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M MADRECITA DE LOS CERDOS por A u r o r a B e r t r a n a ( ^-•-^-^ 0., 4^: fla^c'Ar^9^ lA MADREGITA DE LOS CERDOS - 1 - Las- aldeana

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Story Transcript

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MADRECITA

DE

LOS

CERDOS

por

A u r o r a

B e r t r a n a

( ^-•-^-^ 0., 4^: fla^c'Ar^9^

lA

MADREGITA

DE

LOS

CERDOS

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Las- aldeanas, alarínadas, estaban oerrando les puertas. Por ©1 camino de Felsen un destacamento militar acababa de entrar en Eugel. Se había detenido frente a la decrèpita Casa Consistorial, formaba junto a ella una dilatada mancha gris, Uesde el umbral de la puerta, a donde habían acudido al ruido de pasos marciales, Anselmo Saunier, alcalde 4e la aldea, su mujer y su hi ja,examinaban a los recién llegados, - I Son los nuestros, padrel Y, sin aguardar méís, Simonne se lanzó al encuentro de la tropa. Ajiselmo y Andrea la siguieron, Mds de tres anos llevaban sin ver otro uniforme que el de los ooupantes, a cierta distancia todos los uniformes se parecían. Però Simonne tenía razón: eran los nacionales. Hablaba ya con el oficial, un muchacho muy joven oasi imberbe. - Ahi viene mi padre. El oficial se adelantó, alargó la mano al campesino. $ Saunier la estrechó con energia, - Por fin,,. Por fin.., - Si, por fin los hemos desalojado,- exclamo el tenien te La Motte con voz triunfante. Entretanto acudían las labriegas con la chiqull·lería detràs. Se acercaban a los soldados hasta tocarlos con la

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mano como si quisieran oonvenoerse de que no estaban viendo visiones,;Soldados del país, ante los cuales se atreve uno a moyersQ y a hablar sin que el alma penda de un hilol I Soldades que no deportan ni fusilan, soldados oon entranas y corazón que pueden ser hi Jos y hernianos nuestros* Llevaban el uniforme viejo y deslucido: un desgarrón aquí, un botón arranoado aïld; el casco ladeado, las botas enlodadas, eran hombres y no autómatas relucientes y deshumanizados. El oficial miraba con dolorosa sorpresa a ese lamentable rebano de mujeres y nirios vestidos con ropajes negros. Se dirigió a Saunier. - ?Es usted el único superviviente de Hugel? - Somos dos, mi teniente, Ahi viene el otro, Llegaba Sandor Janzer apoyado en el bastón, jadeante y renqueando, ayó las últimas palabraa de Saunier. - Si,senor, somos los dos únicos supervivientes. El teniente miraba en derredor. Sus ojos se detuvieron en una de las aldeanas. Esta explico: - Los fusilaron e todos para vengar la muerte de un coronel en la cual no tenían arte ni parte, Hablaba con acento éíspero y agresivo, parecía acusarlo «. cCde la tragèdia de Hugel. El teniente comenzaba-a sentirse tur bado como si, en efecto, directa o indireotamente se sintiera culpable de aquella monstruosidad. ^^uedose mirando a la mujer deseoso de disculparse, no por no haber evitado aquello que no estaba en su mano el evitarlo, sinó por haberlo olvi-

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dado y h a b e r s e a t r e v i d o a e n t r a r en aq^uelle desventurada a l dea oon a i r e

triunfante.

- ?Córao se llama usted? - Rhut H a l b r a n , - ?Tara'blén le fusilaron al marido? - A mi marido y 8 mi hi jo Francis, que tenia solo diez y seis afíos. Debía ser muy joven aún cuando le mataron al marido y al hi jo, y también muy hermosa, però las huellas del sufrimiento se llevaren juventud y hermosura. SI teniente aparto los ojos de ese rostro marohito y crispado para fijarlos en el de Saunier que estaba junto a su esposa. - ?Y a ustedes? - A nosotros al hijo y al novio de mi hija. Se había vuelto hacia Simonne y la mirada del teniente siguló la suya, En todas las fisonomías se leía la misma desesperada amargura: ojos hundidos, mejillas desoarnadas, booas crispadas re^dias a la sonrisa, Hasta los niflos mostraban ya una expresión grave y triste. La Motte había pasado por otras aldeas y anunoiado a los habitantes la gran noticia de la liberaoión. Había visto los ojos de los aldeanos iluminarse, y las booas abrirse para exhalar alaridos de jubilo, Sn Hugel nadie parecía alegrarse, la noticia llegaba tarde, sin duda, 0 tal vez no habían coraprendido aún lo que slgnificaba su presencia y la de sus soldados.

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- Ya a flrmarse el armistioio. Puede decirse que ha terminado la guerra. Observaba ansiosamente el afecto de sus palabras. Su mirada se oruzó oon la de Rhut, - Para ellos no habr^ armistioio, - Bueno, bueno, mujer - la rinó Anselm.o,- Peor seria qu^ a mas de hab^rnoslos fusilado nos hubieran ganado la guerra, - Llevas razón - aceptó Séndor enjugandose los pitarrosos ojillos, - El sacrifioio de nuestros hijòs no ha sido en vano. Hablaba sin convioción como el que recita por oompromiso el péírrafo de una lectura bien aprsndida. El teniente se sentia oada vez mas incomodo. - Ahora se os ha terminado el sufrir - dijo, por decir algo. - Sí, ahora podremos hablar nuestra lengua, ondear nuestra bandera, rezarie a nuestro Dios. A. las palabras de S^ndor replico Rhut. - Sofia Kart ya no le reza a ningiln Dios, - ?Q.uién es Sofia Kart? - pregunto el teniente.

- tJna mujer a quién fusilaron tres hijos,- explico Simon-j ne. - Desde entonces no se ha lavado ni peinado. - Niraudadola ropa. - Ko ha salido de su chiscón, - Y si alguien se acerca a su puerta lo echa a la oalle. - Solo habla con sus marranos. - Como si fueran hijos suyos.

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- A veces los trata de axcelencias, - Y otras les da nombre de Santo, - En la aldea se la conoce por la madreclta de los cerdos ^" resumió Saunier. ?Puede uno honradamente venir a hablarles de victorià B estos aldeanos? - se decía La Motte. TJnos minutos antes avanzaba triunfante por el camino de Felsen seguido de sus soldados y el corazón le saltaba de • puro jilbilo. No imaginaba que existiera alguien en el pais que no se alegrarà, oomo él, del triunfo de las armas nacionales. Ahora ante ese lamentable cuadro, toda su dicha se desmoronaba. En aquel momento Saunier les estaba sugeriendo a las aldeanas, - Deberfais ofrecerles algo al teniente y a los soldadoe, mujeres.^ - No, gracias - salto el oficial,- Vamos a proseguir ouanto antes nuestro camino, Sse camino ya no volvería a ser lo que fué. SI reouerdo de esos rostres femeninos prematuremente marchitos, con expresión crispada y dolorosa, le perseguiria fuera a donde fuere, Le juarecía que todos aquelles ojos le miraban como diciendo; "?Te vas sin haber heoho nada por nosotras? Entonces, ? por qué has venido? La Motte sentia que no podíaraaroharseasí. Preciseba decir o heoer algo, no sabia qué, algo que sirviera de con-

