Zori. 1ª Parte. Por. (Novela Autobiográfica) ISBN: Escritor. Miguel Ángel Sáez Gutiérrez. Para mi familia

Escritor Miguel Ángel Sáez Gutiérrez Zori 1ª Parte Por Miguel Ángel Sáez Gutiérrez (Novela Autobiográfica) ISBN: 978-14-486-7404-6 Para mi familia O

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Escritor Miguel Ángel Sáez Gutiérrez

Zori 1ª Parte Por Miguel Ángel Sáez Gutiérrez (Novela Autobiográfica) ISBN: 978-14-486-7404-6

Para mi familia Os quiero como podéis deducir de las páginas de este libro

Índice

Página Prólogo_.................................................................................................................................____1 1._Chico nuevo en la ciudad_.............................................____9 2._Mis primeros amigos_..............................................................___22 3._Mi entorno_.................................................................................................___35 4._Torremolinos_........................................................................................___48 5._Anjoros_.............................................................................................................___61 6._Teide_.....................................................................................................................___74 7._In the army_................................................................................................___87 8._Las franciscanas_.................................................................................__100 9._La comunión_...........................................................................................__113 10.Guadarrama_...............................................................................................__126 11.Beso, morreo o revolcón_..................................................__139 12.¡Hasta siempre abuelo!_..........................................................__152 13.El tío playeras_.........................................................................................__165 14.A por uvas_....................................................................................................__178 15.¡Qué sólo estás!_...................................................................................__191 16.Sonia_........................................................................................................................__204 17.Nuria_.......................................................................................................................__217 18.Esther_....................................................................................................................__230 19.Disco_.......................................................................................................................__243 20.¡Vaya lío!_............................................................................................................__256

Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori

Prólogo ¿Quién es Zori? Zori fue la mujer que cambió el rumbo de mi vida, en realidad no solo ella, sino la sucesión de una serie de acontecimientos producidos en la época en que conocí a Zori, los que provocaron que mi vida cambiara de rumbo. El día que la conocí, se presentó como Zornitza, me dijo que su nombre era el de una estrella, la estrella Zornitza. Yo no había oído hablar de aquella estrella, con los años supe que Zornitza venía de Zoria Outrenniaia que significa estrella de la mañana y además es el nombre de una diosa. No sé si diosa o estrella, lo que si se es que Zori significó un cambio en mi vida, como si una diosa hubiera bajado de las estrellas a la tierra para indicarme que me estaba equivocando de camino, que había aprendido a ser como la sociedad quería que fuera, que no era yo mismo, que mi amor propio se estaba difuminando, pronto advertí que no era yo quien vivía mi propia vida, sino un personaje modelado por la sociedad. Para entender este cambio, creo que es adecuado hacer un retrato de ese acontecimiento en mi vida, del instante en que conocí a Zori. El objetivo que quiero lograr con este prólogo es que el lector sepa el significado de Zori, mi biografía y el modo que he elegido para estructurarla. Cada capítulo lo compone un año de mi vida, comenzando desde mis primeros recuerdos de infancia hasta cumplir los treinta y nueve, cuando inicié su escritura. La idea de escribir mi biografía surge hace tiempo, pero entonces quizá me encontraba demasiado implicado emocionalmente con mi vida como para ser objetivo. Mi vida se compone de una serie de anécdotas, muchas de ellas increíbles, algunas parecen muy lejanas aunque no haya pasado mucho tiempo, como fue la pérdida de mi padre, otras quedan muy lejos, como la convivencia con los compañeros del colegio, anécdotas que tan solo aparecen en sueños, creía que habían desaparecido de mi memoria pero permanecen escondidas en mi cabeza y salen de vez en cuando, como me ocurre ahora mismo, recordando con detalle ese día en que conocí a Zori. Abro los ojos, estoy en una habitación de hotel de no sé de qué lugar, ni tan siquiera sé quién soy yo, siento que las ideas salen de mi cabeza con torpeza, como si tuviera que ir apartando nubes para despejarlas. A pesar de estar algo aturdido y confuso, me siento bien, permanezco tumbado en la cama disfrutando de este estado en el que mi mente permanece vacía, me siento cómodo y no tengo ninguna prisa por espabilarme. Abro la cortina y veo el mar, en milésimas de segundo me ubico y me percato de la situación, estoy de vacaciones en Tenerife, estoy solo, es una de esas muchas veces que he viajado a las islas para relajarme y hacer lo que más me gusta, ir a la playa a disfrutar un buen baño y del sol, nunca pude entender por qué demonios tuve que nacer en el interior si me gusta tanto el mar, podría ser que si me gusta tanto, es por haber nacido en el interior.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Me bajo a desayunar, el hotel es muy elegante, se acerca una camarera y me habla en alemán, se me debe poner cara de póker porque cambia repentinamente de idioma al inglés, ahora se me debe haber puesto cara de besugo porque finalmente decide hablarme en castellano: Miguel: Camarera: Miguel:

Ah, buenos días, discúlpeme, es me acabo de levantar, ¿cómo dice? Buenos días, caballero, para desayunar debe servirse usted mismo, es buffet libre. Ah, muchas gracias, señorita.

Me encanta comer de buffet, cuando vengo a Canarias suelo desayunar algo fuerte y así puedo aprovechar mejor el día, la siguiente comida suelo hacerla sobre las cinco de la tarde. Los hoteles en Canarias dan esta opción, tal vez adaptándose al turismo mayoritario de alemanes e ingleses. Antes de salir a caminar por la playa me doy protección solar y me pongo mi gorra para protegerme la cabeza de los rayos solares. Cuando me he cansado de andar, una horita más o menos, deposito mi toalla sobre la arena, me pongo las gafas de bucear y me lanzo al agua. El agua de las Islas Canarias suele estar algo fría, es por ello que me remojo la cabeza y de este modo la impresión que me produce el cambio de temperatura es menor. Mientras buceo, pasa como un rayo por mi cabeza una anécdota vivida en la isla de la Palma, recordé cómo, mientras buceaba, divisé una masa de roca volcánica, al acercarme pude comprobar que eran unos pececillos que permanecían inmóviles, como si estuvieran dormidos. Me acerqué y cuando estaba justo debajo de ellos, pude verlos bien, eran tiburones de unos treinta centímetros de largo. Resultaba simpático verlos desde abajo porque parecían sonreírme mientras les observaba. En ese momento pensé que quizá pudiera haber cerca otros hermanitos de mayor tamaño o tal vez mamá o papá tiburón, este temor, unido a que ya empezaba a quedarme sin aíre, me llevó a salir de inmediato del agua. No quise alertar a los bañistas de lo que acababa de ser testigo, nunca he oído hablar de ataques de tiburones a bañistas en las islas, si acaso tímidamente he oído hablar de alguna desaparición, no se suele airear mucho este tipo de rumores porque, siendo el turismo el principal ingreso para los canarios, no conviene extender rumores de dicha índole. Pensé que no había razones de peso para sembrar el pánico. Además, mientras recogía, pensé en que los tiburones no son mamíferos, son peces y no había motivo alguno para pensar que la mama tiburón pudiera encontrarse cerca. Como dije antes, la anécdota de los tiburoncillos pasó por mi cabeza muy rápido, es lo bueno que tiene nuestra mente, somos capaces de pensar más rápido que escribimos, de no ser así, es indudable que me hubiera ahogado.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Al salir del agua, estando mi mente ya de regreso en la playa de Tenerife, me sequé con la toalla y miré hacia mi alrededor, había mucha gente de pelo rubio con la piel enrojecida, había entre ellos un rubito muy pequeño que no tendría más de dos años, comenzó a dirigir a sus padres cual general alemán Gustav Winter dirigía sus tropas (el general, también llamado Don Gustavo, fue gran amigo de las islas como yo). Resultaba sorprendente y divertido ver con la soltura que el pequeño daba órdenes, no sería de extrañar que en un futuro no muy lejano dirigiese una importante compañía. En la orilla observé un efecto científicamente imposible, pero lo vi, era un señor de pelo rubio con la piel abrasada por el sol que aullaba, Oh my god! (vaya, que le dolía) mientras se metía en el agua. El hecho es que según se iba metiendo, despedía vapor del agua de su rojo cuerpo como cuando se moja un hierro candente. Es impensable creer que su piel pudiera llegar a la temperatura del hierro fundido, pero ciertamente el efecto que pude ver era similar. He de confesarles que en ocasiones he llegado a vivir situaciones tan inverosímiles que llego a creer son fruto de mi imaginación. Rodeado por cangrejos de pelo rubio, generales de medio metro y sin entender absolutamente nada de lo que escuchaba a mí alrededor, era feliz. Quizá mi felicidad se debía a mi extraordinaria capacidad de sentirme bien cuando mi única compañía son mis pensamientos. La imaginación es un don muy preciado que debe tratar de preservarse. Alguna alguien me preguntó ¿por qué te vas solo de vacaciones a Canarias?, tal vez en buena compañía podría haber disfrutado más, pero surgió así y guardo unos recuerdos muy gratos de mis viajes. Las peores vacaciones que recuerdo fueron las de Canadá y las de Noruega, fueron en compañía de gente con la que era imposible cualquier tipo de convivencia, de caracteres totalmente incompatibles al mío, por suerte, desde las vacaciones de Noruega, no he vuelto a saber de ellos. Si, es cierto, el fantasma de la soledad me visitaba, tenía mis ataques de soledad de vez en cuando, es lo que tiene ir solo. Pensaba en ello mientras permanecía tumbado tomando el sol, algo triste por mi incomprensible soledad, con lo majo que soy yo, ¡hombre! , cuando vi una mujer morena. Pasa a menudo, que cuando crees que eres único entre un millón, el único de piel morena y pelo negro a muchas millas a la redonda, aparece lo que menos te esperas, una mujer de piel morena con el pelo teñido de rojo. Llenábamos la playa los cangrejos de pelo rubio, el pequeño general, la morena, sus padres y yo. No es mi primer encuentro con una morena en el mar, en una ocasión iba nadando por la playa de Mazarrón (Murcia) con un amigo, de repente, entre el agua cristalina, pude ver con total claridad una morena debajo del agua mirándome fijamente. En esta ocasión, aquella morena era de las de comer, ¡vaya un pedazo de pez para echarlo a la plancha!, pude zafarme con facilidad de sus afilados dientes, fue tan sencillo como subirme a unas rocas y respetar su territorio.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Este pez como gran parte de los animales no ataca si no le provocas, si no te metes en su territorio y no se siente en peligro no ataca. Nadé rápido hacia unas rocas y por suerte para mí, no me atacó, aunque he de admitir que logró asustarme. La mujer morena de Tenerife, parecía dulce e inofensiva, no me mordió pero si me trajo algún que otro problemilla más adelante. Aunque estos problemillas, como casi todos, se solucionaron y además me dio una enorme satisfacción personal lograr lo que parecía en principio imposible, solucionarlos. Esta morena, no el pez, si no la mujer, no era otra que Zori, no hubiera adivinado su procedencia aunque sí advertía en ella una belleza helénica, como si se tratara de una diosa del Olimpo. Me tumbé al sol un ratito para secarme y me olvidé por un momento de todo lo que me rodeaba, disfruté del calor del sol sobre mi piel aún fresca por el contacto con el océano Atlántico. Después de un rato me levanté para irme, cuando me levanté ya se habían ido la mujer morena y sus padres, tampoco estaba el pequeño general, tan solo quedábamos unos pocos cangrejos de pelo rubio y yo. Caminé desde la Playa de los Cristianos hasta la Playa de las Américas, pasé el resto del día paseando y parando de vez en cuando para nadar y refrescarme. Al llegar al hotel cené sobre las cinco de la tarde y me fui a la habitación, me encontraba algo cansado, me duché y me eché una buena siesta. Al despertar, debía ser la una de la madrugada, me duché y salí a bailar salsa. En la Playa de las Américas hay dos ambientes diferenciados, el de los turistas y el de los isleños. Yo opté por la discoteca de los isleños porque el tipo de música que ponían me gustaba más, ponían música latina. La camarera de una discoteca me dijo que más tarde habría una demostración de unos cubanos para promocionar clases de baile de salsa, al dar comienzo me dirigí hacia el escenario, me crucé con un joven cantante español, una nueva estrella que hoy es de reconocida fama mundial. El día que vi por primera vez a este cantante en televisión pensé que tenía posibilidades de tener éxito, combinaba su buena voz con mucha energía y desenvoltura encima del escenario, era de los que se dejan la piel. Se le veía feliz y a gusto en el escenario, algo que considero es primordial para tener éxito porque contagia su alegría al público, el programa de televisión donde le vi nació también ese mismo año, en él se formaban nuevas estrellas, programa de gran audiencia que aún se sigue emitiendo. Al llegar al escenario busqué un buen sitio para no perder detalle, el presentador pidió un fuerte aplauso del público para una cantante que se encontraba entre nosotros, precisamente justo a mi lado, no era otra que la novia del joven cantante con el que me había cruzado minutos antes, nueva estrella también descubierta en el mismo programa de televisión, en ese momento deseé que ambos se animasen a intervenir en la demostración.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori La chica en persona era algo más baja de lo que parecía en televisión, se acercó al presentador para pedirle si le permitían poder participar en la demostración bailando, pero la organización del evento no lo consideró oportuno, tal vez sí hubieran aceptado de haberse ofrecido para cantar. La demostración me gustó tanto que desde entonces he hecho varios intentos para aprender a bailar flamenco, bailes de salón y salsa. Reconozco que no tengo facilidad innata para el baile aunque me gustó tanto la demostración que aún hoy en día sigo intentándolo yendo a clases de salsa. Mi interés por la música viene de niño aunque apenas he logrado componer un par de canciones, he dedicado menos tiempo a la música del que hubiera deseado pero nunca he abandonado, aún sigo tocando la guitarra y bailando. Lo que más me gusta de la música es disfrutar de ella tranquilamente en casa, no soy muy amigo de salir en escenarios. He estado sobre un escenario en contadas ocasiones, la primera tenía fue en el colegio con ocho años acompañado de mi amigo Pedrito, por problemas técnicos no funcionaron los micrófonos. Gustó mucho a los que estaban en las primeras filas pero se oían más los abucheos de los de las filas traseras. La segunda vez que actué también fue en el colegio por navidad, esta vez solo para mi clase presentando mi primera composición que decía algo así:

Escuche esta melodía (en eBook)

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori La tercera vez que actué ya era el yupie rumbero (persona entre 20 y 35 años con un nivel adquisitivo alto al que le gusta tocar la rumba), actué en la ceremonia de jubilación de mi madre, en esta ocasión lo preparé bastante y debió gustar aunque mi me pareció que lo podía haber hecho mejor si no me hubiera entrado el miedo escénico. Mi cuarta actuación fue en una fiesta navideña multicultural, me tocó representar a España en un centro de refugiados políticos que hay en Vallecas, lo mejor fue la cena en la que había un buen surtido de comidas de muchos países, participamos en la fiesta varios amigos que nos conocimos en un curso para emprendedores invitados por María Cristina, una de las participantes del curso que residía en dicho centro de refugiados. Uno de estos amigos, José Monje (que se llama como el Camarón), fue una de las personas que me he conocido que me gustaría volver a encontrarme, amigos de los que para contarlos me sobran los dedos de una mano, al igual que Luis, aquel con quien nadaba mientras nos sorprendió una morena por aguas de Mazarrón. Muy especial mi gratitud a la señora Sole, madre de José, que nos invitó a cenar una noche a María Cristina y a mí. Mi quinta actuación fue en un homenaje para los familiares de víctimas del atentado del 11 de Marzo en Madrid, se celebró en un centro cultural por el barrio de Usera donde curiosamente habitan dos avestruces, fue todo un éxito, no por la afluencia de público sino porque los asistentes se divirtieron. Pero no nos descentremos, estando en la discoteca de Tenerife volví a ver a Zori, nos presentamos, hablamos, nos conocimos, bebimos, bailamos, surgió una bella amistad entre nosotros. No recuerdo si llegué a estar enamorado de ella, tal vez, lo que ahora si tengo claro, es que no era la mujer de mi vida. El tópico de “mujer de mi vida” o “hombre de mi vida”, lo comencé a escuchar de boca de una chica con la que salí un año antes de conocer a Zori, me repetía mucho que yo era el hombre de su vida y que jamás me iba a dejar escapar. Todo mentira, pronto dejé de interesarle y se deshizo de mí. Después de aquellas vacaciones me despedí de Zori con alegría, como te despides de un amigo después de una juerga cuando le dices, hasta la próxima. De tener que elegir dos capítulos de mi vida elijo Zori, corazón de la obra y Maestro, último capítulo, ambos pertenecientes a Zori 2ª Parte. Maestro está dedicado a mi mayor ídolo que ya no se encuentra entre los vivos, pero con el que cada mañana al levantar me comunico, le cuento mis problemas y mis logros. Aquel que sin decir nada, me alienta y me da fuerzas para continuar cuando todo va mal. Cuando pienso en él, recuerdo la letra de la canción “You’ve got a friend” (tienes un amigo). Solo que a diferencia de los mortales, este amigo es para siempre. A ti te dedico este libro, para ti, mi mejor amigo, aquel en quien confié mientras vivía y en quien confío cada nuevo día, mi padre, aquel que desde el cielo me guía y es testigo de cada frase que he escrito, ese que me anima día a día a continuar trabajando en mis nuevos proyectos.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Es Maestro el capítulo de mi vida en el que nos dejó, un tres de marzo del 2008 se marchó don Santiago, el médico del barrio. Ayer mismo estuve en el mismo lugar en el que me despedí de mi padre, despidiendo a mi tío Alejandro, uno del Real Madrid, otro del Atlético de Madrid, de ideas diferentes, de equipos distintos, pero con un mismo fondo, el amor y respeto a su familia. Es tanta la admiración que siento por mi maestro, tan bueno su ejemplo, tanto lo que he aprendido de él, que ahora, en su silencio, se echan en falta aquellas lecciones de la vida, aquellos dichos populares, su palabra perfecta en el momento adecuado. Incluso sus canciones de cuna permanecen en un lugar de mi mente para toda la vida. Cuando el sepulturero me preguntó la frase que quisiera querer dejar en su lápida, poniéndome como ejemplo algo típico, como pudiera ser, “los tuyos no te olvidan”, me vinieron como un rayo a la mente todas sus obras, esas vivencias que quedan perennes en la mente, su sabiduría y sus lecciones, entonces le dije sin dudar que desearía que quedase inscrito en su lápida: “Tus obras están con nosotros y tú desde el cielo lo verás” Son muchas las veces que había oído describir lo desgarrador que puede llegar a ser la marcha de un familiar. Escritores como Jorge Manrique en las coplas por la muerte de su padre o Miguel Hernández en su elegía a Ramón Sijé quisieron inmortalizar un sentimiento tan difícil de expresar. Años antes de que mi padre nos diera su “hasta pronto”, había hablado de la muerte con un buen amigo, mi profesor de música, el que me enseñó todo lo que se de flamenco. El me describía su experiencia tras la muerte de un hermano suyo, al que tenía devoción, me contaba que sintió un enorme vacío, era como si le hubieran quitado una parte de su ser. En otra ocasión, Don Quijote (personaje de andanzas que junto a Rocinante aparecerán con frecuencia en “Zori 2ª Parte”), me describió que cuando se produjo la muerte de su padre sintió como si le hubieran arrancado un pedazo suyo, como si un oso hubiera hincado una zarpa sobre su pecho y le hubiera arrancado gran parte de él, sintió un enorme vacío. Yo no puedo deciros que mi sentimiento ante la marcha de mi padre fuera como se ha descrito tantas veces, ya sea Jorge Manrique o Miguel Hernández como mi profesor de música o mi amigo Don Quijote, creo que todos ellos sintieron algo parecido, un enorme dolor por la pérdida de alguien cercano, un deseo de poder recuperar el tiempo, quizá quedó pendiente algo por vivir o por decir. Ahora que se aproxima la primera navidad desde que se marchó mi padre, es inevitable que me invada el sentimiento de tristeza, imagino mi primer día de Navidad y mi primer año nuevo lejos de él y se me mojan los ojos. Cada vez que esto me ocurre, oigo una voz interior que me grita, hijo mío, recuerda las enseñanzas que te transmití, un día nos reencontraremos al igual que yo lo he hecho con los que se marcharon a lo largo de mi vida.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mi sentimiento no ha sido el de una pérdida, sino el de una despedida de igual modo que un emigrante se despide de su familia, no necesariamente ha de ser un adiós definitivo. No puedo decir que sienta una fe ciega en la religión que me enseñaron en el colegio, cada vez que me repetían que Dios es el padre y el resto somos sus hijos, me pregunto qué clase de padre permitiría el hambre, las guerras o cualquier tipo de injusticia si estuviera en sus manos poder evitarlas. Mi fe no es ciega, mi padre era creyente, fueron muchas las veces que pusimos sobre la mesa nuestra particular manera de entender la fe. Nunca llegué a sentir esa fe incondicional que él tenía, pero si bien es cierto que siempre que hablaba con él, en muchos aspectos sentía que él llevaba la razón, aunque no se lo dijera, su conversación me aclaraba muchas dudas. Sí tengo fe absoluta en ese reencuentro del que mi padre me hablaba, donde también volvería a ver a mi abuelo, mi otro gran maestro. Tuve conocimiento de esta división familiar por primera vez cuando mi abuelo se marchó, allá por los años ochenta, desde aquel día quise creer que la cruda realidad tan solo fuese un sueño, despertar y volver a tener a mi abuelo cerca, tal vez desde entonces comencé a valorar mi otra realidad, el mundo de los sueños. El momento en que yo marche, será un día de tristeza para los que quedan y un día de júbilo y gozo para los que me esperan. Que este milagro sea debido a la existencia de Dios no es un tema que me inquiete, imagino que habrá una fuerza sobrenatural o que simplemente ignoremos a día de hoy los humanos. ¿Creo en Dios?, sí, creo en alguien al que yo llamo Dios desde que era un niño, acostumbro a hablar con él cuando estoy solo, cuando reflexiono y repaso mis inquietudes diarias o cuando me levanto. Aquel Dios con el que hablo no tiene etiquetas ni apariencia, ya que nunca me ha preocupado su imagen, no la necesita, al menos yo no nunca he necesitado ponerle cara. Mi Dios no es tal y como lo entendemos los católicos, no entiende de razas ni religiones, es equitativo y no pide grandes sacrificios ni flagelaciones para entrar en el cielo, un cielo en el que no hay distinciones y entramos todos. ¿También los malos?, todos sin excepción. Si en alguien de este mundo puedo decir que tenía fe ciega, era en mi padre. Hace menos de un año que hablé con él por última vez, ambos sabíamos que casi estaba confirmado su último vuelo y nos dimos un fuerte abrazo de hasta pronto. Cuando tienes fe ciega en un hombre justo y bueno que deja esta vida, sabes que su alma sigue viva. Aquel héroe desconocido que trajo al mundo con sus manos tantas vidas, con los escasos medios en esos pueblos de España de los años cincuenta. Sé que su alma está bien y en paz, mi fe ciega en él me lo dice, me considero un gran afortunado de haber tenido un gran padre, si he de tomar un ejemplo de alguien, sin duda, siempre lo encontraré en el mejor maestro que he tenido, mi padre.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori

1. Chico nuevo en la ciudad Hombre en la luna Fue un día del frio invierno, era a mediados de Febrero del año sesenta y nueve cuando vine al mundo. Como era ya tradición familiar, nací en casa como todos mis hermanos y pronto me acostumbré al bullicio y el jaleo, quién sabe si de ahí viene mi afición al flamenco. Mis primeros recuerdos comenzaron años después, poco puedo contar de aquellos días en los que acababa de llegar al mundo aunque siempre he considerado el año de mi nacimiento muy interesante y con derecho a un capítulo como cualquier otro año de mi vida. Despierta mi curiosidad lo que debe pasar por la cabeza de un bebé. Nada más nacer, el primer sentimiento debe ser de incomodidad, algo así como cuando te lanzas al mar y el agua está muy fría. Imagino que tras este momento, comenzarán a percibirse ciertas sensaciones incómodas. Experimentamos la primera sensación de encontrarnos en un nuevo entorno hostil hasta que nos vamos adaptando. La voz de mi madre, las primeras caricias, la primera merienda y tras varios días las primeras imágenes. Algunos sentidos como el oído deben desarrollarse antes de nacer, por ello seguramente el bebé sepa desde un primer momento quien es su madre, incluso puede que ya sepa reconocer a cada uno de los miembros de la familia por sus voces. El hecho de que el número de mi año sea el mismo que el de una postura sexual me resulta indiferente, son tantas las veces que he oído alusiones al hecho de haber nacido dicho año, que hasta me cansa oírlo una vez más. El comentario jocoso puede surgir cuando menos te los esperas, como fue el día que llegué tarde a ese beneficio social que permite optar por la compra de una vivienda a precio razonable: Funcionaria: ¿Es usted natural de Madrid? Miguel: Sí. Funcionaria: Pero usted se empadronó hace menos de dos años. Miguel: Sí, es que he vivido en Tenerife. Funcionaria: Pues no puede usted solicitar una vivienda, debe llevar empadronado al menos dos años, además debe ser usted menor de treinta y cinco años, anda, ¡qué gracia, si nació en el año sesenta y nueve! Miguel:

Sí, gracias, muy amable.

Funcionaria: ¡No todo son desventajas!, al ser mayor de treinta y cinco años puede usted obtener desgravaciones muy interesantes si contrata un plan de pensiones.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Relacionado con esto, acabo de recordar que a los tres días de fallecer mi padre, vinieron dos sabuesos sin escrúpulos a ver si podían vendernos algún que otro seguro aprovechando el estado de trance en el que te quedas cuando has sufrido un duro golpe. Bueno, en realidad, solo habían venido a hacer unos trámites que cubría el seguro, pero era muy tentadora la circunstancia de ver a una mujer y a unos hijos destrozados, éramos carne de cañón, ¡qué oportunidad!, he aquí un fragmento de aquella conversación: Agente:

¡Pero bueno!, ¿qué veo aquí, pero qué clase de seguro del hogar tienen ustedes contratado, si no cubre nada?

Miguel:

No estamos interesados en cambiar ese seguro en este momento.

Agente: Miguel:

¿Tiene usted contratado un plan de pensiones? No, pero ahora que lo comenta, últimamente mi situación laboral es algo precaria, ¿no tendría usted algún producto que me asegure si llego a perder mi empleo?

Agente:

No.

Es una lástima, si hubiera tenido un seguro de ese tipo ahora estaría disfrutando de él. Pero bueno, al menos puedo disfrutar de la escritura, empresa que creo difícil que hubiera emprendido de seguir trabajando. Hay quien dice que los que hemos nacido el mismo año, incluso en la misma época del año, somos parecidos, yo conocí a dos mujeres de mi edad, una era escritora y la otra fue mi novia por unos meses, tal vez los peores meses que he vivido en toda mi vida. De mi amiga escritora tengo muy buenos recuerdos, pero decir que por haber nacido ambos en el sesenta y nueve pudiéramos ser parecidos, es demasiado osado. Esta amiga es extranjera, alguna vez he conocido a otras personas de su misma nacionalidad pero edad diferente y puedo decir que si he encontrado rasgos parecidos entre ellos. De la novia efímera debo decir que a pesar de que era tan solo una semana mayor que yo, ya que nacimos el mismo año y el mismo mes, éramos de forma de pensar muy diferentes. Me atrevería incluso a decir que es la única persona que me he encontrado en mi vida con la que creo no coincidir en absolutamente nada, tal vez fuera éste el motivo de tan corta relación. Aunque creo que el verdadero problema de aquella relación es que adolecía de algo que considero fundamental, respeto y amor verdadero.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Entre mis amigos siempre hubo alguno que en contadas ocasiones se pagaba las cañas, siendo de mi misma edad no creo que coincidiera con ellos en gran cosa, bueno, en algo sí, a todos nos gustaba tomar cañas pero no tener que pagarlas. Algunos de ellos eran auténticos maestros en el arte de desaparecer cuando traían la cuenta y había que pagar. Lo que sí es cierto es que en el desarrollo de un grupo de personas de la misma edad influye el entorno, aunque probablemente la gran mayoría lo niegue, estoy seguro de que a todos los españoles de mi edad les emociona escuchar canciones como el “Barquito de Cáscara de Nuez”. Fue una suerte haber tenido el placer de haber crecido escuchando esas canciones tan bellas y otras tan divertidas como “Chinita de Amol”, pegados a la tele aprendiendo a recoger la mesa como lo hacía Pippi Calzaslargas. Lo que es inevitable es que seamos los protagonistas de nuestra propia película, nadie podrá vivir todo lo que nosotros hemos vivimos a lo largo de nuestra vida, es por ello que el entorno es variable, no por haber nacido en el año sesenta se han de vivir necesariamente las mismas experiencias. Otro rasgo fundamental del desarrollo de una persona es su carácter innato, todos nacemos con unos rasgos característicos pero no hay peor error que creer que ese carácter nos acompañará invariable a lo largo de nuestra vida. Ahí precisamente está el punto fuerte de nuestro desarrollo, librarnos de todas las etiquetas que van a intentar colocarnos todos aquellos a los que les encanta juzgar, no hay mayor placer que quitarles su máquina etiquetadora. Desde el mismo instante en que nacemos, alguien nos etiqueta, nos ponen en el pié una etiqueta de identidad, es esa es la primera y luego vendrán todas las demás. Recientemente estuve en una entrevista de trabajo, me considero experto en esta materia ya que he perdido la cuenta de la cantidad de entrevistas que he podido realizar a lo largo de mi carrera profesional, es por ello, que me doy el gustazo de ponerme la etiqueta de “experto realizador de entrevistas”. Suele ser bastante molesto y aburrido el transcurso de una entrevista con alguien de recursos humanos, pediría a todo aquel responsable de un departamento de recursos humanos que me lea que, por favor, actualicen ya la plantilla de preguntas, llevo quince años oyendo las mismas sandeces. La pregunta número uno, la más frecuente y que se lleva la palma es, ¿cómo te definirías? En este punto de la entrevista siempre tenemos un problema, fundamentalmente porque soy incapaz de definirme y eso suele irritar al psicólogo de turno. Cuando les informo de que no sabría definirme, recurren a otra estrategia no menos absurda, que es preguntarme, ¿qué piensa de ti la gente? A lo que suelo responder, ¿cómo quiere que sepa lo que la gente piensa de mí, no cree que eso tal vez habría que preguntárselo a ellos?

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El psicólogo empieza a gesticular, lo que significa que le ha incomodado algo que le he dicho, antes echarme de la entrevista hace un último intento, me pide que traslade mi mente a la de mis compañeros y me defina. Tras haber oído tantas veces esta misma sandez, la última vez que la oí solté una carcajada que el psicólogo tomó como un insulto y me invitó a abandonar la entrevista. Ya no solo me echan de los trabajos sino que también me echan de las entrevistas, quizá debería comenzar a investigar las artes interpretativas porque así no vamos a ninguna parte. Dado que me encuentro en búsqueda activa de empleo, vamos a ensayar un nuevo modelo de entrevista cuyos patrones puedan encajar con el perfil deseado por la empresa privada española, de este modo, tal vez consiga colarme de nuevo y así entrar de nuevo en eso que llaman mercado laboral: Entrevistador:

¿Y ese qué hace ahí?

Recepcionista: Entrevistador: Miguel:

Viene para una entrevista a las doce. (Otro plasta) Buenos días, ¿Miguel Ángel? (No Jacobo, no te digo) Si, hola, Buenos días.

Entrevistador:

(Vaya pintas, podías haberte quedado en casa majo) Refréscame la memoria, venías a una entrevista, ¿no es así? (No, a verte la cara de sapo que tienes) Si, era a las doce, tal vez vine algo pronto. (Encima repelente) Acompáñame, por favor. (Tras de media hora teniendo que escuchar todo tipo de sandeces, llega la pregunta clave)

Miguel: Entrevistador:

Entrevistador:

Miguel:

(Ahora te vas a cagar) ¿Cómo te definirías, o como te definen los que te rodean?, lo que tú prefieras. (Ya iba echando de menos la preguntita) Bueno, le respondo a las dos: Mis compañeros ven en mí un líder, saben que soy autosuficiente y que soluciono los problemas sin ayuda de nadie, soy muy competitivo, aunque aún no me he topado con un rival, entre nosotros, suelo organizar quedadas para pelear hembras, por descontado, todas caen rendidas a mis pies, soy el mejor.

Entrevistador:

(tú me vas a enseñar a mí a ligar, machote) Contratado. Miguel: (Ostras, que ha colado). ¡Eh, no tan deprisa!, joven, antes hablemos de dinero. He de reconocer que la entrevista ha sido poco ética, no me he mostrado tal y como soy sino que he estudiado al entrevistador diciéndole solo aquello que quiere oír, esto en mi país se dice que es “regalar los oídos”, no me arrepiento, porque mi objetivo era conseguir un trabajo, misión cumplida.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Los entrevistadores viven obsesionados con poner etiquetas a sus entrevistados creyendo que así pueden llegar a conocer mejor al candidato. A veces se nos suele llamar a los entrevistados futuros candidatos, no sé si porque se nos considera seres venidos del futuro o tal vez porque en el caso de que seamos seleccionados debamos esperar años para ocupar el puesto. Entretanto, un informático que ha estado en la profesión más de quince años y que precisamente en época de crisis, podría estar trabajando entre otras cosas para tratar que con mi esfuerzo la crisis sea menor, se encuentra en casa escribiendo su biografía en espera de su próxima entrevista, ¡caramba, con lo que a mí me gusta que me hagan entrevistas! Cuando eres un bebé, eres ajeno a todo aquello que te rodea, eres feliz, tienes comida y el cobijo asegurado. En el mes de julio de mi nacimiento, al hombre le dio por subir a la luna, ¡con todo lo que hay que hacer aquí en la tierra!, ¿quién sabe si algún encontrarán agua?, como tenemos tan poca. Si algo nos caracteriza a los humanos es nuestro tremendo despiste y entre los despistes los hay mayores y menores. Uno de los acontecimientos que considero notable de nuestra era, es este tremendo despiste, gastar una cantidad exorbitante de dinero en visitar la luna mientras que en la tierra nos estamos muriendo de hambre y de enfermedades. Nuestra historia está llena de despistes, uno de los que recuerdo con humor fue en una ocasión en que un invitado de la casa real inglesa cometió el tremendo despiste de equivocarse de copa quitando a la reina madre su Gin Tonic. En esta ocasión la reina madre, a pesar de su avanzada edad, anduvo bien espabilada y enseguida le advirtió, ¡Eh tú!, ¡que esa copa es mía! Entre las personas de mi gremio no hay demasiada simpatía por la compañía Microsoft, nunca supe muy bien el motivo aunque sospecho que parte de culpa la tiene la envidia que suscita el director de la compañía. Yo siento envidia sana por el director de Microsoft, pero no por la fortuna que pueda atesorar, sino porque no se ha despistado demasiado como el resto de la humanidad, al menos él si se acuerda de los pobres. Creo que el hecho de que el hombre visitara la luna no le proporcionó beneficio alguno sino más bien un tremendo despilfarro económico, como suele decirse en mi país, “el hombre está en la luna”, refiriéndose a que está distraído, permite que siga habiendo guerras mientras que gran parte de las barbaridades que ocurren en la humanidad podrían llegar a evitarse. Debe ser que en la luna no se vive del todo mal, sin apenas esfuerzo alguno puedes moverte de aquí para allá. Incluso puedes conseguir lo improbable de que una bandera ondee en la escasa gravidez de la plataforma lunar. Si nuestros países, en lugar de luchar por demostrar cuál es el más poderoso y el que es capaz de conseguir más medallas en los juegos olímpicos, fueran capaces de comprender que la verdadera grandeza no radica en el éxito sino en la solidaridad hacia el prójimo, daríamos un salto enorme en la evolución.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mi casa La casa donde nací tiene muchas aventuras y desventuras que contar, ubicada sobre el mismo suelo que antaño ocupaba la casa de mis abuelos en la actualidad la habitamos mi madre, dos de mis hermanos y yo. Hace unos días oí relatar a mi prima Carmen con entusiasmo y con todo lujo de detalle cómo era la casa de mis abuelos, al ser ella mayor que mis hermanos mayores conocía mucho mejor cada rincón de aquella casa. Tenía un jardín, un gato que por celos atacó a mi hermana llevándose un buen puntapié de mi padre, unos lavabos cuya grifería debía ser muy llamativa por el entusiasmo que empleó en describirla y dos plantas. Mi prima Carmen es la mediana de mis primos de Vallecas, es muy simpática y cariñosa, hasta en los momentos más difíciles siempre ha tratado de mantener su sonrisa, nos contaba hace pocos días, que siendo niña, un día le dijo a su madre que se iba de paseo a ver a su abuela Paca de Madrid. El plan que tenía y que le contó a su madre, era que primero se montaría ella solita en el tren de Vallecas hasta Atocha y cuando llegara allí, se montaría en un taxi y le diría al taxista, ¡a cada de la abuela Paca! Quiero hacer llegar mi ánimo a mis primos y a mi tía, recientemente se nos fue el tío Alejandro, un hombre luchador y trabajador, generoso, un atlético de los de verdad. Recuerdo cuando mi hermano Javi y yo éramos niños, que nos dio para las verbenas de Vallecas dos billetes de cien pesetas, era la primera vez que veía tanto dinero junto y era nuestro, todo para gastar. Mis abuelos vivieron buena parte de su vida en su casa de Madrid pero, al ser mi abuela natural de Vallecas, quiso que sus restos descansaran allí y mi abuelo quiso también que le enterraran junto a su mujer cuando le llegó su hora, qué buenos son los recuerdos que atesoro de mi abuelo Tomás. Al tener tan solo once años cuando se marchó mi abuelo Tomás, no pude ir a despedirme muy a mi pesar de él aunque pude ir días después al cementerio, entonces pude ver cerca la tumba de Fofo, me alegró saber que mi abuelo descansaba cerca de aquel que me hizo pasar momentos tan divertidos. La casa de mis abuelos sobrevivió a la guerra civil, aunque quedó bastante afectada, no por las bombas, sino porque al encontrarse en zona de frente, fue utilizada como hospital de campaña. Se necesitó bastante trabajo para que la casa quedara como fue antes de la guerra. En los años de conflicto, mis abuelos se trasladaron con mi madre a la calle Sainz de Baranda esquina con Maiquez, una zona que aunque no exenta de peligro, al menos no estaba en pleno frente de batalla. He podido ver aquella casa alguna vez que he pasado con mi madre por la zona, tiene reformada la fachada de manera que nadie diría que se trata de una casa con más de setenta años, de antes de la guerra civil española.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Aún se conserva también, en la misma calle Sainz de Baranda, una casa en la que vivió mi bisabuelo, aunque por el aspecto que tiene sospecho que no tardará mucho en desaparecer. Con los años mis abuelos decidieron vender la casa debido a la presión urbanística de la zona, llegó un momento en que se encontraron rodeados de edificios altos lo que les llevó a decidirse por su venta. A cambio negociaron la cesión de dos viviendas de nueva construcción en la parcela. Durante varios años vivieron mis abuelos en una de las casas y regalaron la otra mi madre, al regresar mis padres de su largo viaje a la alcarria se establecieron en esta casa y con el tiempo unieron las dos casas formando así la vivienda que yo he habitado gran parte de mi vida. Desde la entrada más utilizada de las dos, a mano izquierda, se accedía a la habitación de mi abuelo y a la cocina, enfrente se hallaba el salón y a la derecha la clínica donde mi padre pasaba consulta por las tardes. En la clínica, que así llamábamos a esta habitación, había una vitrina con medicinas y material para curas, inyecciones, etc. Aunque podíamos pasar por la clínica, teníamos bien aprendido que ahí no se tocaba, el resto del mobiliario lo formaban un escritorio con cajones que tampoco podíamos tocar donde mi padre guardaba documentos y sellos para las recetas. Enfrente del escritorio había una mesa muy temida por todos, era donde había que tumbarse para recibir un pinchazo en el culo cuando caíamos enfermos. A un lado de la mesa, había una báscula para bebés y enfrente de la báscula el objeto que más nos llamaba la atención, el aparato de rayos X. Tuvimos que llamar al consejo de seguridad nuclear para retirar el aparato de rayos x cuando mi padre dejó de utilizarlo. Más allá de la clínica se hallaba “la otra casa”, la llamábamos así porque aunque pasábamos más tiempo en el salón de la casa de mi abuelo, dormíamos en “la otra casa”. La cocina que utilizábamos era la de la casa de mi abuelo, “la otra cocina” era utilizada para guardar productos de limpieza. La habitación de mis padres de “la otra casa”, es la última que yo habité. Una casa grande para una gran familia, la casa que me vio nacer y en la que pasé mi niñez y juventud. Había una puerta desde la cual uno podía esconderse y dar un buen susto al que pasara despistado en ese momento. Que tu padre sea médico pasa factura a tu privacidad, recuerdo cuando un sábado por la mañana estaba viendo la televisión en calzoncillos cuando oí la voz de mi madre que decía, ¡pasa y siéntate a ver la tele bonita! En ese momento pensé ¡tierra, trágame!, pero no fue así y vi como entraba una niña de mi edad y se sentaba justo a mi lado mientras mi cara enrojecía porque mi única ropa eran unos calzoncillos, dudé si se había dado cuenta de que estaba en paños menores porque comenzó a hablar conmigo con total naturalidad mientras yo permanecía paralizado sin saber qué hacer.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mi barrio El barrio en que nací ya no es el mismo que era. Pasear por la calle Caramuel, mi calle, es como pasear por cualquier país de Latinoamérica, no creo que sea una exageración afirmar que en mi barrio actualmente es mayor la población de inmigrantes que la de españoles. En la época en que nací, la migración de los españoles de sus pueblos a la gran ciudad estaba a la orden del día, mis abuelos fueron testigos de cómo mi barrio era poblado por gentes de otros lugares de España. Parece que a los mismos que vinieron del pueblo a Madrid es a los que ahora les molesta la inmigración. Cuando yo nací, pasear por mi barrio era como pasear por Sevilla, o Almería, la mayoría de sus gentes eran andaluces. Muchos artistas flamencos vivían en mi barrio, sin ir más lejos había un cantaor que solía venir a la consulta de mi padre y con el que coincidí en una cena a la que asistí allá por los años noventa junto a mi maestro de guitarra. Mi afición por el flamenco tuvo mucho que ver con las influencias del barrio, en una ocasión pude ver al rey del cante en mi barrio, iba andando con mi hermano por el puente Segovia y al llegar a los mesones gallegos, allí estaba, oí una voz que decía, ¡toma Camarón! ofreciendo una copa al maestro. Camarón permanecía en el asiento trasero de su coche, cuando se incorporó para agarrar la copa nos miramos a los ojos, luego se sentó y yo seguí caminando. No presté mucha atención al encuentro, porque sin desmerecer al gran maestro, mi preferencia por aquel entonces era mayor por la guitarra. Me impresionó bastante más cuando mi maestro me presentó a traición al rey de la guitarra, sin previo aviso me dijo, Miguel, ven que te voy a presentar a un amigo, dijo sin más, Paco, te presento a mi amigo Miguel. Al reconocerle enmudecí y tardé algunas horas en reaccionar. Mi maestro de guitarra había sido buen amigo de Camarón y me contaba cuando siendo apenas dos niños de catorce años iban por tierras andaluzas en un coche sin capota dando actuaciones de aquí para allá. El cante de Camarón destacó incluso siendo apenas un crio, decían que cantaba con la sabiduría de los grandes cantaores de flamenco, había adquirido la sabiduría de los mayores, gustó tanto que no tardaron en darle la oportunidad de mostrar su arte al mundo entero. Mi barrio tenía sus propios maestros de guitarra, uno de ellos el vecino del piso de arriba, el señor Ángel, al que no recuerdo haberle visto tocar aunque me contaron que dominaba con gran destreza la guitarra, el estilo musical que dominaba era el folklore español, como el gran Sabicas. Al que si pude admirar fue a su hijo Angelito, tocaba la guitarra flamenca y su mujer era bailaora, fue mi primer contacto con el flamenco pero no el único, de hecho, con los años me convertí en un gran aficionado al flamenco.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Debajo de mi casa estaba el taller de señor Andrés, luego trasladó su taller unas calles más allá aunque no por ello dejó de ser nuestro mecánico preferido, yo le llevaba el Seat 127 que hederé de mi tía. En mi barrio había un chico que imitaba el sonido de la ambulancia y se podía pasar horas correteando por sus calles derrapando en las curvas y repitiendo constantemente “Nii Noo Nii Noo Nii Noo Nii Noo Nii Noo”. Había un señor al que yo temía por su aspecto desaliñado y su olor nauseabundo, era alcohólico y le llamaban “el señor colonias”. Cuando me hacía el remolón para volver a casa, me decía mi abuelo, ¡que viene el señor colonias!, tras lo cual subía a casa como una flecha. Ciertamente cuando alguien comenzaba una frase diciendo ¡que viene…! fuera quien fuera el que viniera, salía corriendo. Bien fuera la bruja piruja, el coco, o ese personaje que inventó mi padre llamado “el chulito pichón”. Cuando años más tarde visitamos las casas colgadas de Cuenca en la que había muchos pichones, al descubrir que esos pajarracos pequeños eran los aterradores pichones, me dio la risa y dejé de temer a “el chulito pichón”. Mi barrio era un lugar tranquilo, casi siempre, una vez miré por la ventana y pude ver una nube de humo gris, era una manifestación, en aquella época cualquier tipo de manifestación era considerada como una agresión al régimen franquista, el humo era provocado por las bombas de humo que echaba la policía para disolver a los manifestantes. La manifestación se convocó porque se pedía un semáforo debido a la cantidad de atropellos que había en mi calle, no solo no se consiguió el semáforo, sino que se montó un buen jaleo, pronto el barrio quedó envuelto en una espesa nube gris. Recuerdo la imagen de una vecina rodeada de humo como si fuera una cantante de música disco, desde su balcón gritaba a la policía que se fueran a tirar las malditas bombas de humo a la puerta del alcalde. Enfrente de mi casa estaban “los pinos”, un pequeño pinar que cruzándolo a mano izquierda conducía a una antigua fábrica de explosivos. Desde mi casa se podía ver a lo lejos, tras aquel pinar se hallaba la fábrica de cerveza que emanaba un espeso humo de color blanquecino. Desde mi casa, continuando caminando por mi calle pronto se llegaba al cementerio de San Isidro, frente al cual se encontraba un monte con muchas cuevas. La vista desde la azotea de mi casa alcanzaba todo esto y mirando hacia atrás se veía el colegio al que fui durante ocho años, los salesianos. En este entorno fue en el que me crié, en un barrio donde escuchábamos canciones de Los Chichos y Los Chunguitos y luego lanzábamos al viento nuestro grito de libertad. Mi barrio se encuentra en el distrito de La Latina, que a pesar de lo que cree la mayoría de nuestros actuales vecinos latinoamericanos, su nombre no hace referencia a una mujer de Sudamérica.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori La Latina fue una mujer española de nombre Beatriz Galindo, amiga íntima de Isabel la Católica, fue una de las mujeres más cultas de la época, estudió en la misma universidad que Cervantes, la misma que me acogió siglos más tarde, tomó su apodo debido a sus amplios conocimientos de latín. Fue tan famosa por esta circunstancia que llegó a oídos de la reina y la reclamó para recibir sus clases de latín tras los cual hicieron una muy buena amistad. Al igual que la reina, yo tuve un maestro con el que hice muy buena amistad en mi barrio, este no era maestro de latín, sino de guitarra flamenca. Miembro de una familia de artistas de Granada, se estableció con su familia cuando aún era un adolescente en el centro de Madrid, cuando de mayor se independizó, vino a vivir al barrio. Mi maestro vivía en la calle Vicente Camarón, qué casualidad que un artista de flamenco amigo íntimo de Camarón de la Isla se vaya a vivir a una calle con este nombre aunque don Vicente nada tenía que ver con el cantaor sino que fue un pintor hijo de José, uno de los pintores de la corte de Carlos IV. Hace unos años conocí a un buen amigo que se llamaba como Camarón, José Monje, su madre nos invitó a cenar con mucho cariño a mi amiga colombiana María Cristina y a mí sin apenas conocernos, la señora Sole. En mi barrio se encuentra la piscina Miami, allí he pasado algunos de los calurosos días del verano madrileño con mi maestro de guitarra y su familia, creo haber estado en ella también alguna vez con mi familia pero de ello hace tantos años que apenas lo recuerdo. Es una piscina de barrio en la que uno se puede refrescar o tomar algo tranquilamente en su cafetería mejor que en otras piscinas más masificadas como las de Aluche y El Lago. En mi barrio se halló antaño la quinta del sordo, sustituida posteriormente por la estación de Goya, el nombre de la quinta del sordo no estaba motivado por la sordera de Goya sino que al ser el anterior dueño, al que Goya compró la quinta, también sordo, los lugareños le pusieron dicho nombre. Goya decoró las paredes de su casa con las que se denominaron las “pinturas negras”, pinturas que en ocasiones habían sido repintadas por Goya sobre otras ya existentes. Estas fueron trasladadas posteriormente a lienzo y en la actualidad se encuentran expuestas en el Museo del Prado de Madrid. Cuando hablo de mi barrio, abarco mentalmente todo aquello que subjetivamente considero que lo compone, como es la avenida de Portugal, el parque de San Isidro, el estadio Vicente Calderón, el Zoo, el barrio Goya, la casa de campo, etcétera, es así mi barrio todo aquello próximo a mi casa que ha formado parte de mi infancia y juventud. Hecha esta aclaración, puedo entenderse que el barrio Goya, aún siendo un barrio diferente, para mi es parte del barrio, he de decir de sus gentes que tienen buen gusto, pues en sus pasadas fiestas eligieron Miss a mi sobrina María. La quinta del sordo, cercana al barrio Goya, se ubicó en la actual calle Pablo Casals, donde más tarde estuvo la estación de ferrocarril de Goya que fue sustituida por lo que es en la actualidad una zona residencial.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El haber tenido tan ilustre pintor de vecino, hizo que se diera su nombre a uno de los colegios del barrio, del que conocí tanto sus antiguas como sus nuevas instalaciones, aunque no como alumno sino como visitante. Tras una semana de vacaciones que me proporcionaron los adorables padres salesianos por expulsión de sus aulas, estuve a punto de formar parte del alumnado del colegio Goya, aunque al final todo quedó en una fugaz visita. Al entrar por la puerta y ver la anarquía con la que campaban a sus anchas mis futuros compañeros y oír comentarios del estilo de, ¡mira el nuevo!, ¡anda que no le van a caer hostias!, pensé que aunque continuar en los salesianos tal vez me trajera algún que otro problema, sería conveniente optar por quedarme, al menos para preservar mi integridad física. Mi madre fue maestra del colegio Goya hasta su jubilación, estoy convencido que las generaciones que pasaron por la clase de mi madre salieron más dóciles que los salvajes que ansiaban mi incorporación para darme candela. Los salesianos, además de ser mi colegio durante ocho años, proporcionaron un servicio excepcional a los chicos de mi barrio con el cine, aunque no les terminaba de convencer la idea, tuvimos nuestro propio cine de barrio. El cine estaba abierto a todos los chicos del barrio sin necesidad de tener que ser alumno del colegio, en él se proyectaban películas de diversos géneros a un precio asequible a nuestro escuálido bolsillo. Eran muy frecuentes las proyecciones de películas de Bruce Lee tras la cuales había lluvia de patadas entre los chicos del barrio llegando incluso a ponérsele a alguno cara y voz de chino. Aunque para todos los chicos era nuestro cine de barrio, a los padres salesianos no les gustaba que lo llamáramos así siendo frecuentes las veces en las que mandaban callar a todos los presentes con una frase que se hizo popular ¡A ver si os habéis creído que esto es un cine de barrio! Pues claro que nos lo habíamos creído, como que era nuestro cine de barrio y a mucha honra, como son los curas, para un servicio bueno que hacían a la comunidad y les daba vergüenza. ¿Donde quedaban aquellas enseñanzas que tanto nos predicaban con las proyecciones en el aparato de filminas de San Juan Bosco haciendo sus buenas obras con los niños pobres y con su pupilo Santo Domingo Sabio? Se agradecía aquel cine de barrio de los sábados por la mañana porque se podían ver caras nuevas entre los espectadores, un poco cansado de ver las mismas caras de mis compañeros de clase que veía a diario. No solían venir los compañeros de mi clase a este cine, unos porque no vivían en el barrio y otros porque no les gustaba juntarse con la prole, aunque los alumnos del colegio no eran de clase alta sino más bien de clase media tirando a baja, parecían tener alergia a mis amigos del barrio.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Una de las escenas más divertidas del cine de barrio fue cuando, debido a un despiste de los padres salesianos, no se procedió a revisar previamente el celuloide para ser validado y en caso necesario, debidamente censurado. Veíamos una película del oeste de la que no recuerdo su título, cuando nos sorprendieron unas imágenes prohibidas de una escena de cama entre un vaquero y su mujer, novia, amante o vaya a usted a saber. Dado que la media de edad de los espectadores del cine de barrio era de chicos y chicas de unos once años, las risas y los gritos se oyeron hasta en la china, realmente nos produjo mayor gozo ver las caras de desesperación de los curas por su tremendo despiste que la escena erótica en sí. Los alumnos de los salesianos estábamos muy acostumbrados a ver mujeres desnudas, las africanas de las misiones, no se sabe muy bien por qué motivo las escenas de estas mujeres desnudas no se censuraban, tal vez por tener la creencia de que, en este caso particular se trataba de criaturas de Dios. Una de las ventajas que hacía más atractivo aún a nuestro cine de barrio era que se permitía también el acceso a las chicas, de este modo, si la película resultaba un poco aburrida, podías deleitarte mirando a tu alrededor. Tras el alboroto que se formó tras este fatídico despiste de los curas, se procedió a la cancelación de la proyección de la película y creo recordar que como castigo, pasamos varios meses sin nuestro querido cine de barrio. Por aquel entonces vino un nuevo compañero a mí clase, le llamábamos Linares por su apellido, a diario en lugar de llevar un bollo o un bocadillo como el resto, llevaba su billete de mil pesetas. Después de invitarnos a toda clase de chucherías, iba al puesto de periódicos y no se sabe muy bien con qué estrategia, tal vez mediante soborno, conseguía que el dependiente le vendiera el último Penthouse que luego era babeado y sobado por casi todos los compañeros de clase. Cualquier muestra de libertad de alguno de nuestros compañeros, como podía ser el portar un paquete de cigarrillos en el bolsillo, era algo a lo que no estábamos acostumbrados por ser muy castigado por los curas. Como a los cursos de recuperación de verano venían chicos de otros colegios, nos dábamos cuenta de que el mundo exterior a nuestro colegio evolucionaba de un modo diferente, lo que para nosotros estaba prohibido para los alumnos de otros colegios era lo más normal del mundo. Nuestra convivencia diaria era exclusivamente con seres de sexo masculino, tan solo podíamos ver alguna niña saliendo de misa algún día festivo o a la salida en el colegio de las monjas. Llegó la excepción que confirma la regla con la profesora de inglés, nos pareció raro que los salesianos permitieran la revolución en las aulas que provocó la presencia de una mujer de tan seductora figura.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Debió ser que con la democracia se avecinaban tiempos de apertura y libertad. Una de las frases más escuchada en mi barrio por aquel entonces solía ser, ¡Esto con Franco no pasaba! Nací en el final de una dictadura en la que en España las libertades estaban coartadas, viví una época en la que muchos elogiaban al régimen, aunque la mayoría ansiaba el poder expresar sus ideas sin miedo a que alguien pudiera ir con el cuento a los Pacos (así se llamaba a la policía de aquella época). Mi barrio había nacido tímidamente a orillas del rio Manzanares, cuando empezaba a crecer sufrió el azote de una guerra civil. Todas las guerras son horrorosas, pero una guerra en la que hermanos de sangre se tiran bombas entre ellos por el simple hecho de que al declararse les pilló en zonas enfrentadas, es la peor de las guerras. Afortunadamente aquella guerra pasó, estoy totalmente convencido de que muchas personas con las que convivimos a diario, si tuvieran la posibilidad de disparar un fusil o de denunciar tu existencia y así lograr que tu corazón dejara de latir no dudarían ni un instante en hacerlo. En estos días en que se ha puesto tan de moda eso de la memoria histórica, que trata de buscar a los culpables de los delitos cometidos durante la guerra civil ocurrida hace más de setenta años, aconsejaría que en lugar de buscar tantos culpables tratáramos de ser al menos un poquito menos malos. Republicanos o nacionales, ¿quién fue más culpable de los dos?, yo planteo otra pregunta, si mañana mismo hubiera otra guerra civil, ¿creen que seríamos más humanitarios y justos ahora que lo fueron entonces?, no puedo estar seguro de la respuesta, pero tengo serias dudas de que así fuera. Tal vez en lugar de aturdir a quienes sufrimos aquella guerra, es decir, a todos los españoles, con memorias históricas, ¿por qué no comenzamos a hacer una autocrítica ahora mismo, por qué no pensamos que es probable que de tener un fusil o el poder de arrebatar la vida a alguien con tal de satisfacer nuestras expectativas, no dudaríamos en hacerlo ni un instante? Mientras siga siendo testigo del abuso de poder en nuestros días que no me vengan a mí con memorias históricas ni demás gaitas, mientras vea al jefe de recursos humanos de una empresa capaz de defenestrar a un empleado por el puro placer de hacerlo, pensaré en lo fácil que le resultaría apretar el gatillo y arrebatarle la vida por el mero placer de hacerlo. Ganaríamos mucho si en lugar de mirar tanto hacia atrás, nos mirásemos a nosotros mismos e hiciéramos propósito de enmienda. ¡Es tan fácil mirar a nuestro alrededor y criticar lo que vemos! Siendo mí abuela una mujer muy creyente, le llevó los demonios cuando unos sacerdotes llegaron a mi barrio en la posguerra diciendo que el pecado y la perdición se encontraban sobre todo en los suburbios de la ciudad, como aquel en que el que ella vivía. ¡Qué cosas tienen los curas, decir que mi barrio era un suburbio de pecado y perdición!

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2. Mis primeros amigos Haciendo amigos En mi primer año de vida, allá por el año setenta, pude dar mis primeros paseos en mi cochecito de bebé y así conocer a mis primeros amigos. En el barrio vivía una familia de asturianos que había vivido en Cuba, los llamábamos los Alipios porque era el nombre del padre y de un hijo. La madre de los Alipios pronto hizo amistad con mi madre, una mujer muy amable y cariñosa, algo que pude constatar en los sucesivos cumpleaños a los que me invitó su hijo, mi primer amigo de mi edad, Julito. El cómo nos conocimos Julito y yo con apenas un año de edad lo supe por boca de Julito hace un par de años. No recordaba cómo sucedió pero Julito me lo contó una noche que salí a comprar tabaco. Era ya algo tarde y no quedaba ningún bar abierto, así es que me fui a por tabaco al pub del barrio situado en la calle Guadarrama. Cuando iba camino del pub, mi intención era sacar el tabaco de la máquina y volverme a casa, pensaba en fumar tan solo un par de cigarros antes de dormir pero no me imaginaba que la noche iba a ser más larga de lo que podía sospechar en un primer momento. Entré en el pub y la máquina escupió todas y cada una de las monedas que había introducido, me dijo el dueño del pub que las tirase contra el sueño a mala leche y que entonces vería como sí las admitía. Sin mucha fe al no encontrar un remedio mejor, seguí su consejo y lancé cada una de las monedas que había escupido la máquina contra el suelo con fuerza, tras hacerlo, misteriosamente la máquina admite todas las monedas. Es este uno de los fenómenos de los que he sido testigo a lo largo de mi vida, que sin explicación lógica ni fundamento científico, inexplicablemente funcionan, lo metí en mi saco particular de fenómenos extraños UFO. El significado de estas siglas inglesas es Unidentified Flying Object (objeto volador no identificado), en este caso particular, los objetos voladores estaban identificados, eran monedas, pero lo que no tenía explicación lógica es por qué solo eran admitidas por la máquina tras lanzarlas contra el suelo. No le demos más vueltas, en definitiva, yo denomino UFO a todo aquel fenómeno ocurrido a lo largo de mi vida sin explicación. Tras sacar el tabaco vi a Julito, hacía tiempo que no le veía, tal vez desde cuando se me conocía en el barrio como “El tío playeras”, contaré más tarde el origen de este mote. Nos dimos un fuerte abrazo y pedimos una copa, en ese instante pude ver otro fenómeno UFO, vi cómo Julito se quitó unos hielos de sobra de su vaso lanzándolos a una cubitera que portaba el dueño del pub que estaba situado a unos diez metros de nosotros, sorprendentemente los coló todos.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Julito siempre ha sido un fuera de serie, puedo asegurar sin temor a equivocarme que es la persona con más reflejos que jamás haya conocido. Me mostró sus records de velocidad en varias ocasiones, una de ellas yendo montado en el sillín de su bici mientras él pilotaba y pedaleaba. Otra vez bajando por el Paseo de Extremadura con una moto que le dejaron, pegó tal frenazo al llegar al semáforo que salió volando media moto por los aires por la acción de la fuerza centrífuga, sin embargo, nosotros quedamos anclados en el semáforo en rojo, observando absortos cómo dicha fuerza de la madre naturaleza nos despojaba de nuestro medio de transporte. Me contó que batió el record de velocidad en la estación de esquí de Valdesquí sin tener ni idea de esquiar, era la primera vez que esquiaba, de ser otro el que me lo hubiera contado no le hubiera creído, pero conociendo a Julito, lo firmaría en el libro Guinness sin pestañear. Si algo caracteriza a Julio es su ausencia de miedo, no sabe lo que es eso. Pasamos el resto de la noche hablando y recordando nuestras gamberradas sanas, no éramos los únicos noctámbulos ya que había más gente del barrio en el pub velando los sueños de la noche madrileña. El día siguiente era laborable y por ello me pareció algo extraño que hubiera tanta gente en el pub, hasta llegué a pensar si en algún momento se convertirían los presentes en vampiros como en la película “Abierto Hasta El Amanecer”. Cuando hablé con la otra gente, me di cuenta que eran unos trasnochados como yo, que tal vez necesitaban una noche de desahogo aunque al día siguiente tuvieran que ir a trabajar. Fue en plena noche cuando Julito me reveló algo que yo ignoraba, algo que le reveló su madre un día. Luego pude verificar con mi madre que era cierto lo que me contó Julito, no era otra cosa que el día en que nos conocimos tan solo teníamos un año de edad. Hace muy pocos días soñé con ese instante, quizá este sueño pueda reflejar una realidad un poco distinta a lo que realmente pasó aquel día, pero no cabe duda que percibí este sueño con una sensación de realidad tal que desperté sobresaltado, ¿qué parecen reales, los sueños o la realidad?, lo cierto es que mi mente lo fabricó en base al sorprendente relato de Julito. Sospecho que estoy soñando porque me encuentro metido en un cuerpo diminuto, debo haber comido o merendado hace poco rato porque me siento satisfecho. De repente sale un eructo prominente de mi boca y oigo una carcajada y una voz al fondo de mi casa dice, ¡que aproveche! , a lo que me dispongo a responder como es de buena educación. Bebé Miguel:

(Gracias) Gugu Tata.

Cuando oigo mi voz tan aguda hablando en una lengua tan primitiva me da la risa, soy consciente de que soy un bebé de un año y me dispongo a disfrutar de este momento de felicidad, mi madre me lleva en brazos por las escaleras y me deposita en un carrito situado en el portal de mi casa.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Ya en la calle veo unos gigantes que se acercan y me ponen cara de pez, me hablan como si yo fuera tonto, esto me resulta tremendamente divertido, comienza bien la tarde, me parece que me lo voy a pasar en grande. Todo tiene un tamaño descomunal, los árboles, las casas, la gente y los coches. Nada más salir a la calle se mezcla en mi nariz una variedad pintoresca de olores. Mi carrito tiene una barrita con la que me ayudo para incorporarme cuando quiero ver mejor, al incorporarme reconozco el antiguo portal de mi casa, la carretera sin asfaltar y me sorprende la ausencia de coches aparcados, pasa un coche cada quince minutos, se oye rugir su motor a lo lejos hasta que su sonido se torna ensordecedor según se va aproximando. Todo me recuerda a mi niñez, incluso sensaciones que había olvidado por completo como por ejemplo la torpeza al mover mi cuerpecito o el gran tamaño de mi chupete, lo miro y me doy cuenta de que soy yo quien lo mueve de arriba abajo mientras lo chupo y de que no paro de soltar babas. Me siento como si me hubiera tomado unas cañitas, no tanto como borracho pero si con un puntito, mi estado de embriaguez puede deberse al fuerte olor a colonia de bebé. El caso es que voy tan feliz en mi carrito, empujado por mi madre, dispuesto a dar el tan deseado paseo diario. Mi mamá sustituye mi chupete por un biberón con agua y esto me alivia porque hace algo de calor. En ese momento oigo que mi madre se encuentra con otra persona, mi madre es muy conocida en mi barrio por haber nacido ella también en él, llegando a ser normal que un trayecto corto de mi casa a una tienda situada a doscientos metros, pudiera llevarnos más de una hora. Soy testigo de uno de mis primeros fenómenos UFO, escucho una voz más aguda aún que la mía, entonces me incorporo y puedo ver una bolita de pelo negro y del mismo tamaño que yo que se ríe y me dice: Bebé Julito: Bebé Miguel:

(Te lo cambio) Gu Ta Ta Gugu. (Vale) Na Gu Gu Ta Tae.

Se trata de un intercambio de biberones entre el bebé que acabo de conocer y yo, nos los cambiamos sin que se percaten nuestras madres y seguimos charlando de lo nuestro, la típica conversación entre dos bebés que acaban de conocerse: Bebé Miguel: Bebé Julito:

(¿Cómo te llamas?) ¿Gu Ta Gu To Ga? (Julito) Gu Ta Ta Ito.

Bebé Miguel:

(Yo Miguel, encantado) Tae.

Nos estuvimos contado todo sobre nuestras familias y mientras me daba cuenta de lo buena persona que era mi nuevo amigo, no había protestado ni un solo momento por el intercambio de biberones a pesar de que el mío tenía agua y el suyo leche, no le importó que me lo bebiera enterito.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Después de mucho hablar con Julito me quedé dormido y al despertar ya era de nuevo el grandullón que soy ahora, me levanté de buen humor por el sueño tan divertido que acababa de tener. De regreso al pub de mi barrio, ya iba transcurriendo la noche mientras Julito me iba presentando al resto de noctámbulos, conozco poco a la gente de mi barrio, aunque había uno de ellos que actualmente residía en Almería y había venido a visitar a sus padres que decía conocerme de algo. Yo solo conocía a Julito y al dueño del pub de alguna que otra vez que me había dejado caer por ahí, hablé un buen rato con aquel amigo de Julito que aseguraba conocerme de algo, luego jugamos un billar y fui testigo una vez más de la destreza de Julito, tiene una habilidad fuera de lo normal. Sin embargo he de reconocer que yo no soy bueno para los juegos, aunque siempre que no haya dinero de por medio, me apunto. Desde niño fui muy patoso con el deporte más importante en mi país, el fútbol, si lo dominabas, eras candidato a ser delegado de clase y muy admirado por todos tus compañeros, el pichichi de mi clase se llamaba Pipi. Sin embargo yo era del grupo de los que en el recreo buscaba actividades alternativas como ir a ver a las niñas de las Franciscanas ya que su colegio estaba próximo al mío. Hablando de chicas, entre bola y bola me percaté de que había una chica en el pub y dada mi torpeza jugando al billar, decidí que era mejor darle conversación a la única mujer que pernoctaba en aquel sombrío lugar. Era una chica atractiva de pelo negro cortado a flequillo, comencé mi conversación con el típico ¿nos conocemos?, hubiera jurado por un momento que tenia frente a la mismísima Uma Thurman de Pulp Fiction. No recuerdo muy bien de qué trataba nuestra conversación pero recuerdo que hablamos mucho tiempo, su cara era tan inexpresiva que dudé si corría sangre por sus venas, pensé que tal vez se aburría cuando me dijo que ya tenía que irse a trabajar, pero es que ya eran las ocho de la mañana. Salí del pub alrededor de las once de la mañana y la sensación de ver la luz de sol de repente fue bastante desagradable, pasas en milésimas de segundo de estar confundido por la noche a estar aturdido por el día. Me despedí de mis amigos y regresé a casa, por el camino pensé que tal vez mis padres estarían preocupados por mis escapada nocturna, por ello abrí la puerta y me dirigí a mi habitación sin hacer ruido, entré en un profundo sueño y nadie supo que aquella noche mi sueño tan real como la vida misma. Mi amigo Julito es el menor de sus hermanos, el que le sigue se llama Toni y el mayor Alipio. Tiene también tres hermanas con una diferencia de edad considerable con ellos tres, cuando las conocí eran ya mayores y se habían independizado, las tres tenían el acento cubano y la simpatía de sus padres, ojalá un día América desvele al viejo continente la fórmula del buen humor.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El padre de Julito tenía tres camiones y en muchas ocasiones era acompañado por sus hijos, los tres estaban casi tan fuertes como su padre. Si no hubiera sido por el buen carácter de su padre, podría asustar por lo grande y fuerte que era, sin embargo era siempre estaba de buen humor, era tan amable y cariñoso como el resto de los Alipios. Julito vivía en una casa con un garaje grande en el que guardaban un flamante Seat 132 en perfecto estado que solo utilizaban para viajes largos. Julito tuvo varios perros, recuerdo con especial cariño a Fiel, el cual se perdió en Manzanares el Real y no volvimos a ver, fue este uno de los tragos más duros que pasó Julito, prueba de que hasta el más fuerte puede derrumbarse. Han sido muchas las aventuras que hemos pasado Julito y yo juntos, no recuerdo muy bien cuando dejamos de vernos, de lo que estoy seguro es de que nunca hemos tenido enfrentamientos, lo único que ha podido separarnos han sido circunstancias de la vida, nos fuimos distanciando desde el momento en que me fui a un instituto que estaba fuera del barrio. Siempre que nos volvemos a ver tras largos periodos de tiempo, los saludos son efusivos y es mucho el rato que nos pasamos charlando. Durante la vida de una persona, se pueden tener muchos amigos y distintos grados de amistad, Julito es uno de los amigos de los de verdad, alguien que sabes que jamás de traicionará, una persona de palabra, un tipo auténtico. La experiencia nos sirve para tratar de no cometer los mismos errores que un día cometimos. Uno de los mayores errores cometidos en mi vida fue el juntarme con falsas amistades, en la actualidad carezco de amigos, ¿quién quiere falsos amigos?, mejor no tenerlos, ¿mi peor experiencia?, la traición. Debo decir que me siento dichoso de haber conocido la verdadera amistad, al igual que me congratulé el primer día que probé una buena ración de jamón serrano. Cuando se prueba lo bueno y lo auténtico, puedes pasarte media vida sin volver a catar una ración igual de buena, pero ay del día que te vuelvan a servir otra buena ración. Me confieso feliz de haber probado lo auténtico, aunque ahora no tengo amigos tengo algo mejor, una mujer auténtica, ¿quién quiere amigos si de repente un buen día te encuentras con una persona que reúne todas las características que valoras en una persona y además te ama? La amistad es buena pero el amor es mejor. No quiero decir con ello que sea malo tener amigos, aunque von el tipo de amistades que he frecuentado mis últimos veinticinco años, prefiero seguir estando sin amigos. La amistad auténtica es realmente buena, el hecho de que a lo largo de mi vida casi siempre la amistad fuera una utopía me hizo seguir buscando. Encontrar buenos amigos es tan difícil como encontrar una buena pareja o un buen trabajo, encontrarlo todo sería un cuento de hadas. Los amigos he dejado de buscarlos, no es que no quiera tenerlos pero perdí mi interés. La pareja la encontré, eso que vi en mis padres y que tanto admiraba, el amor verdadero, lo hallé cuando ya casi no albergaba esperanzas.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Tampoco busco un buen trabajo tampoco, sencillamente busco trabajo. En diversas entrevistas te preguntan que le pides a una empresa, obviamente no puedes expresar tus sentimientos. Pero no te faltan ganas de decir que les pedirías que al menos no te vayan a echar en al menos un año, deseo poder experimentar de nuevo la permanencia en la misma empresa un año. Si el entrevistador me preguntara en lugar de lo que espero de una empresa, ¿qué consideraría un buen trabajo?, entonces tendría que decirle que no creo que ni los trabajos, ni las empresas, ni los clientes sean lo importante, sino las personas con las que te relacionas, es deseable que se sientan seguras de sí mismas y no te consideren una amenaza para ellos. Hace pocos años pregunté a una jefa de recursos humanos que cuántas entrevistas eran necesarias para llegar cubrir el puesto al que optaba, llevaba cinco y me iba pareciendo algo excesivo, me contestó que todas las necesarias para asegurar la calidad de satisfacción del cliente. Yo le respondí que si además de satisfacer al cliente cabría la posibilidad de tener en cuenta la situación del candidato, pues encontrándome trabajando se me acababan las excusas para ausentarse. No hubo respuesta. ¡Ay que ver las reflexiones que se planteaba este hombre con tan solo un añito de edad! pensarán ustedes, entonces no tenía problemas para ser aceptado por la sociedad, todos me miraban embobados y me hablaban como si fuera estúpido, a pesar de ello, era un bebé muy feliz. Vivimos en una sociedad en la que se da tanta importancia a lo superficial, a la imagen, a lo que los demás puedan decir de nosotros, se hace de la inseguridad un estilo de vida, es tan fácil pensar que la inseguridad es cosa de los demás y creerse poderosos construyendo castillos en el aire, es tan fácil sentirse importante fijando nuestros pilares en lo banal. La seguridad de una persona jamás la encontraremos en nuestro entorno, ni en una posición social o en la potencia del vehículo que conducimos, tampoco en la cantidad de amigos que acumulemos, ni en la posibilidad que tengamos de ejercer nuestro poder sobre quien nos rodea. Tampoco estaremos más seguros por lo bien que hagamos la pelota a nuestro jefe, ni por nuestros títulos, masters, certificados, medallas, ni demás vainas que acumulemos, no señores, la seguridad única y exclusivamente se encuentra en uno mismo, si crees en ti mismo, vivirás y dejarás vivir en paz a los demás, he dicho. Tal vez el afán de encontrar seguridad sea una enfermedad más fácil de curar de lo que pudiéramos imaginar. ¿Qué tal si dejamos de buscarla? Si en lugar de pasarnos la vida entregados a encontrar una estabilidad prácticamente inalcanzable y simplemente disfrutamos de lo bueno que se nos ofrece, entonces hallaremos felicidad, date el gustazo de tomarte unas cañas con quien te apetezca y aparca los problemas de lado, verás como en el retrato de tu vida comienzan a aparecer colores más cálidos y vivos.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Primer manjar Tuve que soportar, como cualquier bebé, las dietas a base de leche, purés y potitos hasta conseguir degustar mi primer manjar, el jamón serrano. El que mejor me preparaba el jamón serrano con pan cortado en trocitos pequeños era sin duda mi abuelo Tomás. ¡Qué gran persona fue mi abuelo!, tras haber soportado estoicamente a sus cinco primeros nietos, se portó con el sexto de sus nietos como si fuera un padre. Siendo un bebé se percibe con mayor detalle lo que te rodea, no tardé demasiado en darme cuenta de lo gran persona que era mi abuelo Tomás, el mejor amigo que tuve durante mi infancia. Cuando se tiene apenas un año se abre un mundo de nuevas sensaciones, descubres el sabor de tu primer manjar, algo que te gusta mucho y que es diferente a lo que habías probado hasta entonces, al probar mi primer trocito de jamón serrano advertí que, tras este primer bocado, seguramente me quedarían muchos nuevos placeres por descubrir a lo largo de mi vida. De todos los placeres que he podido experimentar en toda mi vida, el que creí sería el mayor de los placeres, aquel del que todo el mundo me hablaba con especial entusiasmo, al probarlo me desilusionó enormemente, nada tenía que ver con lo que sospechaba, estaba a años luz de la sensación que percibí al probar mi primer bocado de jamón serrano. Una de las preguntas más comunes que me han formulado en las entrevistas de trabajo que he realizado recientemente es, ¿crees que con un currículum tan extenso te queda algún aspecto en el que puedas mejorar, y por otro lado, consideras que hay algo que aún te quede por aprender? La respuesta, como viene siendo lo habitual, no suele gustar al entrevistador pero le dijo lo que pienso, respondo que sí, puedo mejorar absolutamente en todos mis aspectos. Esta respuesta a veces puede llegar a irritar al entrevistador, entonces protesta, ¡vamos a ver!, ¿en algo destacarás?, ¿algo habrá en ti inmejorable?, pero oye que si no quieres no me respondas, ¿eh? Le respondo en esta ocasión que no, soy mejorable en todo, incluso me atrevería a decir, aquel que afirme que ya no tiene nada por lo que mejorar, tal vez sea un pobre infeliz que se niega a aprender y a desarrollarse. El entrevistador entonces empieza a enrojecer de ira y en su ansia de aprobación, como último intento antes de invitarme a irme por donde he venido, argumenta, ¿no me negarás que con ese currículum y tu experiencia, pues sin duda que posees muy amplios conocimientos, al menos en alguna materia habrás llegado a la cima de tus conocimientos? ¡No!, tras esta última negativa al entrevistador le comienzan a temblar las manos, incluso llego a asustarme por la reacción que ha provocado en él mi total desacuerdo. Es entonces cuando me dispongo a argumentarle mi respuesta, empiezo a temer por su salud y lo último que desearía en ese momento es que pudiera ser víctima de un colapso.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Afirmar que se domina cualquier materia es saludable, si usted me pregunta que si domino determinadas materias, le responderé que así es. Pero de ahí a afirmar que he llegado a la perfección en una materia hay una enorme diferencia, no puedo afirmar tal cosa porque le estaría mintiendo. Tal vez si usted comenzara a tocar un instrumento, por ejemplo, la guitarra, comprendería que el aprendizaje de dicho instrumento no tiene fin, siempre hay algo nuevo que aprender, ¿por qué no se anima a aprenderlo? Mi invitación al entrevistador a que se animase a disfrutar aprendiendo a tocar un instrumento y tal vez así un día conseguir que sonara bien, parece la respuesta que estaba esperando para darme la típica palmadita en la espalda e invitarme a tomar el mismo camino por el que había venido, el de la calle, eso sí, sin perder en ningún momento la compostura y el buen talante. Casi sin advertirlo he nombrado uno de mis placeres preferidos, la música, ¡puede disfrutarse de la música en tantos ámbitos!, se puede escuchar, interpretar, estudiar o enseñar. En cualquier situación en la que nos encontremos y en cualquier lugar en que la música esté presente, gozaremos de ella, es la amiga y gran compañera que jamás de abandonará. Yo quiero decirle a todos los entrevistadores del mundo, incluyendo a aquellos que pueda encontrarme en el futuro, que no hay necesidad de ser tan radicales, ¡hombre! Debemos aprender a respetar que haya personas que puedan tener opiniones diferentes a las nuestras, ni ellos, ni yo, ni nadie estaremos en posesión de la verdad absoluta, es precisamente la diversidad lo que enriquece. Si empleáramos menos tiempo en tratar de convencer al resto de la sociedad de que piense como nosotros y más tiempo en aprender de los demás, en escuchar, en descubrir nuevas sensaciones y en desnudar de etiquetas al prójimo, seríamos mucho más útiles de lo que somos en la actualidad. La historia nos ha regalado grandes descubridores e inventores, personas que no se conformaban con lo que habían aprendido, querían saber más y en su afán de descubrir, lo lograron. No invento nada si digo que el verdadero desarrollo, el aprendizaje mejor aprovechado es aquel que se hace con gusto, cuyo fin es el propio disfrute, con nuestra propia satisfacción podremos sentirnos realizados. ¡Qué poco aprendí en mis ocho años de colegio en los salesianos, con aquel lema de, la letra con sangre entra! No cabe duda que por obligación se aprende, pero tampoco albergo la menor duda de que si se disfruta del aprendizaje, el resultado va a ser bastante más efectivo y duradero. En mi empeño por sacar algo positivo de aquellos años de colegio, observé cómo sería la sociedad que me tocaría vivir en un futuro, observé el comportamiento de aquellos compañeros de colegio que sería exactamente igual al que años más tarde tendrían mis compañeros de trabajo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori En el colegio era tal el empeño de algunos niños por imitar a sus mayores que a veces incluso se podía llegar a hablar como ellos. Algunos llegaban a tal perfección imitándolos que si por un momento cerrabas los ojos, creías estar ante una persona mayor. Llevo grabada una imagen de dos niños “mayores”, niños que hablaban como sus padres y resultaba gracioso escucharles, parecían dos señores a los que un mago malintencionado los había transformado en niños a un toque de su barita mágica. Me dirigía andando del colegio a mi casa cuando oí un tumulto a la puerta de unas cuevas que había de camino, por ellas solo cabíamos los niños más delgados y con una cabeza proporcionada a nuestro cuerpo, ya que su entrada era muy estrecha y pequeña. Cuando me acerqué a ver qué ocurría, pude reconocer a los dos niños “mayores” discutiendo con otros dos niños. Niños “mayores”: ¡Al cuartelillo, ahora mismo al cuartelillo! Otros niños:

¡Ahí va! ¿Pero que dicen estos pringaos?

Niños “mayores”: ¡Andando!, la benemérita os va a enderezar. Otros niños: ¿Les doy yo o les das tú primero? Todos los niños: Zas! ¡Pam! ¡Pum! ¡Crash! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! La disputa se produjo cuando los niños “mayores” se metieron en la cueva a husmear y estando dentro, a uno de ellos le desapareció su reloj digital con calculadora. En aquella época en la que aún no existían ordenadores personales, tener un reloj digital era el último grito. De poco sirvió tanto aprendizaje por obligación, donde la palabra de Dios más escuchada era, ¡estudia!, algunos de aquellos libros que estudié obligado, los pude leer más años más tarde por voluntad propia, entonces disfruté de una lectura que años antes me parecía muy aburrida. Imagino que tal vez si mi abuelo me hubiera obligado a comer jamón serrano, lo hubiera odiado. Busquen el mayor de los placeres de este mundo y obliguen a alguien a tomarlo, a buen seguro que no lo disfrutarán o si les gusta, les hubiera gustado mucho más si lo hubieran elegido libremente. Era un bebé feliz con los ojos muy abiertos, observaba y absorbía todo lo que pasaba por delante de mí, tenía muchas ganas de aprenderlo todo, la curiosidad me embriagaba y me hacía sentir interés por casi todo. Fueron muchos los años en los que mi abuelo siguió preparándome el mejor jamón serrano con pan cortado en trocitos del mundo, años en los que pude disfrutar de una gran amistad. He podido disfrutar de muchos placeres a lo largo de mi vida, pero no hay duda que los mejores fueron los que elegí por iniciativa propia. Actualmente disfruto del placer de escribir, otras veces me enfrasco en la lectura o me paso el rato escribiendo, estudiando o escuchando música.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Son estas actividades y otras como el baile con las que más disfruto desarrollándome aprendiendo. Profundizo en el aprendizaje sin apenas esfuerzo porque lo hago por amor al arte, me encanta aprender. Mi deporte preferido es la natación, puedo pasarme horas nadando, eso sí, muy despacio y tranquilamente, disfrutando de la relajación que me produce el contacto con el agua y el masaje de las olas que se van formando con el movimiento del cuerpo, tratando de que la próxima brazada ofrezca menor resistencia hidrodinámica que la anterior. Estar en constante crecimiento hace que la vida sea más divertida, teniendo la certeza de que si mañana tenemos suerte de despertar aprenderemos algo nuevo, tendremos la posibilidad de disfrutar de un nuevo placer y seremos algo diferentes a lo que fuimos el día anterior. Desearía que todos mis futuros entrevistadores leyeran mi libro para conocerme algo mejor, cuando digo que me resulta difícil definir mi personalidad o mi forma de ser, mi carácter, no es por fastidiar o no querer responder a la pregunta, sino porque soy alguien en constante cambio, continuo creciendo aunque mis células del crecimiento ya se detuvieron. Otro de los motivos por los que no me defino o etiqueto, es porque nunca me gustaron las etiquetas, que me pongan un “tú eres”, de cualquier modo, si en ciertos momentos pudiera llegar a definirme, considero que es algo muy personal con derecho a guardar en mi baúl de mis intimidades. Desde que probé aquel jamón serrano cortadito y mezclado con trocitos de pan con tan solo un año de edad, han sido muchos los manjares exquisitos que he probado y mientras Dios quiera, continuaré probando. Los que gustamos del buen yantar, podemos encontrar en la dieta mediterránea, a la que por fortuna pertenezco, gran variedad de alimentos sanos y digestivos que exciten nuestras papilas gustativas. Hay diferentes escuelas para ejercer el placer, unas se rigen por los excesos, como las llevadas a la práctica por nuestros ancestros romanos, yo sin embargo soy partidario de la escuela de los sibaritas. El origen del nombre de esta escuela viene de la ciudad de Síbari, ya me hubiera gustado a mi haber vivido en aquella época, me hubiera convertido rápidamente en hijo predilecto de la villa. Como parece que, según el contexto, se da un significado diferente al hecho de ser sibarita, voy a contextualizar a lo que me refiero cuando me denomino sibarita, me gusta el placer de degustar ciertos platos exquisitos en su justa medida, prefiero un plato pequeño de un buen arroz a banda a una bandeja repleta de spaghetti carbonara, aunque también me gusten. Uno de mis placeres preferidos es el que me voy a permitir con el permiso del respetable, dormir, descansar con la sensación de habérmelo ganado, si éste puede ser acompañado de dulces sueños, pues bienvenidos sean.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Potitos Después de los biberones de leche, comencé a tomar potitos y purés. Era mejor este tipo de alimento que lo que había probado hasta entonces, aunque imaginaba que aún me faltarían unos meses para probar mi primer manjar exquisito, seguro que sospecharán ustedes de qué se trata. El hecho de ser el menor de mi familia viendo cómo todos podían comer de todo, caminar de aquí para allá sin ayuda y alcanzar a todas partes, me causaba mucha envidia, tal vez por ello alguna que otra vez me soltaba a andar detrás de alguno de mis hermanos mayores creyendo que yo también podría hacerlo, pero aún era pronto y me daba de bruces contra el suelo. Uno de mis retos más importantes era lograr autonomía de movimientos, poder ir de aquí para allá como veía que hacían mis hermanos y de este modo poder alcanzar todo objeto que se me antojara coger y que por el momento tenía fuera de mi alcance. No tardé pues mucho en conseguir mi meta, por fin pude caminar y alcanzar a aquellos sitios a los que antes no podía llegar. Pude entonces observar algo horrible, era la portada de un disco single que tenía mi hermana, en su portada se veía la cara de una mujer de melena muy larga y embarullada, lo más horroroso que jamás había visto. Lancé la imagen demoniaca por los aires y salí corriendo. Probablemente se tratara de un disco de alguna cantante famosa de la época, pero me impresionó tanto que me produjo un trauma, soné en repetidas ocasiones con una bruja de similar aspecto, ¡qué increíble es el poder de la mente!, me sorprende que tras haber pasado tantos años, ahora les pueda relatar aquel sueño tal y como lo experimenté, lo recuerdo con bastante exactitud. Bien es sabido que en los sueños se transforma la realidad a gusto del consumidor, en este sueño no solo era capaz de andar como estaba comenzando a aprender, sino que además tenía la capacidad de volar y absolutamente nada se podía escapar a mi alcance. La manera de volar que recuerdo en mi sueño era similar a la del movimiento que se realiza buceando, podía avanzar con las manos braceando, el estado de ingravidez era tal que me hallaba volando tranquilamente a lo largo de un pasillo cuto final no alcanzaba mi vista. Tenía a mi alcance todo lo que se me antojaba, si quería subir al techo del pasillo no tenía más que dar tres o cuatro brazadas y ya estaba en el techo, disfrutaba con tranquilad de mis vuelos por el pasillo cuando de repente oí tras de mí una carcajada aterradora, ¡que visión más aterradora!, era la bruja del single de mi hermana subida a una escoba. Mi estado de pánico fue tal que comencé a bracear con todas mis fuerzas volando por el pasillo a una velocidad supersónica, llegué a perder casi de vista a la bruja y comencé a tranquilizarme un poco.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Comencé a volar algo más sosegado pensando en que la bruja ya no tenía ninguna posibilidad de atraparme. Volví a jugar por el pasillo interminable, el pasillo debía ser de un colegio, tenía unos diez metros de alto por diez de ancho. En el lado izquierdo del pasillo había unas puertas grandes cada veinte metros, presumiblemente de unas aulas y en el lado derecho del pasillo unos ventanales grandes tras los que se podía contemplar un bello jardín. Me había olvidado por completo del fatal encuentro con la bruja del single, cuando muy a lo lejos volví a oír su aterradora carcajada, aunque imaginaba que aún se encontraría lejos de mí, alcé el vuelo a lo largo del pasillo a velocidad de crucero. Era evidente que la bruja iba mucho más rápido que yo, su carcajada cada vez se oía mejor y mis brazos ya comenzaban a resentirse del esfuerzo, al echar la vista atrás pude ver un puntito en la lejanía con una colita ondeando, deduje que sería la capa de la bruja. Comencé a bracear con todas mis fuerzas y mi velocidad fue en aumento, pero el esfuerzo parecía inútil porque la bruja avanzaba cada vez más y más, sin duda su escoba estaba hechizada, era mucho más rápida que yo. No perdía la esperanza de conseguir perderla de vista y me empleé a fondo para conseguir escapar. Sabía que con un poco más de esfuerzo y con mi subida de adrenalina, podría llegar a perder de vista aquella bruja endemoniada. Me percaté de que el pasillo ya no tenía puertas ni ventanas, tan solo estaba iluminado por luces fluorescentes y de repente ocurrió algo terrible que me hizo estremecer. ¡Había llegado al final del pasillo!, me encontraba ante un muro de piedra, consciente entonces de que tan solo un milagro podría zafarme de la bruja, no me quedaba más que rezar y por la cara terrorífica de la bruja, debía elegir una oración rápida, en milésimas de segundo me decidí por: “Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón” Tras mi corta plegaria quedé inmovilizado contra el muro de piedra, la bruja se acercaba ahora más lentamente, sus carcajadas eran cada vez más ensordecedoras, ya podía oler su apestoso aliento a punto de morderme. Cuando reconocí de nuevo su cara parecía aún más horrible que la de la imagen del single, tenía cara de satisfacción por tener a su presa a su merced. Cuando la bruja estaba a medio metro de mí y me iba a atrapar con sus garras de águila imperial, ocurrió el hecho más deseado para el que está en medio de una terrible pesadilla, me desperté del sueño quedando a salvo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El sueño de la bruja del single de mi hermana me acompañó varios años de mi vida, tal vez sea este el motivo por el cual sea capaz de describirlo con tanta exactitud, como si se tratara de una película que has visto en repetidas ocasiones y sabes lo que va a ocurrir a cada momento exceptuando el final. Mi sueño reflejaba dos sentimientos que me atormentaban, el primero era el deseo de logran mi independencia de movimientos, tal era el deseo que no solo soñaba con correr como mis hermanos sino que además podía volar para así tener mayor alcance sobre las cosas que quería coger. El segundo sentimiento era el terror que me producía la imagen de aquella cantante famosa, tal vez de country, pop o vaya usted a saber, el caso es que siempre odiaré a su despiadado maquillador. Aquel disco pude verlo en mi casa muchos años, incluso siendo algo más mayor lo buscaba y al encontrarlo no me extrañaba en absoluto el terror que me producía cuando tan apenas era un bebé. Como es lógico, de mayor ya no me asustaba la bruja del single, sino que más bien me reía de haber sentido miedo por ella. Entonces experimenté uno de mis primeros logros, vencer el miedo que tenía a la bruja del pasillo. No soy un estudioso de la interpretación de los sueños, entre otras cosas, porque el hecho de saber lo que motivó que siendo niño soñara en repetidas ocasiones con la bruja del single no es que me quitara el sueño. Más que buscar una teoría sobre que algún posible hecho traumático de mi niñez pudiera haber causado que transformase en mi mente a una cantante famosa en bruja, me inclinaría por otra teoría menos rebuscada. Es más probable que quizá alguno de mis hermanos me contara un cuento para dormir sobre una bruja, o que tal vez viera una bruja por televisión y la pusiera en mi mente la cara de aquella cantante famosa. Si a esto le unimos mi teoría de que tal vez los potitos me pudieran causar malas digestiones y por ello tuviera pesadillas, solo podía elegir de carne o pescado, igual que en el menú de los vuelos Madrid - Nueva York en los que te ofrecen: fish or meat, please? (carne o pescado, elija por favor). Según me confesaron años más tarde mis hermanos mayores, ellos se comían a escondidas los potitos de frutas y me dejaban a mí los que a ellos no les gustaba, es decir, los de carne o pescado. ¡Ten hermanos para esto!, ahora que lo recuerdo, teniendo diecisiete años mi padre trajo unos potitos para un sobrino mío, me picó la curiosidad y probé uno de los de fruta, no era de extrañar que mis hermanos me los birlasen. Tras probar los de frutas quise probar de nuevo el sabor de los potitos de carne y de pescado, en esta ocasión me parecieron deliciosos. Ciertamente podría sobrevivir en una isla desierta tranquilamente a base de potitos, a decir verdad no los compro porque están muy caros de precio.

