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ROL, LIDERAZGO E INCIDENCIA DE LA FAMILIA EN LA EDUCACIÓN DE NIÑOS Y ADOLESCENTES Pablo Betancur Gallo1 Recibido sep. 30/05, aprobado oct. 5/ 05 Resu

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ROL, LIDERAZGO E INCIDENCIA DE LA FAMILIA EN LA EDUCACIÓN DE NIÑOS Y ADOLESCENTES Pablo Betancur Gallo1 Recibido sep. 30/05, aprobado oct. 5/ 05

Resumen A partir del escenario resbaladizo que ofrece la posmodernidad en términos de condiciones para una formación en valores trascendentes, el autor hace hincapié en la necesidad de una alianza permanente de la escuela y la familia, con miras a contrarrestar esa situación adversa, y poder pensar en un proceso educativo que responda a las expectativas de un sano humanismo, y poder esperar de tal manera, que el cato educativo cumpla con su función primigenia: ofrecerle y garantizarle a la sociedad el individuo o la persona que favorezca su continuidad, su desarrollo y crecimiento. Obviamente que esa sociedad no coincide con la sociedad de consumo que llama al tener, y a la apariencia, sino que es esa sociedad ideal que bajo unos parámetros definidamente humanistas y cristianos, nos garantice el crecimiento del hombre, y el logro para éste de una vida digna. De no darse esta meta, los medios de comunicación y los videojuegos harán de las suyas en la inoculación de antivalores en nuestros jóvenen y niños, dando al traste con cualquier ideal pedagógico que pueda soñarse desde la familia y desde la escuela. Palabras claves: familia, escuela, educación, enseñanza, aprender, liderazgo, niños , jóvenes, amor, “escuela de padres”, “Psicorientación”, formar, “convivencias”, “jornadas de integración”, posmodernidad, moral. ROLE, LEADERSHIP AND INCIDENCE OF THE FAMILY ON THE EDUCATION OF CHILDREN AND ADOLESCENTS 1

Psicólogo Universidad San Buenaventura Medellín, especialista en administración y docencia universitaria. -

Revista Universidad de San Buenaventura (Rev.USB Medellín), N° 23, vol.1, julio-diciembre 2005, [email protected],ISSN: 0121-7887, Medellín-Col, semestral. Canje: remitirse al siguiente correo:

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By Pablo Betancur Gallo

ABSTRACT Taking into account the slippery scenery offered by post modernity in terms of conditions for the education in transcendent values, the author makes emphasis on the need of a permanent alliance between the school and the family, in order to counteract that bad situation and then be able to think about an educational process which responds to the expectations of a healthy humanism and expect that the educational act accomplishes its original function: to offer and guarantee society the individual or person who favors its continuity, development and growth. Obviously, that that society does not match the society of consumption which invites to possess and to appearance, but that is an ideal society which is based on humanistic and Christian parameters, which may guarantee us the growth of man and the achievement of a decent life. If this goal is not achieved, the mass communication media and the video games will have their own way regarding the inoculation of antivalues in our children and young people spoiling any pedagogic ideal which may be dreamt of from both the family and the school. Key words and expressions: Family, school, education, teaching, learning, leadership, children, young people, love, “school of parents”, “psycho-orientation”, training, “socializing outings”, “integration journeys”, post modernity, moral.

En primer lugar, la tesis de este esbozo considera el rol y el liderazgo dentro de la familia, como factores intervinientes en el proceso educativo de niños y jóvenes, cuyo control debe conducir al estudio y profundización de las causas que subyacen en muchos de los comportamientos disfuncionales que se presentan en estos sectores de la población estudiantil. Detectados éstos, se deberán emprender acciones conjuntas entre la familia y la escuela, con el fin de propiciar el cambio, reeducando al sujeto en una atmósfera de comprensión, de

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confianza

en



mismo,

de

tal

manera

que

llegue

al

descubrimiento de sus propios valores.

Hace ya un buen número de años, al pasar de visita por uno de los claustros educativos de la ciudad, me encontré con una frase que estaba escrita sobre un pendón, con la intención de que no pasara desapercibida por los actores y visitantes de aquel escenario, utilizado para la noble tarea de educar. La frase rezaba: “El hombre no es más que lo que la educación hace de él”, y se atribuía al general Simón Bolívar. Me sirve como preámbulo la anterior aseveración, para afirmar que existen situaciones, personas, percepciones y momentos, que en ciertas circunstancias de la vida dejan huellas indelebles en el alma, como me sucedió a mí con la frase de Bolívar.