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suelo a es&s desventuradas oampesinas, - Ciuisiers eÈtrechar la mano a Sofia Kert. - Blen, mi teniente. Seguramente se alegrarà, la pobre. Anselffio sabia que. nada podia ya alegrar a Sofía ICart, paro juzg^rudente dej^rselo creer al oficial. Caminaban el uno junto al otro, el campesino y el militar. Iban por la ilnioa calle de la aldea seguidos de labriegos y soldados. La Motte veia al pasar las casas ruinosas, los huertos abandonades, el piso desigual y enlodado del arroyo, oia detr^s de él el caminar lento y arrastradizo de las mujeres y la chiquillería, Se sentia molesto y avergonzado de estar sano e intacto y sobre todo, de luoir dos galones en la rfianga y una condeooración en la delantera de la guerrera, Experimentaba un violento deseo de arreno^rsela del peoho y meterla presuroso en el bolsillo del pantalon. Habian llagado frente a la casucha de Sofía Kart. La puerta estaba abierta, - Quedaos fuérs, mujeres - dijo Saunier, - Y vosotros igual - ordeno La Motte a su gente. Slmonne y Rhut entraron con los dos hombres. Se adentraron los cuatro por las estancias obscuras donde flotaba un tufillo especial mezcla de humo y de moho, Sus pisadas retumbaban en el vacio, - ( Sofíe: : Hola, Sofia: - gritaba Anselmo. - Estaré en la corrsliza - dijo Rhut. Al andar ^n la oscuridad se tropezaba con toda clase de

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objetos, ora duros y contundentes, ora blandos y resbaladizos, - : SofÍQl ; Kola, Sofia: - seguia gritando Anselmo. Los guiaba un rectangulo de luz en lo hondo de la casa: la puerta de salida al patio. Allí hallaron a la madrecita de los oerdos, sen'tada en una silla baja junto a un füego de lenos. Tenia la vista fija en las llamas sobre las que se hallaban una5 trévedes y en las trévedes un gran perol , El perol humeaba y un hedor nauseabundo de verzas y de grasa de oarnerc rància se esparoía por el ambiente. Vestia la mujer falda de color indefinible, guerrera militar casi destronada y una toquilla atada a la oabeza por la que asomaban unas grenas grises. Sofia no se había enterado ni de la llegada de la tropa fi la aldea ni de la entrada de gente en su casa. Alzose ràpida del asiento, levantó con gesto alrado la ouohara de pelo que usabe para revòlver la bazofia ; - ; Fuers de aqui, espanta josJ Anselmo se acercó, púsole con suavidad las dos manos sobre los hombros, la obligo de nuevo a sentarse. - Yamos, mujer. IJa vista de la anoiane no se apartaba del oficial, - ?Quien es ese hombre? - Un amigo. Nos trae grandes noticies. La expresión del rostro de Sofia se transformaba. En un mstante paracia tener veinte arios menos. Casi sonreía y su mirada brillaba de epperanza, - ?Noticias de glj-os? Como todos callaban y el oficial parecía contrariado, el

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rostro àe Sofia volvió a crisparse, tenia de pronto una expresión de supremo dolor. - Excelencia, devuélvame a mis hi jos - suplico. La Motte no sabia qué hacer ni que decir, Buscaba desesperadamente un gesto o una palabra que puüiera llevar algun consuelo a la desventurada madre. Ante esta vecilación silenciosa, estalló de nuevo la ira de Sofia. - I Largo de aqui todo el mundol Otra vez estaba de pié con la cuchara en ristre y actitud amenazadora. -• Ya nos vamos - dijo el teniente. I.e alargó la mano a Sofia. Esta no la tomo, - I ï'uera, he dichol La Motte perraanecía rígido con la mano tendida. Le humillaba el desprecio de la madre de los tres fusilados, 3e avergonzaba delante de ella de no haber sido también fusilado. En aquel momento esa muerte le parecia la única digna de un autentico patriota, Sufría como un nino a qulen han estropeado un juguete. Però de pronto tuvo una inspiración: Desprendiose del ppíCho el embierTia militar que lo honraba y con dedos temblorosos, lo prendló en la guerrera àe Sofia, Luego beso a la anciana en las dos mejillas y, sin aguardar mas, abandono la casa y, en seguida, la aldea. Ajiselmo y Simonne habian salido con el oficial, Rhut permanecía junto a Sofia. En la pocilga los cerdos grunían,

La anciana explico a Rhut. - Estén hambrientos, los pobres, Yolvió 8 destapar el perol y a revòlver la bazofia con la cuchara de palo. El vapor nauseabundo de verzas y de grasa de oarnero rància se esparció de nuevo por el aire. Rhut levantó los hombros y saiió sln que Sofía se diera, al parecer, cuenta de ello. Los cerdos seguían verraqueando, la anciana avivaba el fuego de lenos. - Serviré a sus sefiorías al instants, Hundió la cuchara en el condimio y lo oató. - I Jolínl - rugió, escupiendo con viveza la cuoharada que catara. Por fin aparto el caldero de las trévedes. Llenóse una escudilla de bazofia. - Gon permlso de sus sefiorías, me sirvo la primera. Había separado una porción dejando la escudilla sobre la silla, En seguida "teació el perol en un barretïo que se hallaba en mitad del patio. Fué a abrir la puerta de la pooilga. Los oerdos salieron en tropel, se precipitaron sobre el barreno lleno a rebosar de pitanza. Resoplaban y gruíïían ansiosos. Però al abrasarse el hocioo retrocedien dando alaridos, Una vez la pitanza terminada los cerdos volvieron a la pocilga. Con el estómago satisfeoho y fatigada de agitarse, Sofia se desplomo sobre la silla baja. Eructo, ^^jktTÚ suspiró cerró los ojos y volvió a eructar. Quedóse por fin con la boo: abierta y los brszos caídos en el regazo. El fuego se moria en asouas ptílidas y brasa menuda. Sofía oabeceó una o dos veces; en seguida empezó a roncar.

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De pronto se desperto sobresaltada. Algo rígido y frío le rozaba la bsrbilla, Sxamlnó el peoho de la guerrera, vió brillar en ella la condecoración. De un tirón, que se llevo un pedazo de pano, se la arranco de la delantera, la conservo entre los dedos crispades como si'hubiera sido un rèptil. Dió asf unos pasos y luego la arrojó a la pocilga. Reíase con violència inolinando e irguiendo el cuerpo una y otra vez. - í Honor a vosotros, heroioos verracos defensores de la pàtria; Llevose ambas manos a la cintura. - Ko os beso en las mejillas porq.ue me duelen los rinones. Però la risa se le trunco en mueca de espanto. Acababa de oourríssele que u*o de los animales podia tragarse la condecoración y perforarse las entranas, Tuvo la ràpida visión del pobreraarranoretorciéndose en oonvulsiones de agonía, sufriendo mil torturas antes de morir. Luego lo vló patas arriba y rígido en mitad del petio. Arrojose con ímpetu entre los cerdos y, a cuatro patas, como ellos, grunendo también, igual que ellos, empujaba a este daba una patada a aquel, un codazo al otro, un cabezazo al de ma's all^. Los cerdos asustados corrien en todas direcciones, giraban répidos sobre sí mlsmos, huían y se acometían lanzando alaridos de miedo y quejas de dolor. - ï Por Lucifer: - bramaba 3ofía. De pronto se acordo de San Nicol^s, patrón de la aldea, relacionado en su mente con no recordaba que historia de cerdos.

