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Juan Pablo II Un Papa inolvidable
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Un Papa inolvidable✦
El milagro que yo pido a Juan Pablo II Ayer habría cumplido 85 años. ¿Qué nos queda de él? Nos queda... todo. En este homenaje póstumo, Alfa y Omega recoge, en síntesis, el recuerdo de su querida persona, de su imagen y de su palabra
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ras las intensas jornadas pasadas, los recuerdos de los funerales de Juan Pablo II en la plaza de San Pedro han ido calando en muchas conciencias. En aquel sobrio y simbólico féretro de madera de pino descansaba un hombre que ha hecho presente a Dios por el mundo entero con su palabra, su cariño hacia todos y su vida de entrega. Y ese día, los grandes de la tierra y muchos millones de hombres y mujeres de todas las razas y creencias, reconocían –de un modo u otro– esa presencia, razón última del poderoso atractivo de este Papa santo. Era significativo y esperanzador que la sintonía de afectos hacia el Papa difunto –que ahora se asomaba a la ventana del Paraíso para bendecirnos, como dijo en la Misa de funeral el que, sin saberlo, estaba llamado a sucederle en la Sede de Pedro– lograra reunir, en una fraternidad universal, a hombres de todas las latitudes, dejando de lado, siquiera por un momento, lo que pudiera separarles en la vida diaria. Al menos en esos momentos, lo que les unía era más importante que lo que les diferenciaba. Juan Pablo II, que tanto trabajó por la paz en el mundo, que tanto respeto mostró por hombres de tan distintas creencias y culturas, ¡qué interés tendrá ahora en el cielo –así lo creemos muchos– de que la convivencia pacífica entre los hombres sea una realidad cada vez más real, más extendida, más firme! El milagro que yo le pido al Papa –entre tantos como es seguro que va a hacer– es que toque los corazones de los gobernantes de este mundo, de los que tienen en sus manos especiales responsabilidades cívicas, y de todos los hombres en general, ya sensibilizados con el ejemplo de su vida y de su muerte, y consiga que la gracia y la misericordia de Dios nos hagan ser respetuosos con nuestros semejantes, con sus legítimas ideas y creencias, con sus derechos (entre otros, el derecho a la vida y a la libertad religiosa), y podamos encontrar siempre soluciones pacíficas a los diversos problemas que surjan en la convivencia humana, en el ámbito nacional o internacional. Debe ser posible vivir unidos por los lazos de una verdadera fraternidad, sin que sean un impedimento insalvable las diferencias legítimas. Así, como recordaba el Papa en su último libro, Memoria e identidad, no nos dejaremos vencer por el mal; y siempre que sea preciso venceremos el mal con el bien. Juan Moya
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La última visión de Juan Pablo II El Papa iba a proclamar en Colonia una nueva reevangelización. Escribe un joven ingeniero mallorquín que reside en Colonia (Alemania), donde tendrá lugar la Jornada Mundial de la Juventud 2005
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adie duda en Colonia que, en agosto, el nuevo Papa vendrá a la Jornada Mundial de la Juventud. El cardenal arzobispo de Colonia, Joachim Meisner, ha escrito una Carta pastoral que se publicó el 4 de abril pasado con motivo de la marcha al cielo de Juan Pablo II, en la que dice: «Nuestro fallecido Santo Padre había inivitado a la juventud del mundo a celebrar la XX Jornada Mundial de la Juventud en nuestra archidiócesis. Él y nosotros nos alegrábamos de su tercera visita aquí. Para el Papa no cabía duda de que vendría a Colonia a pesar de su enfermedad. En una audiencia habíamos hablado ya incluso sobre los temas de sus homilías. En enero de este año, tuve una audiencia con él para informarle personalmente sobre la situación de los preparativos. El Santo Padre tenía una gran visión para la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia: una vez superadas las catástrofes de las dos guerras mundiales, quería proclamar en el nuevo milenio una nueva evangelización que partiese precisamente desde el suelo alemán. Incluso me hizo acudir a la clínica Gemelli hace un mes aproximadamente para asegurarme de nuevo lo mucho que apreciaba la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia». Éste es un mensaje muy impactante, visto desde la perspectiva de la historia moderna de Alemania, de Europa y del mundo. Juan Pablo II no se cansaba de profundizar en las cuestiones fundamentales y precisas para entender el misterio del hombre, y así lo quería hacer de nuevo en Colonia. Para conseguir ser entendido se valía de lugares llenos de contenido histórico. Así lo hizo ya ante la puerta de Brandenburgo el 23 de junio de 1996 en Berlín, precisamente en el lugar que simboliza la encrucijada del nacionalsocialismo y del comunismo alemanes, y también la frontera del este y del oeste. Fue allí donde dijo: «No existe la libertad sin la