Si preguntara hoy, en esta misma línea, a quiénes les ha sucedido

una experiencia

similar como

la

anteriormente

descrita, las respuestas sin duda alguna, aflorarían en forma por demás prolija.

El aprender se vuelve significativo cuando éste deja huella en nuestra vida y ha partido de una experiencia vivida y aprehendida

por el sujeto. Mientras la enseñanza no sea

mediada por un proceso de interiorización, la información

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recibida

pasará

a

la

memoria

a

corto

plazo

y

pronto

desaparecerá. Psicológicamente, las primeras enseñananzas que recibimos de nuestro primer maestro o maestra, están ligadas a muchas de sus actitudes que lograron despertar en nosotros la atención y el interés constante por lo aprendido. Ambientes, circunstancias, experiencias y personas se conjugan todas en el escenario de la educación, para dotarla del dinamismo y eficacia con los que se debe impartir.

A lo largo del proceso educativo ha aparecido en escena un binomio que ha sido y será inseparable entre muchos de los factores intervinientes en él: la familia y la escuela. Nos referiremos a la familia en cuanto a su rol y liderazgo, que se deberán ejercer como apoyo y compromiso ineludible a la complementación educadora de maestro.

Hacemos énfasis en la tarea de complementación que deberá desempeñar el maestro, porque el rol de los padres en la familia, si bien no puede sustituírse, tampoco puede desligarse de la labor que cumple el educador en la escuela, debido a que en ésta se reciben

niños que vienen marcados

con una

impronta personal, fruto de las experiencias vividas con sus padres y que la psicología humanista las define como el campo

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perceptual,

factor

imprescindible

en

la

formación

de

la

personalidad (Rogers 1981).

El rol de los padres (ser los primeros educadores de sus hijos) no puede ser endosado al maestro, como si éste fuera el sustituto del papel que por misión les corresponde desempeñar. En este sentido la acción de educar es amplia, puesto que el valor de informar (Saber) que se adquiere en la escuela, exige de un sustrato (Ser) sobre el cual trabajar (Hacer) y este Ser sólo se configura y se moldea en el seno de la familia, la cual entrega su resultado a la acción complementadora de los maestros. Cobra sentido por lo tanto el nombre que se le ha dado a este escrito, el cual habla sobre el rol

que los padres tienen que

ejercer con sus hijos, que no es otro más que el de formarlos, incidiendo de esta manera, con una especie de insumo que los padres entregan a la escuela.

“Formar” significa alinear, así algunas concepciones liberales en educación, como el “lezeferismo”, no lo acepten plenamente, quizá por considerarlo (como algunos doctos en materia política) flagrante atropello al desarrollo de la libre personalidad.

A estas posiciones hay que responder con criterios de firmeza, pues los niños deben tener modelos de identidad, identidad que

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proporcionan los padres, pues se sabe que en el desarrollo de la personalidad, los niños pasan de unas condiciones de egoísmo a unas condiciones de mérito y de éstas a unas condiciones de dignidad (Rogers 1981). Digamos que a la escuela llega un niño para la vivencia de la segunda etapa de su vida, después de haber superado la primera, encontrándose en el escenario adecuado prepararán

para ir adquiriendo unos criterios propios que lo para

la

adquisición

de

las

pertenecientes a la última etapa del ser niño,

características cuando ya el

sujeto se inicia en la adolescencia. Se llega a la escuela con un valor agregado,

si el niño ha superado con éxito la primera

etapa, disponiéndose de esta forma a la aceptación de órdenes circunscritas al concepto de heteronomía, el cual desarrolla en forma amplia el psicólogo suizo Jean Piaget (Piaget 1974).

Desde un punto de vista moral, se hace referencia a la conducta manifiesta de los niños, que al encontrarse en esta etapa, van introyectando y obedeciendo

las órdenes

dadas por sus

padres.