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3. Mi entorno Gran familia Venir de una familia numerosa tiene la ventaja de tener juerga y el jaleo asegurados, vayas por donde vayas, siempre te vas a encontrar con alguno de tus hermanos haciendo una de las suyas y puedes convertirte en cómplice de su próxima barrabasada. A lo largo de mi infancia me encontré con bastantes familias numerosas como la mía, estaban los Álvarez, los Calvin, los Herrera, los Leralta, los hermanos Rubio, etc. Nací a finales de los sesenta en pleno bum demográfico, yo estaba en el grupo de los más pequeños, éramos los benjamines de cada casa. Coincidíamos en edad muchos de los miembros de aquellas familias numerosas, yo estaba dentro del grupo al que los mayores llamaban los enanos. Los miembros de los enanos, es decir, los de mi quinta, éramos Julito, Quique, María, Jacinto, Ricardo y Miguel. No vayan a creer que son todo ventajas por el hecho de ser el menor de seis hermanos, casi nada de lo que poseías era completamente nuevo, si era de segunda mano ya podías considerarlo un lujo, porque normalmente todo solía ser de tercera o cuarta mano, incluso llegué a tener un libro sin tapas que se caía a trozos que no me extrañaría que fuera de sexta mano. Pero salvo pequeños inconvenientes de escasa importancia, haber sido el sexto de una familia numerosa y en particular de la mía, me honraba, no puedo quejarme porque mi infancia fue bastante intensa, al menos puedo asegurar que fue de lo más divertida, lo pasé en grande. Iré describiendo a cada uno de los miembros de mi familia, pero no quiero olvidarme de uno, aquel que siendo tan pequeñito podía con todos nosotros y nos llevaba a todas partes, para ir de paseo, de excursión o lo que es mejor, de vacaciones, era nuestro querido coche Seat 600. Era de un color blanco perla y algo diferente a los modelos más comunes, tal vez por ser de los primeros que hubo, tenía los intermitentes encima de los faros en lugar de tenerlos en los lados como era más habitual en modelos posteriores. En aquella época, para poder ser el privilegiado de optar a la compra de un artículo tan preciado como un coche, debías solicitarlo y esperar unos meses a que llegara la aprobación parar poder efectuar la compra. Aunque la mayoría de los miembros de mi familia éramos pequeños, parecía increíble que en un habitáculo tan pequeño pudiera haber sitio para tanta gente, seis hermanos, los padres y el abuelo. Corría el año setenta y uno y tenía dos años de edad, lo que más recuerdo de aquella época es que siempre estaba acompañado, así era imposible aburrirse.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Voy a hablaros de mi abuelo Tomás, el primero de mi familia que emprendió el viaje sin retorno, yo tenía apenas once años cuando se fue aquel que había sido mi compañero durante mis primeros años de vida, un señor mayor que tenía dos sombras, la suya y la de un niñito con Chupachups que le seguía a todas partes. Mi abuelo Tomás, padre de mi madre, nació en el siglo diecinueve en Vicálvaro. Era Gutiérrez por parte de su padre, natural de Pioz, provincia de Guadalajara, encargado de todas las tareas ferroviarias de la zona del sudeste madrileño. Su madre era Baldominos natural del Pozo de Guadalajara. Fue mi primer maestro y amigo, por aquella época en la que los enanos como yo abundábamos y siendo la especialidad de mi padre pediatría, no le faltaba trabajo, sobre todo en la estación invernal en que la gripe sacudía con fuerza los hogares de Madrid. Mi madre, tras unos años de excedencia, se reincorporó a su trabajo de maestra y todos mis hermanos ya habían comenzado el colegio, esto motivaba que con quien más tiempo pasara a diario fuera con mi abuelo Tomás. El abuelo tuvo varios oficios a lo largo de su vida ya que comenzó a trabajar cuando tan solo era un niño. A comienzos de siglo, en España la mayoría de los niños tenían que trabajar para aportar su granito de arena al sustento familiar, era muy común ver a niños de once años trabajando duro. Trabajó de dependiente en una bombonería, como chico de los recados en un hotel y más adelante pudo incorporarse en la unión eléctrica madrileña que le brindó la oportunidad de estudiar y conseguir un puesto de responsabilidad en la compañía. Su servicio militar fue muy largo, estuvo cuatro años en la guerra de África realizando allí el servicio militar. Por suerte no estuvo en el frente, sino realizando tareas de oficina. Tenía una caligrafía magnífica, era tal su perfección trazando líneas que el resultado de sus escritos parecía haber salido de una imprenta. Conoció a una chica del pueblo de Vallecas, mi abuela Paca, se casaron y aunque tardó en venir, tuvieron una única hija cuando ya no albergaban demasiadas esperanzas de tener hijos, un día otoñal nació mi madre. El recuerdo que tengo de mi abuelo es muy grato, los primeros años que pasaron desde que él nos dejó fueron duros para mí, muy tristes, cada mañana despertaba con el deseo de haber sufrido una terrible pesadilla y que al despertar él estuviera allí. Con el paso de los años, esa tristeza de tornó en alegría, recuerdos de los momentos tan buenos que pasé con ese amigo que tanto sabía y tanto me enseñó de la vida. Aprendí que cuando se pierde a alguien que quieres, ya no hay vuelta atrás y desde el día que se fue, vivo con la esperanza de volverle a ver un día, sospecho que triste para los que queden y alegre para mí.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El abuelo Tomás, buen aficionado a los toros, tuvo que lidiar con seis nietos y lo hizo con mucho temple y destreza. No pasó más allá de la afición, pues aunque admiraba mucho el arte de los toreros, decía que le fallaba el izquierdo y prefirió ver los toros desde la barrera. Era muy grande el respeto y admiración mutua que se tenían mi padre y mi abuelo, la relación suegro yerno era inmejorable, no recuerdo ni una sola vez en la que hubiera discusión alguna entre ellos, el día que mi abuelo se fue, mi padre perdió su segundo padre, aquel que había sustituido al primero que se fue cuando él apenas era un adolescente. En mi abuelo siempre percibí tristeza y nostalgia por su gran ausencia, tenía la pena que le queda a todo aquel que pierde a quien más quiere, a la mujer que fue su compañera durante más de medio siglo, fue un verano del año ochenta cuando se reunió con ella, uno de mis peores veranos. Las ocasiones que más disfrutaba de mi familia era cuando estábamos de vacaciones, salíamos de excursión o a comer fuera de casa. La imagen que recuerdo de mi padre en aquella época era la de un hombre que rondaba los cuarenta años, la misma edad que ahora tengo yo. Su aspecto era diferente al mío, mi padre era más moreno que yo, también calvo pero menos que yo, tenía patillas de Curro Jiménez, en verano solía vestir de sport con pantalones de pinzas de colores claros, unos zapatos que me llamaban mucho la atención por ser transpirables, aunque nunca he tenido unos zapatos de este tipo sospecho que serán bastante cómodos. Siempre llevaba camisa o polos, su aspecto siempre impecable, ya fuera en verano de sport o en invierno de traje. Me llamaba la atención sus enormes gafas de sol, tal vez no tan grandes como las del guitarrista de Peret o el cantante de los hermanos Amaya, pero de un estilo parecido, perduraba aún la moda de los años sesenta, una de las más atrevidas de todos los tiempos. Tenía muchos lunares, como mi hermana Paloma, de todos ellos el que más llamaba la atención, aunque no sabría decir si era lunar o mancha en la piel, era el que tenía en su brazo derecho. Cuando le vi por última vez con vida, recuerdo haber fijado mi mirada en aquel lunar tan característico y único. Gracias a la fe que él me inculcó y a mis convicciones, sé que me escucha y que algún día nos reencontraremos. Mi madre es la jefa, una mujer de mucho carácter pero que ha sabido templarlo de modo que siempre ha sabido sacarle provecho, es muy extrovertida, éste rasgo debió ser herencia de mi abuela Paca, siendo muy común en ella entretenerse hablando con cualquier persona, bien la conozca o no, es un rasgo de ella que admiro mucho. Si vas con mi madre paseando por la calle, no tengas prisa alguna por llegar a casa, pues va a parar numerosas veces para hablar con alguien. Hace escasos días, nos dio una muestra valor ante la adversidad en una habitación de hospital en la que estuvo ingresada.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Es increíble su fortaleza, cómo estando convaleciente fue capaz de transmitir ánimos y fuerzas a su prima que recientemente había perdido a su marido, mi tío Alejandro. Teniendo un corazón delicado, su fortaleza mental la ha hecho superar con enorme valentía la pérdida de mi padre, transformando sabiamente el dolor en esperanza. Es mi madre sin duda la persona que más admiro, por su bondad, su carácter, no solo sus hijos hemos tenido la suerte de ser alumnos suyos, sino más de veinte generaciones de escolares la han admirado por saber dar su cariño y mostrar su interés por todos sin distinción alguna. No puedo olvidar aquel día en el que me llevó a su clase del Pan Bendito, fui con miedo y sin embargo salí encantado de aquellas aulas en las que las gitanillas me dieron todo su afecto por el mero hecho de ser hijo de su querida maestra Mari Carmen. Estos últimos años he podido ver madres o padres abandonados en habitaciones de hospital, hablando con ellos he tratado de comprender que podría hacerles diferentes a mis padres, no encontraba distinción alguna. Se trataba de unos padres trabajadores que se habían sacrificado por que sus hijos salieran adelante. Puedo llegar a entender que si alguien ha tenido unos padres que no se han portado bien, pueda optar por el abandono, pero en caso contrario, si tus padres han luchado día a día por ti como hicieron los míos, considero que abandonarlos cuando se hacen mayores es la peor de las traiciones que un ser humano pueda llevar a cabo. De bien nacido es ser agradecido, si tus padres fueron de los que trabajaron duro para sacarte adelante, la peor puñalada que les puedes dar es el abandono, ¿qué clase de hijo puede hacer eso?, canallas que irónicamente creen que ellos nunca van a ser abandonados. He tenido una gran suerte de tener estos padres, nada que pudieran ofrecerme igualaría la inmersa fortuna que encierra el amor de unos padres por sus hijos. Unos padres que fueron justos y no hicieron diferencia alguna entre cada uno de sus hijos, todos recibimos la misma educación, el mismo afecto y el mismo cariño. Mis hermanos son Javi, Paloma, Fernando, Santi y Carmen. Javi es que quinto de los hermanos, el más cercano a mí. Nuestras peleas eran el pan nuestro de cada día, al igual que ocurría entre Fernando y Santi. Paloma y Carmen fueron las únicas que no peleaban con ninguno de nosotros. Algo que nos caracteriza a todos los hermanos y por lo que cualquiera podría adivinar que somos hermanos, es la forma de gesticular y hablar. Hay determinados gestos que son innatos, no son aprendidos, vienen de fábrica con nuestros genes. En la forma de expresarnos también guardamos cierto parecido, las voces de algunos de nosotros son casi imposibles de diferenciar.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori En muchas ocasiones he tenido que convencer al que estaba al otro lado del teléfono de que yo no era mi hermano Fernando, incluso se trataba de mi hermano tomándoles el pelo. También en diversos lugares me han reconocido como hermano de Fernando sin tan siquiera conocerme, tan solo observando los gestos y la voz. Si hablamos del parecido físico, no lo hay, alguien puede aventurarse a decir que si uno se parece a mi madre, o que si otro se parece a mi padre, pero ¿entre nosotros?, no he oído decir a nadie que haya parecido alguno, tal vez coincidimos en algunos valores, aunque cada uno tiene su propio sello de identidad. En cuanto a las medidas, la estatura, la constitución física si podríamos encontrar cierto parecido, pero no en los rasgos faciales. LA mayoría tiene ojos verdes, color de ojos de mis padres, uno los tiene azules, otra grises azulados y dos somos los que tenemos los ojos marrones. En el carácter somos diferentes aunque todos poseemos el don de la imaginación. Cualquiera de nosotros pudiera haber sido artista o bohemio, no me extrañaría que entre nuestros antepasados pudiera haber algún músico, actor o escritor. Si fuera de familia inglesa, no dudaría en afirmar que por mi sangre corre tinta shakesperiana, cuando he podido leer cualquiera de sus obras, he podido imaginar a cualquiera de mis hermanos o incluso a mí mismo como el autor de tan ocurrentes fábulas. Aquel que lea esta biografía puede intuir que mi vocación nunca fue la informática y no se equivoca. Es una de las preguntas incómodas que suelen hacerme en las entrevistas, ¿por qué eres informático?, a lo que me cuesta no responder, ¿dónde he de firmar para poder ganarme la vida de otro modo, tal vez como escritor, actor, músico o bibliotecario? Puedo contar con los dedos de una mano y me sobran dedos, las obras de arte que han nacido de mi ingenio, sin embargo tal vez sean miles los programas de ordenador que he creado, eso sí, previo anexo de contrato en el que cual he de ceder los derechos de mis creaciones a una empresa. Si cobrara derechos de autor por todos los programas que he realizado, muy probablemente podría jubilarme hoy mismo, entonces podría dedicarme a escribir libros, ¿con qué motivación?, por gusto o por amor al arte. No crean que me estoy marcando un farol, les propongo un reto, si son ustedes clientes de la compañía de telefonía móvil más importante del país, tomen en sus manos la caja que les entregaron cuando se dieron de alta. En dicha caja podrán encontrar una etiqueta que puede ser de color verde, amarillo o tal vez blanco, dicha etiqueta porta su número de teléfono, un número de Imei (identificador de terminal) y un código de barras. Si pasan este código de barras por un lector, podrán ver su número de teléfono y se preguntarán ustedes, ¿cómo sabrá tanto al respecto?

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Porque fui el creador del programa que imprimía estas etiquetas, el programa que yo creé ha escrito su etiqueta y la de millones de clientes, aunque a decir verdad, disfruto mucho más escribiendo este libro que creando programas para empresas, que tan ingratas fueron conmigo. Ninguno de mis hermanos ha salido artista, Javier es informático como yo, Paloma administrativa, Fernando funcionario, Santi arquitecto y Carmen maestra. A todos nos ha tocado a la puerta la musa y todos hemos tocado las artes de algún modo u otro, aunque a día de hoy ninguno profesionalmente. El arte en nuestra sociedad sigue estando mal considerado, he hecho hay una expresión que dice, ¿ese de qué vive?, ese es un cara, vive del arte. Craso error si se cree que quien vive del arte es un vago o apenas trabaja. Lo que no se puede dudar es que quien tiene vocación en su trabajo, es un buen profesional y su esfuerzo le resulta gratificante. En ciertos trabajos como la medicina o la enfermería es casi indispensable tener vocación. La profesión en la que mayor diferencia he encontrado entre quien la realiza por vocación y quien no, es en la enfermería. En el hospital clínico de Madrid me encontré un claro ejemplo de profesional eficaz y eficiente y otro ejemplo de ineficiente e incompetente. Creo que mis hermanos han heredado los valores de mis padres y eso les hace ser tan especiales. Un valor añadido que nos han inculcado es la solidaridad, somos un ejemplo a seguir por las comunidades autónomas que conforman mi país, somos independientes pero a la par unidos y si alguno necesita ayuda, sabe que puede contar con el resto. También hemos heredado la fe que nos enseñaron mis padres, adaptada a la forma de pensar de cada uno de nosotros, pero con un mismo fondo. Resumiendo un poco esta creencia, se basa en vivir sin causar perjuicio alguno a las personas que nos rodean, defendiendo lo nuestro, no permitiendo que nadie nos cause daño alguno. La creencia en un lugar, llámese cielo, paraíso o edén, da igual, un espacio ajeno a este mundo en el cual nos iremos reencontrando según nos llegue el momento de partir, así, con esta forma de pensar, aunque la pérdida de cualquiera de nosotros nos causará un dolor y una tristeza lógica y normal, también comprenderemos que aquel que marcha se encontrará con aquellos que ya lo hicieron antes, con esos que partieron antes y que también se sintieron tristes el día que a ellos les dejó un familiar. Aunque mis padres fueron de creencia católica, saben que el cielo no entiende de religiones, que en él hay sitio para todos. Yo comparto su teoría, incluso voy más allá, soy de la creencia de que nuestra vida forma parte de una transición en nuestra existencia, como lo es de niño a adulto. Cuando con aire astuto acudíamos a preguntarles si es que no había cielo para los negros, no tardaban en responder que el cielo es de todos. Ahora nuestra gran familia está dividida, pero sabemos que nos volveremos a ver.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Pitipeque A mediados del año setenta y uno, campaba a mis anchas por toda la casa, tenía acceso a todos los lugares y el hecho de no ir aún al colegio me convertía en el rey de la casa, todos los juguetes y muñecos de la casa eran míos, aunque solo fuera por unas horas. Hace unos días, recordando momentos del pasado con mi hermana Paloma, me trajo a la memoria un amigo que me eché cuando era niño, un muñeco pelirrojo que le perteneció a ella. No sé cómo ocurrió, imagino que yo le caí mejor que a su dueña, el caso es que me seguía a todas partes, eso sí, siempre arrastras. El Pitipeque era un muñeco muy gracioso, tenía el pelo rojo, sus cejas estaban pintadas a su frente, de pestañas puntiagudas, nariz chata y ojos azules. Podría pasar horas describiéndole, pero no hay nada hay mejor que una imagen para que se hagan una idea, mi amigo era tal que así:

Tras mucho ir de aquí para allá por toda la casa y participar con su amigo Miguel en mil y una aventuras, se quedó calvo y perdió parte de su ropa o casi toda, creo recordar que sus pestañas estaban algo menos tiesas y además se le cayó el único diente que tenía. Son los riesgos que ha de correr un muñeco que decide ser el amigo inseparable de un niño de dos años, ha de saber que algún cambio seguro que va a experimentar, la aventura es la aventura. El Pitipeque me brindó la oportunidad de demostrar que ya era mayor y sabía cuidar de los pequeños, era como un hermano pequeño al que tenía que enseñar todo lo que yo había aprendido, fue mi amigo durante mucho tiempo y ahora que tengo la oportunidad de ver de nuevo su imagen, me inspira un sentimiento de ternura, cuidarle fue mi primera responsabilidad y aunque perdió parte de su integridad, percibía que era feliz conmigo. Hubo dos motivos de burla de mis hermanos mayores durante mi niñez, uno era que siendo un niño, en lugar de jugar a las guerras con los Madelman, me pasaba el día jugando con un muñeco, mi amigo el Pitipeque.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El otro motivo de burla de mis hermanos mayores, fue cuando con solo ocho años tuve mi primer amor, Maite, tal vez se burlaban de sí mismos por no haberse atrevido a correr ese riesgo, el caso es que a pesar de las burlas, disfruté como un enano con esas dos experiencias. No creo en absoluto que el hecho de que un niño juegue con un muñeco, o si le apetece, porque no con una muñeca, sea perjudicial, más bien creo que es beneficioso. El Pitipeque fue mi primer y único amigo inorgánico, parece extraño que alguien pueda tener como mejor amigo un muñeco, un objeto que puede parecer insignificante y que sin embargo puede hacer tan feliz. Mi mujer tiene en la cabecera de la cama una muñeca que le regalaron unos amigos, la bautizamos Marguita, en honor a su dueña y lo cierto es, que cuando se mira a la cama y se la ve ahí sentada tan chulita ella, da la impresión de que fuera real. Recientemente hospitalizaron a mi madre y yendo de camino hacia el hospital, en Príncipe Pío, Marga vio una muñeca en la que se leía el nombre de mi madre, Carmen. Se la llevamos y le llenó de felicidad, nos dijo que había sido uno de los mejores regalos que le habían hecho en mucho tiempo. A veces pasamos por la vida sin darnos cuenta de esos pequeños detalles que pueden causar que alguien sea feliz, un simple gesto de amabilidad hacia una persona mayor, como cederle el asiento, aunque no lo acepte, pero seguramente les agrade que al menos alguien les tiene en cuenta. Algo está pasando en la ciudad de Madrid, muchas personas leen en el metro camino del trabajo, si eres uno de ellos, reflexiona. Tal vez eres tú quien entraste por la puerta y te lanzaste como una flecha para tomar asiento por el simple hecho de que ansias tu comodidad para leer tu revista o novela. ¿Qué nos está pasando, cuando preferimos ver a un anciano caerse al suelo que levantar nuestro culo del asiento para cederle el sitio? ¿Dónde aparcamos esos valores, como son el respeto y la educación o el civismo? ¿Acaso pensamos que esto no va a explotar?, es la pescadilla que se muerde la cola, si nosotros somos unos maleducados, no cedemos el sitio al que lo necesita, nos tiramos de cabeza para tomar asiento los primeros, no dejamos salir antes de entrar, ¿para qué?, ¿para que venga otro espabilado y nos quite el sitio? Creemos que somos inmortales, que nunca llegaremos a ser mayores y menos ancianos, que nunca llegaremos a suplicar que un joven tenga un mínimo de humildad para cedernos el sitio cuando nuestras piernas flaquean. Si ni tan siquiera nos lo planteamos, es que simplemente nos da igual el resto del mundo, lo único que nos importa es que nosotros vayamos bien cómodos y a gusto, los demás que se busquen la vida.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori ¡Qué equivocación!, si no os morís antes, llegareis a ser ancianos y cuando lo seáis, los jóvenes que os acompañen en el metro no solo no os cederán el sitio, sino que os patearán hasta sacaros las tripas por la boca, entonces os preguntaréis por qué, fácil respuesta, porque aquel que siembra, recoge. Si eres un lector del metro, por favor, recapacita y muestra tu ejemplo a tus compañeros de trabajo, cuando te vean tal vez te imiten, porque eres inusual, piensa que si no respetas al resto de las personas que te rodean, es porque tal vez no sientas respeto ni siquiera por ti mismo. Podríamos incluso llegar a temer que algún conocido nos vea permanecer sentados mientras un anciano suplica que le cedan el sitio, tal vez nos da vergüenza que nos puedan llamar maleducados, ¿que mas da el motivo?, lo que importa es que el señor mayor que lo necesita, pueda sentarse. Pero aún hay más, de acuerdo que habéis hecho la obra del día, pero, ¿al llegar al trabajo ejercéis abuso de poder contra vuestros subordinados?, ¿sometéis al que está en desventaja a acoso laboral?, ¿tal vez te has creído que eres mejor que cualquiera de tus compañeros? ¿Os habéis leído “quién se ha llevado mi quesito” y “cómo dejar de fumar sin esfuerzo” y “cómo ser el más popular de la clase”?, claro, no es de extrañar que tras estas lecturas os creáis mejores que nadie. Todo gira alrededor del mismo problema, no respetamos a quien está en situación de inferioridad, no queda lugar a dudas del motivo que origina nuestro comportamiento y el origen del problema que nos hace ser irrespetuosos es que ni siquiera nos respetamos, carecemos de amor propio. Prestad atención, siempre que creamos tener más derechos que los demás, como pueda ser el ejemplo de no esperar a que salgan todos los pasajeros que lo deseen de un vagón de metro entrando a toda prisa para tirarnos en el primer sitio libre que veamos, no son más que muestras de inseguridad, la sociedad nos dice que la seguridad está en el triunfo. Si estuviera un poquito seguro de mi mismo no tendría la necesidad de demostrar a nadie que soy el más veloz en tomar asiento, no creería que el simple hecho de haberme sentado antes que los demás me convierta en más inteligente que el resto. El respeto y la educación que tengamos hacia el resto de las personas, depende directamente del respeto o valor que demos a nuestra propia persona, de la idea que tengamos sobre nosotros. Si nos sentimos seguros de nosotros mismos, no se nos pasará por la cabeza la idea de faltar el respeto al prójimo, porque sabremos que ello sería síntoma de inmadurez. Tendemos a confundir independencia con egoísmo, nadie nos está faltando al respeto por no pensar como nosotros, ni siquiera por tener ideas opuestas, es quien lo cree así precisamente quien no respeta a los demás y es egoísta.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Puede llegar a ser muy peligroso seguir por el camino de la inmadurez, ya que podemos llegarnos a creer que nuestra manera de actuar es la natural, no aceptaremos a todo aquel que se salga de nuestros cánones y llegaremos a considerarle un miserable. Podemos pensar que insultar o menospreciar a determinadas personas es lo correcto, no sea que vayan a considerarnos inferiores por no hacerlo, esto nos proporciona una falsa seguridad en nosotros mismos. ¿Cómo distinguir la falsa seguridad de la verdadera? El que tiene la necesidad de demostrar lo seguro que se siente de sí mismo y para ello no duda en menospreciar a todo aquel que considere oportuno y de alagar a quien crea conveniente, vive en un mundo irreal, un edificio sin vigas que tarde o temprano se derrumbará. El que se siente seguro de sí mismo, es el primero que no duda en ceder el sitio a una anciana o a una mujer embarazada, pero no lo hace por lo que puedan pensar o en busca del aplauso o halago, simplemente lo hace porque sabe que esa persona precisa del asiento más que él. Un pequeño detalle, tan simple como prestar ayuda de modo desinteresado, no cuesta ningún trabajo hacerlo porque con el día a día se torna en algo cotidiano y normal. No es que con esto nos ganemos el cielo, el jubileo, ni que por ello nos vaya a tocar la lotería, pero tal vez ganemos algo más valioso que el dinero, confianza en nosotros mismos. El hecho de mostrar nuestros sentimientos nos ha podido resultar costoso en algún momento de nuestra vida, el miedo al ridículo, a poder ser objeto de burla de la gente. Podemos llegar a ser tan absurdos que preferimos no correr el riesgo, ¡antes muerto que sencillo!, ¿qué van a pensar de mí los muchachos del bar si me ven dar la vuelta a la esquina con un ramo de flores en la mano? Nos aterroriza ser descubiertos por los muchachotes, tu familia te enseñó que a tu mujer jamás debes golpearla ni tan siquiera con una flor, pero pensar que puedan descubrir que eres una persona sensible te incomoda. Si aún no le has comprado a tu mujer, madre, novia, marido, padre o suegra una muñeca, tal vez ese simple gesto, un detalle que demuestre sin miedo que amas a esa persona, es quizá lo que tanto echa en falta aquel al que amas, que percibes como día a día se va alejando un poco más de ti. Pero no olvides que aquel que regale un amigo como el Pitipeque no lo debe hacer esperando algo a cambio, simplemente, pretendiendo que a la persona a la que se le hace el regalo se le proporcione felicidad. ¡Vamos, anímate!, cómprale ahora que llegan las fiestas un muñeco, si no es un Pitipeque, que sea un Gusiluz o una muñeca Pepona, ¿qué más da?

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mostaza En mi segundo cumpleaños, mientras el resto comía tarta y soplaba mis dos velitas, yo observaba desde mi sillita a cada uno de los miembros de mi familia comiendo, riendo y disfrutando de la fiesta. Aunque todos comían y bebían de todo lo que había sobre la mesa, yo estaba sentado delante de mi platito rebosante de trocitos de jamón serrano y pan, en ese momento uno de mis hermanos me acercó una cucharada de algo parecido a un puré. Pensé, ¡este no se ha enterado de que ya he dejado de tomar purés!, pero en fin, por educación acepté la cucharada de un puré de apariencia, olor y color un tanto extraños. Entonces me di cuenta de que era una de las bromas de mis queridísimos hermanos, me acababan de dar a probar una cucharada de mostaza, no debí haberme fiado y debí haberlo desechado por su extraño aspecto. Las bromas de mis hermanos en las fiestas de cumpleaños eran como una tradición, el año anterior tuve el privilegio de chupar una rodaja de limón, la cara que puse debió causarles gracia y repitieron broma en mi segundo cumpleaños. Pero de todas las bromas, la que peor me sentó fue aquella en la que mi madre con todo su cariño me preparó una tarta de chocolate y me pidió que la oliera, cuando me acerqué para hacerlo, uno de mis hermanos, muy posiblemente movido por los celos de que la tarta no había sido hecha para él, me restregó la cabeza contra la tarta que aún estaba caliente. Tal vez no fue consciente de que su acción era más grave de que pudiera quemarme la cara con el chocolate aún caliente, sino que sus celos incontrolados provocaron que se echara a perder el regalo que mi madre había tardado horas en preparar y que el disgusto no solo me lo dio a mí, sino también a mi madre. Probablemente el lector pensará, ¿cómo después de estas gamberradas podrá hablar bien de mis hermanos? La respuesta está en que aunque el hecho de ser el pequeño, podía provocar que en ocasiones fuera el Punching Boxing de la familia, no siempre fue así (el Punching es el aparato que se lleva los golpes en los entrenamientos de boxeo). El barómetro para medir lo que valoro a mi familia lo tengo en la propia calle, si bien es cierto que ninguno de nosotros puede ser considerado perfecto, si comparo a cualquiera de ellos con lo que hay fuera, generalmente siempre suele salir mejor parado el miembro de mi familia. Lo mismo ocurre con mi mujer Marga, no es perfecta como tampoco lo soy yo, aparte de que valorar a una persona por su grado de perfección me parece un grave error, ella posee eso que caracteriza a cada uno de mi familia, siempre muestra grandes dosis de sensibilidad.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Los actos que Marga realiza, bien sea ceder el asiento a un anciano o una mujer embarazada, los hace de un modo espontáneo, sin que acarree ningún esfuerzo físico o mental, ella lo convierte en un hábito normal como pueda ser lavarse los dientes. Fíjate en quien realice un acto de este tipo, verás que lo hace de una manera objetiva, porque sabe que con independencia de la condición social, o del entorno que pueda rodear a alguien, merece el mismo trato que cualquier otro, esta persona conoce el significado de la palabra respeto. Seguro que son muchas las veces que me habéis visto escribir esta palabra, respeto, tiene mucho valor para mí, imagino dónde puede llegar una sociedad que llegue a olvidar el significado de esta palabra y el valor que conlleva. No caigamos en el error de pronunciar esta palabra como arma arrojadiza, en ninguna situación, no sirve de nada. Si nos paramos a pensar, ¿acaso nos consideramos superiores para poder dar lecciones de respeto? Somos en estos días testigos de una lacra social, la violencia de género ejecutada por un maltratador ignorante que aparte de ser un huraño que vive de espaldas al mundo, ignora el significado de la palabra respeto. ¿Sirve de algo que llame al maltratador por su nombre?, lo dudo, puede que incluso le haga sentirse importante, como si se tratara de una estrella de cine, fíjate que hasta sale su cara por la televisión tras su ejecución. Meses antes de ser despedido de mi empresa, allá por el año dos mil tres, vino a buscarme un amigo a Torrejón de Ardoz donde trabajaba, para irnos a Los Pirineos a pasar unos días, era un puente de tres días del mes de diciembre. Tardamos poco en llegar al Pirineo de Lérida, no había aglomeraciones de tráfico porque el instituto de meteorología había predicho una ola de frío en toda la península. Los Pirineos estaban blancos, a los lados de la calzada se podía ver una capa de nieve retirada de la carretera por la máquina quita nieves de medio metro de espesor, los días pasados había nevado bastante. Hicimos noche en un hotel y al levantar hacía un sol espléndido, estuvimos recorriendo en coche varios pueblos pirenaicos y casi sin darnos cuenta habíamos cruzado a Francia. El paisaje que se podía ver en Los Pirineos franceses era si cabe más bonito aún, pasar por debajo de árboles que sujetaban la nieve a punto de desplomarse, era una sensación muy excitante. Se podía ver un río al lado izquierdo de la carretera de aguas bravías, parecía como si el agua tuviera frío y por eso pegara aquellos saltos. Anduvimos por la nieve, comimos de camino y luego regresamos a Los Pirineos españoles.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori De noche salimos, quedamos sorprendidos de la cantidad de pubs y discotecas que había, debido posiblemente a la proximidad de la estación de esquí, no me explico cómo les queda fuerzas a los esquiadores que han pasado el día esquiando para todavía echarse unos bailecitos. Entramos en un pub, estuvimos un rato charlando y tomando algo, pude observar como un muchacho de unos veinticinco años trataba de llamar la atención insistentemente, desde luego que lo estaba logrando, pues ya desde hace rato le venía observando. Habló varias veces por su teléfono móvil y pudimos enterarnos todos los presentes que hablaba con su novia y le contaba que estaba con unas amiguitas tomando algo, era totalmente falso, porque su única compañía eran sus dos amigos. En su afán por continuar siendo el centro de atención, tal vez ayudado por el exceso de alcohol que estaba ingiriendo, comenzó a hablar con una mujer de unos cuarenta años que se encontraba sola en el local. Estuvo riendo y bromeando con la mujer, a simple vista cualquiera podría pensar que habían hecho buena amistad, incluso que se tratara de dos amigos que se conocían y estaban pasando un buen rato. Desde el principio el chico no me calló bien, en primer lugar porque para divertirse no es necesario llamar la atención y aunque no podría asegurar que la conversación que tuvo por el móvil con su novia no fuera fingida, estaba demostrando ser un inmaduro y porque no decirlo, un estúpido. Con ese don que me caracteriza de atraer todo aquel al que detesto, me dijo: Muchacho: Miguel:

¡Esa vieja fea quiere echarme un polvo!, ¿es que no se dará cuenta de lo vieja y fea que es? ¡Respeto!, ¿acaso no conoces su significado?

Cuando pronuncié ¡Respeto!, lo dije en un tono tan alto que retumbó en todo el local, el chico se fue algo aturdido por mi contestación, se quedó pensativo y se sentó en una silla como si le fallaran las fuerzas en las piernas. En un principio no pensé que mi reacción hubiera sido demasiado efusiva, pero al salir me dijo mi amigo que cuando pronuncié la palabra ¡Respeto! con tal fuerza, el local entero enmudeció, el pobre muchacho eligió mal compadre para echarse unas risas a costa de la mujer. Ahora reflexiono sobre la actitud que tomé y creo que cometí un error, el respeto como cualquier otra lección jamás se enseña a gritos. Estoy convencido de que mi grito no surtió efecto alguno en aquel muchacho, si acaso recuerda algo de aquella anécdota, será que alguien le gritó ¡Respeto!, ¿qué mejor momento para aprovechar y pedir disculpas al muchacho por mi grito fuera de tono?, he de reconocer que perdí el control.

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4. Torremolinos Mis primeras vacaciones El treinta y uno de julio del año setenta y dos, día antes de mis primeras vacaciones, me fui con mi hermano Santi a comprar unas chucherías para hacer más ameno el viaje, mentalmente ya había hecho mi particular lista de lo que podríamos llegar a necesitar. Cuando llegamos a la tienda, Santi pidió lo que lo que creyó que sería suficiente para un viaje tan largo teniendo en cuenta que se trataba de entretener seis bocas. Cuando terminó de pedir, yo le chivé al oído que se había olvidado de pedir la imprescindible ristra de caramelos de sabor a cola. Se lo dije al oído porque cada vez que yo abría la boca, el dependiente de la tienda comenzaba con sus molestas expresiones del estilo, ¡mira qué nene más majo!, o, ¡anda, bonito, toma!, o, ¿no quieres este caramelito bonito? Aprovecho ahora que ya soy mayor para protestar, tener tres años de edad no significa tener mermado el entendimiento, todo lo contrario, ojalá yo tuviera ahora la capacidad de aprendizaje de entonces, lo único que le falta a un niño de esa edad es estatura, no está de más que alguien te alcance algo cuando se lo pides, pero no se equivoquen, la cabeza está perfectamente amueblada a pesar de su corta estatura. Recuerdo que en esa época me horrorizaba cuando alguien se esforzaba en pronunciar excesivamente despacio cuando me hablaba, me preguntaba cuántos años deberían pasar para que me dejaran de hablarme como si fuera un extranjero que tiene dificultades para entender el idioma. No deja de ser extraño que con frecuencia, al dirigimos a un extranjero, o bien alcemos la voz como si estuviera sordo, o le hablemos a una velocidad muy lenta, como si frenáramos las revoluciones de un disco de vinilo. Sin embargo, si vas a Londres y preguntas por una calle, a pesar de que se te queda cara de chino mandarín porque no has entendido nada, te repiten lo que te han dicho a idéntica velocidad, pensarán que si no les has entendido la primera vez, aunque te lo repitan cien veces, no acabarás por entenderlos. En una ocasión estando en Quebec, al este de Canadá, pregunté en inglés a un señor por el centro de la ciudad, me respondió en Francés, al comprobar que no entendía absolutamente nada me lo repitió a velocidad muy lenta, el resultado fue el mismo, seguía sin entenderle, lo cierto es que pasé un rato muy divertido viéndole gesticular mientras hacía intentos en vano de meterme el francés en mi cabeza por el método del embudo. Una vez recogimos la compra realizada, mi hermano Santi y yo regresamos a casa, fue mi hermano el encargado de custodiar el tesoro pues de haber sido yo en ángel custodio, probablemente al día siguiente no hubiera quedado ni una mísera pipa que pelar.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Cuando vi las maletas que preparó mi madre, quedé impresionado de la cantidad de ropa que podía caber en ellas, era como si tuvieran un agujero por el que se saliera, miraba al fondo de la maleta y sorprendentemente no había ningún recoveco secreto por el que se colara la ropa. Eran muchas las dudas que mi cabecita trataba de entender sobre aquellos inventos del ser humano como la electricidad, algo que no se podía ver pero capaz de causarte un temblor por todo el cuerpo si tenías la feliz idea de meter los dedos en el enchufe. La electricidad me tenía muy intrigado, había oído contar a mi padre cómo cuando era joven, se encontraba estudiando en su habitación y estaba una mujer del servicio haciendo la cama, hablaba con ella sobre cómo llevaba los estudios, de sus amigos y de sus viajes en canoa por la costa ceutí bañada por el mar Mediterráneo. Al ser mi padre muy dicharachero, a veces podía pasar horas hablando, creyó que la mujer del servicio estaba muy atenta a su explicación, puesto que le miraba muy atenta y en silencio. Comenzó a sospechar algo extraño cuando comprobó que la mujer comenzaba a tener convulsiones. Mi padre que era un estudiante aplicado, comprendió enseguida que la mujer estaba pegada a la cama por efecto de la electricidad. La cama era de hierro y al moverla hacia la pared, hizo contacto con el enchufe y provocó que se quedase pegada a la cama que hacía de conductora de la electricidad. Había estudiado también lo suficiente para saber que si trataba de ayudarla, él se convertiría de inmediato en el sufridor del calambre, ya que la buena mujer sin saberlo, pasaría a ser conductora de la electricidad. Mi padre la empujó con todas sus fuerzas y la pobre mujer se despegó de la cama quedándose todo por suerte en un buen susto. Tuve yo mi propia experiencia con la electricidad cuando vino a casa de visita un médico amigo de mi padre, sabiendo éste de mi curiosidad por el ocultismo, me invitó a que observara cómo le salía el humo por los ojos mientras estaba fumando. El bromista del señor, mientras yo le miraba fijamente a los ojos, me quemó la mano con su cigarrillo. Me vino entonces a la mente de inmediato aquella anécdota que me había contado mi padre sobre la mujer del servicio. Llamé al amigo de mi padre y le dije, venga un momento y deme la mano, le voy a enseñar un truco. El buen hombre aún reía por la bromita que me había hecho con el cigarro lo que ignoraba era lo que iba a experimentar. Había ocultado mi mano cerca de un enchufe de mi casa y al instante que el médico bromista me tendió la mano, metí los dedos en el enchufe. Gocé de aquella dulce venganza durante dos largos minutos viendo gesticular al médico bromista suplicando que cesara mi broma. De repente perdió el conocimiento, creí haber acabado con su vida por lo que me asusté y aparte inmediatamente mis dedos del enchufe.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Rondaría entonces los once años, me fui asustado a casa de mi amigo Julito y llamé a mi casa para decir que me quedaba a merendar en su casa. Pude comprobar que mi madre no estaba nada alterada, entonces le pregunté que si ya se había marchado el médico bromista, me respondió que sí, se había indispuesto y había decidido marcharse a su casa. Informé a Julito de que todo había quedado en un susto y salimos a dar una vuelta, fue aquella la última vez que vi al médico bromista, no se le debió quedar el cuerpo al buen señor para más bromitas. Otra experiencia con la electricidad la protagonizó mi hermano Javi cuando yo tenía tres años. Metió unas tijeras en un enchufe para ver qué pasaba, saltó un chispazo, salió un humo negro y las tijeras se doblaron como si de un chiche se tratara. Aquel experimento le costó pasarse castigado un tiempecillo, al ver las consecuencias de su experimento, comprendí que la electricidad era un elemento digno de ser respetado, no solo por lo peligroso que era, también por el castigo que llevaba asociado jugar con ella. Otro invento que lograba desconcertar mis pequeñas neuronas era lo enanos que debían ser los habitantes de nuestro tocadiscos para vivir ahí dentro y lo a gusto que debían estar qué no salían ni siquiera para comer, eso sí, se lo debían de pasar de maravilla porque se pasaban el día cantando. Partimos hacia la playa el día uno de agosto a la seis de la mañana, creo que era aquel mi primer madrugón y me levanté mareado y dando tumbos, incluso después de tomarme mi cacao con leche, aún seguía algo aturdido. Al salir de mi casa aún no estaban puestas las aceras, así es que esperamos a que vinieran a ponerlas y después nos fuimos a la playa. Era la primera vez que veía la fábrica de cerveza tan de cerca, desde casa no se podía apreciar con tanto detalle. Al ser de noche, la iluminación de las farolas provocaba que el humo blanco se viera muy espeso, llegué a pensar que allí era donde se fabricaban las nubes, ¿qué sería la cerveza? El Seat 600, tras largos años de servicio a la familia se jubiló, el nuevo coche que nos llevaba ahora de viaje era un Seat 124 de color amarillo. Era un coche tremendamente escandaloso, debimos despertar a medio vecindario cuando nos pusimos en marcha. Casi al instante de salir de Madrid, cuando la oscuridad de la carretera llenaba el espacio y nada interesante había que ver, me volví a dormir. Desperté horas más tarde, el coche se había convertido en pequeña casa donde todos comían chucherías. Mi abuelo Tomás había marchado en tren con mi hermana mayor, es por ello que íbamos bastante cómodos en el coche nuevo. ¿Qué más se podía pedir?, por pedir que no quede, me comí un buen bocadillo de filete de ternera empanado que mi madre había preparado la noche anterior.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Hay determinadas comidas que están más ricas al día siguiente de su preparación, una de ellas son los filetes empanados, otra la tortilla de patata, incluso el pan de pueblo está mejor tras unos días de ser horneado. Pude ver por lo menos quince toros gigantes a lo largo del camino, eran de color negro y tenían un nombre extranjero que jamás había oído antes. Se situaban en los montes más altos, debían ser muy coquetos porque posaban en los sitios donde mejor se les podía ver. Según pasaban las horas, empezaba a molestar algo más a mis hermanos para que me dieran agua, debí beber al menos dos litros y sin embargo no tenía ganar de orinar, tenía todo el cuerpo empapado en sudor. Comimos en un parador de turismo, cuando los camareros nos veían aparecer se echaban a templar, sin embargo cuando terminábamos de comer, quedaban impresionados de nuestro buen comportamiento y daban la enhorabuena a mis padres por tener a unos chicos tan bien educados y formales. Imagino que mis padres pensarían, lo que no cabe duda es que son unos magníficos actores, porque cuando llegan a casa se les olvida la formalidad y las que lían son de aúpa. No se sabe por qué razón éramos tan formales en lugares públicos, pero lo cierto es que ninguno levantaba la voz durante la comida y pedíamos con mucha corrección, algo digno de ser imitado por muchos niños de ahora. Comenzaba a notar una sensación de humedad en el ambiente y por fin vi el mar por primera vez en mi vida, tan inmenso como el cielo, separado de él por una línea curvada en sus extremos, de superficie rugosa, me inspiraba respeto y a su vez me transmitía paz el arrullo de sus olas. Desde la primera vez que vi el mar quedé prendado por su belleza, a lo largo de los años han sido numerosas las veces que he me he reencontrado con este medio, siendo en la costa almeriense una mañana de agosto, a mis veinticinco años, cuando intentó llevarme a sus profundidades para siempre. Llegamos a nuestra casa de vacaciones, era la primera vez que habitaba otra casa que no fuera la mía y tenía una sensación era de extrañeza, todo era diferente a mi casa, no había nada en su sitio y se respiraba mucha humedad en el ambiente, pero al mirar la cara de alegría de todos por estar de vacaciones, me alegré contagiado por el resto de la familia. A la mañana siguiente fuimos a la playa, mi madre me untó bien de crema protectora solar, luego me puse mi gorra, cogí mi cubo y mi pala y nos fuimos a buscar un buen sitio donde poner la sombrilla. Lo pasé fenomenal haciendo castillos en la arena, me puse tibio de barro sin que nadie se enfadase por ello y pude darme mi primer baño metido en un flotador con cabeza de pato, eso sí, tomando la precaución de ir siempre acompañado de alguno de mis hermanos mayores.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El agua tenía sabor salado y esto provocaba que me picaran mucho los ojos, pero ya sabía de sobra cuando tenía que cerrar los ojos o aguantar la respiración, ya que afortunadamente no era aquel el primer baño que me daba, aunque sí era el primero en un medio tan hostil para el hombre. Pasaron varios días de playa y no tardé mucho en ponerme negro como el carbón por el efecto del sol. Un día apareció mi hermano Santi con una colchoneta muy grande y me pasé un buen rato dando pisotones al inflador de la colchoneta. Cuando llevamos la colchoneta al agua, me di cuenta de que permanecía en la superficie sin hundirse, descubrí que subido a ella podías tomar el sol y remojarte cuando el sol empezaba a calentar demasiado. Me agarré a un borde de la colchoneta, mi hermano Santi avanzó con la colchoneta sin percatarse de que llevaba un pasajero cual rémora adherida a un tiburón. Cuando mi hermano hubo llegado a una distancia prudencial, no demasiado lejos de la playa para un niño de su edad, se subió a la colchoneta y yo también me subí tras él. Como no se había dado cuenta que yo también iba subido a la colchoneta, la volcó quedándome a unos metros de ella atrapado por mi flotador con las piernas al aire y la cabeza metida debajo del agua. No sabía cómo salir de esa situación tan embarazosa, si hubiera sido más mayor hubiera salido del flotador por debajo del agua y así habría alcanzado la superficie, pero a mis tres años hice lo único que se me ocurrió en ese momento, aguantar la respiración confiando en que alguien viniera a rescatarme. Por suerte se percataron mis padres, gritaron a mi hermano que, ajeno a lo ocurrido, seguía tan feliz haciendo el ballenato subido a su colchoneta, con el ruido de las olas no oía los gritos y el tiempo corría en mi contra. Tras muchos gritos desesperados, mi padre decidió lanzarse al agua confiando poder llegar a tiempo, mi madre siguió gritando y por fin mi hermano se dio cuenta, me vio con las piernas al aire y me sacó del agua. Cuando salí del agua tenía los ojos cerrados y aún aguantaba la respiración, abrí la boca y tomé una gran bocanada de aire, nunca antes había permanecido tanto tiempo sin respirar. No tragué ni una gota de agua, en ese momento apareció mi padre de debajo del agua, era buen nadador porque cuando vivía en Ceuta pasaba muchos días de la semana en la playa, vino buceando desde la orilla para no perder tiempo. Salió mi padre casi asfixiado, casi necesitaba más aire él que yo, lo importante es que todo quedó en un susto. Me sorprendió que mi padre no se enfadase ni conmigo, ni con mi hermano, tal vez pensó que lo ocurrido no había sido culpa de nadie.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Quizá la alegría de que todo hubiera acabado bien, le hizo reaccionar abrazándonos a los dos y dándonos un beso. Haber sido valiente aguantando la respiración tanto tiempo bajo el agua evitó que tragase una sola gota de agua. Contando esta anécdota a mi maestro de guitarra flamenca, me contó una situación parecida que tuvo un hermano suyo con dos sobrinos cuando ellos eran muy pequeños, tanto él, como sus dos sobrinos son ahora muy buenos artistas a los que aprecio y deseo sigan cosechando éxitos por donde quiera que vayan. Su hermano llevaba a los niños en brazos por la playa cuando por sorpresa se metió en una fosa y dejó de hacer pie, reaccionó como un valiente, era su vida o la de sus sobrinos, aguantó bajo el agua para mantenerlos en la superficie con la esperanza de que alguien se percatase de lo ocurrido y acudiera a auxiliarle. Fue entonces cuando mi maestro pudo ver a los dos niños sentados sobre dos manos sobresaliendo del agua, enseguida se lanzó al agua y pudo llegar a tiempo para salvar a su hermano y a sus dos sobrinos. También relacionado con el flamenco y regresando a mis vacaciones en Torremolinos, pude asistir con mis padres a un sarao flamenco con tan solo tres años, fue la primera vez que asistía a un espectáculo de flamenco en vivo aunque ya había visto muestras de este arte anteriormente en mi casa. Me sorprendió reconocer sobre el escenario a mis vecinos, ya había visto actuar antes a Ángel y Carmen en mi casa, él tocando la guitarra y ella bailando, lo que no sabía es que fueran artistas profesionales. Pasaban los veranos en Torremolinos dando espectáculos, y así disfrutaban del veraneo y además aprovechaban para sacar un dinerillo por las actuaciones, años atrás habían ido de gira en una compañía de flamenco por varias ciudades de los Estados Unidos. Pude ver a un señor cantando, parecía muy triste y apenado, no entendía nada de lo que decía, era como si hablara en un idioma diferente, pensé que debido a la gran pena que le turbaba, no podía evitar emitir esos desgarradores quejidos y lamentos. A mis veinticinco años profundicé en mis conocimientos sobre el arte flamenco y pude averiguar que lo que había escuchado con tan solo tres años eran unos Fandangos de Huelva. Cuando el cantaor estaba en el clímax de su actuación, gritó uno de los presentes entre el público. Espectador:

¡Olé!, ¡Qué viva la alegría!

Mi padre preguntó a mi madre, ¿dónde habrá visto este señor la alegría si aquí lo que cantan son todo penas y más penas?, yo estuve de acuerdo con mi padre, menos mal que al día siguiente me llevaron al parque de atracciones del Tívoli y allí sí que me lo pasé de lujo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Ferdinando No podía faltar en mis primeras vacaciones, mi primera película en un cine de verano, “el toro Ferdinando”, me fascinaba ver como siendo de mi misma edad, era un toro de una fuerza descomunal capaz de pulverizar un árbol con sus potentes cuernos. Me entusiasmó la película, ya le podía contar a mi abuelo que con tan solo tres años me había convertido en un aficionado a los toros, en especial, a Ferdinando por su enorme bondad, podía incluso torear al propio torero dándole una lección de nobleza sin embestirle ni una sola vez, prefería quedarse olisqueando las flores. En aquella época sólo había visto toros por televisión, puesto que mi abuelo era un gran aficionado, pero a mis tres años yo no entendía en qué consistía aquel juego, me resultaba aburrido ver a un toro corriendo en un círculo del cual no tenía posibilidad de escapar. Solo he visto una corrida en plaza de toros, fue en las Ventas y me acompañaba mi hermano Javi. Toreaba un torero que ahora parece haberse puesto de moda y que no cae nada bien a mi mujer por decir de él que es un engreído y que parece desear morir en la plaza como Manolete y así poder convertirse en un héroe de masas. Ya que nombro a Manolete, por casualidad, la familia de mi primera novia era de un pueblecito de Guadalajara de donde era natural la novia de Manolete, el mismo pueblo en el cual vivieron mis padres algunos años de su vida ejerciendo mi padre de médico del pueblo. En una visita que hice a este pueblo, del que son naturales tres de mis hermanos, tuve ocasión de conocer al hermano de la novia de Manolete, un hombre muy amable que me enseñó la casa donde vivieron mis padres. A este señor le agradecí mucho que me enseñara aquella casa en la que nacieron tres de mis hermanos y en yo no viví por no haber nacido aún. El hermano de la novia de Manolete no había conocido a mis padres porque vivía fuera del pueblo cuando ellos estuvieron, pero aún así tuvo un gesto muy noble y le agradecí mucho su gentileza. Después de ver aquella corrida en las Ventas, puedo asegurar que nunca me dedicaría al toreo, no porque me falle el izquierdo como sabiamente argumentaba mi abuelo, la razón con perdón del aficionado, es me parece una salvajada más propia del apogeo del imperio romano, me recordó mucho a aquellas películas en las que el respetable de Roma pedía las dos orejas y el rabo de un pobre cristiano. Sin embargo Ferdinando era un ejemplo para la sociedad, un toro con un comportamiento digno de imitarse, que aunque estaba dotado de una fuerza tremenda con la que podría dejar cao a cualquiera que se le pusiera por delante, no abusaba de su fuerza sino que disfruta de la majestuosa naturaleza, lo importante no es tener el poder sino saber utilizarlo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Ojalá hubiera más gente como Ferdinando en este mundo, el poder es una tentación muy grande, cuando se tiene es casi inevitable arrojarlo sin piedad contra el primero que se nos ponga por delante. Un compañero de trabajo me contó una ocasión en que su anterior jefe necesitaba un voluntario para trabajar en China, al primero que vio en la oficina le dijo, ¡Eh tú, a China o a la calle!, tu elijes. ¡Qué fácil es abusar del poder!, ¡qué felices serían alguno de poder ser ejecutores del garrote vil!, aunque solo fuera en sueños, la amargura les corroe porque no se les permite ser verdugos ni pueden convertir sus sueños malvados en realidad. La ignorancia es el peor enemigo de la humanidad, si aquellos que abusan de su poder tuvieran idea de lo bien que se siente uno sin abusar de tus semejantes, probablemente no volverían a hacerlo nunca más, no saben el placer que produce tener el poder en tus manos y no utilizarlo con crueldad en fastidiar sino en ayudar. A cada instante de nuestra vida percibimos nuevos estímulos, ¿tal vez entre ellos esté la manipulación?, manipular al que es sensible es muy fácil, no tiene mérito alguno. Me aventuraría a afirmar que una persona incluso por medio del olor podría deducir el estado de ánimo de otra, el manipulador tiene un punto débil, es que se cree infalible, precisamente su flaqueza radica en creerse más listo de los demás. Me encontraba allá por el año dos mil uno trabajando en una compañía dirigiendo un equipo de trabajo. De cada una de las personas que formaban el grupo, al haber trabajado con ellos durante un tiempo, ya tenía formada mi propia opinión, ya fuera correcta o equivocada, era evidente que tenía mis preferencias entre los miembros del equipo. Una persona del grupo, de la que sabía muy bien que utilizaba mecanismos psicológicos para conseguir sus propósitos, es decir, sabía del arte de manipular, trató de manipularme con todo tipo de artimañas para conseguir sus propósitos, quería que ejerciera mi poder negando el derecho a otro compañero a tomarse unos días de vacaciones que me pidió para ir a ver a su familia fuera de Madrid. Debo reconocer que aquella persona era toda una profesional en el arte de la manipulación, estoy convencido de que incluso entre sus artimañas hubo alguna poción mágica que me dio a oler sabiendo que soy un ser tremendamente sensible incluso a los olores. Pero tuve buenos maestros en el arte del engaño, los trileros de la Plaza de Callao, observaba con mis ojos de ocho años todos sus movimientos, las estrategias que usaban para ganarse el pan, de entre todos aquellos timadores hice amistad con uno de ellos. Por descontado que mi compañero, que era natural de Zamora, tuvo sus días de vacaciones para ir a ver a su familia, o para lo que él quisiera. Sentí un gran alivio, pues debo confesar que aquella hechicera estuvo a punto de hacerme cometer algún error imperdonable.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Son muchas las excusas que podemos inventarnos para avalar nuestro abuso de poder, ninguna de ellas es válida. Abusar de alguien te convierte en un ser insignificante, en un cero a la izquierda, en un ser ruin y despreciable que carece de algo tremendamente importante, amor propio. Aquel que tiene amor propio, no se deja engatusar por ninfómanas del averno y es justo con todos por igual con independencia de sus preferencias. Una vez hube terminado mi jornada laboral me dispuse a salir por la puerta cuando la hechicera se despidió de mí llamándome insensible. La verdad es que no recuerdo bien si me llegó a llamar insensible o se lo leí en la mente, pero el efecto fue el mismo, provocó mi irremediable risa, ya que, por el contrario, me considero una persona tremendamente sensible, no le di mayor importancia y me fui a disfruta de mi merecido descanso. La hechicera, se sentaba enfrente de la jefa del departamento y sí tuvo poder para influir en ella con su brujería, tal vez dándole a probar alguna poción, mediante halagos o simplemente tirándose pedos. Al día siguiente, la jefa del departamento me comentó la idea de proponer a la pedorra hechicera como posible candidata a un ascenso, me pidió mi opinión sobre esta decisión. Yo alegué objetivamente que había otras personas más preparadas para ocupar aquel puesto, pero no atendió a razones. No tuve tiempo de ver a la apestosa hechicera en su nuevo papel de ejecutora, no me gustaban los tintes que estaba tomando el asunto y salí de la hoguera antes de acabar quemado. Todo lo que ocurrió en aquel trabajo no era nuevo para mí, había visto situaciones similares en el colegio, luego en el instituto y por último en la universidad. Había visto actuar a muchos alumnos compañeros míos como verdaderos maestros del peloteo, verles arrastrar sus cuerpos por el fango para ser pisados por la profesora evitando manchar sus zapatos, me repugnaba. El hecho de que estos pequeños maestros del peloteo consiguieran sus objetivos y lo hicieran por medio del uso de sus malas artes, era lo que más me fastidiaba. Me pregunto si de no haber sido testigo de películas como “el toro Ferdinando” o de haberme inculcado mis padres otros valores, podría haberme convertido en un pequeño monstruo, ¿influye el entorno en el que crecemos o realmente se nace siendo una alimaña del desierto? Yo que he probado las mieles del “éxito”, puedo asegurar que se vive mejor con pocas posesiones, en una casa que carezca de lujos, sin tener que poseer un coche ultra potente último modelo, sin un trabajo ganado a fuerza de años arrastrándose por el fango y sin todo aquello que parece hacer felices a la mayoría, al menos poseo algo que no se puede comprar con dinero, unos valores heredados de quienes tanto me han enseñado de la vida, mis padres.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Ferdinando valores parecidos a los míos, prefería pasarse el rato bajo un árbol olisqueando florecillas que dándose de cornadas contra sus hermanos o demás compañeros. A pesar de que la naturaleza le había dotado de una fuerza tremenda, sabía perfectamente de la existencia de otra fuerza mucho mayor, poder hacer lo que realmente le gustaba sin por ello tener que causar daño alguno. Los valores no se pueden comprar o vender, tan solo pueden transmitirse, opino que los valores en los que cree una persona están altamente relacionados con su nivel de inteligencia, el que se cree mejor por pertenecer a determinada clase social o cultura, carece de inteligencia y de valores. Si tus valores no pasan de lo estrictamente material, o te has creído que tu vida es una eterna competición en la que tu principal objetivo es lograr tu mayor marca, allá tú, cada cual ha ser coherente con sus creencias. ¡Ay de aquel que te tenga cerca pues será inmensamente desgraciado!, es posible que con el paso de los años, después de muchos esfuerzos sobrehumanos, descubras que todo tu esfuerzo fue en vano. Yo me desinflaría como un globo si me ocurriera esto. Pasar años enteros de tu vida acumulando trofeos, para un buen día despertar y darte cuenta que nada de lo que conseguiste sirvió para satisfacerte, sino para satisfacer a los demás. La vida no es para sufrir, es demasiado corta como para pasársela batiendo marcas, si estás en esta circunstancia, toma aire y respira, relájate y reflexiona si realmente te satisface ser un recordman (plusmarquista). Date un relajito, como dicen nuestros hermanos mejicanos, no te estreses como nunca harán tus hermanos cubanos, tranquilízate, toma aliento, un asiento y goza del momento. Ahora que estás relajado, comienza a vivir y a gozar. Eres libre, al menos por unos minutos lo has sido porque has dejado de hacer lo que la sociedad, tu país, o cualquier agente externo espera de ti, has hecho lo que te ha dado la real gana y eso te ha gustado. Si alguien te culpa por no haber alcanzado tu última meta, devuélvele la culpa por correo certificado y te la quitas de en medio. Recuerda que todo aquel que trata de hacerte sentir culpable, tan solo trata de dirigir tu vida a su antojo. Aquel que se pasa la vida culpando a los demás es como el perro del hortelano, sustituyendo el comer por el vivir, “ni vive, ni deja vivir”. Fíjate en Ferdinando, no hubo manera de torearle porque sabía muy bien lo que quería, le gustaba oler flores y es lo que hacía. No daba la menor importancia al hecho de que todos sus amigos se pasaran el día mostrando su bravura, eso no le divertía en absoluto, fue coherente a sus principios.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Primeras lecciones Mis primeras lecciones no las recibí en la escuela, me las dio un buen amigo que estuvo presente durante once años de mi vida, persona a la que quería, admiraba y respetaba muchísimo, les hablo de un gran hombre, el padre de mi madre, mi abuelo Tomás. Había un trayecto que hacíamos a diario mi abuelo y yo, era desde mi casa hasta una muralla tras la cual se hallaba el cementerio de San Isidro, nos dirigíamos allí todos los días para esperar a que llegara mi madre que venía en autobús, entonces daba clase a los niños gitanos del Pan Bendito, a quienes pude conocer una ocasión en que mi madre me llevó con ella. Pueden imaginarse el viaje de ida entre mi casa y la muralla del cementerio, un niño de tres años que quiere saberlo todo con un señor de setenta y ocho años que añoraba todo lo que había vivido y que le agradaba poder ser útil aunque solo fuera transmitiendo sus sabios consejos a su pequeño nieto. Hace pocos años asistí a un curso para emprendedores en el que cada grupo de trabajo desarrollaba y presentaba un proyecto o plan de empresa que teóricamente llevaría a cabo en un futuro. Había proyectos de distinta índole, unos compañeros partían de la idea de formar una empresa de servicios domésticos para altos ejecutivos, es decir, proporcionar un servicio de tareas domésticas de cierta complejidad para ejecutivos, como por ejemplo, planchar la ropa. Mi plan de empresa era de una escuela infantil que además tuviera área recreativa. Un proyecto que causó furor entre todos fue el de un compañero que basaba su proyecto en la gestión de intangibles, trata de la gestión de los valores, pero en lugar de una persona, de una empresa. Pero el que más me gustó de todos, era aquel proyecto en el que participaba una persona que después fue un gran amigo, José Monje. Consistía en montar una academia o escuela en la que sus profesores fueran jubilados. Nunca he entendido porqué se desaprovecha la sabiduría que guardan nuestros mayores en sus cabezas. Bien es cierto que hay que comprender, que tratándose de personas jubiladas, no podrían trabajar cuarenta horas semanales, pero, ¿por qué no podrían hacerlo esporádicamente, como por ejemplo, un día a la semana, o quizá un par de horas al día? ¿Cuántos universitarios podrían beneficiarse de la sabiduría de nuestros mayores y no lo hacen? A mis tres años de edad fui un privilegiado, me encontraba en una etapa de mi vida en que mi pequeña cabecita asimilaba todo nuevo conocimiento guardándolo como un preciado tesoro. Todo aquel que haya tenido el privilegio como yo de haber contado con una persona mayor en su formación, a buen seguro puede afirmar lo mismo que yo, recibieron lecciones de la vida, las lecciones de un hombre que cuenta con la ventaja de haber vivido muchos años, con gran experiencia.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Una vez llegaba mi madre, bajaba del autobús y se ponía muy contenta de ver cómo su padre y el menor de sus hijos eran quienes la acompañarían de regreso a su casa. El regreso era aprovechado al igual que la ida, pero esta vez la maestra era mi madre y ahora las preguntas iban dirigidas a ella. A parte de todo aquello que escuchaba y guardaba en mi cabeza, el ejercicio que hacíamos era muy saludable ya que había un buen paseo desde mi casa hasta la parada de autobús, y por si fuera poco, en el trayecto de vuelta las vistas de Madrid eran inmejorables. Eran tantos los edificios que podía ver desde mi casa, que me faltaban dedos para preguntar lo que era cada uno de ellos. Lo que caracterizaba a casi todos los edificios por aquella época era su color gris oscuro. El palacio real, la Almudena sin cúpula (aún no estaba construida), los edificios de la plaza de España (torres de Madrid y de España), la basílica de San Francisco el Grande (para mi gusto la iglesia más bonita de Madrid), el edificio de la telefónica de la calle Gran Vía y la escultura del ave fénix. Lo que podía alcanzar la vista a mano derecha eran fábricas, la zona industrial de Madrid, todos los edificios ya fueran industriales o monumentales tenían la misma característica, estaban teñidos de un color gris oscuro por la acción de la contaminación. Un edificio industrial que recuerdo muy bien porque me llamaba mucho la atención, era la fábrica de cerveza, a todas horas emanaba un humo blanco muy característico. Una vez que habíamos visto aquella bonita panorámica del centro de Madrid, cruzábamos el puente del tren, aún podían verse las vías por el que pasaba antaño el ferrocarril con destino a la estación de Goya. Lo siguiente que se veía era el parque de los pinos, aquel parque que se encontraba enfrente de mi casa y al cual acudían los señores mayores para echar sus partidas de mus y de dominó. En aquella época mi calle estaba sin asfaltar, era un camino de arena y al cruzarlo se podía ver el letrero de Médico, era el que había puesto mi padre que se iluminaba de noche, lo puso cuando comenzó a pasar consulta privada en casa. Vivía en una casa en la que a ciertas horas del día acudía mucha gente del barrio para que mi padre les curase, así en el barrio éramos muy conocidos, esto podía ser en ocasiones un inconveniente, te conocía más gente de la que tú conocías, tal y como les pasa a los famosos de la tele. Como ejemplo puedo poner el de una mujer que me vio echando un cigarrillo cuando tenía ocho años y le fue con el cuento a mi madre, de este aprieto salí airoso alegando la tremenda miopía de la señora chismosa.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Viviendo en Madrid no es extraño que alguna vez puedas coincidir con alguna cara famosa, y es algo a lo que los madrileños estamos muy acostumbrados, siempre que me ha ocurrido esto, sin pensar que esta persona famosa no me conoce, de modo inconsciente les suelo saludar como si ellos también me conocieran a mí. A los primeros famosos que vi fue en la calle Gran Vía, era el trío de humoristas “Martes y Trece”, salían de un taxi haciendo mímica, tal vez ensayaban el número que interpretarían más tarde en el teatro. La calle Gran Vía es a Madrid como lo es la calle Broadway de Nueva York, nuestra calle de los teatros. Trabajé en una cadena de televisión cuyas oficinas estaban en la calle Gran Vía número treinta y dos, subiendo el ascensor coincidí con un humorista y presentador. A diferencia de otros muchos, respondió a mi saludo y habló conmigo como si nos conociéramos, supe de inmediato que no se le habían subido los aires de la fama a la cabeza, eso me alegró bastante, bromeamos sobre una caja de naranjas que había en el suelo envueltas con papel de regalo, dijo, ¡regalar naranjas en España es como regalar una pizza en Italia! Un compañero de universidad gallego, Anxo, se quedó asombrado cuando vio a dos famosos cerca de él, nunca antes había visto famosos en vivo, tardó en recuperar el sentido, esto ocurrió en una feria de instrumentos musicales que se celebró en la casa de campo. Pero lo que más dejó sorprendido a mi amigo Anxo, fue que los dos artistas permanecieran atentos observando cómo yo probaba un nuevo invento en aquella época, que se llamaba entrenador musical. Para entender fácilmente para qué servía este entrenador, sería algo así como un karaoke que en lugar de entrenar tu voz, entrena tu habilidad para tocar un instrumento musical, de este modo puedes oír un tema musical y sobre él, puedes tocar libremente con tu instrumento. Dudo que aquella pareja de famosos recuerde aquel joven soñador que interpretaba una melodía de Carlos Santana, tal vez tomándose excesivas libertades de improvisación, de hecho, solo se podía deducir que se trataba de un tema de Santana gracias a aquel invento divino, el entrenador. Años más tarde me aficioné a los karaokes, invento japonés que significa vacío en la orquesta, no exagero afirmando fui durante seis años de mi vida cada fin de semana a un karaoke del barrio de Huertas de Madrid. Una noche me enfadé porque la nueva encargada no ponía la canción que yo quería cantar debido a que la pobre aún no dominaba aún su nuevo puesto de trabajo, me disculpé más tarde e hicimos muy buena amistad. Salí a tomar el aire y se ofreció a invitarme a una copa alguien parecido a un actor famoso, lo hizo recitando poesía. Me pareció muy ocurrente y le invité a entrar al karaoke y fue entonces cuando la encargada del karaoke me puso la canción que le había pedido hacía ya tres horas.

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5. Anjoros Parvulitos Era mi primer día de colegio, un mes de septiembre del año setenta y tres. Vino a buscarme el que ya era mi amigo, que además tuve la suerte que fuera mi compañero de clase los dos años de parvulitos, Julito. Mi colegio de primero de parvulitos se llamaba el Anjoros y estaba situado en la calle Jaime Tercero, estaba en la planta baja de una vivienda particular, cuyos vecinos debían tener más paciencia que el santo Job, llega el momento de que hagamos un alto en el camino. Cuántas expresiones utilizamos sin conocer bien sus orígenes, a mi me ha ocurrido ahora con Job, ignoraba el porqué de este dicho aunque algo sospechaba, al parecer el bueno de Job soportó calamidades y pruebas muy duras para demostrar su fe, tras muchas desgracias y penurias, no cesó en su empeño de defender su fe aún llegando a tener que enfrentarse con algunas situaciones francamente adversas. Como recompensa por su fe y como no, por su enorme paciencia, cuando Dios consideró que su fe había quedado suficientemente probada, dejó de enviarle más pruebas dolorosas permitiéndole llevar una vida feliz y sin mayores complicaciones. Yo que me he visto envuelto en muchas complicaciones a lo largo de mi vida, aunque no sé si tan graves como las sufridas por el santo Job, he preferido no esperar a que cesen las complicaciones para optar por mi felicidad, procuro ser feliz y asumir que las complicaciones son unas amigas que van a acompañarme hasta el fin de mis días. Tras este análisis a la vida del santo Job regresamos a mi primer día de colegio, opinaba que los vecinos próximos a mi colegio debían tener mucha paciencia para poder soportar el griterío de los niños a todas horas, sobre todo a la hora del recreo, ahora que lo pienso, ¿por qué dirían la hora del recreo si los recreos nunca llegaban a durar una hora? Mi maestro de guitarra vive también próximo a un colegio y la hora del recreo siempre le ha causado un trastorno porque los muchachos le despiertan cuando salen gritando al patio, además teniendo en cuenta que trabaja en un tablao por la noche, el agravio es aún mayor si cabe. Alguien podría pensar que no es para tanto que te despierten a las once de la mañana, pero la situación sería comparable a que despertaran a las tres de la mañana a quien habitualmente se despierta a las siete, una faena. Lo que recuerdo de mi primer día de colegio es más bien poco, tal vez de los días previos a este día sí que recuerde algo, como ir con mi madre a comprar material, como por ejemplo el cuaderno de caligrafía, sin embargo la cartera era heredada y a juzgar por su aspecto, yo diría que de sexta mano.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mi colegio estaba en la planta baja de un edificio de viviendas, accedíamos al colegio por el mismo portal que lo hacían los vecinos, de frente estaba el patio interior al que salíamos al recreo y a mano izquierda mi clase. Mi clase era de lo más corriente, con sus pupitres, el encerado y la mesa del profesor, por aquella época en lo alto de la pared frontal había una foto de Franco y un crucifijo debajo. La luz que teníamos en mi clase era siempre artificial, las únicas ventanas de la clase estaban situadas a mano izquierda a la altura del techo y eran tan pequeñas que apenas entraba luz solar por ellas. Según mi opinión, el método de enseñanza para niños de cuatro años era muy severo, no recuerdo más actividades que caligrafía y lectura. Con cierta frecuencia teníamos que examinarnos y realizar unos test psicológicos. Recuerdo muy bien a la psicóloga, era muy estricta, parecía mucho más interesada en que no se echara a perder ninguna hoja de los test por haber rellenado algún dato mal, que el resultado del test en sí. El cambio había sido muy radical, había pasado de la noche a la mañana de ver casi a diario los pinos de la casa de campo a ver las rejas de las ventanas de aquella triste y lúgubre aula. Había perdido una libertad que tan solo recuperaba al regresar a mi casa o cuando por fin llegaban las vacaciones, comprendí el auténtico valor de aquello de lo que me habían despojado y desde aquel momento aprendí a amar la libertad con verdadera pasión. También recuerdo que entrando en mi clase a mano derecha había un gran mueble con muchos cajones, cada cajón estaba debidamente identificado con nuestro nombre, era donde debíamos depositar nuestros trabajos, estaba todo tan organizado que alguna vez he llegado a pensar si en lugar de un parvulario no se trataría de una gestoría encubierta. Menos mal que como todo trabajo, tenía su final de jornada, la verdad es que no nos podíamos quejar con el horario, era muy cómodo, nos permitía poder ir a comer a casa y a las cinco de la tarde éramos libres de nuevo. Por fin llegaba el fin de semana, algún domingo íbamos a Cercedilla, a un chalet que tenían mis tíos en un lugar llamado Las Dehesas. Estando tan solo estaba a cincuenta kilómetros de Madrid, el viaje se me hacía eterno. El jaleo que se organizaba antes de salir era notable, tan solo íbamos a pasar un día en la sierra, pero cada uno se aprovisionaba de enseres como si de una expedición al polo norte se tratara. Cuando ya estábamos preparados, cada uno subíamos todo nuestro equipaje al Seat 124 amarillo y el rugido del tubo de escape del coche se encargaba de avisar a todo el vecindario que nos íbamos de excursión un domingo a las nueve de la mañana, rumbo a la sierra de Madrid.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori La sierra era uno de mis lugares preferidos, lo fue entonces y lo sigue siendo ahora, cuando paso demasiados días sin ir, se enciende una alarma en mi cabeza que me avisa, ¡Miguel, ya es hora que te vayas a la sierra a respirar un poco de aire puro! Según llegábamos a Las Dehesas, cuando la carretera se convertía en camino, a mano izquierda estaba el chalet de mis tíos. Era fácil de distinguir de las otras casas porque tenía un abeto en su jardín y en la puerta estaba el coche de mi tío Alejandro, un Seat 124 azul. El coche de mi tío era muy parecido al de mi padre, pero estaba tuneado, no tan exagerado como los coches de ahora, pero si tenía una serie de características que lo hacían único como el volante y asientos forrados y como no, el escudo del Atleti en el salpicadero. En el garaje estaba la Mobilette de mi primo, mucha leña para pasar el invierno y gran cantidad de herramientas. En la parte de atrás de la casa había algunas mangueras de riego y un pequeño huerto, el chalet estaba rodeado por un bosque de pinos. Las veces que iba mi prima mayor, llevaba su coche, un Seat 850 Sport de doble carburador de color azul, era un coche que me fascinaba por el rugido de su motor, parecía un bólido. Según llegábamos nos recibía Linda, una perrita de raza Fox Terrier, ya era bastante mayor, apenas unos años más tarde perdió la vista y caminaba con mucho esfuerzo. La hermana de mi tío Alejandro tenía un perro que creo recordar que era hijo de Linda, se llamaba Chimbo, se notaba su juventud porque no paraba quieto ni un solo instante, aquel perro era puro nervio, todo lo contrario de lo que era su madre, Linda. Me gustaría ser capaz de describiros a Chimbo, pero creo que nunca conseguí verlo bien, ya que nunca paraba quieto, era como si se hubiera caído de pequeño en la marmita como le pasó a Obelix. Hace poco tiempo, Nardi, el yerno de mi tío Alejandro me recordó una escena que ya había olvidado sobre Chimbo, fue en la piscina. La piscina de Cercedilla estaba helada, nunca conseguí meterme en aquella piscina y aguantar más de dos minutos seguidos dentro del agua. Chimbo se metió a la piscina tan rápido como el rayo, pero su velocidad de salida superaba la de la luz, hay que reconocer que en aquella ocasión era muy justificada la velocidad que alcanzó Chimbo debido a la gélida temperatura del agua. Linda era la perrita de mi tía Carmen, que era la única hermana de mi abuela Paca y madre de mi tía Rosario. Tal vez por este motivo la perrita tenía mucha paciencia con nosotros y por ello nunca nos arreó un mordisco cuando tal vez lo merecíamos, intuía que éramos familiares de su dueña.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori La tía Carmen era muy buena con nosotros, a su hermana, mi abuela Paca, no pude conocerla porque apenas era un bebé cuando emprendió el viaje sin retorno, pero al menos pude conocer a su hermana. Según me contaron, mi abuela Paca me quiso mucho siendo bebé, un sentimiento que pude ver reflejado en su hermana la tía Carmen. Mi abuela Paca era la mujer de mi abuelo Tomás, madre de mi madre, cuando pude ver alguna foto suya pude comprobar el gran parecido que guardaba con su hermana, la tía Carmen. Las reuniones en Cercedilla eran muy divertidas porque nos juntábamos varias familias y siempre había comida y bebida abundante. Por la tarde solíamos dar un paseo por Las Dehesas y respirar uno de los ambientes más limpios que jamás haya probado mis pulmones. Años más tarde, mis padres compraron un piso en un pueblo de la ladera de aquellas montañas, en Guadarrama. Han sido muchas las veces que he podido disfrutar de aquel ambiente, cuando Madrid me asfixiaba, tenía la opción de escapar a la sierra y así desconectar por unos días del mundanal ruido. Una característica de la sierra de Madrid es que desde allí se pueden apreciar mucho mejor las estrellas, recuerdo una noche en la que volviendo de juerga con un amigo, nos bajamos unas mantas y nos tumbamos en el césped a mirar las estrellas. Al poco rato, el frío me invitó a subirme a casa, a mi amigo le avisé pero parecía muy dormido. Tras unas horas durmiendo en el salón, apareció mi amigo más tieso que la mojama, me recriminó que le había abandonado en la fría noche serrana, le aclaré que yo si le había avisado pero estaba tan dormido que no atendía a razones. Lo cierto es que este amigo era muy aficionado a dormir en el césped, en otra ocasión se despertó cuando los aspersores de riego se pusieron en funcionamiento, y aquella vez apareció más mojado que un boquerón. Tenía cuatro años cuando trajeron a mi casa una nueva televisión, era de las primeras que hubo en color. En aquella época había únicamente dos canales de televisión, recuerdo ver los telediarios como algo muy aburrido, sin embargo me pegaba frente al televisor si echaban “los payasos de la tele”. También era común hallarme escondido debajo de la mesa cuando echaban alguna película de dos rombos, aunque casi siempre se me escapaba un ¡Ala!, o tosía y era descubierto de inmediato, entonces me tenía que ir de cabeza a la cama a dormir. En una de las sesiones bajo la mesa del comedor, pude ver “La noche de Valpurgis”. Vi la película desde el principio hasta el final, esta película toma su nombre de una fiesta tradicional del centro y norte de Europa en la que el primer mes de mayo se celebra el tránsito del invierno a la primavera, en algunos lugares también es denominada “La noche de brujas”.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori A esta noche se le dio el nombre de Valpurgis debido a que la celebración coincide con el nacimiento de una santa inglesa llamada Walburga de Heidenheim. En la sierra madrileña hay un sanatorio abandonado en el que se rodó la película “La Noche de Valpurgis”, desde entonces los lugareños lo comenzaron a llamar el sanatorio de Valpurgis. Escuché cuando tenía alrededor de once años, que todo aquel que había visitado aquel sanatorio, había notado fenómenos extraños y dada mi curiosidad innata por este tipo de fenómenos, me apunté con los mayores a hacer una visita al sanatorio de Valpurgis. Hoy en día ni se me pasaría por la imaginación acudir a un lugar así, pues sigo un buen consejo que un día me dio mi padre, que era dejar en paz a los muertos y que la curiosidad mata al gato. Vaya, otro dicho, ¿cuál será el origen de este otro dicho? Parece ser que nuestro amigo el gato, animal doméstico muy independiente, además suele ser también muy curioso, circunstancia que le hace caer siempre en las trampas mortales, ahora entiendo porqué a Tom de “Tom y Jerry” le daban unos papeles tan sufridos. Se utiliza este dicho para criticar o advertir a alguien que peca de curioso. Me hubiera evitado gran cantidad de problemas de haber hecho más caso a los dichos de mi padre, hay que ver lo curioso que he sido yo siempre, en cuántas trampas habré caído por querer probarlo todo, aunque también es cierto que para poder dar la mejor opinión sobre un determinado tema, es de utilidad meter las narices hasta el fondo. Cuando llegamos a Valpurgis me llevé una buena cantidad de sustos, pues al ser el más pequeño de los presentes, todas las bromas tenían el mismo destinatario, Tom, ah no quiero decir, Miguel. Cuando entramos en el sanatorio, delante de mi caminaba mi hermana, fue entonces cuando vi desplomarse el suelo por el que ella caminaba, se hubiera hecho daño si no llega a ser por la gran habilidad de uno de los mayores que sacó un brazo de Dios sabe dónde y la agarró de uno de sus brazos evitando su caída al vacío. Yo creo que pensar que fue un espíritu el que derrumbó el suelo para que cayéramos es como buscar agua donde no hay más que desierto, no creo que se derrumbara el suelo por alguna fuerza oculta, simplemente el suelo estaba en mal estado por ser un lugar abandonado, pensar otra cosa es buscarle tres pies al gato. Ya que me he propuesto dar una explicación al refranero español, vamos con el de buscar tres pies al gato, se dice de aquel que busca una explicación que no tiene fundamento, es decir, sin argumentos sostenibles. Ahora voy a tratar de dar una explicación con fundamento a la procedencia de este refrán, debía ser costumbre de nuestros ancestros coger a los gatos de su cola, como si se estuviera buscando otro pie.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori ¿Por qué tres pies y no cinco si un gato tiene cuatro patas?, antaño se decía buscar cinco pies al gato y como es costumbre del género humano simplificarlo todo, con el tiempo se quedó en tres pies. Se puede deducir por lo que he hablado en esta sección del libro, que no fueron mis clases de parvulitos lo más interesante cuando tenía cuatro años de edad, mi paso por las aulas lo considero como una vivencia más que podría haber sido mucho más dinámica y grata. En aquella época se era de la convicción de que el aprendizaje debía ser algo monótono y aburrido, estudiar era un trabajo no remunerado del que debíamos agradecer tener la suerte de poder hacerlo. Todas las enseñanzas que recibí el año anterior con mi abuelo, con aquellos señores mayores que me contaban sus vivencias, habían quedado en mi mente y fueron para mí mucho más valiosas que todos los años de estudios aburridos que he debido cargar a mis espaldas durante muchos años de mi vida, ¿por qué se daba tan poco valor a la experiencia de los mayores? Muchas veces nos íbamos el abuelo y yo con el señor Ángel, el vecino de arriba, en su Simca 1000 al roto de la casa de campo. El señor Ángel era el padre de Angelito, ese que tan bien tocaba la guitarra flamenca acompañado al baile por su mujer Carmen, dos buenos amigos de mis padres. El roto de la casa de campo era un trozo de muralla de la casa de campo que se había destruido posiblemente en guerra, comunicaba la casa de campo con el exterior, desde allí se llegaba enseguida al pueblo de Húmera. Creo que la última vez que pasé por allí, habían arreglado el roto con un gran parche, me hizo sentir melancolía por aquel trozo de pared roto, con tanto significado y tan buenos recuerdos para mi. Tenía solo cuatro años y ya añoraba aquellos días en que los señores mayores me contaban sus experiencias de la vida, no necesitaba leer ningún libro. Cuantas veces me he preguntado qué sentido podía tener saberme todos los ríos de Europa o los lagos de Norte América, solo he retenido sus nombres cuando años más tarde los vi con mis propios ojos. Sé que el lago Ontario está en Canadá o el Danubio pasa por Viena por haber estado allí y tal vez nunca lo olvide. Quizá sea útil el estudio para ejercitar la memoria, pero, ¿no podía haberse hecho un poco más ameno? Añoraba a mis cuatro años mi año de libertad con mi abuelo, al igual que Heidi añoraba sus montañas, a Pedro, a niebla y como no, a copito de nieve, pero pronto la separaron de él para ir a la ciudad con Clara y la despiadada de la señorita Rotenmeyer. Leer puede ser interesante, viajar lo es siempre, si tienes la posibilidad de hacerlo, te aconsejo moverte por el mundo, conocer culturas diferentes y por qué no, experimentar la divertida sensación de comunicarte por señas, es algo así como volver a nuestros orígenes primitivos.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Destape Por fin llegaron las tan esperadas vacaciones del año a últimos del mes de julio del año setenta y tres, me preparé mi propia maleta con mis cosas para el verano, en mi pequeña maleta puse la ropa que me dio mi madre, cepillo y pasta de dientes, mi cremita para el sol y la baraja de cartas que me endosó alguno de mis hermanos porque ya no le quedaba sitio en su maleta. Salimos la madrugada del día uno de agosto cuando el silencio de la gran ciudad era tan sepulcral que incluso podía llegar a escucharse el eco del silencio. Enseguida ese silencio fue interrumpido por la gran familia y no me cabe la menor duda que el rugido que emitió nuestro Seat 124 amarillo al arrancar se oyó en toda la ciudad. Pusimos rumbo a Punta Umbría en la provincia de Huelva y como al que madruga Dios les ayuda, tuvimos un viaje muy tranquilo, casi sin darnos cuenta ya estábamos en nuestra nueva casa por un mes, un chalet, el primer y a día de hoy el último chalet que he habitado. Era un chalet en el que podíamos permitirnos tener una habitación para cada dos, no podía creer lo que mis pequeños ojos veían, era tan grande, eran tantos los lugares en los que me podía esconder cuando alguien me buscara y tantos los escondrijos donde montar mis campamentos que tuve me frotarme los ojos varias veces para corroborar que no estaba soñando. Enfrente del chalet había un enorme pinar, entonces pensé, ¡Ancha es Castilla! y convencí a uno de mis hermanos para salir a corretear por aquella inmensidad. ¡Ancha es Castilla! es un dicho popular que tuvo su origen cuando Castilla quedó desierta tras la reconquista, quedó un terreno virgen que daba alas a que cualquiera pudiera emprender nuevos proyectos, algo así como el sueño americano pero en España, nuestro sueño ibérico. Mucho se ha escrito sobre la reconquista y los principales puntos de resistencia, han sido varias las ocasiones que he visitado uno de aquellos puntos, el santuario de Covadonga. Allí yace Don Pelayo, que según me contaba un amigo asturiano, tal vez exagerando un poco, se defendían lanzando piedras a los musulmanes que desde abajo trataban de avanzar como podían, finalmente dieron por imposible el ataque y se rindieron. No sé si por el volumen de las piedras o quizá agotados por la insistencia de nuestro héroe Don Pelayo y sus compañeros, los musulmanes dieron por imposible el ascenso a los lagos, craso error, ya que debido pequeños focos como este y otros que se refugiaron en Los Pirineos, resurgió una resistencia que devolvió a los musulmanes a su punta de partida terminando así con siglos de ocupación que culminó con la entrega de llaves de Granada.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori En una de mis visitas a Covadonga, algo cansado de haber caminado un buen rato por los lagos, al llegar al santuario me posé en un asiento de piedra un tanto extraño pero a la vez cómodo, al instante apareció un religioso que oficiaba una misa y me advirtió que mis posaderas reposaban sobre la tumba de nuestro admirable Don Pelayo. De un salto levanté mi culo de tan noble asiento y pedí disculpas al cura que asintió percatándose de inmediato que ignoraba dónde me había sentado. Me disculpé en silencio también de Don Pelayo por haber apoyado mis posaderas sobre el lugar donde yacían sus restos. De regreso al pinar de Punta Umbría, estuve jugando con mi hermano, era diferente al pinar de la casa de campo, ya que estaba aposentado sobre arena de playa. Más adelante pude saber que en la zona de Huelva se emplea el pino para evitar que el mar se lleve terreno. Cuando aún no había empezado a disfrutar de la playa, me puse malito de la tripa y tuve que seguir una dieta a base de yogures. No me preocupaba mucho estar enfermo, porque era molesto, quedaba exento de toda tarea doméstica y todos me trataban a cuerpo de rey, ciertamente la dieta a base de yogures me gustaba porque así evitaba comer otros alimentos. Con cuatro años era bastante selectivo con los alimentos, no había demasiada comida que me gustara, odiaba a muerte las acelgas y tampoco me gustaban los macarrones, algo que me distinguía del resto de los niños a los casi siempre suele gustarles la pasta. El hecho de estar malito hacía que me colmaran de atenciones, cosa poco habitual por la cantidad de hermanos que éramos. Al dolor de estómago se me añadió el ataque feroz que sufrí por parte de los mosquitos de Huelva, nunca había tenido tantas picaduras de mosquito por el cuerpo y creo que nunca me han vuelto a picar tanto como en aquellos días, no sé si atreverme a confesarlo, está bien lo confieso, tengo la certeza de que mi sangre está deliciosa, al menos doy fe de que a los mosquitos les encanta. Estuve varios días convaleciente pero cuando me recuperé pude ir de nuevo a la playa con mis hermanos y no tardé en ponerme moreno, mejor dicho, negro como un conguito. Cuando llegué a la playa recordé de inmediato el susto que me había llevado el año anterior en el que casi me ahogo, por esa razón no quise ver un flotador ni de lejos. Estuve varios días con unos manguitos sobre los brazos pero pronto empecé a quitármelos porque me resultaban molestos, eso sí, con cuidado de estar siempre en la zona donde no cubría y así, casi sin darme cuenta, había aprendido a mantenerme sobre el agua sin hacer pie. Siempre que aprendía algo nuevo me producía gran satisfacción, pero aprender a nada aún más, deje de jugar con el cubo y la pala, comencé pronto a bucear desafiando aquel medio que tan solo hacía un año estuvo a punto de terminar con mi vida, haciéndome fuerte y demostrándole que había aprendido a sobrevivir en aquel medio hostil.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori De todos modos es mejor no desafiar al medio marino, que se lo digan a los del Titanic, Dancing in the Titanic’s covering (bailando en la cubierta del Titanic) me dijo en una ocasión una amiga de un chat de neoyorquino. Al parecer este dicho se utiliza para censurar a alguien que ante un peligro inminente actúa con indiferencia, capaz de bailar al compás de la orquesta mientras el barco se está hundiendo. He mantenido la alerta con el mar durante muchos años, aunque en una ocasión en la costa almeriense me distraje y nadé mar adentro, como consecuencia tuve mi peor experiencia marina. Repentinamente me absorbió una corriente marina y casi pierdo el conocimiento mientras notaba el frio del agua en todo mi cuerpo y la fuerza de la corriente internándome en las profundidades marinas. Cuando la corriente se hartó de jugar conmigo, me soltó, no sé muy bien como ocurrió pero de repente estaba en la superficie rodeado de espuma, imaginaba el caos que debe formarse tras un naufragio, me espabilé un poco de aquel letargo, posiblemente por la acción del sol. No pupe adivinar donde se encontraba la costa, estaba fuera de mi campo de visión y me guié por mi intuición, traté de nadar contracorriente, pero cada brazada que daba, retrocedía quince metros, opté entonces por ir en sentido oblicuo a la corriente consiguiendo de este modo avanzar muy lentamente pero seguro. Cada cinco minutos me mantenía en posición horizontal a la superficie sobre el agua, así lograba descansar y calentar mi cuerpo helado por la acción de los rayos solares. Fue una buena estrategia aunque tenía el inconveniente de que el sol podía llegar a quemarte la piel. Empleando esta táctica, al cabo de una hora llegué a la orilla, cuando hube pisado tierra me desplome derrotado en la playa, creo que permanecí otra hora tumbado, aunque notaba que los rayos de sol me quemaban, estaba tan agotado que no pude moverme en busca de una sombra. Mi respeto por este medio hostil es cada día mayor, más aún tras estas dos experiencias traumáticas. Pocas veces se me puede ver nadar lejos de la orilla, me gusta mucho nadar y bucear, pero siempre lo hago manteniéndome en posición horizontal a la playa. Cuando me encontraba de niño en aquella playa de punta Umbría desafiando las olas del mar, me percataba de que eran muchas las mujeres que iban con las tetas al aire. Me resultaba curioso ver mujeres en tetas porque era algo que no había visto nunca hasta ese momento. Vi a una mujer francesa tumbada con las tetas al aire junto a su marido, pude observar como había un señor mirando aquellas tetas poniendo cara como de enfado, como si estuviera enojado con aquella mujer que tomaba el sol ajena a que tenía al menos dos admiradores (el señor enfadado y yo).