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- ; S^lvalos, buen San Nicolfís» Reclbió un empell6n que la precipito de oabeza a tierra. - ; Por los ouernos de Luciferl Entre restos de bazofia y pa ja mojada vió algo o^ue brilla ba en el suelo. Lo asió con f uerza, ptlsose en ple jadeante. - I Gracias, buen San Nioolas* La limpió con el bajo de la falda, la examino, lïra una placa esmaltada #»n colores con una bandera y un lema. Sofia solo leyò: Pàtria. - Pàtria, pàtria, pàtria, - iba diciendo, y se reía. Tiro con gesto airado la condeooración al suelo però la recogió en seguida. Miró en derredor como si temiera ver aparecer al militar q.ue se la había prendido en la delantera. Ese hombre no debía saber nunca c|ue ella se la había regalado a los cerdos y menos aún que iba a tiraria a la letrina, Había dado ya uno o dos pasos en esa dirección cuando, como una flecha, le atravesó la mente el reouerdo del tío Anselmo y del joven Janzer, Irían cualquier día a buscar y a vaciar el depósito de los excrementos y la hallarían allí. Eran capaces de presentar una denuncia al cuartel general. Vendrían a prenderla; quizds a fusilarla, como a ellos. .^uedóse rígida con las pupilas dilatades y la boca crispada. Veia la placeta de la iglesia; unos soldados empujaban con las culatas de los fusiles a un grupo de campesinos, Oyó un grito desgarrador: "No los matéis" Y en seguida una descarga oerrada, (Sofía se tapo loi oídos con ambas manos ,\ Se había desplomado el montón, Todos yaoían en el suelo en posiclones extrafías. Alguno movió aiin un brazo, otro la cabeza, luago quedaron quietes. Cuando. los Soldados se hubieron marchado, ellos seguían en el suelo.

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Però ya no se movía ningun brazo ni se levantaba ninguna oabeza. Sofia tenia aún entre sus dedos crispados le condecoración, Había que hacerla desapareoer de manera que nadie pudiera ballaria. Recordo el río anoho y profundo. Pasaba por los aledaílos de

Hugel.IBuena y segura sepultura para el abominable objetoí

Zambullldo en el oleaje, irfa a bundirse en el oieno o flotaria entre dos aguas rumbo al molino, pasaría entre los barretes de la presa, desaparecería para siempre en los remolinos de espuma. - í Allí sí que no ira a buscarte nadieI Lo envolvió ouidadosaraente en un trapo viejo, lo ató con un oordel y se lo metio en el bolsillo lateral de la guerrera. Llevaba mas de dos anos sin salir a la oalle, le daba reparo atravesar el umbral y soslayar la fatídica plaza donde, tal vez eÈtaban aún ellos amontonados. Temia ademas cruzarse oon algun aldeano y que éste le preguntarà a dónde iba. Por fin se deoidió, Atóse bien la toquilla debajo de la barbilla, empujó debajo las grefias que le oaían por la cara. Se aceroó a la pooilga, - Hasta pronto, hijos mlos, Sstaré de vuelta a la hora de la manducatoria. Era ya muy entrada la tarde cuando tomo por el camino de Glosters, Recordaba un senderillo que, a través de los labrantios del tío Anselmo, la conduciría répidamente a una cafiada por la que podria deslizarse hasta la alameda vecina al rio. Entornaba los parpados porque los haoes de l\iz del sol poniente le hacían ver molestas ohiribltas. Asplraba la fragància de la tierra labrada y a medlda que iba avanzando ots

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gozaba de las emanaciones més y més freouantes ds las plantas ribereftas humedecldas. Sentíase diligente y ligera oomo cuando tenia quinze anos SI roce de las galochas con las pledras de la oaíiada produc^én un alegre repiqueteo. Los agudos graznidos de las oornejas, que llevaba tanto tiempo sin oir, se epparoían por el espaoio. " ! Hola, Sofia Kartí Ya era hora de que salleras a la callel " - ?Pero no sabéis lo que pasó en la plaza? Las oornejas seguían graznando: " No pasó nada. Mo pasó nada/" " A lo major lo habré sofíado - decíase Sofia-, Porque todo esté igual que antes. Después de lo que iba a realizar ( pero?que é»a exaotamente lo que iba a realizar?) volvería presurosa a la aldea. Aloys la esperaria en la plaza mientras las vaoas se desaiteraban en el abrevadero. Estaria ya atardeoiendo; la hora alegre del retorno de los reban.os de los pastos. Los caminos se llenarian de silbidos de zagales, del tanido de oencerràs y de esquilas. Peter y Michel, con otros jóvenes labriegos, regresarían cantando y riendo de los campos y toda la aldea resonaria de vooes juveniles;^ olería a ganado y a humo. Sofia aoababa de entrar en la alameda; era oomo entrar en un templo, Volaron los pensamientos optimistas y una espècie de solemne melancolia se le esparció por todo el ser. Los àrbolos formaban profunda bóveda por donde la claror de la tarde entraba suave y temizada. In las altas y tupidas ramas se movian infinidad de aves cuyos trinos, gorgeos, y aleteos alter-

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naban oon el grave y cada vez rais perceptible rumor del río. Los tronoos de los flames blanoos se alineaban formando tiíneles, ora perfeotamente perpendiculares, ora sorprendentemente sesgados, Hasta aquel preciso momento Sofia no había observado que al caminar por ellos los tronoos de los érboles se desplazaiïan como las figuras de un cuerpo de baila. Resultaba un hermoso espectaoulo. El fru-fru de las galoohas en la hojarasca, le producía una suerte de embriaguez. Gomo en los tiempos de su infància, arrastraba los pies exprofeso para aumentar esa sensaoión y, cuando no había bastantes hojas muertas en el suelo, se adentraba por la maleza para hollar y expulsar a su paso esa matèria ligera y crtjiente. La sensaoión de maravilla era allí m^s intensa adn, Islotes de césped se destacaban entre la vegetación muerta: verdes y frescos jardinoillos que alternaban oon los pimpollos de ^lamo blanoo. Haces de luz amarlllenta se filtraban y se desiizaban entre las altas oopas de los érboles, avivaban el color verda y plateado de la hierba y de los retonos prest^ndoles formas y policromías de paraíso en miniatura, Sofia volvía al camino. A lo lejos, al fondo de la bóveda vegetal, en el lugar que Sofia oonsideraba mucho mas all^ del río, tal vez en los confines del país, brillaba una gran refulgencia parecida a un Incendio, Aquella inmensa hoguera consumia quizas un bosque entero o una gran ciudad desconooida, Sofía recordo de súbito que algo monstruoso estaba sucediendo en el país: robos, satjueos, destrucción, asesinatos.,, Parose asustada e indecisa. ?por qué hab^ía salido de casa?

