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034V6 2 0. I /Q L( g UNIVERSIDAD NACIONAL DEL CALLAO FACULTAD DE |NGENIERiA MECANICA 024 ENERGiA ESCUELA PROFESIONAL DE lNGEN|ERiA MECI-'\N|CA 610/

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Premium 2015 R L I G H T I N G R L I G H T I N G Contempo ra ry L i g h t i n g TM COLECCIONES BLOCS 67-70 LARMES 26-30 BRILLI

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gJERCITO R. MJVt,() 1qgo EL CUERPO DE VETERINARIA MILITAR FRANCISCO PALAU ALONSO Teniente Coronel Veterinario ANTECEDENTES El Servicio Veterinario

Story Transcript

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CUENTOS

FUGACES

OBRAS DE LUIS TABLANCA PUBLICADAS

Cuentos sencillos. EN PREPARACiÓN

La dulce coyunda (novela). La flor de los aftos (poesías).

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Cuentosfu-gaces

BARCELONA

LIBRERíA RON.'" DE ~ •

SINTES

UmVItRSIDAD. 4

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A mis excelentes amigo8 los señores Jáeome Niz, de Oeeña, en prueba de cordial 8stimación. E. P.F.

Bogotá,

junio

de 1916

ÍNDICE !'r· La florida ilusión. La ladrona ... Doble quebt'anto . LOI clavos de Cristo. L. resurrección La cajita blanca .. Patal delpedlda .. ICualquiera se piertle! AfInidades ocultas Elcena rursl. .. Un suicida •... El placer de morir El primer verso .. Las hermanas Vida y Muerte Las puertas del Cielo Las hadas ..... Obra de misericordia El poema del verano. El obrero feliz ..... L. endiablada juventud Más allá del misterio LBSsortijas .....

1 7 10 14

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La florida ilusión A Leopol~o Clela Rosa

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la tierra ardorosa del Puerto regresaba el arriero con una grande alegria, y de tal modo se le ensanchaba el corazón, que de vez en cuando se sorprendía de haber cruzado la sabana calcinada o la cuesta penosísima sin darse la más ligera cuenta. Ya en los anchos terraplenes del embarcadero, que lamen las aguas profundas al pasar en silencio, había estado la noche anterior entre la vacua maravilla de un sueño, sólo por haber visto navegar, río abajo, en una frágil piragua cargada de pesca, un angelote marinero, desnudo y broncíneo. En el ventorro de la sierra, después de la ruda jornada, al ir a soltar las mulas en el gramal oloroso y fresco, otra visión le había deslumbrado en la forma de un rapaz abrilero que pasaba cantando un aire de vi· l1ancico en el pastoral oficio de guardar unas cabras. Y al tenderse sobre las albardas en la solana, hú· medo aún del sudor del viaje y trascendiendo a mugre, durmióse cansado y feliz para soñar de nuevo. No era él el arriero que de Ocaña iba al Puerto transportando frutos y mercancías, un día tras otro, y por meses y por ailos. Érase, sin admirarse de E

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-2serIo, el príncipe anciano de un cuento {}ue en la bodegaJe habían referido, noches atrás, cuando a la espera de un buque se había sentado con otros mozos en los poyos de cemento del terraplén. Estaba· casado con Benedelsa, su propia mujer Benedelsá, \ que llevaba un traje de hilos de oro y se tocaba los cabellos con esas mortecinas estrellas que se ven en los confines del cielo en las noches claras del verano, y que él había subido a robarlas cuando de mozo le florecían los amores. Benedelsa estaba vieja, tan vieja que daba pesar, y ambos, sentados en las sillas doradas de un trono, veían acercarse la muerte y lloraban por no tener a quién dejar las cajas de onzas de oro, las mesnadas de esclavos, las vacadas, los trigales y el palacio, que estaba construído del nácar más bonito. Lloraban y se envejecían cada vez más, blancos de canas y apenas perceptibles en los altos sillones. Y de pronto habían sentido una brisa celeste, se habían llenado los ámbitos de suavísima luz y habían visto junto a ellos un rapaz angélico que Dios.les mandaba, a ratos broncineo, como el niño de la piragua, y a ratos rubio, como el cabrerizo que cantaba saltando por los riscos. Despertóse al amanecer y salió al patio aspirando satisfecho ese olor de la madrugada que en las sierras tiene el encanto de resumir el despertar de los pájaros, el apagarse de las estrellas, las locuras del agua en la noria y las quejas del recental ... Y pensó en voz alta: - De seguro que Benedelsa ha parido un varón. y puso de rodillas el alma para loar a Dios.