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Aunque lo ignoraba, mi país estaba en un momento de transición de la castidad al destape, entró con fuerza en nuestro país el movimiento hippie, que entre otras cosas, predicaba el amor libre. Pues aquel señor que parecía estar tan enfadado también debía creer en el amor libre, de repente emitió un gruñido y se lanzó sobre las tetas de nuestra admiradora comiéndolas cual náufrago de una isla desierta se lanzaría a comer un montón de peras. La reacción del marido francés, al contrario de lo que cabía esperar, fue salir corriendo por si aquel náufrago devorador de mujeres se animaba a comer algo más, tal vez algún boniato. Fue a los gritos de la francesa a los que acudieron horrorizados los presentes al comprobar que se había quedado pegado a aquella mujer como un sello de correos a una carta de felicitación navideña. Fue entonces cuando los hombres de alrededor trataron de despegar a la bestia, mientras lo intentaban, la bestia lanzaba bocados al aire estando a punto en varias ocasiones de alcanzar de una dentellada algún brazo de aquellos valientes muchachos. Los gritos de la mujer francesa eran cada vez más fuertes y a su marido ya no se le veía por la zona, fue impresionante el gritó de aquel hombre ante el ataque de la fiera a su amada esposa y la velocidad con la que se esfumó. Se formó un gran tumulto alrededor de aquel espectáculo dantesco de babas, dentelladas y las tetas heridas de la víctima por la mordedura del fiero y voraz admirador, entonces a un hombre con inteligencia de entre los presentes se le ocurrió la idea de abordar a la fiera por detrás. Mientras aquel joven valiente sujetaba la cabeza de la fiera inmovilizándola, el resto le sujetaron de brazos y piernas. Creo que necesitaron de una espátula para lograr separar completamente aquella fiera pegajosa. Al fin quedó liberada la mujer francesa, la taparon con una toalla ya que dados los tiempos que corrían, era considerado una inmoralidad que una mujer descubriera sus pechos al sol. También imagino que la taparían como medida preventiva y así evitar que se volviera a repetir el suceso. Finalmente llevaron a la mujer a un puesto de socorro para ser atendida de sus mordeduras. Al que no volví a ver fue al marido de la mujer francesa, que presa del miedo, huyó como alma que lleva el diablo temiendo ser también devorado, era el primer caso de canibalismo del que era testigo y por suerte, fue el último. Quedé algo confuso con lo acaecido, entre el tumulto pude ver a mi padre y desaparecí corriendo ya que sin saber muy bien por qué, no quería que supiera que yo había sido testigo de primera de aquel suceso, no llegaba a comprender por qué reaccionó con esa agresividad semejante energúmeno.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Al ataque Los cumpleaños siempre han sido mis fiestas preferidas, entonces eran los más destacados los de mis amigos los hermanos Alipio, Toni, Julito, el de mi hermano Javi, que es el quinto de la familia y mi cumpleaños. Siempre que llegaba la fecha de alguno de estos cumpleaños nos juntábamos en la casa del que lo celebraba y se liaba una gran fiesta, los que recuerdo con especial cariño son las de los tres hermanos Álvarez. En la casa de mis amigos había un patio muy grande donde poder jugar y en verano ponían una piscina desmontable para darnos buenos chapuzones siempre que nos apeteciera. La madre de los Álvarez o los Alipios como les llamábamos cariñosamente, era una mujer encantadora, siempre estaba de buen humor y nos preparaba unas meriendas estupendas. Cuando llegaban las bandejas llenas de comida, nos poníamos al ataque, la celebración se convertía en una competición de haber quien comía más y bebía más refrescos. Parecíamos pequeños romanos en plena orgía, si obviamos claro está, otros placeres de los que no estoy autorizado a hablarles por encontrarnos en horario infantil. Era lógico que tuviésemos tan buen apetito estando en plena etapa de crecimiento, pero si a esto le añadíamos que lo que nos ponían estaba francamente delicioso y que además nos echábamos unas risas, la comida era devorada prácticamente antes de llegar a la mesa, ciertamente parecíamos auténticos bárbaros comiendo. Fueron muchas las fiestas de cumpleaños, siempre que nos veíamos por el barrio recordábamos con añoranza aquella época de nuestras vidas. Las culturas más antiguas de oriente consideran que la felicidad y la satisfacción alimentaria están muy relacionadas. Yo soy de la misma opinión, para ser feliz hay que estar bien alimentado, en nuestra cultura es muy común salir a tomar un aperitivo antes de comer, es un placer charlar con los amigos acompañando la tertulia con una buena ración y un buen vino, ¿quién puede negarse a tomarse unas tapitas antes de comer y así ir abriendo apetito? Aunque algunos hay a los que les encanta comer de gorra, como antaño nuestros bisabuelos estudiantes asistían a bodas, bautizos o comuniones reverenciando gorra en mano a todo aquel con el que se cruzaban con el pretexto de pasar desapercibido mientras saboreaban los ricos y selectos manjares del banquete. Gran parte de mis amigos gustaban comer de gorra, cariñosamente le llamo “amigos que a veces se pagan las cañas”. Dejémonos de formalidades y hablemos claro, llamemos a cada cual por su nombre, todos esos “amigos que a veces se pagan las cañas” no son más que unos sinvergüenzas.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Pero volviendo al tema gastronómico, uno de mis temas preferidos, recuerdo el momento en que leí el artículo en el cual Tanis, padre de mi cuñado Paco, detallaba la preparación de la sopa de ajo costrada. Era uno de aquellos veranos en los que andaba en mi casa de “Rodríguez” (solo en casa), cuando vi por mi casa un libro de Tanis en el que se explicaba la elaboración de diferentes platos castellanos. Me pareció un hallazgo idóneo para aquel momento en el que estaba solo en casa, ocioso y con ganas de experimentar nuevas sensaciones, enseguida me puse manos a la obra con aquella magistral receta. ¡Qué nombre más acertado para un plato!, sopa de ajo costrada, solamente el hecho de nombrarlo despierta apetito y curiosidad, comencé a leer los ingredientes y la preparación de aquel plato tan llamativo. La peculiaridad de esta sopa de ajo, a parte del pan, pimentón, trocitos de jamón y ajo, que seguramente ya sepan ustedes que lleva, era el toque que la hacía tan especial y que le daba su nombre. Le recomiendo que tome nota de esta maravilla culinaria especial para esos días del frío invierno. El toque especial consiste en batir muy bien unos huevos, verterlos sobre la sopa muy despacio tratando que el huevo batido quede en la superficie y seguidamente meterla en el horno. El resultado es uno de los platos más exquisitos que jamás haya probado. Se pone la mesa y como el comer y el rascar todo es empezar, una vez que has probado la primera cucharada te resulta difícil encontrar el final y como andes un poco distraído, te pones las botas. Al parecer en la antigüedad solo los nobles llevaban botas siendo el zapato el calzado utilizado por la plebe, si algún siervo llegaba a calzar botas, era signo de que había hecho fortuna, es de suponer que por ello se aplicó también a aquel que ha comido mucho. Es este un claro ejemplo de que para probar un placer culinario no es necesario ser rico o gastar mucho dinero, si no lo creen, prueben a hacer una sopa de ajo costrada, se pondrán las botas, aunque no vayan a creer que por comerla van a hacerse ricos. La única vez que hice un conjuro con la comida fue un día que una amiga búlgara me enseñó una costumbre argentina, consistía en comer gnocchis los días veintinueve de cada mes, para que funcionara el conjuro había que depositar algo de dinero bajo del plato. Esta costumbre asegura que al menos no va a faltarte comida durante el mes venidero, algo recomendable en estos tiempos de crisis en que vivimos. A mis cuatro años, era muy delgado y solo comía como los romanos en cumpleaños y demás celebraciones, aunque si acostumbraba a reír siempre, algo que conservo, mantengo la que considero una de las mejores características que conservamos de nuestros predecesores, los primates.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Respecto a la risa se dice que abunda en boca de gansos, se utiliza este dicho cuando alguien ríe sin motivo aparente y se quiere incidir en su conducta para que deje de hacerlo, como dando a entender que parece tonto riéndose sin ton ni son. Pienso que si alguien ríe, a no ser que se sufra de alguna patología, por lo general siempre habrá un motivo que provoque su risa, tras lo cual deduzco que el único ganso es el que inventó semejante dicho para tratar de hacer sentir culpable al que ríe, tratando de ponerle en ridículo por ejercer su derecho a reírse cuando le plazca. ¿Por qué la risa molesta a algunos?, la risa es sana y debe diferenciarse de sucedáneos de risa, como es cuando se trata de ridiculizar o menospreciar a alguien, esta risa suele diferenciarse de la isa sana fundamentalmente al terminar de reír, al que ríe con malicia se le suele quedar cara de estúpido. Cuando la finalidad de la risa deja de ser la diversión y se convierte en un arma arrojadiza de menosprecio y su fin es lograr que alguien se sienta mal y sufra, claramente estamos hablando de un sucedáneo de la risa. Podríamos encontrar una similitud de la diferencia entre la risa y sucedáneos de la risa, con la diferencia entre dar una palmadita o dar una puñalada por la espalda. La finalidad de una palmadita en la espalda es la de animar a una persona, brindarle apoyo, decirle con un gesto que puede contar contigo para lo que necesite. Mientras que el fin que busca quien da una puñalada por la espalda es hacer daño, infringir dolor, traicionar a quien más confiaba en ti y nunca te traicionaría, a tu mejor amigo. Puedo asegurar que no concibo la vida sin este don tan preciado que nos ha brindado la naturaleza, la risa, al igual que la diversión, es una cualidad que nos permite continuar nuestra vida de un modo sano. Hace pocos días mi madre me dio uno de sus sabios consejos, me dijo que hay que procurar divertirse siempre que sea posible y mientras que con tu diversión no hagas sufrir a nadie. Estoy convencido que una persona que ha sabido divertirse de una manera sana a lo largo de su vida, cuando se enfrenta a un momento duro como es por ejemplo la pérdida de un familiar, lo afronta con mayor valentía. Sirva como ejemplo el día que me llamó mi hermana para decirme que habían ingresado a mi padre, mi intuición me advirtió que iba a pasar por una experiencia muy dura poco después y por desgracia acerté. Aún sabiendo que previsiblemente estaba ante un suceso grave, me tomé un rato con mi mujer para reír con unas fotos graciosas que nos habíamos hecho el pasado fin de semana con unos amigos.

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6. Teide Parvulitos 2 Con cinco años, el mes de septiembre del año setenta y cuatro, tras mis segundas vacaciones de verano en las que los mosquitos se pusieron las botas conmigo, me preparé la cartera y los libros para ir al primer día de colegio de mi segundo año de parvulitos. Los primeros días de clase coincidí con Toni y Julito, aunque los dos se llevaban un año, habían metido a Toni a primero de Parvulitos con nosotros pero al ser un año mayor, le hicieron unos exámenes y pasó al siguiente curso de inmediato. Aquellos primeros días de clase estuve encantado de compartir aula con mis dos amigos Toni y Julito, me gustaba mucho más la clase de este año, de grandes ventanales que le proporcionaban una magnífica iluminación natural, que la clase enclaustrada en la que pasamos año anterior. Al pasar a Toni al curso siguiente hizo nuevas amistades, eso nos otorgaba ciertos privilegios ya que los mayores se convertían por tanto también en nuestros amigos, entre ellos estaba Rebollo, un amigo del que hablaré en el capítulo 15, con el que junto a Julito, tuvimos el gusto de intimar con las modistillas de San Antonio de la Florida a la edad de catorce años. Los cristales de las ventanas de la clase eran traslúcidos, dejaban pasar la luz exterior pero no permitían ver lo que había en la calle. Era una clase bastante amplia y no tenía el aspecto de oficina vieja de la clase del año anterior de la tan tristes recuerdos tenía. También se podían diferenciar los sonidos que llegaban de la calle, el de los coches, el del autobús que pasaba cada media hora y como no, el ruido del motor de los camiones del padre de Julito. Cuando se oía pasar un camión, Julito sabía diferenciar perfectamente si se trataba de alguno de los camiones de su padre, cuando así era, se ponía muy contento y añoraba aquellos años en los que siendo más pequeño, cuando aún no iba al colegio, podía acompañar a su padre en sus viajes por las carreteras españolas. El ambiente que se respiraba en aquella clase me gustaba, era muy diferente del año anterior de párvulos, todos estábamos mucho más animados que en la clase anterior, supongo que la buena iluminación de la clase influía en nuestro estado de ánimo, todos estábamos siempre de buen humor. Las actividades que realizábamos eran muy entretenidas, la profesora quedó muy impresionada del nivel de caligrafía que teníamos Julito y yo, lo nuestro nos costó, ya que nos habíamos pasamos un año entero metidos en una clase en la que nuestra única actividad fue la de trascribir textos, no era pues de extrañar que tuviéramos tan buena caligrafía.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Dado que nuestro nivel era más alto que el del resto de la clase, terminábamos muy pronto las tareas que nos encomendaba la señorita y era entonces cuando se avivaba nuestro ingenio, pronto hallaban nuestras pequeñas cabezas una actividad para poder entretenernos. Una de nuestras actividades preferidas era recoger los papeles que había tirados por el suelo, entonces nos ofrecíamos Julito y yo para recogerlos, lo que ignoraba la señorita es que los papeles habían sido colocados antes de modo estratégico por nosotros para así poder ver las bragas de alguna que otra chica y como no, las de la señorita. Estuvimos un tiempo disfrutando de nuestra tarea, tanto nosotros por las vistas prohibidas a las que teníamos acceso, como la señorita encantada de tener dos alumnos tan formales y aplicados. Tras muchos días recogiendo los papeles cometimos un error, pecamos de confianza, sabíamos el color de las bragas que vestía la señorita cada día de la semana pero algo inesperado sucedió, cuando me dispuse a recoger el papel que habíamos colocado debajo de la señorita, quedé boquiabierto al comprobar que la señorita aquel día, ¡no llevaba bragas! Entonces dejé el papel sin recoger y le conté a Julito lo que mis inocentes ojos acababan de presenciar, con los años aprendí que hay ocasiones en las que es mejor callar y guardar tus secretos en el baúl de los recuerdos. Julito, que se encontraba arrodillado como yo recogiendo papeles por toda la clase, no pestañeó y corrió hacia la señorita para disfrutar de aquellas vistas tan maravillosas que le acababa de describir, quedé sorprendido de su velocidad, en apenas dos segundos había recorrido media clase a gatas para colocarse estratégicamente debajo de la mesa en la que estaba sentada la señorita. La imagen de lo ocurrido la tengo grabada en la mente como si hubiera ocurrido ayer mismo, Julito, cuya cara de pícaro solo se podía ver desde debajo de la mesa y que todos los niños de la clase podíamos ver, señaló con su dedito las partes íntimas de la señorita, puso cara de pez y agitó la mano de arriba abajo indicando a todos los presentes con gestos, ¡Madre mía, lo que ven mis ojos! Esto provocó en todos los presentes una carcajada tremenda que sorprendió a la señorita que ignoraba cuál era el motivo de la risa, pero al ver que algunos de los niños señalaban en dirección a Julito, le pilló infraganti boquiabierto mientras su pequeño dedito señalaba sus partes íntimas agitando la otra mano. El cabreo de la señorita fue considerable, acababa de descubrir que había sido traicionada por los que consideraba sus dos mejores alumnos, esos que tan buenos y aplicados parecían, cuyo único objetivo de su gentil ofrecimiento para recoger papeles era ver las bragas a las niñas de la clase y lo peor, es que habían osado a mirarla las suyas precisamente el día que había olvidado sus bragas quién sabe dónde.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Tras tamaña traición, transcurrió prácticamente el curso completo hasta que la señorita nos perdonara y volviera a confiar en aquellos niños arrepentidos que habían cometido aquel vil e indigno acto, pero que por otro lado, se comportaron de modo ejemplar lo que restó de curso. Imagino que la señorita era consciente de la admiración que le profesábamos, es por eso que al finalizar el curso nos premió con un diploma de honor y perdonó aquella gamberrada que cometimos meses atrás. Fue un año muy divertido por el ambiente alegre que reinaba en la clase, además de divertido, fue mucho más productivo que el año anterior, ese año tuvimos la gran suerte de aprender sin temor, ya no éramos castigados si algo no lo hacíamos del todo bien sino que se nos enseñaba la manera de hacerlo correctamente. El colegio se llamaba Teide y paradójicamente, a lo largo de mi vida, he podido visitar en numerosas ocasiones el volcán que daba nombre a mi colegio. La primera vez que volé a las Islas Canarias fue en el año noventa y cinco, cuando el comandante anunció el comienzo del descenso para tomar tierra, miré por la ventanilla y quedé impresionado de la inmensidad del volcán en medio del océano atlántico. Mi visita a las islas fue en el mes de junio, mi hotel se encontraba en la parte norte de la isla de Tenerife, años después pude comprobar que el clima en el sur de la isla era más soleado y que además, los hoteles eran mejores. Aunque casi todo el día estaba nublado, no consiguiendo ver el sol ni un solo instante, la temperatura era agradable. Pude bucear y nadar en los lagos Martianez, me gustó la sensación que producía poder nadar y bucear en agua salada sin la molestia de las olas, beneficiándome de igual modo de sus propiedades relajantes y curativas. Eran las primeras vacaciones en las que viajaba solo, la sensación de ir a cenar a un restaurante sin compañía se me hacía extraña, cuando pasas varias horas sin hablar con nadie surge una necesidad casi involuntaria de entablar conversación con el primero que se te pone por delante. Fui a unos cines a ver una película norteamericana titulaba “Dante’s Peak”, dado que soy un despistado reconocido, no me percaté de que la película se centraba en un volcán que tras años dormido entra en erupción, una película que no recomiendo que se vaya a ver si se está a las faldas de uno de los volcanes más impresionantes del mundo. Después de la película, quise saber la opinión de los paisanos sobre la posibilidad de que el Teide despertara de su largo sueño y me dirigí a uno de los sitios en los que mejores contertulios puedes hallar, a un bar. El bar estaba integrado en su mayoría por tinerfeños, un argentino y yo, hablé sobre mi tremendo despiste al ir a ver aquella película hallándome en una isla volcánica, a lo que el argentino argumentó ignorando que el Teide es un volcán vivo que podría entrar en erupción en cualquier momento:

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Argentino:

¿Qué problema tenés de vivir en un volcán muerto?

Todos:

“Ríen”

Argentino: Miguel:

No comprendo, ¿de qué reis vos? Es que el Teide está más vivo que todos nosotros.

Argentino: Miguel:

¿Qué me contás, es eso cierto? Totalmente cierto.

Fue entonces cuando cada uno de los presentes contó una anécdota que se guardaba en el bolsillo, había entre ellos un técnico del teleférico que alcanza la cima del Teide, había apreciado un aumento de las fumarolas y dijo literalmente que por la noche el Teide se tiraba muchos pedos. Otro parroquiano contó que en su pueblo formaron una expedición al cráter del Teide tras lo cual hizo público un comunicado en el ayuntamiento atestiguando que el número de fumarolas era muy frecuente en el cráter. Un fontanero cuenta que tras hacer la instalación de una casa, salió agua caliente del grifo del agua fría, al contarlo se rieron todos a coro argumentando que ello no era motivado por el calentamiento del volcán, sino que siendo tan chapuzas seguramente lo habría instalado al revés. Un excursionista aterroriza a los contertulios dando fe de haber estado con unos amigos en la zona de La Esperanza, hallaron una galería en la que el agua salía hirviendo. También fue testigo de numerosas fumarolas cuando más tarde subieron hacia el cráter del Teide. Un anciano asegura que de joven escuchó una explosión aterradora como si fuera un trueno, al salir a la calle comprobó que el cielo estaba despejado y no avecinaba tormenta, sin embargo una espesa nube envolvía el volcán. La gota que colmó el vaso para que nuestro buen amigo argentino se echara a temblar, fue que entre los presentes se encontraba un sismólogo jubilado que aseguró haberse registrado en un solo año veintinueve seísmos en el archipiélago, también argumentó que no había nada que temer pues en el año noventa y ocho tan solo se localizaron dieciocho seísmos en las islas. No sé si las palabras del sismólogo trataban de quitar hierro al asusto y así evitar que el bueno de nuestro contertulio argentino entrara en un colapso nervioso, yo creo que quizá oír la palabra seísmo le hizo estremecer a juzgar por los gestos y movimiento de cabeza similares a los de un gorrión. No pude evitar preguntarle a nuestro amigo el sismólogo las consecuencias de una inminente erupción del Teide, pensando que tal vez no afectara a toda la isla, incluso si tal vez fuera posible organizar una evacuación. Me explicó que el Teide no era un volcán muerto como pensaba nuestro amigo argentino, sino que estaba dormido, eso significa que podría llegar a despertar en cualquier momento aunque era poco probable porque ciertamente llevaba demasiado tiempo dormido.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori En cuanto a las consecuencias de una inminente erupción, me explicó que la mejor opción sería salir en un jet privado, el inconveniente es que no es éste un artículo al alcance de todos los bolsillos por lo que habría que pensar en otra solución más asequible y económica. La segunda vía de escape que se le ocurría era en embarcación y de no haber otro remedio, abandonar la isla a nado, cualquier idea que se nos ocurriera sería mejor que permanecer en la isla estando el Teide en erupción. Tras las palabras del docto sismólogo, nuestro contertulio argentino tomó de un trago su bebida y se despidió emitiendo un ruido ininteligible. Se fue con aire apresurado, visiblemente afectado por el tema de conversación tan interesante que se acababa de desmenuzar en aquel bar. No sabíamos cuál de los consejos del sismólogo iba a llevar a la práctica nuestro amigo argentino, lo que no dudábamos ninguno de los presentes es que tras todo lo que había oído en aquel bar, no iba a permanecer mucho más tiempo en la isla. Siempre supe, desde que con cinco años a la entrada de mi colegio una fotografía del majestuoso volcán, que era uno de los lugares que visitaría, el mismo sentimiento tuve cuando en un libro del colegio vi las cataratas del Niágara y efectivamente tuve ocasión de visitarlas a finales de los noventa. Fueron muy frecuentes mis viajes entre las islas y la península en esa etapa de mi vida en la que residí en la isla de Tenerife, cada vez que llegaba y en el avión me había tocado ventanilla, contemplaba el Teide y le abrazaba con la mirada como si de un viejo amigo se tratara. Hay que estar algo loco para hablar con un volcán, nunca dije que estuviera del todo cuerdo, en este momento en el que me encuentro lejos del Teide y con pocas expectativas de volverlo a ver, lo echo mucho de menos, recuerdo con cariño las ocasiones en las que le conté mis penas. Un día de trabajo en la ciudad de Madrid, había abierta una ventana debido al calor veraniego, repentinamente se coló un gran pajarraco del que no tuve tiempo de averiguar su especie, inició maniobra de aproximamiento hacia mi cabeza y sentí el roce de sus plumas sobre mi pelado cogote. Frente a mí se hallaba un compañero que años atrás había sido geólogo, ¡quien le mandaría a meterse de informático!, tras este suceso en el que un gran pájaro casi me decapita, comenzamos a hablar y sin saber muy bien por qué, salió el tema de las Islas Canarias. Mi compañero había vivido varios meses en las islas como yo, con la peculiaridad de que él se alojaba en el interior de un barco el cual además de ser su casa, era su lugar de trabajo. Su trabajo consistía en examinar la arena del fondo marino y catalogar su calidad, se barajaba la posibilidad de cubrir la original arena negra de las playas isleñas, por arena blanca y de mejor calidad sin dañar el ecosistema.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Me contó que navegando de noche próximos a la isla de la Gomera, despertó al oír un tremendo rugido y tras ello, cayó de su litera al suelo. Se montó un gran revuelo y todos acudieron a ver lo que había ocurrido. Habían chocado contra la isla de la Gomera, tuvieron suerte de no dañar el casco del barco y poder continuar la travesía con normalidad, tras este percance todos volvieron a dormir menos uno, el timonel, que tuvo que quedarse velando por la seguridad del barco y así evitar cualquier otro percance mientras navegaban. Cuando vivía en Los Cristianos, al sur de la isla de Tenerife, en los días claros podía divisar desde mi casa a lo lejos la isla de la Gomera, recuerdo que en unos de mis viajes marítimos entre islas, partí de la Palma hasta el puerto de los Cristianos, el cual también podía ver desde mi casa y desde allí se tomaba rumbo hacia las islas de La Gomera y El Hierro. Todas las mañanas que, llegando a clase, veía la gran foto del Teide, intuía que en aquel escenario, bajo la atenta mirada del volcán, se produciría un hecho importante en mi vida. Así fue, lo que no imaginaba ni mucho menos lo que me depararía el futuro. Con cinco años imaginas que tu vida va a ser mucho más ordenada de lo que realmente es en un futuro, crees que seguramente seguirás el modelo de tus padres, que entre los veinte años y los treinta años contraerás matrimonio, tendrás muchos hijos y les transmitirás la buena educación que tú recibiste. En aquellos años de infancia probablemente soñaba que el volcán sería testigo de mi luna de miel, o tal vez, contrajera matrimonio con una guapa tinerfeña y que me quedaría el resto de mi vida dando los buenos días cada mañana, no a la foto, sino al mismísimo Teide en vivo y en directo. Lo que es cierto es que las islas en su conjunto han jugado un papel importante en mi vida, han sido mi lugar de desahogo, mi válvula de escape durante muchos años, un sitio donde he encontrado gente más humana y gentil que en la tierra donde nací, esa inhóspita urbe de nombre Madrid. También cuando tuve oportunidad hice con mayor frecuencia escapadas a la sierra de Guadarrama, cuando pude elegir, por poner un ejemplo, entre irme de vacaciones a Irlanda con gente de mi ciudad o irme solo a las Islas Canarias a respirar nuevos aires, no lo dudaba ni un momento, me iba a las Islas Canarias y regresaba con las pilas recargadas. He visitado lugares muy lejanos a mi país como Estados Unidos y Canadá, otros no tan lejanos como Europa Central y del Norte, algunos de ellos, o casi todos, de una gran belleza que han dejado en mi mente imágenes que permanecerán siempre en mi memoria. Pero ninguno de estos lugares ha logrado ofrecerme lo que encontré en la sierra de Guadarrama y en las Islas Canarias, ninguno me ofreció la posibilidad de desconectar del mundanal ruido, de darme un respiro y poder reflexionar si tal vez el camino que estaba tomando no era el más adecuado.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Gitanillos En aquella época mi desconfianza hacia el resto de niños no era cuestión de raza o vestimenta, sino de comportamiento. Aunque la mayoría de los niños de mi edad y los mayores, desconfiaban de los gitanos por su raza, tuve ocasión de conocer dos años atrás a los alumnos de mi madre, eran gitanos del barrio de Pan Bendito y me parecieron personas muy nobles. Ello no significaba que tuviera que fiarme por fuerza de los gitanos, del mismo modo que no me fiaba de nadie, aprendí a juzgar a las personas por sus actos y no por su aspecto, cualquiera podía contar con mi beneplácito de la duda, bien fuera gitano o payo. Un sábado por la mañana me encontré con unos gitanillos, mi hermana me había invitado a ir a la asociación de vecinos del barrio, en ella organizaban actividades como talleres de plastilina y de pintura. Aquel día tocó pintarnos la cara de indios y disfrazados de Toro Sentado (Sitting Bull), salimos por el barrio a hacer lo más adecuado en ese momento, el indio. En una entrevista dijo Camarón, “gitanos habemos buenos y malos”, quisiera añadir con el permiso del maestro “no vayan a creer que por ser de buen linaje o por vestir buen traje, un payo bueno ha de ser”. Ni los gitanos son malos por serlo, ni los payos somos buenos por no ser gitanos, ni viceversa. Es uno de las errores más grandes de nuestra sociedad y que aunque amague con cambiar algún día, no creo llegar a vivir suficientes años para ser testigo de ello. Etiquetar a las personas por su procedencia, credo, condición social o sexual o racial se aproxima peligrosamente al genocidio. Yo he visto racismo en ambas partes, craso error si tachamos únicamente a los payos de racistas y a los gitanos no, he podido ver entre gitanos caras de desprecio, rechazo y del odio por ser el payo amigo de un gitano. Bien sea payo o gitano el que peque de racista, para mí, en ese preciso instante se convierte en un animal de bellota, ni siquiera eso, en todo caso en uno de recebo. Tras mi dura crítica al racismo, como no podía ser de otro modo, paso a relatar mi encuentro con los gitanillos en mi barrio con la cara pintada de guerreros en son de paz: Gitanillo:

¿Dónde os han pintado así?

Miguel: Gitanillo:

En la asociación de vecinos. ¿Y hay que pagar para que te pinten?

Miguel: Gitanillo: Miguel:

Que va, allí pintan a todo el que se presenta. ¿Nos puedes llevar a que nos pinten a nosotros? Claro.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Fue entonces cuando me llevé a los gitanillos a la asociación de vecinos, los que nos pintaron la cara eran chicos jóvenes de unos dieciocho años, estábamos en el año en que murió Franco y afloraban las libertades, muchos de ellos eran hippies. Los gitanillos se pusieron tan contentos de que les pintaran con las mismas pinturas que para los indios simbolizan la guerra, en nuestro caso era todo lo contrario, sin firmar ningún papel, tan solo con un par de brochazos, estábamos firmando la paz entre gitanos y payos. Vinieron los hermanos mayores algo preocupados por su tardanza y se alegraron de verlos tan felices con las caras pintadas jugando con unos payos. Una de las costumbres que trataron de inculcarme mi padres, que no llegó a cuajar, fue la de asistir a misa. Desde que tengo uso de razón, recuerdo que todos los domingos acompañaba a mis padres a ese lugar siniestro donde las gentes emitían unos sonidos extraños con la boca. Mis padres me llevaban a la iglesia de aquel colegio, que años más tarde se convertiría en mi condena particular de ochos años y un día, los Salesianos de San Miguel Arcángel, era precisamente el nombre lo mejor del colegio. Mis primeros recuerdos de aquella iglesia son nítidos, ¡me impresionaba tanto aquel sombrío lugar!, me quedó grabado en la memoria y hoy puedo relatar aquella experiencia como si hubiera sido ayer. La máxima autoridad que conocía hasta entonces, mis padres, bajaban la voz y se arrodillaban ante un altar. Aquello no me causó gran impresión pues me habían enseñado a tener fe, algo que hicieron bien, aunque tal vez nunca se lo dije aún mantengo aquella fe que me enseñaron. Cuando empezó la misa, todos los presentes con gesto serio y semblante triste, comenzaron a emitir unos sonidos muy extraños por la boca, algo parecido al zumbido que deja un abejorro cuando pasa rozando tu oreja, sin embargo aquel zumbido no cesaba. Observé a los presentes serio y asustado cómo emitían el misterioso ruido: Fieles:

Bssss Ssss Bzsss Shooo She Shessz Ommm

Dado que parecía lo adecuado, puse mis manitas de tres añitos en cruz, incliné mi cabecita y puse la cara más triste que supe poner, entonces comencé a mover los labios y a emitir un sonido parecido al escuchado: Miguelito:

Bsssssss Bsssssssssss Bsssssssssss Bsssssss

Ignoraba que el resto de parroquianos se encontraban rezando, yo creía que simplemente estaban emitiendo ruidos extraños. Pero todo no quedaba ahí, muchos de los presentes posiblemente debido a su adicción al tabaco, o simplemente por estar resfriados, sacaban su pañuelo y se sonaban, alguno de ellos incluso llegaba a parecerse al genial trompetista Louis Armstrong.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Entonces Miguelito sacó su pañuelo efectuando el correspondiente solo de trompeta, como no tenía afán de protagonismo, ya que no era amigo de ser el centro de atención de ningún escenario, mi solo de trompeta tan solo duró cinco segundos. Soy cristiano porque me educaron en la fe de Jesús y aunque me bautizaron en el catolicismo e hice la comunión, no me confirmé en la iglesia católica y no me considero tal, mi fe nunca se ha basado el algo terrenal, mi fe siempre ha sido espiritual. Creo en el hijo de Dios, que bajó al mundo para recordarnos unas normas básicas de respeto hacia nuestros semejantes que habíamos olvidado, como no podía ser de otro modo, no le escuchamos y le clavamos de pies y manos a una cruz para dejarle morir agonizando. Creo en Dios, padre de Jesús, ese señor con el que hablo a diario y al que le cuento mis inquietudes, al que expongo mi análisis de lo acaecido durante el día y le cuento aquello en lo que creo que podría mejorar. Creo en la madre de Jesús, María, con la cual, al igual que con Dios, hablo a diario y le cuento como me va por aquí abajo, suelo rogarle a menudo que ponga su vista en los lugares más pobres de la tierra. Creo en muy pocas personas de este mundo, ¿Cómo se podría creer en mis semejantes después de todas las barbaridades que han hecho a lo largo de la historia?, sería como tratar de obtener agua de un río seco. Creo en mis padres, en mi mujer, en mis hermanos, en mis sobrinos, en mis abuelos, en mis tíos, en mis primos y en definitiva, en toda mi familia. Creo en mí. No siempre he creído en mi mismo, es una nueva experiencia que aprendí hace escasos años y es la causa de que hoy en día encuentre felicidad en mi vida. Comencé a experimentar amor propio en una isla lejos de mi casa mientras hablaba con un volcán al que convertí en mi amigo. Hace unos años por estas fechas navideñas, fui invitado a una cena multicultural en la que participaban países de todo el mundo, en aquella ocasión tuve ocasión de hablar con una mujer brasileña. Me habló de su país, Brasil, no puedo dejar pasar esta oportunidad para alagar a este país tan musical que ama y defiende la música como un bien propio, ¡viva Brasil!, un país en el que hay muchas diferencias entre ricos y los pobres, los ricos son exageradamente ricos y los pobres son demasiado pobres. A pesar de la pobreza de su país, me contaba que la gente es feliz con poco, se conforman con comer, tratan de sobrevivir. Ella no podía comprender por qué en los países desarrollados la gente no es feliz, comen bien, tienen un nivel de vida aceptable en el que no les falta educación ni comida, pero a pesar de eso, sus gentes están tristes.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Entonces añadió: Brasileña:

Tristeza ñao tem fim, felicidade sim.

Aquella chica me hizo comprender una gran verdad, lo que ya tenemos, la educación, una familia, el trabajo, salud, amor, amistad, no lo valoramos lo suficiente, tenemos lo básico para poder llevar una vida plena de felicidad, pero la codicia, querer más y más, nos ciega y nos impide ver lo que tenemos, no le damos el valor que merece. Ahora mismo puedo tener más o menos, recientemente partió hacia el cielo mi padre, le amaba y le sigo amando, aunque se ha ido, soy de la creencia de que cuando yo ya no esté aquí, me reencontraré con él, como él se ha reencontrado ahora con su padre, entonces le abrazaré y podré oír de nuevo sus sabias palabras. Mi familia está dividida por el hacha de la parca, algo inevitable que debemos sobrellevar. Lo que nunca podrá quitarnos nadie es lo realmente nuestro, el alma, cuando partamos nos iremos con lo puesto. Es por este motivo que considero que debemos hacer de nuestra persona, nuestro primer valor. Es peligroso entregar tu testigo a otro, ¿qué pasa si quien guarda tu testigo se va? Dios nos dio la vida para que la conservemos, para que hagamos el mejor uso posible de ella y disfrutemos de todo lo que podamos sabiendo que siempre nos quedaremos cortos. Hace escasos días, casi a punto de finalizar el año dos mil ocho, nos ha dejado Tanis, el padre de mi cuñado Paco. Hace apenas unos meses pude leer un artículo de mi cuñado Paco dedicado a la memoria de mi padre que nos dejó a primeros de Marzo del mismo año. He querido recordar en mi libro a Tanis, no como agradecimiento por aquel artículo escrito desde el corazón, sino como homenaje a una persona a la que siempre he admirado y respetado, al igual que a mi padre. Tanis periodista, mi padre médico, dos personas de ideologías diferentes pero dos hombres muy queridos y respetados no solo por su familia, sino por todo aquel que tuvo el placer de conocerles. Tanis siempre fue de buen comer al igual que yo, pude leer en un artículo suyo su receta de sopa de ajo costrada, receta que guardo como oro en paño en la memoria y que de vez en cuando me doy el gusto de preparar. Si bien es cierto que no nos veíamos muy a menudo, siempre que sucedía me envolvía una sensación de bienestar. Me alegraba de verle de nuevo, escuchaba atento sus sabias palabras y disfrutaba de su buen sentido del humor. Hoy sus hijos Paco, Jesús y Pili, sienten la pérdida de un padre, pero sus obras permanecen en ellos, las obras de un gran maestro.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Regreso al roto Un día primaveral del año setenta y cinco, mi abuelo Tomás me dijo que me llevaba a ver a mis antiguos amigos del roto de la casa de campo, aquellos que me narraban sus vidas como si me estuvieran contando un cuento. Me dio mucha alegría poder volver a ver a aquellos mayores que me hacían regalos cuando tan solo tenía tres añitos, regalos de mucho valor para mí, como por ejemplo, los piñones recogidos durante la mañana. Sabía apreciar el esfuerzo y cariño de mis amigos mayores, cuando volví a verlos, algunos ya casi no me reconocían porque en tan solo dos años, había crecido y mi aspecto había cambiado. Ahora habían cambiado las tornas porque era mi turno de contar historias, había pasado mucho tiempo y eran muchas las historias que tenía que contarles. Alguno de ellos bromeó diciendo que hablaba tanto que ya hasta parecía un abuelillo más. Cuando me quedé sin aliento, fue cuando comenzó a hablar uno de los más mayores, un señor más mayor que mi abuelo y todos los presentes, era el señor Antonio. Fue entonces cuando agudicé el oído y pude conocer muchos detalles que ignoraba de mi barrio, ¿qué mejor recibimiento podrían darme mis amigos mayores que contándome una de sus historias? Nos dijo haber nacido en el barrio en los años sesenta, pero del siglo XIX. Se crió en un barrio aislado de la ciudad, se componía de algunas pequeñas casitas ubicadas en lo que se consideraba entonces las afueras, una vez cruzado el Puente de Segovia. Era una zona poco poblada porque aunque se encontraba muy cerca de la ciudad, estaba separaba por el río Manzanares y algunos arroyuelos, su mayor vivienda era la Quinta de Goya, una gran casa con terrenos que compró el pintor, de tal extensión que ocupaba la mayor parte del barrio. El barrio era terreno de huertas que también acogía alguna que otra industria aunque el progreso lo trajo el ferrocarril, contaba nuestro longevo narrador que sus ojos atestiguaron el derribó la Quinta de Goya y la posterior construcción de la estación de ferrocarril de mismo nombre que el pintor, rindiéndole así homenaje póstumo. Se inauguró un hospicio para niños sin familia cerca de la Puerta del Ángel y poco después, se expropiaron terrenos para construir viviendas en las calles paralelas a lo que entonces era la carretera de Extremadura, bien conocidas por las gentes del barrio por haberlas pisado bastante a menudo. Se trataba de las calles Antonio Zamora, Doña Urraca, Doña Berenguela, Cardenal Mendoza y Juan Tornero, de esta última, complemento el relato con que fue temida en los años setenta por habitarla mayormente macarras de grandes patillas que llevaban un Renault ocho robado y tuneado con una pegatina de la discoteca el mono pegada al parabrisas delantero.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Las calles que se cruzan con las citadas calles paralelas a la carretera de Extremadura son: Saavedra Fajardo, Laín Calvo, Caramuel (que es mi calle), Antillón, Jaime Vera y Santa Úrsula. Contaba mi amigo centenario que con el nuevo siglo (hablaba del siglo XX), se puso al barrio de nombre Colmenares haciendo honor al dueño de los terrenos, pero siendo éste un barrio obrero, no tardó en cambiarse el nombre por el de su puerta de entrada a Madrid, barrio de la Puerta del Ángel. El barrio comenzaba a tener suficientes habitantes como para tener su propia iglesia, así se construyó Santa Cristina, iglesia que sigue en pie actualmente en la que se casaron mis padres y uno de mis hermanos. Fue construida por Enrique María Repullés y Vargas a comienzos del siglo XX, es una de las iglesias más bellas de Madrid y como merecido homenaje, se bautizó con el nombre del arquitecto a una de sus calles. A mediados de los años treinta del siglo XX, el tranvía llega al barrio desde la plaza mayor en la línea treinta y cinco, una vez comunicado el barrio con el centro, se construyen los hotelitos para ferroviarios siguiendo el modelo del arquitecto Arturo Soria y a la par, el nuevo mercado de Tirso de Molina. Estalla la guerra, esta parte contada por el anciano se la conocía bien mi abuelo debido a que se vio despojado de la casa que logró comprar con el sudor de su frente, el barrio se convirtió en zona de enfrentamiento de batalla durante los años en que duró la guerra civil española. Sus gentes huyen al centro de Madrid, mis abuelos con mi madre recién nacida ubican su vivienda provisional en la calle Alcalde Sainz de Baranda esquina con Maiquez, barrio al que también se fueron a vivir algunos hermanos de mi abuelo. Acabada la guerra, comienza a reconstruirse el barrio y entre otras, la casa de mis abuelos. Se construyen entonces las colonias del Molino de Viento, de Cerro Bermejo y de los Olivos. En los años cincuenta se construye la avenida de Portugal donde se fue a vivir el hermano de mi abuelo, el tío Balbino. Actualmente viven allí mi tía Mari Nieves y mi tío Balbinín, las viviendas construidas tienen un precio más alto que el precio medio de la vivienda en el barrio. La proximidad de los comercios del Paseo Extremadura y el hecho de no poderse construir más edificios nuevos enfrente por encontrase la casa de campo, otorgan a estas viviendas un valor adicional. En la actualidad, se puede disfrutar de un paseo a pié por donde antes iba una vía rápida de acceso a la ciudad que ahora está soterrada. En los años sesenta llegan al barrio las líneas de autobús 31, 36 y 39. Diez años después deja de funcionar la estación de Goya y en el lugar que fue estación y antaño casa del pintor Goya, se construye la urbanización Quinta de Goya, la calle es bautizada con el nombre del compositor Pablo Casals.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Más tarde se construyen las dos torres de militares en la glorieta del Puente de Segovia, el resto de la historia del barrio voy a contarla yo porque hasta aquí llegó nuestro amigo centenario don Antonio en la última visita que hice a mis amigos del roto de la casa de campo, gracias a su extensa narración pude conocer detalles del barrio que de otro modo no hubiera averiguado. Poco me queda por añadir a tan extensa explicación, el metro llegó tarde, pero aún así fue bienvenido, en los años noventa justo al finalizar mis estudios universitarios, vino la línea seis de metro al barrio. En estos últimos años han realizaron obras para soterrar la vía rápida de acceso a la ciudad por la avenida de Portugal, al mismo tiempo que se han llevado a cabo las obras de soterramiento de la calle treinta, M-30 hasta que los políticos decidieran renombrarla, espero que no se traslade esta moda al resto de calles, ¿imaginan que la calle Gran Vía se convirtiera en calle 777? Ahora se puede pasear tranquilamente por la avenida de Portugal, antes era imposible, el osado que se atrevía a cruzarla ponía en riesgo su vida. El último fenómeno del barrio ha sido la inmigración, puedo asegurar con la certeza de no equivocarme que si a cualquier ciudadano del mundo le tapamos los ojos, le dormimos para que se desoriente y le llevamos a mi barrio, al abrir los ojos estoy seguro que cree hallarse el cualquier lugar del mundo que no sea España. ¡Tanto nos quejamos que nos quejamos tanto!, sin embargo para muchos es en España donde mejor se vive, aunque no todos pensamos igual, en mi estancia en Berlín conocí a varios españoles que establecieron allí su hogar y no parecían tener demasiadas ganas de regresar. Una prima de mi madre también decidió un buen día partir a tierras lejanas y es ahora ciudadana norteamericana, se trata de Mari Nieves, hija de Pedro, el menor de los hermanos de mi abuelo Tomás. Cuando por el año noventa y nueve estuve de vacaciones en Estados Unidos, propuse a mi compañero de viaje la idea de ir a visitar a mis familiares norteamericanos residentes en la ciudad de Austin, capital del estado de Texas. Tenía gran ilusión por conocer a mis primos lejanos de rasgos hawaianos y también poder conversar con mi tía y con su marido. Pero a mi compañero no le pareció buena idea el cambio de planes y no me parecía justo realizar este cambio de última hora sin su beneplácito. Desde muy niño, cuando me enteré que tenía unos primos, aunque fueran muy lejanos, de origen hawaiano, me sentí orgulloso por ello. No han sido pocas las ocasiones en que he comentado a mis compañeros de colegio, de trabajo o a mis amigos, que tengo primos hawaianos. Tal vez el motivo de mis innumerables visitas a Canarias, islas de origen volcánico al igual que Hawái, pueda guardar relación con dicho parentesco.

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7. ln the army Los Salesianos Un día del mes de septiembre del año setenta y cinco, comencé mis estudios en mi nuevo colegio, este era mucho más grande que los de parvulitos a los que había ido antes, se llamaba los Salesianos de San Miguel Arcángel, colegio del que ya eran alumnos mis cuatro hermanos varones, mientras que mis hermanas iban a las Franciscanas, colegio próximo a los Salesianos. Aunque el curso que se iniciaba era primero de Egb, para mí era tercero porque ya había asistido antes a dos años de parvulitos. Por este motivo, apenas tuve problemas en adaptarme a mi primer día de clase, la experiencia de mi primer curso en parvulitos fue mucho menos grata. Me sorprendió que para muchos de mis compañeros fuera el primer día de colegio, les notaba algo descolocados, algo parecido a lo que podemos ver en esas películas en que los muchachos que se incorporan al ejército de los Estados Unidos de América, que se incorporan a filas distraídos y sin disciplina alguna. Una imagen que me quedó grabada fue la escena de un compañero de clase, por casualidades de la vida me encontré años después su nombre inscrito en las listas de exámenes de la universidad, al ver su nombre recordé con claridad la escena que protagonizó en su primer día de colegio. Recordaba como mi compañero arrastraba de los brazos de su madre y gritaba como cordero antes de ser degollado, daba muestras evidentes de que no se había separado de las faldas de su madre nunca, yo pensaba, pues hijo, ya iba siendo hora. Tuvimos un primer día de tregua, para familiarizarnos con el ambiente y a sabiendas que muchos de mis compañeros eran novatos y no tenían costumbre de confraternizar con otros seres de su mismo tamaño y peso. Mis ojitos de seis años no daban crédito a lo que veían aquel primer día de clase, el material de la clase era de primera calidad y me preguntaba cuando podríamos comenzar a utilizarlo, me apetecía comenzar cuanto antes a usar todo aquellos bolígrafos, cuadernos, lápices y gomas. No hicimos prácticamente nada durante el primer mes de clase, imagino que causa de esta inactividad era el abotargamiento de mis compañeros, quizá temieran que se pudieran traumatizar sus pequeñas cabezas acostumbradas a comer, beber, dormir y poco más. Dentro de las aulas se dio una larga tregua a mis compañeros, pero fuera de clase era otro tema. Antes de entrar a clase, cuando el cura tocó la campana, observé muy atento como los compañeros de otros cursos formaban filas ordenadamente, del más bajo ocupando el primer lugar, al más alto ocupando siempre el último lugar de la fila.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Al comprobar el desorden que reinaba en nuestro grupo, el cura enrojeció de ira y puso firmes a todos mis compañeros a base de empujones y gritos, a mi no necesitó darme ninguna explicación, pues llevaba rato observando la jugada y al primer grito me puse firmes con el brazo derecho tocando el hombro del compañero que tenía delante. Podían darse por contentos mis compañeros porque el cura no utilizó la campanilla contra ninguno de nosotros, práctica que no dudó en llevar a cabo con alguno de los mayores algo rezagados. Creo que nunca llegué a ser víctima de los brutales capones con la campanilla, tal vez porque de imaginar el dolor que debía causar, no perdía atención a aquella actividad tan importante para los curas, la formación en fila para entrar a las aulas. Mientras entrábamos en clase me dijo Ricardo, amigo donde los haya durante mis largos ocho años de alumno Salesiano, ¡Cómo se ha puesto el cura de la campanilla, hay que andarse con ojo con este pájaro! El año anterior tuve clases de inglés en el colegio Teide y me vino a la mente una imagen del libro de inglés en que unos soldados formaban filas, tal y como acabábamos de hacer. Le respondí a Ricardo con la frase que encabezaba la imagen de aquel libro, ¡We’re in the army! (estamos en el ejército) a lo que él me respondió, ¿y a ti qué te pasa en la boca? Ricardo era, como yo, de familia numerosa, aunque él sí que tenía hermanos pequeños, fuimos buenos amigos de recreo porque a ninguno de los dos se nos daba bien el fútbol, de la media hora que teníamos de recreo pasábamos cinco minutos comiendo el bocadillo y el resto del tiempo riendo. Al grupo de los poco agraciados en el deporte nacional, se nos unió Pedrito, José Antonio, Carlitos, Modesto, Alfredo, David y algunos más, en total éramos unos quince. Los primeros días fueron formándose los grupos más afines en cuanto a la actividad, los más estudiosos encabezados por Luis, los que mejor jugaban al fútbol liderados por Kiki (se llamaba Pedro, pero en casa le llamaban así) y los que no destacábamos en ninguna de las dos actividades, el grupo de los risitas. Lo que más me gustaba de mi grupo es que era totalmente anárquico, no había líder, como no había un tema en el que tuviéramos que destacar, ni en fútbol ni en estudios, nuestra principal ocupación era reír y pasarlo bien. Los recuerdos de aquellos tiempos lejanos llegan a mi mente a ráfagas, pero con una nitidez tal, que me cuesta creer que mañana no vaya a reunirme con mis compañeros. Tan nobles eran que no mostraban sus habilidades en público manteniéndolas ocultas, mi habilidad oculta era tocar la guitarra. El que nos dejó a toda la clase con la boca abierta fue José Antonio cuando en una fiesta del colegio, antes de que yo actuara con mi guitarra, nos diera muestras de su sensibilidad y de una habilidad interpretativa excepcional, tocando el metalófono, todos descubrimos su habilidad oculta aquel día.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Aunque nos encontrábamos bajo el régimen autoritario de los Salesianos, afortunadamente no todo estaba regido por su influencia, nuestra maestra no era amiga del dicho de “la letra con sangre entra”, de hecho, nunca vi que pegara a ningún compañero, todo lo contrario, tenía vocación y se desvivía por enseñar, nuestra querida señorita se llamaba Marita. Aunque el colegio no tenía un método excesivamente pedagógico, había que reconocer que estaba dotado de unas muy buenas instalaciones, tenía dos entradas, una era por la que entrábamos los alumnos y la otra que tenía portero era por donde accedían los curas. Subiendo por nuestra entrada nos dábamos de bruces con los vestuarios y las instalaciones donde se encontraban los urinarios. A la izquierda se accedía a un largo pasillo en forma de L y al final de este, se encontraba mi clase. A mano derecha del pasillo estaba la librería del colegio. Al entrar debíamos seguir de frente para salir al patio del colegio y así poder formar en fila para entrar en las aulas ordenadamente. El patio tenía a mano derecha un campo de fútbol de arena de tamaño reglamentario y a mano izquierda un jardín muy bien cuidado. Como se pueden imaginar, el acceso al jardín estaba completamente prohibido, si acaso previa petición formal a los curas, permitían acceder en las comuniones a los fotógrafos para hacer sus sesiones fotográficas. El jardín era cuadrado y limitaba con el pasillo en forma de L por dos de sus lados, por el tercero de sus lados limitaba con el patio y por el cuarto daba a las canchas de baloncesto. A mano izquierda de las canchas había varias puertas grandes de entrada a la iglesia para alumnos y al fondo, estaba la entrada a las aulas de secundaria, bachillerato y COU, entrada donde se despachaban los bocadillos a la hora del recreo. A mano derecha de las canchas de baloncesto, había otra parte del campo de fútbol y como todavía quedaba espacio, aunque ya había un campo de fútbol reglamentario, se había aprovechado dicho espacio sobrante para construir un campo de fulbito. Los primeros años hubo una actividad que me gustó mucho, pero que como todo lo bueno se suprimió enseguida, se trataba de mini cars con guardia de tráfico del ayuntamiento incluido. Me puse enseguida a la cola y conduje así mi primer coche, por aquella época no tenía demasiada idea sobre las normas de circulación, pero me guiaba por la intensidad con la que pitaba el guardia, cuando pitaba mucho, es que habías cometido una falta grave, algo muy frecuente en Madrid y que denominamos comúnmente “hacer una pirula”. Mi mayor infracción fue colarme a mi primera lección al volante ya que no se permitía conducir a los de primer curso, pero no desperté sospechas debido a mi estatura por encima de la media, esta lección me sirvió de experiencia para, años más tarde, conducir los mini cars del parque de atracciones.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Cómo olvidar cuando, con once años, estando en el parque de atracciones tomando unas cervezas y unas hamburguesas, de repente apareció un señor al que todos sobrepasábamos en estatura, era el mismísimo Torrebruno, ¡qué susto me llevé!, ¡yo que creí que había muerto cuando Pedrito me dijo que se había colgado de un bonsái!, supe años más tarde que lo que contaba Pedrito era un chiste, ¿y yo que sabía que un bonsái era un árbol enano? Me alegré de verle vivito y coleando, me caía bien aquel tipo con acento extraño y que cantaba canciones tan graciosas. Fuimos de inmediato a pedirle que nos firmase autógrafos cuando vinos un profesor que nos llevó a todos, Torrebruno incluido, a empujones hacia la atracción de los mini cars. Le informamos al profesor que nuestro amigo era Torrebruno y no otro alumno, entonces se disculpó y Torrebruno le dijo que no se preocupara porque ya estaba acostumbrado que le confundieran con niños. Llegamos a los mini cars y al verlos recordé cuando años antes los conduje por primera vez, monté en uno manejándolo con gran destreza. Detrás de mi venía el orejas, que me perdone por llamarle así, pero es que no logro recordar su verdadero nombre, de lo que no había duda es de que era el primer coche que había pilotado en toda su vida, sin previo aviso dio media vuelta y se puso en dirección contraria a la nuestra, el piloto suicida sobre ruedas sembró el terror entre la mayoría de pilotos, yo disfruté esquivándole. Al final terminó estampándose, gracias a Dios, contra unos neumáticos que había colocados de modo muy estratégico a lo largo de toda la pista. De regreso a mis primeros días de escuela en los Salesianos, me dio de bruces con la democracia, cualquiera que estuviera un poco informado, aunque solo fuera de refilón, como ocurría los niños de mi generación, había oído hablar de los políticos que salían a todas horas en los informativos. Pero había una persona que vivía ajena al mundo, el portero de los Salesianos. Un día decidimos algunos amigos bajar a las profundidades del cine, hecho totalmente prohibido por los curas. Al terminar la excursión por los bajos fondos del colegio y disponernos a subir, el portero esperaba pacientemente a que asomáramos las cabecitas. Nos informó de que habíamos cometido una falta muy grave, habíamos desobedecido la prohibición de los curas de bajar al cine a excepción de en eventos que ellos considerasen oportunos. Debíamos decirle uno a uno nuestros nombres para informar debidamente a los curas, el primero en ser anotado fue mi amigo Pedrito. Portero: Pedrito:

A ver, chaval, tú primero, ¿Cómo te llamas? Yo, esto, si, me llamo Felipe González Márquez.

El resto contuvimos la risa y procedimos a probar suerte del mismo modo que Pedrito, así es que al siguiente que pregunto fue a mí:

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Portero:

Y tú, ¡Vaya cara de malo que tienes!, ¿Cómo te llamas tú?

Miguel:

Yo me llamo Adolfo Suárez González.

Portero: Miguel:

¡Ah!, con que sois primos, ¿eh? Así es señor, su padre y mi madre son hermanos.

A Ricardo le tocó ser Santiago Carrillo Solares, a lo que apuntó el portero: Portero:

Como el agua, ¿eh?, buena para las lumbares “Ríe”

El último que faltaba era José Antonio, cometió un terrible error, pero gracias a Dios, el portero no se percató de ello. Portero:

A ver tú, el último de Filipinas, tu nombre.

José A.: Portero:

Alfonso Guerra González. ¡Anda!, el primito de Felipito y de Adolfito, míralos que majos. No señor, yo soy primo de Adolfito pero sí soy el hermano de Felipito.

José A.:

En ese momento pensamos todos, ¡tierra, trágame!, por suerte el bueno del portero no se percató del detalle de que el primer y segundo apellidos de los supuestos hermanos Alfonsito y Felipito no eran los mismos. Una vez anotados todos los nombres, al fin fuimos liberados de las garras del lince ibérico. Una noche de bohemia madrileña, me contó un amigo una anécdota parecida cuando se vio envuelto en un aprieto parecido, en aquella ocasión le preguntaron a uno de los presentes: Portero:

¿Cuál es tu nombre?

Hijo Ministro: Portero:

Me llamo Futanito. (Portero incrédulo) Claro, y tú serás el hijo del ministro, ¿verdad?, ¿Y tú cómo te llamas? Antonio González Flores. (Portero incrédulo de nuevo) Claro, y tú serás el hijo de la faraona, ¿no es así?

Antonio: Portero: Antonio:

Sí señor.

La diferencia es que en ésta ocasión los dos niños decían la verdad, era verdad que esos eran sus nombres y también era cierto que el padre de uno y la madre del otro eran quienes había adivinado el incrédulo portero. ¡Qué buenos son los padres Salesianos, qué buenos son que nos llevan de excursión!, efectivamente, una vez al año nos llevaban de excursión los padres Salesianos, a primeros del mes de junio, era uno de los momentos más esperados por todos los alumnos durante todo el año.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori A nuestra primera excursión nos llevó Don Anselmo, estábamos por un terreno que yo conocía muy bien, se trataba de la sierra de Madrid. Don Anselmo nos dio vía libre para corretear por el campo y nos indicó que cuando oyéramos el silbato, regresáramos para continuar la marcha. Lo que no imaginaba Don Anselmo es que Miguelito portaba un pito muy potente que le había ganado al butano, el profesor de gimnasia que se ganó a pulso su apodo al vestir a diario un chándal de color naranja. El butano era conocido por su chulería, en un momento de su carrera le hizo perder el pito, se lo ganó un niño de once años en una apuesta. ¿Qué peor deshonra para un profesor de gimnasia que perder su pito? El butano solía retar a sus alumnos con apuestas imposibles de ganar, pero un día cometió un tremendo error, sacó un tapete con tres barrilitos y una bolita, retó a cualquiera de la clase a jugarse el pito a cambio de diez vueltas al patio, quien le ganara conseguiría su potente pito. Lo que no imaginaba el profesor es que entre sus alumnos había un maestro trilero, que nunca había jugado, pero que había observado a los mejores maestros en la plaza del Callao de Madrid. Dada la corta edad en la que aprendí dicho juego, aprendí a callar y a guardar en secreto mis habilidades secretas hasta el momento en que fuera estrictamente necesario ponerlas encima de la mesa, tal era el caso. El butano me estaba brindando una oportunidad de oro, poder llevar a la práctica años en los que había observado a los mejores maestros trileros del mundo. Fue así como el butano cambió la bola de sitio con tanta torpeza, que todos pudieron verle hacer trampas aunque callaron. Lo que ninguno pudo ver es como, a la velocidad del rayo, volví a dejar la bola en la posición que le correspondía. Gané el pito al más chulo del colegio, desde aquel momento no me separaba de aquel trofeo, llevaba colgado del cuello el pito del butano, cuando don Anselmo me dio la oportunidad de usarlo, no pude resistir la tentación. Toqué el pito con todas mis fuerzas y acudieron todos a la llamada de lo que creían era la advertencia de don Anselmo para recogernos y continuar la excursión por otros parajes. El cura no podía explicarse cómo alguien podía portar un pito más potente que el suyo, como no, los últimos en llegar a la llamada de don Anselmo fueron Miguelito y sus amigos. No le costó mucho a don Anselmo averiguar quién había sido el causante de la falsa alarma, las alimañas abundaban por el colegio y como resultado del chivatazo del algún membrillo, perdí el pito que le había ganado al butano a quien humillé públicamente y que jamás pudo perdonarme tamaña ofensa.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Caminando Ante cualquier trauma ya sea físico o psíquico, la mejor acción que puede llevarse a cabo es no parar, continuar el camino. Está claro que ninguno de nosotros puede afirmar que jamás ha tenido alguna que otra dificultad en su vida, ni que haya pasado por la vida sin probar algún que otro dulce. Una buena lección que aprendí de mi abuelo, con tan solo tres años, fue tras caerme al suelo con mis pantaloncitos cortos y hacerme una pupa. Me llevó a una fuente a lavarme la herida y luego me dijo: ¡No pasa nada, a seguir jugando! La primera reacción cuando nos sucede algo que no esperamos, es quedarnos inmovilizados y si nos duele, comenzamos a llorar. No es malo llorar, porque es una reacción lógica y normal en un primer momento, pero si nos quedásemos llorando sin más, estaríamos tomando la peor decisión. Aprendí de mi abuelo que cuando te caes, ya sea físicamente como si sufres un bajón emocional en tu vida, lo primero que debes hacer es lavar la herida para evitar que se infecte, si te duele llora o quéjate todo lo que quieras, es bueno desahogarse, a continuación sigue caminando. En una de mis excursiones con los Salesianos, fuimos a las piscinas naturales de Casavieja en Ávila, cuando llegamos al pueblo vimos un agente de tráfico como los que hay en Madrid, nos resultó un tanto extraño que hubiera un agente de tráfico en un pueblo tan pequeño y no perdimos detalle de su conservación con el conductor del autocar. El bueno del guardia hablaba de una manera un tanto extraña y no tardamos en darnos cuenta de que se trataba del tonto del pueblo disfrazado de guardia de tráfico, detalle que el conductor del autocar no debió advertir ya que se guió por las indicaciones del falso agente. Como consecuencia de las indicaciones imaginarias del tonto del pueblo, estuvimos a punto de caer por un barranco, la indicación nos llevaba por un camino forestal intransitable y no a las piscinas. Cuando el conductor advirtió que íbamos por mal camino al recibir unas contraindicaciones que le dio otro lugareño algo más avispado, realizó una maniobra para dar media vuelta bastante temeraria, entonces comenzamos a sospechar si nuestro conductor pudiera llegar a ser pariente lejano del guardia de tráfico del pueblo. Al fin encontramos las piscinas, pero como habíamos perdido tanto tiempo en llegar, se nos pasó la estancia muy rápida bañándonos todo el rato a pesar de que el agua estaba muy realmente fría. Cuando todos los compañeros estaban ya en el autocar preparados para regresar a Madrid, mis amigos y yo estábamos aún dándonos unos chapuzones sin percatarnos de que habían dado el toque de retirada y de que ya todos estaban subidos en el autocar a punto de salir.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Fue entonces cuando vino uno de la clase a avisarnos que saliéramos a toda prisa, que todos estaban esperándonos para marcharnos y que el cura, don Justiniano, tenía un buen cabreo. Con las prisas, salimos en bañador a toda prisa y con la ropa en mano, tal fue la velocidad con la que salimos que tropecé y me di de bruces contra el suelo. Me levanté y seguí caminando, al llegar al autocar me vestí y ya apenas me dolía la rozadura que me había hecho tras la caída. No creo que quepan en mi memoria toda las ocasiones en las que me he podido caer al suelo, no solo caminando, también bicicleta o en moto y aunque mi primera reacción siempre fue la de intentar levantarme, no siempre fue fácil. Cuando caes en bicicleta o en moto, la sensación de quedar pegado al asfalto es mayor que cuando la caída es corriendo o andando. He de reconocer que he tenido suerte de no haberme hecho ni la mitad de daño que podría haberme hecho por las caídas que he sufrido. Uno de los peores golpes, que suelo recordar siempre que paso por ese punto, lo tuve yendo en coche por la carretera de la Coruña, a la altura del casino de Torrelodones. Cuando se pierde el control del coche, parece que descarrilara de un tren, al igual que cuando se va en moto y empieza a culear, intuyes que pronto vas a golpearte y te va a doler. De aquel golpe en Torrelodones, salimos milagrosamente ilesos los dos ocupantes, aunque el coche terminó sus días en aquella curva. Al perder el control, el coche navegó por la pista a su antojo, de repente se puso en sentido contrario al que iban los demás coches y fue arrastrando unos cien metros marcha atrás contra una pared de protección que había oportunamente situada en aquella curva. La sensación que experimentas cuando te has dado un golpe en coche es parecida a la que sientes cuando caes de una moto o caminando, lo primero que piensas es, ¿estaré ileso o por el contrario me habré roto algo? Poco después del accidente salieron muchos conductores con su teléfono móvil en la mano, nos preguntaron cómo estábamos y muchos ya habían avisado a emergencias, no tardó en llegar la guardia civil y una grúa para llevarse el coche que había quedado hecho papilla. Mientras sigamos con vida, hay que caminar, aunque los obstáculos parezcas insalvables, porque tras esos obstáculos hay nuevas sensaciones por vivir y siempre encontraremos momentos agradables, siempre habrá un motivo para continuar creciendo y desarrollándose. Tirar la toalla, quedarse quieto e inmóvil es negar tu propio desarrollo personal, es dejar de vivir mientras permaneces vivo. Ya habrá tiempo para estar quieto cuando se pare nuestro corazón, entonces no podremos mover ni un músculo de nuestro cuerpo, no tendremos posibilidad de elección porque nuestro reloj habrá emitido su último tic-tac.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Seguramente nos encontremos con personas que se esforzarán porque permanezcamos sentados, para que quedemos inmóviles, sin pensamientos, así habrán logrado su meta, que dejemos de desarrollarnos. Toparnos con este tipo de personas es motivo suficiente para luchar y seguir desarrollándose, que se paren ellos si quieren, cualquier intento de anular nuestra voluntad será en vano, porque a los únicos dueños que reconocemos de nuestros actos somos a nosotros mismos. Por fortuna o desgracia no podemos poseer tanto como quisiéramos, pero debe quedarnos claro que nosotros somos quien tenemos la opción de manejar nuestra vida, cualquier otro que pretenda hacerlo, no lo conseguirá si antes se lo impedimos. Hace poco vi una propaganda de un vidente, decía algo así como que si no puedes leer la mente de tu pareja (es obvio que nadie puede leer la mente de nadie) y si quieres saber lo que piensa de ti en todo momento, acudieras a él, tras su visita lograrías ver más allá, allá donde tu mente no alcanza. ¿Tan necios llegamos a ser que deseamos entrar en la mente de los demás a cotillear?, ni aquel vidente ni todas las fuerzas ocultas podrán saber jamás lo que esconde tras nuestra mente, porque los únicos dueños de nuestros pensamientos somos nosotros mismos, aunque a muchos ya les gustaría poder hurgar a su antojo por nuestros pensamientos. La libertad de elección, de tomar el camino que más nos apetezca en cada momento, es algo que aunque no lo creamos está al alcance de todos nosotros. Hay personas que no creen en la libertad, les gustaría dirigir el camino del resto del mundo, a estos se les puede llamar de muchas formas, yo les llamo manipuladores. Me pregunto, ¿qué tipo de satisfacción puede encontrar una persona en manejar la vida de otra o de un grupo de personas?, la única explicación lógica que se me ocurre es que se trate de una mente enferma, que en lugar de emplear su cabeza en crecer y disfrutar desarrollándose, su único afán es el dirigir a otros por el camino que les parece oportuno. No sabría decir cuál de estos dos perfiles humanos es más desdichado, si el que manipula o el que se deja manipular. Imagino que posiblemente los dos por igual. ¡Qué mente más simple debe ser la de aquel que se afana en que el mundo gire alrededor suyo! Solo de pensar que alguien pudiera actuar condicionado por mi manera de pensar, o por lo que yo dijera en un momento dado, me produce nauseas. ¡Qué mente más neurótica debe ser la de un líder, aquel que se considera un modelo a seguir! A mis seis años ya estaba tomando un camino diferente al resto, mi camino no era el del Miguel estudioso que compite por ser el mejor de la clase, ni el del niño más admirado por ser el que más goles logra meter jugando al fútbol, mi camino era otro bien distinto, el camino de la humildad.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Había elegido mi propio camino, aunque es cierto que con los años fui dejándome influenciar por todo aquello que me rodeaba, tanto en el terreno laboral como en el social, me dejaba llevar, veía con resignación cómo se comenzaba a difuminar mi propia identidad. Poco antes de llegar al año en que rompí con esta trayectoria, antes del año dos mil tres, me había convertido en una marioneta cuyos hilos movía todo aquel al que se le antojaba, había dejado de ser Miguel. Tuve sin embargo la gran suerte de enterarme de lo que me estaba sucediendo, de que aquel camino que tomé un día por decisión propia, ya no era el mismo, había perdido en su totalidad mi libertad de movimientos. Si bien el año dos mil tres, el año de Zori, el punto que tomo como referencia para describir el momento en que volví a ser dueño de mi voluntad, no es esto del todo exacto pues este proceso llevó su tiempo. Años antes ya era consciente de que mi vida era manejada por otros, tuvieron que pasar algunos años más para que la ruptura con todo aquello que me había atado fuera efectiva cien por cien. Tal vez haya personas que sean capaces de redirigir su vida de un día para otro, no fue así en mi caso. Lo que si tuve claro es que ansiaba cambiar mi estilo de vida, no me gustaba en absoluto moverme al antojo de nadie y tenía clara una meta, un objetivo que alcanzar, romper con todas mis ataduras. El proceso fue lento y tal vez el camino no fue el más adecuado, aunque el resultado final ha sido satisfactorio, hoy puedo decir que soy dueño de mi vida, nadie maneja mi barca y no voy a la deriva. El hecho de haberlo logrado me hace alcanzar un alto grado de satisfacción. La vida es un tesoro llena de descubrimientos, día a día vamos descubriendo nuevas experiencias sabiendo que aún nos queda mucho terreno por explorar. Somos conscientes de que para descubrir algo, antes tenemos que asumir ciertos riesgos, pero vale la pena, porque casi siempre nuestras experiencias resultan ser más sorprendentes aún de lo que esperábamos. Sirva de ejemplo el riesgo que asumió Cristóbal Colón de viajar hacia el oeste por mar con el objetivo de alcanzar las indias en busca de las preciadas especies, es este el tipo de pensamiento efectivo, asumir cierto riesgo para lograr un objetivo deseado. No se encontró con las indias como esperaba, sino con América. No fueron las especias el tesoro preciado que encontró, pero fueron muchos otros que proporcionaron a España grandes riquezas, aunque los piratas comandados por la reina de Inglaterra con frecuencia se hicieran con parte del botín. El último riesgo que yo emprendí en mi camino, fue cambiar ciertos aspectos que no me gustaban de mi vida. Tomé el riesgo de dejar en el camino a los que un día fueron mis compañeros de viaje, mi soledad tan solo duró quince días pues pronto encontré mi gran tesoro, mi mujer, Marga.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El pasillo Mi primer día de colegio en los Salesianos me di de bruces con un escenario muy familiar, era aquel que recorría mientras me dirigía con el resto de compañeros a nuestra clase, yo conocía esos ventanales y ese jardín que había tras ellos. Luego miraba las puertas altas del pasillo, yo había estado antes allí y fue cuando miré hacia el techo del pasillo cuando caí en la cuenta de dónde me encontraba, era el pasillo de una pesadilla repetitiva que me estuvo atormentando años atrás, no había duda, estaba en el pasillo de la bruja de single de mi hermana. Pude reconocer el lugar al mirar al techo, porque había volado en aquellas alturas mientras la bruja me perseguía montada en su escoba y riendo a carcajada limpia. Aunque solo tenía seis años, me sentí un poco más mayor, porque ese sueño había desaparecido y ya no tenía ningún miedo. Esto me hizo sentirme muy bien y entré en la clase tan contento. Hoy mismo no puedo explicarme cómo el escenario de un sueño, podía convertirse años más tarde en realidad, cabe la posibilidad de que cuando tenía tres años, hubiera ido a aquel pasillo alguna vez con alguno de mis hermanos después de misa, pero me resultaba curioso que en mi sueño reprodujera con todo lujo de detalle aquel siniestro pasillo tal y como era. Lo cierto es que era un escenario ideal para volar, puesto que el pasillo era de gran altura, tal vez podía tener unos seis metros, el escenario perfecto para ser perseguido por una bruja despiadada. Recordaba la cara de aquella cantante a la que en mis sueños transformé en bruja, la vi por primera vez en la portada de un single mientras hurgaba en las pertenencias de mi hermana con tres añitos, tal fue el terror que me entró que al ver su cara, que lancé el single por los aires y salí corriendo horrorizado por la imagen tan atroz que acababa de presenciar. Tenía seis años y me sonreía de la impresión que me había causado años atrás, me consideraba un niño maduro por haber superado mi primer trauma, al llegar a casa busqué el single y quedé maravillado de la belleza de la cantante, que treinta y cuatro años más tarde, aún sigue conservando. Es cierto que la cantante llevaba unos pelos algo desaliñados y la melena muy larga, eso junto con la cara excesivamente pintada, debió ser el motivo por el que me asusté tanto como para idear mi primer guión de película de terror, en una pesadilla muy pesada. En mi niñez hubo algunos personajes que me aterrorizaban, todos ellos resultaron ser una visión distorsionada de la realidad, personajes imaginarios que me atemorizaban, pero que con los años descubrí que solo eran fruto de mi imaginación y que no había nada que temer.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Uno de estos personajes, inventado por mi padre, era el chulito pichón, cuando veía que estaba a punto de hacer alguna diablura me decía, ¡que viene el chulito pichón! Me asustaba, dejaba de inmediato lo que me traía entre manos y echaba a correr, años más tarde mi padre me mostró lo que eran los pichones en las casas colgadas de Cuenca, me resultó gracioso comprobar que había temido a unos animalitos tan inofensivos. El miedo es un sentimiento natural, a veces muy útil, para alejarnos de los peligros que podemos advertir, aunque tal vez pudiéramos cambiarle el nombre, llamarlo precaución, ser precavido es diferente que ser miedoso y es muchas ocasiones resulta muy útil. Conductor precavido versus conductor temerario. Si analizamos los dos perfiles, podemos sorprendernos de que el precavido sea menos miedoso que el temerario. El máximo afán de un conductor temerario es el ansia de reconocimiento de que es un fenómeno al volante, es tal su necesidad de aprobación que es capaz de arriesgar su vida, la de los que quiere y por supuesto, la de los ajenos a ella, para él es mucho más importante la apariencia que su propia vida, en otras palabras, hablamos de un ser inseguro. Sin embargo el precavido lo es, porque lo considera bueno para él y para su familia, da mayor importancia a su vida, a la de su familia y a la de los que son ajenos a ella, que lo que de él pueda llegar a pensar la sociedad, a sabiendas que en la carretera se va a topar con personas que nunca más va a ver y lo que ellos piensen sobre él, le es totalmente indiferente, está seguro de que su precaución es buena para él, para sus acompañantes de viaje y en definitiva, para todos. El miedo que yo tuve en mi niñez a la bruja piruja o al chulito pichón era un miedo irracional, a algo que realmente no existía. Tan irreal como el miedo que pueda sentir un conductor que teme al ridículo, a que le digan que va pisando huevos, miedo a sentirse inferior si alguien les llega a adelantar, por Dios, ¡qué humillación!, han osado adelantarme. El miedo a cruzar la calle sin mirar porque es muy posible que un coche te lleve por delante, es decir, miedo racional o precaución, es muy útil. Aprender lo que realmente se debe temer es un ejercicio de inteligencia, la oscuridad nunca hace daño, pero los lobos con piel de cordero sí. Precaución al volante, si me adelanta alguno que tiene más prisa me da igual porque no he de juzgar el motivo de su prisa, ¿Quién te puede asegurar que no lleve a un familiar con un infarto camino del hospital? Ahora que acabo de poner este ejemplo, me ha venido a la mente el momento en que el médico del hospital de Guadarrama me indicó que tras la prueba realizada, que mi madre tenía un infarto y que nos apresurásemos a llevarla a urgencias del Escorial para tratarla de inmediato.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mi madre ignoraba que tuviera un infarto, solo lo sabíamos mi padre y yo, callamos para evitar que se preocupara y la llevamos al hospital del Escorial lo más rápido posible. En aquel momento mi prisa era muy justificada y en el primer cruce, saqué la mano al coche que venía indicándole que iba a pasar, el conductor de aquel coche pareció indignarse por mis prisas, aceleró endemoniado, pero no le sirvió de nada, porque en algún momento tuvo que frenar para no chocarse conmigo. Tal fue su rabia e indignación que vino tras de mí todo el camino imagino con la intención de romperme la crisma, el cenizo se calmó cuando se percató que mi destino era urgencias del hospital del Escorial y se dio media vuelta. Algo que me produce verdadero terror es la inseguridad de las personas, he visto con mis ojos hacer auténticas barbaridades a la gente que se siente insegura, entre otros, a algún que otro portero de discoteca. Y deduzco que dicha inseguridad en la mayoría de las ocasiones es causa de la dependencia enfermiza del beneplácito del respetable, cual toreros capaces de dar la vida a cambio de un puñado de aplausos. Si lográramos ser un poco más independientes de la opinión del prójimo, si cada vez que alguien tratara de ofendernos, miráramos hacia otro lado, seríamos infinitamente más felices. Imagino que el portero de discoteca, policía, guardia de seguridad, juez o jefe de personal que ejerce su poder de un modo injusto, y se siente poderoso por ello, aunque se convenza a sí mismo de que así es feliz, no solo no lo es, sino que será un amargado mientras no corrija este hábito. Cuando empezamos a dar demasiada importancia a la opinión pública, estamos pisando terreno pantanoso y debemos salir de él a toda prisa antes de que empecemos a hundirnos. Miedo al ridículo, que miedo tan absurdo, precisamente lo que resulta ridículo es tener este tipo de miedo. Podríamos comparar la bruja de mi sueño, dispuesta a atraparme con sus garras, con el miedo al ridículo, damos tanta importancia a lo que los demás piensan de nosotros y tan poca importancia a la opinión que tenemos de nosotros mismos. Quizá no nos hemos parado a pensar que el motivo que hace que nos importe tanto la opinión de otros, es que nosotros carecemos de una opinión propia. El día que valoremos nuestra persona, dejaremos estar obsesionados con la opinión de los demás, ya no necesitaremos más esos halagos enfermizos. No solo no me canso de repetirlo, sino que me produce una enorme satisfacción decir, que todo aquel que estando en una situación de poder sobre alguien, abusa de su situación, acabará ahogado en el fango.