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Quiso inmediatamente volver a la aides y giro sobre sus talones y comenzó a oorrer en direooión contraria a la que había seguldo hasta entonoes, Parose jadeante preguntandose por que corria. Respiraba con pena y sus ojos exorbltados miraban inquietos en derredor. Oyó los trinos y los gorgeos de un ruisenor en la enramada: flauteaba y gorgotiteaba como el mejor de los instrumentlstas o el mas perfecto de los cantantes. » Qué maravilla y qué placerl Sofia hubiera oontlnuado esoucMndolo a no ser porque algo, aunque no recordaba qué, la apremiaba cerca del río. Volvló a girar sobre sus talones y a caminar. De nuevo arrastraba las galoohas j de nuevo gozaba oyendo el fru-fru de su paso en la hojarasca. El horizonte, limitado por el marco ojival de los arboles, palidecfa en rosa anaranjado, Q,uedaron atras los alamos blancos, el fru fru de la hojarasca, las altas enramades con ooncierto de aves, Ahora la bdveda celeste se desplegaba sobre Sofía como una gran sombrilla atornesolada, alta y desiumbrante, palidecfa el firmaraento alltí^ en lo hondo del infinito. En el repentino silencio, hacíase m^s sonora la voz de la corriente. Y a unos cincuenta pasos de allí, aparecié por fin el brillo del agua, A pocos pasos de Sofía terminaba el terreno llano, comenzaba el deolive* BHX

que en ràpida pendiente y cubierto de espesos

matorrales se deslizaba hasta el cauce del río. Sofía se paro indecisa. Aquel terreno cubierto de morales silvestres, frondosas hiedras, agresivas carrasquillas y gigantesoos helechos, parecía invitaria a retrocedar, Pero Sofía re-

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oordaba de pronto lo que Iba a practicar al río y no estaba dispuesta a renunciar a su proyeoto. Tenia en la mano crispada aquel objeto odioso. Gon la sola fuerza de su braao no podia proyeotarlo en mitad de la corriente, estaba demasiado lejos. Si quedaba entre los matorrales, com mo seguraraente sucedería, se exponía a que algun pescador lo enoontrara y la denunciaria. Volvió a guardaria en el bolsillo. Bln la orilla opuesta, dos o tres sauces llorones abandonaban a la corriente sus lànguides penaohos de un verde suave. La corriente jugaba con ellos como un amante con los cabellos de la amada: los atraía, los soltaba, los tiraba hacia sí, luego èedía, volvía a tirar y a oeder mientras, susurrante y retozona, triscaba río abajo. Sofia esGuchaba la polifonia del agua, distinguía sus diferentes voces como la de los tenores y los bajos en una masa coral: el bordón de la corriente en el centro del cauce, la oadenoia de los riaohuelos afluyentes, los gorgoritos y las pausas de los remansos, el ohapoteo de la resaca en la orilla,.. SI río, poco visible aún desde el ribazo, pasaba cantando y riendo però no se dejaba abordar,ïïrapreciso llegar a él y sepultar en sus aguas ese objeto peligroso y aborrecible. Sofia penetro en la maleza resuelta a ejeoutar su plan. Aqui y alia', entre las hiedras y las oarrasquillas, se formaban pequenos surcos debidos al agua de lluvla, Podían servir de camino a condición de agarrarse bien a unas raíces que, como drizas inútiles de un baroo abandonado, colgaban por el margen, o a las hojas festoneadas de los helechos. Precisaba bajar de espalda, gateando y arrastr^ndose.

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Hincaba Sofia la punta de sus galochas y cuando la sentia aflanzada, tanteaba con la otra el terreno. El declive se ponia cada vez mas empinado y resbaladiso. Sofia resollaba y sudaba. Comenzaba a arrepentirse de haber emprendido esa aventura, Mientras estaba pensendo en ésto, una de las galochas resbaló sobre el guijarro en que se apoyaba, se le salió del pie: piedra y calzado rodaron por la pendiente, se preoipitaron al río, se zambullieron burbujeando en él. A Sofia se le liabia desgarrado la falda^ y la carne, de un blanco de papel, aparecía por el desgarrón. Recordo que esa falda era un rep-alo de su hijo Miohel, se la trajo de Welch un dia de feria. Se la entregó con rostro satisfecho y ella ( como se arrepentia en aquel momento) lo rinó por semejante despllfarro, Atiora veia a Mlchel ensangrentado y rígido en la plaza de la aldea y enseguida a Peter y a Aloys ensangrentados también y rígidos entre el montón de campesinos fusilados. - ( Malditos - rugia Sofia Kart, sin dejar de gatear por el ribazo, - malditos, mil veoes malditos; Bajaba deprise y arrastr^ndose por el luargen con los codos y las rodillas bien pegados a la tierra y los dedos crispados alrededor de los helechos. Bió otro resbalón, que la obligo a soltar el largo tallo q que empuiiaba. El tallo quedo mondo y las hojas convertidas en lluvia. Sofia permaneoió un momento jadeante en equilibrio sobre al declive. El corazón le latia apresurado y los dedos convulsos se agitaban en el vacío sin ballar donde asirse. Con un esfuerzo

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fmprovo, una espècie de salto de rana, logró asir i empunar una largs raíz que parecía bastants solida. Respiro un momento con ànsia, el aire húmedo y acre que subía del río^antes de ponerse de nuevo enraovimiento.Oía ya el ohapoteo de la resaoa bajo sus pies, solo le faltaban unos metros y el eleraento cíestruotor estaria al alcanoe de su mano. Podria tirar la condecoración al agua y volver a subir a rastras el ribazo. Volvló el rostro para inspeccionar el terreno, vió la anchura del rio donde la lu2 crepuscular ponia largas pinceladas rojas. En la orilla opuesta los sauces llorones alargaban su sombra verdosa hasta muy adentro de la oorriente. Movida por el oleaje se ensanchaba y reducía, permanecía un momento inmóvil y volvía a ensancharse. Las olas turbulentas hervían y espumeaban ruldosas en derre dor de una mejana cubierta de pedregal, luego se transformaban en corrientes separadas, se unían mas abajo, seguían juntas la marcha descendente, Toda el agua parecía aprèsurarse hacia no se sabia que destino, divirtiéndose un instante con las oosas terrestres, desGonsidera'ndolas pronto, abandonandolas al fin con indiferència como si en resumen, la tierra fuese un elemento insignificante. Decidida a continuar, Sofia alargó una de sus piernas, tanteó a ciegas el terreno, creyó hallar por fin algo saliente que le brmdaba, al parecer, un apoyo. Afianzose en él y cuando ya se disponia a soltar las asiduras que la retenian al margen, la tierra comenzd a resbalar. El cuerpo de Sofia, cubierto de sudor,