Para saber sobre el niño, hay que mirar a su entorno, es decir al ambiente y a las personas que conviven con él: si el niño respeta, es porque ha visto y vivido el respeto de sus padres; si trata con cariño a los demás, es porque ha vivenciado que sus

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padres le aman y aman a su vez a otras personas; si es seguro, es porque sus padres le han trasmitido confianza. A propósito: esta confianza, fundamental en el desarrollo del niño, hace que éste se contraponga a la inseguridad que muchos de ellos muestran, por las conductas inapropiadas de sus progenitores, las cuales

han propiciando de esta forma un ambiente de

completa desconfianza en ellos (Érikson 1979). Si el niño en la escuela se comporta con seguridad, es porque sus padres así se lo han hecho sentir, lo cual hará que las órdenes y la disciplina que se dan en los escenarios educativos, no le sean extrañas para acatarlas, puesto que traspolará muchas de sus actitudes vividas en el hogar en este sentido, al escenario de su entorno escolar.

Al encontrar en la escuela este tipo de niños que interactúan a través del juego, con aquéllos que por su comportamiento evidencian la no superación exitosa de la fase precedente a la de la heteronomía, debemos mirar de nuevo el ambiente familiar, para encontrar respuestas a comportamientos tan disímiles observados en unos y otros, en los diferentes espacios que hacen parte de la vida escolar. El maestro podrá aislar a un niño que agrede constantemente a los demás, utilizando tal vez una técnica conocida en psicología como el: ”Time out” o “tiempo fuera”, sólo para apartarlo del ambiente en el que él

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quiere hacerse notorio ante los demás (Rafael Prada 1986). Si a este niño no se le aborda con una actitud de acompañamiento, sólo se estará tratando el síntoma, pero no las causas, ya que dicho comportamiento puede ser la señal de que algo existe en su ser interior que le angustia, y que al sentirse rechazado y castigado, podrá encadenarlo mucho más, a una constante repetición de frustraciones.

Es fácil rotular a los niños como desatentos, hiperactivos o con trastorno disocial de la conducta; pero… ¿ nos habremos detenido a pensar que aquella inatención, indisciplina y agresividad son apenas la punta del iceberg que sobresale sobre el cúmulo de frustraciones que ellos han venido acumulando a través de sus años de existencia? Niños con baja autoestima, baja autoimagen y baja autoeficacia, buscan compensar esos déficits con actitudes inapropiadas, como una forma de rechazo a su “yo” no aceptado, debido a experiencias amenazadoras para ellos, las cuales al revivirlas se hacen inadmisibles para sus conciencias.

La angustia que ellos sienten necesita de una medicina distinta al grito, al castigo y al aislamiento, y ésta es la del AMOR.

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Naturalmente

que

para

dar

amor

se

necesita

haberlo

experimentado, tal como lo hizo Francisco de Asís, y en estos tiempos el padre Nícolo, haciéndolo renacer en los corazones rotos de tantos niños y jóvenes de hoy. Estas experiencias se pueden revivir en el aula misma, y por eso se necesita de la mano amiga del maestro, de la palabra cálida y cordial para ganar su confianza y penetrar un poco más en su mundo interior. Comprender esos niños y propiciar encuentros de diálogo entre padres y maestros, a través de la “escuelas de padres”, de las “jornadas de integración personal por grupos”, de

las

“convivencias”,

de

las

“vivencias

religiosas”

que

proporciona el colegio, de la misma “labor psicoorientadora” que se realiza en ellos, y principalmente del “diálogo personalizado con los progenitores”, es acometer acciones propicias para su rescate. Estos escenarios permiten la cooperación mutua y ayudan

a

tomar

conciencia

sobre

el

rol

que

se

debe

desempeñar, contribuyendo a que la labor de los maestros sea mucho más eficaz, e imprimiéndole a éstos el sello de eficiencia, para hacer gala de lo que ellos en realidad deben ser: verdaderos educadores y guías, que complementan de esta manera la tarea formadora de los padres: en unos casos para estimular y fortalecer el adecuado comportamiento de sus hijos, y en otros, para ayudar a reorientarlos, cuando con actitud de humildad algunos padres reconocen que han fallado, porque se

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han dejado llevar por sus propias experiencias amenazadoras vividas con sus padres, encadenando a sus hijos a las frustraciones que sólo a ellos les pertenecen por un pasado no asumido.

A las aulas llegan tanto niños como jóvenes, con edades referidas a la preadolescencia o adolescencia, etapa ésta con una característica común: la búsqueda de la propia identidad. Se trata de jóvenes que tienen como referente patrones únicos de comportamiento ligados a la propia cultura, sobre quienes también

influyen

aspectos

y

rasgos

de

otras

culturas,

presentándose fenómenos de transculturación, inculturación y hasta desculturación, debido al avance de la tecnología y las telecomunicaciones, que han hecho que nuestro mundo se convierta en una aldea global (Macluhan 1991).