-3Era un campesino fuerte, de espaldas anchas y gibosas, de ágiles miembros de acero y piel curtida y requemada. El cabello lardoso se le pegaba en las sienes hundidas y la barba, muy crespa y muy negra, le adelgazaba las mejillas. Aun no tenía canas y ya pisaba de cerca los cuarenta. Su mujer, Benedelsa, era más vieja, y por primera vez, a los cuarenta y seis aiios había quedado en cinta. Resoplando cansada, la recua transponía la cordillera, descendiendo por el camino polvoroso y clivaso cavado en tierra bermeja, y Rafelo detrás, con el látigo alzado sobre el hombro, la aupaba con esos gritos guturales, prolongados y melancólicos que los ecos transforman en quejidos. Ahora era una zagalina la que lo transportaba: blanca y rosada, con los bucles como el oro, corría desnuda por el patio de un casal a la zaga de una mariposa, y tras ella iba la madre con los brazos abiertos en un cerco amoroso para cuidarla de cal. das. ¡Oh, Dios, una perlita como aquella deseaba también en su hogar; que él la viese caminar agarrada a los vestidos de Benedelsa, que le llamase papá con un balbuceo igual al canto de los pájaros! y recordó, deleitándose, las compras que había hecho con lo que ahorraba de sus jornales, privándose de la copa de aguardiente y mermando las comidas: una cuna de balancines, un payaso de caucho y un mosquitero de punto. También Benedelsa, sentada en su sil1a, había pasado las tardes con la aguja entre las manos, preparando el ajuar diminuto y sintiendo moverse en sus entrañas la bendición de Dios.

-4Recordaba Rafelo su vida pasada, sus amores con Benedelsa, las disputas con el suegro celoso cada vez que le sorprendía rondando el ventanuco de las alcahueterías o los bardales de la huerta; después el rapto una noche obscurísima y el viaje con' su prenda camino del Puerto, y en el Puerto la boda' a que 10moviera con sencillísimas razones el buen cura del lugar. Y allí había comenzado la espera de un chiquitin que nunca se presentaba. Hasta ahora. Cuando entregó las cargas y enfiló hacia su casa una fuerte corazonada 10 hizo palidecer: en su barraca pasaba algo grave, las puertas y ventanas permanecian cerradas y en el zaguancillo dos viejas comadres del barrio hacían comentarios, con expresivos ademanes. Al '-entrar Rafelo las mujercillas se apartaron, humillándose Y canturreando: - '" ¡Ay, está muy mala!. .. Se quiere morir ... Rafelo sintió en los ojos un golpe de lágrimas cuando miró sobre la mesa del corredor un perol de agua caliente, cuando sintió un fuerte olor a hierbas medicinales y oyó adentro los lamentos angustiosos de la que pagaba con creces la maldición eterna, aquella perentoria condena del airado Jehová, que acarreada por la desobediencia y la soberbia de la madre Eva, bajo el hechizo de la serpiente, hizo estremecer de pavor los jardines candorosos del Paraíso. Durante la noche las vecinas expertas entraban y salían infructuosamente con pócimas y brebajes. Las viejas, recordando sus trances amargos, conversaban a la sordina, fumando como brujas, con la candela de sus tagarninas entre la boca.