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se tendia como una ballesta entre 41 terreno resbaladizo y sus manos oonvulsas. En contracciones desesperadas trataba en vano de afianzar una parte del cuerpo sobre el ribazo. Todo el peso de su huraanidad colgaba de los brazos rígldos, tirantes como cables, SI dolor que le produoía este esfuerzo era tan agudo que Sofia oomenzó © gemir. Una tras otra las galochas babían resbalado por el declive y desapareoido en el agua. las raíces oedían tambíén però eran adn bastante sólidas para soportar el peso de su cuerpo. Casi impreoeptiblemente Sofia desoendió aïln unos oentímetros, En aquel momento orsyó oir ^

ruldo de pasos en la mal-^za,

- » Venid: : "ïenldl Ssperó unos se^^jundos, Nadie contesto ni se acercó. Solo o£a la monòtona sinfonía del agua oomo una espècie de risa burlona, , - : A mi: : A mi: Escuchó un momento anhelante, però en vano, Entonces se acordo de la muerte y tuvo miedo de morir. - I Socorro I 2 Socorro I Anocheci'a, Se alargaban las sombras de los èírboles en lo alto del ribazo. Un vaho azulado flotaba como un cendal de gasa sobre la maleza, el aire se enfrlaba rdpidaraente y el rumor de líi oorrlente se ponia m^s amenazador. Sofia deseaba volver a casa, darle la pitanaa a los marranos, oir sus familiares grufíidos, comer bazofia y dormir en su yaoija junto al hogar, SI bramido del agua sonaba a traioión, le habia brindado su seno para sepultar en él aquel objeto de esoarnio y ahora se la

-so-

la sorbía a e l l a , - ! Socorro! I Sooorrol El dolor de los dedos era ya irresistlb]e , Sofía levantó la vista haoia las manos y la parte de brazo que descubría la manga Las vió horriblemente hlnohadas, con las venas salientes. Las raíoes, oomo navajas bien afiladas, tallaban ya en la carne. Dos hilillos de sangre brotaban de los dedos, corrian muneoa abajo, Sofía creyó oir el ruido de una cana de pescador que alguien arrastraba por las piedras de la orilla, - ?Eres tu, Hans Janzer? I Ven por favorj La sangre seguia inanando y el sufrinilento aumentaba. Ya un sudor frio le banaba la frente, ya se le nublaba la vista, ya el corazón disminuía la frecuencia de sus latidos. Entonces la canción del rio se volvió mas suave. Allé abajo, a sus pies, una voz susurrante y persuasiva parecía declr; ?':4ue esperas?" Sofía soltó la raíz. Su cuerpo se mantuvo un instante en equillbrio sobre la repisa socavada por la resaca. EB seguida resbaló al agua con un ruido sordo y amortiguado. Con anhelante amor, casi con ànsia, el río envolvió a la mujer. Sus lergos brazos fríos y escurredizos subieron lentamente por su cuello, por sus mejillas. Miles de blandos labios se apretaron contra sus labios seoos y ardientes, proour^ndole inefable bienestar. Fluides lenguas penetraren en su boca, se le esGurrieron por el paladar y la garganta, Sofia sorbía con ànsia aquel liquido fresco y generoso, hasta que sintiéndose satisfecha quiso dejar de beber. Però en-

- SI -

tonoes el agua ye no la obedecia, Le e>itraba a raudales por la boca que no podia cerrar, por los agujeros de la nariz que la asplraba a grandes dosis, por los ojos exorbitados que no veían ya los sauces de la orilla ni el cielo amoratado del aterdecer. Mi les y miles de burbujitas plateadas le danzaban delante >ía vis_ ta. Sofia tosió y escupió, alargó los brazos liaoie. arriba como si quisiera asir el espaoio. Pierneó, meneó de un lado pare otro la oabeza con desespero. Todo su viejo cuerpo dotedo de si5bite energia, trataba de rechazar el agua. Però el agua era mas fuerte que ella, Sofia se entregó por fin.

- ag -

El paso de la tropa por la aldea oon la noticia de la liberación había producido en Simonne un efecte singular. No paraba en nlnguna parte, iba de aciuí para all^, emprendía una tarea y la dejaba, tomaba otra y la dejaba también, íío podía acabar de oreer que esos malditos extranjeros hubiesen abandonado el país para slempre, Y temia verlos surgir de un momento a otro como habían hecho ya tantes veces. No se atrevia ni a dudar

ni a alegrarse. Lo prlmero no era posible después de las palabra. del tenlente, lo segundo, tampoco, ya ci_ue ni G-regorio ni Andrés se hallaban allí para participar al regooijo general. Anselmo, por su parte, no pareol'a nada dispuesto a comentar aquel gran aoonteoimiento. Vacaba a sus ocupaciones en el huer-, to o en la oorraliza y de pronto entrabe en la casa como si buscarà algo, daba una vuelta por las habltaciones de abajo y volvía a salir sin haber despegado los labios ni abierto un armarlo ni haber esido una herramlenta o utensilio alguno, En ouanto a Andree, tampoco se mostraba muy parlanohina. Desde que se marchó el oficial y los soldades no hacía mas que enjugarse los ojos, suspirer y sonarse, Como cada manana, se ocupaba de la cocina, però aciuel dia se le apageba el hornillo a menudo. Lo volvía a encender, oolooaba en ^1 un puchero que el caüo de un momento se ladeaba y vertía sobre las brases el contenido. Andrea avivaba el fuego de nuevo, se enjugaba las léígrimas y suspirsba. Hasta que Anselmo, en una de sus injustificades entradas en la casa, la vió, se psró junto a ella, le dljo en to no de reproche:

- 33 -

- No es un día de duelo, es el día de la liberación. Andrea replico: - Ya lo

sé,

Rhut había Golooado un ramo do flores ante la í'otograffa de Francís, al tiempo cue le decía en voz baja: - I Por fin los hemos echado, hijoï Greta y Johanna, sin deoírselo, se habían enoontrado en el ceraenterio de fusilados junta a la tumba de sus maridos. Habían ido allí .oomo si quisieran participaries la. gran noticia.

Guando volvían del Campo Santo, vieron a otres aldeanas !? , que se dirigían a él, Se saludsron en voz be ja sin liaoer el menor oomentario. La misma intención que las había llevado a ellas, llevaba a las otres sin duda. Llego la noohe. Gomo • cada atardecer, los rebarios se habían desalterado en el abrevadero publico, el olor de lana y de estiercol se había evaporado en el aire, las voces de los zagales.con el tanido de los oencerros,se habían callado por fin y un silencio Solemne planaba sobre la aldehuela adormecida. Las puertas y las ventanas de las casas estaban cerradas, humeaban las chimeneas en los tejados, el tufo de la lena quemada se esparcía por el aire. De pronto, en aquella paz aparenta, se levantó y se extendió por el aire la tremenda gritería de los oerdos hambrientos de Sofia. Los oyó prlmero la veoina m^s pròxima, Greta Lemomd, Acercose a la pusrta óe la oasa y la halló abierta de par en par.