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8. Las franciscanas Historias del abuelo I Corría el año setenta y seis y ya era todo un muchachote de siete años, había comenzado mi segundo curso en los Salesianos y en un año ya había tenido tiempo de reconocer todo el terreno de mi colegio y del colegio de la chicas, que estaba situado muy próximo, el de las Franciscanas. Tanto era así, que un buen día nos armamos de linternas mis amigos y yo, mis amigos eran Pedrito, Ricardo, José Antonio, Rafael y que me perdone el orejas, pero cuando pienso en él, solo me sale el sobrenombre que le pusimos, no logro recordar su verdadero nombre, os prometo que no es con mala intención, dicho esto, el último era el orejas, con perdón. Había cientos de leyendas sobre los pasadizos secretos de los curas, de hecho Pedrito y yo, que éramos los únicos que íbamos los sábados al cine de barrio, conocíamos todos los pasadizos que había alrededor del cine y pudimos comprobar que muchos de ellos comunicaban con diversas estancias del colegio a través de los pasillos. Llevamos a cabo nuestra aventura a la hora de la comida puesto que a esa hora nadie nos echaría de menos, consistía en explorar una puerta secreta que ya habíamos ojeado Pedrito y yo, se encontraba subiendo unas escaleras en la parte trasera de la iglesia del colegio. Fue mucho más sencillo de lo que esperábamos, con la linterna pudimos apreciar que había un camino claramente marcado y asfaltado con terrazo, no tuvimos más que seguirlo. El camino nos pareció largo en exceso, esto empezó a incomodar a algunos de los exploradores que casi se hacen pis en los pantalones cuando me puse la linterna en la cabeza y con voz de ultratumba dije que era el fantasma de don Severino. Don Severino era un sacerdote del que sabíamos había fallecido ahogado nadando en algún pantano, no llegamos a conocerle físicamente porque su muerte se produjo antes de que entráramos nosotros al colegio. Aun así, todos sabíamos de la existencia de son Severino porque en numerosas misas se pedía una oración por el alma del difunto. Pedrito soltó una carcajada cuando me vio haciendo de fantasma de don Severino, esto tranquilizó al resto de la exploración que se percató que tan solo se trataba de una broma de Miguelito. Al fin llegamos a la puerta del final del pasillo, entonces pensé en la mala suerte que tendríamos si la dichosa puerta estuviera cerrada, después de la paliza que nos habíamos pegado a andar, da muchísima rabia cuando te aventuras a hacer algo arriesgado y al final te vas con las manos vacías, pero esta vez hubo suerte, la puerta estaba abierta.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Era el momento de abrir la puerta, todos queríamos saber lo que había tras ella, pero hubo un momento de indecisión de quien iba a ser el primero en abrirla. Me armé de valor y abrí la puerta, cuando lo hice todos a la vez exclamamos ¡Oh!, Ricardo y yo conocíamos el lugar en que nos encontrábamos, se trataba de la iglesia de las monjas. Ricardo conocía esa iglesia porque su hermana pequeña iba a las monjas y la iba a recoger todos los días, yo la conocía porque entraba en el patio de las monjas, también a diario, para esperar a que saliera de clase la hermana de José Manuel e irnos juntos a casa. Muchas veces, mientras esperábamos a que salieran las niñas, estaba abierta la puerta de la iglesia y dado que a esa edad se fija uno en todo, nos conocíamos cada rincón de aquella iglesia. Por si fuera poco, cuando estábamos en medio de la iglesia, una chica se asomó desde el patio y nos dijo, ¿qué hacéis ahí?, ahora mismo se lo voy a contar a la madre superiora. Lo de madre superiora nos sonó a todos a jefa suprema y salimos disparados linterna en mano por donde habíamos venido y ahora que he nombrado a la madre superiora, acabo de recordar un chiste que se contaba en aquella época y que está relacionado. La madre superiora examina el grado de preparación de una de las novicias: Madre superiora: Novicia: Madre superiora:

Si un varón pretendiera abusar de usted, ¿qué haría? Subirme los hábitos sin duda alguna. ¡Habrase visto!, ave María purísima sin pecado concebida, ¿Y después, que haría usted?

Novicia:

Le bajaría los pantalones hasta las canillas.

Madre superiora:

Uh!, ¡cómo se atreve usted!, ¡qué Dios le perdone!, ¿Pero con qué objeto iba a bajarle los pantalones?

Novicia:

Para correr con mis hábitos subidos mientras él se tropieza siguiéndome con los pantalones bajados.

Madre superiora:

Dios le bendiga hija mía.

Mis amigos exploradores y yo firmamos un pacto de silencio, no contaríamos el descubrimiento que nuestras mentes calenturientas asociaba con los encuentros carnales nocturnos entre los curas y las monjas, de descubrirse nuestro secreto sabíamos que nos acarrearía consecuencias fatales, por ello exhorté a mis compañeros a guardar juramento de silencio por el bien común.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Analizando con mente de adulto el hallazgo que hicimos, creo que es muy probable que dicho pasadizo fuera utilizado por los curas para impartir misa en el colegio de las monjas sin tener que ir cargado con las hostias y el vino por la calle cual repartidor de pizzas. Hablando del vino, recuerdo que en aquella época en cada misa asistíamos atónitos al lingotazo de sangre de Cristo que se pegaba el cura mientras el resto teníamos que conformarnos con una hostia. Tuve ocasión en mi pubertad de hacer de monaguillo en una misa en la iglesia de San Antonio de la Florida, en la que además de monaguillo, tocaba la guitarra y cantaba algún que otro salmo, vaya, que estaba pluriempleado sin cobrar ni cinco céntimos de euro, moneda inexistente en la época. Antes de la misa, nos encargó el cura ir a por vino a la caseta del cuidador de la ermita, que residía allí mismo. El cuidador resultó ser un tipo simpatiquísimo, no sabemos si porque además de cuidar la ermita, era el que custodiaba el vino. Entonces tuve la oportunidad de probar la sangre de Cristo, pero sin consagrar, claro está, qué vino más rico, no me extraña que el cura de los Salesianos no dejara ni una gota para los fieles cuando daba la misa. Fueron ocho largos años de mi vida los que pasé yendo a los Salesianos, no es de extrañar que hallándonos rodeados de tanta santidad, se nos ocurriera de vez en cuando alguna que otra diablura, alguna de ellas pudo llegar a tener incluso algún matiz de película de terror, pero nada comparado a alguna de las historias que me contaba mi abuelo. He querido dedicar tres secciones de mi biografía a las historias que me contaba mi abuelo, fueron muchísimas, la gran mayoría por desgracia las he olvidado, pero lo que no olvido es que me producían una sensación de realismo tal, que no he podido encontrar nada parecido en ninguna sala de cine a la que haya ido. De hecho, la peculiaridad de estas historias es que relatan hechos verídicos, posiblemente escuchadas en algunas de sus interminables partidas de cartas en la guerra de áfrica, en la que por su profesión de electricista, le hacía más útil para dejar a los moros sin luz que para empuñar un arma. La historia que mi abuelo me relató con bastante detalle, fue una que me dejó sin habla, tal vez este tipo de historias me las contaba porque reconozco que era algo travieso y con siete años podía llegar a ser algo molesto, estas historias conseguían inmovilizarme y así podía evitar que hiciera alguna de las mías durante días. Voy a titular esta historia como “La pequeña novia”, es tan real que el cuerpo momificado de la difunta se encuentra, según dicen algunas malas lenguas, tras una pizarra de la facultad de medicina de la Universidad Complutense de Madrid, al parecer el estado de conservación del cuerpo es asombrosamente bueno a pesar de los años transcurridos desde su muerte.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Anteriormente el cuerpo estuvo enterrado en una sepultura del cementerio de San Isidro, aquí vino a parar por voluntad de su madre que pidió su traslado desde el patio central del Museo Nacional de Antropología donde yacía junto al cuerpo embalsamado de su padre, el Doctor Velasco, fundador de dicho museo. Los restos del Doctor Velasco permanecieron en el museo hasta que por reformas decidieron trasladarlos junto a los de su esposa. La difunta hija del matrimonio y protagonista de esta historia se llamaba Conchita. La joven Conchita era una niña muy delicada que requería de especiales cuidados, pero la enfermedad le sobrevino y los médicos aconsejaron un tratamiento que no parecía surtir el efecto esperado. Esta circunstancia comenzó a desesperar al doctor, que asistía como día a día su hija se iba consumiendo cada vez más. Decidió entonces realizar un preparado con sus conocimientos que provocara los vómitos de la niña y de este modo tratar de curarla. El tratamiento del doctor no resultó efectivo y la pequeña Conchita falleció, este hecho provocó en el doctor Velasco un terrible sentimiento de culpabilidad, él había sido el causante de su muerte y no pudo aceptar los hechos. Dado que el doctor era un hombre influyente, consiguió que le permitieran quedarse en casa el cadáver de su hija, lo embalsamó y lo vistió con un vestido blanco de novia. Según relataba el servicio de la casa, la hija del doctor permanecía en una vitrina, pero llegada la hora de comer, debían llevar su cuerpo embalsamado a la mesa y servir la comida a los dos padres vivos y a la difunta hija. Cuentan también las malas lenguas que muchos habían podido ver el carruaje del doctor Velasco por las calles de Madrid, apartaban la vista horrorizados por las habladurías, pero los más curiosos que se atrevían a ojear dentro del carruaje podían ver a la difunta hija y resultaba muy difícil distinguir el blanco del vestido con el pálido de su cara. La que no podía soportar más esta situación, como pueden imaginar, era la pobre mujer del doctor Velasco, que no solo debía soportar horrorizada la imagen de su difunta hija a diario, sino la locura de su marido, que por no aceptar la muerte de su hija, había caído en un estado de locura tal, que hablaba con su hija aunque no recibía respuesta y ordenaba al servicio que la peinaran y asearan debidamente. Hubo un momento que en las calles de Madrid no se hablaba de otra cosa que del terrorífico carruaje que transportaba al Doctor Velasco junto a los restos de su difunta hija y de los relatos que contaba el servicio que cada día describía más horrorizado el espectáculo dantesco del que eran testigos. La voz del pueblo llegó a altas instancias y se convino que se debía dar cristiana sepultura a los restos de la pequeña Conchita.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Fue enterrada por voluntad de la familia en el patio central del museo, de este modo, se dio descanso a los restos de la niña, también descansó la que peor estaba pasando aquel trance, la madre de Conchita y seguramente que encontrarse de nuevo con la realidad, no le hiciera ningún mal al Doctor. Pueden imaginar que la cara del pequeño Miguelito tras oír semejante historia, no recuerdo que clase de sueños tendría, pero seguro que los sueños con la bruja de mi infancia eran la verbena de la Paloma comparado con los sueños que podría tener tras el relato que acababa de escuchar sin perder detalle. No había duda de que mi abuelo era un hombre de mundo y cuando algún niño le incordiaba más de lo que podía soportar, sabía cómo mantenerle en su sitio, pero tal vez no contaba con lo que venía después, la batería de preguntas. Aun así, por muchas preguntas que haga un niño, seguro que se soportan mejor que los gritos y gamberradas que son su quehacer diario. Creo sinceramente que mi abuelo descansó bastante cuando el último de los seis hermanos, un servidor, comenzó a ir al colegio. En aquel segundo año de colegio, el único momento en que podíamos ver alguna chica, era cuando íbamos a buscar a las hermanas de mis amigos al cole de las monjas. Pero a mis siete años, la única diferencia que encontraba entre las chicas de las monjas y nosotros era la manera de vestir, la voz más aguda en su mayoría salvo excepciones y su pelo largo. No solían hablar demasiado con nosotros, excepto las hermanas de nuestros amigos que siendo tan solo un año más pequeñas que nosotros, nos atosigaban a preguntas de las que en su mayoría no teníamos respuesta. Me resultaba por tanto aquel colegio poco atractivo, era muchísimo más pequeño que el nuestro, las chicas saltaban a la comba o jugaban al baloncesto. En el patio que era bastante pequeño, se repartían las que saltaban a la comba y las que las que esquivaban a las pequeñas con su balón tratando de causar el menor daño posible. Fue entonces cuando una de las chicas mayores que jugaba al baloncesto cayó, pero en lugar de caer al suelo, como hubiera sido deseable para todos, se estampó contra el pequeño Miguelito que de repente se encontró con una mole humana encima de su delgadito y pequeño cuerpo. La sensación fue idéntica a la que más adelante pude probar, a las caídas de la bici cuando iba a toda velocidad, te estampas contra el suelo, y quedas inmovilizado en espera de que te den la triste noticia de que te has roto algo. Permanecí aturdido en el suelo un momento, entonces la chica me agarró de un brazo, me ayudó a levantar, se interesó no más de un segundo por mi estado de salud y continuó esquivando pequeños.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Realmente no me había pasado absolutamente nada, fue mayor el susto que las consecuencias, desde ese día, procuré no cruzarme por el camino de esas inmensas moles humanas que jugaban al baloncesto, aprendí la importancia de ir atento de por dónde vas y de estar al tanto de los posibles peligros. Era menos arriesgado estar cerca de las niñas que saltaban a la comba, aunque podías ser víctima de algún que otro pisotón, pronto Ricardo, José Manuel, David y yo comprobamos que el lugar de espera más apropiado era la valla del patio, el lugar con menos riesgo de sufrir accidentes. No conocí nada más de este colegio, excepto la iglesia que la pude ver de muy cerca, acompañado de la expedición del pasillo que comunicaba el colegio de los curas con el de las monjas. Bueno, si había otro escondrijo secreto que había olvidado, era la entrada principal del colegio de las monjas que por no estar muy transitada, realmente casi nunca había nadie, era el sitio perfecto para ligar o dar palique a alguna de las niñas de las Franciscanas. Pero por aquel entonces, aún no había aprendido a ligar, y esa entrada principal me parecía un lugar muy bonito pero infrautilizado. Siendo una entrada con un jardín precioso lleno de árboles y flores, prácticamente nadie pasaba por allí. Pegado a la entrada principal de las Franciscanas había una cuesta pronunciada que llevaba a uno de los sitios que más me gustaba a varios kilómetros a la redonda, era el puesto de frutos secos de las Franciscanas. Tenía muchos productos sabrosos, pero no abusaba de las golosinas como ocurría con otras tiendas, aquí el producto estrella eran las variantes. Comerse una berenjena picante, era el pecado más delicioso que podía cometer un pequeño de siete años. Haciendo ya esquina con el Paseo de Extremadura, se encontraba el estanco, allí iban los mayores a comprarse su paquete de cigarrillos y algún que otro pequeño descerebrado. Fumar es algo así como si se pusiera de moda comprar aire contaminado de la ciudad de Nueva York debidamente embotellado a granel, y todos como fuéramos a por nuestra correspondiente garrafa, no porque nos guste, sino para estar a la última. ¡Venden humo!, un humo que es altamente adictivo y mata, cuando lo prueba una persona unas cuantas veces, cae en sus garras y le resulta muy difícil dejar de hacerlo, su libertad a quedado truncada por un tiempo indefinido. Yo que he sido fumador, debo confesar que es la mayor estupidez que jamás he cometido, ¿por qué lo hice?, por rebeldía y en busca de libertad, ¿qué libertad?, si la pierdes desde el momento en que te conviertes en adicto, logré dejar de fumar y fue gracias a mi incondicional amor por la libertad.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori In Itinere Hace unos meses me encontré por la calle con la hermana de José Manuel, compañero con el que hacía el itinerario entre mi casa y el colegio, por el camino, pasábamos a recoger a mi otro compañero David y dejábamos a la hermana de José Manuel en su colegio, muy próximo al nuestro. Me impresionó el cambio que había experimentado la hermana de José Manuel desde la última vez que la vi, creo que no nos dijimos nada, tan solo nos saludamos como si el tiempo no hubiera pasado. Había dos aspectos que caracterizaban a la hermana de José Manuel cuando era una niña, uno de ellos es que era demasiado introvertida y el otro que físicamente no se podía decir que fuese una niña fea, pero tampoco que fuera guapa. Cuando la vi hace pocos meses, habían desaparecido estos dos rasgos que la caracterizaron en su niñez, aunque no hablamos, la sonrisa y expresión de su cara al saludarme, me dieron la sensación de encontrarme ante una mujer agradable, extrovertida y muy simpática. Aunque dicen que las personas pierden cualidades con los años, vi en la hermana de José Manuel la excepción que confirma la regla, era guapa y atractiva. Esos rasgos de la cara, que en su niñez se veían excesivamente marcados, se habían suavizado al crecer y la hacían una mujer atractiva. Se podía leer también en su mirada escrita la felicidad, iba acompañada de sus dos hijas, que eran muy guapas y de su padre, un hombre por el que no pasan los años, inexplicablemente, el padre de José Manuel es, al menos en apariencia, eternamente joven. La madre de José Manuel es una mujer de la que sorprende también cómo conserva su aspecto juvenil. Algún día le preguntaré la dieta que sigue su familia, en la que su aspecto es inmejorable y que consigue con el paso de los años, no solo no envejecer, sino mejorar considerablemente su aspecto. José Manuel fue mi primer compañero de itinerario, cuando éramos niños recuerdo que era un muchacho que destacaba por obtener buenas notas y era algo tímido, aunque menos que su hermana. Con los años se convirtió en un chico muy simpático y daba gusto encontrarse con él, porque siempre que te encontraba con él tenía unas palabras agradables y un gesto amable. La verdad es que siempre me pareció una buena persona y no recuerdo haber tenido ninguna discusión con él, siempre fue un buen compañero. Algo bueno que tenía mi colegio es que no nos hacían madrugar demasiado, entrábamos a las diez de la mañana. De niño no tenía despertador, me despertaba mi padre y me preparaba mi buen cacao con leche para desayunar, sin galletas ni nada parecido, solo cacao con leche.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Me vestía, cogía mi cartera y me iba a buscar a José Manuel y a su hermana pequeña, luego pasábamos a recoger a David y todos nos íbamos camino del colegio. Era curiosa la relación que teníamos de compañeros de itinerario, una vez llegábamos al colegio cada uno íbamos con nuestros propios amigos y una vez terminaba la jornada escolar, regresábamos como buenos compañeros de itinerario. Dentro del colegio David, José Manuel y yo tan solo nos saludábamos cuando nos cruzábamos en el recreo, no compartíamos las mismas amistades pero guardábamos una relación muy cordial y nunca salió una palabra fea de ninguno de nosotros hacia otro, sino todo lo contrario. Hablando de David, he recordado que en mi primer día de trabajo, por casualidades de la vida, David fue mi primer cliente. Tuve la suerte de tener cerca a una buena compañera, Laura, que me ayudó a atenderle lo mejor posible, ya que en mi primer día estaba un poco verde. No puedo dejar pasar la ocasión, de que hablo de mi primer día de trabajo, para contaros algo que ha ocurrido recientemente que ha provocado, que si mi opinión sobre el departamento de recursos humanos de alguna empresa no fuese muy buena, como seguramente el lector ha podido intuir, en este momento sea pésima. Hace apenas unos días, mi sobrino mayor y ahijado Víctor, que el pasado verano finalizó sus estudios como Terapeuta Ocupacional, me dijo que le habían seleccionado para su primer trabajo en un hospital de Pozuelo. El pasado viernes, tras la entrevista, le dijeron que estaba seleccionado y que esa misma tarde llevara un certificado del título para comenzar a trabajar ya el lunes. El viernes cayó en Madrid una de las peores nevadas que yo recuerdo desde que nací, y a pesar de todos los problemas de transporte que hubo, consiguió llevar los papeles a la empresa a tiempo para firmar el contrato. Cuando se presenta, le dicen sin más explicaciones que se lo han pensado mejor y que ya no está seleccionado, puede marcharse a su casa, ya no hay puesto de trabajo para él. Esta vez me niego rotundamente a sacar conclusiones sobre este suceso, simplemente me apetecía que ustedes lectores de cualquier parte del mundo, sepan cómo funcionan algunas empresas de mi país, España. Mi sentimiento de repulsa es tal, que me uno a las declaraciones que un día oí a un deportista al que admiro por su entrega, valor y nobleza, el plusmarquista declaró públicamente que se sentía avergonzado de ser español. Ignoro lo que llevó al deportista a renegar de su bandera, después de haberla defendido con honor cientos de veces.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Desde luego que, con sucesos como este, ya puede ganar la selección española de fútbol un millón de veces la copa del mundo, me da igual, ni siquiera llego a sentirme avergonzado por ser español, algo peor, me es totalmente indiferente esta nacionalidad que me ha tocado en suerte. Me pregunto, ¿Qué le está pasando a mi país, dónde está mi gente, acaso me han abducido los marcianos y me han situado en una determinada coordenada del planeta Marte y aún no me he enterado? De regreso a tiempos mejores, en los que mi memoria me trae el recuerdo de que aún quedaban valores, hablaba con José Manuel y David del último programa de los payasos que habían echado por televisión. Son muy buenos recuerdos que tengo de Gaby, Fofó, Miliki y Fofito. Sentí tristeza cuando marchó al cielo Fofó y cuando años más tarde fui a ver la tumba de mi primer amigo, mi abuelo, cerca estaba la tumba de Fofó, el hecho de que esas dos personas tan importantes en mi vida descansaran cerca, me hizo sentir una inmensa paz interior. Hace menos de un año estuve en un homenaje de Fofó presentado por su hijo Rody. Disfruté como cuando era niño cantando aquellas canciones del circo que cantaba cuando era niño. A parte del homenaje, hubo actuaciones de payasos y de malabaristas, uno de los números fue un tanto arriesgado, consistía en que el malabarista tirara platos contra el público y los recogiera antes de que llegaran a golpear contra nuestras cabezas. El malabarista tropezó y poco le faltó para no llegar a tiempo a recoger el plato, un instante más y hubiera puesto a un niño del público una sonrisa profident con el plato metido en la boca. Por fortuna sacó un brazo de Dios sabe donde, como si se tratara del inspector Gadget y evitó la tragedia, tras el susto, todo volvió a la normalidad, aquí no ha pasado nada y todos continuamos riendo y cantando, bueno yo por si acaso, me tapaba la boca de vez en cuando por si se escapaba otro plato. Tras el susto comenzamos a cantar canciones de la época, la diferencia es que el público ya no lo formaba aquellos pequeños niños que veíamos en la tele, ahora la media del público no bajaba de los treinta años. Cantamos aquellas canciones y disfrutamos del mismo modo que lo hacíamos en nuestra niñez, nos dieron la oportunidad de viajar en el tiempo a nuestra infancia, de pasarlo en grande siendo niños por unas horas, a ninguno de nosotros nos costó ningún esfuerzo quitarnos el disfraz de mayores y así dejar entrever lo mejor de nosotros, nuestro lado más infantil. No creo necesario tener que esperar a que llegue carnaval o la noche de San Juan para quitarnos el disfraz de adulto y convertirnos en niños por un rato, cualquier día es bueno para hacerlo, ¿por qué no ahora mismo?.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Tenemos tanto que aprender los adultos de los niños, pasamos el tiempo tan metidos en la burbuja de lo cotidiano y en el mundo de los adultos, el cual nos parece más importante, que apenas nos queda un solo minuto para dedicarlo en observar a los niños, pronto olvidamos que fue una etapa de vital importancia en nuestras vidas pudiendo llegar incluso a creer que nunca fuimos niños. Una de las mayores inquietudes del ser humano es la elaboración de una lista de deseos, metas u objetivos por cumplir, pasaremos el resto de nuestra vida en la búsqueda de cada uno de los elementos de la lista y al encontrarlo, creeremos haber alcanzado un grado mayor de felicidad. Soy de la idea de que para aprender hay que observar, a diario tenemos delante de nuestras narices a los personajes más inteligentes y felices del planeta, los niños, y sin embargo, aunque ansiamos la utópica felicidad, no nos paramos a observar a quien es feliz realmente. Si tu profesión es la misma que la de Jesucristo, eres carpintero, seguro que para aprender tu oficio has observado a los carpinteros profesionales, incluso has llegado a parar en ocasiones tu actividad profesional para escuchar los sabios consejos de un anciano maestro carpintero. Sin embargo, cuando lo que queremos aprender es a ser felices, en lugar de observar a los maestros en la materia, los niños, preferimos aprender de un coche nuevo, un perfume caro, de nuestra hipoteca, del ansiado y envidiado puesto de subdirector general, siempre creímos que el santo grial era de oro con valiosas incrustaciones cuando en realidad era de madera. Es entonces cuando si analizamos nuestra escala de valores, sin llegar a ser Albert Einstein, al que por cierto, a pesar de sus logros, no considero que fuera una persona inteligente, nos percatamos de que a pesar de nuestros logros, siempre nos falta algo más para encontrar nuestra ansiada felicidad. Einstein tenía la misma tara que tenemos tú, yo y cualquier ser vivo de este planeta, a pesar de su mente brillante y de sus logros científicos, le faltó tiempo para terminar su obra, le traicionó la parca que vino a buscarle antes de que terminara sus últimos proyectos. Amigo lector, si analizas tu vida y te das cuenta de que buscas lo mismo que buscaba el gran científico del siglo pasado, objetivos, metas, en definitiva complacer al resto de planeta llegando hasta olvidar lo más importante de tu vida, tú mismo, tómate un respiro, para y observa a los niños. ¿Cuál es la meta de un niño, el último juguete más revolucionario que anuncian en televisión?, no. Si ves a un niño que busca eso, se ha convertido en un mayor con cuerpo de niño, la principal meta de un niño es su felicidad y no se devana los sesos para lograrla, le basta con un muñeco de trapo raído y viejo, o con pegar unos papelitos en un trapo simulando un muñeco de nieve. El juega con ventaja, tiene intacta la imaginación, busquemos la nuestra, por ahí andará.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mi amiga mayor Normalmente regresaba del colegio acompañado de José Manuel, de su hermana y de David, pero un día regresé solo a casa porque David se había puesto malo y José Manuel tuvo que quedarse esperando a su hermana que aquel día iba a salir algo más tarde. De camino a mi casa fui asaltado por unos bandidos que tendrían unos cinco años más que yo, en primer lugar me quitaron la cartera y luego los zapatos. Dadas las circunstancias, lo que pasaba por mi pequeña cabecita es que lo que tocaba después, la paliza que me darían aquellos malhechores, deseaba que no me doliera demasiado, pues no me cabía la menor duda de que si por fortuna salía de aquella comprometida situación, iba a ser bastante maltrecho. Voy a dirigir una petición a todo aquel bandolero que tenga ocasión de leerme, mi petición no consiste en que dejen de serlo, faltaría más, es un título que se han ganado a pulso y del que imagino no será muy fácil lograr desprenderse. Yo les pediría que tengan a bien suprimir la paliza de después del robo, parece que necesariamente después de dejar en calzoncillos a la víctima, es obligatorio darle una paliza. Una vez debidamente formulada mi petición, paso a relatar un suceso que me contó un compañero de trabajo muy simpático y fiestero de Bilbao. Era un viernes a primera hora cuando llegué a trabajar y pude ver a mi compañero con los auriculares puestos. Al saludarle pude observar que sus ojos estaban inyectados en sangre y por la expresión de alegría de sus ojos, adiviné al instante que llevaba una cogorza del trece (expresión que en mi país significa muy ebrio). Mi compañero era bilbaíno y vivía con unos cuantos amigos en una casa compartida. Me explicó que cuando llegó a casa tras una noche movidita del recién estrenado viernes, se metió con sus compañeros de piso a la piscina comunitaria. Entendí perfectamente a mi compañero, aunque no lo recomiendo bajo ningún concepto porque según el grado de borrachera, se puede terminar la fiesta siendo un fiambre a expensas de ser seccionado por el frío bisturí del forense de turno del anatómico forense de Madrid, confieso que después de alguna noche de fiesta, he terminado de ese modo (no en el anatómico, sino bañándome en una piscina). Me explicó que los desgraciados de sus vecinos les increparon cuando empezaron a hacer bombas a las seis menos cuarto de la mañana, a lo que sonriendo le argumenté que ¡vaya vecinos más sosainas que tenía, hombre!, al comprobar los vecinos que mi compañero y sus amigos hacían caso omiso de sus improperios, bajaron a la piscina y acabaron algo mojaditos también.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mi compañero, que a pesar de haber llegado al trabajo borracho como una cuba era todo un profesional, comenzó a ver las noticias de vaya usted a saber que periódico cibernético, entonces arrancó una carcajada que se debió de oírse hasta en la calle. Fue entonces cuando creí conveniente cubrir a mi compañero, evitando así que pudiera llamar demasiado la atención y ser visto por algún superior que llegara a descubrir su estado de embriaguez, le invité a un café mientras me contaba la noticia cibernética que había provocado su descocada e irreprimible risa. En la máquina de café me contó que había leído una noticia de una mujer que se había metido en el cuarto de baño a hacer sus necesidades y no pudiendo aguantar el placer que supone evacuar mientras se fuma, se dispuso a encenderse un cigarrillo. Con la chispa del mechero y debido a la enorme cantidad de gases que había expelido la señora, se produjo una explosión tal que hizo reventar la taza del váter. Me informé en qué página había leído aquella noticia tan sorprendente, no para informarme de la actualidad, sino para echar unas risas de vez en cuando, dado que en ocasiones el trabajo del informático puede resultar un tanto aburrido. Después del café regresamos a nuestro sitio y mi compañero se puso a leer su correo electrónico personal, no pasó ni un minuto desde que nos habíamos sentando cuando salió otra bocanada de risa de la boca del achispado bilbaíno. Me estuvo leyendo el correo, se trataba de su mejor amigo que al parecer era un chico muy extrovertido y aventurero, se fue de vacaciones solo a Moscú a conocer mundo y entablar amistad con el cordial pueblo ruso. La primera noche de juerga conoció a unos buenos amigos rusos con los que al comienzo de la noche se comunicó por señas y tras unos cuantos vodkas en el cuerpo, misteriosamente, comenzó a entender y hablar perfectamente el idioma como si de un nativo se tratara. Al acabar la noche sus gentiles amigos rusos se ofrecieron para acercarle al hotel, fue entonces cuando le llevaron a un lugar deshabitado de las afueras de Moscú, le quitaron todas sus pertenencias y gran parte de su ropa y como no, le dieron la correspondiente paliza como está mandado. El mejor amigo de mi compañero adjuntaba en su correo electrónico una foto de cómo le habían dejado la cara después de la paliza que le habían dado, cuando observé la foto y el estado de felicidad de mi compañero bilbaíno, pensé que seguramente se tratara de una broma. Tras dejar a mi compañero con los cascos puestos, metido en su mundo cibernético sin hacer ni pizca de ruido y así evitando despertar sospechas sobre su estado de embriaguez, me puse a trabajar.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Años más tarde, coincidí con otra compañera bilbaína, le dije que había tenido un compañero bilbaíno y me puse a contar la anécdota del día en que vino ebrio al trabajo y para darle un toque de humor, añadí la anécdota del malogrado viajero explorador por tierras rusas. Al contar esto último, mi compañera reconoció inmediatamente a mi antiguo compañero y también a su amigo explorador, ya que se trataba de dos amigos suyos de la universidad. Lo que más me sorprendió es que me confirmara mi compañera que la aventura de aquel amigo explorador y aventurero era completamente cierta, añadió que tras la paliza estuvo ingresado tres meses hasta su recuperación. Regresando a mis siete años, a punto de ser apaleado y de acabar con la cara demacrada, apareció mi heroína que no solo evitó que me partieran la cara, sino que hizo que los bandoleros corrieran horrorizados y dejaran todas mis pertenencias esparcidas por el suelo. Mi heroína se llamaba Cecilia, era más mayor que la mayor de mis hermanas, calculo que debía rondar los diecinueve años. No parecía una chica violenta ni vestía ropas de heroína de comic. Vestía la ropa hippie de la época, tenía el pelo negro muy largo y liso y una sonrisa difícil de olvidar, mientras me ayudaba a recoger mi ropa y mis pertenencias, me sentí ruborizado de que una chica me viera en paños menores y me puse colorado como un tomate. Más adelante pude ver el arma tan poderosa que utilizó mi heroína para salvarme, no se trataba de ninguna fuerza descomunal capaz de acabar con los bandoleros más viles de la tierra. El arma de Cecilia era su cálida voz, los niños huían avergonzados por temor a que ella les reconociera como bandoleros, todos la admiraban al igual que yo quedé encandilado cuando la vi en esas viviendas de familias pobres que debía cruzar a diario para ir a mi colegio, cantaba y acariciaba las cuerdas de su guitarra con la suavidad con las que se acaricia las cuerdas de un arpa. Pude ver a mi amiga Cecilia pocas veces más, lo que no puedo olvidar de ella, fue con la dulzura que me acariciaba la cara y me decía: Cecilia:

Eres un niño muy bonito, ¿cómo te llamas?

Miguel:

Me llamo Miguel Ángel.

Creo que fue de las primeras veces que dije mi nombre completo sin avergonzarme de ello y desde entonces, lo digo con orgullo. Cecilia me enseñó una lección, el arma más poderosa contra la violencia, es la paz, el amor, la comprensión y el respeto. La paz se puede transmitir por medio de la música, o tal vez la música es el instrumento capaz de amansar a las bestias, gracias a aquella musa que un buen día dejé de ver, es la música uno de mis tesoros más preciados.

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9. La comunión Historias del abuelo II En el año setenta y siete mi país aún estaba despertando de un mal sueño tras cuarenta años de dictadura, comenzaban a respirarse tímidamente ansiados aires de libertad y muchos eran los que aún añoraban el anterior régimen. Yo vivía ajeno a todo ello, en mi casa no habían cambiado las cosas y los curas parecían reticentes a cambiar el icono de Franco por el del nuevo jefe del estado español, el rey. Las historias a las que no era ajeno, eran las que me contaba de vez en cuando mi abuelo, que no es que fueran horribles y terroríficas por su contenido, pues se trataban de las anécdotas típicas de cualquier noticiario, pero el modo de contarlas helaba la sangre del más valiente del reino. Todos hemos oído alguna vez historias de resurrecciones, la primera que me viene a la mente es la que vivió mi padre cuando era médico pediatra en los pueblos de la alcarria. Asistía un parto cuando comprobó que la niña recién nacida no respiraba, todos los indicios apuntaban a que había nacido muerta, aun así, mi padre trató de reanimarla con un masaje cardíaco. Al cabo de unos minutos, cuando todos los presentes ya lloraban por el fatídico nacimiento, la pequeña reventó a llorar y con los años resultó ser una niña fuerte y sana. Como agradecimiento a lo acaecido, los padres de la niña se empeñaron en poner de nombre a la niña Lázara, idea que por fortuna para la niña, logró mi padre quitarles de la cabeza, consiguiendo que la bautizaran con un nombre más corriente. En aquella época también recibió mi padre en su consulta un paciente al que los médicos de Madrid le dieron un mes de vida, hubo una época en que a los médicos jasp (jóvenes aunque sobradamente preparados) les dio por predecir el futuro, iban tan sobrados que se permitían el lujo de asignar un tiempo de vida concreto a cada paciente. Mi padre haciendo caso omiso de la predicción de los médicos de la ciudad, aplicó al paciente tratamiento sintomático, es decir, aliviar los síntomas según se van produciendo. De este modo, el paciente se benefició de una prórroga de quince años al mes de vida que en un principio le pronosticaron. Otro caso que conocí pasados los años, fue el de una amiga de la familia, que tras un accidente de tráfico fue dada por muerta, incluso pasó un tiempo en el depósito de cadáveres. Cuando el forense se disponía a efectuar la autopsia se percató de que estaba viva, de hecho, sigue viva en la actualidad.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Un caso que me conmovió al oírlo, fue el de un muchacho de un país del este que trabajaba en el depósito de cadáveres, al parecer, ojeaba cada uno de los cadáveres de mujeres y la que le parecía lo suficientemente atractiva, la sacaba de la cámara frigorífica depositándola en una camilla y la violaba. Un buen día entró el cadáver de una chica muy joven y bella, cuando se marcharon todos, repitió su modus operandi, sacó el cadáver de la muchacha de la cámara frigorífica, la depositó en una camilla y comenzó a abusar del cuerpo inerte. Con lo que no contaba nuestro protagonista, es que no sabe bien si debido al masaje cardiaco al que estaba sometiendo a la víctima o por error del médico que certificó el fallecimiento, de repente la muchacha abrió los ojos y se abrazó fuertemente a su amante bandido. El joven caucásico salió disparado del lugar horrorizado por el suceso, una vez detenido, se encontraba en su celda aún temblando por la escena vivida cuando tuvo una visita inesperada, se trataba de los padres de la víctima que venían a agradecerle que hubiera logrado resucitar a su hija aunque para ello se hubiera valido de un método tan miserable, lo importante es que su hija había regresado a la vida. Como bien rezaba el maestro colombiano Guillermo González Arenas en una de las obras musicales más admirables de todos los tiempos, el muerto vivo, hay muchos casos que podemos relatar de personas que no sólo no se encontraban muertas, sino que además estaban de parranda. Tras esta breve introducción paso a relatar una historia que conocí a mis ocho años por labios de mi abuelo, fue la historia del tiovivo. Siempre que he montado en uno de ellos he recordado este singular relato, gracias al cual supe lo que originó que tan popular atracción tomara dicho nombre. Hace pocos días, al comienzo de mi clase de salsa, una compañera que se llama Cristina que es muy simpática y nos amena las clases con su alegría, contó en clase que había ido con unos amigos a un tiovivo en el retiro con la peculiaridad de que los animales que montaban estaban realmente vivos. Entonces otro compañero de clase, le preguntó a Cristina, ¿se veía todo Madrid desde el tiovivo?, me quedé un momento dubitativo pensando en lo que acababa de oír, ¿tal vez creía nuestro compañero que los caballos realmente podían volar? Pero pronto me percaté que ese compañero había confundido el tiovivo con la noria, este muchacho no tuvo la suerte de que alguien le contara la historia del tiovivo, de lo contrario, no hubiera confundido estas atracciones de feria. Voy a hacer un inciso para explicar la diferencia, la noria en origen fue una máquina para extraer agua. Se componía de una rueda grande provista de unas aletas que, sumergiéndose parcialmente en el curso de un rio, provocaba un movimiento continuo por el roce de las aletas con el agua. En su perímetro tenía unos cubos que se iban llenando según se sumergía.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Posteriormente la noria se ha convertido en una atracción de feria, en la que si sustituimos el rio por un mecanismo eléctrico y los cubos de agua por unos contenedores de gente, tenemos una noria de feria, es decir, esto:

Ahora voy a contaros el significado de tiovivo, también llamado carrusel o en Andalucía, calesita. Es una plataforma rotatoria que tiene la peculiaridad de que la gente de sienta sobre unos asientos con formas de animales, estos se mueven de arriba abajo simulando el trote del caballo. Suelen ir al compás de una música que se repite según se va dando vueltas, también se llama comúnmente los caballitos, su aspecto es el siguiente:

La historia del tiovivo, como casi todas las que me contó mi abuelo, estaban ambientadas en el pueblo de Madrid, fue por los años treinta del siglo diez y nueve cuando se tomó este nombre para designar a esta atracción de feria. Mi abuelo nació a finales del siglo diez y nueve, así es que podría ser que esta historia la oyera de su padre o de su abuelo, lo cierto, en que en los años treinta azotaba a la ciudad de Madrid la enfermedad del cólera y muchos fueron los que murieron de esta enfermedad, llegando a contarse por cientos los muertos diarios en la capital. Una de las víctimas fue un señor que se ganaba el pan humildemente con una atracción de caballitos situada en el Paseo de las Delicias, se llamaba Esteban Fernández y una vez certificada debidamente su defunción, se ordenó que se procediera a su inmediato enterramiento.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Los familiares y amigos cargaron al fallecido en andas, al ser una familia humilde no podía permitirse el gasto que suponía una caja mortuoria, esto solo se lo podían permitir en la época las familias pudientes. El silencio roto por algún llanto, el velo negro que marcaba la delgada silueta del muerto y el quejido de algún amigo a causa del dolor por la pérdida o tal vez debido al peso soportado, era la estampa que podían ver los ciudadanos que se cruzaban con el cortejo fúnebre, quitándose la gorra e inclinando la cabeza en señal de duelo. Fue entonces cuando sucedió lo que nadie podía esperar, el fallecido levantó la cabeza no fruto del rigor mortis, sino porque estaba vivo, arrojó con furia el velo negro que le cubría yendo a parar al rostro de una pobre mujer que se inclinaba en ese momento en señal de duelo mientras gritaba: Esteban:

¡Estoy vivo!, ¡Estoy vivo!, ¡Estoy vivo!

Me imagino estar en la piel de alguno de los que portaban al muerto en ese momento, tan terrible debió ser la sensación de notar al muerto moviéndose enfurecido y gritando que salieron disparados como alma que lleva el diablo. Fue entonces cuando el resucitado se encontró volando en el aire unos instantes, los justos para pegarse un trompazo tan terrible contra el suelo que a punto estuvo de dejarle, esta vez sí, en el sitio definitivamente. La escena aterrorizó a todo aquel que la presenciaba, pero el colmo fue, cuando la buena señora que se había apoderado del velo negro del muerto, comenzó a correr sin rumbo con el velo sobre su cabeza, haciendo pensar a todo aquel que la veía que se trataba del muerto corriendo como si de un fantasma se tratara. El pánico se adueñó de la calle, todos huyeron corriendo menos el bueno de Esteban que se encontraba aturdido y medio mareado del castañazo que se acababa de pegar contra el suelo. No se sabe muy bien debido al tremendo golpe, o bien porque aunque vivo, aún no estaba recuperado del cólera, Esteban hubo de estar bastante tiempo convaleciente guardando reposo, pero tal era su fama en la ciudad que cuando se reincorporó a su trabajo, todo el mundo quería verle y montar en sus caballitos, circunstancia por la cual hizo una gran fortuna. En la ciudad de Madrid cuando alguien protagoniza una anécdota curiosa, y se hace popular, es común que se le ponga el título familiar de tío, así, Esteban se pasó a llamar el tío Esteban y muchos consideraron que era mejor, en honor a su condición de vivo o mortal, que se diera el nombre de “el tío vivo”. Años más tarde, concretamente en el capítulo trece, protagonicé una anécdota cuando una playera se me coló en un patio interior de una casa al dar una patada al aire y no tuve más remedio que volver descalzo a casa, desde aquel día la gente del barrio me empezó a llamar “el tío playeras”.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Todo el paseante de la villa que se cruzaba con Esteban le saludaba con cortesía con su nuevo nombre, tío vivo, creían que traería buena suerte ser amable con alguien que había regresado del más allá. Fue tan notorio su caso, que se informó en periódicos incluso de otros países. A Esteban no le parecía muy agradable que la gente le apodase “el tío vivo”, pero el crecimiento económico que le proporcionó su fama, le hizo restar importancia a que le llamaran así, incluso llegó a acostumbrarse a su nuevo apodo. La popularidad hizo que se comenzara a denominar a los caballitos como tiovivo en honor al Esteban que un día protestó enérgicamente por la intención de meterle bajo tierra antes de que llegara su hora. Aún recuerdo los sueños que tuve como consecuencia de la historia que me había relatado mi abuelo, me imaginaba al tiovivo detrás de mí con su velo negro. Pero el objetivo principal de mi abuelo, que era que le dejara de molestar por unos días, se alcanzó satisfactoriamente. En el colegio me encontraba en el ecuador del primer ciclo de educación primaria y ya se empezaba a notar que nuestra estatura era considerablemente mayor que la de los de primero, con solo dos años de diferencia, distinguías a las ratillas que correteaban por el patio, eran los de primer curso. Se comentaba entre los compañeros de clase que ese año tocaba hacer la comunión, y efectivamente, un buen día, comenzamos a ir a catequesis. Al principio era un poco reticente a ir, porque la tenía los sábados por la mañana, pero pronto me empecé a sentir cómodo, no era lo mismo que ir a clase. La que nos daba catequesis era una chica infinitamente más simpática que los profesores de mi colegio, en la clase había chicas, pude reconocer entre mis compañeras, a algunas de las que tuve en el colegio Teide, una de ellas era la Marilyn, la llamábamos así porque su manera de darte los buenos días, era levantándose la falda. Marilyn ya estaba hecha toda una señorita, lo pasamos en grande haciendo juegos, llegó un momento en que deseaba que terminaran las clases y llegara el sábado para ir a catequesis, era una experiencia muy gratificante trabajar con chicas, algo diferente a lo cotidiano. Ya comenzaba a mirar a las chicas de un modo diferente de como las miraba antes, si una compañera me ponía caritas o se me quedaba mirando más de dos segundos, me inquietaba sin saber muy bien el por qué. Incluso Marilyn, que en parvulario era para mí una amiga más con la que tirarse por los suelos a recoger papeles, me inquietaba cuando me decía, ¡hay que ver cómo has cambiado guapo! , entonces me ocurría lo que nunca antes me había pasado, se me ponía la cara colorada como un tomate, esto me incomodaba, pero deseaba que llegaran los sábados para ir a catequesis.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Algo que puedo agradecer a mi colegio es que, aún siendo de curas, no era obligatorio vestir de uniforme, por aquella época yo tenía mi propio estilo de vistiendo y no estaba en mis planes cambiarlo en absoluto, aunque hubiera numerosos intentos de hacerlo por parte de mi madre. Aunque en invierno podía llegar a ponerme algún abrigo o jersey, mi modo de vestir durante todo el año era con camisa a rayas o camiseta siempre sacada por fuera, pantalones vaqueros y calzado deportivo. Cualquier intento que hacía mi madre por cambiar esto era en vano, era incapaz de calzar zapatos, recuerdo que me compraron unos zapatos de una marca cara y permanecieron durante años en el armario hasta que por suerte me creció el pie y se me quedaron pequeños. Daba una importancia enorme a la comodidad, no podía soportar llevar ropa bonita e incómoda, me parecía absurdo ir vestido como un regalito de cumpleaños por el simple hecho de guardar unas formas y tener que dar una imagen. Lo más parecido a unos zapatos que calzaba por aquella época eran las botas camperas, era curioso que aunque eran muy duras por fuera, me resultaban cómodas, aguantaban muy bien las inclemencias del tiempo y se podía dar patadas a las piedras sin hacerte ningún daño. En cierto modo, aunque hoy en día admito mayor variedad en mi vestuario, sigo rechazando cualquier forma de vestir cuyo único objeto sea dar una imagen determinada y que para ello haya que sacrificar la comodidad. En mis veinte años de vida laboral he tenido suerte, no he tenido que llevar traje en ninguno de los trabajos que he tenido. Digo que es una suerte, porque es muy común en mi sector que las empresas obliguen a sus empleados a vestir con traje, dicen que para dar imagen, pero tal vez se olviden de un hecho importante, la comodidad de sus empleados. No por ello voy a criticar a quien guste vestir de traje, muy cerca he tenido a una persona que siempre le ha gustado ir vestido de traje, una de las personas más respetadas y admiradas por mí, mi padre. Solo recuerdo haber visto a mi padre vestido de sport cuando íbamos a la sierra o de vacaciones. Aún estando ya jubilado siempre vestía traje y corbata, creo que realmente él se sentía cómodo y le gustaba vestir así. Hace menos de un año que mi padre se marchó a vivir más allá de las estrellas y hoy me parece que ha pasado tanto tiempo. Qué mejor tributo que dedicar a mi padre el libro de mi vida, ya casi he perdido la cuenta de a la cantidad de personas a quien dedico mi obra, pero no cabe duda que me emociona y enorgullece que él haya sido pieza clave y fundamental de este libro, de algo más que un libro, pieza fundamental de mi vida, según pasa el tiempo siento más cerca su alma, me enorgullece tanto ser hijo de tan ilustre persona, mi maestro don Santiago.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El traje Se acercaba el día de mi primera comunión allá por el mes de mayo, los sentimientos de alegría con los de desánimo se entremezclaban en mi cabeza, alegría por la celebración, la fiesta que le seguía y los regalos, pero lo que me menos me apetecía era tener que vestir aquel traje que mi madre me había comprado para tan señalado día. Dado que en aquella época se comenzaban a respirar tímidas bocanadas de aires de libertad, los curas tuvieron la deferencia de permitir que los chicos que hacían la comunión ese año vistieran como quisieran, de este modo se rompía la tradición de vestir los chicos con traje de marinerito y las chicas con traje de novia. Para colmo de libertades, ese año hacíamos la comunión las chicas y los chicos juntos y cogidos de la mano, caminando hacia el altar como si de una boda de tratara, con la salvedad de que en lugar de anillos, lo que llevábamos en las manos era cirios. El estado totalitario del que veníamos mataba toda expresión de libertad, era el estado quien dictaba lo que era correcto o incorrecto y cualquiera que tratara de discutirlo era debidamente acallado. Cuantas barbaridades se han podido hacer durante la historia de la humanidad para acallar las ideas, hasta donde puede llegar un estado por llamarlo de algún modo, más bien podríamos decir, unos criminales, para que uno de sus miembros no exprese con libertad sus ideas. Sirva desde aquí mi sencillo homenaje a ese gran músico y cantautor chileno Víctor Lidio Jara Martínez, y nos sirva a todos nosotros de escarmiento para que nunca jamás se repita semejante atrocidad. ¿Quién decide lo que está bien y lo que está mal?, el yin y el yang, filosofía dualista, la misma que mueve nuestros ordenadores mediante el código binario, pregunte a su ordenador, ¿qué prefiere usted, el uno o el cero?, no contesta, simplemente lo interpreta. Esta filosofía no dicta lo que es bueno y lo que es malo, sino que defiende el valor de la flexibilidad frente a la rigidez, la vida frente a la muerte, nunca podremos asegurar que la opinión que tratemos de acallar sea falsa y si tuviéramos esa seguridad, también sería un error tratar de acallarla. Cuantas veces nos hemos visto en la situación de que en medio de una conversación, cuando exponemos una idea, uno alza la voz impidiendo por la fuerza que continuemos nuestra exposición, estamos frente a un ser con mentalidad autoritaria que quiere matar nuestra idea. Hace poco asistí a una entrevista en la que la entrevistadora me pidió que pusiera mi mente en el lugar de los demás y entonces describiera como me veía a mí mismo, al comenzar a explicarle que eso era imposible, enseguida argumentó, bueno, es que nadie te está obligando a responder.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Entonces le dije que ya le estaba respondiendo, mi respuesta era que es imposible, o al menos yo no sabía trasladar mi mente a la de los demás y antes de que continuara expresándome alzó su voz acallando la mía. Era evidente que aquella psicóloga era una persona autoritaria que no aceptaba que los demás tuviéramos una forma de pensar diferente a la suya, cuando quiso terminar de hablar, pues consideré que era inútil tratar de intervenir de nuevo, me enseñó el camino hacia la calle el cual tomé con mucho gusto. En las emisoras de radio de mi país he podido escuchar con frecuencia mensajes que me han sorprendido por no sentirme en absoluto identificado con ellos, pero el último que escuché chirriaba en mis oídos, decía “antes muerta que sencilla”, cuando mi mente inevitablemente lo transforma en “antes sencillo que muerto”, la sencillez y la humildad son parte imprescindible en mi vida. En ese aspecto no he cambiado desde que tenía ocho años, ahora me gusta la sencillez y entonces me gustaba, prefería la comodidad y flexibilidad de unas deportivas y de unos vaqueros que la rigidez de un traje y unos zapatos. No era tan mala la idea del traje de marinerito, pues ese traje solo se usaba una vez y se quedaba en el armario o se regalaba a algún familiar para otra comunión, pero no se veía a nadie vestido de marinerito por la calle excepto a los infantes de marina y a los niños vestidos de primera comunión. Sin embargo mi traje era útil tanto para el día de mi primera comunión como para cualquier otro día del año, esto me hacía odiar más aún si cabe aquel traje de tergal de color verde claro. El fin de semana anterior al día de mi comunión me fui con unos amigos al colegio, iba vestido con mi pantalón vaquero y mi camisa de cuadros y pude ver entonces a todos los compañeros que ya habían comenzado hacer su primera comunión, muchos de ellos aún vestidos de marinerito e incluso creo recordar que alguno de ellos llevaba medallas y galones. Quise ir a jugar con mis amigos al colegio para saborear mi libertad, sabía que en tan solo una semana esa libertad iba a ser truncada y me iba a ver metido en un traje rígido, incómodo y ridículo. Además de llevar unos zapatos con los que solo se podía caminar, nada de correr a riesgo de salir disparado como si lo que calzaras fueran unos patines. Otro aspecto poco atractivo de aquellos zapatos y que me incomodaba bastante, es que no encontraba el modo de pisar evitando el correspondiente clac como si se tratase de los zapatos de baile del mismísimo Fred Astaire. En mi barrio yo tenía más popularidad de la que hubiera deseado, el hecho de ser hijo del médico del barrio y de que muchos vecinos me hubieran visto alguna vez abriendo la puerta de la consulta de mi padre, hacía que me conociera mucho más gente de la que yo conocía. Era prácticamente imposible pasar desapercibido, siempre había algún curioso fisgoneando.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Un buen día que regresando del colegio a casa, mi madre me dijo que quería hablar conmigo, al parecer la modista del barrio, que era una chivata, aseguraba que me había visto echando un pitillo con los amigotes del barrio y ligando con unas niñas. Traté de salir del aprieto argumentando que aquella señora sufría de una tremenda miopía y no era de extrañar que me hubiera confundido con otro, a lo que mi madre respondió que la modista había hecho una descripción de la ropa que llevaba y coincidía con la que yo solía vestir habitualmente. Yo le dije que todos los chicos de mi edad vestían como yo, que no hiciera mucho caso de esa señora que era una chismosa y una metomentodo (recientemente he podido oír un calificativo equivalente que me resulta gracioso y muy apropiado para la ocasión, huele pedos). No sé si sembré la duda en mi madre por la miopía de la modista huele pedos, o tal vez pensó que realmente no me faltaba tazón en que era una chismosa, el caso es que me libré del fastidioso castigo que seguramente me tenía ya preparado. Habrán adivinado ustedes que la encargada de elaborar el asqueroso traje de mi primera comunión no era otra que la modista huele pedos de mi barrio, hubiera preferido el peor de los castigos antes que ese. La dulce venganza de la modista del barrio estaba terminada, y vino a mi casa a que me probada su último traje torturador de niños. Había momentos en mi casa en los que reinaba un silencio y una paz sepulcral, uno de ellos era, por poner un ejemplo, cuando venía el peluquero a sesgar nuestra hermosa cabellera. Llegó mi momento de silencio cuando vino la modista a que me probara aquel infernal traje. Ya estaban preparados los zapatos de Fred Astaire encima de la cama, hay que ver con lo que me gustaban a mi aquellas maravillosas películas junto a Ginger Rogers, una de las mujeres más bellas del planeta bajo mi punto de vista, sin embargo, cuánto odiaba los zapatos de claqué de su Fred. Sonó el timbre y apareció una de las mujeres más horrendas del planeta, también a mi parecer, la modista del barrio y lo peor es que traía mi peor pesadilla sobre su horondo brazo, el traje de mi primera comunión. Una vez que pasé todas las torturas imaginables, incluyendo los pinchazos con los alfileres que había olvidado adrede la modista de la familia monster en los bajos de mi pantalón, vino el que faltaba, el peluquero del barrio. Siempre que aparecía el peluquero, todos huían en desbandada, pero aquel día solo venía a destrozar mi bonita cabellera. En una sola mañana estaba siendo despojado de todos mis símbolos de libertad, uno a uno, apenas sentía dolor por los pinchazos de los alfileres de la monstruosa modista, o por los tirones de pelo del peluquero, o por los cortes en la piel con su navaja bien afilada, ya no había dolor, estaba recibiendo una lección magistral, nada duele más que te despojen de lo que más amas, de tu propia libertad.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori En la radio oía una canción de un nuevo grupo de rock urbano llamado Asfalto, con el tiempo se convirtió en uno de mis grupos preferidos, junto a Leño y Ñu. Cantaban una canción en la que decían unas palabras muy apropiadas para el momento, la canción se titulaba días de escuela, y terminaban diciendo “enseña a tu hijo a amar la libertad”, juré que si algún día tuviera hijos, jamás les haría despojarse de su tesoro más preciado, su libertad. Llegó pues el día de mi primera comunión, me puse el traje y enseguida olvidé mi ridículo aspecto, había varios compañeros de clase que hicieron la comunión conmigo, entre ellos el orejas, que no le llamo así por faltar, si no porque no logro recordar su verdadero nombre. El orejas, que no tenía un pelo de tonto, se percató de que la chica que me tocó por pareja para recibir mi primera comunión era la más guapa de todas e intentó quitármela, pero la chica que era más lista que él, escondió la mano cuando el orejas se coló delante de mí yendo hacia ella, luego ella se acercó hacia mí y me cogió la mano con mucha delicadeza y dulzura esbozando una sonrisa angelical. Desde aquel momento, se me olvidó por completo que estaba metido en un traje estropajoso y disfruté de la mejor compañía que, no solo me tocó por suerte, sino que me eligió a mí para tomar la primera comunión juntos. Hoy recuerdo pocos detalles de ella, tal vez su traje impecable de novia, que era muy guapa y de piel morena, tal vez una piel mimada por el sol del patio de su colegio, pero lo que más llamaba la atención, era su blanca sonrisa que asomaba unos dientes perfectos. Tras mi primera comunión, no volví a ver nunca más a mi compañera, pero el recuerdo de aquel momento de felicidad perduró en mí muchos años, de hecho, aún quedan resquicios en mi mente de aquel bello instante. Después de la comunión salimos a los jardines del colegio, aquellos cuyo acceso teníamos vetado excepto en las comuniones, fue entonces cuando quedé maravillado de la belleza de aquel jardín. Dicho jardín lo cuidaba con gran esmero el oso, era un cura que había sido boxeador y cambió el rin por la paz interior, un hombre solitario que no hablaba con nadie, tan solo dedicaba su tiempo a las flores de su jardín. Al salir del jardín, vi la valla en la que posaba el fin de semana anterior con mis amigos, cuando vestía vaqueros con deportivas y camisa a rayas. Entonces recordé de nuevo que estaba metido en mi traje de comunión como si de una camisa de fuerza se tratara. El traje de mi primera comunión fue todo un símbolo en mi vida, la ausencia de libertad, rigidez, autoridad, algo que siempre he evitado y de lo que he huido siempre. Un día vi llorar de rabia y de ira a una jefa a la que soporté tres largos años tras comprobar que su rigidez no funcionaba conmigo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori La fiesta Después de mi primera comunión vino la fiesta en la que no faltó de nada, ni siquiera la lluvia y aunque no estaba todo lo cómodo que yo quisiera, a nadie le molestó que me sacara la camisa por fuera y que de vez en cuando me quitara los zapatos. Lo más gracioso de la fiesta fue lo que le ocurrió al hijo de una amiga de mi madre que se llamaba Werner, mis hermanos le ofrecieron alguna copa en el cóctel que se dio antes de la comida, pero él insistió en que no quería tomar nada de alcohol. Así pues, los únicos que no teníamos intención de tomar nada de alcohol en la fiesta éramos Werner y yo, si bien es cierto que no me hubiera importado probarlo ya que era visible que los que habían bebido estaban mucho más simpáticos de lo habitual, Werner tomó cóctel de zumo de tomate y yo una mezcla de varios refrescos. El cóctel de zumo tomate llevaba vodka camuflado, no debía notarse mucho el sabor a vodka porque Werner no se quejó y se tomó todos los que quiso, el caso es que a pesar de su timidez, en poco tiempo se convirtió en el rey de la fiesta, todos quedamos asombrados con su faceta cómica. Cuando llegamos a la comida, yo me había tomado unos cuantas mezclas de refresco de naranja, limón y cola, mi cóctel preferido por aquel entonces, el resto de invitados estaban mucho más simpáticos que horas antes, sin duda el cóctel era el responsable de tanto derroche de simpatía. Pero el más divertido de todos con diferencia, era de los presentes, el que en un principio parecía más serio, Werner. Resultó tener escondido un humorista en su interior, nadie podía imaginar lo divertido que podía llegar a ser, fue el alma de la fiesta y todo gracias al vodka camuflado en el cóctel de zumo de tomate. Por aquel entonces las únicas fiestas a las que había asistido eran las de los cumpleaños, también muy divertidas, pero no tanto como esta, esta fiesta quedó en mi recuerdo y tomé buena nota de los detalles por si alguna vez tuviera que organizar alguna otra fiesta, en la que no nunca faltará el cóctel. Esta fue tal vez la primera fiesta grande que tuve, pero luego vinieron otras muchas, si en algún lugar suena la palabra fiesta, raro es que yo no esté cerca, he de confesar que me encantan las fiestas. A mi mente llegan recortes de muchas de mis fiestas, el momento más divertido de todas ellas es cuando todo se empieza a desmadrar, entonces llega el ecuador, el corazón, el alma, el momento Zori de la fiesta. Voy a contaros algunos momentos únicos en diversas fiestas a las que he asistido a lo largo de mi vida, el primero es uno de mis preferidos, fue tan solo un comentario, pero hizo que me riera y que aún me ría siempre que lo recuerdo, he aquí pues algunos de los mejores momentos de mi vida.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Cuando tenía treinta años estaba de fiesta en el salón de mi casa de la sierra, en Guadarrama y llevábamos unas cuantas cervezas encima cuando un amigo preguntó el nombre del cuadro que estaba enfrente de nosotros colgado encima de la chimenea, se trataba de los borrachos de Velázquez. Fue entonces cuando mi hermano Javi le dijo, anda trae la botella, no bebas más que te va a sentar mal, ¿acaso no ves que no es un cuadro?, que es un espejo, ¡hombre!, después del comentario creo que no quedó ninguno encima del sillón, todos estábamos caídos por los suelos desternillados. En otra ocasión rondando los veintisiete años, mi maestro de guitarra flamenca me dijo que actuaba junto a su hermano en el teatro Grec de Barcelona, convencí a un amigo para ir a pasar el fin de semana a Barcelona y así ver el concierto y de paso hacer una visita por la ciudad condal. Llegamos la noche anterior del concierto a Barcelona y nos alojamos en el mismo hotel que los músicos, una vez que los encontramos, cenamos juntos y luego nos fuimos a tomar una cervecita a una terraza. Entre los presentes había un ilustre musicólogo de talante serio y cuyo tema de conversación se centraba fundamentalmente en los orígenes del flamenco, en anécdotas vividas y contadas por músicos de los siglos pasados y demás temas relacionados. En un principio le presté algo de atención, pero al comprobar que ése era su único tema de conversación y que no parecía disfrutar del momento tan agradable que estábamos pasando unos amigos en una terraza barcelonesa, entre los que había músicos, informáticos, musicólogos y hosteleros, pronto comencé a dirigir mis oídos hacia los otros tertulianos. Le pregunté a mi maestro por otro tema menos profundo, por las playeras tan chulas que llevaba, le dije que dónde se las había comprado para agenciarme yo unas iguales. Resultó que todos estábamos deseando escuchar algo distinto a las cada vez más aburrida temática del musicólogo. Me dijo que se las había comprado en un mercadillo de Barcelona, que eran tan cómodas que te daba la impresión de ir sobre una alfombra mágica, tal vez les extrañe el símil, pero como podrán imaginar, mi maestro era andaluz y como buen andaluz, un tanto exagerado. Entonces mi maestro se quitó las playeras y le dijo al musicólogo que seguía en su mundo mareando con sus historias flamencas al hermano de mi maestro, el otro músico presente: Maestro:

Musicólogo:

Escucha, haz el favor de decirle al camarero que sirva una gambas a la plancha en mis playeras, dan ganas hasta de comer en ellas. ¿Cómo?

Las risas eran tan fuertes que hicieron que bailara hasta la Sagrada Familia.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori En mi treinta cumpleaños aún estaba permitido hacer barbacoas en la sierra madrileña, fuimos a La Jarosa, hicimos todo tipo de carnes y pescados acompañados de vino y cerveza, luego vinieron los cafés, la jam session, la fiesta nocturna y claro, quien no estuviera acostumbrado, podría no soportar aquel ritmo desenfrenado. A mi buen amigo abulense Juan Ángel, como él solía decir, se le fue la pinza (perdió los papeles) y cuando le llevaba camino a la casa a dormir la mona, no se percató de que me paré en la entrada para abrir la puerta y siguió caminando con los ojos cerrados, se metió tal leñazo contra la puerta que rompió el cristal. Gracias a Dios, fueron estos los únicos daños, al día siguiente confesó tener un terrible dolor de cabeza, pero no creo que fuera motivado por el golpe que se dio contra la puerta, sino por la resaca. En otra fiesta de cumpleaños, esta vez siendo niños, era el cumpleaños de Richie y la infeliz de su madre preparó una fiesta en el trastero con bebidas (sin alcohol) y todo tipo de chucherías. Cuando echaba las patatas fritas, panchitos y cortezas en los platos de plástico, no caía nada al plato porque lo cogíamos antes de que cayera, ansiábamos comida y bebida abundante, como auténticos bárbaros. Al final de la fiesta, cualquiera que entrara en el trastero, podría pensar que aquello eran los restos de una orgía, como es de suponer, fue la primera y última vez que fuimos al cumpleaños de Richie. Me disfracé de zíngaro con veinticinco años por carnaval y fuimos por las calles cantando y bailando, fueron sin duda los más divertidos de mi vida. No concibo una fiesta de carnaval en la que todo se centre en los vestidos, carnaval sin fiesta, es lo mismo que un pozo sin agua, nada. Hace pocos años, me llamó una amiga que nos invitaba a una fiesta, fui con un amigo y apenas conocíamos a nadie. Muchas veces me ha contado mi amigo como terminé la fiesta, y si no es porque le conozco bien y sé que no me mentiría, no lo hubiera creído, bailando con dos chicas sujetándoles los culos con mis manos y con los dedos metidos entre sus piernas, asombroso. Una de las fiestas que recuerdo con más afecto y en las que más me he divertido fue también hace pocos años, la fiesta de navidad de Maria Cristina, esta amiga colombiana junto con gente de diversas nacionalidades organizaron una cena de navidad en la que pudimos degustar platos de todos los países y cócteles variados. Después de la cena, cada país era representado por una actuación musical, hubo danzas africanas, capoeira brasileña, danzas folclóricas de Colombia y gran cantidad de estilos musicales. En aquella ocasión representé con orgullo a España y la fiesta fue muy divertida, aunque hoy, lamentablemente no siento ningún orgullo de ser español, una empresa de trabajo temporal de mi país le ha hecho una faena tan grave a un sobrino mío, que mi orgullo de español ha desaparecido.

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10. Guadarrama Historias del abuelo III Doy fin con ésta, a una serie de historias hijas del pueblo de Madrid y alrededores, son historias que me contó mi abuelo Tomás en mi infancia, finalizo esta serie con el mismo cariño y especial cuidado que puse al comenzarlas, dando así homenaje a mi abuelo, tan importante en mi vida. Así pues, la historia más reciente que recuerdo de mi abuelo, me la contó con nueve años, allá por el año setenta y ocho del siglo pasado, una historia de un pueblecito cercano a la villa de Madrid, del pueblo de Vallecas. Se trata de la historia del tío mata pobres, quisiera pedir permiso antes al lector para rendir homenaje a dos personas muy importantes en mi vida a las que dedico esta historia, una de ellas al que me la contó, mi abuelo Tomás y otra a su hija, mi madre. El homenaje a mi madre es si cabe más sentido porque sin haber pasado un año de la muerte de su marido, acaba de ser operada y aunque ha salido bien de la operación, han detectado que uno de los órganos imprescindible para la vida, su hígado, está dañado. Con mi deseo de tu pronto restablecimiento y de que el sufrimiento sea el menor posible, te dedico esta historia que tu padre me contó ya hace algunos años, la historia de aquella buena persona, el tío mata pobres, que por medio de su caridad daba al menos un final feliz a sus comensales. El señor Don Amancio Peña Vázquez era un hacendado ciudadano de bien cuyo domicilio se encontraba muy cerca de la iglesia de San Pedro Ad Víncula, en la calle sierra gorda. La historia del nombre de San Pedro Ad Víncula se remonta a la época en la que San Pedro fue encarcelado por el rey Herodes, los fieles no podían soportar la desdicha de tener a la piedra de la iglesia preso y utilizaron su arma más eficaz, la oración. Fue entonces cuando San Pedro recibió la visita de un ángel mientras dormía, el susto de los presentes fue morrocotudo, pero San Pedro, ya algo acostumbrado a presenciar milagros y demás visiones divinas, se levantó quedando milagrosamente liberado de sus cadenas. El ángel condujo a San Pedro a la puerta de la calle, esto me recuerda a mi cuando los entrevistadores de algunas empresas ya cansados de mi insolencia, me muestran el camino de la calle, y de este modo, por mi parte quedo liberado de sus impertinentes preguntas. Así pues, San Pedro quedó liberado de su encarcelamiento y de las cadenas que le ataban, de ahí viene “Ad Víncula”, cuyo el significado latino es encadenado.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Tras este inciso explicativo del origen del nombre de la iglesia del pueblo de Vallecas, cuya torre puede verse desde la carretera de Valencia o desde el barrio de Santa Eugenia, seguimos con la historia de don Amancio, el tío mata pobres. Don Amancio era un hombre de buen yantar, como un servidor, y sufría por aquellos que no tenían la suerte de ser de su linaje y que no tenían un plato de comida que llevarse a la boca. Yo que he podido ver la cara del hambre, puedo entender perfectamente la buena voluntad de Don Amancio, he llegado a sentir mucha pena y dolor cuando hace apenas unos años, pude ver dibujado el hambre en la cara de un niño húngaro vagando por las calles de Budapest. Es la vergüenza que llevamos a cuestas cualquier ciudadano que tenemos para comer, saber que hay gente en el mundo que llora de dolor porque pasa hambre, porque nuestro egoísmo no nos deja ver más allá de nuestras narices, ¡dirigentes de las máximas potencias, que no pase un día más sin hacer algo al respecto! Don Amancio era una gran persona que compartía mis sentimientos, daba de comer al hambriento y de beber al sediento como bien rezan las escrituras, pero tal vez se excedía en su trato amable, y esto acarreaba consecuencias fatales para sus infortunados invitados. Don Amancio era un hombre solitario pero por el contrario muy alegre y jovial, aunque no tenía obligaciones, le gustaba atender las cuentas de sus negocios, lo que le hacía mantenerse distraído y a su vez le permitía controlar cualquier posible irregularidad o injusticia hacia sus empleados. Tuvo la desgracia de perder a su mujer y su hija en un accidente ferroviario y siendo un hombre atractivo, no por su fortuna, sino por su don de gentes y su buen porte, era el viudo más cortejado del pueblo de Vallecas. Además, entre sus pertenencias se encontraba el local de reunión para bailar, lugar que gustaba frecuentar porque era gran amante de la música y aunque tenía como principio esperar a la muerte para reunirse con su amada, le gustaba ver la belleza de las mujeres que le cortejaban sin cesar y ya de paso, se echaba algún que otro bailecito, encontrándose entre sus preferencias, los valses de Richard Strauss. Otra afición que compartía conmigo don Amancio era la tertulia, y qué mejor combinación de aficiones que deleitarse con una exquisita comida acompañado de un tertuliano con el que compartir deliciosos manjares y buenas palabras. No tardó en descubrir que los mejores tertulianos no se encontraban en los teatros o en la ópera, sino en los lugares más pobres de Madrid, era así como a diario ensillaba su caballo y se dirigía hacia los barrios más pobres y entrando en las tabernas, comenzaba a charlar con los asistentes que observaban atónitos la visita de tan insigne caballero.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Fue así como una mañana se dirigió hacia las casas cercanas a la ciudad de Madrid y se encontró en una taberna con un muchacho de buenos modales y cultura refinada de nombre Alejandro. El joven Alejandro era un poeta al que la vida no le había tratado bien, se encontraba en la taberna, como muchos otros, no para consumir, sino en busca de un modo de subsistir yendo a la oficina de empleo utilizada en la época, la taberna. Alejandro era el candidato más adecuado para la empresa que le encomendaba Amancio, hacerle compañía y darle buena conversación durante la comida a cambio de poder saciar su hambre y sed con manjares fuera del alcance de todos los bolsillos. Aceptó el poeta la invitación de buena gana, no pensando en satisfacer su apetito, ya hacía tiempo había dejado de interesarse por su salud y por comer, más bien aceptó a sabiendas de que si comía abundantemente, tendría el tiempo suficiente de acabar su última obra de poesías antes de caer muerto de hambre en algún camino de la vieja ciudad. De camino hacia el pueblo de Vallecas a lomos de Babieca, Alejandro preguntó qué iglesia era aquella cuya torre se veía en la lejanía y don Amancio respondió que se trataba de la iglesia más hermosa bajo la faz de la tierra, la que estaba a las puertas de su casa, San Pedro Ad Víncula. Al llegar a la casa, nuestro invitado por inercia se dirigió hacia la puerta de servicio, pero el mayordomo enseguida le indicó muy amablemente que siendo un invitado, debía entrar por la puerta principal. No podía ni imaginar nuestro poeta Alejandro la cantidad de atenciones de las que iba a disfrutar cuando se abrieron las puertas de la casa, fue recibido por todos los miembros del servicio. Llevaban en sus manos prendas nuevas de vestir y utensilios para aseo, corte de pelo, manicura, pedicura y navaja de afeitar. El traje lo portaba una bella joven que sin duda destacaba del resto, Marcelina, era una joven vallecana de pelo rubio dorado, ojos claros, coloretes en la cara y unas proporciones poco comunes, muy parecidas a las de la escultura de Afrodita, la diosa griega del amor. Pero tal vez, lo que más le gusto de Marcelina, era la cara con la que le miraba, daba la impresión de que ella sentía casi tanta admiración por Alejandro como Alejandro por ella, a pesar de su aspecto andrajoso y de que donde antes había se alojaban unos poderosos músculos, ahora tan solo se podía encontrar aire. Debían ser las once de la mañana cuando llegaron a la casa y fue a las dos y media cuando hizo su aparición en el salón el dios griego de los poetas, Hermes, casi nadie podía adivinar que tras horas de exhaustiva limpieza y vestido adecuadamente, aquel joven se transformaría de aquel modo, aunque, hubo alguien que si lo advirtió antes, la joven Marcelina.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Cuando la mesa estuvo preparada, Don Amancio bajó de su estudio donde se había encontrado ocupado con los quehaceres diarios mientras Alejandro era debidamente aseado y acicalado para sentarse a la mesa. Pudo entonces advertir Don Amancio que Hermes, quiero decir, Alejandro, a pesar de su mala vida, conservaba su dentadura casi intacta y los dientes eran tan blancos que había que apartar la mirada para no deslumbrarse. Mientras charlaban un rato tomando unos aperitivos fríos que había preparado la cocinera onubense que consistían en unos canapés de melvas, de caviar de esturión del Guadalquivir, huevas de choco aliñadas y unas aceitunas de Campo Real todo ello regado con un buen vino de jerez. Aunque Alejandro no tenía un excesivo interés por la comida, el hecho de que llevara días sin probar bocado y que tal vez era la primera y quién sabe si tal vez la última vez que tuviera oportunidad de probar tan deliciosos manjares en su vida, le resultaba tremendamente incómodo y difícil no tirarse a devorar los platos según llegaba a la mesa. Le frenaron sus buenos modales, el agradecimiento y afecto que comenzaba a tener por Don Amancio, eran de agradecer su hospitalidad y trato exquisito, también frenaban sus ansias de tragarse literalmente los platos según eran depositados sobre la mesa el hecho de que quien los portaba era la bella Marcelina y quería causar la mejor impresión a tan encantadora dama. Enseguida encontraron un tema de conversación interesante para ambos, los antiguos poetas griegos. Dieron un repaso a la dulce muerte de Píndaro que cayó en un profundo sueño del que jamás despertó depositando su cabeza sobre las rodillas de su discípulo Teónemes. Hablaron de Tirteo sabio consejero que cantando acompañado por una flauta lanzaba al viento odas al amor, el valor y el honor. Con tan nobles cánticos apaciguaba los ánimos de los espartanos que andaban algo revueltos allá por el siglo siete antes de Cristo. Mientras hablaba de estos temas tan interesantes con Don Amancio, cruzaba miradas de complicidad con la porteadora de los manjares, la bella Marcelina cuyos colores se avivaban cuando se aproximaba a aquel poeta enviado del cielo, que con sus bellas palabras adornaba el salón. Fue entonces, estando muy cerca de su diosa del amor, cuando pronunció el nombre de Safo, poetisa que supo valorar tanto el amor y lo buscó incesantemente y entonces fue cuando recordó las palabras que cantaba a las bellas jóvenes de Lesbos acompañadas del sonido mágico de su arpa, recitó a la bella Marcelina unos versos que la dejaron sin respiración: Alejandro:

Temible Venus, adorada en Chipre, Que en engañar a los mortales gozas, Deja a Pafos y ven, tus aras deja, Y a calmar ven del alma las congojas.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Don Amancio advirtió la complicidad entre ambos jóvenes y entonces recordó a su amada y a su pequeña que en el cielo aguardaban su llegada, recordó aquellos momentos en los que él también recitaba poesía a su amada y ella sonrojaba bajo su atenta y enamorada mirada. Tras el aperitivo tan ilustrado y apasionado, pasaron al comedor en el que había una mesa casi tan larga como una limusina, fue entonces cuando pensó Alejandro que no hablarían demasiado al estar los asientos de cada uno de los dos comensales a unos siete metros de distancia. Yo me vi en una circunstancia similar al regreso de uno de mis viajes a las Islas Canarias, estaba esperando que me recogieran para llevarme al aeropuerto de los rodeos cuando apareció una limusina y salió un señor mayor que me preguntó que si era yo Miguel Ángel Sáez. No hay mayor placer que probar lo nuevo y estaba a punto de hacerlo, al igual que la primera vez que monté en hidroavión, esto me resultó muy excitante. Casi sin pensarlo, inmerso en mis pensamientos y en la emoción de aquel instante, me fui a sentar en la parte trasera de la limusina. Cuando arrancó pensé que tal vez me había sentado demasiado atrás aunque imagine que aquel señor mayor apenas me daría conversación, me equivoqué, estuvimos charlando, no, que digo yo, gritando todo el trayecto desde el sur al norte de la isla de Tenerife. Aquel señor me dijo que ese mismo año se jubilaría, había comprado una auto caravana y tenía la intención de viajar a conocer la península, me preguntó por los sitios que le recomendaba ir a visitar, hablamos tanto que apenas me había subido a la limusina cuando ya habíamos llegado al aeropuerto, fueron unos setenta kilómetros, pero se me pasaron rapidísimo en tan grata compañía. También se equivocó Alejandro con su anfitrión, hablaron largo, tendido y muy extendidos en aquella enorme mesa, sobre ella depositaron comida para al menos veinte personas y mientras hablaban, podían degustar exquisitos manjares manteniendo la copa siempre llena del vino más adecuado a cada alimento, servido con maestría por el mayordomo, Don Julián. Apenas se dio cuenta que pasaba el tiempo y debieron pasar horas, puesto que Don Amancio hacía mucho rato que había terminado su postre y Alejandro estaba terminándose lo último que le quedaba en la mitad de la mesa que le correspondía. También se percató que tal vez se había excedido con la cantidad de comida y la bebida ingeridas, porque había terminado con toda la comida de su mitad de la mesa mientras que Don Amancio no había comido más que dos platos y bebido tan solo dos o tres copas de vino. Alejandro aprendió en su casa, que siempre debía comer todo lo que se pusiera sobre la mesa y así lo hizo, en cuanto a la bebida, se metió tres botellas de vino para regar su esquelético cuerpo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Al terminar de comer, pasaron de nuevo a la salita donde habían tomado los aperitivos y les sirvieron dos copas de coñac del tamaño de una cabeza humana y dos puros habanos. Era evidente que Don Amancio había comido y bebido mucho menos, pues seguía hablando con mucha soltura como al empezar la comida, tras terminarse las copas y los puros, dados los evidentes efectos de somnolencia que estaba provocando la inmensa comilona en Alejandro y como ya comenzaba a anochecer, Don Amancio le ofreció quedarse a pasar la noche en casa, invitación que Alejandro aceptó de buena gana. Estuvo durmiendo varias horas soñando con la bella Marcelina y tuvo el despertar más bello que jamás antes había tenido, le despertaron unas manos calientes que le acariciaban la cara y se estremeció al notar que esa piel tan suave no tocaba solo su cara, sino todo su cuerpo. Se fundieron Hermes y Afrodita en un abrazo tan largo que duró tal vez más tiempo que la gran comida, entonces Alejandro era consciente de que le había tocado la musa a la que tanto había escrito poemas de amor, ella le había enviado un emisario a buscarle, Don Amancio, que le había proporcionado todo aquello de lo que carecía, aquello que no tenía por haber sacrificado toda su vida a la poesía. A la mañana siguiente, Alejandro despertó con un sobre en la mano, lo abrió, era una carta de su amada que le explicaba con todo lujo de detalles todas las horas de la semana en que ella quedaba libre del servicio para poder citarse. Encima de la ropa encontró un contrato firmado por el director de una editorial que le contrataba para publicar todas las obras que hasta el momento hubiera escrito. Se despidió de la casa, agradeciendo al emisario de su felicidad, Don Amancio, todo lo que había hecho por él, con discreción hizo un gesto cortés para despedirse de la bella Marcelina, ahora su amada y se dirigió a la calle. Entonces entró en la iglesia de San Pedro Ad Víncula a agradecer no sabía aún muy bien si a las musas, a San Pedro, a los dioses o a quién fuera, todo lo ocurrido. Al salir de la iglesia, un señor se le acercó asombrado y le dijo que le había estado observándole y era muy afortunado de ser de los pocos comensales que habían salido con vida de la casa del tío mata pobres. Le explicó que el adinerado vallecano acostumbraba a invitar a comer a los pobres y un día invitó a su primo Sebastián a un cocido cuando éste llevaba días sin comer, su primo quería comer poco por cortesía pero el tío mata pobres insistió en que comiera todo lo que quisiera, no pudo evitar comerse el cocido completo muriendo de un empacho. Tras su fallecimiento y el de otros tantos invitados, en Vallecas fue conocido como el tío mata pobres. Alejandro fue un poeta de fama reconocida y se casó con la bella Marcelina teniendo catorce hijos sanos y fuertes hijos del amor y de la poesía.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori La urba Se acercaba la primavera del año setenta y ocho del siglo pasado cuando un sábado nos despertó mi padre un poco antes de lo habitual para ir a una nueva casa que habían comprado en la sierra de Guadarrama. Antes de continuar, quiero narrar una anécdota ocurrida a mis veinticinco años, entonces ya habían pasado muchos años desde la primera vez que fui a la urba y se me ocurrió que podríamos celebrar mi cumpleaños en la sierra y luego podríamos pasarnos por la casa de la urba a hacer una jam session. Entre los invitados se encontraba uno de mis ya populares amigos que a veces se paga las cañas y también un compañero de trabajo, comenzaron a debatir sobre la suerte que algunos tienen de que sus padres tengan dinero para comprarse una casa en la sierra, mientras sus padres, que eran unos trabajadores, no podían permitirse ese tipo de lujos. Es ahora cuando me gustaría analizar las palabras de aquellos deleznables invitados y así poder aclararles sobre papel, que me expreso mejor y tal vez osen leerme, lo que traté de explicarles en aquel momento en el que trataron de herirme con sus palabras venenosas. Lo primero que quisiera aclarar es que mis padres no tenían dinero porque les hubiera caído del cielo, tal vez algunos tenga esa suerte, pero lo que quiero que quede clarísimo es que mis padres tuvieron que trabajar duro para conseguir dinero, del mismo modo que me ha ocurrido a mí. Aquellos invitados, cegados por ese mal común que merece todo mi desprecio llamado envidia, trataron tergiversar la realidad con su palabras con el único propósito de herirme, no lo lograron porque me di cuenta de su propósito de causar daño desde un primer momento, incluso se las agradecí, porque me hicieron recordar que mis padres han sido mi modelo, mi mejor ejemplo en muchos aspectos y como no, también en el trabajo, han sido de las personas más trabajadoras que he conocido. Espero haber aclarado la primera duda, si mis padres obtuvieron dinero para pagarse una casa de veraneo, fue trabajando muy duro para conseguir pagar ladrillo a ladrillo con el sudor de su frente. Lo segundo que quiero aclarar, es que la palabra esfuerzo no es propiedad privada de aquellos que obtienen escasos ingresos por su labor diaria, eso es completamente falso. Decir que aquel que menos dinero gana por su trabajo es el que más se esfuerza y que el que más dinero gana por su trabajo es el que se lo lleva sin dificultad es un error que conviene aclarar. Hay vagos, pero con independencia de sus ingresos y de su categoría laboral. Volvemos a poner etiquetas a las personas, juzgamos sin conocer por la condición social o el nivel económico, si los envidiosos comenzaran a esforzarse más en lugar de criticar, matarían dos pájaros de un tiro.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori En primer lugar, se desharían de inmediato de esa envidia que les corroe y por otro lado es muy probable que tras logar ese crecimiento económico que tanto ansiaba, se dieran cuenta que no es lo más importante en la vida, hay valores mucho más importantes que el dinero. Puedo asegurar que aquella nueva casa que estaba a punto de conocer a mis nueve años de edad, se adquirió por el esfuerzo de un pediatra y una maestra que vieron la recompensa de su esfuerzo en aquel maravilloso lugar donde hemos pasado una parte muy feliz de nuestra vida. De regreso a mis nueve años, nos subimos toda la tropa en el Renault doce verde familiar, ganado también con mucho esfuerzo y pusimos rumbo a la sierra de Madrid. No habíamos hecho más que salir cuando nos adelantó un mercedes azul marino justo antes de incorporarnos a la carretera de la Coruña. Aquel coche lo conducía un hombre con el pelo rubio y rizado, a su lado iba mujer bella y elegante con un gesto dulce en su mirada, en la parte trasera del coche iban tres niños de cabellos dorados con los que cruzamos nuestras miradas al poco rato cuando dijo mi hermano Fernando, anda mira, pero si son los reyes. Según íbamos avanzando por la carretera de la Coruña, me comenzaba a inquietar, yo creía que la casa que habían comprado mis padres era una que habíamos visitado días atrás en Pozuelo de Alarcón, localidad muy cercana a Madrid, pero me di cuenta de que estábamos yendo bastante más lejos que la otra vez. La urba, como cariñosamente llamamos a aquella urbanización de viviendas de fin de semana, estaba a cincuenta kilómetros de nuestra vivienda habitual, con lo que desde nuestra casa a nuestra “Sáez’s End” (casa de fin de semana de la familia Sáez), había alrededor de media hora siempre que el tráfico fuera fluido. Cuando siendo ya mayor he estado en un lugar al que había ido antes en mi niñez, he tenido la extraña sensación de estar en un lugar mucho más pequeño del que recordaba. De niño tenía también la sensación de que el tiempo corría infinitamente más despacio, era solo media hora de trayecto y ya empezaba a estar cansado de tanto coche. Poco después pude saber que aquella casa que habían comprado mis padres, estaba muy cerca de la casa que mis tíos tenían en Cercedilla, aquella casa que había visitado muchos fines de semana durante mi niñez antes de que tuviéramos la casa de Guadarrama. Al llegar a la urba, mis ojos se abrieron de par en par, el coche disminuía de velocidad y mi padre ponía el intermitente que indicaba un giro a la izquierda, entramos a diez por hora en la urba respetando la señal de tráfico de la entrada y observamos atónitos el mensaje de bienvenida a la urba: “Piso Piloto, Informéese áqui”

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mirando aquel mensaje de bienvenida imaginé el coscorrón que me hubiera llevado en el colegio de haber sido yo su autor, pero como había sido obra de alguna persona mayor, a nadie pareció importarle semejante patada al diccionario de la lengua española y permaneció sin corregir hasta que se derribó la caseta del piso piloto. La velocidad de crucero de diez por hora de nuestro coche entrando en la urba, nos permitía observar con todo detalle por donde pasábamos, entrando en la urbanización a mano izquierda se podía ver el campo de fútbol, algo que no me llamaba en exceso la atención porque sabía que mi futuro estaba lejos de estar entre los galácticos. Pegado al campo de fútbol se hallaba la cafetería de la urba y un poco más adelante había bloques de pisos de dos plantas numerados desde el 1. De este modo, los nuevos amigos que estaba a punto de conocer, llevaban asociados el número de bloque en el que vivían, tenía amigos en los bloques 1, 3, 4, 9, etcétera. Cuando el coche comenzó a dar su primero giro de noventa grados, pudimos observar la caseta del piso piloto portando con orgullo aquel mensaje de bienvenida que provocó la risa de todos nosotros las primeras cien veces que entramos a la urba. Tras las cien primeras veces, nos fuimos acostumbrando a aquel mensaje tan gracioso que se convirtió en algo identificativo de nuestra urba, como una bandera, hasta que años más tarde fuera derribada la caseta para construir bloques nuevos de viviendas en el centro, los que comenzamos a llamar los bloques del centro. Una vez finalizado el primer giro de noventa grados de nuestro coche, pudimos ver a mano derecha las canchas de tenis, nunca había jugado al tenis, pero pude comprobar tras recibir mis tres primeras clases que nunca llegaría tan lejos como nuestro Rafa, aprovecho para darte mi enhorabuena, ¡Rafa campeón! A mano izquierda había maquinaria de construcción y muchos motovolquetes (dumper) con los que más tarde nos iríamos de excursión metidos en el volquete por los caminos de la sierra. Justo antes de dar nuestro segundo giro de noventa grados (la urba tiene forma de cuadrado), nos encontramos de frente la piscina, si la primera atracción (el fútbol) y la segunda (el tenis) no llegaron a calar en mí, sin embargo la natación siempre me ha gustado, aún hoy en día no es difícil ir a la piscina de la urba y encontrarme nadando en ella. Tras este segundo giro de noventa grados, a mano derecha pudimos ver más bloques de viviendas entre los que se encontraba el nuestro, por ello mi padre giró el coche hacia las marquesinas de la izquierda para aparcar, bajamos toda la tropa a conocer nuestra nueva casa. Cada uno portando nuestro pequeño equipaje nos dirigimos hacia la entrada.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Un Camino estrecho conducía a la entrada de nuestro bloque y del bloque contiguo al nuestro, al comienzo de ese camino a mano izquierda había un pequeño pino que siempre que salíamos a la calle mi hermano Javi y yo, teníamos por costumbre saltar por encima suyo. Esto no debió gustarle demasiado al pino porque creció y creció tanto, que a día de hoy deberíamos medir cerca de quince metros para poder saltar por encima de él. Al final del camino, a mano derecha, estaba la puerta de entrada de nuestro bloque, entramos y subimos a nuestra nueva casa. Era la primera vez que veía una casa nueva sin muebles, tenía únicamente una bombilla sin lámpara en cada habitación, el olor a nuevo, ver cada puerta y cada pared sin un solo rasguño, ya estaba empezando a gustarme la nueva casa. La casa tenía un recibidor y la cocina de frente, a la derecha al abrir dos puertas asomaba un salón enorme en cuyo centro había una chimenea. Una vez cruzado el salón, tras abrir una puerta, había un pasillo desde el cual se ramificaban las habitaciones y los cuartos de baño. A la derecha del pasillo se encontraban los cuartos de baño, a la izquierda las habitaciones que serían para mis hermanas, la de mis padres y de frente, la habitación del abuelo, mi hermano Javi y mía. Al ser una familia tan grande, quedaba el problema de donde ubicar a mis dos hermanos mayores, pero enseguida uno tomó el salón con su sillón plegable como habitación y el otro el trastero, que era una habitación aún más grande que el salón y más alta, por encontrarse en el tejado del bloque. En aquella primera visita a nuestra nueva casa, al no estar aún la casa amueblada, pusimos un mantel sobre el suelo y comimos como los indios, esto me pareció muy divertido y deseé que tardaran mucho en traer los muebles por lo divertido que resultaba comer tirado por los suelos. Después de comer, salimos a inspeccionar el terreno. Al salir de casa y recorrer el camino de entrada pudimos ver a mano derecha más bloques de viviendas, es decir, el tercer lado del cuadrado que formaba la urba, por este lado he caminado infinidad de veces desde mi casa al bloque tres, el de un amigo que se encontraba al final del tercer lado del cuadrado de la urba. En aquellos primeros años de democracia, años de cambios en los que se podía ver infinidad de chicos con el pelo largo y chicas vestidas como las indias de América, a lo hippie, España comenzaba a abrir sus oídos tímidamente al resto del mundo. Los mayores de la urba eran todos los que tenían la edad de mis hermanos mayores, yo pertenecía al grupo de los enanos. Recuerdo que siempre que podíamos, nos colábamos en las fiestas de los mayores que hacían sus Jam Session cantando canciones de Bob Dylan. Los enanos tocábamos canciones de Asfalto, de Los Secretos o de Silvio Rodríguez detrás de las canchas de tenis.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Maite Mi afición por la música comenzó en aquel año del setenta y ocho, no era un chico común, no me apasionaba el fútbol, nunca he seguido la liga de fútbol aunque puedo ver un partido de la selección española o del Real Madrid, eso sí, lejos de sentir orgullo por ser español o madrileño, a día de hoy no me considero ciudadano de ninguna parte, una partícula en el universo. Llegó el verano y me enamoré, había experimentado un año antes en los cursillos de catequesis cierta atracción por alguna chica, pero lo que sentí ese verano era totalmente diferente, nada que ver con una mera atracción física, eso era agua pasada, ahora comenzaba a experimentar nuevas sensaciones. Aquel verano conocimos mi hermano Javi y yo a dos nuevos amigos de nuestra edad en la urba, como nosotros, ellos eran también hermanos, Jaime y Alberto, nuestros vecinos. Se celebró el cumpleaños de Jaime en su casa, entonces pude ver la niña más bella que hasta aquel entonces mis ojos habían podido ver, era la prima de mi amigo Jaime, Maite. Fue un cumpleaños divertido, con abundancia de comida como lo habían sido años atrás los cumpleaños de mis amigos de Madrid Alipio, Toni y Julito. Sin embargo, esta vez el pequeño Miguelito no tenía demasiado apetito, alguien estaba observando cada uno de sus movimientos y le incomodaba mucho, se trataba de la bella Maite. Al acabar el cumpleaños, cuando llegó el momento de soplar las velas, Maite ayudó a soplar a su primo y pidió un deseo en voz alta que provocó que mi cara enrojeciera casi al instante de pronunciar aquellas dulces palabras. Mi deseo es que mi novio, que es Miguel, el que está sentado al lado de Jaime (por si hubiera lugar a dudas), me de un beso muy grande. Tras esta curiosa declaración de amor, si ya de por sí mi despiste innato me hacía ser algo torpe, mi torpeza creció hasta el extremo de llegar a tropezar varias veces hasta llegar a mi casa. Desde aquel momento Maite y yo nos hicimos inseparables, íbamos en la bici juntos a todas partes, incluso habían dejado de tener importancia alguna para mí las burlas de mis hermanos, que cuando me veían decían, Miguel tiene novia, a lo que tranquilamente respondía, si, ¿y qué pasa?. Otro momento que difícilmente olvidaré fue la invitación de los padres de Maite a tomar arroz con leche. Fueron sin duda este momento y el del cumpleaños soplando las velas, los momentos en los que pasé más vergüenza de mi infancia, pero es cierto que mereció la pena pasar el trago. Fue un verano muy entrañable, lleno de recuerdos muy bonitos, embriagado de nuevas sensaciones que no había experimentado nunca antes, uno de los momentos más bellos que recuerdo fue una excursión a Navacerrada.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori No recuerdo muy bien si mi admiración por Ginger Rogers vino antes o después de conocer a Maite, el caso es que siempre encontré un gran parecido entre estas dos estrellas. Pero como todas las historias de amor que he vivido hasta el momento, tenía su principio y su fin, aunque mis deseos siempre fueron otros, siendo de la creencia de que existe un amor que no conoce fin, el que por fin he encontrado y vivo en la actualidad con mi mujer. El fin de aquella historia de amor llegó ese mismo verano, vino y se fue con la misma rapidez con la que entró en mi vida, fue un amor fugaz pero realmente bello e intenso mientras duró. Ahora viene un momento delicado de mi obra, quiero contar al lector lo que desencadenó aquel final sin desvelar nada comprometedor, a ver cómo me las apaño, creo que nada mejor que hacerlo que por medio de otra historia. El motivo que causó el final de esta bella historia de amor es confidencial, ¿o tal vez no?, el caso es que considero que es conveniente que sea un secreto que se vaya conmigo a la tumba, es lo que decidí con tan solo nueve años y hoy en día sigo pensando del igual modo. La historia en la que voy a basarme para explicar el final de aquella breve pero apasionada historia de amor, es una que me contó mi padre cuando era pequeño, este relato se ambienta en la ciudad canadiense francófona de Quebec, la cual visité más adelante, en el año noventa y nueve. Esta historia comienza cuando un sacristán intenta robar en una casa pero es sorprendido por su dueño que le reconoce, el sacristán le asesina para evitar que el dueño pueda denunciarle. Tras el suceso, el sacristán acude a la iglesia y confiesa a un sacerdote el asesinato que acaba de cometer. El sacerdote, antes de serlo, estuvo enamorado de una mujer, pero él tuvo que marchar a la guerra y ella creyendo que ya no volvería, se casa con otro. Sin embargo el regresa y al enterarse que su amada ya se ha casado, decide ordenarse sacerdote. Poco después se produce un encuentro fortuito entre el recién ordenado sacerdote y su amada, no pueden evitarlo y se dejan llevar por la pasión, ella comete adulterio y él rompe su voto de castidad, no pueden imaginarse que alguien les está vigilando, alguien que no duda en chantajear a la pareja. La policía descubre que el asesinado era quien chantajeaba al sacerdote, esto convierte al sacerdote en principal sospechoso y aunque conoce la identidad del asesino, no puede denunciarlo por secreto de confesión. Para la policía el móvil del asesinato está muy claro, el sacerdote movido por el temor a que se descubra su escarceo amoroso, decide acabar con el chantajista. Lo que no sabe la policía, es que el asesino es el sacristán. Así pues, esta historia puede servir como explicación, por fe puedes llegar a guardar un secreto incluso a riesgo de ser acusado de asesinato.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mi juramento era distinto, una historia diferente con un mismo fondo, querer guardar un secreto movido por unas convicciones. Tuve que distanciarme de Maite por un juramento que hice a una persona que me lo pidió con unos argumentos razonables, lo más duro de este juramento fue tener que lidiar con la incomprensión por parte de Maite. Así pues, la misma tarde que hablé con aquella persona, sellé mi juramento de dejar de ver a Maite y de no desvelar la identidad de la persona que me pidió que lo jurase, esa misma tarde fue la última vez que hablé con Maite, la tarde de mi despedida. Pasaron los primeros días y Maite me perseguía, se hacía terrible aquella situación, con tan solo nueve años, desear estar con una persona y tener que fingir que de repente se había convertido en una extraña para mí. Lo que hubiera dado por leer lo que pasaba por su pequeña mente, tan solo deseaba que no sufriera tanto como yo, con los años supe por un tío suyo, que se casó y tuvo hijos, imagino que debe ser muy feliz. El destino hoy me brinda la oportunidad de hablar con ella, por las referencias no hay lugar a dudas que se trata de ella y que muy probablemente por ironías de la vida resida en mi mismo barrio, pero, ¿con qué objeto iba a hacerlo, para qué? Hoy no tiene ningún sentido hacerlo, ella tiene su vida y yo tengo la mía, no cambio por nada lo que me rodea, tengo una mujer maravillosa y es con ella con la que deseo estar, deseo pasar toda la eternidad con mi mujer, lo mismo que deseaba cuando tenía nueve años con Maite. Desde aquel día que las circunstancias me obligaron a esconder mis sentimientos, pasaron muchos días y muchos años pensando en ella, los intentos por tratar de pensar en otra mujer eran en vano, cuando trataba de olvidar, me aparecía su imagen. Recuerdo una ocasión, siendo ya jóvenes, me crucé con ella y me saludó, yo la saludé y me quedé mirando embobado aquella cara tan bella, o quizá más bella aún que cuando era niña, éramos jóvenes y no tenía ya ningún sentido continuar con aquel silencio, pero simplemente, no se me ocurría nada que decirle. Como iba a olvidarme de dedicar una parte de mi biografía a esta persona que fue tan importante en mi vida, a Maite, a ti te dedico estas letras y a tu descendencia que a buen seguro son tan maravillosos y guerreros como tú. A ti Maite te digo que si un día desaparecí de tu vida, hubo unas razones muy nobles, tan nobles que me sorprendo que un pequeño de tan solo nueve años pudiera cumplirlas, si pude cumplir mi juramento, sin ninguna duda, fue por amor. Más el cielo es inteligente y me recompensó por mi nobleza con algo que da sentido a mi vida, amo y soy amado, ¿qué más se puede pedir?