¿Cómo conducir entonces con éxito a estos jóvenes hacia el ejercicio responsable de la libertad y

de la autonomía? Es

básica la acción conjunta entre la familia y el colegio, acción que reclama creatividad para enfrentar fenómenos como la droga, la promiscuidad sexual, la pornografía, los embarazos no deseados, el aborto, las prácticas satánicas y la ausencia del sentido de la trascendencia, entre otros. A todo ello hay que dar respuesta, y la educación

(tanto la del hogar como la de la

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escuela) debe de indagar por sus causas, puesto que estos fenómenos

constituyen

los retos típicos para una pedagogía

de la postmodernidad.

Ante

estos

interrogantes

surge

la

pregunta:

¿Cómo

enfrentarlos? Sin duda alguna el

éxito para afrontar esta clase de retos, lo

constituye el grado de liderazgo con que se ejerza el rol para la formación de los hijos. Hoy parece que el liderazgo más bien lo ejercieran

los

hijos

sobre

los

padres,

puesto

que

para

mantenerlos contentos, muchos de éstos ceden ante los gustos o exigencias de aquéllos, y complacidos o no por ello, vuelven reforzadores

de las conductas de sus hijos;

se

así, los

padres se esclavizan y los hijos se dejan llevar por los dictámenes de la moda.

Si analizamos la palabra líder, encontramos que de ella hay varios significados, pero tomémosla aquí con el sentido de que líder es aquella persona que por medio de sus palabras y acciones se hace seguir de otros, a lo cual se puede agregar que sólo aquél que rubrica con sus actos lo que dice, despliega una energía que persuade, transforma y lleva a imitar lo que se percibe de él. En este sentido el líder se convierte en luz, guía y opción, e invita a ir tras él, con la seguridad de que no habrá

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espacio para el engaño: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” decía Jesús, a quien sin duda alguna podemos catalogar como uno de los grandes líderes de la humanidad.

El líder es firme, claro, categórico y contundente en lo que afirma, y está convencido de que no puede ceder ante la presión de aquéllos que ejercen

influencia para derrumbar la

estructura ética sobre la cual se apoya la concepción del ser. Porque si bien es cierto los satisfactores de necesidades pueden cambiar, no así los principios que los sustentan, pues son universales.

Existirán por lo tanto culturas diferentes unas de otras, cuyos estilos y formas de vida ponen en evidencia la existencia de satisfactores diferentes, lo cual es cónsono perfectamente con el concepto de moral (costumbre), por lo que es natural que exista ésta, concretizada en formas de vida diferentes. Lo que importa aquí es la reflexión sobre esas formas de vida, por lo que está bien referirnos a la ética, como una reflexión sobre la moral.

La realidad Colombiana se presenta en formas y estilos de vida muy

particulares que ponen de manifiesto su impronta

cultural; dentro de estas formas particulares y estilos de vida, la

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tradición religiosa ha ejercido una gran influencia sobre la familia,

depositando en el padre la autoridad sobre la misma y

por ende la responsabilidad de su liderazgo.

Ello, aunque la

cohesión familiar se ha erigido sobre la madre, justificándose de esta forma un modelo netamente matriarcal, que en el caso de la región antioqueña ha sido un modelo dominante que aún existe, aunque mucho más en el inconsciente colectivo de sus miembros, que en la realidad misma que se vive en la época postmoderna:

la mujer, por su ingreso al mundo laboral, ha

propiciado el cambio del

modelo anterior, por un modelo de

familia extenso. Esto implica que el ejercicio del liderazgo se ejerza a través de otras instancias y personas. Con respecto a esta situación, en algunas familias se piensa que dicho liderazgo lo debe ejercer la escuela y que por ello se entregan los hijos a su cuidado; esto exige volver al punto anterior sobre el rol de la familia, que por misión tiene que ser el primer escenario para la formación de los hijos, puesto que es en ella donde se configura y estructura la personalidad,

siendo la

escuela complementaria de esta labor, (con la ayuda de la misma familia) a través de acciones específicas, lo que implica que el concepto de educación se tome en una acepción más amplia. En este sentido la escuela cumple también con

un

liderazgo, pero que se ejerce con sentido de subsidiaridad.