-5- Malo... malo, cuando ya es inútil el cuemecito del centeno. - Acaso haya de por medio labor de demonios. Estos hombres ... Cuando la mujer legitima les aburre, que les aburre siempre, se buscan por fuera entretenimientos, mozas de mala fe que los embrujan con bebedizos. Conozco historias espantosas. - y las mozas de los puertos son el enemigo malo... Rafelo paseaba por el patio con el alma en un hilo, en la más cruel de las dubitaciones. ¿Por cuál de las dos vidas había de rogar al cielo? Y alzaba los ojos a la bóveda azul, donde las estrellas parpadeaban eternas. En el aposento los ayes de Benedelsa apenas eran perceptibles. Por la mañana vino el médico, y el marido, que era un campesino fuerte, hecho a todas las adversidades, no pudo resistir la vista de los aparatos niquelados y se salió a la calle enloquecido de pena y sin hablarle a nadie, pues al hablar un nudo de lágrimas se empeñaba en ahogarlo. Caminaba por la mitad de la calleja con los ojos hundidos y lucientes, como en las fiebres. Estaba despierto y deliraba. Era de nuevo el príncipe anciano' del cuento, pero un prfncipe agonizante, y a su lado su vieja mujer Benedelsa yacía encorvada y muerta, con los cabellos de plata desatados y a los vientos. En tomo todos los hijos que no tuvo pasaban en una fuga irreal: éste, negro como la pez y en una piragua; aquél, rubio, apacent-ando cabritos; esotra, cazando mariposas. Los vecinos le miraban pasar sobrecogidos de dotor, sin atreverse a preguntarle por la que juzga-

-6ban ag6nica O muerta. Y Rafelo seguía en su delirio: ahora veía su casita cerrada para siempre; BeIledelsase había marchado para no volver, se la habían llevado en una caja negra ... Y él, ¿qué haría entonces? ¡Solo, solo en el mundo, sin aquella esperanza que le había servido para devanar la vida durante veinte años! De pronto vió que con las manos en la cabeza y el gesto loco, como alegres rapazas tempraneras, venían corriendo hacia él las viejecitas del barrio; sus voces cluecas tenían alborozo de campanas que repican en sábado de gloria: - ¡Albricias, Rafelo, albricias, que son dos lindas perlas, dos granos de oro, tus niños mellizos! ¡Dos niños mellizos! - ¡El uno es un nácar, como el rey Me1chor! - ¡El otro es un bronce, como el rey Gasparl - ¡Dos hijos de rey!

La laorona llamaron al P. Rufino para que oyera en confesión a su amiga Rosita, tan viejecilla como él y objeto de su noble cariño, caló sobre sus canas la teja de terciopelo, tomó el libro de oraciones para los moribundos y se echó a la calle tan rápidamente como se lo permitía su obesidad. Se alegró de encontrar a la enferma con una serenidad beatífica, y sentado a la cabecera del lecho, cubiertos los ojos con el pañuelo, hecho cargo de su sagrada función, escuchó las palabras que temblaban en los labios casi helados por la muerte. UANDO

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- Fui dada a murmurar de mi prójimo; pero 10 hice sin maldad, sin difamar ninguna honra, acaso porque en mis largas horas de labor el demonio me acechaba ... - ¿Envidia? Tal vez de muchacha ... Envidia de los ojos de Adela, de los cabellos de Julia ... de las manos blancas de María ... _ ¡Ay! El orgullo que tuve antaño a causa de mi talle, de mis colores y mi voz, de mis pies pequei\itos y mis habilidades de arpista, fué muy castigado,

-8pues los años de todo ello me privaron lentamente ... - Sí, tuve varios amores ... cuatro ... cinco. Dos de ellos no me naefan del corazón y presto los eché al olvido; los otros eran sinceros y por poco me cuestan la vida. Padre, no me puedo arrepentir de esos amores, son como un sol lejano que todavía me ilumina y me da calor. - Ego te absolvo-dijo el confesor, conmovido hasta el alma. Y ella continuó con voz muy delgada: ~ Padre Rufino, también he robado ... -

¿Tú?