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11. Beso, morreo o revolcón Trovador de asfalto Hoy es veintisiete de enero, un día como hoy del año veintinueve del siglo pasado nació mi padre. El pasado mes de marzo nos dejó para reunirse con la parte de mi familia que está en el cielo y se me ocurre como mejor regalo de cumpleaños dedicarle este día de trabajo, regalarle mi esfuerzo y con ello demostrar que sus enseñanzas fueron escuchadas, parte de él está en mi. El pasado sábado me pasé por el cementerio con mi mujer y dejé unas flores donde se encuentran sus cenizas, esto fue a título conmemorativo pues se que allí tan solo está el polvo, él mismo me lo dijo muchas veces, en polvo eres y en polvo te convertirás, pero también me enseñó que el alma continúa y es a ella a la que le dedico mi esfuerzo diario. Ya que mi esfuerzo en estos días está orientado en su mayoría a la escritura, pueden ustedes disfrutar de mi máxima dedicación y empeño en su desarrollo con el cariño de un hijo hacia su padre. No me atrevo a juzgar la calidad del resultado de este trabajo, pero si a asegurar que cada palabra lleva un latido de mi corazón, un sentimiento de amor y admiración profunda hacia mi padre y al resto de mi familia, obtengo un gran beneficio espiritual llenando mi tiempo con este particular viaje a mi pasado. Quisiera también dedicar muy especialmente este día de esfuerzo a mi madre, porque sé que si para mí hoy es un día triste y duro, para ella lo es más, no solo por la tristeza de ser el primer cumpleaños de su marido en el que está separada de él, sino por el agravante de su estado de salud no es todo lo bueno que deseara, en espera de que dentro de dos días le den el resultado de una prueba en la que te comunican si tu vida llega a su fin o no. Yo tuve ocasión de vivir esa experiencia hace años, me enfrentaba a la prueba del sida y cuando llegué al médico que me debía comunicar el resultado, sentí el sudor helado en mi frente al tener la impresión de que el médico temía enfrentarse al duro trago de tener que dar tan terrible noticia. Tuve que ser yo quien le preguntara sin dar más rodeos, ¿cuál es resultado de la prueba del sida?, a lo que respondió, negativo. Fue un gran alivio oír salir aquella palabra de los labios del médico, el mejor negativo que jamás haya escuchado, pero a su vez me preguntaba, ¿acaso no comprendía el doctor que tal vez podría llevar días sin dormir en espera de aquel resultado decisivo que tal vez me dijera que mi vida iba a truncarse? Sirva pues mi dedicatoria a estos dos grandes maestros, probablemente las dos mejores personas que he conocido, mis padres. Por fortuna puedo viajar ahora en el tiempo, cuando todo era diferente, al año setenta y nueve del siglo pasado, cuando tenía diez años y mis padres eran dos jóvenes sanos y fuertes, exultantes de energía y felicidad.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Era semana santa y mi madre al ser maestra tenía vacaciones como nosotros, esto nos permitía ir a la urba de Guadarrama a pasar la semana santa entera, sin embargo mi padre vendría más tarde, ya para los días festivos, desde el jueves al domingo. El grupo de los enanos éramos unos quince, durante muchos años guardé en mi cartera una foto que nos hicieron para un libro, estábamos haciendo una torre como la de la serie de televisión “Con ocho basta”. Perdí la cartera en un concierto en el rockódromo y aquella foto, aun así aún recuerdo el aspecto que teníamos entonces, la foto la formábamos Jesús, Quique y su hermano Nano, Leo, Jacinto, Pablo y su hermano Sergio, Manolo, Juan Carlos, mi hermano Javi y yo. Éramos los mismos de la foto, los que una tarde nos compramos un litro de cerveza cada uno y nos fuimos a un parque a bebérnoslo, nos gustó tanto la idea que también lo hicimos alguna vez por Madrid, fue nuestra idea posiblemente uno de los focos donde se originó la que más adelante se dio por llamar la moda de la “Litrona”. Pero como con diez años no bebíamos nada más que en contadas ocasiones, algo había que hacer para entretenerse, aunque en ocasiones nos relacionábamos con chicas, ignoro por qué circunstancia, en nuestro grupo de amigos solo había chicos. Alguno de nosotros había oído hablar de un juego, resultaba muy apropiado para comenzar a entablar relación con las enanas de la urba, se trataba del beso, morreo o revolcón. Entonces fuimos a nuestro cuartel general, detrás de las canchas de tenis, seguidos de las enanas llevadas por la curiosidad del nuevo juego del que les habían hablado. Cada uno de los enanos pusimos nuestros nombres en un papel con bolígrafo azul, cerramos el papel y pusimos una marca azul una vez cerrado, las enanas hicieron lo mismo pero escribiendo su nombre y marcando su papel con un bolígrafo de color rojo. Ya estaba todo listo para comenzar el juego, mezclamos los papeles marcados de rojo y azul, los metimos en una bolsa y el juego dio comienzo, cada chica sacaba un papel rojo y otro azul y una vez descubierta la pareja resultante, la chica elegía darle un beso, un morreo o un revolcón al chico. Si la chica elegía beso, le daba un beso en la mejilla, si elegía morreo, le daba un beso en los morros y si quería un revolcón, le pegaba un revolcón al chico en el suelo que lo dejaba sin sentido. No sé porqué extraña razón, algunos se quedaban retozando en el suelo, mientras el resto miraba, al final se votó por unanimidad que el juego no era excesivamente divertido, sobre todo, para los que le tocaba quedarse de pie mirando.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Otra de nuestras ocupaciones preferidas era ver películas en la tele, por aquella época echaron una en la que unos vikingos viajan a tierras más cálidas en busca de una campana de oro gigante. La parte más interesante de la película viene cuando siendo capturados los vikingos por los musulmanes, éstos escapan y en su huída se dan de bruces con las numerosas esposas del sultán. Fue entonces cuando los vikingos comienzan una pintoresca invasión al grito de ¡vikingos, a por ellas! , desde que vimos la película, decidimos que era mucho más divertido el juego de perseguir a las enanas que jugar con ellas, cada vez que veíamos a las enanas jugando, uno de nosotros gritaba, ¡vikingos, a por ellas! No sabría decir quién era el que mejor se lo pasaba, si los perseguidores (los enanos) o las perseguidas (las enanas), el caso es que al final acabábamos todos tirados por los suelos muertos de risa. Pero entre todos aquellos juegos, había otra afición que había calado en mí profundamente, era la de tocar la guitarra y cantar canciones. Hace unos días pude escuchar una grabación de entonces y me llamó la atención en tono de canción protesta que le daba, podría haberse confundido con alguno de los cantantes de la época a no ser por mi agudo tono de voz. Fue así como dejamos de perseguir a las enanas para cantar canciones detrás de las canchas de tenis y así surgió un nuevo trovador de asfalto, este juego perduró con los años, incluso veinte años más tarde, algunos de los enanos ya algo más creciditos, rememoramos una de aquellas Jam Sessions pero esta vez dentro de mi casa. Durante mi niñez y juventud, los sábados por la tarde echaban películas en televisión y era muy común ver en cualquier familia a todos reunidos frente al televisor, como entonces tan solo había dos canales y el más visto era el canal uno, todos veíamos la misma película. Bueno, a casi todos, yo no solía ver películas los sábados por la tarde, porque me gustaba más escuchar música e interpretar canciones, una ocupación que me resultó de enorme utilidad años más tarde, cuando recibí clases del guitarra flamenca, la costumbre que había adquirido con los años de escuchar e interpretar fue la causa de que haya recogido un material de un valor incalculable, el cual estoy dando forma para exponerlo al público. A la par que escribo mi biografía, escribo el primer tomo de una serie de ocho que recoge seis años de aprendizaje de manos de uno de los grandes del flamenco en una obra denominada Mi flamenco. Son muchos los sobrenombres que me he llevado por esta afición que comenzó un buen día cuando apenas sabía a andar y me subí a una silla para tocar con mis diminutos dedos la guitarra de mi hermana, el sobrenombre que recuerdo como más llamativo fue el de yuppie rumbero, aunque es cierto que me sigue gustando la rumba, de yuppie no tengo nada, al menos ahora.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Aunque el fútbol no es una de mis aficiones, estoy convencido que a todo aquel que le guste este deporte, si llega a practicarlo, lo vive con mucha más intensidad que si únicamente es un mero espectador. Con la música ocurre lo mismo, cuando se interpreta se vive y se siente cada nota que se emite, como si se estuviera interpretando un papel en una obra de teatro, el músico es capaz de sentir y meterse en el papel de la historia que está interpretando. Recientemente pude leer cómo algunos antiguos poetas griegos recitaban poesías a su pueblo en plazas públicas acompañados por un flautista, un poeta y un músico entreteniendo a la mujer que ansiaba ser amada o al guerrero que requería grandes dosis del valor para enfrentarse a la guerra. Han sido numerosas las ocasiones en que hemos sacado las guitarras del maletero del coche y hemos cantando nuestras canciones, recuerdo con especial cariño una vez que tocamos en la plaza del pueblo de los Molinos en la sierra de Madrid. Otro lugar maravilloso en el que toqué que tiene una acústica buenísima y en donde se respira una paz y tranquilidad de siglos, es en el teatro romano de Mérida, un espacio mágico en el que interpretar una obra o escuchar con total claridad cada nota que emite un instrumento. Un paraje natural que haría las delicias de cualquier músico que guste de los placeres del eco y la mezcla de sonidos llegando a creer que es mágico algo tan real como la vida misma, es en las hoces del río Duratón, cuyo público es de lo más curioso, los buitres leonados que allí habitan. Hay tantos lugares en los que trovar al viento, tienen la naturaleza y la música una gran complicidad como he podido observar a lo largo de los años, ¡Quién me iba a decir que podría enseñar flamenco a una hurraca! Esto ocurrió en mi casa de la urba en Guadarrama, había puesto un trozo de gomaespuma cerca del puente de la guitarra para ensordecer las cuerdas y así ejercitar los dedos ganando mayor fuerza. Me encontraba haciendo ejercicios, debido a la acción de la gomaespuma sobre la cuerda, el sonido que emitía la guitarra era sordo y fue entonces cuando de repente escuché otro sonido como si se tratara de un eco, diferente a la guitarra, un sonido que venía del exterior de mi casa. Me asomé a la ventana y vi a una hurraca mirándome fijamente, esperando a que continuara aquella curiosa clase particular, entre de nuevo en la habitación y proseguí con mis ejercicios: Guitarra: Hurraca:

Ta Ca Tá - Ru Ca Tá. Ta Ca Tá Ru - Ta Ca Tá - Ta Ca Tá

La hurraca necesitó varias horas de práctica, pero al final me sorprendió con un Ta Ca Tá - Ru Ca Tá, a lo que añadí el correspondiente ¡Olé!

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori En mi afán de lanzar notas al viento en soledad, una vez me dirigí a un lugar donde pensé que no tendría público, solos mi guitarra y yo, con los árboles de la serranos de fondo, anduve buscando y encontré un lugar muy tranquilo de bajada a Segovia pasadas las siete revueltas, en la boca del asno. En aquella época me encontraba a la última en cuanto a flamenco se trataba, aunque no me dedicaba a ello, todos los sábados asistía a una clase y durante la semana practicaba todo lo que había aprendido. Mi buena preparación motivó que estuviera alrededor de dos horas tocando una serie de palos de flamenco, de todo un poco y al terminar metí la guitarra en la funda e inicié mi camino de regreso hacia el coche, cuál fue mi sorpresa cuando a la vuelta de la roca en la que estaba sentado, había ocho vacas mirando muy atentas hacia donde yo estaba. Me preguntaba cómo habrían sido capaces de no haber causado el más mínimo ruido durante las dos horas que allí estuve, hubo un momento en el que dudé si aquella imagen era real o tal vez había estado sentado encima de algún hongo serrano que pudiera haber causado en mi un efecto alucinógeno. Llegué a pensar esto porque había oído que las brujas de la sierra en las noches de luna llena, se untaban ungüentos fabricados a base de cierto hongos alucinógenos que les provocaba tales efectos que les hacía volar sobre sus escobas, danzar y realizar actos lascivos hasta el amanecer. Por suerte para las vacas, los efectos de los hongos no fueron tan exagerados como para llegar al extremo de la lascivia, tan solo me abrí paso entre el ganado, me metí en el coche y pensé ¡pero qué público más serio tengo que no dice ni mu! Cuando eres un niño de diez años, aunque para el resto del mundo, eres un cero a la izquierda, no solo no lo eres, sino que además eres una persona que tiene un don del que carecen la mayoría de los mayores, la observación. Muchas tardes eran en las que se me podía ver, bueno, siempre que se fuera un poco observador, por la plaza del Callao en cuyos aledaños trabajaba mucha gente por la calle, entre otros los trileros. Había trileros de todos los niveles, podías encontrarte con el típico trilero de timo fácil, aquel que esperaba a que el incauto tuviera el mínimo descuido para darle el cambiazo sigilosamente y así sacarse un dinerillo. Este tipo de trileros fijaban la mirada en ti, advirtiéndote con ella de que como se te ocurriera abrir la boca y chivarte de la posición correcta de la bola o de la carta, te iba a caer una buena zurra. No solo por precaución guardaba silencio, sino porque me parecía lícito a pesar de haber sido testigo de todos los movimientos no solo sobre la mesa sino también fuera del tapete, desde los ganchos para hacer picar al pobre infeliz hasta todas las acciones de toda la cuadrilla para despistarle.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Desde muy pequeño fui inflexible en ese aspecto, todo el que acaba siendo timado pretendiendo sacar provecho de un supuesto infeliz que finalmente es más inteligente que él sacando beneficio, se merece pagar el timo del que está siendo víctima por tratar de aprovecharse, cumpliéndose así el refrán español que dice que quien roba a un ladrón mil años tiene de perdón. Entre todos aquellos trileros se podía distinguir a uno del resto, este no timaba a nadie, era un jugador de cartas profesional venido a menos, Jacinto, aquel hombre era un libro abierto, podías pasar horas escuchando sus relatos, las persecuciones de las que había sido víctima cuando el juego quedó terminantemente prohibido en España. Fue él quien me enseñó un truco que por la habilidad de movimientos hace que sea totalmente imperceptible por el ojo humano, incluso por el de un niño, el juego consistía en seguir la pista de la carta retando a quien fuera capaz de hacerlo, no vi con mis ojos a nadie lo lograra. Tuvo que marchar a otra ciudad porque recibió amenazas y dejé de ver a mi buen amigo Jacinto, la cantidad de cosas que podría haber aprendido de él y no tuve tiempo, un día me confesó que a nadie que apreciara le enseñaría todo lo que sabía, porque sabía por experiencia que más que beneficios, le reportaría numerosos problemas y quebraderos de cabeza. Debió confiar mucho en mí o debí caerle muy bien, para desvelarme uno de sus secretos, la manera de ganarse la vida honradamente, tal vez de las pocas personas honradas de los alrededores. Durante años presumí en el colegio de aquel truco, aunque nunca se lo mostré a nadie ni quise sacar provecho alguno de él, solo era una demostración de habilidad, de lo contrario hubiera traicionado la amistad de aquel amigo que tantas lecciones de la vida me enseñó en tan pocos meses. Confieso que, tan solo una vez hice uso de mi secreto, le gané el pito al butano, el profesor de gimnasia de mi colegio, la tentación era demasiado grande, que el personaje más chulo y sobradillo del colegio me retara a ese juego era algo muy difícil de resistir, así durante meses, fui aparte de los profesores del gimnasia el único que portaba un pito reglamentario. He intentado reproducir hace un rato aquel truco, pero inevitablemente me he convertido en un torpe más entre los mayores, lo que daría por recuperar la agilidad física y mental de aquellos días en que tan solo era un enano más. Pero siempre nos quedará París, la bohemia, la vieja trova santiaguera, cuando nos invade la nostalgia, podemos interpretar una vieja melodía con un único espectador frente al espejo dando lo mejor de sí mismo. Nunca agradeceré lo bastante a aquellos que me enseñaron a ser un trovador, aunque con el paso del tiempo me transforme en un viejo trovador, como olvidar los acordes de Groenlandia de los Zombies que me enseñó Danilo, o “Escaleras al cielo” que me enseñó Ricardo, gracias, porque llevo con orgullo el título de trovador de asfalto.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Ligando Tras mi primer fracaso amoroso experimentado el pasado año con Maite, tuve una necesidad casi obsesiva de relacionarme con otras chicas, tal vez para tratar del olvidar aquel trago amargo que aunque presentía que era misión imposible, al menos así podía aliviar el dolor de sentirme solo. La puerta de salida de mi colegio comunicaba con la puerta principal del colegio de las monjas, aquella entrada era poco transitada, muy romántica por sus rosales, que eran cuidados con esmero por una de las madres, tal vez la más agradable de todas las monjas que conocí. Fue pues como sin saber muy bien ni cómo ni por qué, un día primaveral casi a las puertas del verano, estábamos unos niños del colegio con unas niñas del colegio de las monjas tonteando en lo alto de las escaleras de la entrada principal, en un lugar en el que pudiéramos pasar desapercibido camuflados entre el follaje y la maleza. Entonces ocurrió algo inesperado, una madre que debió vernos dándonos besitos con las niñas desde alguna ventana, salió por la puerta a toda velocidad, el último en percatarse fui yo que estaba tumbado sobre la hierba embobado con los ojos de mi amiga, cuando de pronto oí la exclamación: Madre:

¡Pero bueno, esto qué es!

Me desenganché al instante de mi amiga y salí disparado como una flecha escaleras abajo con una madre de al menos cien kilos de peso pisándome los talones, me vino a la cabeza de inmediato el título de la película “Con la muerte en los talones”, que final más triste, acabar tus días aplastado por el trasero de una monja. Ya podía oír perfectamente la respiración de la monja como si se tratara del aliento de un Victorino, hasta me llegaba el olor de su aliento y notaba la lluvia de sus babas caer a mi alrededor, recordé entonces el sueño que me atormentaba de niño y que ya hacía años que no soñaba, el de la bruja del pasillo a punto de atraparme. Entonces vino el segundo imprevisto, cuando conseguí tomar mayor velocidad escaleras abajo y ya me veía libre de las garras de la madre, pisé mal un escalón con el pie torcido y caí de bruces contra el suelo. Sabía que algo le pasaba a mi pié, pero no sentía dolor alguno, estaba aterrorizado por lo que me esperaba agudizados más aún, por los gritos de mi novia fugaz que temía al igual que yo, el triste desenlace para tan joven estampa. Fue entonces cuando sentí una mano sobre mi espalda y una voz que dijo: Madre:

¡Ay, pobre pequeño!, ¿te lastimaste?

Desapareció pues mi temor pero comencé a notar un terrible dolor en mi pie.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Al ver a la madre la reconocí, era la que cuidaba con tanto cariño el jardín, noté en aquella madre tan piadosa un acento diferente, no era española o tal vez había pasado años en las misiones de algún país de América Latina. Me ayudó a levantar pero no podía posar el pie sobre el suelo porque un terrible dolor me lo impedía, me había hecho un esguince de tobillo. La monja resultó ser una mujer adorable que me colmó de atenciones camino de mi colegio, cuando llegamos a la portería salió el portero, que ya me conocía, echando pestes y maldiciones, pero la madre que era diez veces más grande y fuerte que él, impidió que me tocara un solo pelo de la cabeza. Portero: ¡Déjeme madre! que voy a dar su merecido a este impostor. Madre: ¿Pero qué dice usted?, ¡Si es un niño encantador! Portero: ¡Madre!, este angelito se hizo pasar por Don Adolfo Suárez. Madre: Anda, deje de decir bobadas y vaya usted a avisar a Don Paco. El portero no podía olvidar que años antes, tras la muerte de franco, nos pilló haciendo alguna diablura y le dimos las identidades de los políticos de la época en lugar de nuestros nombres verdaderos. Apareció Don Paco, agradeció a la madre las atenciones, parecía que se conocieran desde hacía años por la confianza con que se trataban, tal vez debido a que al haber sido Don Paco misionero años atrás, pudieran haber coincidido en alguna misión. Aunque muchos eran los que decían que Don Paco estaba loco, bajo mi punto de vista, era de los pocos curas que realmente estaban bien de la azotea, él y Don Paquito, que era un salesiano muy anciano que repartía estampitas a los niños, pero no vayan a creer que era un timador (por eso del timo de la estampita), lo que repartía eran estampitas de la virgen María. Don Paco me regañó amistosamente, me dijo que a ver qué iban a echar ahora al cocido (comida típica española) con la pierna echada a perder, aunque dijo entre dientes, bueno, con lo escuálido que estas, casi que mejor buscamos a otro más rellenito. Consiguió que es esbozara una sonrisa, aunque cada vez me dolía más el tobillo, Don Paco echó un vistazo a mi tobillo y dijo, nada, esto es coser y cantar, ordenó al portero que buscara al administrador del colegio. El administrador era el señor que llevaba, como su propio nombre indica, todos los temas administrativos del colegio, pero esta vez le mandó llamar porque también tenía amplios conocimientos en lo relativo a huesos, aunque era difícil verle uno solo, pues era un hombre bastante grueso. Cuando cualquier chico del cole tenía alguna torcedura o algún problema de huesos, siempre le echaba antes una ojeada el administrador. Don Paco le preguntó que a ver qué se podía hacer con esa pierna, miró mi tobillo y lo aparto casi al instante, no tardó ni medio segundo en establecer un diagnóstico, realmente era toda una eminencia en osteopatía.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori No tardó en darse media vuelta y decir, anda subirle a la enfermería, que a este me lo despacho en dos minutos. Cuando se fue el administrado, me dijo Don Paco al oído, a este sí que le echaba yo al cocido, pero entero y vivo. Se mezclaban en mi cara las lágrimas por el dolor que sentía con la inevitable risa que conseguía arrancar de mi cara Don Paco, incluso en una situación tan adversa como aquella. Estando en la enfermería, me senté en una silla y me dijo Don Paco al oído: Don Paco: Tú llámale hijo puta si quieres, te doy permiso. Entonces me di cuenta de que me iba a doler mucho, de lo contrario, no me hubiera tal cosa Don Paco, sin previo aviso, el administrador comenzó a retorcerme el tobillo con unas manos más grandes que mi cabeza hasta que finalmente oí un Crack – Crack tras el cual sentí un tremendo alivio. Temo no equivocarme si aseguro que aquellos dos minutos, fueron en los que peor más dolor he sentido en mi vida, era un dolor casi inhumano, pero estoy prácticamente convencido que aquel aprendiz de doctor, evitó con su maestría una posible cojera permanente. Esto lo intuyo porque la traumatóloga que me vio horas más tarde le indicó a mi padre que era imposible que hubiera tenido el hueso fuera de su sitio, que únicamente me había hecho un esguince, pero que el hueso estaba colocado perfectamente, no di mi opinión por no liarla, pero me dieron ganas de decirle a la doctora, ¿ah sí, y qué me dice de el Crack - Crack? Entonces me alegré de que el administrador me atendiera antes, a pesar del daño que me hizo podría haber soportado mucho más, porque si hubiera tenido que esperar a que me colocara el hueso aquella doctora, presiento que se hubiera quedado mi tobillo fuera de sitio. Nunca había llevado escayola, pero los meses que anduve con ella, hice caso omiso de las indicaciones de andar con el pié a la pata coja, yo caminaba como si no llevara una escayola en el pie, de este modo no era de extrañar que el primer mes la escayola estuviera totalmente desgastada. Cuando pasados los meses fui a que me quitaran lo que quedaba de escayola, la enfermera empezó a quitármela con unas tenazas que me producía un daño terrible. Por fortuna, había por allí un médico que al oír mis gritos, acudió con un nuevo invento, se componía de un aro metálico que giraba a gran velocidad con la particularidad de que solo cortaba la escayola, pero no la carne. Una vez que comprobé que era verdad lo que decía el médico instándole a probarlo antes sobre su mano, me aplicaron aquel invento teniendo la escayola fuera casi al instante sin producirme dolor alguno. Cuando me sentí liberado de la escayola, no monté una fiesta para celebrarlo, pero cumplí la promesa de raparme el pelo al cero al día siguiente de quitármela.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Al sentirme libre de la escayola, llamé a mi amigo Pedro para salir a dar una vuelta y estrenar mi pierna libre de ataduras, desde mi casa a la suya no había ni tan siquiera cinco minutos andando, subiendo por la calle de la Industria hasta el Paseo de los Jesuitas y luego subiendo por la calle Guadarrama hasta la calle Barrafón. Nos dirigimos sin rumbo caminando los dos por la calle Guadarrama abajo, luego por el Paseo de los Jesuítas a la derecha hasta que llegamos a la entrada del colegio Cerro Bermejo, donde mi madre ejerció de maestra durante varios años. Allí había dos niñas muy guapas que empezaron a hablar con nosotros, una me dijo que si me habían cortado el pelo por los piojos, le dije que no, que fue por una promesa. Me dijo que a pesar de tener el pelo rapado, era un chico muy guapo, la verdad es que ni siquiera me daba cuenta de que llevaba el pelo rapado al cero de no ser porque me lo recordara aquella chica. Pasaron al menos seis meses hasta que conseguí recuperar mi castaña melena, pero me alegraba que causara buena impresión en las chicas aún sin tener ni un solo pelo en mi cabeza. Estuvimos dando una vuelta por el barrio y al pasar poco más adelante por el colegio Teide al que había ido yo en parvulitos, ellas me dijeron que también habían ido allí aunque no habíamos coincido en el mismo curso. Nos lo pasamos muy bien los cuatro, era mucho más divertido ir cuatro que dos, aquellas niñas no se diferenciaban en la forma de pensar, eran como nosotros, si había que hacer alguna travesura, siempre estaban de acuerdo. Quedamos para el cine de barrio de los Salesianos del sábado, pero aquellas dos nuevas amigas, que eran hermanas, tenían caras tristes porque se mudaban a vivir a Barcelona y eso inevitablemente suponía que ya no nos volveríamos a ver más. En verano, con mi pelo aún a medio crecer, conocí a una chica en la urba que decía que yo le gustaba y sus amigas idearon algo un tanto extraño para comprobar si yo era el candidato adecuado para ella, una entrevista, eso ya no me pareció una idea tan atractiva, que cruz tengo yo con las entrevistas. Ya apuntaba maneras por aquel entonces y pensaba sobre las entrevistas lo mismo que ahora, son una sandez. Consistía en que las enanas de la urba, me hicieran una serie de preguntas para así averiguar si lo que había dentro de mi cabeza era adecuado para aquella pequeña señorita, en definitiva, si nosotros éramos afines o no. Respondí al revés todas las preguntas, al igual que cuando me hicieron un test para entrar en Estados Unidos, respondí a todo “sí”, hasta que leí al final que si había respondido a alguna pregunta “sí”, podrían denegarme el acceso al país, entonces pedí otra hoja y respondí a todo “no”.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Atasco No pasé el test de afinidad y por tanto me tocó pasar el verano sin novia, pero me lo pasé en grande de igual modo, exceptuando los momentos en los que me encontraba con mi ex Maite pidiéndome explicaciones por huir de ella en todo momento. En aquel verano pude ver una película en la que decían una frase que me venía muy a propósito para aquella situación, decía: Actor: ¡Si de verdad la quieres, deberás renunciar a ella para siempre! Solo Dios y los ángeles podían saber por aquel entonces cuánto la amaba, pero cargado de una madurez prematura que aún hoy en día me sorprende que pudiera tener con tan corta edad, callaba y daba la vuelta. El verano terminó y tocaba regreso a las aulas, con diez años había pocos rincones del colegio por descubrir, prácticamente conocíamos todos los lugares, incluso los pasadizos secretos de comunicación con el colegio de las monjas o los que iban a parar al exterior del colegio. En la guerra civil, siendo Madrid zona republicana, llevar sotana por la ciudad era algo así como pedir a gritos que te quemaran vivo, tal vez por ello, existieran tantos pasadizos para huir en caso de emergencia. Llegado a un punto en el que hablo de la guerra civil, y estando ahora tan de moda la memoria histórica, quiero exponer lo que pienso al respecto. En primer lugar, quiero aclarar que son ideas que permanecen desde joven, son ideas que tienden hacia el lado de la izquierda aunque con matices. Como bien acierto a decir cuando me preguntan, ¿eres ambidiestro?, respondo, no, soy “ambizurdo”, por cierto, a ver si admitimos esta palabra en el diccionario, mis queridos doctores de la real academia de la lengua, que si no, no puedo expresarme con la libertad que quisiera. Aunque afirmo categóricamente que soy hombre de izquierdas, mi ojo crítico es severo e implacable, tanto que en ocasiones como ésta, va en contra de muchos que comparten una ideología izquierdista como la mía. La memoria histórica debe partir de la base de una serie de hechos abusivos acaecidos durante la época de la guerra civil española, pero ojo, en ambos lados, afirmar a estas alturas, que unos fueron los buenos y otros los malos, más que denominarla memoria histórica podríamos rebautizarla como necedad histórica. Así pues, aunque no sea muy amigo de la doctrina salesiana, no veo que tampoco hubiera que considerar buena la idea de quemar sus iglesias. Son muchas las ocasiones que me he encontrado con ciertos personajes a lo largo de mi vida en las que he pensado, ¿qué hubiera hecho semejante salvaje si en sus manos tuviera la vida de aquellos que no comparten sus ideas?

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori No podemos apartar la mirada a la memoria histórica, es una experiencia que aunque no hayamos vivido tiene un valor importante, como lo tienen todas las experiencias vividas antes de la nuestra que marcan una evolución. Pero la evolución a veces no es tan rápida como creemos, la tecnología y el desarrollo van a velocidades astronómicas, pero en el aspecto humano, ¿avanzamos tan rápido? Si creemos en la justicia de una memoria histórica, pero nuestra mente no es capaz de respetar a todo aquel que piensa de modo diferente al nuestro, a pesar de que nos sentemos delante de un ordenador, símbolo del desarrollo, utensilio inimaginable en la época de la guerra civil, nuestra evolución a nivel humano ha sido cero. Tal vez aquellos que hablan de memoria histórica y la ponen de su lado, como si las únicas víctimas fueran aquellas que defendían su ideología, necesiten otros tres mil años de memoria histórica para comprender que una sociedad sin respeto, no es nada. Dejando a un lado ideologías y de regreso a mi niñez, los chicos de mi clase y yo, que ya tenía diez años, iniciábamos un nuevo curso, tal vez obviando que estábamos experimentando un cambio en nuestro cuerpo, un desorden en el que a unos les crecía la cabeza de modo desorbitado y a otro las orejas, la nariz o las piernas. En definitiva, que de los diez a los dieciséis años, fue una etapa de nuestra vida en que las hormonas se divertían jugando a gigantes y cabezudos. Sin pensar en que tal vez algo había cambiado en nuestro físico, nos metimos por uno de nuestros pasadizos preferidos, el desagüe para la lluvia que había detrás del campo del fulbito. Pasó delante de mi Pedro sin problemas, luego pasé yo que tampoco tuve dificultades para pasar por el desagüe, pero detrás vino Rafael y ocurrió algo que nos dejó boquiabiertos. Primero metió Rafael su cuerpo, que entró sin problemas por el desagüe de cemento, pero se quedó atascado cuando intentaba meter la cabeza, a causa de un capricho de unas hormonas juguetonas. Su cabeza había crecido una barbaridad en apenas un año y por donde antes pasaba sin problemas, ahora había quedado atascado e inmovilizado, con la cabeza dentro del desagüe y el resto del cuerpo fuera. Por un momento llegamos a pensar que se trataba de una broma de Rafael, ironizando con eso de que alguno empezara a llamarle cabezón debido a que su cabeza tomaba tintes desproporcionados respecto a su cuerpo. Pero empezamos a tomarle en serio cuando lejos de reírse, comenzó a llorar pidiendo socorro, que alguien le sacara de ahí. Nos apresuramos Pedro y yo en busca de un cura mientras ideábamos una excusa que nos exculpara.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Cuando encontramos al primer cura, ya teníamos la excusa para que no nos culpara nadie de habernos metido por donde no debíamos, le dijimos que viniera corriendo que un niño se había quedado atascado en el desagüe de detrás del campo de fulbito. Cuando nos preguntó más detalles, le dijimos que viniera corriendo a ver, que estábamos jugando al fútbol mientras oímos los gritos de auxilio de un niño, al asomarnos pudimos a ver que estaba atascado. Para un cura, aquella excusa era más que suficiente, aunque cualquier niño de nuestra clase hubiera averiguado que estábamos mintiendo, porque de todos era sabido que casi nunca jugábamos al fútbol. El cura se percató al instante de la situación, no había manera de sacar a Rafael a no ser con la ayuda de unos albañiles que le liberasen del atasco, menos mal que aquel día no llovió, pues septiembre es un mes en el que son frecuentes las lluvias en Madrid, incluso pueden llegar a ser torrenciales, pero ese día por suerte el cielo estaba despejado. Los albañiles se pusieron manos a la obra, optaron por taladrar el muro con un martillo percutor, cuando terminaron y sacaron a Rafael un poco aturdido, nos hubiéramos reído de no ser que el pobre tenía mala cara, porque tenía un aro de cemento por collar que recordaba al retrato que Velázquez hizo a Felipe III a caballo. Trasladaron a Rafael a un hospital con su collar puesto, nos contó que vino un señor con un aparato y le liberó del collar de cemento que llevaba puesto que, según nos explicaba con detalle, debía ser muy pesado y llegó a temer tener que pasar el resto de sus días con semejante castigo. Menos mal que el atasco pasó a ser una anécdota más que contar, llegué a oír rumores de lo ocurrido hasta en el colegio de las monjas, pero todo quedó en un susto que nos sirvió para no volver a intentar meternos por donde no tuviéramos la certeza de que pudiéramos a entrar sin problemas. No muy lejos del campo de fulbito, se montó un día una exhibición de motos en la que un chico de la clase de mi hermano, hacía una serie de saltos por unas rampas de diferentes alturas con su moto, una Ossa de trial de 250 centímetros cúbicos, al terminar le aplaudimos por el espectáculo y cuando creímos iba a terminar, apareció un espontáneo. Se trataba del chico que vendía los bocadillos en el cole, y movido por la emoción de la exhibición y con el afán de demostrar que su moto no era menos, se montó en su derbi diablo súper especial, cuyo mérito no quita nadie por haber sido campeona del mundo, pero tal vez en una categoría diferente. Al subir la primera rampa de unos seis metros de altura y caer al vacío, no debió hacerlo con la suficiente velocidad y cayó a plomo, como resultado del golpe contra el suelo, la moto se hizo añicos y milagrosamente nuestro chico de los bocadillos salió ileso.

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12. ¡Hasta siempre abuelo! La movida Al comenzar los años ochenta cumplía once años, quería poder entrar ya a la discoteca y tímidamente pude pasar a la Ragazza (la niña) de Guadarrama a una hora temprana, alrededor de las siete de la tarde. En aquella época, en el grupo de los enanos de la urba, alguno llegaba a tener incluso tres años más que yo, aunque tres años de diferencia puede parecer poco, con catorce años algunos ya no tenían aspecto de niño. Pablo era el que parecía más mayor y entró el primero, yo pasé detrás simulando su sombra, de ese modo pude pasar inadvertido consiguiendo que el portero de la discoteca no me viera o tal vez creyera realmente que mi figura era la sombra de Pablo. En la discoteca todos los chicos y las chicas eran de la edad de Pablo, aunque pude advertir como alguna me miraba con cara de loba, pero enseguida desvié mi atención hacia la primera discoteca de mi vida, estaba muy impresionado con todo lo que veía y percibía. No pasaron ni diez minutos desde que entramos en la discoteca cuando Pablo se encaramó a una chica y comenzó a morrease en uno de los sillones como si alguien les hubieran pegado los labios con pegamento, pero a pesar de ello, no parecía que hicieran demasiados esfuerzos por despegarse el uno del otro. La discoteca tenía una pista central rodeada de infinidad de sillones bastante bajos, se agradecía este detalle en un mundo hecho para personas mayores, imaginé que el hecho de pasar la noche bailando debía cansar mucho y era esta la causa de que estuviéramos rodeados de tantos sillones. Comenzó a sonar la música, entonces se produjo el efecto que más me gustó de la discoteca, el juego de luces, con él todos enloquecían y comenzaban a bailar pegando botes de arriba abajo meneando las cabezas a un ritmo loco y desenfrenado marcado por la música, aquello era divertidísimo. Con las luces de los focos nuestras caras se transformaron como si saliéramos de una película de vampiros y los que llevábamos camisa blanca, desprendíamos una luz fluorescente de nuestros cuerpos y esto provocó que las chicas se lanzaran como hipnotizadas por aquella luz a la pista a bailar con nosotros. La música la ponía un chico que estaba en una sala pequeña con cristales oscuros a un lado de la pista, el pinchadiscos (disc jockey) que nos ponía la música que comenzaba a entrar con fuerza en aquellos años por todos los rincones del mundo, aunque los más sonados eran unos jóvenes ingleses afincados en Australia, que según mi humilde opinión, fueron los reyes de la música disco.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Fue una de las descargas de adrenalina más fuertes que recuerdo, tan solo recuerdo algo parecido, lo que experimenté años más tarde cuando entré en el pasaje del terror del parque de atracciones de Madrid. No puedo decir que sea un especial seguidor de grupos míticos de la movida, ni tampoco me considero miembro partícipe de ella, al menos conscientemente, a mis once años mis gustos eran bastante dispares y aún me quedaban muchos estilos musicales por conocer, como uno de mis preferidos, el flamenco, del que tan solo había oído algo tímidamente cuando era un bebé. Mis gustos musicales iban desde Los Secretos, grupo al que le debo mucho y al que le quiero dedicar un rato con permiso del lector, a otros como Deep Purple, Asfalto, Leño, Barón Rojo, en fin, todo un batiburrillo de estilos musicales muy distintos. Pero cómo olvidar a Los Secretos, recuerdo exactamente la situación, la primera vez que escuché a este grupo, regresábamos de la urba a Madrid, pero esta vez mi padre quiso ir por un lugar diferente, en lugar de por el camino habitual de la carretera de la Coruña, fuimos por la carretera de Colmenar, tal vez para probar si así podíamos evitar las largas caravanas que se formaban los domingos por la tarde en las principales vías de acceso. Entonces un locutor de radio anuncia una canción de un joven grupo llamado Los Secretos, la canción se titula Déjame. Cómo explicar lo que supuso para mi escuchar esta canción, no es que la letra se ajustara exactamente a la situación que había experimentado con Maite, pero hizo que aquella pena que me embriagaba, se disolviera escuchando la canción. No era el único que sufría del mal de amores en este mundo, eso para mí era suficiente, y si además quien lo había sufrido era capaz de crear una canción tan bonita como Déjame, me hacía sentir muy reconfortado. Cuántas veces tuve que decir a Maite esa palabra, incluso antes de escuchar aquella canción, Déjame, aunque en realidad lo que mi corazón quería decir era abrázame. Tantos son los artistas que con sus canciones demostraron conocer muy bien lo que me tocó vivir siento tan solo un niño, el desamor, cómo olvidar a estos grandes, con los que me sentí identificado y que canté sus canciones al viento, como no tener un espacio en el libro de mi vida dedicado a Hilario Camacho y a Enrique Urquijo, va por ustedes, maestros. Tras probar lo prohibido, el pecado se convierte a veces en algo obstinadamente reiterativo, así pues, tras mi primera visita a una discoteca, fui con toda la tropa de enanos a ver una película a la que se solo se podía entrar acompañado de mayores. Era una película inocente, pero en la que en alguna secuencia salía algún pequeño desnudo, la muchacha de las bragas de oro, película que pudimos ver gracias a la abuela de un amigo que nos coló en los cines Quevedo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El acomodador protestó cuando la mujer se marchó después de hacernos el favor de colarnos, eso sí, advirtiéndonos antes que fuéramos buenos chicos y nos portáramos bien. A mis once años, en una época en la que los españoles empezaban a gozar de ciertas libertades vetadas durante cuarenta años, las ganas que tenía de vivir nuevas experiencias y descubrir nuevos lugares eran asombrosas. De este modo entramos en el edificio situado en la Plaza de España de la Torre de Madrid, era nuestra costumbre pasar con total naturalidad a cualquier sitio, porque descubrimos que mostrándose seguro de lo que hacías, la gente no solía impedirte el acceso abrumado por tanta seguridad. Así fue como entramos en la Torre de Madrid, muy seguros de lo que hacíamos, saludamos al portero que pareció alegrarse por nuestro gesto, ya que en aquella época parecía estar bien visto ignorar a la plebe. Estuvimos correteando por los pasillos del edificio, subimos por el ascensor a cada una de las plantas y así en lugar de caminar escaleras arriba, pudimos ver cada planta sin llegar a cansarnos. Cuando caminábamos por lo que parecía un despacho de oficinas, vimos un señor de al menos dos metros, nos pegamos tal susto que salimos todos corriendo como alma que lleva el diablo, acabando todos estampados contra unas puertas de cristal que no se veían de lo limpias que estaban. Esperamos entonces aterrorizados la llegada del gigante, pero no se oían pasos, tímidamente nos acercamos y pudimos comprobar que se trataba de una falsa alarma, no era más que una estatua de un hombre con perilla. Cuando nos cansamos de la visita a la Torre de Madrid, en lugar de salir por la puerta principal, tomamos una puerta lateral que imaginamos conduciría a la calle, pero para nuestra sorpresa, aparecimos en la sala de un cine, tomamos asiento y vimos la película que echaban prácticamente entera. Aunque alguno tuvo la tentación de preguntar a algún acomodador cómo se titulaba la película, nos contuvimos y esperamos a la salida, entonces pudimos ver que la película se titulaba “La Masa”. Había una idea que comenzaba a rondar en mi cabeza, cuando ves que a algunos de tus amigos les crece la cabeza, o al alguna niña de las monjas le salen tetas, comienzas a pensar cuándo te tocará a ti que el culo se te ponga como un zambombo. Algo que me inquietaba desde niño era que con el transcurso de los años cambiaría mi cuerpo, mi voz, mi forma de pensar y por tanto el pequeño Miguelito pasaría a mejor vida. Estaba comenzando a experimentar ese cambio, a mis once años me notaba diferente al chico de ayer, empezaba a ser otro Miguel. Hoy comprendo lo erróneo de aquellos pensamientos.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El pequeño Miguel no ha muerto, tan solo se ha transformado, ¿Quién si no pudiera ser aquel niño transformado en mayor, el que contara aquellos días con tanto lujo de detalle? Esta tesis de la transformación que he madurado con los años, me lleva a la sospecha de que al igual que la niñez es un proceso en el que nuestro aspecto es radicalmente diferente a la juventud y la vejez, pudiera ser que dentro de quinientos años me encuentre contando mi biografía en algún recóndito lugar del universo. Hoy no puedo pensar que después de que mi corazón deje de latir y con ello llegue el final de mi actividad corporal, esto toque a su fin, creo que el pequeño Miguelito, el joven, el viejo y el divino son el mismo y lo seguirán siendo por siempre. En este instante pienso que hoy, en Diciembre del año dos mil ocho, nueve meses tras marchar mi padre en su viaje a explorar otros universos, el no solo sigue vivo en mi memoria, al igual vivió con nosotros, hoy vive en algún lugar desconocido por el ser humano. El catorce de Febrero permanece intacto en mi memoria, lo recuerdo como si de un sueño se tratara, hablo con mi hermano Santi por teléfono mientras aparece de nuevo el médico que acaba de decirme que mi padre está muriéndose y que ya nada puede hacerse para salvarle, le dijo a Santi que espere un momento porque un médico ha venido a decirnos algo: Médico:

Han hablado los cirujanos con su padre, saben que él es también médico y les ha parecido conveniente intentar operarle para tratar de salvarle la vida, ¿Están de acuerdo?

Hermanos:

Si por favor, hagan todo lo que esté a su alcance, gracias.

Espero y deseo que los cirujanos que hablaron con mi padre fueran más diplomáticos dando noticias de este calibre que nuestro interlocutor, aunque imagino que en realidad cuando te dicen que te estás muriendo, poco te importa las formas, sino más bien, el contenido del mensaje. Volví a hablar con Santi y le conté lo que me acababan de decir, que esperase en casa y les iríamos llamando según nos fueran dando más noticias. Llamé seguidamente a mi mujer y le conté la situación, ella rompió a llorar, mi padre y ella se conocían desde hacía poco tiempo, pero se notaba que se querían, respetaban y tenían admiración mutua. En ese momento caí en la cuenta de que yo aún no había llorado, sentía lo mismo que cuando de pequeño me había dado un golpe en la bicicleta, me levantaba y me quedaba algo aturdido, así me encontraba en ese momento, aturdido, traté de calmar a mi mujer y le dije procurara dormir, que ya le llamaría en caso de que cambiara la situación.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Le dije a mi hermano Fernando que fuéramos al bar, necesitaba un trago, nunca estaré a favor del alcohol ni del tabaco, son muy perjudiciales cuando se convierten en adición, pero hay ciertas ocasiones, como por ejemplo la que estaba viviendo, en las que un golpe de alcohol te desbloquea. Cuando regresamos nos llevaron a una sala de espera, fue entonces cuando tuve la ocasión de ver a mi padre y despedirme de él. Nos dijimos más con los ojos que hablando, los dos sabíamos la situación, me dio su alianza de casado y me dijo que se la entregara a mi madre. Me fundí en un abrazo y le dije que ánimo, que él era muy fuerte. Me preguntó la doctora si él llevaba dentadura, le indiqué a mi padre que se quitara la dentadura, se la quitó el solo, estaba totalmente consciente. Fue mi último diálogo con mi padre, hoy en día sigo hablando, ahora es un monólogo pero sé que él me escucha. Ese último abrazo significaba un hasta pronto, lo que aún ignorábamos es si la próxima vez sería en el cielo. Pasaron dos semanas y llegó el lunes tres de Marzo, salí del trabajo animado porque al parecer mi madre había conseguido hablar con él y estaba consciente. Iba camino al hospital con la idea de poder hablar con él, pero cuando llegué, sufrió una recaída y falleció a las veintiuna horas. Una enseñanza que me llevo de mi padre es lo efímero de la vida, eran largas las conversaciones que teníamos al respecto, era un hombre que desbordaba alegría, buen humor, serenidad y tenía el don de la paciencia. Recuerdo haber hablado con él sobre el dolor por la pérdida de un ser querido, uno de los tesoros más preciados de mi padre era su enorme cultura en gran variedad de temas, solía tener la respuesta idónea a cada pregunta. El me decía que el dolor por la pérdida de alguien que quieres en tu entorno es inevitable, pero el tiempo lo cura poco a poco, si no fuera así, seguramente acabaríamos completamente locos. Aunque posiblemente él lo ignorase, cada una de sus sabias palabras, eran anotadas en mi guión particular de cómo vivir de la mejor manera posible. Que la tristeza es un sentimiento real, es obvio, pero su importancia es mínima, de hecho cuando hablaba con mi padre sobre ella, no le daba la mayor importancia, pero si incidía mucho en la alegría. ¿Cómo olvidar su risa?, eso queridos amigos, es totalmente imposible, la sonrisa que nos dedicaba cada día, cada vez que nos veía, era única. Ya está bien de tristeza por hoy, la vida es demasiado corta, engañaría al lector si le dijera que no estoy afectado, no hace ni un año desde que se marchó mi padre, pero ya vale de llorar, ¡hombre! Me tranquiliza que un hombre justo esté en el cielo, desde arriba se ve todo mejor, no quiero ni imaginar las proezas médicas que pueda realizar, siendo tan buen médico en vida, ¿qué no podrá hacer con sus manos ahí arriba?

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El viejo del montón de paja Cuando siendo un niño se producía el fatal desenlace de que algún compañero de clase perdiera a un familiar, pensaba en lo terriblemente mal que lo pasaría yo en ese mismo trance. Tras la marcha de mi padre he continuado siendo tal y como soy yo, riendo, llorando, pero feliz. Tengo total seguridad de que desde que mi padre se fue, ha estado dentro de los corazones de todos aquellos que le hemos querido, anestesiando el dolor, aplicándonos dosis de morfina para que el dolor se convierta en alegría. No tengo hijos, pero si algún día tuviera una niña, la llamaría Leticia. Elegiría ese nombre porque alguien llamado así me dijo un día que significa alegría, así es la vida, alegría, valentía, es reírse de la maldad de la gente. La vida es corta, muy corta y es para vivirla lo mejor posible, es sano vivir la vida riéndose de todo, riéndonos hasta de nosotros mismos, de esa cara al levantarnos por la mañana, dejando a un lado las penas y siendo feliz. Cómo olvidar aquellos días del comienzo de la década de los ochenta, mi vestimenta era peculiar, portaba una gorra negra que había comenzado a llevar cuando un buen día me dio por cortarme el pelo al cero, creo que con la idea de que el pelo me creciera más fuerte y así evitar que se me cayera cuando fuera mayor, estrategia que puedo dar fe que no funciona. Llevaba pantalón vaquero y una camisa de cuadros, hay que ver cómo me gustaba oír la canción que le dedicaba una frase a mi manera de vestir, me sentía muy identificado, incluso hoy en día es una combinación de ropa que me gusta llevar por su comodidad. Tenía una cazadora vaquera llena de chapas, la chaqueta del pequeño general, una muñequera de obús, una gorra negra y como no, unas zapatillas que eran las más cómodas del mercado. Con estas pintas se nos podía ver por la sierra de Madrid cuando el frío del invierno iba dejando paso al tímido sol de la primavera, de todas las estaciones, la que más me gustaba era el verano, en el que podías ir casi desnudo durante todo el día. Allá por el mes de Julio del año ochenta, nos encontrábamos subiendo al montón de paja que había próximo a la urba, el propietario era un viejo cascarrabias que había olvidado con creces que alguna vez él también fue niño, algo que muy a menudo solemos olvidar los mayores. Al vernos el viejo subidos encima de su montón de paja, se armó con su honda y comenzó a lanzarnos piedras como si la guerra civil aún no hubiera terminado, su reacción fue totalmente desproporcionada. Era verano y todos íbamos en bañador y a pecho descubierto, excepto Leo, que iba en calzoncillos y con un gorro de la nieve en la cabeza, fue mi primer amigo negro, el negro más cachondo que me he echado a la cara.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Leo era un tipo exageradamente sincero, había una conexión directa entre su cerebro y su lengua y soltaba todo lo que le venía a la cabeza sin pasar por filtro alguno. Por aquel entonces todos íbamos a cualquier sitio con nuestra peculiar indumentaria, bañador y zapatillas, excepto Leo, que sustituía el bañador por unos calzones de la época en la que aún eran cómodos, además llevaba un gorro de la nieve, a falta de una gorra para el sol. Con once años, éramos como esos cachorros de perro que van caminando y mientras van haciendo pis, parecía que cuando a uno le entraban ganas a todos los demás también y cualquier pared podía servir para hacer aquella necesidad fisiológica que tanto alivio nos producía. Estábamos entonces en una pared del pueblo relajando nuestros esfínteres cuando se cruzaron dos conversaciones en distintos contextos a propósito de aquella situación: Miguel: Leo: Todos:

¡Qué a gusto se queda uno después de mear! ¿Es que nunca habéis visto el pito a un negro! Pues ahora que lo dices, no, “Ríen”

En ese mismo instante pasaba un Renault 12 verde familiar cuyos ocupantes comentaban: Mamá:

Mira esos niños, ¡están orinando en la pared!

Papá: Mamá:

Anda, que no tendrán otro sitio donde hacerlo. ¡Pero si es Leo, el amigo de los niños!

Papá:

Adivina quién está a su lado, “Ríe”

Si alguien quería hacer blanco entre todos nosotros, lo tenía fácil, tenía que tirar a dar o bien a los calzoncillos o a la gorra de nieve, el contraste entre su piel negra con su escasa ropa era perfecto para hacer blanco, incluso si nos encontrábamos orinando, se podía hacer blanco en otra parte de Leo, pero esta vez no por el contraste, sino por el volumen. Afortunadamente para Leo, no estábamos orinando cuando el viejo del montón de paja comenzó a lanzarnos piedras con su honda, estábamos revolcándonos en la paja, cuando de repente, miro a Leo y veo como por arte de magia su gorra sale disparada de su cabeza a veinte metros de donde nos encontrábamos. Al principio esto me hizo partirme de risa, pero pronto dejé de reírme cuando empecé a notar que alguien nos estaba disparando piedras. Leo se fue corriendo a por su gorra y todos salimos pitando hacia las bicis mientras oíamos al viejo cascarrabias soltando improperios. Es ahora cuando reflexiono que de haber impactado la piedra en su cabeza en lugar de en la bola de la gorra de nieve, Leo hubiera pasado a mejor vida.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mi madre apreciaba mucho a Leo, al igual que todos nosotros y la familia que le traía a veranear a la urba, los Leralta. En las fiestas de mi nuevo barrio, el barrio del que es mi mujer, el barrio de Hortaleza, vi al padre de los Leralta, a Juan, me alegré mucho de verle de nuevo, después de treinta años conserva aquella simpatía que siempre le ha caracterizado. En la época en la que yo era niño y mi madre iba a dar clases a los gitanos del pan bendito, la imagen de la raza gitana no era muy buena, de hecho sigue sin tener buena fama en la actualidad. Ella rompió este cliché y supo ganarse el cariño de todos los gitanos a los que dio clase, un día me llevó a su clase y pude ver que aquellos que creía que eran seres malos y perversos querían a mi madre y a mí me respetaban por ser su hijo. Era una de las primeras lecciones que me enseñó mi madre, que a las personas no se les mira por su raza o condición, si no por su corazón, pocos meses después de haber estado jugando con los gitanos de la clase de mi madre, me encontré con unos gitanos de mi barrio. Nosotros estábamos pintados de indios porque nos habían pintado la asociación de vecinos, me presenté con todos los niños gitanos y conseguí que los pintaran a ellos también de indios tal y como me habían pedido. Los niños gitanos se fueron tan contentos de que ese niño payo no saliera corriendo al verles, sino que además, les llevara a un local de payos a que les pintaran la cara de indios. No sé si continuarían pensando igual de bien de aquel niño payo cuando, más tarde, llegaran a casa y les viera su madre con las pintas que llevaban, a buen seguro que les cayó una buena bronca. Gracias a esta lección, pude conocer años después a uno de los mejores amigos que he tenido, mi maestro de guitarra flamenca, un gitano, orgulloso de serlo con el mismo orgullo que yo llevo mis apellidos. Gracias a aquella amistad, pude recibir lecciones tanto musicales como de la vida. Ahora que mi madre está hospitalizada, recuerdo todas esas canciones que tantos artistas han dedicado a sus madres, ahora siento el temor que estos artistas sintieron al componer estas canciones, comprendo el desgarro que produjo al corazón de Don Antonio Flores, maestro del siglo veinte, la pérdida de su madre. Pero como bien decía el bueno de Antonio, arriba los corazones, hay que tener el corazón bien alto en todo momento. Ella merece sentir por sus venas que sus hijos están preparados para la vida, que nos ha enseñado perfectamente todas las lecciones que debemos saber. Madre, del mismo modo que he ido llamándote a diario desde que papá se marchó, seguiré dándote todo mi amor hasta que uno de los dos marche junto a él. Luchando siempre, como bien nos habéis enseñado, nada tienes que temer mientras desde aquella cama de hospital tu corazón siente el latido del mío, porque aquí estoy para todo lo que necesites.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori No puedo saber lo que ocurrirá estas cercanas navidades, sin duda las hubo mejores, pero como bien decía en mi primera composición, son fechas en las que hay que procurar mantenernos a la altura de las circunstancias, aunque en esta ocasión no sea nada fácil, vamos a superar lo que Dios nos traiga manteniéndonos unidos como nos enseñó mi gran maestro, trataremos de ser fuertes como solía decirnos mi padre. El mes de agosto de año ochenta del siglo pasado, apenas días después de haber estado jugando con mi amigo Leo y todos los demás en el montón de paja, sufrí el primer golpe duro de mi vida, el peor hasta que recientemente sufriera la pérdida de mi padre, ocurrió hace ya casi treinta años y esa terrible herida por fortuna está completamente cicatrizada. Se marchó un mes de agosto uno de mis mejores amigos, auténtico, de los difíciles de encontrar, mi abuelo Tomás, compañero de mi infancia, el que me enseñó lo que significaba pelar la pava, el mejor maestro que tuve en mi niñez, aquel que nació a finales del siglo diecinueve, un veintidós de diciembre, día de la lotería de Navidad que jamás le tocó ya que su destino fue ganarse el pan con el sudor de su frente. El día que me toque marchar, quisiera encontrarme con todos aquellos que se fueron un día y a los que tanto quise, si bien es cierto que el paso de los años pone una tela entre aquellos momento que vivimos y hoy, imagino lo bello que debe ser apartar esa tela y encontrarnos con vuestra alma o tal vez comenzar a conocerla tal y como es, pues el único alma que conozco hasta el momento en su totalidad no es otra que la mía propia. Seguramente ellos, los que están ahí arriba, comenzaron realmente la novela de su vida cuando aparecieron a las puertas del cielo, San Pedro les diría ¡bienvenidos a vuestro primer capítulo!, lo que habéis vivido hasta ahora no era más que un prólogo. Ese prólogo del que tanto hablé con mi padre, mi biografía, podría parecer una vida llena de vivencias y hasta podría atreverme a decir, ¡confieso que he vivido!, pero hay algo que me hace sospechar que tras nuestro paso por la tierra no habremos hecho más que empezar, mis sospechas se fundamentan en lo efímero de nuestra existencia. Quién me iba a decir que era prácticamente ayer cuando conversaba con mi padre de la rapidez con la que pasa el tiempo y de repente, me encuentro que casi sin advertirlo hasta el mismo se ha marchado. Cuando observo a mi alrededor, parece que muchos mortales como lo soy yo y lo es usted, amigo lector, estamos totalmente convencidos de que somos seres eternos, incluso nos atrevemos a decir, bueno, eso ya lo haré cuando sea viejo, todavía me queda mucho por delante. Si no vivimos ahora, si no aprovechamos cada instante de nuestra vida olvidándonos de las sandeces con la que nos bombardean en los comerciales, como por ejemplo, mantener la figura, tan solo podremos contar nuestro pasado y desear un futuro, olvidándonos del presente.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Aunque la canción Para ti la creé como homenaje a las personas que de algún modo se vieron afectadas por el 11 M, es una canción de amor, dedicada a todas las personas que les transmita algo, qué mejor que regalar una canción para todo aquel que la escuche o lea y le parezca valiosa. Aprovecho la ocasión para dedicármela a mí mismo, ¡faltaría más!, ¿quién mejor para explicar el significado de su letra un tanto abstracta que su propio autor? , cuando comencé a escribir la canción quise trasladar mis pensamientos a la cabeza de un pájaro que aprovecha las corrientes de aire para ir de aquí a allá, moviéndose al antojo del viento, dejándose llevar y gozando del vuelo libre. Imaginar que estás volando ajeno al mundanal ruido, con el único susurro del viento, sintiendo una enorme paz y tranquilidad, aprovechando la circunstancia de que viajamos en la mente de un pájaro para trasladarle nuestros sentimientos, le permitimos que navegue por los valles de nuestro interior y pueda ver todo aquello que anhelamos. Aquel pájaro cuya vista lo abarca todo, se encuentra con una persona que pide a gritos amor, anhela alguien de quien poder sentirse dichoso, que le de cobijo y que le haga disipar todo tipo de temores. Tal vez el ave que todo lo ve, puede indicarte el camino hacia la persona que deseas encontrarte. Dando rienda suelta a la imaginación, el ave que volaba ociosa por el cielo azul, se pone manos a la obra en la nueva misión que le han encomendado, en busca de ese alma que esperas, no temas, el ave amiga pronto te va a indicar el camino hacia tu amor. Sobrevolaste con el ave mares y montañas sin rumbo fijo, cuando más desorientado parecías estar, el ave fue acercándose a una casa, no reconociste esa casa porque no habías estado allí antes, al posarse en una rama de un árbol se quedó mirando fijamente a una persona que ahí estaba, era tu amor, en sus ojos se podía ver el reflejo de la luna, de sus labios manaban la miel que tanto habías ansiando, estaba allí en soledad, sin saber que tú le observabas con ojos de pájaro. Se apreciaba la tristeza en sus ojos, mojados por las lágrimas de soledad, escribiendo poesías, lanzando palabras de amor al viento, con la esperanza de que las llevara muy lejos, a ese lugar donde su amor pudiera oírlas. Mientras escribe puedes ver su sonrisa que describe la ternura personificada, lees sus escritos y quedas impactado de la pasión que imprime en sus letras, cuánta dicha si al menos sospechara que sus palabras de amor, sus versos al viento han llegado a su amor que le observa detenidamente con su excelente vista posado en la rama de un árbol. Es ahora cuando desde la rama de este árbol no puedes esperar más, rompes a cantar esta canción de amor, que es Para ti, tú el cometa y yo su estela. Para ti, mi amor, que hasta las estrellas quisieran poder besarte y estar cerca para oír tu dulce voz. Para ti, que la luna siempre estará velándote, al menos, siempre que no esté yo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Cacofonía Cómo no dedicar la canción Para ti a quien tanto me enseñó y que hoy está cerca de los que partieron un 11 de Marzo, dedico esta canción a mi padre y mi abuelo, os quiero. Con once años di mis primeros pasos de baile, me los enseñó mi amigo Leo en las fiestas de la urba donde me enseñó a hacer ese juego tan enmarañado con los pies, pero lo que no lograba de ningún modo es bailar con la gracia y el salero que Leo llevaba en su venas africanas. El baile siempre lo he tenido presente, tal vez debido a la nostalgia de los pasos que me enseñó Leo y también a los aires caribeños que oía siempre que iba a casa de mi amigo Julito, que aunque sus padres eran asturianos, pasaron largos años viviendo en Cuba, hablando con ellos o con sus tres hermanas mayores imaginabas estar La Habana. Qué mujer más encantadora aquella asturiana de acento cubano, la madre de mi amigo de infancia Julito. Es una de las personas de mi infancia que recuerdo con más afecto, una buena mujer y que aunque nació en Asturias, adoptó la gracia y el salero de la linda tierra Cuba, tierra que quisiera visitar cuando llegue el día en el que se respire libertad por sus calles. La mamá de Julito siempre hablaba con acento cubano y Julito, también lo hacía, siempre que hablaba con ella aunque nunca había estado en Cuba. Como olvidar su voz cuando jugábamos en el patio advirtiéndonos: ¡Vayan con cuidado, no se vayan a lastimar! La última vez que estuve con Julito me relató el día en que nos conocimos, siendo bebes nuestras madres nos paseaban a cada uno en nuestro carrito, imagino las caras de los dos bebés maquinando con sus Gugus y Tatas las barrabasadas que años más tarde irían a llevar a cabo, quién sabe, pudiera ser que la próxima vez que nos veamos Julito y yo, sea bailando salsa. Esta misma noche he asistido a una clase de salsa y tras varios meses de clase, noto que son muchas mis carencias, por este motivo he decidido llevar a la práctica algo que funcionó muy bien cuando comencé con mis clases de guitarra, anotar lo realizado en la clase una vez que llegue a casa. Recuerdo con añoranza mis primeras clases de guitarra, tras la clase podía posponer su estudio varios días porque había tomado anotaciones además de grabar la clase en una cinta de casete. Toda clase requería de un repaso posterior para asentar conocimientos, fueron pocas las veces que olvidé lo realizado en clase, incluso creé mi propia técnica de escritura rápida de cada una de las composiciones. Tanto en composición musical como en baile, pequeñas referencias pueden servirnos para orientarnos y de ese modo recordar el resto. Voy a explicarte la base, es muy fácil pero vital para poder bailar salsa, es el paso básico.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Pensarás que exagero al asegurar que si realizas este simple paso al son de la música estas bailando salsa, en absoluto, cuando lo aprendas y te dejes llevar por la música, ya estarán bailando salsa. Sin embargo, si cuando hayas aprendido, vas a una discoteca y observas, comprobarás que a muchos se les ha olvidado la base, aunque sea muy llamativo y acrobático su baile, no estarán bailando salsa sino practicando otra modalidad que personalmente denomino, mareo a la chica girándola una y otra vez hasta que quede tan aturdida que te confunda con Brad Pitt. El paso básico de la salsa cubana consiste en el siguiente movimiento de pies: Pie izquierdo atrás Pie derecho apoyo Pie izquierdo vuelve a posición inicial Pausa Pie derecho atrás Pie izquierdo apoyo Pie derecho vuelve a posición inicial Pausa En el baile al igual que en la música, hay pausas o silencios, tan importantes que si se suprimieran irremediablemente iríamos fuera de compás, que como la rumba, es el cuaternario o 4/4. Con lo que ha leído el lector hasta el momento de mi vida, probablemente se haga una idea sobre algunos de mis gustos, el que me conoce sabe que soy amante de la música, también soy tremendamente curioso y llama mi atención cualquier sonido del que ignore su procedencia y todo aquello que está por descubrir, aunque a las ciencias ocultas las tengo mucho respeto, llevando a rajatabla el consejo que un día me dio mi padre. Que cierto es ese dicho popular que reza que la curiosidad mata al gato, y siendo gato por ser madrileño, me da más gato, dicho originario de la manía de los gatos de caer en todo tipo de trampas debido a su inevitable curiosidad. Por aquel entonces había un programa en televisión que hablaba de los temas del más allá, al día siguiente conté a mis compañeros de clase con todo lujo de detalle lo que había escuchado, incluidas las psicofonías. Meses más tardes un compañero me comentó, tal vez mezclando conceptos de clases de lingüística con historias del más allá con las que alimentó su imaginación desbordante, que había oído cacofonías en el cuarto de baño de su casa. Aunque no puedo presumir de haber sido jamás un alumno aventajado, al menos por aquella época si sabía el significado de cacofonía, seguro que tras alguna lección etimológica con las que disfrutaba ilustrándonos mi padre, ఙ , que significa malsonante. del griego గగ , de ఙ

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori No considero extraño escuchar cacofonías (sonidos malsonantes) en un cuarto de baño, ni oler bromos que, como diría mi padre, su significado ಌ  , pero ni siquiera de niño me etimológico es pestilente, del griego  ಌ resultaba atractivo ridiculizar a nadie, afición que sí parece ser la favorita de algunos profesores, que creen ser más inteligentes por el simple hecho de transmitir lo que leen en un libro cual loros repetidores. Por ello, al percatarme de que mi amigo confundía cacofonía con psicofonía, le dije que lo que escuchaba cuando metía la cabeza bajo el agua de su bañera, no eran sonidos del más allá, sino que a causa de que el agua es buen medio conductor del sonido, oía voces, pero no del otro mundo, sino provenientes tal vez de la casa de sus vecinos. De paso le expliqué que el término cacofonía se utiliza para indicar sonidos disonantes resultado de una combinación poco grata al oído al pronunciar una palabra o una frase. Seguramente le indiqué algún ejemplo, pero como no recuerdo cuál utilicé, ahí va uno recién salido del horno: Ejemplo de cacofonía: “Uno no nota una notoria notoriedad anotando unas notables notas” Para terminar de tranquilizar a mi compañero de clase, le dije que aquello que creía haber escuchado, creyendo erróneamente que eran psicofonías, no podían serlo porque no se trataba de una grabación. Las psicofonías se aprecian cuando se graba el sonido ambiente, son sonidos que el ser humano no aprecia por medio de su deficiente oído, no creí conveniente profundizar en otros temas como sonidos del más allá, pues era evidente que tenía miedo. ¡Qué horrible tortura debe ser estar cagándose de miedo y no poder entrar al cuarto de baño porque es precisamente donde se encuentra el origen de tus miedos!, siendo como soy una persona muy sensible y susceptible a la lágrima fácil y sabiendo que el miedo sin fundamento es un sentimiento del todo inútil, tranquilicé a mi amigo, pero a la vez que le tranquilizaba yo iba recordando aquellas historias que había oído en televisión sobre el origen de las psicofonías y comencé a sentir algo de miedo. En mi niñez casi siempre preguntaba a la persona que consideraba más pragmática de todos los que conocía, a mi padre y me sorprendió que no solo no negara la existencia del más allá, sino que además reconociera una ciencia, como es la hipnosis, como una terapia válida aunque él no fuera docto en la materia. Ahora reflexiono sobre la sugestión y lo considero una estrategia de manipulación, pues se trata de un modo de lograr el dominio de la voluntad de una persona para que obre según nuestro criterio. Como amante de la libertad que soy, creo que el dueño de la voluntad debe ser uno mismo y por tanto la hipnosis o sugestión dejan de tener interés.

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13. El tío playeras Tiempos difíciles Comencé a escuchar con doce años, allá por el año ochenta y uno, aquello que desde entonces he escuchado a menudo, “Vivimos tiempos difíciles”, aunque algún osado ha llegado a decir “España va bien”, pero estoy convencido que quien lo dijo era ajeno a la realidad, lo que no podía llegar a imaginarme ni por asomo era lo que me esperaba, llegando a pasarlo francamente mal en el año dos mil uno, recién estrenado el nuevo milenio. En el dos mil uno tuve una relación que resultó ser un fracaso, surgió como resultado de mi búsqueda desesperada por escapar de un entorno poco adecuado, pero el remedio resultó peor que la enfermedad, ninguna de las muestras de afecto hacia aquella persona fueron correspondidas. Iba conduciendo mientras reflexionaba sobre el sentido que podía tener continuar con aquella relación, ya hacía meses que había saltado una alarma en mi interior que me indicaba que me estaba metiendo en un terreno pantanoso, fue entonces cuando escuché una frase de una canción: “Sin ti no soy nada” Qué pocas palabras y cuánta verdad encierra cada palabra. En absoluto estoy a favor de esas canciones que ponen la autoestima de la personas por los suelos, pero he de reconocer que oír aquella canción justo en aquel momento, me abrió los ojos. Era el retrato de Miguel en ese momento, yo era un “Sin ti”, un don nadie, había derrochado tanto esfuerzo y amor en los demás que me olvidé de guardar algo para mí. Esta frase pudo despertar en mí el rebelde que llevaba dentro, una alarma que se disparó y me dijo, mira en lo que te están convirtiendo, en un “Sin ti” que carece de amor propio. Nunca tendré suficientes palabras de agradecimiento para los autores de esta frase espejo de mi alma, que me hizo recapacitar y alzarme contra aquel sometimiento y decir basta, en aquel instante di por finalizada la relación. Me recuperé lentamente, pero con algo de ejercicio conseguí levantar cabeza. Primero por medio de ejercicio físico, al caer la noche estaba rendido de cansancio y me quedaba dormido. Pero al rato despertaba muy alterado, triste, invadido por una sensación de vacío y soledad, un sudor frío recorría mi frente. Entonces fue cuando me empleé en cuerpo y alma para salir de aquella crisis sentimental. ¿Cuál es la mejor receta contra el mal de amores?, amor propio. Si suspiramos por un amor no correspondido, desperdiciaremos mucho amor.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Cuando caes enamorado tiendes a entregarlo todo, mimas a esa persona por la que darías todo tu ser olvidándote a veces de tu propia existencia, he aquí el error, porque si esa persona tiene una pizca de maldad, al darse cuenta de tu estado de hipnosis aprovecha para robártelo todo, lo peor es que eres consciente de que te está robando, pero miras hacia otro lado simulando que no te das cuenta de lo que ocurre. Tu final está en el cuarto de los juguetes olvidados, pero con una buena dosis de amor propio podemos conocer gente nueva, apuntarnos a esas actividades a las que nunca nos atrevimos y empezamos a vivir la vida. Cuando compuse la canción “Para ti”, el mensaje que quise dar fue de esperanza, o mejor dicho, de fe, porque no hay porqué pasar la vida esperando que llegue el amor o la felicidad, basta con creer que llegará. Es importante tener la fe de que a pesar de que en ocasiones no todo haya salido como esperábamos, el amor verdadero existe aunque no vendrá a llamarnos a la puerta, lo más seguro es que tengamos que buscarlo, pero en algún lugar está. Particularmente, he tenido que darme de cabezazos con la pared para llegar a lograrlo (en sentido figurado, claro). Lo de los cabezazos es una manera de hablar, por suerte para mi sesera, lo que en realidad quiero decir es que tardé años en descubrir el amor puro, ¿cómo saber lo que es en realidad amor verdadero?, no debe ser tan fácil identificarlo, o quizá, no le prestamos la importancia debida. En mi caso particular, bien pronto tuve delante un modelo de amor verdadero, mis padres, otra cosa es que le prestara atención. En un principio confieso que presté más atención al físico, ¿acaso importa el físico de unos padres para quererlos?, no, los amas porque te mostraron el amor verdadero. El amor más falso es aquel que moldeamos en nuestra cabeza, lo llamamos amor verdadero, pagamos cualquier precio por él aún sabiendo que el falso, vivimos con la esperanza de que algún día conseguiremos convertirlo por arte de magia en auténtico, pero en el amor no hay trampa ni cartón. Podemos llegar a idealizar a una persona materialista, sabemos que lo es, incluso a veces nos llega a parecer de plástico, sin embargo es una persona cuyas medidas hemos encajado en nuestros cánones de belleza, la idealizamos, incluso conseguimos ligar con esa persona a la que tratamos de convencer que podría ser nuestra pareja ideal. Para que alguien te ame de verdad no es necesario convencerle para que te ame, no tienes que enseñarle como se ama de verdad, esa persona lo sabe de sobra. Cuando llegamos al estado mental de estar perdidamente enamorados de alguien, es cuando estamos lejos, a años luz del amor puro y verdadero. Si idealizamos tanto a una persona que podemos llegar a pensar que somos insignificantes a su lado, no vamos por buen camino. En una relación de pareja siempre se debería partir del principio de igualdad, los dos tienen el mismo valor, si se cree lo contrario, algo falla en esa relación.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Si tú pareja permite que la idealices, que él o ella sea el centro de atención y tú seas un simple satélite girando en su universo, deberías ir pensando en cambiar de pareja porque sencillamente no te quiere. Si tu pareja te quisiera, jamás permitiría que tú llegaras a considerarte un cero a la izquierda. Desearía que aquella canción que compuse, “Para ti”, que considero que carece de estos sentimientos de dependencia y necesidad obsesiva hacia otra persona, algún día pudiera ser tan útil como lo fue para mí aquella frase que pude oír de una canción que me hizo comprender que peligrosamente comenzaba a restar valor a mi persona. La canción “Para ti” podréis verla en el capítulo dieciséis de Zori 2ª Parte titulado “Homenaje”. Es inevitable encontrarse en alguna ocasión de la vida con momentos difíciles, lo importante es tener ánimo para afrontarlos. Lo mejor que se puede hacer cuando vienen tiempos difíciles es poner buena cara, capear el temporal y esperar a que vengan tiempos mejores para disfrutarlos al máximo, así, cuando regresen de nuevo los malos tiempos, tener las suficientes fuerzas. Tal vez alguna vez hayamos podido asociar los peores momentos de nuestra vida a un número, comúnmente se suele echar la culpa al trece, en mi caso particular, el número fatídico es el veintiuno. Curiosamente mientras escribía estas letras he recibido una invitación de boda para el día veintiuno de marzo, no teman por los novios porque a este fatídico número únicamente estamos abonados unos pocos privilegiados. Acontecimientos desgraciados para mí tuvieron relación con este número, como la hora en que mi padre tomó el billete de ida, o el día en que comencé la relación más tempestuosa y horrible que jamás hubiera imaginado. Aunque, si tras un veintiuno hay un veintidós, el asunto no es tan grave. Es por ello que acostumbro a agradecer y dar la bienvenida al nuevo día, normalmente tras la tempestad suele venir la calma. Siempre que he pasado por un momento difícil en mi vida, al día siguiente he visto todo con una claridad asombrosa, al igual que se ve todo mucho mejor cuando sale el sol tras la tormenta. Tras años de experiencia en todo tipo de conflictos, excepto (Dios me libre) el armado, he resuelto el último satisfactoriamente, creo que debido a que mi mente en este momento se encuentra en buena forma, actualmente no entra la palabra estrés en mi diccionario y eso me hace ver todo con una magnífica claridad. No vayan a pensar que el conflicto del que voy a hablar es algo trascendente, todo lo contrario, una nimiedad, la vecina de mi planta es una mujer mayor discapacitada, es por ello que su hija que vive en una planta superior, le prepara la comida a diario y la baja por el ascensor en una olla, dejando un olor a comida molesto tanto en el ascensor como en el descansillo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori En mi planta, la puerta de conexión con la escalera ha estado cerrada desde hace siete años, pues la hija de la vecina de mi planta consideró oportuno atrancarla sin consultar a sus vecinos, es decir, a nosotros, si nos parecía bien hacerlo. Durante estos siete años tuvimos de vecina en nuestra planta a Milena, una mujer colombiana a la que habían alquilado el piso, una excelente vecina que no solo no dio ningún problema, sino que resultaba agradable encontrarse con ella pues siempre tenía unas palabras agradables y una sonrisa. Pero la dueña de la vivienda que es nuestra actual vecina, tras una enfermedad quedó discapacitada y se vino a vivir de nuevo a su casa para estar cerca de su hija, así dejamos de ver a la simpática Milena y como no, su grata sonrisa. Un buen día, la hija de nuestra vecina decidió que tras siete años con la puerta de acceso a la escalera abierta, ahora que su madre había regresado, había llegado el momento de volver a cerrarla. Esto nos ha fastidiado un poco, puesto que los olores de la comida que transporta diariamente por el ascensor se van acumulando día a día y se hace difícil respirar el rato que se tarda en abrir la puerta de acceso a nuestra casa. Por esta razón, antes de acostarnos ponemos el felpudo de la vecina atrancando la puerta y de este modo liberamos de olores el descansillo, que al ser una cámara cerrada herméticamente, acumula olores y cuesta bastante respirar mientras abrimos la puerta de nuestra casa. Esta operación la hemos venido repitiendo diariamente, pues en numerosas ocasiones hemos oído a la hija de nuestra vecina quejándose y volviendo a colocar el felpudo en la puerta de entrada a la casa de su madre cerrando de nuevo el único respiradero del descansillo. Este pequeño conflicto ha durado varios meses, hasta que un buen día hemos dejado de colocar el felpudo para atrancar la puerta de acceso a la escalera y así liberar de aires nocivos el descansillo. Pasó un par de semanas y los olores se fueron acumulando en el descansillo, pero fuimos perfeccionando la técnica de abrir la puerta de casa con la rapidez suficiente para no tener que soportar aquella mezcla de olores de quince comidas diferentes mezcladas con otros tipos de olores. Dieciséis días más tarde de dar por finalizado nuestro conflicto, cuál fue nuestra sorpresa cuando nos encontramos que alguien había atrancado la puerta para liberarla de olores, ¿será que en pocos días nuestro enemigo se ha convertido en nuestro aliado? No puedo contestar a esta pregunta, no he podido ver aún quién es nuestro misterioso aliado que usa el felpudo de la vecina para atrancar la puerta y así liberar de olores el descansillo, aunque sospecho de la hija de mi vecina.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori La estrategia para la resolución del conflicto ha funcionado, es importante que nuestro enemigo conozca el motivo que causa el conflicto y una vez que se le ha pinchado un poquito, un buen día dejamos de luchar y conseguimos que nuestro enemigo además de seguir siéndolo, sea nuestro aliado. Ahora, por decisión propia, es la hija de nuestra vecina, la que comenzó este peculiar conflicto, la que se encarga de liberar de olores nuestro descansillo, una tarea que le agradecemos haya añadido a sus quehaceres diarios. De regreso a mis doce años, el día veintitrés de Febrero del año ochenta y uno dieron un avance informativo con una noticia que pareció alarmar a mi padre y a mi abuelo, tras oírla, nos dirigimos sin demora en el Renault 12 a buscar a mi madre al colegio donde impartía clases. Se trataba de un momento muy delicado, mi país había sufrido un intento de golpe de estado, apenas hacía unos años que habíamos estrenado democracia y aunque era niño, no podía imaginar las consecuencias que podría acarrear volver a otra dictadura, intuía por la cara descompuesta de mi padre que el asunto era bastante grave. Cuando íbamos de camino al colegio de mi madre con la radio puesta, me di cuenta de que ninguno de los informadores parecía pronunciarse a favor o en contra de lo sucedido, sino que eran presa del pánico dando nuevas noticias que llegaban desde Valencia, los tanques habían tomado las calles. En ese momento mi padre, no sé muy bien si dirigiéndome a mí o tal vez pensando en alto dijo, Dios mío, vaya tiempos difíciles nos ha tocado vivir. Llegamos al colegio, recogimos a mi madre y regresamos a casa. Las reflexiones en voz alta de mi padre junto con la noticia de que los tanques habían tomado las calles de Valencia, muy al contrario de asustarme, me hicieron pensar que tal vez al día siguiente no hubiera cole, al igual que ocurrió años antes cuando un señor salió visiblemente compungido por la tele anunciando que alguien se había muerto. Por suerte, el golpe de estado quedó en un susto y la vida del país volvió a una relativa normalidad, pues fue en primavera cuando presencié en primera persona una intervención policial propia de dos tontos en apuros. Fue un sábado por la tarde después de merendar, cuando mi amigo Julito y nos dirigíamos de mi casa a la suya, de repente oímos un frenazo de esos que solo habíamos oído antes en la serie de Starsky y Hutch. Del interior de un coche salen dos policías, uno era el listo e imaginamos que sería del jefe y el otro el tonto, el que obedecía las órdenes pero el más gallito, tal vez para suplir su carencia de autoridad. El poli tonto obedece la orden de su superior y se dirige en busca de un supuesto estupefaciente que dice que hemos tirado al percibir su presencia, entretanto, el poli listo procede a un registro reglamentario, que supusimos tendría como único objeto la búsqueda del resto de la mercancía.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Al no encontrar nada, tras efectuar un minucioso registro, todavía con las manos sobre la cabeza y con las piernas bien separadas, nos habla el poli listo: Poli listo:

¿Dónde habéis tirado la droga?

