia suele a veces despertar la suspicacia del lector. Por ello lo recomendable es que se medite mucho antes de decidirse por el "nos" o el "yo". Será aceptable la primera persona del plural siempre que se trate de emitir una opinión o juicio que, en primera persona, pudieran resultar presuntuosos. Lo que no es admisible es utilizar el "nosotros" en un relato cuando el sujeto es singular. Ejemplo "No habíamos hecho más que llegar al campo de fútbol, cuando divisamos a nuestro amigo Martínez, el cual estaba muy entretenido comiendo almendras. Nos ofreció un buen puñado y, aunque la verdad sea dicha, nuestras muelas no son dignas de una exposición odontológica, nos dedicamos al placer de masticar tan sabroso fruto seco mientras llegaba el momento de empezar el partido." "Poco después, un vendedor ambulante de refrescos nos ofreció insistentemente una naranjada. Como no sabemos decir que no a nada, le pagamos una y, aunque el médico nos tiene prohibida la naranjada por causa del hígado, ingurgitamos el refresco, pensando que, posiblemente, aquello tenía de todo menos de naranja." "Momentos después oímos que, a nuestra derecha, alguien pronunciaba nuestro nombre a voz en grito. ¡Vaya!, ¡Pero si era nuestro buen amigo Ramírez!... " Etc., etc., etc. No se trata de un ejemplo totalmente inventado. Algo análogo a lo expuesto se ha publicado en cierto periódico. Y a la vista salta que, en este caso, el empleo de la primera persona del plural no sólo es incorrecto, sino hasta equívoco en ciertos momentos. En los artículos firmados, lo elegante, lo hábil, es alternar la fórmula. Cabe utilizar la primera persona (a ser posible sin el pronombre verbal "yo"), la primera del plural (no abusando del "nosotros") y, finalmente, cabe también emplear la forma impersonal "uno". Este "uno" impersonal recuerda al "on" francés y al "man" germano y se utiliza cada día más cuando el que habla o escribe, para evitar la supuesta presunción del "yo", alude a sí mismo con esta fórmula indirecta. Ejemplo "Sin meterse a redentor, uno cree que lo pertinente en este caso..." El empleo del "uno" es también un modo indirecto de hacer copartícipe al lector de nuestra opinión, sin obligarle a consentir con la fórmula plural, "sentimos ", "pensamos", etc., siendo así que el que piensa y siente de tal modo es el que escribe.

"En las lenguas modernas -escribe Criado de Val- hay una fuerte tendencia a oponer a los pronombres personales otros pronombres indefinidos o indeterminados, cuya finalidad es desembarazar al sujeto de toda noción de personalidad, ocultándolo bajo una fórmula genérica y prácticamente anónima. Representante característico de esta clase de pronombres en el francés "on". Ej.: "On a été au cine"-. Hay un caso en que es preceptivo usar el "uno": cuando -según Gili y Gaya- no puede utilizarse el se impersonal ni el pasivo. Caso de los verbos reflexivos. Con estos verbos no puede repetirse el se. No podemos escribir: "Se se arrepiente de sus errores". En este caso, la impersonalidad se expresa con el indefinido "uno". Ej.: "Uno se arrepiente de sus errores". Recomendación de orden práctico: el arte de escribir -la habilidad consiste, a menudo, en saber jugar con varias fórmulas posibles sin abusar de ninguna. Así, si el abuso del "yo" resulta pedante, y el excesivo empleo de "nosotros" puede prestarse a equívocos, el impersonal "uno" muy repetido -vicio en que caen algunos prosistas actuales- puede resultar inelegante, de mal gusto, casi diríamos de tono plebeyo. Sólo cuando se quiera dar, intencionadamente, esta sensación de estilo digamos "desgarrado" puede y debe el escritor emplear el "uno" sin tasa para entonar fondo y forma: lo que se dice con el espíritu o aliento que lo informa. Pero cuidando siempre no caer en la repetición malsonante. Cabe utilizar también un sistema narrativo en tercera persona personificada, tras la cual se esconde, hábilmente, el propio narrador. Es el procedimiento típico de Camilo José Cela, cuando, en su "Primer viaje a Andalucía", escribe "En Córdoba no hay judíos o moros o cristianos, como pueden encontrarse, sin excesiva fatiga, en otras ciudades de España. En Córdoba -el vagabundo ruega que se le sepa entender- no hay, probablemente, ni españoles... " O cuando dice: "Es ya tarde y el vagabundo siente ganas de comer. Comer, en Córdoba, es fácil; basta con arrimarse. El vagabundo, en una taberna de olorosa cocína, se arrimó y comió. Y más adelante: "Al vagabundo no le dan buena espina estas letras con moraleja, porque piensa que siempre desmerecen. Al pueblo, que es quien las hace, le va mejor la lírica que la filosofa. " En realidad, este vagabundo es el propio Camilo José Cela quien, así disimulado, puede relatar y, sobre todo, opinar sin caer en la petulancia del que, en primera persona, sienta doctrina. Una mezcla de todos estos procedimientos citados fue el sistema utilizado por el autor de esta obra en un artículo publicado en el diario madrileño YA (y perdóneseme la inmodestia de la "autocita"), el día 29 de enero de 1960, bajo el titulo de "Sinfonía incompleta del invierno malagueño". Dicho artículo comenzaba así: "De pronto -como suele acontecer en las novelas de misterio en las que todo acontece "de pronto"-, de repente, digo, uno, por razones que no importa relatar, se encuentra en Málaga en pleno invierno. Salió el viajero de Madrid con escolta de niebla y frío y, nada más bajar del tren, se tropieza, se da,

de cara, con el inesperado regalo del sol, la templanza y la brisa marina. Salió uno de la meseta castellana con el ceño adusto, con ese gesto avinagrado que nos pone el mal tiempo, y he aquí que, casi sin darnos cuenta, notamos que la sonrisa revive en nuestro rostro. Nada más pisar el suelo malagueño primera y vaga sensación se nota como si una droga u hormona mágica (un "filtro" que decían los clásicos) nos hubiera rejuvenecido. Llegar a esta ciudad en invierno y sentirse contento, eufórico, es casi instantáneo." Subrayo en este ejemplo los diversos modos que adoptó el periodista para huir del "yo" egocentrista, alternando el empleo del se impersonal, con el nos plural, el viajero que disimulaba al autor y el uno indeterminado. Todo esto -se dirá- no es más que habilidad. Reconocido. Pero ¿qué es, en esencia, el arte de escribir sino una habilidad más o menos inspirada y siempre disciplinada por el trabajo, para conseguir el bien hacer?

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