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Dió algunos pasos en la oscuridad,

- : sofís: : sofía: Como nadie respondía y los oerdos seguían gritando, Cïreta, asustada, fué a llainar a la puerta de Rhut. - ?Oye usted e loa msrranos de Sofía? - S£, los oigo, però ?qué tiene éso de particular? - Es que Sofia no contesta. Rhut encendió un farol y, seguida de Greta, entro en la casa. las dos mujeres inspeccionaron habitación por habitación sin dejar de llamar a Sofís, Luego salieron a la corraliza, examlnaron la pocilga y el retrete. Al oir vooes y ver la luz, los oerdos redoblaron sus gritos. ÏÏra un ooncierto desgarrador, C5·reta se tapo los oídos, - ?Dónde esta vuestra madrecita? - les preguntaba Rtiut, Los o-'^-rdos volvían a quejarse y a grunir. - Vamos, va mos;

no hay para tanto.

Los marranos parecían oomprender lo que las dos mujeres les decían, Call^banse un momento, luego volvfan a agitarse y a escandalizar, - Esttín hambrientos -, comento Greta. - No sdlo hambrientos sinó alarmados. Los animales sienten como las persones, I,o que no saben es hablar però sí hacerse comprender, - Eohan de menos a su madrecita, - ?Dónde estarà esa desdichada? - Desde luego en la casa no estd; no nos queda por registrar ni el excusado. - Habra que avisar a tio Anselmo,

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- Vamos all^ , Un reto m^s tarde la aldea entera estaba alarmada. Un rapaz que volvía de Glosters al atardecer, afirraaba haber visto a Sofia Kart atravesando los labrantíos del tío Anselmo en dirección a la alameda. Saunier y el joven Janzer, armades de faroles, se dirigieron allí. Siguieron paso a paso, sin saberlo, el trayeoto que había se guido Sofia però al lleg-ar al intrincado ribazo por donde ella se aventuro, los dos eldeanos se detuvieron. - Ni rastro - dijo el tío Anselmo desalentado. - ?Q,ué andaríe buscando la vieja? - oomentó Hans. - Llevaba ya mis de dos anos sin salir a la calle, - Y cuando sale ya no vuelve. Hans inolinaba todo el cuerpo sobre el margen. Con el brazo rígido proyectabe la luz del farol sobre la maleza, - No creo que se haya arriesgado por el declive. De pronto gritó: - I Aquí esté su toquilla; Se la mostraba a Saunier sosteniéndola de una punta. - * Q,ué ojos tienes, muchachol Un instante después coraentaba: - Y para qué habra ido ésa al río? - A lo mejor a pescar, - I Q,u^ disparatel - Voy a deslizarme hasta el agua. - ; Ten ouidadol El joven Janzer se metió en la maleza.

- Ü6 -

Anselmo oía el crujir de las plantas castigadas por el paso de su cuerpo, veia el dèbil halo de la luz del farol, desliz^ndose con lentitud sobre los helechos, las zargas y las carrasciuiHas. la voz de Hans le llegaba de lo hondo del ribezo. - I Jolín, oomo esta estol - ?Q,ué ves? - gritaba el tío Anselmo desde arriba. - I^ada. - Sube ya. No vayas a caerte al río. Un rato después el joven Janzer volvía a estar al lado de Saunier, - Cómo no se haya tirado al agua... - ?Para qué se iba a tirar? - f^ué sé yo,.. - Y ahora, ?qué hacemos? - Volvernos a la aldea, mariana seguiremos buscando. ?No le parece? - Bueno. Eran ya cerca de las doce cuando los dos hombres regresaron. Rhut y Simonne^por su parte, habían inspeccionado los labrantíos de Saunier y un trozo de la oafiada. Comentaban con una parte del veoindario el resultado inútil de aq.uellas exploreciones nocturnes, Al fin todo el mundo se fué a acostar. A la manena siguiente, Greta declaro que no había podido pegar el ojo en toda la noche. - Los marranos de Sofia - explicaba a las vc-ïoinas, - no han

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cesado de verraq.uear. - SI su madrecita no vuelve, 1?amos a tener serenata para reto - dijo otrou •Sfectivamente, los cerdos solo oellaban cuando les daban la pitanza, Enseguida volvían a gritar y a grutiir. Esto duro un par de días, luego empezaron a acostumbrarse a los ouidados de Rhut y de Greta. Entretanto el tío Anselmo había dado parte, y las autoridades de Welch se habían heoho cargo del asunto. Una semana después llego a Hugel un guardià en bicicleta. Se apeó ante la Gasa Consistorial, que halló, naturalmente, cerrada Apoyò la maquina en la pared acribillada de balazos y echóndose el quepis al oogote de un pulgarazo, se quedo mirando en torno 8 la plaoeta vaoía. Vió por fin a un rapaz que le esteba observando desde detras de un abedul, - Eh tu,fluerrllleroen miniatura, ve a busoarme al sefior Alcalde. - 7A1 tío Anselmo? - He djcho al sefior Alcalde. El rapazuelo se echó a córrer, - tOyetlOyet ?No hay por aquí un cafetucho? - No 3enor. -?NÍ una tabernucha? - No sefior. El rapaz volvía a córrer hacia la vivienda del tío Anselmo que se hallaba e unos veinte metros de la Gasa Consistorial. Al llegar a la puerta, paróse y sefíalandola oon la mano, le gritó al forastero.

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- : Es aquf: En seguida se escabulló detras de una tapia, "Qué fastldio de villoriol" mascullaba el guardià,"ni siquiera uns raala taberna donde apagar la sed." Anselmo y Simonne estaban en los labrantíos, Andrea le recibió temblsndo. Slempre la habían atemorizado la gente vestida de uniforme, sobre todo desde la guerra, cuando los resistentes, entre los cuales au hljo Andrés, se escondían en los bosques y en las Cuevas y los soldados extranjeros venían a registrar las casas de Hugel. - Quisiera hablar con el senor Alcalde. - Ml marido est^ en el oaxnpo, no sé cuando vendrà. - Se trata de la mujer desaparecida, - ? De sofía Kart? Al guardià se le contorsionó el rostro de una manera extra fia, - Tengo el ganote tan reseco que a penas puedo hablar. - Al instante le slrvo algo. Llego con un vaso y un plohel lleno d© sidra. - Beba usted. Cuando llego Anselmo el guardià le anuncio: - Ya aparec!ó la vieja. - ?Vlva? - Fiambre. Su cuerpo se hallaba detenido en la reja del molino de Hauser, - Però, ?se sabé que es Sofía Kart? - En el estado en que se halla, lo mismo podria ser ella que la emperatriz de Eusia.