Era este tipo de preguntas las que te hacían reflexionar si tal vez el reciente golpe de estado había dejado a alguno más tocado del ala de lo normal, pero lejos de que se llegara a sospechar lo que estaba pensando, respondí: Miguel:

No hemos tirado nada, señor.

Poli tonto:

Sí, eso decís todos.

El poli tonto no había encontrado nada, y ya estaba de regreso donde permanecíamos con las manos en la cabeza y las piernas separadas, confusos porque no entendíamos muy bien qué demonios hacíamos en aquella absurda situación, mientras continuaba el interrogatorio: Poli listo:

¡Descansen y dense la vuelta!

Miguel y Julito:

¡Sí señor!

Es mejor que confeséis donde habéis tirado la droga, si la encontramos nosotros va a ser mucho peor y os vais a arrepentir. Miguel: Poli tonto:

Le juro que hemos tirado nada, señor. No quiero veros por aquí, ¿estamos?

Miguel y Julito:

¡Sí señor!

Cuando vimos que los agentes se disponían a montar en su lechera (coche de policía de la época) comenzamos a respirar y pensé con cierto aire irónico cómo me las maravillaría yo para que no me volviera a ver el señor agente por mi barrio, tal vez disfrazándome, no sé. Se oyó un derrape más escandaloso aún que la frenada del comienzo de aquel singular registro policial y un golpe tremendo del primer impacto, que fue de refilón contra un coche aparcado en doble fila, tras este primer impacto pudimos ver el coche inclinado en ángulo de cuarenta y cinco grados impactar contra los coches aparcados de frente. Pudimos ver que conducía el poli tonto y cómo el poli listo le golpeaba recriminándole el tremendo golpe que se acababa de darse con su lechera, pero tranquilos, no pasa nada, ya se hace cargo el contribuyente. Corrimos meados de la risa hacia la casa de Julito con temor a que los policías torpes la emprendieran a cachiporrazos con nosotros por el cabreo que tenían, subiendo por las escalerillas que había junto al colegio Teide, nos plantamos en su casa en un santiamén. Quisiera que esta anécdota que critica a dos sujetos del cuerpo no se generalice, ya que defiendo la labor meritoria de las fuerzas de seguridad.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori La zapatilla Estando ya a las puertas del verano del ochenta y uno me gané con creces el apodo de tío playeras, a pesar de que pueda sonar ridículo o a chiste, es un apodo que siempre me ha gustado y que lo he llevado y defendido con orgullo por donde quiera que vaya. Me encontraba jugando con mis amigos en la calle Barrafón, calle paralela al Paseo de Extremadura, sin ninguna ocupación ni miras de lo qué hacer en un futuro inmediato, estábamos lo que se suele decir pasando el rato o si se prefiere, cazando moscas. Ahora que lo recuerdo con más claridad, jugábamos con una pelota de papel que nos habíamos fabricado con cinta de embalar o pudiera ser que fuera una pelota imaginaria, el caso es que lancé una patada al aire para dar a la pelota y mi zapatilla salió volando yendo a parar al patio de la vecina de Julito. Las risas por lo ocurrido se oyeron hasta en la china, lo peor es que la vecina estaba de vacaciones y no había nadie en la casa, con el inconveniente de que la valla estaba repleta de cristales a prueba de pillos y maleantes. Me quedé pues sin zapatilla y tuve que regresar a mi casa a la pata coja aguantando las correspondientes risotadas de mis amigos, fue así como decidieron que desde entonces mi apodo sería el tío playeras. El lanzamiento de la zapatilla fue una anécdota graciosa, pero que sin saber muy bien porqué, he asociado siempre a un cambio de rumbo en mi vida. Siempre que mi vida toma un rumbo diferente, como el día que comencé a tomarme en serio la música, mi entrada en la universidad, mi incorporación a mi primer trabajo o mi dedicación a la escritura, ha aparecido en mi mente la zapatilla volando y colándose en el patio de la vecina de Julito. Desde que me incorporara a mi primer trabajo, poco después de imaginar una zapatilla volando por los aires, aprendí a dar mayor valor a la opinión que tenía de mi mismo que a la que los demás tuvieran de mí. Esta reflexión tiene mayor valor aún, si el origen de tus críticas viene de unos compañeros de trabajo que te odian por tener criterio propio, por pensar diferente a ellos, por defender por ejemplo, el arte frente a la tecnología. Aunque vivimos rodeados de tecnología, aún quedan manos artesanas como son las de un lutier. ¿Llegará el día en que las computadoras puedan construir un Stradivarius?, tal vez, pero tendremos que esperar a que sean capaces de fabricar a un Antonio Stradivari que los construya. Mientras llegue ese día, no nos quedará otro remedio que reconocer el valor del lutier, artista que al igual que el pintor imprime sus detalles en su obra, aplica sus conocimientos para obtener un acabado y un sonido satisfactorios, imprimiendo su propio sello a sus creaciones.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori ¿Qué misterio habrá para que el sonido de cada instrumento sea diferente al igual que lo son las voces de la gente?, probablemente tenga algo que ver con el tipo del material y sus proporciones, si bien es cierto que el lugar en el que se encuentra el instrumento da un aire diferente a su sonido, siempre sonará mucho mejor en una habitación vacía que en una con muebles. Ahora que comienzo a aficionarme por la escritura, proyecto que siempre tuve en mente pero nunca conseguí llevar a cabo hasta ahora, renace mi afición por la música, mis guitarras han pasado durmiendo una buena siesta, pero ha llegado el momento de despertarlas de su letargo. Quién si no hermano Santiago podría ser la persona que me animara a volver a tocar la guitarra, el arquitecto lutier que enseñándome cada una de las obras que ha terminado, probando cada una de sus nuevas creaciones he revivido viejos tiempos, he vuelto a sentir la música correr por mis venas. Ahora me encuentro con que extraño mis propias guitarras, ¿dónde están esos sonidos limpios y claros?, aunque ahora que lo pienso, ¿no seré yo quien haya perdido facultades?, eso es indudable, perdonadme guitarras, amigas mías, aquí estoy de nuevo otra vez, con ganas de recuperar el tiempo perdido, de llevar a cabo todos esos proyectos que albergaba mi mente, tal vez esperaba el momento adecuado para emprenderlos, ¿por qué no hoy? Estoy muy agradecido a mi hermano Santiago, magnífico arquitecto y lutier, por incentivarme a continuar tocando la guitarra, animo a mis lectores a hacer lo mismo, bien con una guitarra o con cualquier otro instrumento, la música no entiende de edad, siempre te recibe con los brazos abiertos. Seguro que tenéis un instrumento preferido, si acaso no se os había ocurrido, elegid alguno, si pudieras saber de antemano las sensaciones que se despiertan cuando se comunica con el lenguaje musical, no dudaríais ni un solo momento en comenzar ahora mismo. El camino de la música no es fácil, aunque creo coincidir con todos los que tenemos la suerte de gozar tocando un instrumento, en que es mucho el esfuerzo y la dedicación que se requieren, pero logras tu recompensa. En realidad ningún camino es fácil, pero cuando se vive atado por la monotonía, por una rutina que te atrapa y no te permite que hagas nada que se salga de lo corriente, es más gratificante romper con ese aburrimiento insistente y molesto, imaginas como de la nada aparece una zapatilla blanca volando por los aires que te indica que ya es hora de cambiar tu rumbo. Aquel año en el que vi mi zapatilla volando comenzaba una segunda etapa en mi vida, sin apenas percibirlo me fui distanciando de Julito, tal vez debido a que íbamos a colegios diferentes, el al Santa Cristina y yo a los Salesianos, cada uno por nuestro camino pero conservando nuestra amistad intacta. Me distancié también de mi amigo Ricardo, comenzó a frecuentar su casa de Los Molinos que aunque estaba cerca de mi urba, nos separaba una cuesta demasiado inclinada, aún así llegamos a quedar por allí un par de veces.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Con mi otro amigo, Pedrito, dejé de verme porque llegó un momento en que parecíamos no estar de acuerdo en absolutamente nada. Años más tarde, con dieciocho años, acompañando a mi hermana Paloma a un dentista de la zona de Huertas, yendo por la plaza de Santa Ana, oí una voz que gritó, ¡Eh, Miguel! Era Pedrito, con mi recién estrenada mayoría de edad solía llevar barba de dos semanas y había ganado algo de peso, sin embargo a Pedrito le habían sentado bien los años, estaba mucho más simpático y agradable que cuando era niño, físicamente había logrado que todas las partes de su cuerpo se pusieran por fin en equilibrio, se había convertido en un muchacho bien proporcionado y aparente. Meses más tarde, estando en la urba, me llamaron por la ventana y pensé que sería uno de los amigos de la urba, pero era Pedrito quien había venido a verme con su nueva moto. Sus padres habían comprado también una casa en la sierra y quedé con él par de veces al igual que con Ricardo, pero pronto acabaron las visitas, imagino que tal vez por culpa de una hembra. En mi particular manía de viajar en el tiempo, vamos a situarnos un año más tarde de mi año de la zapatilla, cuando yo contaba con la edad de trece años, Pedrito y sus padres sufrieron un duro golpe, tal vez uno de esos golpes que te dejan inmovilizado sin saber qué hacer ni cómo reaccionar. Pedrito ya había sufrido años atrás un accidente de tráfico del que habían salido airoso, ocurrió cuando su padre se distrajo echando mano a los papeles del coche mientras la guardia civil le hacía señales de que detuviera el coche, era un control rutinario de la guardia civil camino de su casa de su pueblo en la provincia de Ávila. Perdió el control y se salieron de la calzada dando varias vueltas de campana, según me contaba Pedrito, en una de las vueltas salió despedido por una ventanilla, gracias a lo que salió milagrosamente ileso, mientras que sus padres resultaron heridos leves. Recuerdo bien a sus padres, más jóvenes que los míos, su aspecto era muy jovial y eran muy agradables los dos, de la madre recuerdo su sensibilidad y cariño y de su padre su enorme vitalidad. Su hermano mayor, Rubén, era muy parecido físicamente a Pedrito, pero algo más mayor, iba como nosotros a los salesianos a un curso menos que mi hermano Fernando, se notaban en él los rasgos típicos de la rebeldía de un adolescente, pero no por ello dejaba de ser agradable, al menos conmigo siempre se portó correctamente. El padre trabajaba como taxista y tenía un garaje por la zona de Manuel Becerra que en alguna ocasión fuimos a visitar, se percibía que era un hombre al que le gustaba su trabajo, una profesión que también ejerce otro amigo mío que también se llama Pedrito, él es de la urba de Guadarrama y vive allí actualmente con su mujer Fabiana, quiero aprovechar la ocasión para dedicarles también a ellos esta obra.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Un año después de mi año de la zapatilla, en septiembre del ochenta y dos, recibí una trágica noticia cuando visitaba a mis antiguos compañeros de los salesianos mientras permanecía ocioso en espera de que comenzaran mis clases del instituto. Fue Jesús quién me dijo la fatal noticia que me dejó horrorizado y sin aliento: Jesús:

¿Sabes lo de Rubén?

Miguel:

¿Quién?

Jesús: Miguel:

El hermano de Pedrito. No sé, ¿qué ha pasado?

Jesús:

Que le han matado.

Ocurrió en las fiestas del pueblo, estaba Rubén con sus amigos armando jaleo en las cercanías de la casa de un viejo, de esos que han olvidado que un día fueron también jóvenes. Sin pestañear cogió un cuchillo de matanza y lo clavó en el corazón del joven Rubén sabiendo que ello le arrancaría su juventud y su vida. Desde aquí quiero hacer un llamamiento a todos aquellos que teniendo la posibilidad de arrancar la vida lo hacen por egoísmo, prueben antes de hacerlo a quitarse ellos de en medio, nos harían un enorme favor al resto. Comprender lo que pasa por la mente del que abusa de su poder, del violador, del asesino, es algo que me interesa poco, posiblemente no piensa las consecuencias y solo le importe satisfacer su ego. Dicen que el suicidio es de cobardes, de hecho, en mi colegio no hacían más que repetirlo una y otra vez cuando uno de nuestros compañeros decidió quitarse la vida. Si el que se suicida trata de evitar su execrable intención de acabar con la vida de otro, me parece muy loable y noble de su parte. En los días que vivimos acostumbramos a oír que otro ex amante, o ex marido, o ex pareja se deshacen de una mujer y sus hijos, cuando se dan cuenta de la barbaridad que han hecho, se suicidan. ¿Por qué nunca os equivocaréis de orden?, deberían enseñaros en la escuela a respetar en primer lugar la vida ajena y si no os veis capaces hacerlo, acabad primero con la vuestra, así salvaréis vidas inocentes. Hay otra solución tal vez mejor, entender que cada persona es dueña de sí misma y respetar esta realidad, no tenemos derecho a disponer de la libertad de nadie, no nos pertenece la vida de nadie y cada uno es libre de elegir su propio camino, cuanto más amemos la libertad, mas gozaremos de ser libres. Apenado y triste por lo ocurrido, quise tener la ocasión de dar ánimos a Pedrito, algo que hice años más tarde en la plaza de Santa Ana de Madrid.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Golpe de suerte Pasado el verano del ochenta, en un lluvioso mes de septiembre, bajábamos de la urba al pueblo dando una vuelta el Gnomo, Augusto y yo. El Gnomo era el hermano del Hudu, del primero si conozco a procedencia de su mote porque se lo puso el que fue autor del noventa y nueve por ciento de los motes de la urba, mi hermano Javi. El mote de Gnomo tenía un origen sencillo, venía de “no molestes”, pues nuestro amigo era muy dicharachero, del tipo de personas que hablan tanto que pierdes el hilo de su conversación casi antes de que empiece a hablar, es decir, que no le prestas apenas atención, la G delante se la puso mi hermano en homenaje a esos duendecillos del bosque que, como a mí, les gusta tanto las setas. Otro de los chicos de la urba con mote fue Número Siete, se llamaba así porque siempre portaba una camiseta con el número siete y la gracia estaba en que en aquella época echaban una serie en televisión en la que su protagonista era un burro que se llamaba precisamente así, Número Siete. Un señor que frecuentaba sus paseos serranos montado en una moto Sanglas cuatrocientos de dos cilindros y que respetaba escrupulosamente la señal de diez por hora a la entrada de la urba, cuya pose y mirada chulesca permanece intacta en mi mente, aunque se me hace harto difícil de explicar, era el Mucha Moto. Y así una larga lista de motes, pero en este caso no se cumplía el dicho de que en casa del herrero cuchara de palo, el creador de casi todos los motes de la urba y su hermano, es decir, yo, teníamos reservado un mote con mucho mérito, pues es el único que no salió de la imaginación de mi hermano Javi. Nuestro mote tenía el nombre del extremo cilíndrico puntiagudo de una pieza, es decir, pivote, pivot para los amigos. Al parecer el origen del mote era que según decían las malas lenguas, la cabeza de ambos se asemejaba a la forma de un pivote. Descubrí no hace mucho, yendo con algún amigo de la urba ya pasados los treinta años, que aún seguían llamándome a escondidas pivot, lo que no entiendo es porque lo empezaron a ocultar con los años, nunca me importó, si me recuerda a los jugadores más altos y fuertes de baloncesto. Cuando llegamos los tres amigos al pueblo, nos encontramos con tres chicas de nuestra edad y nos fuimos a pasear por los prados de las vacas, mientras ellas (las chicas), se rifaban quién era el que más le gustaba a cada una. Miro con cierta nostalgia la espontaneidad que se tiene a esa edad, en la que poco importan las apariencias y lo superfluo, es la edad en la que algo o alguien simplemente te gusta o no te gusta, creo que tal vez sea la etapa de nuestra vida en la que tenemos las cosas más claras, todo se ve tal y como es, nos encontramos en ese momento en el que sabemos lo que queremos.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El camino de la urba al pueblo y del pueblo a la urba era el más transitado mientras estábamos en la sierra de Guadarrama, en uno de esos trayectos encontramos una serpiente de aproximadamente un metro de longitud y alguno de mis amigos se encargó de acabar con ella a pedradas. Una vez muerta, la agarró y la tiró hacia donde yo estaba con la mala fortuna que se me enredó en mi cuello, la sensación que me produjo enredándose aún estando ya muerta fue bastante desagradable. Pero no todos los trayectos fueron tan espeluznantes, los de regreso a la urba solían ser los mejores, en uno de los regresos caminábamos el Gnomo y yo especulando sobre si lo que veíamos a lo lejos era una lata oxidada o una chaqueta abandonada. Según nos fuimos acercando, comprobamos que no era nada de lo que imaginábamos, sino que se trataba de un bolso. Al abrirlo aparecieron dos billetes de diez mil pesetas, cuyo valor hoy en día podría compararse con el de dos billetes de cien euros. El Gnomo sacó los dos billetes diciendo, uno para ti y otro para mí. Nos fuimos corriendo, pero nos quedó la duda de si hubiera habido más, entonces regresamos y vimos varios billetes de mil y de quinientas pesetas metidos en un monedero de tela. Miramos bien en el interior buscando alguna identidad asesorados por el hermano mayor del Gnomo, Hudu, para devolverlo en caso de encontrar una identificación, pero no encontramos nada. Creemos que el total de sesenta mil pesetas que nos encontramos, por la manera en la que estaba guardado el dinero y sin identificación alguna, pudiera ser el resultado de un robo a algún banco y al verse perseguidos los delincuentes por la policía, decidieron deshacerse del botín antes de que les trincaran. El caso es que con doce años era muy golosa la cantidad y decidimos que lo mejor que podíamos hacer es guardarnos cada uno nuestra parte y no decir nada a nadie. La administración de aquel dinero fue bastante racionada y me permitió pasar una adolescencia muy acomodada, la mejor manera de que pasara desapercibido en mi casa teniendo tal cantidad de dinero, era no gastar a lo loco y administrarlo convenientemente. Aunque tenía dinero suficiente hasta para comprarme una guitarra eléctrica, me fabriqué una e iba comprando las piezas muy de vez en cuando, lo que no llegué a comprar por parecerme muy caro fueron las pastillas o micrófonos que amplifican el sonido de las cuerdas. Cuando me iba a comprar ropa, no me privaba de comprar lo que más me gustara y si acaso me preguntaban en casa, decía en casa que me había costado algo más barato de su coste real.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mis amigos de Madrid nunca supieron que era un adolescente con sesenta mil pesetas en el bolsillo, fue un secreto que supe guardar convenientemente, aunque cuando se acababa el dinero y queríamos comprar más, siempre había algún billetillo de cien que salía de la manga de Miguel. Agradecí al hermano del Gnomo, Hudu, también amigo de mis hermanos mayores, que supiera guardar también aquel secreto, porque me evitó problemas o tener que dar explicaciones que me comprometieran. Hudu tendría por entonces dieciocho años, era diferente a casi todos los mayores, porque no nos trataba como enanos, sino como personas, tenía un aspecto peculiar, el pelo muy rizado y largo como Carlos Santana, de quien en una ocasión tuve el placer de poder interpretar uno de sus temas y uno de mis preferidos, Europe. A parte de ser una gran persona, Hudu tenía una excepcional voz y gusto musical, uno de mis referentes por aquella época, un amigo entre los mayores, imagino que aún conservará un cuadro que le regaló mi hermano Santi de un mono con un fondo de rascacielos, todo un clásico de mi hermano, decoró durante años el trastero de mi casa antes de regalárselo. Recientemente he oído la noticia de un muchacho que tras ganar varios millones de euros en la lotería, se ha quitado la vida. Solemos soñar con tener un golpe de suerte como el de este muchacho, pero tal vez obviamos que el dinero es un arma de doble filo, si no andamos con cuidado podemos agarrar el arma por el filo en lugar de por el mango. Si el dinero lo empleamos en evitar tener que pasar apuros y en mejorar un poco nuestra calidad de vida, entonces bienvenido sea, pero si provoca que perdamos el control, entonces estamos perdidos. Una vez vi a un señor norteamericano en un tablao flamenco que daba muestras evidentes de que le sobraba el dinero y sabía muy bien como despilfarrarlo, de hecho, yo fui uno de los agraciados por su generosidad, me premió con un billete de cien dólares por el simple hecho de estar allí. El señor norteamericano iba acompañado de otro señor cuya función era evitar que en lugar de premiar a los afortunados de los presentes con un billete cien dólares, lo hiciera con un coche o una casa, debido a la chispa de la generosidad que se enciende cuando se bebe algo más de la debido. Hay una frase que he podido escuchar alguna vez de boca del gran músico y actor Rubén Blades, que dice, si tú no usas la cabeza, otro por ti la va a usar, así es, la cantidad de problemas que podemos evitarnos con utilizar tan solo un diminuto trocito de nuestro cerebro. La mejor suerte que puede tener una persona está dentro de su cabeza, podemos pasar la vida buscando la suerte en cualquier lugar del mundo o incluso del universo, cuando en realidad la suerte está dentro de nosotros, la verdadera suerte consiste precisamente en darse cuenta de esto a tiempo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori

14. A por uvas Adiós Salesianos Llegaba un año que simbolizaba para mí la libertad, el año ochenta y dos, aquel en el que terminaban ocho largos años bajo la doctrina salesiana, son muchos los que hemos cantado a la libertad refiriéndonos a aquellos años de autoritarismo, en los que la libertad de expresión era pisoteada y apaleada: Barón Rojo:

A los salesianos fui, qué más puedo decir, porque a palos me enseñaron, su religión.

De Barón he de decir que no solo me sentía identificado con las letras de sus canciones, sino que su música me acompañó a lo largo de la década de los ochenta, ellos cantaban a gente que como yo había sufrido capones con el pivote de la campanilla, hostias pero de las que no han sido previamente consagradas o el típico reglazo de madera con la mano extendida. Pero para colmo de salvajadas, las que se hacían en la generación de mis padres, mi padre me relató cómo su maestro de escuela, no suelo decir palabras feas, pero esta vez permítanme la expresión, un auténtico hijo de la gran puta, daba collejas a los niños con la cabeza próxima al radiador y de este modo conseguía que de rebote, se golpearan la cabeza contra los hierros. También debo decir de Barón Rojo que son unos excepcionales músicos, cuando en otros países como en Alemania llevaban con orgullo tener grupos como Scorpions, o en Australia a AC/DC, nosotros, en este país del que, como saben, actualmente no me siento partícipe aunque por aquel entonces sí, llevábamos con orgullo a nuestro Barón Rojo. Tan solo me faltaban unos meses más para decir “Adiós a los Salesianos” y dar la bienvenida al instituto, a ese instituto en el que conocí a Marta Sánchez, el Ortega y Gasset junto al puente de los franceses. No llegamos a coincidir en el mismo curso, pero es una de esas caras que recuerdo, no por ser una mujer llamativa y atractiva como es la imagen que todos tenemos de ella, sino por todo lo contrario, no era nada llamativa por aquel entonces, tal vez quizá por ello fue una de las chicas en las que fijé mi atención, por su sencillez. Sin conocer a Marta Sánchez, por fuerza me tiene que caer bien, pues fue amiga de una de las personas que más admiro, una mujer de la cabeza a los pies, Laura, mi primera compañera de trabajo, melómana como yo. Quiero, desde donde estoy, enviar un abrazo enorme a Laura, la mejor compañera de trabajo que he tenido y probablemente tendré, también enviar mi cariñoso abrazo a Marta Sánchez por su excelente labor en el mundo de la música y su enorme sensibilidad a la hora de interpretar canciones, sin duda, una de las mejores cantantes del panorama musical.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Aquel último año en los Salesianos tuve que esforzarme más en mis estudios porque el año anterior los curas me hicieron una faena, que personalmente mi padre jamás les perdonó, aunque esto no alteró sus creencias católicas. El año anterior tuve que pasar el verano encerrado estudiando porque los curas me habían suspendido cinco asignaturas, digo bien que me las suspendieron, porque ellos mismos lo reconocieron. Según le explicó a mi padre mi tutor salesiano, según el desarrollo que había tenido durante el curso, consideraron que era completamente imposible que hubiera aprobado todas las asignaturas y además con buena nota, es por ello que tomaron la decisión de suspenderme cinco asignaturas. El enfado de mi padre ante semejante abuso fue monumental aunque prefirió contenerse para evitar males mayores, mi padre estaba muy sensibilizado ante los abusos de este tipo, pues recién terminada la carrera fue a una entrevista al hospital de la paz en la que aceptaron su candidatura. Cuando al día siguiente se presentó a su primer día de trabajo, le llamó el que había aceptado su candidatura para explicarle que sintiéndolo mucho su plaza había tenido que ser ocupada por un recomendado del ministro. Por suerte, para la inteligencia y la felicidad no existe recomendación alguna, o se tiene o no se tiene, el caso es que tras los cinco injustificados suspensos tuve que presentarme en septiembre y pasar el verano pensando si tras examinarme, de nuevo se volvería a repetir la tremenda injusticia. En septiembre aprobé todas las asignaturas exceptuando las matemáticas, a las que no me presenté por equivocarme de día en el examen. Cuando acabé el último curso de educación general básica satisfactoriamente en junio, me citó el profesor de matemáticas de séptimo para entrevista: Don Elicio: Le he citado porque debo preguntarle algo. Miguel: Sí, dígame. Don Elicio: Me pregunto cómo ha podido usted aprobar matemáticas de octavo teniendo suspendidas de séptimo, siendo las de octavo mucho más amplias y complejas. Miguel:

Algo raro ocurrió en mi evaluación de séptimo.

Este último comentario cayó como un jarro de agua fría en el profesor, al nombrar la evaluación del curso anterior, se percató de lo que estaba hablando, de un jurado que dictó sentencia sin tener prueba alguna: Don Elicio: Me hago cargo, está usted aprobado y no debe examinarse de nuevo, ya aprobó usted en su día. Miguel: Gracias señor. Don Elicio: No hay de qué, acepte usted mis disculpas.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Era la primera vez en ocho años en que un maestro de los salesianos me pedía disculpas, las acepté de buena gana, como para desperdiciar milagros, incluso llegué a sentirme de un modo absurdo culpable por el hecho de que el maestro me confesara que había obrado mal y enmendara su error, no estaba acostumbrado a ese tipo de acciones por parte del profesorado. Se avecinaba un verano prometedor y recibimos en casa una carta de los salesianos que provocó que nos partiéramos de risa, tanto mis padres como yo, era una carta de enhorabuena por haber obtenido el graduado escolar en la que me invitaban a seguir confiando en ellos, estando ya abierto el plazo de inscripción para el nuevo curso. Era evidente que los Salesianos habían advertido que no estaba matriculado para el siguiente curso, ya me había matriculado en el instituto días antes y al hacerlo, comencé a respirar aires de libertad. Con motivo de la reciente hospitalización de mi madre y encontrándose cerca del hospital el instituto, he aprovechado para acercarme a recoger el título de bachiller, el vuelto a respirar el olor de los árboles situados en la entrada, esos que había visto pasar a un joven Miguel antaño y que ahora veían pasar a un Miguel de mediana edad. Hablando de ramas acabo de recordar una conversación simpática con una compañera de trabajo de la empresa que me defenestró en el año dos mil tres al igual que antaño hicieran los padres Salesianos, con la diferencia de que la empresa enmendó el error con dinero sucio. No hay dinero suficiente para pagar tal daño, pero no es el tema del que quiero hablar ahora, ya haré referencia a ello en ¡el el corazón, capítulo 15 titulado Zori de la segunda parte de mi novela, no se lo vayan a perder! Esta compañera, que con gran sensibilidad fue la única persona del último proyecto en que trabajé, que se preocupó por mí cuando le llegaron noticias de que la empresa tenía intención de ponerme de patitas en la calle. Como en toda ocasión en que recuerdo a personas dignas de dedicarles partes de tu vida, es el momento de dedicárselo a mi compañera María José por su aliento, también quiero dedicárselo a los compañeros de otros proyectos Carlos y Aurora, espectadores de algún que otro concierto mío y también a la bibliotecaria de esa empresa, que me alentó a seguir luchando. Meses antes de mi despido, bromeaba con mi compañera, y en ese momento me interesé por su carrera, ella me dijo haber estudiado ciencias exactas y fue entonces cuando le dije: Miguel: María José: Miguel:

¿Ah sí?, ¿y en qué rama estudiaste? Verás, estudié primero en… (Tras un buen rato de explicando su trayectoria universitaria, le dije) ¿Y por qué no estudiaste en un pupitre como todo el mundo?

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori En un primer momento se quedó un poco pensativa, como buena matemática, pero al advertir que la estaba vacilando, esbozó su encantadora sonrisa y me digo un cariñoso: ¡Será imbécil el tío! Pero ya que hablo de mi compañera María José, no puedo dejar pasar la ocasión para hablar de otra compañera de igual nombre con la que por casualidad he coincidido en dos empresas distintas. Llegué un día a una nueva empresa (nada extraño en mí, creo que ya he estado en cientos de ellas), me presentan a todos los nuevos compañeros y doy dos besos a la última persona que me presentan, esa sonrisa la reconozco, la he visto antes en otro lugar, pero quizá algo menos alegre. Era María José, la misma con la que no paraba de reír en el primer trabajo en el que coincidimos, solía decirle que jamás perdiera esa sonrisa, que la risa sería su mejor aliada, pero no le estaba diciendo nada nuevo, ella ya sabía que la risa es el mejor amigo del alma. Ahora que veía a María José de nuevo las circunstancias eran distintas, ella trataba de ser la chica alegre de años atrás y yo trataba ser aquel que reía con ella, pero el entorno no acompañaba y me invadió cierto aire de nostalgia. Poco después de aquel reencuentro emprendió su último viaje mi padre, agradecí mucho las palabras de aliento de María José, eran sinceras y verdaderas, le agradezco sus palabras de aliento y ánimo los días tras el viaje de mi padre en los que me costaba tanto trabajo caminar, gracias amiga, ¡sigues siendo un sol, no pierdas nunca esa bella sonrisa! Tras este vaivén por mi vida, ya lo sé, que soy muy pesado y me muevo más que una peonza, ya me centro, regresamos a la época que corresponde a este capítulo de mi vida, a mis trece años. Con el calor vino el verano y había empezado a quedar con mi compañero de itinerario escolar cuando era niño, José Manuel, un día fuimos por la cava baja y nos encontramos con dos chicas muy simpáticas en la fuente de diana cazadora, en la calle Segovia. Lo que no sospechábamos es que tras ese encuentro fortuito en tan señalado lugar, uno de nosotros dos seríamos cazados, le tocó a José Manuel, su relación con su chica tras ese encuentro duró largos años. Nos fuimos a tomar algo a un pub de la zona que se llamaba Blanco y Negro y estuvimos escuchando música de la época, música de los ochenta con la que pasamos un buen rato hablando largo y tendido en compañía de dos chicas muy simpáticas. Se advertía desde un primer momento que entre José Manuel y una de las chicas había surgido la química, se nos pasó el tiempo volando y llegó el la hora de tener que marcharse a casa, las acompañamos a sus respectivas casas y las dijimos que si nos pasábamos a recogerlas al día siguiente, nos dijeron que no esperaban menos de nosotros, lo que significaba que sí.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Fuimos al día siguiente por Rosales a montar en el teleférico, desde sus cabinas se ven unas vistas espectaculares de Madrid, había montado antes de niño con mis padres y hermanos, pero apenas lo recordaba, la sensación que produce los diez primeros minutos es que vas colgado y que se va a soltar la cabina que te transporta de un momento a otro. Dimos un paseo romántico, más para unos que para otros y de regreso de la casa de campo en un paseo rodeado de pinos, se desató el amor que hasta ese momento no había pasado de cómplices miradas y caras sonrojadas. La escena de una pareja de enamorados de trece años es de las cosas más bellas que pueden observarse, disfruté mucho viendo a José Manuel y en un momento en que dejamos a las chicas atrás, le dije: Miguel:

¡Enhorabuena campeón!

La cara con la que me miró le delataba, estaba mucho más enamorado de lo que creía, pero lo bueno es que ella también lo estaba, hasta ahí todo perfecto, pero me pregunte, ¿qué pensaría de todo aquello la otra chica? José Manuel y su amada se adelantaron y nosotros nos quedamos atrás, fue entonces cuando me dijo mi compañera sin titubeos, que a qué estaba esperando para darle un morreo y dejarla sin sentido. Me había visto yo en la misma situación de mi amiga infinidad de veces antes, como si de una dulce venganza se tratara, el destino me daba a probar de mi propia medicina, ahora ella yo el que me sentía en esa tesitura. He reflexionado muchas veces en lo que me ocurrió aquel día, ¿qué hubiera ocurrido de haber dicho que sí?, en realidad aquella chica no me disgustaba, tenía todo lo que apreciaba en una persona y sin embargo recordaba a Maite, tras cinco años, creía que la hubiera traicionando si hubiera dicho que sí. Cuando le dije que no, ella reaccionó con tristeza pero con nobleza, este detalle incluso me hacía advertir que me estaba equivocando diciendo que no, aquella chica merecía la pena, la sensación de tristeza, vacío y de culpabilidad solo eran mitigados por la cara de felicidad de la otra pareja, me alegraba mucho verles tan felices. Meses después comencé a quedar de nuevo con los amigos de la urba de Guadarrama, pero en Madrid, Pablo se había mudado de la casa de Quevedo a otra en el Paseo del Rey, barrio en que años más tarde terminaría el instituto y COU en nocturno. Muchas tardes me encontraba con Paul, el perro de Pablo, pero como había cambiado mi aspecto físico, ya no me reconocía y pasaba de largo. Cuanto tenía doce años, Paul era mi perro preferido, sobrevivió a un atropello que le pudo haber matado pero milagrosamente se curó tras un verano en la playa, cuando al año siguiente fui a buscar a Pablo y vi a Paul vivo me alegré mucho, andaba un poco de lado como los cangrejos, pero lo importante es que seguía vivito y coleando, tan alegre como siempre.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Un día quedamos en el barrio de Pablo, no era de los que les agradara quedar fuera de su barrio, había cerca de su casa unas huertas pequeñas a orillas de la estación del norte que daban higos y uvas. Estuvimos comiendo higos y cogimos unos racimos de uvas, lo justo para pasar la tarde, luego caminamos hacia La Rosaleda del parque del oeste. Pasamos la tarde comiendo uvas y luego cruzamos por el paso a nivel que va a parar a la ermita de San Antonio de la Florida, tras un buen rato comiendo uvas, pensamos que tal vez nos excedimos cogiendo racimos. Entramos en Mingo y nos pedimos una caña de sidra cada uno, la excusa perfecta para dejar las uvas que nos sobraban en un hueco para dejar cosas que había debajo de la barra. Después estuvimos por el barrio de mi futuro instituto que conocía bien mi hermano Javi, me llamaron la atención unas columnas de estilo dórico a la orilla del río Manzanares, fue de las primeras incógnitas que se me planteaba respecto al mobiliario urbano de mi ciudad: ¿Qué demonios hacen unas columnas griegas en Madrid? Se trata de unas bonitas columnas dóricas de fuste estriado y capitel compuesto situadas a orillas del río, se construyeron en los años veinte del siglo pasado como soporte a un conducto respiradero paralelo al río cuya función era disminuir los olores de los vertidos del alcantarillado público. Cuando se desinstaló el respiradero, se conservaron las columnas por su belleza, yo fui testigo del fétido olor que se respiraba a orillas del Manzanares los años en los que fui a clase al instituto Ortega y Gasset. Otra pregunta que me hice sobre el mobiliario urbano años después cuando fui al instituto Covadonga, era sobre una edificación próxima: ¿Qué diablos hace el templo egipcio de Debod en Madrid? El Templo de Debod que tiene un par de milenios de antigüedad, fue regalado por Egipto como agradecimiento por la colaboración española para salvar los templos de Nubia, también regalaron a Estados Unidos el de Dendur, el de Ellesiya a Italia y el de Taffa a Holanda, vamos que fueron tan generosos, que si se descuidan se quedan sin templos. Tras el largo paseo gastronómico y cultural por el barrio del Manzanares, nos fuimos andando para bajar barriga hasta El Lago de la Casa de Campo donde nos montamos en las barcas, así completamos el ejercicio a golpe de remo para ver si así lográbamos digerir de una vez las dichosas uvas. Era curioso el efecto que se producía en El Lago cuando alguien tiraba mendrugos de pan, se formaba una montaña de peces en el mismo sitio donde caía el pan y en pocos segundos desaparecían los mendrugos y se derrumbaba la montaña de peces.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Espontáneo En muchas ocasiones de mi vida tomé el camino de la espontaneidad, puedo asegurar sin temor a equivocarme y de haber sido así, asumo el riesgo, que he tomado el mejor camino, pues me ha permitido conocer siempre algo nuevo, siempre despertó mi inquietud descubrir y explorar lo desconocido para mí, estoy seguro de que corre sangre de conquistador por mis venas. Frecuentemente cuando eres espontáneo, alguien trata de disuadirte de que no lo seas, incluso pueden llegar a llamarte inconsciente o irresponsable, tal y como me llamó un compañero de viaje de Noruega a Madrid cuando estando en Dinamarca propuse la idea de desviarnos para conocer Berlín. Este compañero del que no sé nada ni quiero saber hace años, es de inevitable reseña en el libro de mi vida, no por su valor humano, sino por todo lo contrario, de nombre Rocinante, rémora de mis andanzas junto a otro de idéntica calaña, llamado Don Quijote, dos personajes a los que haré referencia con frecuencia en la segunda parte de Zori. Tratar de convencer a alguien de que la espontaneidad no es de irresponsables, es difícil misión, la gente de convicciones rígidas y que no es capaz de tomar una decisión por decisión propia sino que siempre consultan a alguien o a algo, como a la almohada, han tomado el camino de la rigidez y aunque no lo comparto, respeto su estilo de vida. Por ello, tras mi propuesta de viaje a Berlín, debidamente pisoteada por mis compañeros de andanzas Don Quijote y Rocinante, callé y respeté su decisión, aunque realmente deseaba conocer aquella ciudad que siempre había despertado mi interés. Finalmente mis compañeros, ignoro si porque no puse objeción a su tajante decisión abandonar mi propuesta de viaje a Berlín o porque realmente deseaban visitar la ciudad, cambiaron de idea y tomamos rumbo hacia una ciudad llena de embrujo y misterio. De regreso a mis trece años, me encontraba en un momento de madurez, realmente sabía muy bien lo que quería en la vida, mis objetivos tras haber conocido el fracaso tanto en el aspecto sentimental como en el estudiantil, eran encontrar un amor verdadero y conseguir un buen trabajo. Sabía que mis objetivos no eran fáciles, pero estaba lejos de mí la idea de que fueran imposibles de lograr, comenzaba a encauzar mi camino, como solía decir la suegra de mi maestro de guitarra, estaba centrado. Es frecuente que se ponga como excusa a la ausencia o falta de madurez intelectual, la edad. Pero cuando te consideras intelectualmente maduro con trece años, que no experto, la idea de que la madurez se consigue con los años, deja de ser importante. ¿Podemos llegar a ser tan necios de continuar creyendo que la madurez solo se obtiene con los años?, la experiencia sí que requiere del paso del tiempo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori He tenido ocasión estos años de observar más y mejor a los niños debido a la profesión de mi mujer, ella es educadora infantil y alguna vez he podido observarlos cuando la he ido a buscar a la salida del trabajo. Si pensamos que la madurez está relacionada con la edad, es evidente que un niño de tres años es un inmaduro, pero si creemos que es maduro quien sabe muy bien lo que quiere, por lo general los niños de esta edad son más maduros que los adultos. Tampoco creo que la experiencia tenga poca importancia a la hora de tomar una decisión o establecer un diagnóstico, es importante haber vivido una experiencia para que la siguiente ocasión que nos encontremos con la misma dificultad, sepamos lo qué no debemos hacer, de ahí el empeño de nuestros maestros en que estudiemos historia. Pero la experiencia no es lo único importante, los sistemas expertos son aquellos que emulan el comportamiento de una persona con gran experiencia en determinada materia, es una herramienta muy útil para elaborar diagnósticos de enfermedades pues facilita al médico respuestas inmediatas y facilita su labor. Pero sería un grave error que el doctor confiara su criterio a una máquina, la respuesta final para elaborar un diagnóstico adecuado la debe tener el médico, pues el sistema experto carece de algo imposible de emular, la inteligencia, aunque el sistema experto sea una rama de la mal denominada inteligencia artificial. La inteligencia artificial se basa en unas premisas que no voy a analizar en este momento, pero permítanme una referencia a una de ellas, la lógica formal, ésta consiste en el estudio de razonamientos correctos de un modo formal y esquematizado, algunos han llegado a afirmar que es análogo al pensamiento abstracto del ser humano, a mi entender esta afirmación es totalmente absurda. Aquí existe cierta confusión, ¿creer que una máquina puede llegar a resolver nuestros problemas?, no, la máquina es una utilidad con un valor incalculable, pero jamás emulará la inteligencia humana. Voy a ser espontáneo y voy a mojarme asegurando que jamás algo fabricado por el hombre emulará a la máquina que es a su vez la más perfecta e imperfecta, el ser humano, a no ser que el modo de fabricarlo sea por el método tradicional, conocido por todos como chiqui-chiqui. La capacidad de improvisación que tenemos, esa inteligencia que nos permite diferenciar lo mejor para nosotros, se basa en parte en los sentimientos, algo que las máquinas desconocen. Una prueba de lo que se puede lograr siendo espontáneo, la tuve con trece años cuando entramos mis doce amigos y yo a la discoteca el mono de Cercedilla, no teníamos nada de dinero, ni siquiera para pagar un tercio de cerveza al que hubiéramos tocado a un trago corto por imberbe.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Entonces me dirigí hacia la barra de la discoteca y hablé con una camarera: Miguel:

Buenas noches, ¿podría pedirle un favor?

Camarera: Miguel:

Si claro, ¡dime chaval! He venido con mis amigos y no tenemos nada de dinero aunque nos gustaría tomar algo, por ello me pregunté si tal vez sería usted tan amable de invitarnos a una copa.

Camarera:

Por supuesto, eso está hecho.

Quedé gratamente sorprendido por la amabilidad de la camarera, pero lo que me dejó sin palabras fue lo que me dijo a continuación: Camarera:

¿Y tus amigos qué van a tomar?

Que te inviten a una copa, aún sabiendo que no tienes dinero para pagar las siguientes, es extraordinario, pero que además inviten a tus doce amigos, es de tener un corazón que no le cabe, no sé si me gustó más la copa que me tomé o la belleza interior de esa camarera, ¡qué tía más enrollada! Aunque no toda muestra de espontaneidad acaba con final feliz, ese mismo verano fue la última vez que corrí las vaquillas en mi vida, desde los once años me había permitido sentir la descarga de adrenalina que supone burlar a un toro dando muestras de un valor y reflejos propios de la edad. Mi agilidad y rapidez de movimientos a mis trece años me permitía pasar por detrás del toro y darle una palmada en los cuartos traseros, cuando el toro se daba la vuelta, ya estaba subido en lo alto de la barrera. La plaza de toros de Guadarrama por aquel entonces tenía como barrera una pared y unas cuerdas de acero para sujetarse, querer entrar en los burladeros era misión imposible porque estaban abarrotados de mirones de los que quieren verlo todo más cerca pero sin salir a la plaza. Ese mismo año me convertiría en uno de los mirones para siempre, pero de los que se sientan en la butaca por si acaso, tras presenciar un trágico suceso en el que una chica no advirtió la llegada del toro y tras la embestida, acabó por los suelos con su ojo sobre la arena de la plaza, lo recogió y envolvió un mozo en su pañuelo. Fue tal el impacto que me causó la escena que fue mi última tarde de toros, al menos desde la arena, era curiosa la sensación de bienestar y comodidad que me envolvía al pisar la arena de la plaza. Eran estas vivencias las que me indicaban que mi paso por la tierra no iba a ser blanco o negro, habría ocasiones para optar por la espontaneidad y otros para optar por la precaución, pudiendo llegar a mezclar pequeñas dosis de ambas en diversas situaciones, no han de estar reñidas la una con la otra, tan solo debía elegir la más adecuada para cada momento.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori A veces me apetece tomar un combinado, un mezcla con un poquito de cada y porque no, otras veces tomarlo algo solo, ¿quién puede negarse al placer de tumbarse en una hamaca con un whiskey de maíz con hielos sin sabor en un hotel de Gananoque (Canadá) frente al río San Lorenzo el pleno mes de octubre? (“ice without flavour” son hielos sin sabor vendidos en ciertos lugares como el citado en los que el agua del grifo tiene sabor amargo). Tal vez más importante que la espontaneidad, sea tener la posibilidad de elegirla, es decir, tener libertad, si considero importante ser flexible y huir en todo momento de la rigidez en cualquier situación de nuestra vida, considero que la libertad de poder elegir entre rígido o flexible, duro o blando, blanco o negro, o por qué no, a veces el gris, es fundamental. Si algo debo agradecer a la vida es brindarme la posibilidad de elegir, de tener la suficiente constancia para lograr tu fin, obviamente no lo conseguirás siempre lo que desees, si no cuando tengas los medios suficientes para poder lograrlo. Si en alguna ocasión os encontráis en el difícil momento de haber perdido vuestro empleo, o quizá aún no habéis tenido la oportunidad de haber podido demostrar vuestra valía, nunca desesperéis y sed constantes, preparaos mientras permanezcáis ociosos para cuando llegue el momento de incorporarte en un nuevo empleo. No es que considere la totalidad de la filosofía china ex cátedra, pero si comparto ciertas ideas, como cuando cita Confucio que no has de preocuparte de no tener trabajo, has de prepararte para lograrlo. Es muy cierto que la preocupación nunca te llevará a ninguna parte, nada bueno puedes conseguir alimentando este sentimiento absurdo, pero si mientras actúas, estarás más cerca de lograr tu meta, lo que nadie podrá decirte, es cuando vas a llegar a ella. La vida continúa bien sea en las condiciones idóneas o en las adversas, nuestro corazón sigue latiendo y nuestra cabeza funcionando, eso nunca podrá quitárnoslo una empresa que decida despedirnos, aunque a algunos miembros de recursos humanos les gustaría poder arrancarte la vida, a veces parece que se creen con derecho a disponer hasta de tu propia vida. Con trece años era consciente de lo que es la vida, había vivido la muerte de algún compañero de colegio y sabía que la vida es efímera y corta para derrocharla, cosecharía logros y también fracasos (personalmente me gusta denominarlos pequeños logros), pero mientras siguiera con vida, mi actividad no pararía y escribiría otra página más en el libro de mi vida. El guión de nuestra vida está escrito, tan solo hay que vivirlo, improvisar, cambiar el guión a tu antojo cuando lo desees, ir en busca de amores y toparte con desamores, incentivar tu estudio basándote en una meta, algo que deseas que llegue algún día, tu primer empleo, ese que me permitirá poder comprar lo que quieras o viajar por lugares en los que experimentarás vivencias que despertarán cada uno de tus sentidos.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Mus Si años antes había empezado a experimentar un especial interés por las chicas, fue tras ocho años de abstinencia en el instituto donde comencé a relacionarme con las chicas de mi clase, como olvidar a mi compañera de pupitre a la que tanto le gustaba el deporte y que siempre iba vestida de chándal. Aquello era nuevo para mí, por mi cabeza rondaba el temor de volverme a enamorar, era carne de cañón y lo sabía, no estaba acostumbrado a pasar tanto tiempo rodeado de chicas y era inevitable que fijase la mirada fija en las tetas, culos o piernas de mis compañeras y que me sonrojase cada vez me que me dirigían la palabra. Había pasado ocho años metido en una burbuja y el cambio era demasiado brusco, fue entonces cuando convencí a unos amigos para ir a ver una película clasificada X, se titulaba Doce Sueños Húmedos. De este modo, podría ir familiarizándome con el sexo y tal vez con un empacho de tetas podría dejar de incomodarme el hecho de relacionarme con mis compañeras. El remedio fue peor que la enfermedad, pues en mi mente se mezclaban las escenas eróticas y de sexo de la película con las escenas rutinarias de clase, de este modo, el simple hecho de una compañera pidiéndome que le dejara el lápiz se transformaba en un sueño erótico, uno de los doce sueños húmedos de la película que había visto días antes. En la película, el primero de los sueños húmedos era con protagonistas de principios del siglo veinte, en blanco y negro, sin sonido y con una velocidad de movimientos más rápidos que en la realidad, como si de una película de Buster Keaton de tratara, todos los espectadores del cine pusimos toda nuestra atención a la historia tan divertida que se estaba desarrollando. Los protagonistas eran dos jóvenes, uno era un muchacho que estaba haciendo una obra de albañilería en una casa señorial, la otra protagonista era la señora de la casa, una mujer bellísima y mucho más joven que su marido. Ambos se habían enamorado y ansiaban con impaciencia que el marido se marchara de la casa y les dejara a solas para dar rienda suelta a su amor, pero el marido sospechaba algo y no parecía que llegara el momento de irse. Cuando por fin se marchó y los dos amantes se fundían en un abrazo, de repente regresó el marido con la excusa de que había olvidado algún papel, los amantes con gran habilidad simularon que la chica sujetaba al joven albañil para que pudiera cambiar una bombilla. Las sospechas del marido cada vez eran mayores, era muy reticente a abandonar la casa y el deseo de los amantes hacía que saliera humo de sus cabezas y también de sus partes nobles.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Entonces es cuando sucede la escena erótica de aquel primer sueño, mientras el marido se encierra con su mujer en la habitación para reprender sus miradas lascivas hacia el joven albañil, éste hace un taladro en la pared y asoma el capullo de la rosa que le acababa de regalar a su amada. Ella que ve la rosa asomar por el agujero de la pared, ardiendo en deseos de ser poseída por su amado, mientras finge escuchar la conversación acalorada de su marido, sitúa sus posaderas en el lugar exacto donde está el agujero y se levanta la falda por detrás. El albañil entonces saca su herramienta más preciada, su largo pene, y lo introduce por el agujero de la pared consumando el acto sexual con su amada mientras el pánfilo del marido discute ajeno a lo que está sucediendo. Este género de películas podían verse en el cine carretas en el año ochenta y dos, aunque eran muy divulgativas para chicos de trece años, convenía ir provisto de paraguas porque de vez en cuando caían ligeras lloviznas intermitentes. Cuando vi a mi compañera Sonia dirigirse hacia mí para pedirme un folio, con la misma cara pálida y bella de la protagonista de la película, me resultó imposible evitar en mi imaginación tomar el papel del albañil y asignarle a ella el papel de su bella amada y consumar juntos la escena de la pared mientras por ejemplo el infeliz de Luis tomaba el papel del marido despechado. Las mujeres, el vino y como no, el juego eran las aficiones que tímidamente iba adquiriendo, uno de los juegos más practicados en esos años era el Mus, si bien desde muy niño me había llamado la atención los juegos de azar, no era ajeno de su peligro, sobre todo si se pretendía obtener de él otro provecho que no fuera el de divertirse, el juego puede llegar a ser un arma de doble filo. La expresión “arma de doble filo”, es bien conocida, y normalmente la aplicaremos a una situación apropiada, como en el caso que acabo de exponer, es decir, que si utilizamos el juego como beneficio aunque sabemos que el resultado puede no ser ese, nos estamos arriesgando a perder no solo lo que jugamos, sino el sentido del honor y del respeto. Pero siempre me gustó indagar en el origen de los dichos populares, ya que en ocasiones se utilizan sin conocer su origen, es por ello que me tomaré la libertad a lo largo de la novela de analizar cada uno de los dichos que vayan saliendo así como de buscar su origen etimológico. El origen de este dicho es fácil de deducir, si utilizamos un cuchillo para cortar jamón (que posea dos filos), el beneficio que podemos obtener es el de obtener un trozo de jamón bien cortado, uno de los mayores placeres existentes, al menos para mí gusto, pero si no prestamos la debida atención mientras lo hacemos, podemos llegar a cortarnos y de este modo nuestro objetivo de deleitar el paladar se verá truncado con este suceso que no esperábamos, entonces nuestro principal objetivo será curar nuestra herida.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Era pues en aquella época cuando día sí y otro también nos pasábamos las tardes en el chiringuito del río Guadarrama comiendo un buen bocadillo de tortilla de patata acompañado de un tercio de cerveza, cuando un buen día de tanto jugar vino el camarero a ver lo que queríamos tomar: Camarero: Sergio:

¿Qué vais a tomar? Un tercio y un bocadillo de morcilla

Pablo: Pedrito: Miguel:

Un tercio y un bocadillo de calamares Un tercio y un bocadillo de panceta Un tercio y un bocadillo de jamón serrano

Javi: Camarero:

(No dice nada) ¡Chico!, ¿tú qué vas a tomar?

Javi:

¡Ah sí, disculpe!, yo voy a querer un Mus

El Mus es un juego divertido en el que normalmente juegan cuatro personas en parejas, se sientan formando un cuadrado y cada pareja son los que se sitúan en los lados opuestos del cuadrado, al estar de frente pueden hacerse todo tipo de señas para dar información a su compañero de lo que perciba sobre la mesa con la suficiente habilidad para no ser visto por la otra pareja. Es un juego en el que es más importante saber lo que hacer con las cartas que el hecho de que sean buenas, aunque sean una ful (malas), si eres capaz de advertir lo que piensa el contrario por sus gestos y comentarios sin que te engañe, puedes tirarte faroles (envite falso hecho para despistar o asustar al contrario) y jugar al despiste, creciendo así tu probabilidad de ganar, aunque siempre hay riesgo. Se llama Mus porque hay posibilidad de hacer descarte de las cartas que no te interesen y pedir otras, para informar al resto que quieres un descarte dices que quieres Mus. Las risas vinieron cuando de tantos días y tantas horas jugando al mus, mi hermano Javi llegó a tal trance que en lugar de pedirle al camarero que trajera una cerveza, le pidió Mus. Debería venir dicho juego con su prospecto de indicaciones como el de los medicamentos, algunos lo utilizar para demostrar su inteligencia y su habilidad vacilando al resto de jugadores, incluido a su compañero. Precisamente los que emplean el Mus para disimular alguna inseguridad, se convierten en personas muy violentas cuando pierden, desgraciadamente es más habitual de lo que en principio se pudiera esperar que cuando acaba una partida en la que pierde una de estas personas, ésta comienza a decir improperios, tanto a sus contrarios por ganarle, argumentando que así no se juega, como a su propio compañero, acusándole de que no sabe jugar. Señores de los bares de este país, el Mus es un juego para divertirse, el que quiera demostrar su inteligencia, tal vez debiera comenzar por leer un libro.

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15. ¡Qué sólo estas! Del cole al insti El tránsito del cole al insti fue tan rápido como el paso de una estrella fugaz, con su correspondiente deseo, que no era otro que el de encontrar en él una mujer que me amara y me quisiera, ir preparándome para encontrar un buen trabajo, tener muchos churumbeles y de ese modo seguir los pasos de mis padres, siempre admiré el modelo que ellos me enseñaron. ¿Qué mejor lugar para encontrar pareja que en el barrio en el que estaba ubicado el insti, San Antonio de la Florida?, no recuerdo ya las veces que a San Antonio, por ser un santo casamentero, le pedí que me concediera mis deseos. Todos los trece de Junio se celebraba la tradición de las modistillas y al enterarme no pestañeé en ir a ver lo que por allí se cocía con mis amigos Julito y Rebollo. Según manda la tradición las mozas casaderas acuden a la pila bautismal situada en la calle para la ocasión, se llena de alfileres y la moza mete la mano con la palma abierta, al sacarla comprueba los alfileres que se le han quedado clavados en su palma, durante ese año tendrá tantos novios como alfileres se le hayan quedado clavados. Pudimos comprobar in situ el estado de desesperación de alguna moza, esto me consoló ya que no parecía ser el único ansioso de amor, cuando alguna de ellas sacaba su mano de la pila bautismal tan llena de metal como la de Eduardo Manostijeras, se oían aplausos seguidos de una gran ovación. Después de los alfileres nos fuimos a la verbena y lo pasamos bastante bien bailando y ligando con unas chicas que llevaban un botijo de anís que nos daban un trago a cambio de un beso, el que tuvo más éxito de los tres fue Rebollo y por consiguiente el que más tragos de anís se tomó. Con las risas no nos habíamos percatado del estado de embriaguez de Rebollo, pensamos que tal vez su mareo era debido a tanto beso en el morro que se llevó, pero sus tambaleos se debían a los tragos que se tomaba tras dejar a las chicas sin sentido, mientras que nosotros estábamos contentillos porque tan solo nos habíamos dado unos pocos morreos con las modistillas. Cuando se echó el tiempo encima, nos despedimos de las chicas a morreo limpio pensando en llegar pronto a casa y así poder desahogar nuestro estado de excitación tras las muestras de cariño recibidas por las modistillas del barrio de San Antonio de la Florida. Rebollo no se tenía en pie y tuvimos que sujetarle Julito y yo cada uno de un brazo y de este modo pudimos llevarle arrastras hasta nuestro barrio. No es que haya demasiada distancia entre San Antonio de la Florida y mi barrio, pero sí la suficiente como para cargar al plomo de Rebollo a rastras, llegamos muy cansados al barrio y nos dirigimos directamente a la fuente.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Una vez que nos hartamos de beber agua, Julito se fue a buscar la toalla de lavar a su perro Fiel, que así se llamaba, mientras fui metiendo la cabeza de Rebollo a remojo a ver si lograba despertarle de una vez de su borrachera. Menos mal que regresó Julito a tiempo porque de haber tardado un minuto más nuestro amigo Rebollo se hubiera ahogado, lo sacamos de la fuente y le secamos bien la cabeza con la toalla de Fiel, no sé si esa toalla tenía algún efecto estimulante oculto, el caso es que le reanimó y llamamos al portero automático de su casa, dijimos que Rebollo se había puesto malo y salimos corriendo de allí antes de que se produjera el típico interrogatorio molesto de unos padres que se encuentran con su hijo totalmente borracho. Nos asomamos desde la esquina y cuando vimos a la madre aparecer, salimos corriendo para que evitar ser vistos, al fin podíamos irnos cada uno a nuestra casa a relajarnos después de tanto estrés, a quien se le diga que con tan solo catorce años se podía llegar a casa estresado tras pasar una tarde de cine, no lo creería. Ahora me paro a analizar aquellos días en los que aún era demasiado joven para beber, hace más de veinte años, y me pregunto la suerte que tuve de no haber tomado querencia a la barra, tal vez el suceso pudo ser decisivo para que esto no ocurriera, también fue importante el hecho de que en mi casa no había costumbre de beber alcohol, lo único que se bebía y solo en ocasiones especiales como en algún cumpleaños, eran refrescos. Pero eso sí, cuando se terciaba la ocasión, no me privaba y posiblemente aún no tenía la conciencia de que el alcohol podría llegar a ser muy peligroso, un arma de doble filo, como años antes pude comprobar que también lo era el juego. Un Sábado llamé a mis antiguos compañeros de los salesianos, a menudo salía con ellos los fines de semana, nos fuimos al anciano rey de los vinos y no nos conformamos con tomarnos unos vinitos como antaño hacía la generación de mis padres, sino que nos llevamos nuestras botellas a un parque, instaurando así una moda, insignia de la villa y corte de Madrid en los años ochenta, lo que más adelante vino a llamarse “moda de la litrona”. Cuando fuimos a levantar el culo del césped, nos percatamos que la cantidad de vino ingerida era mayor de la que podía soportar nuestro cuerpo. En el autobús de regreso a casa, uno de mis compañeros me repetía una y otra vez que había quedado con su padre para ir a jugar al baloncesto, me imagino que en su estado el partido quedaría pospuesto para mejor ocasión. Al bajar del autobús, no sin cierta dificultad para mantener el equilibro, me dirigí a mi casa y cuando estaba a escasos metros, pensé que sería buena idea dar un paseo para despejarme un poco, aún era pronto y sospechaba que mis padres me harían ciertas preguntas difíciles de responder, más si cabe en mi estado de embriaguez. Me quedé tumbado en un muro de ladrillo cercano a mi casa, solo de recordar la tremenda melopea que me pillé, me entra dolor de cabeza.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Debió ser una vecina la que se encontró con el desagradable espectáculo de un muchacho inconsciente vestido con pantalón vaquero de peto manchado de vómito, no tardó en avisar a la policía que me despertó de un feliz sueño para escuchar como uno de ellos decía con voz lastimera: Policía:

¡Qué pena tan joven!

Sería injusto por mi parte no dedicarles unas palabras de agradecimiento a aquellos agentes que me salvaron la vida, cuantas vivencias se hubieran truncado en aquel momento, imagínense que por un momento (aunque saben que no fue así por el peso que sujeta ahora mismo sobre sus manos) que mi vida hubiera dado fin en aquel instante. Tantas son las ideas que se agolpan en mi mente en este preciso momento, agradezco a las fuerzas de seguridad del mismo modo que les doy un tirón de orejas por haberme sometido poco antes a un registro policial como si fuera un delincuente, como supondrán mi opinión de la policía hasta el momento no era demasiado buena, pero al día siguiente al despertar pensé en aquellas palabras, ¡qué pena tan joven! Noté como mi cuerpo caía a plomo en el duro maletero de la lechera (coche policial de la época) y escuché una dulce canción de cuna que decía Niii Noo Niii Noo Niii Noo, volví a caer en un estado de coma etílico del que me desperté al día siguiente cuando ya me encontraba en mi casa. La policía me había trasladado a la casa de socorro donde me suministraron una inyección de coramina que muy probablemente fue la que evitó, junto con su inestimable intervención, que mi corazón dejara de latir aquel año con tan solo catorce años de edad. Mis padres me recordaron todo lo ocurrido, me contaron cómo les cayó como un vaso de agua fría la llamada que recibieron desde la casa de socorro en la que una voz les decía: Enfermera: Mi padre:

¿Familiares de Miguel Ángel Sáez Gutiérrez? Si, dígame, ¿qué sucede?

El destino quiso que no fuera mi padre el que recibiera en aquel momento la noticia de mi fallecimiento, sino que fuera yo hace menos de un año el que recibiera la noticia de que él se marchaba para siempre, al menos tuve oportunidad de despedirme cuando los dos sabíamos que era la última vez, pero en aquellos años fue así como mi padre recibió la benigna noticia: Enfermera:

¡Su hijo está aquí con una tremenda tajada!

Me esperaba que la reacción de mis padres fuera dura y el castigo por lo ocurrido severo, pero sorprendentemente no hubo castigo, es como si fueran conscientes de que había estado cerca de pasar al otro lado, era más fuerte el agradecimiento que sentían porque estuviera sano y salvo, agradecían que hubiera salido con vida de aquel trance, que por suerte, a día de hoy, no se ha vuelto a repetir, fue aquella la gran tajada de mi vida.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori A mis catorce años experimenté mi segunda etapa musical, aunque siempre he estado en contacto con la música, considero que a lo largo de mi vida ha habido tres etapas de mayor intensidad en mi actividad musical. La primera etapa la viví años atrás, cuando era un pequeño trovador de asfalto en la que era difícil verme sin mi guitarra a cuestas, aunque debido a mi corta estatura, mi guitarra más bien parecía mi hermana melliza. Cantábamos mis amigos de la sierra y yo cualquier canción que sonara a protesta, pero tengo un especial recuerdo de nuestra peculiar interpretación del tema “Días de escuela” de Asfalto, todo un clásico para nosotros. La tercera etapa musical de mi vida fue hace relativamente poco tiempo, fue mi época de yuppie rumbero, siempre llevaba en el maletero de mi Ford Escort una mi guitarra para poder cantar con mis amigos de la urba aquellas viejas canciones, “Días de escuela”, “Rocinante”, “Canción del elegido”, éramos los mismos de antaño aunque con diferente aspecto, tamaño y voz. Pero también incorporamos a nuestro repertorio aires frescos, como fueron temas de Ketama y Pata Negra, pero eso sí, sin traicionar a los clásicos de Silvio Rodríguez y de Asfalto que nos hacían recordar viejos tiempos. En esta etapa tuve la inmensa suerte y enorme placer de ser pupilo de uno de los grandes del flamenco durante seis años. La segunda etapa musical estaba naciendo en aquellos tiempos, cuando tenía catorce años, cada etapa tuvo su porqué, tal vez lo que me motivaba a cantar en aquellos días era todo lo que estaba comenzando a descubrir, el sol brillaba en mi cara y como si de un canario se tratara, le cantaba mientras sus rayos me calentaba la cara. Hice amistad con unos chicos del insti que conocían mi pasión por la música, ellos me brindaron la oportunidad de formar parte del grupo de cantores para la iglesia de San Antonio de la Florida, algo que acepté sin dudarlo. En aquella época se oía hablar a menudo de los “mensajes al revés”, se trataba de mensajes diabólicos ocultos en canciones cuyo significado solo podía comprenderse si se reproducían dichas canciones a la inversa. Se señaló como grupos que llevaban a cabo esta práctica a los Beatles, Led Zeppelin, los Rolling Stones o Pink Floyd, entonces se me ocurrió la idea de versionar temas de dichos grupos e interpretarlos instrumentalmente mientras se consagraba el pan y el vino. Se me podría tachar de transgresor, pero mi intención estaba lejos de violar ningún precepto, sino que más bien mi idea era la de hermanar a los fieles congregados, a Dios, al diablo y al que tuvo la idea de hacerlo, es decir, a mí. Me preparé un repertorio de canciones que había oído decir que ocultaban mensajes satánicos si eran escuchadas al revés, o si no eran precisamente esas canciones, al menos composiciones de grupos que se decía que ocultaban “mensajes al revés” en alguna de sus canciones.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori La primera interpretación instrumental que hice fue la de “Mirlo” de los Beatles, es un tema de una belleza enorme, como muchos de los temas de este grupo que con sencillez, crearon verdaderas obras maestras. El éxito de mi interpretación fue tal que recibí la felicitación de los fieles, incluso del mismo sacerdote que me pidió que continuase interpretando aquella pieza en sucesivas liturgias a lo que yo accedí encantado, admirado por el éxito del hermanamiento entre el yin y el yang. Tras esta interpretación, vinieron otras como “Simpatía por el diablo” de los Rolling Stones o “Desearía que estuvieras aquí” de Pink Floyd, era impresionante el resultado, lo bien que se adaptaban estas piezas musicales a la liturgia, como si el diablo estuviera deseando entrar en la casa de Dios pero nadie le hubiera invitado nunca a hacerlo. Fueron dos años los que estuve compaginando los cantos de salmos cuyo objetivo era animar y entretener a los fieles, con las interpretaciones de piezas supuestamente relacionadas con el diablo en el momento de la consagración del cuerpo y la sangre de Cristo. Era consciente del riesgo, pero me atreví con una pieza bastante conocida en aquella época, a pesar de que sabía que tal vez pudiera ser reconocida por alguno de los fieles, se trataba de una de las obras maestras del panorama musical, “Escaleras al cielo” de Led Zeppelin. Fue sin duda la mejor de las interpretaciones, la estudié tan a fondo, con tanto detalle, que tal vez este fue el primer momento en que sentí una facilidad casi divina para interpretar una pieza de cierta complejidad, aunque sin llegar a la calidad interpretativa del maestro Jimmy Page. Hace relativamente tiempo, hacia el año noventa y ocho del pasado siglo, mi maestro de música me echó un piropo que siempre llevaré conmigo, lo mejor que un maestro puede decirle a su pupilo, bienvenido artista. Fue cuando su hermano, figura del flamenco reconocida internacionalmente, que en el país nipón tenga posiblemente más admiradores que el mismísimo Michael Jackson, me regaló un libro de música con varias de sus obras. Revisando esta obra he encontrado esta referencia a Michael Jackson, cuando escribí estas letras aún estaba vivo, hoy quiero rendir homenaje a mi tocayo que hoy puede dar la mano a mi padre, de corazón para ti Michael. Volviendo al año noventa y ocho, estudié una obra del hermano de mi maestro, unas alegrías por el medio, la interpreté en su casa, con los oídos atentos de mi maestro, su hermano, su mujer y la madre de su mujer. Me encontraba en el patio de su casa interpretando sin gran habilidad, con la torpeza de un aprendiz pero con humildad, de principio a fin, aquella obra. Al finalizar, advertí que les había gustado, no por la calidad sino por la capacidad de interpretar algo tan complejo para una persona que aún era un párvulo en la materia.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Al salir de la casa, mi maestro me dijo, solo hay dos personas en el mundo capaces de tocar las alegrías de mi hermano, uno de ellos es mi hermano y el otro eres tú, Miguel. Del igual modo, a mis catorce años recibí la felicitación de los feligreses que dijeron sentirse en la gloria mientras escuchaban aquella melodía antes de recibir el cuerpo y la sangre de Cristo. Pero esta vez pequé demasiado de incauto, era un tema excesivamente conocido y muchos los rumores que corrían sobre los “mensajes al revés” que encerraban aquella interpretación. Fue entonces cuando uno de los fieles se dirigió al sacerdote a informarle de lo que se decía por ahí que ocultaba aquella canción demoniaca, cuando el cura me llamó para pedirme explicaciones, preferí no confesar lo que rondaba por mi cabeza a riesgo de poder llegar a ser excomulgado. Se acabó pues así mi pertenencia al grupo de cantores de San Antonio de la Florida yéndome con la música a otra parte reflexionando sobre lo fácil que resulta juzgar a los demás por las habladurías. ¿Quién puede convencerme a mí que Jimmy Page (guitarrista de Led Zeppelin) es satánico?, si precisamente se desvive por el bien ajeno fundando hogares para niños que no tienen techo. No creo que aquellos que asistan a misa sean mejores ni peores por hacerlo, ni que los que no somos practicantes seamos perversos y despiadados, pero sí creo que todo aquel que juzga, o lo que es peor, prejuzga, tiene un margen de error bastante holgado. Contaba mi padre una anécdota divertida sobre un señor al que había encargado un arreglo de la casa, quedaron en que fuera un día concreto a partir de una hora para realizar la tarea, pero el señor finalmente no apareció. Cuando mi padre le llamó al día siguiente para preguntarle por qué no había venido a casa a realizar el trabajo y el señor muy indignado finalizó la discusión alegando: Señor: …, además, ¡El que mucho habla, mucho erra! Esto provocó la risa de mi padre, pues con el buen humor que le caracterizaba observó que el señor se estaba equivocando precisamente en la frase que estaba diciendo, pues el refrán dice: Mi padre:

¡El que mucho habla, mucho yerra!

La corrección de mi padre provocó la ira del señor, en realidad el que tendría motivo para estar enojado era mi padre, pero no le dio importancia ya que el señor le hizo pasar un rato divertido. Suele enojarse quien infringe el daño, me ocurrió con el jefe de personal de cierta empresa al que tuve que decir, ¡no me grite, que son ustedes los que me despiden mí y no al revés!

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Los Secretos En el año ochenta y tres tenía catorce años y algún que otro secreto, algunos podían ser sobre mis amigos o la gente que me rodeaba, pero la mayoría de los secretos que guardaban era sobre mí mismo. Se puede llegar a confundir el hecho de ser una persona que se reserve ciertos pensamientos para sí mismo con ser un ser asocial, en cuantas ocasiones hemos oído aquello de ¿en qué estarás pensando? Nuestra mente, alma, espíritu o como queramos llamarlo tiene muchas cualidades a destacar, aunque la que considero más valoro es la cualidad de que es impenetrable, es decir, que absolutamente nadie es capaz de entrar en nuestra mente y adivinar lo que por ella pasa. Se juega a adivinar lo que otra persona piensa, se especula, se indaga, pero amigos, es inútil, ¿qué tipo de identidad llegaríamos a tener si cualquiera pudiera mirar en nuestra mente y sacar de ahí lo que quisiera, si pudiéramos entrar en la intimidad de los que nos rodean? Es evidente que algunos consiguen su objetivo, son personas que se afanan en dirigir la vida de los que le rodean, incluso por medios de pócimas pueden llegar a confundirnos tanto que lleguemos a creer que tan solo somos una sombra de ellos, un cero a la izquierda, sin ellos podemos llegar a pensar que no somos nada. ¿Nada?, somos todo, tenemos una capacidad infinita para ser autosuficientes al igual que somos dueños de una inteligencia que nos llegaría a asustar si la viéramos funcionar a pleno rendimiento, pero el ser humano es perezoso por naturaleza. Vago o perezoso es sinónimo de bobo, cuanto menos hacemos, menos queremos hacer y podríamos llegar incluso al extremo de permanecer sentados esperando que nos traigan la comida como la abeja reina espera de sus obreras y mejor no hablemos del patético papel del zángano. Pude ver en un programa de televisión a dos hermanos negros de color (ya sé que ahora todos los televisores son de color, me refería a los hermanos), ambos permanecían sentados en su casa a la espera de que su madre les trajera la comida, su única ocupación desde hacía años era llenar el buche. Decidieron llevarles al estudio de televisión para entrevistarlos, tal vez esta decisión se tomó por lo espectacular del traslado a los estudios, en realidad la entrevista no fue demasiado interesante, solo decían que su misión en esta vida era comer y dormir, y bueno, de paso agradecer de vez en cuando a su madre que les trajera ricos manjares. Lo más espectacular fue el traslado de los muchachos a los estudios, se realizó por medio de grúas, se les sacó por la ventana de su casa enganchando sus respectivos sillones por arneses, finalmente fueron trasladados sentados en sus respectivos sillones remolcados por un camión.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori A las puertas de los estudios, se realizó una operación similar para trasladarlos de la calle al estudio donde iba a realizarse la entrevista, resultaba impresionante ver aproximarse hacia el plató dos cabezas de grúa llevando a los dos hermanos en volandas hasta su destino, donde permanecía el entrevistador mirando absorto y haciendo muecas a la cámara. Era evidente que los dos muchachos tenían un trastorno alimenticio que no había sido tratado, la madre consideraba que lo más importante era complacer a sus pequeños de quince años sin pararse a pensar que tal vez tanta complacencia les estaba causando un daño irreparable. Quizá este ejemplo sea una exageración, pero cuando confiamos toda nuestra mente a otra persona sin guardar para nosotros un poco de criterio propio, aunque tal vez físicamente nuestro aspecto no sea como el de los dos hermanos de color, si se pudiera ver nuestra mente, probablemente tendría un aspecto muy parecido. Volviendo a mis catorce años, era muy importante para mí guardar secretos y lo sigue siendo actualmente, por aquel entonces cualquiera que pretendiera averiguar aquello que yo no quería desvelar, por lo general no lo conseguía. ¿Cuáles eran mis secretos entonces?, me traicionaría a mi mismo si se los contara, dejarían de ser secretos, los guardo a buen recaudo, todos tenemos nuestra parcela, un lugar donde reflexionar libremente sin una opinión que distorsione nuestras ideas dejando que fluyan con libertad. Con el verano comenzaban los conciertos del parque de atracciones, para los que no teníamos dinero era una oportunidad ideal para ver a nuestro grupo preferido pagando tan solo la entrada al parque que era muy barata. Escuché en la radio que el sábado actuaban Los Secretos, sabía que nadie de mis amigos querría venir a ver a Los Secretos, ya que era un grupo de los clasificados “solo para chicas”, del mismo modo que lo eran los Pecos, Alejandro Sanz, Hombres G o Miguel Bosé. Sin embargo era un grupo que me gustaba, aquel que se acordó de cantar mis penas de amor cuando tan solo tenía ocho años, además de gustarme las letras, la música me resultaba bastante agradable de escuchar. Años más tarde, el día cuatro de Julio salimos mi hermano Javi y yo después de días de encierro por los exámenes y fuimos a ver a un guitarrista norteamericano que actuaba en las ventas, Pat Metheny, para mi sorpresa pude cruzarme con uno de los hermanos Urquijo, cruzamos las miradas sin decir nada, pues a decir verdad, yo si le conocía a él, pero él no me conocía a mí. Me ha ocurrido en varias ocasiones el hecho de cruzarme en Madrid con un famoso y quedarme mirándole a punto de saludarle, la reacción del famoso es de extrañeza, se siente incómodo, a mi me ocurriría lo mismo, si alguien que no conozco se me queda mirando lo más seguro es que le dijera, pero, ¿qué pasa, por qué me miras tanto?

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Relacionado con esto, recuerdo un rap de moda en aquella época que decía: Rap: ¡Eh tú, tú que me miras!, ¿es que quieres darme de comida? Me puse la ropa más elegante que encontré, sin traicionar mi comodidad, porque sabía que un concierto de Los Secretos estaría repleto de chicas y era una buena ocasión para hacer nuevos amistades. Fue un gran concierto, lo mejor de ver un concierto en el parque de atracciones es la cercanía de los músicos con el público, entre su repertorio tocaron “Qué solo estas”, era un tema que no había oído aún, pero que me hizo reflexionar sobre lo cierto de aquel título en aquel momento de mi vida. Qué grupo este, Los Secretos, que con sus canciones daba siempre en el clavo, la primera fue “Déjame”, en un momento de mi vida en que aunque mis sentimientos se contraponían con mi honor. Ahora cantaban “Qué solo estas” en un auditorio atestado de chicas, muchas de mi edad y sin embargo, me encontraba completamente solo. No fue esta la primera ni la última vez en la que estando rodeado de gente, me encontraba embriagado de soledad. Cuantos días de madrugada he viajado, enlatado como una sardina más, en el metro de Madrid camino del trabajo, tan apretujado, rodeado de un calor humano no deseado. Incluso llegar a encontrarte en la incómoda situación de estar abrazado a una chica sin poder apartarme de ella porque la presión de la masa trabajadora te lo impide. Estaba solo, aún arropado por el calor humano, pero me encontraba tremendamente solo y por el contrario, en una ocasión por el año dos mil, me encontraba sentado en la terraza de mi casa de Tenerife contemplando el mar, sin nadie alrededor, pero con una sensación inmensa de paz que suplía con creces la ausencia de compañía. Solemos asociar de un modo erróneo la ausencia de gente alrededor con la tristeza y no está necesariamente ligado, cuántos fines de semana habré huido a la urba, a esa casa en la sierra de Guadarrama o cuántos veranos habré marchado a las Islas Canarias para estar solo. Muchas veces he encontrado en la paz en la ausencia de gente, tal vez la rutina diaria en la que hacemos de la comunicación y las relaciones personales el pan nuestro de cada día, nos haga añorar un único un instante de paz, un momento en el que podamos comunicarnos con aquella a la que tanto echamos de menos, nuestra alma. A menudo pienso que hubiera sido de mí sin aquellos momentos de tranquilidad, sin esas escapadas a la sierra y a las islas, sin haber tenido la posibilidad de romper con esa rutina que año tras año iba pesando más y más, es muy probable que no hubiera logrado sobrevivir.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Que siendo un adolescente comenzara a tener claro la importancia de dar valor a tu intimidad, a tu espacio, pararse un momento a tomar aire y respirar profundamente, decir, discúlpenme que tengo que dedicarme un momento a mí persona, fue algo de lo que nunca me he arrepentido. Es muy cierto que en muchas ocasiones me he dejado influenciar, me he dejado llevar por la corriente bailando al son que otros marcan, pero cuando menos lo esperaba surgía la llamada, una voz interior me decía que era momento de retirarse, de tomar otro camino diferente. Una pregunta que suele formularse con frecuencia a aquellos que se les considera triunfadores es ¿cuál es el secreto del éxito?, entonces ellos exponen cada uno de los pasos que les llevaron al éxito, como por ejemplo conseguir la presidencia de los Estados Unidos, o la dirección de Microsoft. No sé si alguien me formulará dicha pregunta algún día, mientras llegue ese día, voy a preguntarme a mí mismo, ¿Miguel, cuál es el secreto de tu éxito?, mi secreto es algo que quiero exponer al lector, algo que no he confesado a nadie, pero creo haber llegado el momento de hacerlo. Mi secreto consiste en realizar un examen de conciencia cada noche antes de acostarme, este examen carece de un orden establecido, es totalmente anárquico y el único objetivo que busca, es tener un momento para dedicármelo a mí mismo, aunque en ocasiones de mucho cansancio, tan solo consista en decir, “Buenas noches, que descanses Miguel”. Probablemente se pregunten de qué éxito estoy hablando, nada más lejos de mi mente está en considerar como éxito la popularidad, en este instante ignoro si esta autobiografía tendrá cero, uno, o más de un lector, podría ser que incluso ni yo mismo llegara a leer este libro. Revisando este libro, puedo contar al menos dos lectores satisfechos, mi madre y yo. Esto no me inquieta, aunque mentiría si no confesara que me gustaría que fuera la escritura mi nueva profesión, poder vivir de esto y que este libro o los que pudieran venir, fueran leídos y deleitaran a muchas personas, claro que me agradaría, pero nunca consideraría este mi éxito. Se tiende a magnificar la palabra éxito, sin embargo mi visión del éxito está en cada día que me levanto, medio aturdido y tambaleándome, con la mente dispersa tratando de ubicarme, mi éxito está en despertar un nuevo día y tener la posibilidad de crear algo nuevo. Considero éxito cualquier intento de logro, aunque tan solo quede en intento, pues la palabra fracaso no entra dentro de mi diccionario personal, ¿cuántas veces he intentado conseguir todo lo que hoy tengo?, no sabría numerarlas, muchas veces, no siempre alcancé mi objetivo, pero mientras queden fuerzas para volver a intentarlo de nuevo, será un éxito para mí. Mi nirvana particular llegará, quién sabe cuándo o dónde, tal vez mi lector si lo sepa pero yo aún no, ese día en que mi alma se desprenda de mi cuerpo y vaya a reunirse con los que ya marcharon, ese día seré un ganador.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Michel y Javi A quien le dijera que me encuentro en casa escribiendo mi biografía en medio de una crisis económica mundial, no le extrañaría, pues es difícil encontrar algo mejor que hacer cuando no hay mejores opciones puesto que el mercado laboral está prácticamente paralizado. Pero lo que nunca podría llegar a imaginar es que escribiendo las líneas de la página anterior, mientras mi mente se encontraba ocupada tratando de describiros un episodio de mi vida, recibiera una llamada en la que me ofrecieran trabajar como extra en una serie de televisión. Acepté de buena gana porque aunque me apasione la escritura, el hecho de realizar un trabajo completamente nuevo para mí, me parece muy interesante, hoy puedo contar que ha sido una nueva experiencia que me ha permitido conocer el mundo del cine desde un lugar privilegiado, desde donde eres considerado un cero a la izquierda pero mejores vistas hay, desde lo más bajo, desde el palco de figurantes. El figurante no conoce su papel hasta minutos antes de entrar en escena, me tocó el papel de un policía de incógnito con jersey azul que porta un periódico mientras observa la situación, vigila a su derecha, a su izquierda, vuelve a leer su periódico y por último lanza una mirada a la protagonista que está sentada en un banco al fondo detrás de mí. Así sucedió, pero al ver por televisión el episodio en el que yo salía, mi papel se redujo a un par de miradas rápidas a los lados y al periódico, ahora ese fugaz policía continúa escribiendo su biografía, un simple figurante pega el enorme salto a protagonista, no de una serie de televisión, sino de su propia obra, de cuyo nombre si quiero acordarme, Zori. Esto me hace reflexionar en la idea de la dualidad dimensional, si miramos desde el punto de vista del intérprete, la escena es la de un figurante que por azar se encuentra interpretando fugazmente un policía de incógnito en una reconocida serie de intriga, es el último de la fila en la escala cineasta. Ahora si imaginamos que se está rodando una nueva película llamada Zori, en la que su protagonista se convierte en extra de una serie de televisión de la que ni tan siquiera había oído hablar, estaremos imaginando lo correcto, pues es esa la realidad de mi vida, en la que hay un protagonista principal indiscutible, yo. Cuál de estas dos dimensiones es la verdaderamente real, la respuesta amigo mío esta flotando en el aire. Mi homenaje especial a todos los trabajadores del medio audiovisual, en especial a esos que, con suerte, desayunan, toman el bocadillo y comen separados del resto de los trabajadores, los figurantes. También mi homenaje a los protagonistas, pero en menor medida que el que brindo a los figurantes, pues siempre estuve al lado del débil, aunque soy protagonista de mi vida, no he perdido valores como la humildad, desearía que así sucediera con todos los protagonistas del planeta.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El primer año del insti conocí a unos amigos diferentes a los que había tenido hasta el momento, eran dos amigos que ya se afeitaban porque misteriosamente les crecía la barba y aparentaban tener al menos cinco años más de los que realmente tenían, se trataba de Michel y Javi. Michel de piel morena, ojos oscuros, complexión atlética y Javi de tez clara, rubio con ojos azules, algo más alto que Michel y bastante delgado. Eran dos chicos bastante atractivos y con mucho éxito entre las chicas del insti. Éramos cuatro los que salíamos a comernos el bocadillo juntos a media mañana, comprábamos dos barras de pan que repartíamos entre Ponte, Michel, Javi, y yo. Una afición muy común entre Ponte y Michel era la de meterse cada uno con la madre del otro, pudiendo llegar a ocurrírseles auténticas barbaridades pero sin pasarse de la raya, siempre dentro de un orden razonable. Era difícil competir con aquellos amigos ligando, todas las chicas del insti suspiraban por ellos dos y el resto parecíamos no existir, recuerdo casi como si fuera ayer lo que ocurrió cuando un día regresábamos del insti a casa. Alicia, una de mis compañeras, salió corriendo perdidamente enamorada tras su amado Michel que, ya dentro del autobús, no sabía dónde meterse y suplicaba que la tierra le tragara antes de ser pillado por su loca fan enajenada de amores, aquella que años más tarde se convertiría en su mujer. Cuando cruzaba el puente de Segovia camino de mi casa, pensaba en lo ocurrido imaginando a mis amigos perseguidos por miles de chicas como ocurría con los Beatles, imaginando lo maravilloso que sería estar en su pellejo, de repente me interrumpió una chica del insti para decir: Chica del insti: ¿Puedo ir contigo hasta mi casa? Miguel:

Claro, como no.