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La iglesia a través de la voz de sus pastores ha depositado toda la confianza en la familia, denominando a ésta como el primer escenario de la educación en la fe, formadora de personas y promotora de desarrollo, además de ser el ámbito natural para el florecimiento de

valores trascendentes. Lo que

lleva a la

conclusión de que la responsabilidad en la formación de los hijos está en manos de la familia, la cual se apoya para la búsqueda del desarrollo integral de niños y jóvenes, en los intereses de la misma labor educativa, que enlaza la familia de la que proviene el educando, con la sociedad hacia la que dirige su acción (Manyanet 1995). De para

poner

en

ahí la tarea que debe surgir

funcionamiento

acciones

conjuntas

que

evidencien ambos liderazgos, a fin de favorecer el crecimiento y madurez de niños y jóvenes entregados a ella.

La escuela será entonces la encargada de consolidar aquellos valores que ya se traen desde el hogar, pudiendo ocurrir que a ella se ingrese con

aquellos antivalores que proclama la

posmodernidad. De todos modos es la escuela esa institución llamada con más oportunidad de trazar derroteros y establecer pautas de comportamiento que garanticen la convivencia social y propendan por la calidad de vida que a veces nos niega de entrada nuestra sociedad de consumo. Dichas pautas han de estar presentes en el repertorio conductual de niños y jóvenes;

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de ahí que entre la familia y la escuela tenga que existir una adecuada interacción que trascienda los marcos solamente instruccionales, para adentrarse un poco más en el ámbito subjetivo

de

los

estudiantes.

Las

“escuelas

de

padres”

constituyen el espacio propicio para llegar a puntos de acuerdo en el ejercicio de ambos liderazgos, pudiéndose conformar “mesas de trabajo” para la búsqueda de estrategias conducentes al cumplimiento de objetivos previamente planteados. Se debe tratar de aunar esfuerzos y recursos para el establecimiento de un verdadero plan estratégico de formación y educación. Sea ésta una invitación a la construcción de este “plan estratégico”, que dé respuestas a tantos jóvenes que han perdido el sentido de la vida y experimentan el vacío existencial (Víctor Frankl 1990), máxime en las circunstancia actuales cuando

cualquier meta

de formación

se ve

seriamente

amenazada por la influencia de la era digital, la cual a través del acceso al Internet, ha permitido que los niños y los jóvenes entren en estados de disonancia cognitiva, frente a los valores vividos en el seno de sus propias familias. Lo que tales escenarios digitales presentan hoy como patrones de conducta, la cultura

“on line”, debe examinarse, para evitar que los

muchachos opten por antivalores que cambian la clásica frase de Descartes: sum”.

“Cógito ergo sum” por la de: ”Computo, ergo

Se trata de cambiar el ”cógito” de Descartes, por la

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acción,

pero

una

acción

enmarcada

en

una

axiolo´gia

trascendente. En la llamada era digital, pensar y hacer

vienen

a ser sinónimos; se juega con las palabras y su semántica, para adentrarse en el mundo de lo simbólico y por lo tanto de lo subjetivo. Si se pierde la capacidad de análisis, característica del “Homo Sapiens” y se preconiza la técnica, será como realizar una regresión lineal la época del “homo Fáber”. En este sentido, utilizar el ordenador

sin un discernimiento adecuado de los

avances que proporciona esta tecnología, puede ocasionar el desplazamiento del liderazgo de la familia y de la escuela y hacer mucho más difícil

el ejercicio y la cooperación entre

ambos.

Si un padre le ha enseñado a sus hijos con la palabra y el ejemplo, el respeto por la verdad, la autenticidad y la honestidad, puede ocurrir que

ante el compromiso de hacer

una tarea, simplemente se limiten al aprovechamiento de las herramientas técnicas del computador, renunciando a la creatividad,

corroborando

lo

consignado

en

las

líneas

anteriores de cambiar el pensar por el hacer.