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Bebíó el ultimo sorbo de sidra, lanzó un ; ahi de satisfección, limpiose los labios con el dorso de la mano y se puso en ple. - Lo mejor es que se venga usted oonmigo hasta la presa pare identificaria. Reoorrieron en bicicleta los cuatro kilómetros que separan Hugel del molino de Hauser: unas veces arrastrando la maquina, otras rodando lentamente. Les recibieron los molineros, marido y mujer, muy exoitados por el hallazgo, A Saunier no le costo Identificar al caddver aunque estaba muy desfigurado. - No hay duda, es Sofia Kart, -?Est^ usted bien seguro? - le pregunto el guardià, - La vi el mismo dia que desapareció. Llevaba puestas esa falda gris y esa guerrera militar. - ?Por qué diablo usaba uniforme? - Era muy pobre, Aproveohó para abrigarse esa guerrera de un soldado tuberouloso que murió al regresar del frente. - Habr^ que registrarle los bolsillos. El guardià puso manos a la obra, Sus dedos tropezaron con un objeto duro. - ?Ciué demonio lleva aquí? Todos miraban con curiosidad las torpes manos del guardià desatar el cordel o deshacer el emboltorio, üuando lo oonsiguió por fin, hubo un movimiento general de asombro. - ; Una -

Gondecoraciónl

í La Cxran Cruz de San A n d r é s ;

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- Però ?estaba condecorada l a v í e j a ? Limitose e l t í o Anselmo a a l z a r los hombros. ?A qué complicar màs l a s cosas? El guardià lo miraba con desoonfianza. - No debería usted i g n o r a r l o . - Pues lò i g n o r o . - Y ?usted0S?

Los molineres no sabían tampoco nada, - ?Gómo lo vamos a saber nosotros? - Una Gosa así mete bastante ruído. Kl guardià tomo un aire suspieaz, - Entonces la habr^ robado. - Puede. La molinera lo dudaba, - Y ? a quién? El tío Anselmo explicé: - Que yo sepa, en el pueblo no se ha oondecorado a nadie. El molinero comento. - : Es extranol El guardià seguia sin comprender, - Y ? por q^ué se habrd su*cidado la vieja? - No creo que se haya suioidado, - MotiVos sobrados tenia, declaro la molinera, - Però no habría aguardado tanto tiempo. - ; Precisamente el dia de la liberación; El guardià se sentia màs y m^s intrigado, - Todo esto huele a misterio. En seguida se puso a esoribir el Informe del hallazgo del

- SI -

cadàver sln olvidar e l d e t s l l e de l a condeooraoión, la c u a l , mas t a r d e , entregó respetuosemerite a las autoridades, Saunier flrmó la identidad de la víctima y e l molinero f i r mo también como t e s t i g o . Un furgón de las Pompas Fúnebres fué a por el cuerpo de Sof i a , lo llevo e Welch deposit^ndolo en la sala de diseooión del H o s p i t a l . Dos raédicos practicaren la autòpsia declarando que l a muerte había sldo por a s f i x i a . Hubieron de afiadir que el cuerpo presentaba algunos rasgunos en un muslo, uno o dos golpes en l a frente y desgarro de v a r i e s dedos de l a mano. Ninguna de estàs heridas ni contusiones era mortal, Q,uedaba pues bien demostrado que Sofia Kart, la madrecita de los cerdos, había muerto ahogada en e l r í o . El cuerpo de la anciana encerrado en una modesta ca ja de pino, fué devuelto a íiugel para ser enterrado en el cementerio municipal, Anselmo dispuso que lo depositaran en la Casa C o n s i s t o r i a l desde donde lo l l e v a r í a n a l a I g l e s i a para entortarle un respons o . Por desgracia no había cura en e l pueblo desde el p r i n c i p i o de la ocupación. El p^rroco de Mulsteln, a cuya f e l i g r e s í a

per-

tenecía Hugel, cpmo muchos otros sacerdotes p a t r i o t a s había sido deportado, El t i o Anselmo alcalde de l a pequefia l o c a l i d a d , iba pues a encargarse personalmenta del s e r v i c i o fúnebre. El joven Jan^er junto oon Simonne y Rhut ayudaron a t r a n s portar el féretro,

Eueron oon unas aní^arillas desde el Ayunta-

miento a la i g l e s i a . A l l í los esperaba|^ toda la aldea reunida. El abuelo Janzer, con su pierna r^nca, resultaba p r a c t i c a -

- 3H -

mente iïipUutíl, però estaba en primera fila, palpitando de ouriosldad. Cuando todos estuvieron oolooados en derredor del ataud, Anselmo Saunler se sacd el breviario del bolsillo, comenzó, lento y torpe a hojearlo. Busoaba las oraolonss de difuntos mientras las aldeanes y los rapaces esperaban sin pestariear ni impacientarse, Todos sabían q.ue estaban asistiendo a un acto grave y solemne pese a le sencillez de la ceremonia. Por fin Anselmo halló el responso que estaba buscando, pusóse 8 leer sílaba por sílaba cotao los ninos en le escuela. Mantenia el libro bastante lejos de los ojos csnsados y enrojecidos que trataban de ver a través de las gafas osoilantes sobre la nariz. - Suplícote, Sefior - decía vaollanta-, suplícote, Se^íor, te dignes absoiver el aLma de tu sierva Sofia Kert. Murió sln los auxllios espirituales y probeblementa en pecado mortal, però Tu misericòrdia es infinita. Ten piedad de ella, Setlor» Se paro un moraento y observo a los asistentes por en oi ma de las gafas. preguntabase si se habrían dado ouenta de lo que leía y de lo que improvisaba. Però nadie mostro extrafieza ni desaprobaoión y Saunier siguió la lectura. - Dale el r^^poso eterno, Senor, y la perpetua luz la iluminaré. Descansa en paz Sofia Pvart, por la misericòrdia de Dios, - Amén -, contestaron las mujeres, los rapaces y los ^anze:t^ el vlejo y el joven, Anselmo se persignó, los otros le imitaron. Llevaron el ataud hasta una fosa que habían previamenta cavado y, ayuda'ndose de unas cuardas, Simonne, Rhut y Har^ lo

- 33 -

deslizaron en ella. Varias mujeres se habían traído sus azadas; entre todas la oubrieron de tierra, palada tras palada. Iban ya a disolverse cuando Greta Leraond dijo de pronto, - Deberíamos tooar a difuntes, - Easta ahora se ha presolndido de ello - observo Saunier, T por desgracia, no por falta derauertospara enterrar! - Todo ha cambiado. Ahora ya sanos libres. - ; Ko íbamos e tooar estando ellos aq.uíí -Pèro ?quién se encarcara de tocar? -lYoI - salto el joven Janzer. - ?3abras? - ?Y por qué no voy a saber, abuelo? - Hay que estirar de la cusrda con lentitud y oorrección. - Con golpes espaciados. - Esperar que se haya perdido el eco para estirar otra vez del badajo. Hans había clesapareoido ya en la iglesia, - Nuestro cura tooaba rauy bien ,- comento Greta Lemond. - ; Pobre mosen: Ya estarà haciendo malvas, - ?Q,uién te ha dicho que esta haciendo malvas? - Bueno, pues asfixiado en una Cí^rriara de gas. - 0 achicharrado en un horno crematorio, - 0 senoillamente viviendo oomo tu y yo, - i Glarol - aceptó Saunier,-íTodos no van a estar muertos; Tíln aquei momento comenzó a sonar la campana. Llevaba tanto tiempo sin tocar que al oir las primeras campanadas todos los pechos se dilateron y las pupilas sa redondearon, Algunos oljos, que no habían llorado por Sofia, se llenaron de l^grimas.