Chica del insti: Gracias, tan oscuro me da miedo ir sola. Era una chica de otro curso a la que conocía de vista, al ser invierno anochecía pronto y me pidió que le acompañara cruzando el río, el hecho de que una chica del insti me pidiera que fuera su guardaespaldas hasta llegar a su casa al otro lado del río, hizo que sintiera algo desconocido, nunca antes me había visto en el papel de protector. Michel se pasó un año detrás de la otra amiga, también llamada Alicia, cuando accedió, su relación duró tan solo una semana. Tengo un recuerdo muy grato de Alicia, daba mucho valor a la amistad. Estando en una discoteca, prometió llevar una canción de Alaska que sonaba en ese momento siempre en la memoria, así cuando la escuchara recordaría la amistad que nos unía a Juan Luis, Michel, ella y yo, estoy convencido que dondequiera que estéis, recordareis ese bello momento como yo lo estoy recordando ahora mismo, un instante muy corto pero intenso y de gran valor.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Me gustaba una chica del insti, me enamoré desde que el primer día que la vi, era Sonia, un día organizamos una fiesta en casa Michel, pero ella no pudo venir y eso me hizo entristeció un poco, pero no hay pena que no la cure un par de tragos, al menos de modo provisional. Fue una fiesta bastante divertida en la tocamos la guitarra, Michel y algunos de los hermanos de Javi tocaban la guitarra como yo, con tanto artista reunido las musas no tardaron en llegar, también atraídas por las sábanas que nos cubrían que nos hacía parecer emperadores romanos. Cuando las penas o el mal de amores no se ahogan con alcohol, cantando y con una guitarra en la mano se termina de sacar todo lo que se tiene dentro, tal vez mis canciones de amor, mis quejidos podían llegar a enamorar, pero tal efecto no se produjo, al menos con quien yo podría esperar. Cuando solté mi guitarra me dijo al oído uno de los invitados de la fiesta: Chico:

¿Nos metemos en una habitación juntos tú y yo?

Afortunadamente mi grado de melancolía e intoxicación etílica no me impidieron ver con claridad que eran un chico el que me estaba ofreciendo acostarme con él, a lo que rápida y decididamente respondí: Miguel: No. Como aquella proposición me incomodó un poco, me fui despidiendo de todos los presentes y me fui caminando hasta mi casa, estaba algo aturdido y confuso por aquella proposición que me parecía tremendamente injusta. Imaginaba si en lugar de haber sido aquel muchacho el que me hubiera hecho la proposición deshonesta, hubiera sido mi amada Sonia, entonces hubiera cambiado el título a tantas películas… “Doce sueños húmedos”, la película erótica que había visto recientemente se titularía “Doce horas con Sonia”, aunque realmente tan solo me hubiera conformado con haber dormido a su vera, en lugar de en la fría cama que me aguardaba al llegar a casa. Aprendes con el paso de los años la causa por la que tus deseos más íntimos no siempre son satisfechos, no comprendía entonces porqué Sonia, aquella mujer por la que suspiraba, no podría convertirse en mi novia siendo este mi deseo ferviente, más tarde supe la razón, la respuesta mi amigo, está flotando en el viento. Si me preguntan si hubiera preferido convertirme en el novio de Sonia a los catorce años o, por el contrario, merecía la pena esperar a la mujer que amo, tengo una clara respuesta, hubiera esperado por mi mujer actual hasta los noventa y tres años, pues es con quien deseo estar ahora y siempre. No cambiaría el amor de mi mujer por absolutamente nada en el mundo, es mío, por derecho, merece la pena esperar por quien se ama toda la eternidad.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori

16. Sonia Ultimo hombre en Europa Qué bien suena la palabra adolescencia, más si cabe cuando ya no se es, tenía quince años como el amor del dúo dinámico y reflexionaba mirando el cielo estrellado mientras permanecía tumbado detrás del bloque, lugar donde recibí mi primer beso. ¿Por qué podía llegar a enamorarme de aquel instante en que podía permitirme el lujo de dejar pasar cientos de estrellas fugaces sin formular deseo alguno?, la causa es que no deseaba nada, tenía todo lo que quería. Adoraba mi anarquía en aquel instante, mi estado de paz en la noche estrellada era indescriptible, ¿qué mejor que pasar el sábado en la noche disfrutando de las estrellas del cielo de la sierra madrileña? Miraba embobado un cielo indecentemente repleto de estrellas, casi no quedaba espacio para una estrella más cuando de repente caía una estrella fugaz para abrir paso al nacimiento de una nueva estrella. Me consideraba muy afortunado de no depender de ningún ente supremo en el cual solo caben ideas rígidas, derrochaba ideas a cada instante, me permitía el lujo de lanzarlas a la noche estrellada sin orden ni concierto. Qué lejos de mi mente quedaba lo que por desgracia llegué a conocer años más tarde, el corporativismo empresarial que siempre rechacé sin saber muy bien por qué, tal vez por las sobredosis de noches estrelladas que tuve aquel verano del mil novecientos ochenta y cuatro. Comenzaba a adorar mi libertad de pensamientos y mi intimidad, el hecho de que nadie conociera mis secretos que años atrás me producían sufrimiento ahora me reconfortaba. Sabía que aquellos secretos estaban guardados bajo la llave más segura, la de mi propia mente, era completamente imposible que nadie pudiera abrir mi cerebro para sacar lo que guardaba como un tesoro muy preciado. Sentirme libre observando el milagro del universo y a la vez valorando enormemente todo mi ser me hizo sentirme único, si en aquel momento me hubiera dicho una voz que era el último hombre en Europa, lo hubiera creído, pero la realidad pareció molestarse por mi estado de felicidad y una voz rasgada que reconocí al instante interrumpió mi momento de paz: Maite:

¿Hablamos?

Entonces desperté de mi maravilloso sueño en el que el éxtasis me mantenía lejos de la tierra subido en alguna de las estrellas del firmamento, el destino tuvo el capricho de que fuera otra estrella, Maite, la que había permanecido tantas veces en mis pensamientos, la que bajara a buscarme.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori De ocho a quince, siete, esos eran los años que había permanecido llevando mi secreto a cuestas, bien sabe el cielo que lo hubiera guardado hasta la muerte, pero de repente se me brindaba la oportunidad de desvelarlo, de hacerlo, ¿me haría sentir más libre aún de lo que me sentía momento antes? Miguel: Hola, ¿qué tal?, aquí estaba mirando las estrellas. Habían pasado siete años desde la última vez que hablé con Maite, me pareció tan distinta que por un momento se me pasó por la cabeza un fragmento de una canción del maestro Serrat: Miguel: Le sonrió con los ojos llenitos de ayer, no era así su cara ni su piel, tú no eres quien yo espero. Pero lejos de desvelar mis pensamientos, contemplé el milagro de la naturaleza que había convertido aquella niña de seis años en una adolescente de trece, ella me observaba tumbado mirándola y dejó de hablar, no sabía lo que pensaba pero pensé que tal vez no era muy cortés seguir hablando en esa postura, me levanté y le di dos besos. Maite:

Te vi desde mi ventana, yo miraba el cielo también, ¿vamos a mi trastero y así podemos hablar mejor?

Miguel: Podríamos ir mejor a la piscina mejor, ¿quieres? Ella me sonrió, meterse en la piscina de noche estaba terminantemente prohibido, no es que actualmente esté permitido, pero en aquella época sonaba casi a pecado, leí en los ojos de Maite que no había perdido aquel interés por descubrir nuevas experiencias pese a tener que saltar la barrera de lo prohibido. En este caso no fue difícil salvar la barrera, tan solo había que poner un poco de cuidado saltando por encima de la caseta donde el socorrista guardaba los utensilios para el mantenimiento de la piscina. Enseguida estábamos los dos dentro de la piscina y lo primero que hicimos fue echarnos una partida al futbolín, no se sabe muy bien cómo pero un día apareció en la piscina un futbolín y de igual modo que apareció, otro día dejamos de verlo para siempre. Fue una partida muy sosa porque el miedo a ser descubiertos nos hacía dar a la bola con mucha suavidad, creo que ni tan siquiera terminamos la partida y fuimos a tumbarnos al césped teniendo por testigos la luna, las estrellas y los grillos impertinentes que nunca paran de grillar. Maite:

Voy a ir al grano, no voy a andarme por las ramas, he de preguntarte algo, ¿por qué me dejaste?

Había tenido el presentimiento de que Maite me haría esa pregunta, lo que no imaginé es que lo hiciera tan pronto, qué oportunidad más buena para sincerarnos y mostrarle lo que la amé, al girarse la luna llena me iluminó su cara y advertí que era tan guapa o incluso más que cuando la conocí.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Ya casi había olvidado lo impaciente y directa que era Maite, nunca pestañeó a la hora de pedir lo que quería, con total naturalidad se me declaró el verano del setenta y ocho, en el cual compartí mi corazón y mi vida con ella. Miguel: Tú tan directa como siempre. Maite:

Bueno, si no me querías podías haberlo dicho.

El que diga que las palabras no duelen es un insensible, no se pueden llegar a imaginar cómo me dolían aquellas palabras, ¿qué no la quería, que no la quería? Miguel: Claro que te amaba, Maite por favor, no lo dudes. Maite: ¿Entonces? Miguel: Creo que te debo una explicación. Estaba haciendo tiempo, buscando soluciones para salir de la situación tan comprometida en la que me hallaba, para ello me ayudé de las estrellas que antes de llegar Maite me transmitían tanta paz, tomé a Maite de la mano y percibí que estaba temblando, se tranquilizó al sentir mi mano, la miré sonriendo y me devolvió el gesto con las más bella de sus sonrisas.

Miguel: Mira el cielo, ¿Ves la osa mayor y la osa menor? Maite: No, ¿cuáles son? Miguel: Fíjate abajo, ¿ves la forma de una cometa? Maite: Sí, ¿cuál es? Miguel: Esa es la osa mayor, en latín Ursa Major. Miguel: Ahora mira la estrella de ahí arriba, es Polaris, el punto desde el que nace una cometa menor. Maite: Ya lo veo, ¿es la osa menor? Miguel: Sí, en latín Ursa Minor.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Miguel: Ahora escucha este cuento que desvela ese secreto que me pides que te desvele, porque hace siete años dejé de hablarte, debes saber que lo hice únicamente por amor. Mis palabras surtieron el efecto deseado haciendo que Maite cambiara su triste semblante, su mayor temor era que la hubiese dejado porque no la amaba, escucharme decir que el motivo de que un día la dijese adiós es que la amaba ilumino su dulce cara, aunque también sembró su mente de dudas. Miguel: ¿Puedes imaginas ahora cuanto pude amarte? Asintió con la cabeza, ahora su mano y mi mano eran una, la luna y las estrellas se unían con nosotros en uno solo ser, entonces me quité mi chaqueta y la rodeé con ella para que no se enfriase con la húmeda hierba. Hicimos un resumen de los siete años que pasamos separados, describiendo cada detalle, a veces incluso dejamos de hablar y continuamos con la mirada, era difícil discernir cuando hablábamos y cuando no, pero la comunicación era constante. Le continué diciendo, el cuento del que te hablé es sobre la osa mayor, como puedes ver es como una cometa que vuela en libertad, se aleja y la osa menor ajena a ello, sigue volando sin alterarse, consciente de que la osa mayor se va, lo que no puede imaginar es que se va para siempre. Ponle a la mamá osa de nombre Miguel y a la pequeña osa, Maite, durante los primeros meses de vida de Maite, su mamá le enseñó a cazar, a pescar, a subirse a los árboles para protegerse de los peligros que pudieran acechar. Un día mamá osa dijo a su hija que se subiera a un árbol, ella pensó que era un juego más, pero su mamá sin volver la vista atrás, se fue para siempre. No podía adivinar lo que pensaba Maite en aquel momento, tal vez pensó que me dejase de cuentos chinos y fue tan directa como siempre, al grano: Maite:

¿Por qué me dejaste, acaso no me amabas?

¿Crees que la mamá osa no amaba a su hija?, entonces, ¿por qué iba a enseñarle a protegerse de los peligros, a ser independiente, o porque no, tal y como te enseñé, a montar en bicicleta? Maite:

Me hace tan feliz saber que me amabas, perdón, quise decir, que mamá osa amase a su hija.

Miguel: No puedo explicarte directamente el motivo por el cual te dejé, pues desvelaría un secreto que debo guardar. Maite: Deduzco de tus palabras que hiciste una promesa inquebrantable y mañana volveremos a ser unos desconocidos, ¿me equivoco?

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Miguel: No te equivocas en eso, pero poder estar hoy aquí sincerándome contigo, es como un sueño. Maite:

No puedes ni imaginar lo que suponen para mí tus palabras, que estemos ahora abrazados abriendo nuestros corazones de par en par.

Hablamos hasta que quedar dormidos, al día siguiente el sol nos devolvió a la realidad, saltamos la caseta de la piscina y regresamos caminando abrazados por detrás de los bloques de viviendas de la urba. Nos despedimos diciendo, te amé y te amaré siempre, creo que en la otra dimensión del universo Miguel y Maite siguen amándose y se amarán por siempre, pero la realidad era otra, sabía que ese amor pasado era imposible y comencé a poner mi mirada en los encantos de otra mujer. Actualmente tengo la suerte y el privilegio de vivir con la mujer que amo y me ama, me encuentro en una situación de felicidad, tras largos años de búsqueda infructuosa he hallado la estabilidad emocional. Con quince años, tras haber recibido aquel regalo del cielo que me permitió dar una explicación a Maite, tras años de angustia impedido por mantener mi honor sin poder desvelar mi secreto, me sentí libre, me había quitado un pesado lastre de encima, respiraba mucho mejor. Aquel fue un día clave en mi vida, Maite sospechaba que pude romper la relación porque no la quería, yo también sospeché que ella lo pensaría, pero aclarar aquella duda nos satisfizo a ambos. Cuando hay amor entre dos personas y este se rompe, es recomendable dar una explicación razonable para evitar dañar los sentimientos, produce angustia tanto desconocer los motivos de la ruptura como no poder expresar el porqué de la situación. Fue el día y lugar preciso para dar mi explicación y por suerte no lo desaproveché pues fue la última vez que la vi, actualmente pude saber que está felizmente casada y es madre. Es hora de hablar de otra mujer importante en mi vida, no porque tuviera una relación con ella, sino porque su bella estampa ocupó mi mente en aquellos días, era Sonia por la que suspiraba, compañera del insti. Ya tenía cuerpo de mujer con quince años, pero la inocencia de una adolescente, su vestuario era casi siempre el mismo, bastante sencillo, un pantalón de chándal y un jersey de color amarillo, tal vez su sencillez y gusto por la comodidad es algo que me atrajo de ella. Era una chica alta que andaba con las rodillas juntas y los pies separados, no sé muy bien si debido a alguna ausencia vitamínica de la niñez o simplemente a que aún no había terminado su etapa de crecimiento, pero lo cierto es que lejos de considerarlo defecto, me resultaba muy atractiva.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori De cintura para arriba estaba generosamente dotada, tenía los ojos marrones y sus labios carnosos eran bastante sensuales, en cuanto al aspecto personal recuerdo más bien poco de ella, no por carecer de encanto personal, sino porque desconocía casi por completo como era aquella persona. Se había desarrollado en mí una timidez que tal vez arrastraba de mi experiencia con Maite, me resultaba muy difícil entablar relación con ella aunque me gustaba, era casi imposible que llegara a haber algo entre nosotros, ya no solo por el hecho de que nos gustásemos o no, sino porque no me atrevía ni siquiera a mirarle a la cara. La idea de que Sonia algún día llegue a leer mis palabras suena algo utópica, pero de ser así, estoy convencido de que se sorprendería de saber que yo estaba enamorado de ella, hasta es muy posible que llegara a preguntarse quién demonios era ese Miguel que suspiraba por sus huesos. Cuando ese verano me sinceré con Maite, fue gracias a que ella me vio detrás de su bloque mirando las estrellas y vino a hablar conmigo, de no haber sido así, yo no me hubiera atrevido a dar aquel paso, incluso ahora reflexiono si tal vez aquel reencuentro no fue más que un sueño que quedó en mi mente. Parece lo más lógico tener un acercamiento y relacionarse con quien te atrae, pero no ha sido este mi caso, pues me he pasado la vida huyendo de aquellas chicas de las que me enamoraba, por lo que se puede deducir que nunca fui un buen estratega en cuanto a conquistas se refiere. Supongo que de haber tenido Napoleón mi carácter en cuanto a sus conquistas se refiere, hubiera ahorrado bastantes disgustos a todos los países de los que se enamoró, entre otros, a España. Sonia siempre estará en mi corazón como era, tal y como fue cuando la conocí porque hace la friolera de veinticinco años que no sé absolutamente nada de ella, pero el recuerdo que permanece es muy agradable. Creo que es una idea equivocada el pensar que todo me hubiera ido mejor de haber sido menos tímido y si me hubiera mostrado con mayor naturalidad, si hubiera roto la barrera que me hacía tan difícil el acercamiento, que solo era posible mientras soñaba con ella. Creo que es inútil pensar en lo que pudo haber sido y no fue, no hay marcha atrás, y por otro lado, de haber llegado a ser un gran conquistador, como el bueno de Napoleón, ciertamente hubiera podido llegar a entablar relación con ella, quien sabe si incluso habernos casado y tenido hijos, pero, ¿qué sería entonces del mundo que ahora vivo en la actualidad? Es de todos conocidos que el tímido o el poco atrevido no consigue sus deseos fácilmente, pues le resulta difícil alcanzarlos, incluso a veces ni siquiera hace el intento de echar mano, pero, ¿y si por hacerlo pasa un hacha por ahí y se la corta?, soy de la idea de que no hay que apresurarse para alcanzar el amor, tampoco esperar a que llegue, lo que está claro es que se debe buscar a la persona más adecuada con la que compartir tu vida.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Club de Suboficiales Por fortuna no me enamoraba de todas las chicas que veía, en realidad me resultaba muy difícil comunicarme con aquella de la que me había enamorado, sin embargo, irónicamente, el resto de chicas podían disfrutar con mi amistad y de mi peculiar sentido del humor. Regresaba con mis compañeros de clase un miércoles de febrero como cualquier otro, cuando nos sorprendió el Entierro de la Sardina, fiesta pagana que cierra los carnavales. El entierro se realiza con todos los honores y a él asisten personalidades, gentes de todas las culturas que despiden a Don Carnal y reciben a Doña Cuaresma. Originalmente esta fiesta se celebraba con motivos religiosos y se enterraba una pieza de cerdo que se denominaba sardina, de este modo se simbolizaba la prohibición de comer carne todos los viernes de cuaresma. Con los años se ha convertido en una fiesta pagana en la que lo que se simboliza es el final del Carnaval, época del año en la que se da un gran valor a la libertad y ausencia de prohibiciones, es una ocasión para expresar la crítica a todas las normas de modo sarcástico. Con quince años no se buscan razones para justificar tu asistencia a cualquier fiesta, sea de la índole que sea, es suficiente con pasar un buen rato riendo, bailando o comiendo un buen bocadillo de panceta. Y para que entre bien el bocadillo hay que tomarse algo, nos bastaba con unas litronas de cerveza para brindar con los compañeros de clase por los presentes, y porque no, también por los ausentes, en particular por la difunta sardina que acabábamos de enterrar. Era por entonces de muy reconocida fama, la facilidad de mis amigos Michel y Javi para las conquistas, combinaban su aspecto agradable para cualquier chica de quince años con una facilidad de palabra y de convicción fuera de serie. Admiraba su habilidad en la materia, tal vez fruto de una seguridad en sí mismos extraordinaria, yo no perdía detalle de sus quehaceres diarios y poco a poco fui entablando amistad con ellos. Michel, Javi y yo éramos compañeros del insti, pero no vivíamos ninguno de nosotros en el barrio donde se ubicaba y aunque yo me bajaba antes que ellos del autobús, a diario hacíamos el trayecto de regreso a casa juntos. Me contaban sus aventuras en un lugar al que denominaban el club, era un club de ocio de suboficiales del ejército al que tenían acceso ellos por ser hijos de militares, mientras les escuchaba no podía evitar imaginarme siendo protagonista de “Oficial y caballero”, una película que me traslada inevitablemente a una época en que mis deseos estaban a flor de piel.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Siempre me sedujo la idea de poder asistir a un baile vestido con uniforme, no fueron pocas las veces que me soné que estaba en un baile de gala con mi uniforme blanco de marine de los Estados Unidos y sacaba a bailar a la bella Sonia que no me había quitado ojo desde que aparecí por la puerta. Pensé incluso en hacer carrera militar o en su defecto hacer el servicio militar como alférez, con el único objetivo de asistir al baile y seducir a la hija del general, una vez la hubiera conquistado, abandonaría el cuerpo pues mi objetivo ya se habría alcanzado con creces. Qué tendrán los uniformes que tanto se liga con ellos, bueno al menos eso es lo que se dice, no lo puedo decir por experiencia ya que nunca me he puesto ninguno y tampoco soy experto en conquistas, ahora que lo pienso tal vez no ligaba por no llevar uniforme, quien sabe. Y mi sueño se hizo realidad, al menos en parte, cuando Michel y Javi me invitaron a ir con ellos al club se me puso una sonrisa de oreja a oreja, ese sábado me puse de punta en blanco y me reuní con mis dos amigos para ir a esa discoteca de la que tanto había oído hablar y en la que por lo visto ligar era facilísimo. Cuando llegué a casa de Michel estaba terminando de acicalarse, era realmente asombrosa la maña que se daba, yo que creía que había exagerado un poco vistiéndome tan elegante, a su lado me había quedado corto. Al ver es aspecto de Michel me alegré de haberme esmerado para no desentonar, algo me hacía presagiar que el lugar donde íbamos estaría lleno de deslumbrantes mujeres. Fuimos a buscar a Javi, nos abrió la puerta su perra, era tan lista que había aprendido a abrir la puerta ella solita, lo que no sé muy bien es si se la abría a todo el mundo, de ser así podría llegar a ser un tanto peligroso en determinadas ocasiones. Javi era tan exagerado acicalándose como Michel, cuando salió, estuvimos viendo en la televisión los cuatro (Michel, Javi, su perra y yo) un episodio un tanto curioso de un caminante que erraba por esos caminos de Dios, de repente se encaramó a unas zarzas para recoger unas moras, el alimento gracias al que había sobrevivido los días pasados. Para colmo de desgracias para el caminante errante, la tentación alcanzar a coger las moras más gordas, le hizo caerse a plomo en medio del zarzal y se oyó una vocecita muy fina y aguda que pedía auxilio: Caminante:

Que alguien me ayude, aquí, en las zarzas.

No sé si a causa del tono fino y agudo de voz del desafortunado caminante pidiendo ayuda, o quizá porque nos imaginábamos al director del episodio empujando al pobre caminante a las zarzas para lograr así una toma más auténtica, el caso es que nos entró una risa incontrolable a todos, hasta la perra de Javi se revolcaba por los suelos de la risa.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori La familia de Michel no era numerosa, algo poco común en aquella época, solo tenía un hermano y ya se había independizado, sin embargo la familia de Javi era numerosa como la mía, creo recordar que al igual que en mi familia, eran cuatro chicos y dos chicas. Con el que tal vez hice más amistad de la familia de Javi fue con el menor de ellos, por compartir conmigo su afición por la música y por ser el benjamín de la casa como yo, no era extraño vernos aporreando las guitarras cantando canciones de los rolling. Nos despedimos de la gran familia y de la perra de Javi tras echarnos unas risas con el episodio del caminante errante amante caído en las zarzas y pusimos camino hacia el club, por fin iba a conocer el lugar de mis sueños. Ya en el autobús, algunas de las chicas que nos acompañaban conocían a mis amigos y les dedicaban la mejor de sus sonrisas, estuve escuchando algunos consejos de Michel y Javi para ligar, principalmente consistía en tener mucha labia y cuando menos se lo esperase la chica, zas, pegarle un beso en todo el morro, a lo peor te podías llevar un buen tortazo, pero el riesgo bien merecía la pena. La última vez que me había dado un morreo fue con las chicas de San Antonio, pero había una sutil diferencia, ya que en aquella ocasión eran ellas las que voluntariamente se ofrecían a comerme los morros a mí, pero ahora tenía que tomar yo la iniciativa y eso es harina de otro costal. Cuando estábamos dentro de las instalaciones militares, camino de la discoteca iban y venían chicas, las más despampanantes se tiraban a los morros de Michel y Javi y cuando me presentaban a mí, pues también me caía algún que otro morreo que me venía bien para ir abriendo boca. Una de aquellas chicas era el deseo personificado en mujer, estaba escandalosamente buena y cuando junto sus labios con los míos fue ella la que decidió separarse después un par de minutos y me dijo: Bomboncito:

¡huy, qué dulce!, luego te veo amorcito.

Ya me estaba empezando a enamorar, pero enseguida Michel y Javi me quitaron la idea de la cabeza cuando me dijeron, anda que, ¡vaya morreo que le acabas de dar a Felipe! Resulta que Felipe era el travesti del club, pero inexplicablemente tenía unas tetas empitonadas, pelusilla de mujer en la cara, un tacto y un aspecto tan femenino que no solo se confundía con una mujer, sino que era capaz de excitar a cualquier chico. Entramos en la discoteca y como si se tratara de un despliegue militar, inspeccionamos el terreno, lo analizamos y aplicamos la táctica de ataque en los puntos más apropiados, mis amigos habían pasado ya la etapa de la mujer exuberante, su objetivo estaba dirigido hacia las chicas menos aparentes y más tímidas, así nos acercamos a tres chicas que había sentadas.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Establecimos unas reglas básicas de juego, si alguno de los tres fracasaba en su misión, se batía en retirada sin obstaculizar la labor de los otros, esta táctica fundamental no hizo falta llevarla a cabo porque el éxito de la misión fue total sin tener que lamentar bajas (no hubo bofetones). Años más tarde, aunque le explicaba una y mil veces esta regla básica a Rocinante (descrito junto a Don Quijote en la página 184), siempre que él se quedaba solo se entrometía en la misión del compañero, con el consiguiente fracaso, mirándolo por el lado positivo, al menos no había que lamentar bajas (no solía darte tiempo a emprender un ataque que pudiera provocar que te ganaras el correspondiente bofetón). Mi amiga resultó ser una chica majísima que iba a un curso superior al mío, cuando salimos a la calle, mis amigos se metieron entre los arbustos con sus presas mientras que yo le pregunté a mi amiga: Miguel: ¿Paseamos? Amiga: (sonriendo) Vale, me parece buena idea. Los dos sabíamos dónde iban nuestros amigos, pero realmente estaba disfrutando tanto hablando con mi amiga que olvidé por completo lo que me habían explicado mis amigos que se debía hacer una vez que había ligado, o tal vez no me lo contaron porque dieron por supuesto que sabría qué hacer. Estuvimos paseando bajo una luna llena hablando de nuestras cosas, nuestras experiencias, en definitiva conociéndonos un poco mejor, creo que era la primera vez en muchos años que me sentía a gusto con una mujer, sin tensiones, me sentía yo mismo, veía reflejada la luna en sus ojos que brillaban mirándome atentamente creyendo que escuchaba lo que me estaba diciendo, no escuchaba, tan solo me encontraba muy a gusto. En ese instante ella me dio un beso en la boca, fue totalmente inesperado, de hecho, creía percibir como seguía hablando aún cuando sus labios comían los míos, nos sentamos en un banco y continuamos besándonos hasta que separó sus labios de mi boca antes de que me desmayara para decirme: Amiga: Gracias por respetarme. En ese momento no comprendí el significado de sus palabras, pero no dije nada, prefería seguir disfrutando de aquellos maravillosos besos y así estuvimos hasta que llegó la hora de marcharnos. Nos dimos los teléfonos y me fui muy contento a casa, parecía que tocaba a su fin la que ya parecía una eterna búsqueda del amor verdadero, había sentido el amor en los besos de una mujer y presentía que aquello iba a ser el principio de un gran amor. Pero me equivoqué, llamé el sábado siguiente preguntando por ella y me dijeron que la familia regresó a Estados unidos pues su padre era militar norteamericano destinado en España, una vez más el destino decidió por mí.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Un día en la nieve No es que en mi ciudad suela nevar frecuentemente, pero las veces que nieva es a lo bestia, de igual forma que actúa nuestro ilustre ayuntamiento, el cual hace poco tiempo agujereó la ciudad de tal forma que la caída de zanja se convirtió en el primer deporte regional de la villa y corte de Madrid. Nuestra ciudad no es conocida en exceso en el resto del mundo, pues Barcelona se llevó el reconocimiento y fama mundial en las olimpiadas del año noventa y dos. Sin embargo los madrileños quitamos protagonismo a la ciudad condal con las obras de la ahora llamada calle 30 (la m30 de toda la vida), de estas obras llegó a decir un actor norteamericano de nombre Danny tras su visita a mi ciudad: Danny: Maravillosa ciudad la suya, aunque tal vez algo ruidosa, deseo que encuentren el tesoro que andan buscando lo antes posible. Qué tío más majo este Danny, prefiero no pronunciarme sobre el estado del asfalto de la ciudad de Nueva York cuando la visité, mejor que no lo toquen porque resulta muy divertido visitar la ciudad dando botes. Mientras tratas de evitar caer desmayado del mareo, un taxista egipcio te lleva Dios sabe dónde, la única lengua legible mediante la cual puedes comunicarte con él es mediante signos y una de dos, o conduce, o se comunica contigo, pero ambas a la vez puede resultar francamente peligroso. La nevada que cayó en Madrid aquel año nada tuvo que envidiar a las de la ciudad de Nueva York, por no faltarnos, teníamos en mi ciudad hasta al presidente norteamericano que antaño fue actor disfrutando del frío invierno madrileño. Ese día, como no podía ser de otro modo, todos los de la clase hicimos pellas y nos fuimos a jugar con la nieve, hacía años que no nevaba tanto en Madrid y había que aprovechar la ocasión. La excusa que pusimos para faltar a clase fue que teníamos que visitar una exposición que nuestro profesor de dibujo nos había recomendado en la facultad de bellas artes, de hecho, en un principio esa era la idea, pero como era de prever, nos quedamos de camino a la exposición jugando con la nieve. Cuando cruzábamos por el puente de los franceses a la ciudad universitaria vimos un coche negro muy grande, ya había visto ese coche otras veces, era el coche que Hitler había regalado a Franco y que se utilizaba para trasladar a los jefes de estado de otros países en su estancia en la ciudad. Lo que nadie se esperaba es que asomara la cara el mismísimo presidente de los estados unidos, nos sonriera y saludase del mismo modo que el Papa.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El semblante sonriente del presidente cambió bruscamente cuando Sacarino tiró una bola de nieve contra el cristal del vehículo pegándole un susto de muerte, creo que además gritó algo así como ¡Yankees go home!, si es que Sacarino siempre andaba metiéndose en líos, un día de estos le iban a partir la cara, o lo que es peor, podía llegar a crear un conflicto internacional. A los quince años en mi ciudad se podía entrenar en las instalaciones deportivas nacionales (une), varios días a la semana íbamos toda la clase con la profesora de gimnasia al une a entrenar. Un buen día vimos un coche muy pequeño, creo recordar que un mini, y de él salió uno de los jugadores de Real Madrid de baloncesto. Para conseguir salir, no sin dificultad, primero sacó una pierna y luego la otra, se agachó hasta las rodillas y al fin consiguió salir de la lata de sardinas. Los sueldos de los jugadores de baloncesto de la época no debían ser como los de ahora, de lo contrario, aquel jugador hubiera optado por comprarse un coche mayor, yo le hubiera recomendado un Landa Rever. Los sueldos de los jugadores debían ser tan bajos que uno de los jugadores de baloncesto más emblemáticos de la selección rusa, se vino a vivir a mi barrio, creo que es el hombre más alto que he visto en mi vida. Cuando iba con su mujer parecía que llevaba de paseo a su nietecita. Estando ya en las pistas de atletismo dando vueltas de calentamiento, oímos detrás de nosotros un estruendo como el de una manada de caballos salvajes, eran los jugadores de baloncesto del Real Madrid que gritaban que nos apartásemos porque venían más deprisa, al parecer el entrenador no les había enseñado a adelantar. Para no entorpecer el entrenamiento de los jugadores, pasamos a hacer salto de longitud, así los jugadores pudieron continuar con sus pruebas de velocidad (sin adelantamientos), entonces un jugador norteamericano de color, que era muy bueno por cierto, no hizo una marca de velocidad demasiado buena y Sacarino soltó una de las suyas: Sacarino:

Negado.

No sé si el jugador al ser extranjero tal vez entendió que le había llamado negro o simplemente le molestó que un enano con cara de bicho malo le llamase negado, el caso es que se paró en seco, se volvió a Sacarino y le dedicó una mirada que nos dejó helados a todos. Creíamos que el jugador le partiría la cara, pero por suerte para Sacarino, se dio media vuelta y se fue, entonces Sacarino que todavía estaba pálido del susto que se había llevado, añadió con una vocecita que casi ni se oyó: Sacarino:

Además cobarde.

Finalmente hicimos amistad con los jugadores y nos hicimos fotos con ellos, recuerdo la foto que se hizo el jugador del mini con la más baja de la clase.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Cuando una semana más tarde vimos aquella foto, se podía comprobar que el jugador del mini era exactamente el doble que mi compañera, nos quedamos a ver como se metía de nuevo en su coche, primero metió una pierna, luego agachó la cabeza hasta sus rodillas y luego metió la otra pierna, cuando se fue se podía apreciar que su cara estaba pegada al cristal delantero. Después de tanto ejercicio apetecía un buen bocadillo de tortilla con un tercio de cerveza, fuimos a un colegio mayor de la ciudad universitaria que conocíamos, allí podías conseguir ese delicioso almuerzo por el económico precio de treinta pesetas. Lo que no imaginamos es que tal vez esos precios tan económicos podrían contrarrestarse con unas condiciones higiénicas no demasiado buenas, precisamente pude constatarlo con una de las experiencias más desagradables que he vivido, en cuanto a gastronomía se refiere. Estábamos cada uno con nuestro tercio y nuestro bocadillo, cuando de repente vemos que una compañera deja inmediatamente de masticar, algo raro había debido masticar, pensamos que podría tratarse de un trozo de cáscara de huevo, pero la sorpresa vino cuando abrió la boca y escupió lo que estaba metido dentro de su tortilla. Es un bicho que me produce auténtico repelús, alguna vez lo he estrujado con mis pies cuando se ha colado en alguna de mis zapatillas, pero lo que nunca podría llegar a imaginar es llegar a ver a alguien llegándolo a masticar. Alguna vez vi un documental en el que se comían saltamontes y otro tipo de bicho fritos en aceite, los invitados a probar ese manjar eran periodistas españoles a los que debían pagar una millonada por el reportaje, porque a pesar de la cara de asco que ponían, se los comían y añadían, ¡está delicioso¡ Pero este no era el caso, debió suceder que mientras el cocinero se encontraba haciendo la tortilla, una cucaracha cayó en la mezcla de huevo y tortilla y fue a parar bien cocidita al bocadillo de mi compañera y como estaba bien camuflada, se la metió en la boca sin darse cuenta. Ni que decir tiene que fue la última vez que fuimos a comer bocadillos de tortilla a ese colegio mayor e imagino que mi compañera se pasaría una larga temporada sin probar la tortilla de patata española, ese manjar por el que suspiran los turistas los turistas que vienen de visita a nuestro país. No tenía idea de la buena fama de la comida española en el resto del mundo hasta que visité Ottawa, entré en un restaurante con muchas banderas de mi país en el que se servían paellas, un plato delicioso y muy apreciado, más si cabe siendo un español a miles de kilómetros de distancia de España. Cuando nos preguntó la camarera si nos gustaba, le dijimos que ciertamente estaba muy rico aunque realmente el plato que estábamos comiendo estaba lejos de ser considerado una paella, ella nos agradeció el cumplido.

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17. Nuria Relaciones públicas En diversas ocasiones de mi vida me he topado de bruces con la otra dimensión, con esa que está ahí y que en condiciones normales no suelo percibir, tan solo en sueños o en contadas ocasiones en mi vida, como me ha ocurrido esta misma mañana en el rodaje de una película. En la página 201 del libro traté el tema de la dualidad dimensional, ahora me vuelve a surgir la duda de en qué dimensión me encuentro, pues el contexto en el que ahora estoy es en el de mi vida, Zori, estoy en medio de la grabación de mi propia película en la que el protagonista principal indiscutiblemente soy yo. Pero hay otra dimensión, se trata de una película que aún no se ha estrenado que narra la historia de un escritor catalán que gustaba disfrutar de la noche barcelonesa y en un local de la ciudad condal se reúne con unos amigos, al fondo del local, pueden verse dos ligones que tratan de llevarse al catre a una vampiresa de la noche, que por cierto, no les hace ni puñetero caso. Uno de esos ligones no es otro que el protagonista de Zori, que se coló en el rodaje de esa película cuando le llamaron para participar como figurante, he aquí la dualidad dimensional, depende del objetivo que enfoque, estaremos en la ciudad condal junto al escritor catalán o podría ser que estuviéramos en la película Zori, viendo como su protagonista trabaja como figurante haciendo de ligón de discoteca de los años setenta. Parece que lo propio es que optemos por la segunda dimensión, pues ahora nos encontramos dentro de Zori, pero, cuál de estas dos dimensiones es la verdaderamente real, la respuesta, amigo mío, esta flotando en el aire. Quiero brindar mi especial homenaje a todos los trabajadores del medio audiovisual, en especial a esos que desayunan, toman el bocadillo y comen separados del resto de sus trabajadores, a los figurantes, esos que cobran unos honorarios de veinticinco euros por una jornada de once horas, eso sí con suerte la agencia que les contrató no desaparece antes de cobrar. Un día soñé que era un pájaro que volaba libre por el cielo ignorando que realmente era Miguel y que me encontraba soñando. Al despertarme bruscamente pude advertir que se trataba de un sueño y que no era un pájaro sino Miguel. Aunque en este momento me invade la duda de si soy Miguel que soñé con ser un pájaro o soy un pájaro que sueña con ser Miguel, de lo que no albergo duda alguna es de que Miguel y el pájaro son diferentes. Ya empiezo a tener serias dudas de si soy el protagonista de este libro, un ligón de discoteca, o quizá ambos y eso sin fumar, de lo que no hay duda es de que, como bien decía mi padre, estoy hecho un buen pájaro.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Si me dan a elegir, prefiero seguir siendo Miguel, el protagonista de este libro, pero sirva esta introducción en el que interpreto el papel de un ligón de discoteca de película, para relatar mis andanzas como relaciones públicas de una discoteca cuando tenía dieciséis años, allá por el año ochenta y cinco. Quedamos en Arguelles para ir a una discoteca en la que íbamos a ser relaciones públicas Michel, Javi y yo. Mi experiencia como relaciones era escasa por no decir nula, tan solo había conocido a una chica maravillosa en la discoteca del club de militares, con tan mala suerte que tuvo que irse a vivir lejos. Pero aún así era todo un reto para mí, estaba comenzando a descubrir una faceta que hasta ahora desconocía de mi persona, o tal vez la tenía pero no ha había utilizado, tenía una enorme para relacionarme, lo que se suele decir, era un tipo con don de gentes. Al entrar en la discoteca me presentaron al dueño, ¡cuál fue mi sorpresa cuando le vi!, era Óscar, un conocido de la sierra que albergaba en su trastero los altavoces más grandes de la urba, los tenía porque su padre los conservaba de otra discoteca que montó años atrás en un pueblo. Nos pusimos los tres mosqueteros relaciones públicas en nuestros puestos de combate, a la espera de que llegaran las primeras chicas, entró un primer grupo y comenzamos a hablar con ellas sentados en unos sillones, que por cierto, eran bastante cómodos. Dos de las chicas, sin duda las más llamativas, eran las que hablaban con Michel y Javi, la más discreta de todas fue la que me tocó a mí, pero me parecía una chica bien agradable, así es que todos parecíamos conformes con la parte que nos tocaba. Enseguida me centré en mi conservación con mi amiga, que tan solo era interrumpida en ocasiones por Michel para preguntarme: Michel: Díselo tú, que ella no me cree. ¿Qué instrumento toco? Miguel: Michel toca muy bien la guitarra. Por la cara que puso Michel deduje que no era esa la respuesta que esperaba de mi, así es que rápidamente me puse a pensar qué otro instrumento podría habérsele ocurrido decirle a su amiga que sabía tocar. Miguel: Ah, ya, lo que Michel toca de miedo es el violín. Entonces se iluminó la cara de Michel, la chica rápidamente le pidió disculpas y le colmó de besos y demás arrumacos por no haberle creído, no era cierto que Michel tocara el violín, aunque sí su padre, por ello deduje con éxito que su mentira iría relacionada con este instrumento. Javi ya no hablaba apenas porque estaba con sus morros pegados al escote despampanante de su chica, la verdad, es que era una auténtica sex bomb.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Cuando me quise dar cuenta, Michel y Javi habían desaparecido como por arte de magia, me había quedado solo con mi amiga a la que dije, vaya, ya nos han abandonado, le propuse ir a dar una vuelta antes de que Óscar me pidiera explicaciones de dónde demonios se habían metido los otros dos relaciones públicas. Le propuse tomarnos unas litronas el parque del oeste y le pareció una magnífica idea, tenía un estilo vistiendo muy parecido al mío y como empezaba a descubrir, su forma de ver la vida era también muy parecida a la mía. Tuvo un detalle que agradecí antes de que hubiera malentendidos, me confesó que tenía novio pero que ahora estaba haciendo la mili, yo le agradecí la información, así no me hacía falsas ilusiones. De este modo sabía que si estaba conmigo era porque le resultaba agradable mi compañía, entonces pasé al plan b, que no era otro que pasarlo bien sin más, ya no tenía que estrujarme la cabeza maquinando cómo ligar. Fue entonces cuando noté un cambio, me di cuenta que volvía a ser yo mismo, sin necesidad de tener que demostrar nada, estaba con aquella chica como si estuviera tomando una cerveza con cualquiera de mis amigos. Pude ver a lo lejos meterse entre unos arbustos a Michel y a Javi con sus respectivas chicas, sentí algo de pena por ellos, comencé a pensar si realmente mis amigos habían llegado a tener una conversación de amigos con alguna de las chicas con las que iban, dudé que hubieran llegado a ver a alguna de las chicas que habían conocido hasta el momento como amigas. Entonces me miró mi amiga con cara de complicidad, parecía saber exactamente lo que estaba pensando y me agarró del brazo, me estrechó en sus brazos abrigándome con su chaqueta, una sensación que tan solo recordaba haber experimentado algunos años atrás. Me había pasado en la sierra cuando era un niño trovador de asfalto, que en mi afán de aprender cualquier pieza musical, iba detrás de los mayores y no les dejaba en paz hasta que me enseñaban la pieza musical que les había oído tocar alguna vez. Era una de las mayores la que tocaba un Charleston con su guitarra, era una pieza instrumental, no cantada, que me pareció idónea para incluir en mi repertorio, para aquellos momentos en los que mis amigos me acosaban a peticiones y mi voz necesitaba un respiro. Cuando aquella chica de los mayores me enseñó la pieza musical, no sé si tal vez como premio por haberla aprendido tan rápido, o sencillamente porque me vio tiritando, me dejó su chaqueta y sentí un calor muy agradable. Me encontraba disfrutando de aquel momento en el que por segunda vez en mi vida una mujer me estrechaba en sus brazos para calentar mi cuerpo escuálido y desvalido, cuando un grito me despertó de mi trance.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Salió Michel como alma que lleva el diablo de entre los arbustos, entonces mi amiga se echó a reír y le pregunté que si ella sabía lo que estaba pasando, entre risas me explicó que su amiga era en realidad un amigo, era travesti y había estado en un casting para una película, ellas dos eran las responsables de que estuviera tan bien maquillado que pareciera realmente una chica. Después de reírme todo lo que quise y más, me enteré que ella y su otra amiga (la que era chica de verdad), estudiaban en una escuela de maquilladores y que su amigo travesti estudiaba arte dramático. Ciertamente había notado el tono de voz de la tercera amiga un poco grave, pero por las curvas de su cuerpo y el excelente trabajo de maquillaje, nadie hubiera notado que debajo de aquel disfraz había un hombre, bueno, a no ser que te llegaras a acercar tanto como lo hizo Michel. Tal vez por el susto que se llevó Michel o tal vez debido a que Javi y yo desaparecimos con dos clientas potenciales de la discoteca, nuestra carrera profesional como relaciones públicas acabó casi antes de empezar. Tampoco hace falta trabajar como relaciones públicas para conocer gente, motivo principal por el cual me presenté con mis amigos a la discoteca, de hecho, a la semana siguiente conocí a una chica muy simpática paseando por la calle. Nunca fui muy amigo de los convencionalismos, me parecía un poco ridícula la idea de esperar para relacionarse con una chica al fin de semana en la discoteca, precisamente, a partir de aquel día han sido pocas las veces que me he dejado caer por esos lugares en los que para entrar se exige llevar zapatos y donde te miran que los calcetines no sean de color blanco. Demasiadas reglas para un adolescente de dieciséis años, cuando precisamente es la etapa de la vida en la que se da mayor valor a la comodidad y a la libertad como medio fundamental de expresión. Hace pocos días conversaba con un compañero de rodaje de un anuncio publicitario, es actor profesional y le iban a hacer una prueba para trabajar como relaciones públicas de un tablao flamenco. Me contaba que siempre había tenido gran facilidad de palabra, incluso me contó algún que otro chiste, pero había algo que le incomodaba de la prueba de trabajo como relaciones públicas, tal vez no le permitieran excesivas libertades en aquel nuevo empleo y es posible que esto afectaría en parte a su innata habilidad para relaciones con los clientes. Uno de los chistes que me contó no lo había oído antes y me pareció muy divertido, era de un señor extranjero que paró su coche a las afueras de Sevilla y preguntó a un aceitunero: Extranjero: Olivarero:

¿Antequera?, excuse me, ¿Antequera? ¿Antes?, era albañil, ahora recojo olivas.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Extranjero:

¿Pardon?

Ignoro si aquel compañero de rodaje superó la prueba, pero realmente no le faltaban razones para estar inquieto porque a gran parte de los que tenemos don de gentes no nos resulta fácil utilizar nuestro don para los negocios y menos para los negocios ajenos. Cuando me encontraba en el parque del oeste hablando con aquella chica, no había ningún aspecto económico que nos preocupara, las litronas no eran caras y las pagábamos a medias, me encontraba a gusto y con naturalidad disfrutábamos el uno de la compañía del otro. Pero tal vez no todos aquellos que nacieron con el don de la facilidad de palabra sean tan escrupulosos como yo, tal vez puedan utilizar su don en negocios sucios, en obtener su propio beneficio o en tirar lo que les sobre. Las relaciones públicas son tan necesarias que cuesta creer que exista como profesión, aquel que cree que por tener facilidad de palabra ya se está relacionando públicamente tal vez se equivoque. Aquel que cede el asiento en el metro a otra persona que lo necesita más, ya sea anciano, niño, enfermo o mujer embarazada, sin pronunciar ni una sola palabra, se está relacionando públicamente del modo correcto. Quizá no esté bien puesto el nombre a este oficio ya que, por lo general, lo que suele requerir para ser considerado un buen relaciones públicas es que se sepa cómo regalar los oídos al cliente con el objeto de sacarle todo el dinero posible, dejando a un lado los escrúpulos, tal vez debería llamarse a este oficio regala oídos sin escrúpulos. Por suerte no dirigí mi profesión hacia las relaciones públicas, considerando esta una actividad vital como puede ser el beber agua, tampoco se le ocurrió a nadie crear una profesión que se denominara bebedor de agua profesional. Aunque si existió en la antigüedad la profesión de aguador, que consistía en transportar y vender agua, se puede ver un ejemplo gráfico en la magnífica obra de Velázquez, el aguador de Sevilla. Las relaciones públicas no son un oficio, sino una actividad que realizamos desde que nos despertamos hasta que nos acostamos, incluso a veces hasta en sueños se ejerce de relaciones públicas. Repasando el texto de la novela, me asombro y sonrío de la manía que tengo a los pobres relaciones públicas, deberé repasar si a lo largo de mi vida alguna vez alguno de ellos me metió un dedo en el ojo, discúlpeme usted si pertenece al gremio. Siendo un soñador nato, no podía dejar de hacer referencia a mis sueños en mi biografía, pues siempre han sido parte importante de mi vida, afirmar que lo que ocurre entre sábanas no forma parte de la vida, sería como afirmar que no hay luna, sí la hay, aunque la veamos con menos frecuencia.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Tras la huída de Michel al descubrir que su amada tenía pelos en el sobaco, nos tumbamos en el césped mi amiga y yo a mirar las estrellas, le conté mis conocimientos sobre las estrellas y ella me habló sobre sus conocimientos de astrología, si yo era química, mi amiga era alquimia, de este modo quedamos dormidos a la luz de la luna y comencé a soñar. Despertamos mi amiga y yo, pero en la otra dimensión, era de día, siempre me gustó cruzar a la dimensión de los sueños, pues la imaginación desafía a su antojo las leyes de la física y todo es mucho más divertido que en la dimensión de lo que denominamos el mundo real. Me preguntó mi amiga que dónde estábamos, yo le expliqué que no había nada que temer, estábamos dentro de un sueño suceden cosas asombrosas pero sin consecuencias, al menos para la dimensión real. Comenzamos a volar, jugamos con el viento, ella me dijo lo divertido que le parecía volar, nunca había experimentando algo parecido, teníamos cuerpo de pajarraco, tal vez de águilas ya que nuestra vista era muy precisa y nítida. Volamos desde el parque del oeste hasta la sierra madrileña, visitamos todos aquellos lugares que yo conocía, pero a vista de pájaro, todo se apreciaba con mayor nitidez, incluso fuimos detrás de las pistas de tenis de mi urba, así le pude enseñarle el lugar donde años antes había sido trovador de ciudad y había jugado a beso, morreo y revolcón. De regreso hacia el parque del oeste jugamos a subir todo lo alto que nuestro cuerpo pudiera soportar y a dejarnos caer en picado, la sensación que se producía cortar el aire como si de un cuchillo se tratara era impresionante, así llegamos rapidísimo a nuestro lugar de partida. Estuvimos trompeteando subidos en los áticos del Paseo de Rosales, nos lanzamos hacia la casa de campo y al llegar al lago, regresábamos de nuevo a uno de los áticos, disfrutamos de nuestros últimos vuelos porque sabíamos que pronto despertaríamos de aquel sueño tan maravilloso. Despertamos ya de día, mi amiga me dio las gracias, tal vez pensaba que había sido yo quien le había regalado aquel maravilloso sueño, nos despedimos y enseguida empecé a pensar en la excusa que podría poner en casa por haberme ausentando toda la noche. Decir en mi casa que había estado trompeteando con un águila guapísima y muy simpática y sobrevolando por aires serranos, estaba lejos de mis excusas previstas, so pena de alarmar innecesariamente a mis padres sobre mi estado de salud mental, era preferible decir que simplemente se me hizo tarde y me quedé a dormir en casa de Michel. Al llegar a casa tenía una sensación de cansancio enorme, tenían muchas agujetas en los brazos, imagino que de tanto volar, es curioso que cuando se sueña que se hace un gran esfuerzo físico, al día siguiente sueles despertar con una enorme sensación de cansancio, llegué a casa feliz por aquella incursión por el mundo de los sueños pero tremendamente cansado.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori De blanco A mis dieciséis años tenía el convencimiento de que años más tarde me casaría por la iglesia, mi novia se vestiría de blanco para convertirse en mi esposa, tal y como hicieron mis padres. Mis padres han sido mi referente, un modelo a seguir casi imposible de igualar, dos personas que se amaron y respetaron desde el mismo día que se conocieron, sacaron adelante una familia numerosa con todos los problemas que conlleva criar a tanto niño, fuimos unos niños afortunados de contar con la ventaja de que él era médico y ella maestra. En numerosas ocasiones podréis ver que cuando me refiero a mi pareja, Marga, hablo de mi mujer, aunque realmente no nos une ningún documento oficial, pero la nombro así porque al poco tiempo de conocernos supe que ella sería mi mujer, sin documentos que lo acrediten, lo acredita algo más valioso que un documento, nuestro corazón. Tal vez lo menos importante en la unión entre dos personas sea la boda, el vestido de la novia, los invitados o un papel que certifique que legalmente dos personas son esposos, aunque realmente, para ciertas personas es algo muy importante. Tengo la suerte de coincidir con mi mujer en la idea de que no es necesario casarse, que lo importante es que haya amor y respeto, mientras esto tan fundamental exista, todo irá bien, no descarto que algún día pueda llegar a casarme pero ciertamente no es algo que me quite el sueño. El pasado sábado asistí a la boda de unos amigos, mi mujer y yo, nos decidimos a escribir unas letras para los novios, mi mujer tiene un gusto exquisito escribiendo y tiene el don de expresar lo preciso a cada momento, en cuanto a mis letras, no sabría dar una opinión, decían así: “De Blanco” El primer instante que te vi adiviné en tus ojos lo que más tarde viniera días de cine con sus alegrías y también sus penas. ¿Penas? ¿Qué son penas para mí si la flor que habita en mi jardín es la que a mí me hace más feliz? ¡Que los campos, ríos, mares y estrellas se vistan de luces por primavera porque de blanco se viste mi morena la más bella de todas las casaderas!

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Al escribir estas letras pensé en lo bello que debe ser ese momento, en el romanticismo del instante en el que se dice, si quiero, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe, incluso, por toda la eternidad. El romanticismo nos resulta agradable, la poesía, unas letras que cuando las escribí me parecían triviales pero que según las leo la hago más mías y me alegra más que hayan salido de mi corazón, aunque además la poesía, debe haber algo más que palabras, lo verdadero, la real, el día a día. Si alguien me pregunta ¿qué tiene más valor para ti, la más bella de entre todas las poesías jamás escritas o el respeto diario, es decir, la auténtica poesía?, esta respuesta amigo mío, no está flotando en el aire, es evidente que lo realmente válido es el respeto diario. No hay que olvidarse de que el día de la boda es uno, uno entre muchos días, con el tiempo este día tan solo llega a tener un valor simbólico, un recuerdo bello, pero donde radica el valor del matrimonio es en el amor y respeto diario, en la convivencia, de nada sirve la más bella de las bodas si al poco tiempo todo se torna en tempestad. Una tendencia de nuestra cultura es la de dar mayor importancia al símbolo de la que realmente tiene, jamás debe utilizar el día de la boda como excusa o para echárselo en cara, puedes llegar a decir, es que hace cincuenta años y un día me dijiste “si quiero”, carece de valor lo que se dijo hace tanto tiempo, lo que importa es lo que sientes a día de hoy. Incluso durante muchos años se utilizó el matrimonio como excusa moral para mantener a la pareja a raya, que dirán los vecinos si me abandonas y te vas con otro, durante muchos años podía sacarse el papel oficial como arma arrojadiza, si damos tanto valor a “el qué dirán”, vamos por mal camino. También se utilizó el papel eclesiástico, la excusa moral perfecta para mantener a raya a la pareja, incluso para llegar a la creerte que tu pareja es otra más de tus pertenencias. Hoy estoy escribiendo mi biografía, a veinticinco de marzo del año dos mil nueve, afirmo categóricamente que ninguna persona pertenece a otra, ni hoy, ni hace un millón de años, ni dentro de un millón de años. El único dueño de una persona es uno mismo, lo es hoy, lo fue hace un millón de años y lo será dentro de un millón de años. Y sirva mi advertencia a todos aquel que a pesar de saber que es esta la verdad, se tome la libertad de esclavizar a otra persona y cuando esa persona se revele, trata de amordazarla, y cuando no lo consigue, puede llegar a la atrocidad de acabar con su vida. Quisiera advertiros que ignoro cuál será vuestro castigo, pero intuyo que os pasaréis probablemente un millón de años suplicando que cese el dolor, una pena horrible, ¿quién puede soportar una pena de un millón de años?, tal vez mejor sería que incluyerais la libertad entre vuestros valores.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Regresando a mediados de los años ochenta, por aquel entonces podía verse la serie de televisión “El Gran Héroe Americano”, su protagonista es un profesor al que le entregan un traje que le otorga poderes sobrenaturales, fue de gran éxito, tal vez debido a que el profesor pierde el manual de instrucciones del libro y al probárselo pronto se da cuenta que no sabe utilizarlo. Decide devolver el traje algo cansado de estrellarse contra muros, vallas publicitarias y demás obstáculos, aunque un agente consigue convencerle de que trate de aprender a manejarlo para luchar contra el crimen organizado. La serie era realmente divertida, sobre todo por los terribles golpes que se llevaba el profesor de los que salía indemne gracias a los poderes del traje, por desgracia no ocurre así en la vida real, en ella los héroes no llevan un traje que les proteja y su valor les hace llegar a poner en riesgo su propia vida para salvar a otra persona. No abundan los héroes y su valor el digno de elogio, pero en mi opinión, es preferible la persona que hace del respeto al prójimo su estilo de vida, para conseguirlo es fundamental tener amor propio, ser hacedor y no crítico, despertar cada día con la mente renovada dejando los prejuicios atrás. Del mismo modo ocurre con el amor, no se demuestra únicamente el día de la boda diciendo un “sí quiero”, prometiendo respeto y fidelidad para toda la vida, es de todos bien es sabido que las palabras se las lleva el viento, lo importante es que ese “si quiero” sea sincero y permanezca en el tiempo. El amor es algo más que palabras y promesas, no es algo que se firma en un papel ni algo que figure en ningún documento oficial, el amor se lleva por dentro y se demuestra a diario, con hechos y no con palabras. Con dieciséis años había conocido varias chicas, algunas de las que me había enamorado, pero es indudable que para que arda el amor es necesario que haya dos componentes, combustible y comburente, aún no había conocido el amor verdadero y sospechaba que la cosa iba para largo. Aquello a lo que estaba acostumbrado, lo que veía en mi casa a diario, el amor que se tenían mis padres no era muy frecuente de ver por ahí, tan difícil de ver como de encontrar. En todas las bodas a las que he asistido he oído mensajes de todo tipo, incluso leí una parte de la biblia en la boda de mi hermana mayor pero estaba tan nervioso que apenas capté aquel mensaje. Un mensaje que recuerdo fue el que dijo don Julio en la boda de mi hermano Javi, es don Julio el cura que más admiro por su buen hacer en las relaciones comunitarias, por su trato indistinto de clases o condiciones sociales, mirando tan solo la necesidad de la persona, en definitiva un buen hombre. Las palabras de don Julio fueron de amor y respeto mutuo, dijo, ¡lo tenéis fácil, tan solo debéis tomar como ejemplo el de vuestros padres!

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Soy afortunado por tener una buena mujer y por haber tenido unos buenos padres, estoy convencido de que si he logrado mi objetivo de hallar la mujer con la que compartir mi vida ha sido gracias a las enseñanzas de mis padres, una herencia incombustible, la sabiduría de los grandes maestros. Es el color blanco el que indica limpieza, eso es lo que siempre ha caracterizado a mis padres, su sinceridad y claridad, es el color que trato de poner en mi mente cuando me levanto todas las mañanas. Si es el color blanco el que simboliza el amor, la limpieza de espíritu o la claridad y sinceridad, es este el color que quiero ver desde que despunta el alba, si para algunos su boda fue el símbolo del amor, en mi caso, el amor lo simboliza el día a día, desde que me levanto hasta que me acuesto. Creo que se equivoca quien da demasiada importancia al día de la boda, algo que tan solo pasa una vez en la vida, aunque para algunos como Enrique VIII llegó a convertirse en rutina, nada de extrañar en un rey que como yo gustaba del buen yantar y que debió pasarlo en grande en cada uno de los banquetes de sus seis bodas. Pero creer que esta celebración es la que une a dos personas, en tan absurdo como creer que quien no se casa no está unido. Tal vez debiéramos vestir de blanco nuestra mente cada mañana amando y respetando a nuestra pareja como el primer día que la conocimos. Algo fundamental en la relación de pareja y de lo que no se suele hablar demasiado es del otro amor, al igual que hay más de una dimensión, o al menos eso creemos algunos soñadores como yo, siempre hay otro amor al que prestamos poca atención, incluso podemos llegar a olvidar que existe. Es el amor que tenemos desde que nacemos, ese que no está bien visto por determinados círculos de la sociedad que tratan de taparlo confundiendo y disfrazándolo con el nombre de egoísmo, se trata del amor propio, en mi opinión, el amor más importante que nos acompañará en nuestra vida. Es posible que si echamos la vista atrás, uno de los primeros sentimientos de culpabilidad que recordemos sea el de egoísmo, recordaremos que alguien nos dijo que éramos unos egoístas porque no dábamos nuestro juguete más preciado a otro niño al que ni siquiera podíamos soportar. Creo equivocado calificar dichas actitudes de egoístas, como la actitud opuesta, permitir que un niño quite los juguetes a otros niños y los estampe contra el suelo, pues ese niño está mostrando actitudes dictatoriales que deben ser corregidas a tiempo. En el término medio está la virtud, no alentaría a un niño a creer que es lógico sacrificar su juguete preferido, ni permitiría a pequeños dictadores robar juguetes para jugar a poseerlos, destrozarlos estampándolos contra el suelo y de este modo dejar patente su hegemonía. De no ponerles unos límites, ambos sufrirán las consecuencias con los años.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori El Escorial En aquel verano del ochenta y cinco asistí a unas convivencias que se celebraban en el Escorial, monasterio desde el cual hubo un tiempo en que el rey Felipe II gobernó el mundo, es a mi parecer la primera maravilla del mundo, de haber estado en el lugar de su majestad, no hubiera dudado en elegir también aquel bello lugar para construir mi palacio. El año en que conocí a mi mujer hice una visita al monasterio, lo que más tiempo llamó mi atención fue la sala de las batallas, sin embargo no tardé en abandonar el panteón de reyes e infantes donde se hallan los sepulcros de veintiséis monarcas españoles. Aunque mi lugar preferido está algo retirado del monasterio, en un mirador ubicado en la sierra desde el cual puede contemplarse la belleza arquitectónica del monasterio en conjunto, a vista de pájaro, qué mejor lugar para observar el pentágono español, aunque sería más propio llamarlo cuadrilátero. Felipe II fue objeto de críticas al igual que lo he sido yo, mi posicionamiento está claramente a su lado, en el grupo de humanos hacedores, el otro grupo es en mi opinión de escasa importancia, se trata de los críticos, cuyo único objeto es contemplar y luego criticar, aunque a menudo critican sin observar, lo que nunca les verás es trabajando, no vaya a ser que alguien les critique. No hay cosa en este mundo que me dé más pereza que ponerme a criticar a alguien, ahora no recuerdo haberlo hecho alguna vez pero estoy seguro que si lo hice debió aburrirme mucho, no creo haber obtenido ningún beneficio de la crítica que no sea el de apartarme de este grupo de la especie humana pero algo que sí me gusta es observar. Me gusta mucho ir a ver monumentos históricos y reflexionar sobre las maravillas que el hombre ha hecho, así he pasado las horas muertas contemplando e imaginando la construcción del Escorial desde mi mirador preferido. También me gusta contemplar las obras de la naturaleza, no me creería a quien le diga que viviendo en Tenerife casi a diario dirigía mi mirada al gran volcán y le dedicaba unas palabras, hasta que el volcán un día se cansó de mí y se quejó a su manera, se tiró un pedo y entendí la indirecta. Los monumentos que más me gusta contemplar son los itinerantes, produce una gran satisfacción contemplar una bella mujer más aún si te responde con un gesto o una mirada de complicidad. Al igual que Roma es la ciudad con más ruinas por metro cuadrado, doy fe que Copenhague es la que más monumentos itinerantes tiene, precisamente los que con dieciséis años más me gustaba contemplar, tres eran los monumentos que me hacían palpitar, por orden de aparición Sonia, Nuria y Esther, cada una tenía algo que las distinguía del resto, Sonia pasión, Nuria gracia y Esther fuego.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori En las convivencias lo pasé en grande, los catequistas pasaron la noche en vela persiguiéndonos, fueron Sonia, Nuria y Esther, las tres juntas, un sueño hecho realidad, un cóctel de sentimientos sobre cada una de ellas se mezclaba en mi cabeza, las quería a las tres a mi manera. El día anterior estuvimos preparando en casa de Michel el pan ácimo para la eucaristía, no sé si fue a Michel, a Javi o a mí, al que se le olvidó el detalle de que no teníamos que echar levadura a la masa, ni recuerdo quién de nosotros confundió la sal por azúcar, el resultado fue un pan riquísimo, parecido al roscón de reyes, no hubiera sido mala idea haberlo rellenado con nata. Todo era dulce en aquellos días, ¿qué podía haber más excitante que correr en pijama por los pasillos junto a Sonia, Nuria o Esther con el temor de ser pillados por los catequistas? No podía haber mejor regalo, tras un día entero de rezos y reflexiones que aunque se supone debían ser espirituales, no iban más allá de, ¡qué rico el culito de Sonia cuando ayer se sentó encima de mí! Tampoco podía olvidar cuando, la noche anterior, nos escondimos Esther y yo de los catequistas, cómo permanecíamos inmóviles tumbados en la terraza de una habitación sin apenas respirar para evitar ser pillados. Pero fue en aquellas convivencias cuando caí rendido por la belleza y la gracia de Nuria, la hermana de mi amigo Javi, el hecho de haberme enamorado de la hermana de mi amigo me incomodaba un poco, me daba la impresión de estar traicionándole. Tal vez por ello oculté mucho tiempo mis sentimientos, tan solo se los confesé a Michel, pero tampoco me ayudó demasiado, porque me confesó que tiempo atrás a él también le gustó Nuria. Nuria era menor que nosotros, tan solo dos años, pero con esa edad, de los catorce años a los dieciséis había un abismo, en un principio la sensación que ella producía en mí era grata, pero con el tiempo, al comprobar que me ponía nervioso y me inquietaba cuando ella estaba cerca, pensé que había que terminar con aquella situación de inmediato. Pero no resultaba tan fácil tomar la iniciativa, aunque día a día trataba de mentalizarme de que ella no sentía nada por mí, de algún rincón de mi mente brotaba un halo de esperanza. De la experiencia se aprende, tras un año entero angustiado por la duda de si yo le podía gustar a Nuria o no, me hice la promesa de jamás volver a demorarme tanto en declarar mis sentimientos a la chica de mis sueños. La respuesta de Nuria fue no, en ese momento sentí como si se desprendiera la flecha que había llevado clavada en mi corazón durante un año, dolió, pero cuando recobré el aliento, sentí un enorme alivio que, día a día, fue tornándose en libertad, me había liberado de repente de una condena de un año y un día, no tardé ni un par de semanas en recuperarme de mis penas.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Una vez aprendida la lección de que no se hace ningún mal a nadie expresando tus sentimientos, sino que el único perjudicado por tu silencio puedes ser tú mismo, continué mis pasos hacia el hombre alegre y feliz que soy hoy. Descubrí que a veces puede ser de ayuda ponerse en el lado de la otra persona, me puse en el caso de que una chica de insti, por la que no sintiera nada, viniera a declararme su amor por mí, tal vez esto me hiciera sentirme algo incómodo pero le aclararía que lamentaba no poder corresponderle y lejos de hacerme ningún daño, ella obtendría el beneficio de quedar libre. Así mis sentimientos quedaron libres, no tardé en poner el ojo en otra chica que siempre había considerado muy buena amiga, creo que alguien me insinuó alguna vez que yo le gustaba pero mis sentimientos miraban al lugar equivocado. Mientras echaba el ojo a Esther y trataba de conquistar su corazón, comencé a hacer nuevas amistades y empecé a ir con ellos, eran los amigos de mi hermano Javi. Tocaba cambiar de aires y mi segunda etapa de trovador estaba a punto de tocar a su fin, si algo me mantenía rasgando mi voz y las cuerdas de mi guitarra, era el intento de que Esther perdonara mi despiste de no haberme fijado en ella tiempo atrás en que yo le gustaba. Mi tono de voz cambiaba por momentos, ya no tenía esa voz de trovador de ciudad que con voz de pito cantaba canciones de Labordeta, ya habían quedado atrás los días en los que podía entornar canciones de Silvio Rodríguez, algo cambiaba en mi interior, me decía a gritos que mi camino debía cambiar. Había llegado a otro cruce de caminos en mi vida, sin saber muy bien por qué, veía otra vez una zapatilla sobrevolando mi cabeza, ahora escribiendo mi biografía he buscado en el baúl de los recuerdos y he hallado una zapatilla que un día colé en el patio de una casa. La zapatilla del tío playeras volvía a volar sobre mí cabeza, aunque en aquel momento no recordaba de dónde provenía esa zapatilla, conocía perfectamente su significado. Nuevos tiempos, cambios de amistades, nuevos aires aunque no sé muy bien por qué razón me resistía a dejar atrás a Esther, tenía algo en su mirada, algo que me indicaba que debía pedirle que saliera conmigo, pero no encontraba el momento adecuado. Pronto supe que lo que me ocurría es que estaba agotado, había pasado demasiadas horas de mi vida pensando en Nuria, tenía muy reciente mi anterior desamor. Decidí hacer lo que nunca antes había hecho, lo contrario de hacer, es decir, no hacer nada, me dejé llevar por la corriente porque era lo que tocaba.

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18. Esther San Pol A punto de cumplir los diecisiete años tiré la toalla por primera vez en mi vida y esperaba que se produjera un milagro, que bajara un ángel del cielo que hiciera el trabajo por mí, pensé muchas veces en Esther, qué hubiera ocurrido de haberle confesado que había estado ciego y que ahora lo veía claro, estaba enamorado de ella. Nada hubiera perdido, imagino que alguien que escala el Everest y a punto de llegar a la cima le traicionan las fuerzas, esperará que llegue un angelito y le levante de las piernas para ayudarle a dar el último paso para llegar a la tan ansiada cima, así podrá contemplar el paisaje que se ve desde la cima del mundo. Tantos podrían haber sido los caminos a tomar a lo largo de mi vida, pero lo cierto es que he seguido un único camino, debo confesar que no me disgusta en absoluto los resultados que he ido obteniendo, que no han sido otros que disfrutar de cada momento, de cada parada, de un buen pan, un buen queso y un buen vino. ¿Cómo no dedicar parte de mí libro a Esther y cómo no desearle que en su camino haya disfrutado tanto como yo lo he hecho?, espero y deseo que compartas tu vida con quien te respete y ame, como yo la comparto con mi mujer y mi familia. Tras años cantando salmos y arrepintiéndome por todos mis pecados aunque no los hubiera cometido, sentí un gran alivio cambiando de aires, ya no me sentía culpable por no ser perfecto. Comenzaba a resurgir del pasado el alegre y divertido Miguel de años atrás. Volví a ser el Miguel que años atrás conoció tímidamente el barrio de San Pol y a sus chicas yendo con Julito y Rebollo, aunque Rebollo fue el que más y mejor intimó, probablemente sea de los tres, el que guarde los mejores y peores recuerdos, lo que estoy seguro es de que no ha vuelto a probar el anís. Los amigos de San Pol que mi hermano Javi me presentó eran Arcadio, Toni Gil y Dani Spencer, Miguel (el hermano de Dani), Pi (de Piraña porque comía mucho), Tanque (por su descomunal fuerza), Arturo y La Gorda (la perrita de Arturo). ¿Quien más?, ¡ah sí!, El Verbenas (cuyo nombre real era José Luis Rodríguez, pero que no tenía nada que ver con El Puma), El Gomas (porque parecía de chicle), La Misteriosa (una chica que venía con nosotros que de cuyo nombre no es que no quiera acordarme, es que no lo sé) y yo. Los vehículos con los que contábamos para los desplazamientos eran el Simca 1200 amarillo de Dani, la vespino de El Verbenas, la vespino de Miguel y el Seat 127 de El Gomas.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Éramos compañeros del insti mi hermano Javi, Arcadio, Miguel (hermano de Dani), Tanque y yo, aunque Miguel comenzó a trabajar y pronto dejó de ir al insti, los siguientes en abandonar el insti fuimos Javi, Arcadio y yo al cambiarnos al Covadonga, próximo a la Plaza de España. Como ha podido observar, poco he hablado de mis días en las aulas a lo largo de mi biografía, más bien de los recreos y de los momentos de ocio, he de confesar que me aburría sobremanera dentro de clase, incluso en la universidad, llegando a interesarme determinadas materias, encontraba las clases tremendamente aburridas. De lo que guardo un grato recuerdo es de un día en el Covadonga, tal vez de los primeros días de clase, cuando esperando la llegada de la profesora de química que nos iba a soltar uno de sus rollos orgánicos, aparecieron los de San Pol encabezados por Tony Gil y Dani Spencer. Eran tantos que según fueron pasando llenaron la clase, rápidamente recogimos mi hermano y yo nuestros bártulos reuniéndonos con ellos, repentinamente nos cruzamos con la profesora de química pero mi hermano y yo nos camuflamos perfectamente entre el follaje (de melenas y abrigos de nuestros colegas) sin ser vistos. Aunque la profesora no conocía a mis amigos, protestó enérgicamente por la estampida masiva de gente a la que estaba siendo testigo, pero enseguida le puso al día nuestro amigo El Gomas diciendo con voz grave: El Gomas:

¡Señora, que nosotros ya no vamos al cole!

Tras la aclaración inmejorable aclaración de El Gomas nos dirigimos camino de la calle, que es el mejor camino, en el Covadonga compartí clases aburridas con un compañero que años más tarde también sería escritor, Daniel Múgica, del que desconozco su obra y poco conozco de su persona, oí hablar de él porque era hijo de un ministro de la época, las vidas de dos futuros escritores se cruzaban en aquel momento, por qué no aprovechar para enviarle un saludo y desearle mucha suerte en su trabajo. Poco puedo decir de las aulas porque no llamaban la atención en absoluto, excepto en su contenido, algunos monumentos naturales hacían más gratificante la estancia en clase, tal vez debido al largo tiempo transcurrido o quizá porque mi asistencia a clase por aquella época era muy puntual y discreta, tan solo recuerdo el nombre de una de ellas, Tomasa. Pero fuera de las aulas se abría todo un mundo de sensaciones, se me podía ver a menudo en la bajada del Templo de Debod hacia el instituto tomando una cerveza para que el bocadillo entrase bien y facilitar su digestión. Aquel lugar era mágico, fui testigo de un hecho de los que suelo englobar dentro de los fenómenos UFO acaecidos en mi vida, cuando disfrutaba tranquilamente de mi merienda, repentinamente apareció subiendo por un barranco inaccesible para cualquier persona normal o cabra venida a menos, lo que menos podría imaginar en ese momento, un hombre de Harrelson.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Para quien no lo sepa, los hombres de Harrelson fue una serie televisiva del año setenta y cinco inspirada en el cuerpo de élite policial S.W.A.T (Special Weapons and Tactics Unit), para entendernos, ¡ojo, ojito a los malos con lo que vayan a hacer!, que estos hacen pupa, es el grupo de la policía encargado de operaciones especiales en cuanto a táctica y armamento. El agente especial nos preguntó a los presentes si habíamos visto a alguien disfrazado por las inmediaciones, pensé precisamente en él pero muy acertadamente me abstuve de manifestar lo que pensaba, tal vez porque la experiencia me había advertido que es mejor ser prudente cuando se está frente a alguien armado. Del mismo modo que apareció desapareció, de modo que no vimos por donde se marchó, como si de un ser de otro planeta se tratara, tampoco dimos demasiada importancia al hecho y seguimos disfrutando del bocata acompañado de una rica cervecita. Justo al terminarme el bocadillo apareció Paul, el perro de Pablo y Sergio, dos hermanos amigos de la urba de la sierra, la historia de Paul aunque escasa bien merece la pena ser contada, pues seguía vivo de milagro.

Era un setter irlandés, como una bolita anaranjada cuando lo trajeron, un cachorro muy pequeño que enseguida se habituó a sus dueños y que admitía como amigos a otros como a mí o a mi hermano Javi. Era un perro de un carácter afable, pero como tarde o temprano todos nos topamos alguna vez en nuestra vida, tenía un enemigo, Pinkie (que significa dedo meñique), ni tan siquiera podemos darlo el calificativo de rata, porque las ratas tienen más pelo, están más gordas, tienen los dientes más grandes y por supuesto, tienen más rabo. De las palabras se puede deducir que no me caía nada bien a mi tampoco Pinkie, no paraba de ladrar, tenía muchos celos de Paul porque era mucho más guapo que él y cuando Paul bajaba la guardia creyendo que el otro estaba jugando, le atizaba un mordisco en el hocico.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Pablo tuvo tarea enseñando a Paul a defenderse de Pinkie, pero lo logró, de hecho tiene una mano increíble educando perros, siempre que este no esté como una cabra, claro está, aunque a veces Paul pecaba demasiado de incauto y no advertía el peligro cuando éste le acechaba. Recuerdo el dramático momento en que un coche a gran velocidad, como todos los que bajaban por la carretera de los Molinos a Guadarrama, le pasó con sus ruedas por encima. Fue duro ver al perro que se había convertido en mi amigo, el perro que nunca tuve, tan alegre como era y ahora muerto de dolor con su pequeño cuerpo desencajado y para colmo tener que oír a un señor mayor gritando: Insensato:

¡Llevadle al veterinario a que lo sacrifiquen!

Llevaron a Paul al leñero del garaje porque no se le podía subir a casa de los dolores que tenía, cuando se le trataba de mover emitía un chillido de dolor que nos partía el alma a todos los que le queríamos. Se fueron Pablo y Sergio a la playa y se llevaron a Paul con ellos, pensé que era mi último adiós a aquel perro tan simpático que había conocido apenas hacía unos meses antes y que tanto quería, era uno más de nosotros. No sé si calificar de milagro, de fenómeno UFO o de que gaitas, al hecho de ver meses más tarde a Paul correteando moviendo el rabo como un loco alrededor de mí, parecía decir, mírame estoy vivo, he salido de esta, las propiedades curativas de la playa de Santa Pola habían salvado a Paul de lo que parecía una muerte segura. Regresando a mis años del Covadonga, tras presenciar al hombre de Harrelson, apareció otro fenómeno, pero este sí identificado, era Paul, iba solo de camino a su casa. El caso de Paul es único, salía a pasear solo, tanto se había esmerado Pablo en educarlo que no era necesario llevarle a pasear para hacer sus necesidades o a ligar, iba solo y así fue como le vi pasar de largo por mi lado. Le llamé como lo había hecho años atrás, pero Paul no me reconocía, ya no tenía la voz de aquel niño que jugaba con él, mi cuerpo había cambiado por completo, ni tan siquiera hizo el ademán de mirarme, simplemente prosiguió su camino como si nada. Todavía conservaba sus andares de cangrejo, desde el atropello que sufrió andaba con las patas delanteras situadas más a la derecha que las traseras, pero no por ello sin soltura, de no conocer su historia, a simple vista nadie hubiera advertido que años atrás sufriera un grave atropello. Aunque en un principio me chocó e incluso me indignó su ࡋ࠿࡜ ࡍࡿ (modo de ignorarme), no tardé en comprender que era lógico que ya no me recordara, a decir verdad, le noté pelo y barba de perro viejo, percibí que los perros al envejecer adquieren el mismo aire de sabio que nuestros mayores.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Otro día más llegaron los de San Pol a rescatarnos de una clase de historia que aunque resultaban entretenidas, cada clase era como un cuento, de hecho pude advertir con el paso de los años que muchos de los detalles que nos contaba aquel profesor habían salido de su propia imaginación, se me puso una sonrisa de oreja a oreja cuando uno de mi amigos me dijo que nos íbamos a las fiestas del Barrio Del Pilar a ver al grupo musical Medina Azahara (ϡΩϱϥΓ ΍ϝίϩέ΍˯). Entre estar en una larga clase de historia que se amenizaba con sus tintes novelescos y ver a uno de mis grupos preferidos, la balanza se inclinaba por la actuación del mítico grupo, más si cabe por sus influencias flamencas, estilo musical al que me aficioné de niño, lo que podía ni imaginar es que unos años más tarde llegaría a profundizar en sus conocimientos. El repertorio que seleccionaron fue muy variado, cantamos temas míticos como Paseando por la Mezquita o El Lago, tuvimos suerte de que tocaran antes de empezar los fuegos artificiales, porque un cohete incendió el escenario y no pudieron tocar otros grupos. Mis agradecimientos a la cadena de radio pirata, La Cadena Del Váter, por sus horas de emisión de buena música y las risas que me pasaba con ese que llamaba casi a diario anunciando que estaba disponible para quedar con alguna chica, haciendo caso omiso a los consejos de los locutores, que le invitaban a que saliera se enrollara una tía como todo hijo de vecino. Un Viernes nos plantamos en clase con las mochilas para irnos al pantano del Burguillo a pasar el fin de semana, con la tranquilidad que caracterizaba a Dani Spencer conduciendo y dado que el coche tampoco daba más de sí, casi empleamos todo el fin de semana en el viaje de ida y vuelta, pero el caso era salir de este Madrid y echarnos unas risas. Fuimos a un pueblo que se llama el Tiemblo, es probable que el pueblo tome su nombre de la carretera que lleva al mismo, en la cual te entra un tembleque, que produje un hormigueo bastante molesto. Eran las fiestas del Tiemblo y las pasamos bailando sevillanas con las lugareñas, trato de recordar qué demonios hacíamos bailando sevillanas en un pueblo de Ávila, imagino que a causa de que en esa época se pusieron de moda los bailes de sevillanas en todo el país. Lo único que he llegado a aprender de este baile popular es que se numera diciendo, vamos a por la primera, a por la segunda, la tercera y así sucesivamente. Esta técnica que puedes extrapolarla al consumo de cerveza, con la correspondiente habilidad que se adquiere a partir de la tercera, puedes incluso llegar a sincronizar el número de cerveza, el número de sevillana y el número de moza del pueblo con la que bailas con tal habilidad que dejaría perplejo al más hábil de los camareros, aunque si te excedes en el número de cervezas, puedes ir perdiendo habilidad gradualmente de manera que podrías acabar la fiesta cayéndote de bruces contra el suelo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Ya que hice mención a la habilidad de los camareros sirviendo copas (exceptuando al camarero de la película El Guateque de Peter Sellers), he recordado un camarero que me dejó perplejo por su habilidad, llegaba a ser hasta insultantemente hábil. Me encontraba recientemente tomando unas cervezas con unos amigos en un bar de copas de Móstoles y pudimos observar in situ la habilidad de un camarero del que especulamos podría haber salido de algún circo, tal vez rumano, debido a su aspecto caucásico, la habilidad que tenía salvando copas era tal que parecía que algunos clientes, ya algo chispados, tiraban las copas adrede para ver si era capaz de salvarlas, su asombrosa maña evitaba que cayera alguna suelo. Tenía vista y agilidad felina, si al otro lado del local veía uno a punto de estrellar la copa, se lanzaba al suelo como el mejor portero de fútbol nacido en nuestro planeta, Casillas, evitando que se rompiera, aunque para lograrlo hubiera roto la crisma a otros tantos clientes. También especulamos que debía cobrar un plus bastante generoso por copas salvadas a lo largo del día. Ya que nombré a Casillas, me gustaría señalar que me topé con él esperando la cola en la puerta de una discoteca de Carabanchel, la sorpresa fue que la chica con la que hablaba mientras esperaba la cola era su prima. Aprovechando este crossroad (cruce de caminos) con Casillas, quiero saludar al campeón en mi libro, aunque no soy acérrimo al fútbol, deporte nacional en mi país, si admiro a la gente que llegando alto, conserva su humildad, mi más sincera enhorabuena Iker. El camarero rumano era muy bueno, pero tampoco era Iker, no contó con que uno de mis amigos ostentaba el título de campeón del mundo estrellando copas cuando lleva encima algunas de más, el camarero lloraba desconsolado por no haber sido capaz de salvar aquella copa. Pero sí recuerdo la reacción llamativa que tuvo, le sirvió otra copa a mi amigo y delante de sus narices la estrelló contra el suelo diciéndole, quería saber si lo que se siente, esto provocó que a todos, incluso el camarero, nos entrara la risa floja. Días más tarde me vi en el pellejo de Paul, iba con Miguel (el hermano de Dani Spencer) montado atrás en su vespino por la zona de Arguelles cuando nos embistió un deportivo descapotable rojo. La moto quedó destrozada, los dos Migueles salimos volando por los aires, yo llegué más lejos porque era más pequeño. Quiero aprovechar para pedir a aquellos que tengan un deportivo que no se salten los semáforos y se den a la fuga en lugar de parar a auxiliar, so pena de quedarnos sin escritores. De la gente de San Pol guardo buenos recuerdos, os dedico mi libro, en especial a ti Dani Spencer, deseo se halle un remedio a la esclerosis múltiple.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Víctor Cuando emprendes el camino de la escritura te salen críticos hasta de las piedras, en la vida siempre que emprendes algo, lo que sea, tendrás al menos una crítica, la del envidioso, la del que no se atreve a hacerlo, hoy puedo afirmar que soy escritor y a mi favor les diré que por nombre llevo Miguel, pero que no me apellido Cervantes. Dicen que ser padre es una experiencia indescriptible, realmente ignoro lo que se siente porque no lo he sido y es muy probable que ya no llegue a serlo, pero he de confesar que no es algo que me quite el sueño. Recientemente estuve en el plató de un programa televisivo al que van personas a contar sus problemas familiares, lo que a diario les atormenta y no se atreven a confesar a su pareja, padre o madre, sin embargo aunque parezca mentira, si se atreven a confesarlo ante millones de espectadores. Una de las invitadas al programa tenía un problema que le impedía quedarse embarazada, temía que su pareja ya no le quisiera por este motivo y le dejase ya que el mayor deseo de su pareja era poder tener hijos. En este mundo irracional el que quiere tener hijos no puede y el que no quiere tener más, le salen niños por las orejas, he percibo recientemente en algunos sectores de nuestra sociedad la irresponsabilidad de tener más hijos de los que se puede mantener. Cuando se tiene hijos por una obsesión o capricho se actúa de modo irresponsable, más si cabe cuando se persiste a sabiendas que se pone en riesgo la vida del bebé o de la madre, esto demuestra inmadurez, falta de amor propio y de amor por la familia. Tal vez esta indiferencia que siento por el hecho de no ser padre tenga relación con que el día cinco de Febrero del mil novecientos ochenta y seis nació mi primer sobrino, Víctor, del que tengo el orgullo de ser su padrino. Lejos de llamarme Vito y apellidarme Corleone, soy el padrino, recuerdo el día en que me convertí en tío como uno de los días más felices de mi vida, feliz por aquel día, por los días, meses y años que le siguieron en los que poco a poco vi crecer a un hombre alegre, inteligente y con don de gentes, mi sobrino Víctor. Hace pocos días me pillé uno de mis peores enfados de mi vida por un hecho que me recuerda que en mi país hay alimañas de muy mala sangre, fue, como no, en recursos humanos de una empresa donde le ofrecen a Víctor su primer empleo, cuando se presenta le dan con la puerta en las narices argumentando que ya ha sido ocupado el puesto. Hay antecedentes en mi familia, ya le ocurrió antes a mi padre, luego a mí, somos una familia que nos buscamos las habichuelas sin otra tarjeta de presentación que nuestro esfuerzo y dedicación, sabemos que hemos de luchar contra el tráfico de influencias pero esto no merma nuestro empeño.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Víctor no se ha amilanado y ha seguido buscando hasta que ha encontrado otro empleo, el mes pasado cobró su primer sueldo, así vemos con orgullo, cómo las generaciones que nos suceden saben hacer frente a la adversidad y siguen luchando como antaño lo hicieron las anteriores generaciones. Al presentar mis credenciales para trabajar como becario tenía bien asumido el no por respuesta pero aun así me presenté, tuve la inmensa suerte de que uno de los recomendados rechazó el trabajo porque le parecía el salario muy bajo, así comencé en mi primer empleo en el cual permanecí ocho años, tras seis meses pasamos a cobrar el doble y renovamos contrato, para entonces el recomendado ya no podía optar al puesto. Éramos un total de seis becarios, cinco enchufados y yo, me enteré de que había ocupado el puesto de un enchufado porque me lo dijo uno de los cinco enchufados, añadiendo que si él no lo hubiera rechazado, yo no hubiera optado al puesto, pensé entonces para mi interior, ¡deberías iros todos en la calle y que vuestros puestos los ocupara gente preparada, sinvergüenzas!, pero opté por la mejor opción, el silencio. Curiosa manera de pensar la de estos enchufados, ¡se atreven a decirte que estas ahí gracias a que otro enchufado se ha rajado!, no te vayas a olvidar que eres de clase social baja y que si has conseguido el puesto ha sido por tus estudios y méritos propios, no se te olvide que tú no posees la insigne recomendación del ministro. Precisamente una insigne recomendación del ministro es la que evitó que mi padre entrara a formar parte del equipo médico del hospital de la Paz, cuando presentó la documentación necesaria fue seleccionado y cuando se presentó a trabajar su primer día, se encontró que su consulta la ocupaba el recomendado del ministro. De este modo, mi padre se presentó a una oposición, fue médico de pueblo en la Alcarria varios años de su vida, des por ello que tres de mis hermanos son alcarreños de nacimiento, precisamente una de ellas Paloma, la madre de Víctor. La experiencia que adquirió siendo el único médico a varios kilómetros a la redonda, no sin sudor y esfuerzo, no la hubiera adquirido jamás en un despacho del hospital de la Paz. ¿Cómo era Víctor sus primeros días, meses y años de vida?, era un bebé muy inteligente y gracioso, es difícil de olvidar los paseos en los que vestía un abrigo de color burdeos, apuntaba con su dedo a cualquier parte para que le informaras del nombre de aquello con lo que se reflejaban sus azules ojos. Paseando con Víctor una mañana me encontré con Michel y Alicia, compañeros del insti, el mismo Michel con el que, junto a Javi, íbamos antaño a pelear hembras. Me sorprendió que Michel y Alicia, con diecisiete años como yo, tuvieran ya un bebé algo mayor que Víctor, pero me sorprendí más cuando Michel me dijo que Javi se había casado con una alemana, tenía una niña y se había ido a vivir con ella a Alemania.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Pensé en mi interior, ¡menos mal que dejé de ir con ellos a tiempo!, los embarazos son contagiosos, no busquen un fundamento científico que lo abale, pero se lo digo yo, lo son, cuando en un grupo de amigos o en un trabajo se queda una mujer embarazada, tras ella, viene una guardería. El hijo de Michel actualmente rondará los veinticinco años, hace poco traté de contactar por correo electrónico con Alfonso (hermano de Javi) que se casó con Teresa, también compañera de clase, recibí respuesta, pero no de Alfonso, sino del hijo de ambos que se llama como su padre, le pedí disculpas por la equivocación y de paso que saludase a sus padres de mi parte. En mi posterior etapa universitaria me encontré con Alfonso ya que también estudió informática, es una familia de la que tengo buenos recuerdos, también familia numerosa como la mía, de la hermana mayor, Sonia, recuerdo lo bien que interpretaba “Alfonsina y el Mar”, de Alfonso que era su amabilidad y bondad, de Javi su facilidad de palabra, de Oscar su sensibilidad, de Nuria su sencillez y del benjamín César su pasión por la música, afición que compartía conmigo. Una de las ventajas de ser bebé es que no se paga el autobús, así se podía llevar a Víctor de paseo o irle a buscar a la guardería sin que ello conllevara ningún gasto, una de las pasiones de Víctor ha sido la de los coches, aún conservo alguno de sus prototipos en papel, recuerdo una conversación de coches que tuvo Víctor conmigo y con su tío Javi de regreso de la guardería: Bebé Víctor:

¿Ete?