De igual manera a la afectividad y el cariño como manifestación de ternura en tiempo real hacia una persona, conducente a encender la química y el entendimiento para una relación

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formal, se les contrapone el Chat, el cual permite en forma virtual arreglar matrimonios sólo en cuestión de días, sin que medien encuentros previos que preparen una atmósfera más cálida y humana, ya que lo que se deriva de ese tipo de comunicación, es la formalización de una relación

con un

desconocido. Y tratándose de los hijos, éstos no son mercancías para el frío intercambio

“on line”: ellos constituyen el mayor

patrimonio y riqueza de la familia y de la sociedad. Ampliar entonces el radio de nuestras amistades a través del uso de la tecnología es valioso, pero no a costa del famoso

“unirnos

primero y conocernos después”. Además, debido al comercio electrónico, hoy se bombardea al joven con cuanta propaganda que a veces de formativa

nada tiene: “no esperes a mañana

para lucir la figura que siempre has deseado: llama ya, y tu cuerpo robará todas las miradas”. Este bombardeo a favor del cultivo del cuerpo, da al traste con la tolerancia a la frustración que pudo asimilar el joven en el contexto de su hogar: ¿cuántas veces debió aplazar o condicionar la satisfacción de sus gustos o necesidades, a que por ejemplo, llegara la prima semestral de algunos de sus progenitores para comprarse algo que había anhelado? Pero hoy , y debido a la publicidad a favor del culto al cuerpo, se puede caer y ceder fácilmente en la tentación. Tanto, que

satisfacer

algún costoso gusto,

ha conducido a

muchos jóvenes hasta la misma muerte, por una cirugía mal

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practicada o por la adquisición de un trastorno alimentario como la anorexia.

También los videojuegos inciden de tal forma en la mente de los niños, que los sumergen en un mundo imaginario, hasta el punto de pensar que tal como sucede en la guerra de esos juegos, en donde las figuras humanas mueren y luego vuelven a la vida para seguir peleando, así mismo se imagina el chico, podrá suceder con su propia existencia.

¿Qué sucederá en el cerebro de estos niños para que se distorsione el sentido real de la muerte? ¿Cuántos casos de suicidios en niños, no tendrán su conexión con esta clase de afición?

Se

podría

continuar

enumerando

un

sinnúmero

de

interrogantes y situaciones, poniendo en evidencia una serie de comportamientos que analizados desde una óptica psicológica podrán catalogarse como un trastorno de personalidad múltiple en niños y jóvenes; ello, por tratarse de una serie de comportamientos impuestos a ellos desde fuera, sin que medie ningún proceso de interiorización de parte del sujeto que los adopta.

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Con muchos de estos comportamientos se enfrentan padres y maestros

en

sus

respectivos

escenarios

de

formación

y

aprendizaje, que ponen en evidencia la influencia de un mal empleo de la tecnología. ¿Qué hacer para no perder la capacitad de liderazgo frente a estos nuevos espacios que captan todo el interés de jóvenes y niños?

Aunque las escuelas no tienen la misión de ser espacios correccionales,



tienen

que

ejercer

un

liderazgo

que

complemente el trabajo de la familia, para realizar lo que ambas instituciones tienen que cumplir: entregar a la sociedad personas desarrolladas integralmente y preparadas para el ejercicio de la autonomía y la libertad. Sobre estos ideales sociales se ciernen nubes amenazadoras que pueden desatar tormentas, de no presentarse un acompañamiento que dé respuesta

a tales

situaciones problemáticas de niños y

jóvenes. Si esas metas e ideales no las ven los niños y los jóvenes

en aquellas personas que

aún se consideran

paradigmas de formación, habrá otros que harán lo suyo en forma intrusa, dando respuesta (la gran mayoría de las veces, en forma distorsionada) a todos los interrogantes no resueltos por parte de nuestros menores. Aunque enfrentar esta serie de situaciones no es fácil, la reacción no será la de sacar un paraguas para proteger a cada quien, sino la de contribuír a

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despejar

el

cielo,

para

que

la

luz

del

sol

aparezca

resplandeciente ante las mentes de quienes reciben de todas maneras su influencia.

Ante casos difíciles en la escuela, si no hay estrategias de afrontamiento común con la familia, las acciones que se tomen unilateralmente, bien sea de parte de ésta o de la escuela misma, no darán su fruto en pro del cambio, y éste no se va a presentar mientras no se ataquen

los males, teniendo en

cuenta la estructura de personalidad de niños y adolescentes.

Son muchas las tareas

de cooperación que se deberán

emprender entre la familia y la escuela, tendientes al cambio de hábitos y actitudes de los niños;

ahora:

en casos más

difíciles, se deberá concertar para remitirlos a los “consultorios psicológicos populares”, con los cuales los entes educativos podrán celebrar convenios y aliviar de esta forma un poco la carga económica para los padres.