Por vicisitudes muy comunes en la vida, Rosita había pasado de la holgura a la más triste pobreza, y había dedicado los tres últimos lustros de su vejez al oficio de labrar cera para las iglesias y los difuntos. En el amplísimo patio de 'Su caserón antiguo, de rosal a rosal, de mirto a mirto. de jazminero a jazminero, las sartas de anillos de cera cambiaban poco a poco su color, que recordaba la miel de los panales, por el blanco mate, émulo del de los pétalos del nardo. Mientras esto acontecía, Rosita paseaba por los corredores hilando el algodón de los pabilos y con rara habilidad hacía bailar el huso negro, donde la hebra se enrollaba paulatinamente. Nadie sabía elaborar como ella los cirios altísimos que en los solemnes domingos de minerva ardían sin chisporrotear y arrancando a la custodia sagrados reflejos; las pesadas hachas para los exvotos, que los campesinos iban a ofrecer caminando de rodillas sobre las duras losas; las velas de la Candelaria, pequeñas, delgadas, de culito verde, que se enclen-

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den a los agonizantes cuando sus ojos,n.q ~ed~n,vef'. ya las cosas terrenos;

los cirios amarillos para b.ls. capillas ardientes. A más de lo anterior, Rosita bia adornar, para las andas de la Virgen, grandes. cirios altísimos, con hojas y flores de cera más blanca todavía, casi transparentes Y de naturales relieves, que sus dedos de anciana lograban prender a los cirios como por sutil ciencia de arañas. _ Padre Rufino, también he robado ... - ¿Tú? _ He robado de la cera más blanca un poquitil1otodos los días, casi nada, 10 que arrancaba en un pellizco ... ¡Oh, Padre, ya sé que lo he de restituir!. •. He labrado con esa cera dos altos cirios llenos de hojas y de flores que parecen dos jazmineros de cera blanca, los cuales como restitución quiero que me enciendan delante de mi caja mortuoria ... Durarán toda la noche, deshojándose pétalo a pétalo ..• y el Padre murmuró en un sollozo ... _ Ego te absolvo ... ¡Rosa mística!

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Doble quebranto

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tiene usted - dijo el narrador - el nombre de una santa que, sin quererlo, cometió el acto más inhumano del mundo. Tan inhumano, tan cruel, {}ue su pobre cabeza no resistió el remordimiento y desde entonces está en el manicomio, donde su extraña locura es objeto de la curiosidad de sus mismos compañeros de desgracia. Deseosos de conocer aquetla historia, guardábamos un profundo silencio; el médico, inclinado para apoyar el codo en la rodi\1a, mantenía en la diestra las gafas que se había quitado poco antes, y con ellas accionaba, deslumbrándonos a ratos con el bri\1o de la luz reflejada en los cristales. - Marta Maltés - continuó diciendo - había enviudado, quedando con un solo hijo, muchacho rayano en los quince, que por tener los mismos ras. gos fisonómicos de su padre fué objeto de uno de esos amores sin medida, morbosos si se quiere, que a más de un desgraciado chicuelo han llevado por caminos de mimo y consentimiento a la crápula y la perdición. El hijo de Marta Maltés. desde que se quedó huérfano y se sintió mimado, tomó el caminito de que os hablo. Empezó por ser un lechuguino, buscó mujeres después. se acercó a las mes.as. cf ••.

-11juego y acabó en borracho perdido. Naturalmente. la herencia paterna, aquel pequeño capital, fruto del trabajo asiduo y de la más severa economía, iba mermándose a ojos vistas y hubiera concluído en absoluto si Marta no hubiera intervenido a tiempo. Un día dijo al mozo: no más; y así 10 cumplió. Pero ya no era preciso y necesario el dinero; las naturales vallas del recato y el temor al qué dirán, todas estaban echadas por tierra, y Manuel iba por esos obscuros vericuetos de la desvergilenza tan a sus anchas como si en ellos hubiera nacido. Lo que la santa mujer sufría con estas cosas no es para contado. Cuando lo llevaban a su casa casi muerto de la embriaguez, eso era lo de menos. Más temía la noticia de que estaba en la cárcel o cuando la insultaban porque se negaba a cubrir cuentas por licores consumidos en bacanales estúpidas. y no tenía Manuel más de veinticinco años; pero ya no era el arrogante joven de poco antes: la relajación en que había caído se marcaba en su rostro con una repulsiva expresión de cansancio y bellaquería. Había llegado a ser fastidioso hasta para sus camaradas de otros días. Sólo Marta Maltésjah, las madres! -, con paciencia inagotable, le atendía humildemente, insinuándole temerosa el buen consejo,

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