Tío Miguel:

No, este no

Bebé Víctor:

(Caminamos unos metros más) ¿Ete?

Tío Javi: Bebé Víctor:

No, Víctor, el nuestro es más grande. (Caminamos unos metros más) ¿Ete?

Tío Miguel:

Mira Víctor, ¡ese es el nuestro!, ¿ves que grande?

Víctor señalaba cada coche que veía preguntando ¿Ete?, no concebía que sus tíos no tuvieran coche para irle a buscar, cuando por fin vino el autobús y le dijimos, este es, se ponía tan contento de que sus tíos le llevaran en el más grande de todos. Víctor fue a la guardería “Los Chavalitos”, por aquella época estuvo mi mujer trabajando de educadora infantil en la misma guardería aunque aún no nos conocíamos, hubiera sido maravilloso haberla conocido entonces. Víctor ha sido un niño fuerte y sano, aunque siempre llevaba una buena colección de chichones en su frente, pero pronto se convirtieron en una magnífica almohadilla para amortiguar golpes, con los años se convirtió en un chaval muy guapo y simpático, el terror de las nenas de su clase.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Tuvo la gran suerte que no hemos tenido ninguno de sus tíos, la de ser alumno de mi madre desde la temprana edad de tres años, en un principio se creó cierta confusión entre el resto de alumnos de la clase porque todos empezaron a llamar a la señorita abuela. Enseguida se atajó el problema que quedó en anecdótico, Víctor aprendió enseguida que era conveniente llamar a la abuela señorita mientras estuviera en clase, de este modo, el resto de niños volvió a llamar señorita a la abuela de Víctor, a partir de entonces, era frecuente escuchar a Víctor llamar a su abuela señorita incluso en casa, pero esto no acarreaba problema alguno. Víctor es como el quinto Beatle de mi familia, aunque es hijo de mi hermana Paloma, es como si hubiera sido mi hermano pequeño, ese hermano pequeño que quería tener cuando era niño y que nunca vino, un regalo del cielo. No creo que seamos una familia perfecta ni quiero que se le de ese nombre, lo que puedo asegurar es que si algo nos caracteriza es la unidad entre sus miembros, cuando uno tiene un problema, salen los demás para echar una mano, un valor que hemos heredado de mis padres y que deseo se propague de padres a hijos en las generaciones venideras. Este año ha sido especialmente duro para la familia por la pérdida de una de nuestras referencias, el padre, que siempre nos daba la opinión más acertada, que mantenía la serenidad y transmitía calma a nuestro temperamento inquieto por naturaleza, también por fuerza, ha tenido que ser el año para la madurez. Ahora nos enfrentamos con la realidad tal y como es, a veces cruda, a veces más grata, es nuestro criterio el que impera, nos queda la referencia del valor y del ímpetu, el de nuestra madre, pero nos falta el de la clama y la serenidad del padre, ahora debemos hallarla en nuestra propia conciencia Como no recordar con añoranza y agrado las palabras premonitorias que nos lanzaba mi padre estos últimos años: Papá: ¿Pero es que os habéis creído que voy a estar aquí siempre? Efectivamente, no podíamos imaginar que llegaría el día que nos faltases, pero es ley de vida, algo que nos dijiste muchas veces, polvo eres y en polvo te convertirás, algo que debe hacernos valorar cada día que vivimos. ¿Qué mejor homenaje puedo hacer?, dedicar cada día de mi esfuerzo y dedicación, cada madrugón en que cuesta despegar la cara de la almohada, cada minuto de sudor y entrega diaria, todo ello dedicado a quien tanto hemos querido, qué mejor que poder decirte, tú me enseñaste bien maestro. Víctor, una de las últimas conversaciones que recuerdo haber tenido con el abuelo fue sobre cómo afrontar la pérdida de un ser querido y de cómo el tiempo torna este inmenso dolor y vacío que nos deja su ausencia en un tesoro, sus momentos, su sabiduría y su peculiar sentido del humor.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Ballet Holandés De todos mis amigos de San Pol solo estaban trabajando tres de ellos, Miguel, Pi y El Verbenas, pero cuando salía alguna chapuza para poder sacar algún dinerillo el resto nos apuntábamos, así el hermano de El Gomas nos ofreció la posibilidad de trabajar un par de días para un ballet holandés que actuaba en el Teatro Monumental de Madrid. Nuestro trabajo consistía en descargar del camión el material del ballet el día antes del debut y volverlo a cargar la semana siguiente, el día que el ballet daba su última función. Aunque estaba en plena juventud, me di cuenta que mi cuerpo no estaba hecho para este tipo de trabajos, no era capaz de soportar las tareas de carga y descarga, de haber participado en dos o tres trabajillos más de este tipo no me cabe la menor duda que me hubiera lesionado la espalda. Desde entonces comencé a tomarme más en serio los estudios, no cabe duda que probar el trabajo duro es el mejor incentivo para ir pensando en otro modo de ganarse la vida que requiera un esfuerzo físico menor, como por ejemplo, programar aplicaciones informáticas. En ocasiones se suele desmerecer los oficios más duros porque no requieren estudios previos, es una gran equivocación, hay que dar el mérito que se merece al que se levanta a diario a las cuatro de la madrugada para ir a Mercamadrid a descargar camiones, sin desmerecer por ello otros oficios. En aquel momento aún no tenía muy claro la profesión que escoger, por empatía y viendo lo que disfrutaba mi padre ejerciendo la medicina, era una de mis profesiones a tener en cuenta, pero era precisamente mi padre el primero que me lo desaconsejaba teniendo en cuenta que era una de las profesiones con mayor número de desempleados en mi país. Puedo asegurar sin temor a equivocarme que mi padre fue médico por vocación, sin embargo he podido constatar que muchos médicos lo son por el simple hecho de que se considera una profesión de élite, a estos es a los que yo denomino, médicos de pacotilla. Qué grado de infelicidad debe causar ejercer la medicina por el mero hecho de que algunos sectores de la sociedad les da mayor importancia que a otras profesiones, médicos que buscan el aplauso y la admiración sin importarles demasiado el resultado de su trabajo, solo les importan las apariencias. Cualquier profesión que se realice sin vocación debe ser un tormento, durante toda mi vida el estudio había sido sinónimo de aburrimiento, pero algo estaba comenzando a cambiar en mi punto de vista al respecto, tal vez la obligación me hacía ver el estudio como algo aburrido. Los profesores del Covadonga me ayudaron a encontrar en el estudio algo interesante, iba apartando la idea de que estudiar era algo horriblemente aburrido, una actividad reservada solo para los más empollones de la clase.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Estando años atrás en mi anterior instituto, el Ortega y Gasset, la profesora de literatura nos obligó a comprar una serie de libros y obligaba a su lectura en clase, prácticamente ningún alumno prestamos atención a su contenido, nos parecía una actividad tremendamente aburrida. Hace pocos días, con motivo de que han transcurrido de quinientos años desde que se escribió el Quijote, alguien ha considerado oportuno realizar una práctica similar, se han leído fragmentos de la obra y se podía percibir en las caras de los lectores la misma expresión que tenían nuestras caras cuando leíamos en clase de literatura, de aburrimiento. Yo rogaría a los profesores de los institutos, que si han tenido la feliz idea de obligar a sus alumnos a leer mi novela, los libere de inmediato de dicha obligación, por favor, señores profesores, no sean ustedes crueles, ¡hombre! Al salir de clase en el Covadonga me acordé de unos libros y al llegar a casa los hallé sobre mi mesa de mi escritorio, estaban llenos de polvo, el polvo había impedido que se deteriorasen, estaban nuevos, impecables, como el día que los compré, los tomé entre mis manos y comencé a leerlos. Había una diferencia sustancial al leer de nuevo aquellos libros, al despojarlos de la obligación de tener que leerlos, absorbía el contenido y poco a poco iba metiéndome en la historia que contaban, se trataba de Sidharta y El misterio de la cripta embrujada. De este modo se inició mi afición por la lectura, llegué incluso a empezar diez libros, con alguno de ellos no llegaba ni a la tercera hoja, si no me interesaba, ipso facto abandonaba su lectura y me olvidaba de su existencia. Creo que obligar a leer en tan absurdo como lo sería obligar a ver una película, la obligación, al menos en mi caso, me lleva a la rebeldía y a que aborrezca el hecho de tener que tragarme algo que no quiero ni probar. Confieso ser uno de los rebeldes que no se ha leído la obra más famosa de nuestra literatura, no creo que sea por rebeldía, simplemente aún no me ha llamado la atención, tal vez su universalidad la convierta en poco interesante para mí, como imaginarán les estoy hablando de la obra que encumbró a mi colega y tocayo Don Miguel de Cervantes, Don Quijote De La Mancha. Escuché hace unos días un eslogan publicitario para incentivar a la lectura, decía algo así como, dime lo que lees y te diré quién eres. No pueden los lectores ni llegar a imaginarse lo que aborrezco esa frase. Si coartamos la libertad del lector de elegir la lectura que prefiera con eslóganes de este tipo, incitándole a leer determinadas obras para que algún ilustre inepto venga a juzgarte y decirte quien eres por lo que lees, si realmente queremos que el nivel de lectores crezca, tal vez debiéramos comenzar por olvidarnos de estos eslóganes y dar libertad de elección. El otro día una señorita muy llamativa me hizo una encuesta en el metro de Madrid, aunque yo iba con prisa, sentí curiosidad y accedí a su propuesta.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Encuestadora:

¿Lee algo usted? (pedazo de burro)

Después de juzgarme con sus pensamientos llamándome burro con la mirada, decidí jugar al juego que tan sutilmente me estaba invitado y simulé haber picado el anzuelo. Miguel: No mucho la verdad (a ti te lo voy a decir). Encuestadora: Si me da un minuto le asesoro (vaya paleto este). No debería confesarlo, pero me divertía la situación, la vendedora sin escrúpulos utilizaba todas las armas a su alcance, trataba de hacerme sentir culpable por mi desinterés por la lectura y una vez caído en sus garras, me ofrecería toda la artillería de productos que compraría sin pestañear. Encuestadora:

¿Tiene hijos? (menudo paquete calza el paleto).

Miguel: Ocho mellizos (me he pasado, se va a notar que miento). Encuestadora: ¿Ah, sí? (a este le endiño cuatro enciclopedias). Me contó todo lo que adoraba a los niños, que desearía tener tantos o más que yo, su sueño era llegar a tener al menos catorce niños, un buen marido cuya descripción era exacta a la mía, verlos crecer y convertirse en ingenieros, médicos o en su defecto, notarios. Encuestadora: Miguel:

Si no es indiscreción, ¿tiene usted amante?

No se preocupe, no es indiscreción, no, no tengo.

Me embriagó de halagos por mi atractivo intelectual, me dijo que en mi juventud, aunque ahora estaba de muy buen ver, debí ser un gran conquistador y ya de paso, me recomendaba la adquisición de las obras inmortales de nuestra novela rosa. Encuestadora: Es usted tan guapo, ¿a qué se dedica? Miguel: Soy banquero (aquí sí que me he pasado, esto no cuela). Encuestadora: ¿Ah, sí? (adiós, trabajo de vendedora). Después de venderme ocho enciclopedias, las obras inmortales de novela rosa en cinco idiomas, el manual del buen seductor, doscientas cajas de preservativos de sabores y olores exóticos reforzados con doble capa de titanio y dos meses pagados en la suite principal del picadero más lujoso del centro de Madrid, sacó su tarjeta de crédito y me lo pagó todo. La verdad que no hice uso de nada lo que me regaló, por un momento dudé si desvelar que todo lo que le había dicho no era más que una broma, pero con el entusiasmo que tenía y el pastón que se dejó previo uso de su tarjeta de crédito, creí más conveniente llevarme conmigo el secreto. Agradecí su atención, me dio dos cálidos besos, no sé si de fiebre o de excitación, le di las gracias, le metí mi tarjeta “club ahorro Día” en el bolsillo de su ajustada faldita y días más tarde recibí el pedido completo en mi casa.

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19. Disco El Humorista El doce de Febrero de mil novecientos ochenta y siete por fin cumplí los tan esperados dieciocho años, mi primera noche de mayoría de edad la pasé en la otra dimensión, en un sueño casi tan real como la vida misma. Me despierto dentro de un taxi, a mi lado va un señor muy obeso con un bigote a lo Salvador Dalí, me pregunta si he dormido bien y si estoy preparado para la función, le pregunto que quién es y a dónde nos dirigimos, me informa que él es mi representante artístico y yo un humorista famoso, vamos camino de un plató de televisión para dar una función, añade que cada día estoy más loco y que le alarmarían mis lagunas mentales de no conocerme y saber que le estoy tomando el pelo, un poco aturdido pregunto: Miguel:

Perdone, ¿cómo dice?

Mi representante sigue lo que cree ser una de mis bromas y me pone al corriente sobre mi procedencia, mi familia y en definitiva todo lo que debiera saber en el caso hipotético de haber sido abducido por un extraterrestre. No soy extraterrestre ni he abducido a nadie, el destino ha tenido el capricho de colocarme en el lugar de un humorista justo antes de salir a escena, ¡con lo malo que soy contando chistes!, improviso mi intervención televisiva en una época en la que solo existen dos cadenas de televisión en mi país, la 1 y la 2, para colmo, actúo en la que tiene mayor audiencia, la 1. Llegamos al plató de televisión, nunca había visto uno antes, me calmo al comprobar sus reducidas dimensiones y que el público asistente no suma más de cincuenta personas, domino mi miedo escénico. Todo transcurre con rapidez, me acompaña una señorita muy guapa hacia mi camerino, bebo agua, aclaro la voz y salgo a escena, mi mente se queda completamente en blanco, prácticamente he olvidado por completo la vida del humorista que acaba de relatarme el representante, opto por lo único que se me ocurre en ese momento, contar toda la verdad. ”No fue más que un sueño” Buenas noches señoras y señores, me ha ocurrido algo insólito mientras venía hacia aquí, tan extraño es el caso, que voy a recurrir a un ejemplo para tratar de explicarlo y que así ustedes puedan entenderme mejor. Dependiendo del contexto, si hemos de seleccionar de entre un montón de manzanas, a veces seleccionaremos las más maduras y otras las más frescas, supongamos que estamos en “La Gran Fruta”, la frutería autoservicio de mi pueblo, que unos dicen que se puso el nombre en homenaje a los grandes melones que llevan por cabeza mis paisanos, aunque el hijo secreto del pregonero, dice: “És por él tamáño de lós orejónes de nuéstras mózas”.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Lo cierto es que en “La Gran Fruta” lo primero que nos llama la atención son las peras, las de comicios, las de conferencia, las de agua, las de la frutera, no lo puedo evitar y me lanzo hacia las que más cerca me pillan y me meto una en la boca. Aparece el marido de la frutera de vaya usted a saber donde gritando en una lengua extranjera, no me entero de nada pero por sus gestos deduzco que no le ha gustado verme con la pera en la boca, la suelto y le digo, ¡anda, hombre, haber empezado por ahí! ¡Cómo cambian los tiempos!, cuando era niño la frutera me daba a probar la pieza de fruta que yo quisiera sin tener que pedírsela, ahora por poco te meten en la cárcel por comerte una perita de nada, veo que una mujer del público ríe tanto que, por temor a que se muera de la risa, bajo en su auxilio: Miguel:

Tranquila, dígame, ¿por qué se ríe tanto?

Mujer:

Ay, por la pera, ¿se comió la de la frutera?

Miguel:

Sí, claro, hasta que llegó su marido.

Dejé por imposible la misión, en vista de que lejos de calmar su risa, sin saber por qué, la mujer cada vez se reía más, regresé a mi puesto en el escenario y proseguí, ¿se han parado ustedes a pensar por qué gritan tanto los extranjeros? Me he hecho esta pregunta infinidad de veces, sin embargo, cuando vas en el metro y tratas de seguir una conversación de unos paisanos, cuando viene lo más interesante, empiezan a hablar más bajito para que no te enteres. A los extranjeros se les oye perfectamente porque hablan a voces aunque nadie pueda comprender lo que dicen, ¡a ver si nos ponemos de acuerdo y los españoles gritamos un poco más y los extranjeros un poco menos!, ya por pedir, que sustituyan los gritos por gestos, lengua universal, así nos enteramos todos de lo dicen, ¡un aplauso para el marido de la frutera! ¿Qué hacemos ahora en el metro, no estábamos en una frutería?, Miguel céntrate, tras aclarar el asunto con el marido de la frutera aparece mi vecina del noveno b (que no se vayan a creer, ve perfectamente), señala hacia mis manos y me muestra las suyas embutidas en unos plásticos, esta vez me niego en rotundo a interpretar el lenguaje de gestos y le pregunto, ¿cómo dice?, me responde con tono cantarín, ¡los guantes, hay que ponérselos! Ya decía yo que había notado a mis paisanos con andares sospechosos, para pedirte paso te daban un culazo con una posturilla un tanto insinuante en lugar de darte una colleja, el saludo más habitual en mi pueblo. Me afano en mi nueva tarea de buscar unos guantes de plástico, opto por ir a la entrada en busca de un paisano sin guantes, no tardo en encontrar uno y le sigo con disimulo, me mira algo mosqueado, se vuelve y se mira el culo, instintivamente sin querer se lo miro yo también, me pilla mirándole el culo y me pone cara de asco, está claro, se ha creído que me gusta su culo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Ya decía yo que notaba algo raro en mi paisano, al abrir la boca descubro que lejos de serlo es del mismo pueblo que la frutera y su marido, esta vez prefiero no descubrir lo que está diciendo y retiro la mirada justo cuando comienza a gesticular, entonces mis ojos se topan con los malditos guantes. Me los pongo y me lio a culazos, patadas y puntapiés con todos los paisanos que me encuentro mientras trato de localizar las peras, me encuentro con mi vecina y me enseña una bolsita de plástico sonriéndome, no comprendo, ¿querrá algo conmigo?, me dice cantando, ¡tienes que coger una bolsita, para guardar la fruta!, vaya hombre, que bajón me ha dado. Voy en busca de la bolsita que intuyo deben estar cerca de los guantes, pues no, al llegar a donde están los guantes, el marido de la frutera me señala a la otra punta de la tienda en dirección a la calle. Interpreto que me está echando de la tienda, pongo cara de besugo y me dirijo hacia la calle, pero justo en la salida me doy de bruces con las bolsitas, al mirar al frutero, éste me sonríe, prefiero pensar que lo hace por mi éxito al hallar las dichosas bolsitas, aunque no puedo evitar ponerme nervioso. De camino hacia las peras de nuevo, veo unas manzanas y me quedo pensando, doy media vuelta y me percato que son precisamente las manzanas las más indicadas para explicarles a ustedes mi insólito caso, de hecho, si mal no recuerdo entré en la frutería precisamente para ello. Pónganse en mi situación, se hallan en una frutería de un autoservicio cogiendo las manzanas para llevar a casa, lo más lógico es que seleccionen cuidadosamente las más frescas. Pasados unos días, estamos en nuestra casa y nos disponemos a hacer una macedonia de frutas, sacamos las manzanas y al contrario de lo que hicimos en la frutería, ahora seleccionamos las manzanas más maduras. El otro día me fui a ligar, cuando comenzó la noche me puse a hablar con las más fresquitas, no ligaba y me puse a hablar con las más maduritas, como tampoco ligaba me emborraché y abrazado a mi amigo me fui cantando: “Pobre de mí, pobre de mí, que ya no quedan más mujeres por aquí” Una vez aclarado que dependiendo del contexto en el que estemos, seleccionaremos la fruta fresca o la madura según nos interese, ahora voy a tratar de explicarles a ustedes qué demonios hago aquí cuando en realidad pertenezco al futuro y debería estar durmiendo. Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando, ambos igual de válidos, lo mismo ocurre en mi caso, a pesar de mi aspecto de hombre maduro, mi mente es la de un joven que acaba de cumplir dieciocho años. Les habla un joven con aspecto de hombre maduro, ¿cómo es posible?, el muchacho joven dormía y despertó en el cuerpo de un humorista y me pregunto, ¿dónde estará ahora mismo el humorista?

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Parece lógico pensar que el humorista haya despertado en mi cama hecho un chaval de dieciocho años, pensarán ustedes que feliz y contento por su recién estrenada mayoría de edad. Debo confesar que la realidad es muy diferente, ayer celebré mi cumpleaños con los amigos de cañas y me bebí el Ebro, por lo que el humorista con cuerpo de joven tiene ahora mismo una resaca del trece, pues que no se queje, que hoy no trabaja y le están haciendo su trabajo gratis. Bueno, dejemos al humorista que disfrute de su juventud, ahora que nos hemos sincerado, que nos hemos quitado las caretas, es cuando realmente empiezo a sentirme mejor, más cómodo, parece que incluso respiro mejor, no tengo resaca y lo que pienso lo digo, hablemos sin tapujos. Voy a hablarles un poco de mí, me han contado algo de este humorista, pero ahora que nos hemos sincerado no encuentro interés alguno en repetir lo que probablemente ya conozcan ustedes, mejor hablemos de mí. Si les digo la verdad apenas recuerdo nada de lo que me ha contado el representante, si regreso a casa preguntaré a mi familia por un tal Miguel que es humorista y sale por televisión, seguramente ellos sí que le conozcan. ¿Qué cómo soy?, de buen comer, no quiero decir con ello que sea un tragón, sino que me gusta probar de todo en su justa medida, algún antepasado mío dijo que era saludable dejar de comer justo antes de saciar el hambre, la verdad es que no sigo su consejo y me va muy bien. Me gusta la playa, caminar por la arena y bucear, en ocasiones me he visto sorprendido por alguna morena de las que muerden, por tiburoncillos sonrientes o incluso por algún que otro cangrejo de pelo rubio. Las morenas, aparte de las de Copacabana, son unos bichos marinos muy feos que ponen muy mala cara cuando te aproximas a su territorio, para los que ignoramos la manera que tienen de marcar su territorio y osamos cruzarlo, hay un remedio infalible, nadar hacia el primer cangrejo de pelo rubio que te encuentres, ya que son unos de sus manjares preferidos. El cangrejo de pelo rubio puede provenir de diversos lugares, si es inglés, según nadas hacia él perseguido por la rabiosa morena, oyes el agua evaporándose al contactar con su piel mientras grita: ¡Oh my God! Cuando te has acercado lo suficiente al cangrejo de pelo rubio, la morena no se puede resistir, debe ser porque prefieren la carne bien hecha, el caso es que así te libras de sus temidas fauces, al picar el anzuelo, los gritos del cangrejo de pelo rubio se tornan en aterradores aullidos. Cuando buceas cerca de un grupo de tiburoncillos sonrientes no hay problema, como de vista andan fatal, les sonríes y creen que eres primo suyo, no se crean que la vida bajo el agua es tan excitante, hay tiempo para recordar y soñar, voy a contar una anécdota que se transformó en sueño mientras buceaba bajo las cálidas aguas mediterráneas en la playa de Jávea.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Aquella noche dos chicas nos asaltaron a mi hermano y a mí, entre que yo un soy un poco distraído y que mi hermano no se entera, permanecimos ajenos al mundo bailando con la charanga de las fiestas del pueblo, al parecer dos jóvenes habían agotado todas sus armas de seducción con nosotros sin éxito, optaron finalmente por un método infalible, nos dieron un beso en los morros y así nos dimos cuenta de sus intenciones, mientras, habían logrado atraer a un grupo de moros que sí se habían fijado en ellas. Mientras saboreaba la dulzura de la boca de mi chica, oí como uno de los moros protestaban, me dijeron que ya podíamos haber avisado antes de que ellas eran nuestras novias, pero estaba tan extasiado pegado al morro de mi chica que hice caso omiso y los moros se esfumaron tan pronto como habían llegado sin darme tiempo a explicarles que no conocía a mi chica de nada. Fuimos paseando acompañando a nuestras chicas la mayoría del tiempo con los morros pegados, despegándolos tan solo para cruzar alguna calle y una brizna de aire, me confesó mi chica que le estaba saliendo un musculito de subir a diario la cuesta hacia su casa, no quise imaginar dónde. Nos despedimos de ellas en su portal y quedamos para ir al día siguiente a un programa de radio al que las habían invitado pero no las volvimos a ver, mientras buceaba por las cálidas aguas de Jávea, transformé aquella anécdota en un sueño de Broadway. Vi a mi chica en mi sueño, convertida en sirena pegaba sus dulces morros en los míos y me llevaba en sus brazos mar adentro, me enseñó todos los secretos del océano, me presentó a su familia y cuando notaba que mi cara comenzaba a ponerse morada por la ausencia de aire, pegaba sus dulces morros en mi boca llenando mis pulmones de aire. Mi falta de autonomía dentro de este medio hostil, nos trajo algún que otro disgusto llegando incluso a poner en riesgo mi vida, mi sirena era tan distraída como bella y en numerosas ocasiones se olvidaba de que yo no tenía branquias como ella y no era capaz de respirar bajo el agua. Eran cada vez más frecuentes las veces en que mi cara se quedaba del mismo color que la de los pulpos debido a sus distracciones, entonces descubrí que los pulpos hacen honor a su nombre pues aprovechan cualquier despiste para meter mano, o en su ausencia, tentáculo. Mi amada por equivocación podía llegar a besar en los morros a cuatro pulpos hasta dar conmigo y estos aprovechaban para practicar todo tipo de tocamientos y abusos en mis propias narices, aunque en realidad no era esto lo que más llegaba a irritarme, sino la falta de oxígeno. Para evitar males mayores, mi chica creyó conveniente pedir mi mano, pues en el preciso instante en que nos casáramos, el cangrejo ermitaño que oficia la ceremonia, me daría a beber del vino que transforma el cuerpo proporcionándole las aletas y las branquias que tantas veces eché en falta, accedí de buena gana a su proposición de matrimonio y de este modo al fin pude comenzar a respirar tranquilo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Nos fuimos de luna de miel al Caribe, donde las aguas son más cálidas posiblemente debido a lo ardientes que son sus habitantes, ¿o tal vez sea que sus habitantes sean ardientes a causa de las altas temperaturas de sus aguas?, no sé, el caso es que nuestra luna de miel fue de lo más excitante. Cuando no estábamos desatando nuestra pasión de gavilanes, escuchábamos la música autóctona y nadábamos ritmos lugareños, recuerdo que cuando era un ser humano bailaba francamente mal, sin embargo, ahora bajos las aguas, podía hacer auténticas virguerías, no nos perdíamos por el canal internacional un solo día del programa “Mira Quien Nada”. Cuando amerizó la ballena de regreso al mar mediterráneo, nos instalamos definitivamente en las aguas de Jávea donde nos habíamos conocido y pedimos al cangrejo ermitaño que nos diera de beber el vino que transforma en humanos y así poder presentarle mi familia a mi chica. Mi chica estaba en estado de buena esperanza y preferimos que diera a luz en tierra ya que las prestaciones que ofrece la seguridad social son inmejorables si las comparamos con la que ofrecen los besugos de los fondos marinos. Nació una preciosa niña que en recuerdo a aquella luna de miel tan fogosa en tierras caribeñas quisimos llamar Bachata, tuvimos que corregir su manera de menear el culo cuando comenzó a caminar porque los demás bebés de la guardería babeaban tanto que el suelo resbalaba convirtiéndose en una pista improvisada de patinaje artístico. Le siguió el segundo Merengue, cuando comenzó a andar iba demasiado rápido, un, dos, un, dos, si no le hubiéramos corregido sus andares a tiempo este iba camino de alistársenos a la legión. El tercero es Tumbao, este como ya habrán podido imaginarse, es bastante perezoso, pero lo hemos conseguido y al fin le hemos enderezado, no es que sea menos vago pero al menos camina, que no es poco. La cuarta es nuestra pequeña Salsa, esta no la hemos tenido que corregir, aprendió a andar muy bien, pero como nadie es perfecto tiene un vicio, siempre que nos ve dice un, dos, tres, ¿y? y otra vez, un, dos, tres, ¿y?, ay que ver esta chica, siempre pidiendo, pero como bien saben ustedes, contra el vicio de pedir, la virtud de no dar. De no ser por la velocidad de vértigo de mi mente, tras esta anécdota transformada en sueño bajo las aguas cálidas de Jávea, es probable que me hubiera ahogado, no debí tardar más de quince segundos en soñar uno de los sueños más bonitos que jamás haya tenido. No sé si ustedes, querido amigos, se han dado cuenta de que les estoy describiendo un sueño dentro de otro sueño, el sueño de mi amada sirena dentro del sueño del joven que el caprichoso destino transforma en humorista, pues estimado público, que no les quepa la menor duda de que ustedes son parte de mi imaginación y de que esto no es más que un sueño.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Yo Quiero Bailar Uno de los mayores deseos de alguien que acaba de cumplir dieciocho años es poder entrar libremente a la discoteca, ya tenía mayoría de edad y por consiguiente permiso para hacerlo, confieso que ya había entrado infinidad de veces pero el hecho de tener permiso me hacía ilusión. Tal vez dicho deseo tan solo era motivado por haberlo tenido prohibido durante dieciocho largos años de mi vida, ahora podía pasar por la puerta sin que la edad fuera impedimento, eso sí, sin calcetines blancos. Siempre que cruzaba la puerta de una discoteca antes de tener dieciocho años, me quedaba un sentimiento de culpa, ahora sin embargo podía pasar por la puerta con la cabeza bien alta, tenía derecho de hacerlo. Otra barrera con la que puedes encontrarte, es el derecho de admisión, un derecho que según tengo entendido no es legal, es una patraña de los hosteleros para echar o no dejar pasar a quien les venga en gana, conmigo nunca tuvieron problema, si no me dejaban pasar no insistía, buscaba otra discoteca en la que me admitieran, a mí y a mis zapatillas. Tal vez necesitaría un libro entero para contar cada una de las aventuras que he vivido en las discotecas a lo largo de mi vida, han sido muchas, unas muy divertidas, otras muy placenteras y como no, también alguna que otra desagradable, pero he seleccionado entre todas, una anécdota que combina un poco de todo. Era un día de verano en el que quedé con mis amigos para comer en mi casa, mis padres pasaban en verano en la sierra y disponíamos de la casa con total libertad sin molestar a nadie, después de comer guitarra en mano tocamos un repertorio de viejas canciones. Pronto se hizo de noche, uno de mis amigos había quedado con su novia y su hermana, salimos por Huertas, primero cenamos algo, luego fuimos al karaoke en el cantamos hasta hartarnos porque éramos los únicos clientes. En este karaoke he pasado muchos fines de semana, la verdad es que lo pasaba francamente bien en aquella etapa de mi vida, son muchas las buenas experiencias, mucha la gente que conocí en aquel karaoke que se convirtió en uno de mis lugares preferidos durante algunos años. Si una de las cosas que más me gustaba hacer con mis amigos era cantar, la otra era salir a bailar, llegaba el momento de menear el esqueleto y tras haber cantado al menos diez canciones, alrededor de las cinco de la mañana nos metíamos a la discoteca. Dentro de la discoteca me di cuenta, por primera vez en toda la noche, que la hermana de la novia de mi amigo no que quitaba ojo, claro está que si me di cuenta es porque yo tampoco le quitaba ojo, era una chica muy atractiva, estuvimos bailando cada vez más juntitos, cerré los ojos y cuando los abrí nuestras bocas se fundían en un beso, nos dejamos llevar por la pasión.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Al ser la hermana pequeña de la novia de mi amigo, se dio cuenta que su hermana estaba cerca y le dio vergüenza que nos pudiera descubrir, por ello, fingiendo que íbamos a pedir otra copa, nos fuimos a otra punta de la discoteca, lejos del campo visual de su hermana. Encontramos un lugar de esos que solo aparecen en las películas o en ocasiones especiales, como lo era esta, había un banco de piedra adornado de estilo andaluz, muy parecidos a los bancos de la Plaza de España de la capital hispalense, el lugar perfecto para dos enamorados que se acaban de conocer. Parecía que aquel banco estaba ahí puesto para la ocasión, lo extraño es que estuviera libre en una discoteca abarrotada de gente, justo para que llegar y sentarnos, pasamos bastante rato sentados en nuestro banco dejando volar nuestra pasión, besándonos, sintiéndonos y hablando más bien poco, diciéndonos todo con la mirada. Se llamaba Sonia y me habló de un tema que yo conocía bien, que había tenido siempre muy presente a lo largo de mi vida, algo en lo que coincidíamos los dos, la dualidad, el yin y el yang, aunque ella tal vez le daba un sentido más taoísta, del bien frente al mal, lo flexible frente a lo rígido, la vida frente a la muerte. Sin embargo yo siempre he entendido la naturaleza de la dualidad de un modo más amplio, si bien Robert Louis Stevenson en su novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde trata el tema desde el mismo punto de vista taoísta, la parte buena y mala del ser humano naturalizada en Jekyll y la parte mala en Hyde. No es que no vea la dualidad en la mente de las personas, pero mis pensamientos también extienden la dualidad al resto de seres vivos, no ha de estar relacionada necesariamente una de las partes con el bien y la otra con el mal, únicamente son diferentes. No considero al mundo real bueno y al mundo de los sueños malo, o viceversa, ¿hasta qué punto no es real el mundo de los sueños si es parte de nuestra vida?, nuestra mente frecuentemente percibe lo que nosotros llamamos realidad pero a veces viaja por el mundo de los sueños, la percepción de realidad que se tiene cuando estamos soñando es patente. Lejos de expresar mis pensamientos a Sonia me limité a escuchar y a disfrutar de su compañía, me gustó escuchar su punto de vista sobre la dualidad, tal vez sacó el tema para advertirme que se estaba dejando llevar por los sentimientos y gozando del momento conmigo, se estaba enamorando del yin (yo), pero también había un yang (otro chico). Al salir de la discoteca ya era de día, nos fuimos a tomar un chocolate con churros, mientras desayunábamos la hermana de Sonia nos invitó a comer a su casa, las hermanas vivían algo lejos de nosotros, en un pueblo de la sierra de Madrid, realmente nos costaba despegarnos de tan buena compañía y no dudamos en aceptar la invitación, finalmente nos echamos una gran siesta.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori No tardé en averiguar que Sonia, mi amor platónico, tenía ya novio, eso me convertía en una aventura, me sentí decepcionado y triste, mi amiga mala suerte regresaba, pero me alegré de que al menos me dejara respirar unas horas, guardo muy buenos recuerdos de aquella noche. Volvimos a quedar alguna que otra vez mi amigo y yo con las dos hermanas, pero ya nada era igual, tal solo quedaban las cenizas del fuego de la pasión que se había desatado aquella noche en que los sentimientos volaron libremente. Una vez más fracasaba en mi intento de encontrar mi amor, comenzaba a dar vueltas en mi cabeza la absurda idea de que era víctima de alguna maldición o de un mal de ojo, algo en lo que nunca había creído ya que había sido testigo en numerosas ocasiones de los sucios negocios de los que vivían del engaño utilizando la superstición en la Plaza de Callao de Madrid. Sabía a ciencia cierta que todo aquello de la superstición no eran más que patrañas, había visto algunos incautos dejarse leer la mano a cambio de obtener un beneficio o en su defecto, de evitar males mayores, es por ello que la mayoría de los viandantes llevábamos el culo lleno de velas negras. La idea era descabellada, pero aún así, comenzaba a pesar sobre mi cabeza Y como no me gusta llevar peso rápidamente deshice la idea como si de una nube coloreada se tratara y comencé a aceptar que mi realidad, mientras así fuera, trataría de disfrutar de lo bueno de la vida. Desafortunado me consideraría de no haber probado nunca el jamón serrano, no es que pretenda compararlo con el amor, el jamón es muchísimo mejor, no hombre que no, que es broma, pero es muy cierto que el jamón para mí uno de los manjares más exquisitos. Es más, yo recomendaría a todo aquel que sufra mal de amores, que se dé un buen capricho, un homenaje, olvidar su desdicha amorosa y darle una tregua aunque tan solo sea por un momento, saborear cada bocado de un buen bocadillo de jamón de pata negra, seguro de tras ese momento de placer, todo se ve de otro color, el más bello de los colores, color jamón serrano. Hablaba con mi padre no hace mucho sobre el carácter efímero de la vida, es probable que perdamos nuestro valioso y escaso tiempo lamentándonos de nuestras desgracias, ¿a esto llamamos ser realistas?, yo creo que la realidad está en que somos dueños de la mayor de las fortunas, estar vivos. Mi padre sabía de lo que hablaba, no hace ni un año que se marchó a ese viaje de ida que todos emprenderemos un día, hace pocos días emprendió el mismo viaje el padre de una compañera de trabajo de mi mujer, Merche. Tuve la inmensa suerte de haber compartido junto a mi padre más tiempo estos últimos años, he de agradecérselo a la empresa que decidió despedirme, no tengo palabras suficientes de agradecimiento, en esos años que conviví codo con codo con mi padre, pues él ya estaba jubilado, me habló sobre algo que dudé en su día pero que hoy creo firmemente.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Ignoro si Merche leerá estas letras, pero confío en que de algún modo le llegue mi mensaje, a ella y a todo aquel que se encuentre en el duro trance de la pérdida de un familiar, aquello de lo que hablé con mi padre son unas palabras de un valor incalculable que siempre llevaré conmigo. El me comentó que debido a la actividad cotidiana, los momentos que pasamos con las personas que más queremos son muy pocos, encontrarnos trabajando nos impide disfrutar de su compañía incluso pudiendo llegar a vivir lejos de la familia. Cuando uno emprende su último viaje, aunque los que se quedan no pueden percibirlo, el alma de quien se ha ido queda dentro de nosotros, viaja a un lugar que desconocemos y a su vez permanece en nosotros, ¿cómo puede permanecer a su vez dentro de nosotros y en un lugar desconocido?, del mismo modo que abandonamos nuestro cuerpo cuando nos adentramos en el mundo de los sueños. ¿Es magia?, no, dualidad, parecido al misterio de la Santísima Trinidad, aunque aquí no son dos sino tres almas en una, un único Dios permanece en el padre, el hijo y el Espíritu Santo, ¿cómo puede estar en tres sitios a la vez? Una pregunta que hice a mi padre cuando era niño, a la que me respondió que no hay fundamento científico conocido, de ahí que se denomine misterio, tenemos plena libertad para creerlo o no, pero si buscamos una explicación razonada jamás la encontraremos, la única respuesta que nos puede satisfacer es recurrir a la fe. Una fe de la que he de confesar que no he sido muy amigo a lo largo de mi vida, pero desde el mismo instante en que mi padre dejó de respirar, sentí su alma presente dentro de mí, algo inexplicable, es como cuando hablan dos guitarras tocando flamenco, hay una comunicación perfecta entre los dos guitarristas, sin fundamento científico, sabemos que existe los que la hemos experimentado. Sentí su alma presente entonces, la siento ahora y siempre la sentiré, una sensación de cobijo, un abrigo que impedía es ese momento duro que me derrumbara y mantuviera la frente firme, un sentimiento que por voluntad propia dejé escrito en el lugar que yacen sus restos, allá donde estés, verás que tu obras quedan entre los que nos quedamos, tu herencia. ¿Quién puede decir hasta cuándo?, nadie, no sabemos cuándo tomaremos el camino sin retorno, lo que sí sabemos es que mientras estemos la mejor elección es disfrutar de cada día, cada hora y cada instante. Podemos pasar la vida como Doña Juana Primera de Castilla, tercera hija de los reyes católicos y buena amiga, como su madre Doña Isabel, de la mujer que estudió en mi misma universidad y que pone nombre a mi distrito, doña Beatriz Galindo, La Latina. Tanto romanticismo por un amor no correspondido hasta llegar a la locura, ¡amarás al prójimo como a ti mismo!, ¿quién te dijo que lo amaras más?

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Café Solo En la Venta de las Angustias nos dejó el autobús para comenzar mi hermano y yo nuestra aventura por las Alpujarras, bajamos del autobús que nos traía desde Almuñecar, donde nos despedimos de Pilar, una buena amiga natural de Donostia a la que habíamos conocido días antes. El día que conocimos a Pilar, le pregunté, ¿de dónde eres?, me dijo, soy de Donostia, puse cara de besugo, creyó que mi cara la motivada desconocer el nombre vasco de aquella ciudad, entonces me digo su nombre en castellano, San Sebastián. Aunque tenía dieciocho años y era algo distraído, no desconocía que Donostia y San Sebastián eran la misma ciudad, no puse cara de besugo por eso, sino porque mientras Pilar me decía de dónde era, me fijé que no llevaba sujetador. Pasamos unos días divertidos con nuestra nueva amiga a la que conocimos en Maro, pueblo malagueño cercano a Nerja, donde se rodó verano azul y donde habitaba por aquel entonces el loro con mayor vocabulario que jamás haya conocido, era capaz incluso de imitar el llanto de un niño. Fue de vital ayuda conocer a Pilar en aquel preciso momento, al día siguiente conseguimos llegar a Almuñecar gracias a su inestimable ayuda, mientras ella hacía autostop a la caza de un solitario conductor ansioso de conocer a una bella, simpática, atractiva y desamparada mujer, mi hermano y yo nos ocultábamos tras unos matorrales. Pasó un coche a gran velocidad, sin esperárnoslo frenó dejando las huellas a lo largo de cincuenta metros de asfalto, al detenerse Pilar le informó de que llevaba la carga adicional de dos hermanos, los primeros conductores que pararon aceleraban bruscamente cuando Pilar nos presentaba, no sabemos si porque les estorbábamos para poder intimar con nuestra amiga o debido a nuestro aspecto de bandoleros de Curro Jiménez. Llevamos rapidísimo a Almuñecar, pude comprobar que los asideros para las manos estaban arrancados por lo que deduje que nuestro piloto debía ser un piloto temerario y así fue, me hice el dormido para no mirar los precipicios de la costa malagueña camino a Granada, tierra de sol, playa y montaña. El piloto temerario nos dejó en Almuñecar y prosiguió su camino hacia Granada, fuimos a la playa y Pilar se quitó la camiseta dejando al aire sus atributos, al instante nos tumbamos mi hermano y yo boca abajo. Nos preguntó Pilar varias veces porqué no nos bañábamos, le pedí que por favor me acompañara a la orilla con mi toalla enroscada a mi cintura. Al llegar a la orilla, me desenrosqué la toalla dejando al descubierto ipso facto el motivo por el que no nos bañábamos, me dijo pillín con la mirada y le entregué mi toalla, me tiré de cabeza al mar antes que me pudieran ver, tenía tanto calor que fue aquel uno de mis más placenteros baños.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Al salir del agua ya no había motivo para que nadie se escandalizara y caminé tranquilamente hacia mi toalla, Pilar preguntó a mi hermano que si le acompañaba a él también a la orilla, al instante Javi se levantó con la toalla ya enroscada y mientras se dirigieron a la orilla me quedé dormido. No tardé en despertar porque el sol pegaba fuerte y era ya la hora de comer, después de comer nos despedimos de Pilar, ella continuaba su camino por las playas del litoral mientras que nosotros íbamos hacia la sierra de Granada. Hubiéramos permanecido más días en la playa con Pilar, pero nuestro presupuesto no daba más de sí, nos despedimos de ella deseándonos mutuamente suerte, lo que ninguno imaginábamos por aquel entonces es que nuestro encuentro fuera inmortalizado, sirva mi particular homenaje para esta buena amiga donostiarra, desearía que el azar te entregara estas letras que te dedico. A falta de la compañía de Pilar descartamos continuar haciendo autostop y decidimos que sería buena idea emplear una parte de nuestro presupuesto en pagarnos el viaje en autobús hacia la sierra de Granada, tardamos poco en llegar a las faldas de la montaña dejándonos en la Venta de las Angustias donde pedimos unas cervezas que tomamos casi de un trago por el calor que hacía, mientras pedíamos otras dos apareció un italiano que pidió: Italiano:

Caffè, per favore.

Camarero: Italiano: Javi y Miguel:

¿Solo? Solo, solo, molto solo. “Reímos”

El camarero nos lanzó una mirada inquisitoria y estuvo a punto de llamarnos la atención por reír tan escandalosamente, le dije, ¡oiga, si el hombre quiere tomarse el café solo, podemos salirnos a tomar las cervezas afuera!, entonces el camarero no pudo aguantarse la risa bajo la atenta mirada del italiano que no comprendía el chiste. Qué maravillosa sensación se le queda a uno después de echarse unas risas, con el ánimo restablecido, dejamos muy solo al italiano y nos echamos a andar montaña arriba llegando pronto a Lanjarón, bebimos agua de todas las fuentes del pueblo y buscamos un sitio para acampar. Al retirar una piedra descubrimos un nido de sanguijuelas, estábamos tan cansados que preferimos emplear parte del presupuesto en descansar bien esa noche, sabíamos que nos quedaba aún mucho que caminar hasta llegar a nuestro objetivo, el pico Mulhacén. Alquilamos una habitación en el pueblo, nos vino de maravilla darnos una buena ducha y retomar fuerzas para afrontar con energías la subida a las Alpujarras Altas, a la mañana siguiente retomamos el camino hacia Órgiva, punto desde el cual empezamos a notar que la pendiente se acentuaba cada vez más y el paisaje era cada vez era más bello.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Recordamos las palabras que el día anterior vimos escritas en una fuente de Lanjarón de mano del novelista granadino Pedro Antonio de Alarcón que provocaron nuestra risa al encontrar que encerraban un doble significado: “Guardemos la pluma y saquemos el pincel” Una mente menos calenturienta que la nuestra hubiera entendido que lo que quería decir el novelista es que hasta el momento había estado escribiendo pero llegado a este punto donde el paisaje era tan bello, lo propio era guardar la pluma de escritor y sacar un pincel para comenzar a pintar. Pero lejos de entender sus palabras de este modo, entendimos que el novelista había sido homosexual hasta el momento pero había decidido convertirse en heterosexual (guardemos la pluma), tal vez debido a la belleza de las mujeres del pueblo, lo que le estimulaba a dar alegría a su cuerpo (saquemos el pincel). La belleza de los paisajes y de las mujeres era cada vez más evidente, al igual que la cuesta cada vez más acentuada, dado el cansancio acumulado paramos a comernos una buena lata de fabada y de postre, los higos que habíamos ido recogiendo por el camino. El siguiente pueblo nos desconcertó por su nombre, nos entró unas incontrolables ganas de comer una ración de “pulpo a la feira”, se llamaba Pampaneira, al llegar al siguiente pueblo nos entró ganas de comer una ración de lacón asado, se llamaba Capileira, el cansancio nos hizo creer que estábamos en tierras gallegas, entonces entramos a un bar donde nos pusieron una ración de jamón de Trevélez, manjar exquisito que nos trajo de regreso a tierras granadinas. Cuanto más alto subíamos más rica sabía la comida y mayor era nuestro apetito, un paisano nos preguntó que si éramos extranjeros, le respondí que no, que éramos de Madrid, me dijo, pues eso extranjeros. Preguntamos a un paisano el camino hacia el pico Mulhacén y nos dio una referencia algo efímera, ¡sigan esos nublos! (nubes), sospechamos que el paisano nos tomaba el pelo y decidimos fiarnos mejor de nuestra intuición. Por fin nuestra vista alcanzó el pico alto de la península ibérica pero subir a la cima no era tarea fácil, el atajo que tomamos era cada vez más escabroso y mirábamos cada vez con mayor temor el abismo bajo nuestros pies, cuando nos encontrábamos en más apuros vimos un pastor a lo lejos al que lancé un potente silbido, al vernos vino al rescate acompañado de su rebaño y su perro Felipín. Al llegar a su refugio prendió fuego a unos hierbajos y al rato ardía todo el monte, nos tranquilizó diciendo que en esas altitudes no había peligro de incendio, mientras Felipín mordía el culo a las ovejas charlamos con nuestro salvador, le preguntamos cómo podíamos llegar a la ciudad de Granada y nos dijo el único modo era regresando por donde habíamos venido, partimos temprano por la mañana y de noche ya tomábamos el tren hacia Madrid.

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20. ¡Vaya lío! En la Universidad Cuando se llega a la edad de diecinueve años uno comienza a pensar que el tiempo pasa cada vez más rápido, durante la infancia se vive ajeno al paso del tiempo, pero al llegar a la juventud se percibe como el tiempo parece acelerar su ritmo por lo que finalmente decides no mirar demasiado tu reloj. Se acerca mi segunda década de vida y se nota un cambio, como si una parte de quedara atrás y el resto continuara, es la etapa de tránsito de la adolescencia a la juventud, una edad en la que el cuerpo te pide independencia aunque tu conciencia y escasez económica te convencen de que aún no ha llegado el momento de alzar el vuelo. Si de por sí en esta etapa de tu vida sueles estar algo distraído, lo que terminar de rematarte es tu entrada en la universidad, ese lugar donde teóricamente vas a adquirir los conocimientos necesarios para forjarte un futuro. Para poner en situación al lector, hablamos del año mil novecientos ochenta y ocho, año en que el público aún no estaña muy familiarizado con las nuevas tecnologías, muy pocos tenían ordenador en casa salvo algunos a los que les gustaba jugar a los marcianitos o similares que tenían un Spectrum. Cuando decidí apúntame a estudiar la carrera de informática, no es que me interesara demasiado esta profesión pero era de todos sabido que las posibilidades de adentrarte en el mercado laboral eligiendo esta profesión eran vertiginosas comparado con otras como medicina. Me di de bruces con un entorno totalmente desconocido para mí, no sería en absoluto exagerado decir que en las clases de la universidad me sentía como si de repente me hubieran lanzado desde un avión con paracaídas en China, no entendía absolutamente nada de lo que se hablaba en las clases. Aterricé en una universidad que se acababa de crear como tal formada profesores y gran parte de alumnos procedentes de unos cursos de informática que habían sido impartidos en los últimos años, de este modo muchos de los alumnos tenían la ventaja de conocer el medio y los profesores olvidaron que algunos alumnos como yo, desconocíamos el lenguaje técnico informático. Se llegó al extremo de llegar a competir alumnos y profesorado por cuál era el que mayores conocimientos informáticos tenía, muchos alumnos ya trabajaban en este medio desde hacía tiempo y ciertamente se percibía que tenían amplios conocimientos en la materia. Mis primeros meses universitarios fueron una pesadilla, preveía un futuro desolador en un trabajo que no hablaban mi mismo idioma, incluso llegué a considerar la idea de abandonar y elegir otro carrera menos estresante.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori No ayudaba mucho a este desánimo en el que me veía inmerso, la circunstancia de que los alumnos más aventajados, que eran una mayoría abrumadora, debido a que eran alumnos que habían asistido durante años a los cursos de informática previos a la creación de la universidad, dando alarde de sus conocimientos, pedían a los profesores más nivel. Lo peor de todo, es que los profesores se prestaban a ello, tenían una camaradería extraordinaria con los alumnos aventajados, incluso a veces se animaban y se subían al escenario del salón de actos donde se impartían las clases a dar clases al resto de los alumnos, costaba distinguir quién era más estúpido, si el profesor o el alumno aventajado. Muchos de los alumnos aventajados ya trabajaban en el ramo de la informática asistiendo a clase por la tarde, era evidente que tenían conocimientos de informática, lo que yo no podía comprender era ese afán por querer demostrar que tenían más conocimientos que los demás, realmente si se tiene en cuenta que mis conocimientos de informática por aquel entonces eran nulos, era hasta divertido observarles tratando de competir, tan absurdo como si un ciclista profesional se pusiera a competir con un bebé montado en su triciclo. Hay una actitud que imagino será común existirá a todas las profesiones, pero puedo asegurar que existe en la informática, es la de querer demostrar que se sabe más que nadie y si se tienen más conocimientos que el resto jamás se comparten sino que se guardan como oro en paño. Tras largos años trabajando en el ramo de la informática, finalmente pude zafarme de estos listillos ya que era yo el que tenía más conocimientos que el resto de mis compañeros, adquiridos en su mayoría por mis propios medios, recordé entonces aquellos años y comprendí menos aún la actitud de aquellos listillos, no solo me producía una enorme satisfacción compartir mis conocimientos, sino que además era testigo de que cómo mis alumnos compartían sus conocimientos con sus compañeros en pro del buen ambiente en el entorno laboral. Hoy he hecho mi primera aparición en una serie de televisión, hoy es miércoles quince de abril del año dos mil nueve, tan solo he aparecido unos segundos en una serie de gran éxito de nombre Acusados, me ha resultado curioso ver mi imagen en la pequeña pantalla en la misma serie en la que hacen aparición actores ya consagrados. Es esta mi primera aparición en televisión y la primera vez que tengo un pequeño papel, pues ni siquiera en el colegio tuve ocasión de colaborar en obra de teatro alguna, lamentablemente la historia se repite, si en el ramo de la informática no se respeta al novel, en el de la interpretación menos aún. La diferencia radica en que en la interpretación, tanto consagrados como noveles aparecen en la imagen, indudablemente los noveles aparecen menos tiempo pero en la informática, puedes haber sido el creador del programa que imprime el código de barras en las etiquetas que hay pegadas en millones de cajas de teléfonos móviles del país y tu imagen no aparece.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Curiosamente siendo ya un consagrado informático, tuve ocasión de enseñar a Begoña, una compañera novel cuya hermana es una actriz consagrada, nunca desveló su secreto, fue otra compañera, Sonia, la que se encargó de ello, pero por respeto nunca le dije que sabía que su hermana era una actriz famosa, si simpaticé con Begoña no fue por ello, sino porque tenía el mismo modelo de coche que heredé de mi tía, un Seat 127. Begoña me agradeció que le prestara mi atención y ayudase en sus primeros días de trabajo, le resté importancia argumentando que era lógico ayudar a quien se incorpora nuevo, a lo que ella añadió, si, pero no lo corriente. Efectivamente no era lo corriente, probablemente ella había experimentado lo mismo que yo en la universidad, donde la solidaridad brilla por su ausencia, no hay mal que por bien no venga, así aprendí a investigar por mis propios medios, ya que no había otros medios. Imagino que si es usted un lector del tercer milenio, deberá soportar a diario a personas que les gusta alardear de sus atributos tanto físicos como intelectuales, yo le preguntaría a estas personas, ¿a quién demonios crees que le importa lo listo o guapo que tú seas? Si realmente eres listo o guapo disfrútalo, pero no pierdas el tiempo alardeando, hay que ver la cantidad de tiempo que algunos pasan a lo largo de su vida tratando de demostrar a los demás lo maravillosos que son, podrían incluso a emplear media vida en ello, ¡con lo caro que está el tiempo! El valor no está en la hermosura o en esa supuesta inteligencia, sino que el valor radica en el tiempo, puedes gastar el tiempo en pensar, viajar, gozar, pero, ¿en alardear?, no hay tiempo para ello, la vida tiene tanto por descubrir y tan poco tiempo para hacerlo. Trato de encontrar algo positivo de mi etapa universitaria, me cuesta, al igual que me ocurrió en el colegio, lo más valioso para mi eran los descansos y la hora de salir, ¿quién no recuerda el bullicio que se formaba al salir de clase?, ¡por fin libres!, es curioso que guarde buen recuerdo de mi primer día en la universidad, iba con mi hermano camino de nuestra primera clase, entre que yo soy muy distraído y mi hermano que no se entera, nos presentamos en el primer curso de medicina. Fue un placer compartir una clase con las futuras doctoras, hablo del género femenino pues más del noventa por ciento de la clase eran mujeres, asistimos mi hermano y yo a nuestra primera y última clase de medicina encantados por tan grata compañía, era imposible que no te tocara sentarte con una chica y difícil que la que se sentara a tu lado fuera fea. Al comenzar la clase descubrimos nuestro despiste, no sabíamos nada de informática pero sí lo suficiente de anatomía, por respeto a la ilustre profesora y a nuestras compañeras, asistimos a la clase completa, más tarde pude constatar que se entendía mejor a la profesora de anatomía que a los profesores de informática, no solo por su facilidad de palabra, sino porque se expresaba tan bien que podías sentir cada parte de tu cuerpo que nombraba.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Recordé las conversaciones con mi padre sobre la conveniencia de elegir una carrera diferente a medicina, él sabía que su profesión era una fábrica de parados y quería lo mejor para sus hijos, pero al menos podía habernos avisado que dentro de lo malo podrías consolarte con tus compañeras. Poco bueno que recordar de mi primer año de universidad, fueron mejores los cursos siguientes, pero eso corresponde a “Zori 2ª Parte”, ya pueden imaginarse los lectores que debido a las escasas páginas que quedan por leer, la primera parte de mi biografía está a punto de finalizar. Estudié en la Universidad Pontificia de Salamanca de Madrid, en aquellos años se extendió la leyenda urbana por los pasillos universitarios de que había un tuno muy malvado que hacía sus fechorías con los alumnos menos aventajados, entre los que indudablemente me encontraba yo, esto añadido a mi gusto por la buena gastronomía me llevaron al sueño que voy a relatar. El tuno negro es la leyenda sobre un tuno que no debía encontrar suficiente satisfacción en tocar la bandurria yendo de parranda con sus compañeros de tuna y toma como lema “la ignorancia mata” proclamándose como verdugo eligiendo cuidadosamente sus víctimas entre los más zoquetes de la clase. Es un argumento sencillo del que incluso se ha llegado a realizar una película, algo que no me extraña en absoluto, pues en mi dimensión onírica fui capaz de llevar aprovechar el argumento al máximo, en un sueño que trataré de contar con el mayor detalle posible, aunque me resulte difícil llegar a reproducir con exactitud aquella experiencia. ”El Pruno Negro” Desperté de mi sueño en un bosque, parecía ser de día pero había perdido la percepción del color, resultaba muy extraño ver todo en blanco y negro, tal y como de niño veía a escondidas las películas prohibidas de dos rombos. Oigo una voz aterradora, como de ultratumba, resuena en medio del bosque: Voz:

¡Miguel, has de hallar el Pruno Negro!

¿Habría entendido mal?, tal vez lo que la voz quiso decir “el tuno negro”, ¿qué sabía yo de aquella leyenda de la que vagamente había oído en mi universidad, acaso la voz me pedía ir a Salamanca a detener a un tarado que se había creído la leyenda y se dedicaba a cargarse estudiantes? Me despierto y me dirijo a mi universidad sita en el Paseo de Juan XXIII de Madrid y no hallo respuestas, compro un periódico, es lo primero que hasta el momento no extraño en blanco y negro, como no soy capaz de distinguir los billetes por su ausencia de color, no pago y le digo al del puesto, gracias, quédese con el cambio, el buen hombre se rasca la cabeza y se queda pensando si le habré pagado o no, el truco ha funcionado y comienzo a leer. Leo en primera plana un titular que me saca de dudas de inmediato, no hay nada como abrir un periódico para encontrar una respuesta a tus dudas.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Leo el titular que informa que el tuno negro amenaza con atacar a un estudiante de la ciudad de Salamanca, me subo a mi coche (lo bueno de los sueños es que de repente tienes coche aunque ni siquiera sepas conducir), me dirijo a toda prisa a Salamanca y una vez allí, comienzo mis pesquisas en las tabernas frecuentadas por mis compañeros de universidad sitos en Salamanca, tenían ganas yo de interrogarles en temas como, por ejemplo, ¿por qué narices tenéis menos asignaturas que nosotros, eh? Me encuentro con diez tunas diferentes y acabo intimando, como no podía ser de otro modo, con la tuna femenina de medicina, nos emborrachamos y nos vamos entonando una canción muy propia para la situación: ”A mí me gusta el Pi Pi Ri Bi Pi Pi y la bota empinar Pa Ra Ba Pa Pa…” Me despierto con una resaca del trece y mi compañera de borrachera me da unas pastillas de katovid que dice que son buenísimas para la cabeza, me despejo un poco y le pregunto si conoce al tuno negro, me responde que me han tomado el pelo, que eso del tuno negro no es más que una leyenda. Me cago en las muelas del que ha escrito el titular del periódico que adquirí en el puesto de periódicos que hay a las puertas de la universidad, de repente oigo una voz interior que me repite otra vez que busque al dichoso Pruno Negro. Me despido de mis amigas que andas desperdigas por los suelos entre guitarras y bandurrias, me responden dos o tres con un gruñido inteligible, antes de marcharme saco unas mantas de un armario y abrigo con ellas a tres o cuatro tunas que reposan en el suelo tal y como vinieron al mundo. Como hay mucho estudiante por las calles, le pregunto a uno al azar si conoce el significado de Pruno, me dice que es un árbol frutal de la familia de las rosáceas, de unos siete metros, con hojas aovadas y dentadas de ramos mochos y flor blanca, de cuyo fruto se obtiene la ciruela. Doy al ciruelo las gracias por su información, ojalá fueran así mis compañeros de Madrid, me dirijo a una librería y adquiero un libro de botánica por el mismo método que adquirí el periódico el día anterior, leo en él que el Pruno Negro, también llamado Prunus Pisardi Nigra tiene hojas rojas caducas y flor blanca, me congratulo de que el libro me haya salido gratis ya que el estudiante me había dado más y mejor información. De regreso a Madrid voy pensando en la pasta que le va a costar el dichoso viajecito a mi imaginación, aunque visto por el lado bueno, merecía la pena por la juerga me había corrido con mis amigas de la tuna de medicina. Ya en Madrid me doy una buena ducha y me echo a dormir, cuando despierto estoy en otro lugar, ¿estaré soñando?, me encuentro en un bosque con la peculiaridad de que ahora percibo los colores, me gusta ver en color, pero confieso que mis amigas las tunas en blanco y negro tenían su puntito. En medio del bosque resuena la misma aterradora voz de ayer que me dice:

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Voz:

¡Miguel!, ¿hallaste ya el Pruno Negro?

Le respondí afirmativamente, era aquel que se divisaba allá en aquel monte, le dije que había preguntado a un estudiante de la universidad de Salamanca y me lo había descrito tal cual, ¿acaso no lo ves, ilustre voz? Voz:

Buen trabajo, coge un fruto y tómalo.

Me acerqué al ciruelo, que por cierto, no sé a quién demonios se le ocurriría la feliz idea de llamarle Pruno, no sería de extrañar que a uno de esos locos romanos de los tebeos de Astérix. Tras engullir la cereza oscura, de las que a mí me gustan, repentinamente aparecen in situ Astérix y Obélix, me invitan al banquete celebrado tras su última hazaña por Bretaña, donde según me cuentan han conocido a unos músicos un poco alocados con nombre de insecto, creo que los Beatles. Me sirven un jabalí para mí solo mientras escucho una dulce música proveniente de una lira, al oírla se levantan muy alterados mis dos amigos galos y se dirigen a su druida, luego vienen hacia mí y me dicen, el venerable druida Panorámix nos ha indicado que para evitar que el bardo cante, le amordacemos y colguemos de los pies a un árbol llamado Pruno Negro, según nos cuenta, tú, noble extranjero, sabes donde se halla dicho árbol. Así es, precisamente lo tienen delante de sus narices, honorables hermanos de la Galia, al oír mis palabras Obélix se dirige como un rayo hacia mí y está a punto de atizarme uno de sus puñetazos que hábilmente es frenado a tiempo por la mano de Astérix, seguidamente le explica a Obélix que no me estoy riendo del tamaño de sus narices, sino que solo es una manera de hablar de los hispanos, que acostumbran a hablar con circunloquios.

Me despierto con ardor de estómago debido al jabalí que he comido en la Galia, estoy incómodo y me despierto con resaca por mi juerga con las tunas, estoy incómodo pero no puedo despertar más porque estoy en el mundo real. Con diecinueve años, hecho un lio y sin comprender nada, al menos me alegro de mantener intacta esa imaginación desbordante que me ha acompañado por mi vida desde que nací, tener el privilegio de correrse una juerga con unas tunas de medicina y acabar comiendo jabalí con tus personajes preferidos, es un lujo que está al alcance de todos los bolsillos.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Sistema Binario Aunque a lo largo de mi vida he contemplado la dualidad dimensional, no necesariamente me he regido por la filosofía taoísta del yin y el yang, sin embargo, si se rige por esta filosofía el sistema por el cual los ordenadores interpretan la información que le transmitimos, llamado sistema binario, el ordenador tan solo interpreta uno o cero, en función de si recibe o no electricidad. Somos así de crueles con nuestros ordenadores, a estos amigos que nos facilitan tanto nuestras tareas diarias los tratamos a latigazos, es decir, a base de calambrazos, lejos de quejarse, cada día son capaces de almacenar mayor cantidad de información y de alcanzar velocidades de vértigo. El ordenador comprende cero si no le transmitimos corriente y uno, si les atizamos el calambrazo, o tal vez a la inversa, ¿qué más da?, lo que importa es que basa su entendimiento en el sistema binario. Nosotros estamos acostumbrados a utilizar el sistema decimal, es nuestro preferido desde que siendo bebés aprendemos a utilizar los diez dedos de las manos para contar, un profesor de la universidad nos mostró como nos entienden estas máquinas, pero eso sí, sin cerciorarse si le entendíamos a él. Tiza en mano y sin pronunciar palabra se puso a escribir unos y ceros en la pizarra a lo loco, no creo que tardara más de diez segundos en escribir todas las combinaciones posibles para números binarios de cuatro dígitos: 0 0 0 0 0 0 0 0 1 1 1 1 1 1 1 1

0 0 0 0 1 1 1 1 0 0 0 0 1 1 1 1

0 0 1 1 0 0 1 1 0 0 1 1 0 0 1 1

0 1 0 1 0 1 0 1 0 1 0 1 0 1 0 1

Comencé a sospechar que el profesor había hecho alguna trampa, yo que había visto en acción a los mejores jugadores, trileros y demás estafadores de la villa y corte, no me podía creer que en tan poco tiempo hubiera obtenido todas las combinaciones sin valerse de algún truco. Jamás confesó su truco, así somos los informáticos, pero pronto lo averigüé.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Pregunté al compañero que tenía a mi lado si se había enterado del truco que utilizaba el profesor para escribir todas esas combinaciones con esa rapidez, por suerte mi compañero no era tan listillo como el profesor y no le importó desvelarme el secreto, lo hacía del siguiente modo. Empecemos por lo más sencillo, obtener todas las combinaciones de un solo dígito, es tan fácil que incluso lo sé hacer yo sin ayuda, el resultado es: 0 1 Vamos ahora a obtener las combinaciones posibles de dos dígitos, no sería excesivamente complicado obtenerlo por deducción, pero es más sencillo aún si utilizamos un truco con el que nos ahorraremos tener que pensar, el truco consiste en que partiendo de la base que queremos obtener las combinaciones de dos dígitos, vamos a escribir en vertical una primera columna con dos ceros seguidos de dos unos y una segunda columna alternando ceros y unos: 0 0 1 1

0 1 0 1

Como en el circo, vamos a utilizar la típica frase del “más difícil todavía” para obtener las combinaciones posibles de tres dígitos, si utilizamos un método deductivo nuestra cabeza empieza a resentirse, mejor utilizamos nuestro truco, partiendo de la base que queremos obtener las combinaciones de tres dígitos, vamos a escribir en vertical una primera columna con cuatro ceros seguidos de cuatro unos, una segunda columna con dos ceros seguidos de dos unos y una tercera columna alternando ceros y unos: 0 0 0 0 1 1 1 1

0 0 1 1 0 0 1 1

0 1 0 1 0 1 0 1

Así el listillo del profesor, por medio de nuestro truco, escribió en aquella primera clase universitaria todas las combinaciones posibles para cuatro dígitos. Si para dos dígitos escribimos en vertical una primera columna con dos ceros seguidos de dos unos, para tres dígitos escribimos en vertical una primera columna con cuatro ceros seguidos de cuatro unos, para cuatro dígitos, deberemos escribir en vertical una primera columna con ocho ceros seguidos de ocho unos. De este modo consiguió desconcertarme en mi primera clase.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Lo que peor me sentó es que el profesor no se tomara la molestia de explicar su truco, tónica que siguieron muchos de los profesores de mi universidad, aseguraban que el alto grado de suspensos daba prestigio, cuando lo lógico sería pensar que la calidad de la enseñanza no es buena cuando se suspende a un número elevado de alumnos, solo cabía pensar que lo hicieran debido a que un número elevado de suspensos les aportaba elevados beneficios. Llegó a darse el caso de un profesor que solo aprobó a tres alumnos de la promoción en toda la universidad, se paseaba pavoneándose de lo buen profesor que era, pues tenía el honor de haber suspendido a casi todos, me pregunto cuántos ingresos extras cobraría por semejante injusticia. Cuando años más tarde llegué a mi primer trabajo, los trabajadores más curtidos comentaban lo bien que vivían cuando eran estudiantes, de aquel comentario se deducía que ellos no habían pasado por la universidad. Es frecuente escuchar hablar a gente sobre su infancia y juventud echando de menos aquellos tiempos, tal vez hizo mella en ellos las letras de Jorge Manrique en que nos dijo “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Escribiendo Zori estoy siguiendo un orden en los capítulos, así en su primera parte voy desde el capítulo 1 en que tenía meses de vida al capítulo 20 en que tengo 19 años, he de confesar que he sido algo caprichoso viajando en el tiempo haciendo alusión a hechos relacionados con la narración de distinta época, es la ventaja de ser un escritor no censurado. He disfrutado mucho escribiendo esta primera parte de mi biografía aunque prefiero escribir las páginas de mi vida actual, unas páginas que no están en ningún libro, es mi presente, lo mejor que tengo, en el cual tengo libertad de elegir mi camino, viviendo con la incertidumbre de cuándo llegará el fin, lo escrito es pasado y se puede viajar a su final, la vida actual es presente y no hay acceso posible al final, tan imprevisible como la vida misma. ¿Cómo alguien puede decir que cualquier tiempo pasado fue mejor?, ignoro cuál será mi futuro, si será mejor o peor, lo que cada día voy teniendo más claro día es que final está más cerca, no hay duda de ello, no es algo que me inquiete, pero sí lo que me hace valorar cada vez más el día a día. No comparto en muchos aspectos la filosofía taoísta, no creo que algo deba ser por necesidad blanco o negro, cero o uno, aunque les disguste a nuestros ordenadores, pero si coincido en un aspecto, en el del ser o no ser. Hoy, en este instante soy, ¿pero mañana seré o no seré?, es esta la realidad, un buen motivo para valorar cada día y tratar de mejorar cada despertar. Hay días en los que nos despertamos y todo va bien, sobre ruedas, esos días son buenos, hay otros en los que llegas a pensar que hubiera sido preferible quedarte en la cama durmiendo y según avanza el día, vas encontrando menor resistencia al cúmulo de problemas que se acumulan a tus espaldas, solucionas unos cuantos y no te preocupa dejar otros cuantos por resolver, lo que más te importa es que encuentras satisfactorio lo resuelto cada día.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori No acostumbramos a dar los buenos días al sistema binario, en nuestra rutina diaria nos topamos con él a menudo pero estamos de mal humor y con nuestro clásico sistema decimal contamos las horas para que acabe el día. Si despertamos con el día alegre lo primero que hacemos es dar los buenos días a los problemas, no es que nos gusten pero los enfrentamos mejor, sabemos que los problemas existen y tratamos de resolverlos con la mejor de nuestras sonrisas y pronunciamos la frase “al mal tiempo buena cara”. Toda dualidad tiene un nexo de unión, podemos empeñarnos en diferenciar entre nuestro yo bueno, Jekyll y nuestro yo malo, Hyde, sin pararnos a pensar que somos la misma persona, podemos echar la culpa de lo malo a Hyde, ¿y el placer? ¿Jekyll goza mientras echa la culpa a Hyde? El placer es lo mejor que se ha inventado, sentimos placer en ese momento en que dedicamos un homenaje a nuestra persona, pero es mayor aún el placer si en lugar de sentirnos culpables por experimentarlo, derribamos la torre de la culpabilidad que te repite, no lo hagas, tú no puedes permitirle el lujo de sentir placer, el placer solo está reservado para los demás. ¡Y un cuerno!, eso es de lo que querían convencerme los curas cuando era un niño, que el placer no estaba en el amor propio, sino en complacer a los demás, en amar a tu prójimo, ¿y no se puede dar y recibir placer a la vez? Efectivamente, es el sumun de los placeres, sentir placer y a la vez proporcionarlo, algo que es muy recomendable a tener en cuenta cuando se hace el amor, de hecho, no sé si les ocurrirá lo mismo pero si yo percibo que la persona con quien hago el amor no goza, se me baja la lívido a los pies. Es precisamente cuando se practica el acto sexual cuando el sistema binario deja de ser una secuencia ordenada de unos y ceros, la libertad es total, tanto que puede llegarse a incluir otros sistemas numéricos, ¿qué sería del sexo prescindiendo del cuatro, el cuatro más uno, o del sesenta y nueve? Existe la posibilidad de dividir los problemas, diseccionarlos para así enfrentarse mejor a ellos, pero esto no significa que obligatoriamente los debamos afrontar solos, puede haber una coordinación, cada uno tomar su papel en equipo, para llegar a la mejor de las soluciones. La solución a los problemas puede hallarse de diversas formas, bien por el trabajo individual o en equipo, el final radica en la solución al problema, quiero emplear un término para expresar esta solución y aún me ruborizo antes de haberlo escrito, es indudable que hicieron mella en mí los ochos largos años de influencia clerical en los salesianos, voy a armarme de valor para pronunciar la palabra aunque disguste al clero, el final del problema está en el orgasmo. Orgasmo, me ha costado decirlo, y ahora me gusta pronunciarlo, se me llena la boca al decir esta palabra, una palabra de vital importancia, no en vano es el orgasmo la culminación de nuestro placer siendo el origen de otra vida que también descubrirá sus propios placeres con un mismo fin, el orgasmo.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Divide y Vencerás No todo fueron adversidades en mi primer año de universidad, no sé si fue mi buen amigo Julito o tal vez su tocayo romano Cesar, pero alguno de ellos dijo “Divide et vinces”, volví a escuchar esta frase de boca de uno de los profesores de la universidad. Utilizó dicha frase para explicar la recursividad, una de las muchas palabras que jamás antes había oído y descubrí en la universidad, la primera vez que la oí provocó mi risa por resultarme una palabra doblemente cursi. Para que se entienda con un sencillo ejemplo, la recursividad es algo así como cuando de niños insistimos al abuelo para que nos de dos duros, una y otra vez, y dale que te pego, hasta que al final, se harta y nos da la solución que esperábamos (los dos duros), o una colleja (nos devuelve un error). Es una de las cosas buenas que tiene la informática, cuando no sabes cómo demonios solucionar un problema, sacas un mensaje de error y listo, uno de los mensajes de error que dio mucho que hablar en mi primer trabajo fue cuando un usuario de una de nuestras aplicaciones llamó a nuestro departamento de informática para decirnos el mensaje de error que le salía: ¡Error inesperado, avise a alguien! Es algo que suele caracterizarnos a los informáticos, solemos ser parcos en detalles y den gracias que a quien se le ocurrió el mensaje seguro que se encontraba en su día de inspiración, que si no podía haber escrito simplemente: ¡Error! Quería acabar la primera parte de mi novela con esta frase, no con ¡Error inesperado, avise a alguien!, pues aunque fui informático me he reconvertido a las humanidades, me refiero a la frase de, “Divide y Vencerás”, la que da título a esta sección. Por varios motivos le tomado la decisión de acabar así mi primera obra, uno de ellos, en recuerdo a ese profesor que en aquellos años dijo la primera y tal vez última frase inteligente que escuché en mi primer año de universidad. También me motiva a elegir esta frase mi decisión de dividir mi biografía en dos partes, me he tomado la libertad de escribir esta obra tal y como me ha apetecido, creo que solo con esta libertad se puede contar fielmente la vida de una persona y en definitiva, cómo, quién eres y de dónde vienes, creo en la literatura libre, huyo de las bases para presentarse a un concurso. Comencé escribiendo mi obra al revés, es decir, desde mi momento actual retrocediendo en el tiempo hasta mi infancia, algo muy habitual en mi es comenzar por el final, no me he parado a pensar por qué, pero de las pocas veces que leo un periódico, siempre comienzo por el final, tal vez en mi afán de obviar los titulares y fijar mi atención en los pequeños detalles.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Dividí mi biografía en dos partes al darme cuenta del considerable volumen que estaba adquiriendo, dado que doy fe de mi facilidad de palabra, decidí desde un principio marcarme unos límites y aunque desde un principio supe que me llevaría más de quinientas páginas, no fue hasta llegado a este punto cuando tomé la decisión de dividirla. Sé exactamente el número de páginas que me llevará mi biografía completa porque sigo una norma en cuanto al número de páginas escritas en cada uno de sus capítulos, el prólogo consta de ocho páginas y cada capítulo se compone de una primera sección de seis páginas, una segunda de cuatro y una tercera de tres. ¿Porqué escribo así?, tal vez mi excesivo amor por la libertad me haga ser consciente de la importancia que tiene poner freno a las emociones por el bien común, no deja de resultar irónico que un anárquico como yo crea en la importancia del orden, el público no tiene por qué sufrir mi carácter anárquico, soy a su vez de sociable y consciente de que es de vital importancia para un escritor facilitar en la medida de lo posible la asimilación de sus lectores. Como lector he sufrido las consecuencias de escritores tan egoístas que escriben los libros para sí mismos, con la particularidad de que curiosamente no leen sus propios libros y sus lectores se devanan los sesos por tratar de comprender su obra. He padecido la lectura de libros en los que deseabas que llegara el final del capítulo eternizándose, sin embargo usted puede leer mi libro de un modo sencillo y ordenado, sabe de antemano la duración de mis relatos y esto le permite calcular cuándo terminará de leer cada capítulo. También habrá percibido que mi obra se caracteriza por la escritura de párrafos cortos con el objeto de así facilitar su lectura y comprensión, soy consciente que de no tomar otras medidas, en este aspecto atentaría contra el medio ambiente. Mi amor por la naturaleza y mi auténtica pasión por los árboles se enfrenta con mi pasión por la escritura, hemos de poner remedio a ello, comencemos por dar la posibilidad al lector de elegir entre una lectura acorde con las nuevas tecnologías mediante eBook (libro electrónico) e incentivar su utilización reduciendo su precio en aproximadamente un setenta por ciento. Incentivemos aún más la utilización del formato ecológico eBook aportando valores añadidos no disponibles en soporte impreso, como lo es incorporar la posibilidad de escuchar obras musicales o de ver vídeos. Por último, en pro de preservar en todo lo posible la naturaleza, he decidido publicar mi obra en editoriales que además de posibilitar la descarga ecológica y considerablemente más económica en formato eBook, solo imprimen unidades previa solicitud, de este modo, no encontrará ni una sola unidad de mi libro en librerías pues los únicos libros impresos se encuentran en casa de los compradores que deseen tener una copia impresa de la obra.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Llego al final de la primera parte de mi obra autobiográfica, esto me satisface, se puede decir que me encuentro en plena excitación literaria, se aproxima mi primer orgasmo literario según nos acercamos al final. Como les expresé unos párrafos atrás, he decidido incluir obras musicales y vídeos en mi biografía, la primera obra musical y única de esta primera parte de mi biografía se puede ver y escuchar en la página cinco, una sencilla melodía de gran importancia para mí pues fue mi primera composición. Recientemente acabo de entrenarme en mi primer papel en la pequeña pantalla, para cualquier telespectador mi intervención resultará seguramente carente de interés y sin importancia alguna, pero no para mí, el hecho de ser mi primera interpretación hace que para mí sea tan importante como lo fue mi primera composición cuando era niño. Mi crecimiento y desarrollo en mi faceta musical desde aquella primera composición es visible, basta con un instante viéndome interpretar una pieza para constatarlo, aunque en mi opinión me queda mucho que aprender. Sin embargo no he recibido formación alguna en cuanto a interpretación se refiere, pero el hecho de haberme estrenado en esta faceta me llena de ilusión, al igual que cuando escribí la primera página de este libro. Muy al contrario de lo que se pueda creer, el trabajo de intérprete en estos papeles de escasa relevancia está mal remunerado y el trato hacia sus trabajadores es pésimo, a pesar de ello, algo debe tener la interpretación que te lleva a aceptar siempre que te ofrecen un nuevo trabajo.

Vea este vídeo (en eBook) En el vídeo se puede apreciar un policía de incógnito vestido con jersey azul y pantalón vaquero que disimula leyendo un periódico mientras vigila atento, en espera de que aparezca un sujeto muy peligroso en cualquier momento. Este tipo de trabajos, si se cobran, es a los tres meses de su realización y su remuneración ronda los treinta euros por jornada de doce horas, lo peor es que es considerado lo más bajo de la profesión, siendo frecuentes los intentos de humillación por parte de técnicos, actores, dirección, etc.

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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez / Zori Hoy en día ya se dividen hasta los balones de fútbol, algún día tendré que preguntar a un entendido en fútbol que me explique el significado de que salga el balón dividido, no creo que sea por la acción de una patada. Confieso que nunca se me dio bien dividir, sospecho que si me pusiera a hacer una división a día de hoy no sabría muy bien cómo hacerla y menos aún con decimales, pero ¿quién lo necesita hoy en día?, teniendo unas máquinas que te ahorran este trabajo. ¿Cuál es la mejor forma de acabar un libro?, no tengo ni idea, es la primera vez que lo hago, reconozco que he disfrutado mucho llevando a cabo este proyecto y me da la impresión que disfrutare aún más con el siguiente.

Fin Miguel Ángel Sáez Gutiérrez Le obsequiamos con una copia dedicada de este libro en formato eBook, de este modo podrá reproducir la música y los vídeos en él contenidos. Envíenos su petición a [email protected] indicándonos su nombre y dirección de email para su recepción, en breve recibirá su copia.

Próximas publicaciones La siguiente publicación será la segunda y quién sabe si última parte de Zori, en ella se continuará narrando la vida del autor con la peculiaridad de que el título de la obra, lo que pudiéramos decir que es el corazón de la obra se encuentra en la siguiente publicación. La división de la novela tiene diferentes motivos, uno de ellos es el volumen que poco a poco ha ido adquiriendo la biografía que me llevó, mientras escribía el capítulo 20, a considerar esta posibilidad, finalmente me decidí a dividirla, así doy al haciendo justicia con el lector, le ofrezco la posibilidad de continuar leyendo si está interesado o de optar por dar fin a su lectura con el correspondiente ahorro tan recomendado en estos tiempos que corremos. Otra razón que me ha movido a dividir mi biografía, es la clara diferenciación entre lo vivido desde mi nacimiento a los veinte años con las experiencias de los veinte a los cuarenta años de vida, así abro la posibilidad de poder escribir la tercera parte de Zori en el caso de estar entre los afortunados que vivan otros veinte años. Aunque bien diferenciadas, las dos partes de Zori están unidas por fuerza, puesto que sin el corazón que se encuentra en el capítulo quince de la segunda parte, nunca hubiera dado a luz la obra. Deseo que tanto si está entre los que deciden que con la primera parte de Zori es suficiente, como si decide continuar leyendo la segunda parte, lo leído hasta el momento haya sido cuanto menos entretenido, quedando así mi objetivo cumplido.

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