Los niños no tienen conductas que manifiesten cambios de la noche a la mañana: por lo regular son el fruto de un proceso en el que intervienen factores de tipo biológico, psicológico, social, ambiental y experiencias de vida, los cuales se conjugan todos para la manifestación de conductas anómalas.

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La

necesidad

satisfacerse

de

identidad,

sanamente

según

mediante

Fromm, la

sólo

puede

individualidad:

el

reconocimiento de que “yo soy yo y nadie más” (Érich Fromm 1974), conecta con la verdad real de que un individuo es su propia subjetividad, puesto que es en su interior donde toman asiento las motivaciones, decisiones, angustias y frustraciones, a las cuales estamos abocados todos en el recorrido de la existencia. Por lo regular todas estas situaciones tienen relación con alguna experiencia de la vida, que incluso cuando ocurre a más temprana edad, mayor será su grado de daño psíquico, convirtiéndose dichas experiencias en patogénicas (Martín A. Villanueva 1985) y generando en el individuo lo que los psicólogos humanistas llaman el vacío existencial, el cual no se cura con razones de tipo intelectual, sino mediante la creación de una atmósfera que posibilite la catarsis. Para llevar a cabo este acompañamiento no se necesita ser psicólogo de profesión, pero sí de una “actitud para la escucha”.

Este trabajo dejado sólo a este nivel, es incompleto pues se necesita ir más allá, y procurar que sanen tantas heridas que todos llevamos en el alma;

y

si desde el punto de vista

emocional, “hablar de lo que nos duele, sana”, hay que aplicar esto en

el proceso de formación de nuestra juventud,

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enseñándole

la estrategia curativa del perdón.

Una actitud

positiva de perdón lleva al individuo a replicar dicha vivencia en los escenarios en que dichas heridas se han originado, reconciliándose con las personas que le han causado ofensas. Sería el más bello gesto de cambio y renovación, originado por la actitud de los padres o los maestros, cuando dedican tiempo para dialogar con

niños y jóvenes, suscitando en ellos la

manifestación del perdón. Vale la pena realizar cualquier esfuerzo para mostrar que en el ejercicio del verdadero liderazgo se debe ir más allá del simple cumplimiento del deber o de lo que

la misma profesión exige;

y es necesario que esto se

adopte como una directriz que influya y permee todo el trabajo de acompañamiento y orientación que se lleva a cabo con los niños y jóvenes. Dar un poco más de lo que las tareas cotidianas exigen, no será en vano, cuando de lo que se trata es de rescatar a quienes quizá se les ha diluído su personalidad, a través de los intrusos del Internet, de la barra de amigos o del colectivo

de

masas.

Partiendo

de

estas

realidades

fenomenológicas se podrá penetrar en la esencia del sujeto, y en su

mundo

interior,

haciéndole

la

vida

más

amable

y

esperanzadora.

Para

terminar,

es

adecuado

tener

en

cuenta

las

recomendaciones que aconseja practicar el psicólogo Carl

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Gustav Jung, quien afirma: “Aquél que desea dedicarse a estos menesteres tiene que ser una persona de gran fortaleza moral, honesta,

y estar dispuesta a guardar los secretos que se le

confieren (Jung 1990). Estas recomendaciones sumadas al ejercicio del liderazgo de padres y educadores, no tardarán en dar su fruto y contribuír de esta forma a enaltecer la tarea formadora de los padres y la labor educativa de los maestros, para entregar a la sociedad un ciudadano productivo y renovado.

BIBLIOGRAFÍA

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GONDRA REZOLA, José M. La psicoterapia de Carls Rogers: sus orígenes evolución y su relación con la psicología científica. Bilbao: Descleé de Bróuwer 1981. PIAGET, Jean. El criterio moral en el niño. Barcelona: Fontanella 1974. HENRY, Mair. Tres teorías sobre el desarrollo del niño: Érikson, Piaget y Sears. Argentina: Amorrotu editores. Sf. MACLUHAN. La aldea Global. México: Gedisa 1991. Manyanet, José. Una pedagogía de inspiración familiar. Barcelona: Editorial Claret,1995. PRADA, Rafael.Sea usted terapeuta. Bogotá: Ediciones Paulinas. 1986. FRANKL, Víctor. Ante el vacío existencial. Barcelona: Hérder. 1990. VILLANUENA, Martín. Hacia un modelo integral de la personalidad. México: Manual Moderno. 1985. DARYL, Sharp. Lexicon Jungiano.Chile. Editorial cuatro vientos. Sf.

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