34t

La voz del c o b r e , v l e j a y f a m i l i a r , s a l í a d e l oamparjario y se esparofa por e l a i r e . Sonaba i g u a l que un mensaje de d í a s r e motos y a l a vez de d í a s f u t u r o s . R e p e r c u t i a en lo a l t o d e l e s p a c i o , volaba en ondas s o n o r a s hacia l a s l e j a n í a s y e l eco l a t r a í a de nuevo hí-jcia l a p l a c e t a planando y descendiendo

finalmen-

t e sobre l o s a l d e a n o s , - Tang: - Tang; Sofia ha ;tíuerto, rogad por su alma. - Tang! - Tangl Descansa en paz desventurada madre. - Tang: - Tang: También t o o o por l o s

fusilados.

Después de a q u e l l o s anos t r ^ g i o o s de d o l o r o s o s i l e u o i o l a o b l i g a c i ó n de lo campana e r a t o c a r s o l o a d l f u n t o s y e l joven J a n z e r ponfa en e l l o todo su erapeno y su c i è n c i a de oampanero n o v e l . Però la v i e j a campana h a r t a de s i l e n c i o se ponia ta^ibién a r e v i v l r . Hablaba de l a muerte por o b l i g a c i ó n y a l p r o p i o tiempo proclamaba la d e r r o t a de la qjuerte a n t e e l t r i u n í o de la v i d a , - Tang: - Tang: Si hoy doblo por un e n t i e r r o raanana r e p i c a r é por un b a u t i z o . - Tang: - Tang: Alegraos, mujsres; todo volvera a empezar. Simonne Saunier reoordaba al tenlente la Motte. La mucïiacha

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que estuviara enamorada de él, lo varia volvar del frente sano y triunfante, El amor y la dioha eran aún posibles para algunas personas, Simonne evocaba a Gregorio al oual había Jurado fidolidad de cuerpo y de espíritu basta la muerte. Y ahora , de pHíunto, al oir la campana, sin saber por qu^ volvfa a oreer en el amor y en la dicba. Gas i le parecía que podria aún amar e otro liombre y ser fellz con

él.

Estos pensamientos punzaban como agujas y al mismo tiempo acariciaban como la brisa fresca del monte. Al oir la campana, también el pensamiento de Phut se había puesto a evolucionar. Era como si de súbito le hubieran nacido un par de alas, INO pensaba en el amor como Simonne, pensaba sencillamente en la vida. Sentia como un ànsia de vivir aunque hubiera de vivir sola, Esa vida que entreveia, no presentaba una forma precisa, consistia en respirar, ver, oir las cosas amables que la rodeaban. Trabajar sus tierras y esperar que rindieran su fruto, caminar por los senderos del labrantio y oler el vaho de la tierra recién arada y del estiercol. Recordaba las horas de positiva dicha al lado de Sebastién y de Francis, luego las horas tragioas de la guerra y la ooupación. Ssas horas pasaron y ahora vendrien tal vez otras dulces y apacibles. Al sonido de la campana se le diletaba el pecho y el oorazón le latía con mas fuerza. Olas sucesivas de oonfortante calor nacian en lo hondo de su ser, le subian hasta la garganta, se le esparcían por las mejillas. Los campos y las el cielo que los cubrían parecían mas lurainosos que de costumbre, como empapados

-

36 -

de una hermosura nueva, o a s i

sobrenatural.

Greta Lemond i n t e r p r e t a b a e l oampaneo de Hans J a n z e r como e i adiós de la aldea a Sofía K a r t . Se Imaginaba a l a pobre anciana t r a n q u i l s por fln en su a t e u d , después de a q u e l l a època

terrible

y a g r a d e c i d a a la despedide de l o s a l d e a n o s . La v o l v í a a ver c o ïïi o a n t e s de la g u e r r a : t r a b a j a d o r a , animosa, un poco

autoritària,

reinando d e s p ò t i c a sobre sus t r e s e x c e l e n t e s h i j o s . El pensainiento de Tireta s a l t a b a a q u e l l e s aPios t r ^ g i c o s dur s n t e l o s c u a l e s no t o c o una s o l a vez la campana p a r r o q u i a l , para v o l v e r a l seroelio de l a a n c i a n a , Ya e r a hora de que descansarà en p a z , la p o b r e . Quedaba en pie la o u e s t i ó n de l o s m a r r a n e s , Sofís no t e n i a h e r e d e r o s . ?Gómo d i s p o n d r í a Saunier de sus b i e n e s ? Al a l c a l d e de la a l d e a tocaba z a n j a r dicho a s u n t o . ?Entre q u i e n e s

repartiria

l o s oerdos? - : Tang: - : Tang» ÍLa campana d e c í a ; "Entre Rhut y G r a t a , E l í a s l o s han ouioado y mant^nido desde que d e s a p a r e c l ó

Sofia.

- : Tangl - : Tangl Pronto t o o a r a para m i , - pensaba e l v i e j o J a n z e r . No l e p e saba d e j a r e s t e mundo ahora que e l enemigo e s t a b a v a n o i d o . Habia c r e d o muchisimo a Dios suplicrfndole que l e d e j a r a v i v i r h a s t a

el

dÍ8 de la v i c t o r i à . Però a l evocar a su yerno f u s i l a d o y c o n s i d e r a r la inmensa soledad de Jofeianna, e s t a v i c t o r i à no l e p a r e c í a completa. El también, a p e s a r de sus afios y sus d o l e n c i a s , habia t r a b a j a d o en la r e s i s t è n c i a y l a Providencia l e había l i b r a d o de

•- 37 -

morir entre los otros rehénes. {Lo consideraba un milagro). Però ye termino la tre^^ua que Dios le había concedido, ahora su nieto Hans era casi un hombre y adem^s bueno y trabajador; Johanna tenia en quien apoyerse. Entornó los ojos con oansancio. Tenia suefío y deseaba llegar a casa pera comer y^ descansar. Dormir era casi morir. "ï Q,ue Dios see ala bado si ha llegado mi hora;" - : Tangl - : Tang: El tío Anselmo no olvidaba sus responsabilidades de Alcalde. El campaneo improvisado de.l joven .Tanzer comenzaba a resultar exag^erado. Entro en la iglesia, colocose al lado del campanero. - Basta ya, HanR. - : Tang: - : Tang: Le cogió por el brazo. - : Basta: : Basta: I\unca se agito tanto el bada jo ni para les ^randes soleranidades. Gallose por fin là campana. Cada eldeano se fuéa sus ocupaciones y pronto se olvidaro de la madrecita de los oerdos. Esta había entrado definitivamente en el mundo del silencio mientras Sofia Kart, por el contrario, iba a renacer para el mundo de la fama, convertida en heroí'na nacional. La primera notícia de la tràgica muerte de l-n vieja aideana apereció en uno de los periódicos provlncieles entre otros sucesos mas o menos lamentables y dram^ticos. Uno de esos periódicos, "l;^ Gaceta de \VBlcb", le dedico un

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suelto bajo el títuèo: ^^Za misteriosa muerte de una campesina". En 4l se describís las extranas circunstanoias de su desaparición elïïiismodís preclsemente en que el enemigo derrotado abandona ba ia región después de m^s de tres aiios de ocupaclón mili-' tar y administrativa. Insinuaba la posible ligereza o culpable

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