verdad. No existe la libertad sin la solidaridad. Nadie se puede dispensar de su responsabilidad personal a costa de la libertad. El hombre está llamado a la libertad». La juventud del nuevo Papa le acogerá, no cabe duda, con mucho afecto. Colonia se dispone a celebrar una Jornada Mundial de la Juventud hasta ahora nunca vista. El nuevo Papa se encontrará el terreno bien dispuesto a recibir la semilla de su palabra, de su testimonio y de su servicio. La juventud del Papa acallará a los escépticos, a los pesimistas y a los que pretenden extingir los ideales de los jóvenes. Juan Pablo II creía de verdad en los jóvenes. No se cansaba de repetir que la juventud es la esperanza de la Iglesia y de la sociedad. Por eso pienso que son precisamente los jóvenes los que tienen que acoger de una manera especialmente afectuosa al nuevo Papa y darle la bienvenida. Estoy convencido de que la entronización del nuevo Papa será nuevamente sorprendente. Los jóvenes nos hemos quedado huérfanos y estamos necesitados de un nuevo Papa que nos guíe hacia el futuro. Cuando Juan Pablo II fue nombrado sucesor de Pedro, yo tenía 12 años. Desde entonces, he escuchado a Juan Pablo II en más de veinte ocasiones distintas en España, Bélgica, Alemania y Roma. No hablé nunca con él, pero lo que nos ha dicho y lo que nos ha dejado escrito es más que suficiente para considerar al Papa como mi amigo y como mi padre. Los medios de comunicación de todo el mundo se preguntan por qué fascina tanto Juan Pablo II a la juventud. La respuesta es fácil. Los jóvenes se sienten en lo más profundo de su ser entendidos y queridos por Juan Pablo II: en su conciencia. En su Carta a los jóvenes del 21 de marzo de 1985, con motivo del Año Internacional de la Juventud, nos escribía: «Hoy los principios de la moral cristia-
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na matrimonial son presentados de un modo desfigurado en muchos ambientes. Se intenta imponer a ambientes y hasta a sociedades enteras un modelo que se autoproclama progresista y moderno. No se advierte entonces que este modelo de ser humano, y sobre todo quizá la mujer, es transformado de sujeto en objeto, y todo el gran contenido del amor es reducido a mero placer, el cual, aunque toque a ambas partes, no deja de ser egoísta en su esencia. Finalmente, el niño, que es fruto y encarnación nueva del amor de los dos, se convierte cada vez más en una añadidura fastidiosa. Si es necesario, sed decididos en ir contra la corriente de las opiniones que circulan y de los slogans propagandísticos. No tengáis miedo del amor, que presenta exigencias precisas al hombre. Estas exigencias (tal como las encontráis en la enseñanza constante de la Iglesia) son capaces de convertir vuestro amor en un amor verdadero». Pero, más que nada, la juventud valora los hechos. Juan Pablo II no ha esperado a la juventud, ha salido a su encuentro en multitud de ocasiones. No sólo habla del perdón, sino que perdona desde el primer momento a su agresor. No sólo habla de la oración, sino que reza con los jóvenes del mundo entero, en directo, a través de la televisión. No sólo habla sobre el valor del sufrimiento, sino que muestra sus limitaciones físicas. No sólo habla del respeto a la naturaleza, sino que, además, le vemos en la montaña. Y, mientras tanto, los mayores no tienen nada mejor que declarar que había llegado la hora de retirarse, o que era exagerada su exigencia moral. Los jóvenes nos hemos sentido muy queridos por el Papa y se lo hemos dicho: «¡Ésta-esla-juventud-del-Papa!», gritábamos en Cuatro Vientos. Es una frase de doble sentido, pues también aclamábamos que el Papa es joven, joven de espíritu. A pesar de su edad, era uno de nosotros. Juan Pablo II nos ha marcado el programa para la Iglesia en el tercer milenio: la santidad. «Surgirán nuevos frutos de santidad, si la familia sabe permanecer unida como auténtico santuario del amor y de la vida», nos decía el 4 de mayo de 2003 en la Plaza de Colón. Él es el patrón de los jóvenes y de los ancianos al mismo tiempo. Es algo paradójico. ¡Cúantos enfermos, ancianos y jóvenes han encontrado consuelo en su ejemplo estos días! ¡Qué experiencia tan extraordinara seguir el Via Crucis el Viernes Santo y ver cómo el Papa ve y escucha cómo los jóvenes rezan por él desde el Coliseo! Son proféticas las palabras de su alocución del 29 de mayo de 1994. Después de estar cuatro semanas convaleciente en el hospital, dijo antes de rezar el Ángelus (era el año en el que se celebraba la Conferencia Mundial de la ONU sobre la Población en El Cairo, en la que se intentó proclamar el aborto como derecho del hombre): «Ya he entendido que debo introducir a la Iglesia de Cristo en el tercer milenio con la oración, con diversas iniciativas, pero veo que esto no basta: debía introducirla con el sufrimiento. Y ¿por qué ahora?, ¿por qué en este Año de la Familia? Precisamente porque la familia está amenazada. La familia está agredida y, por esto, como hace 13 años, debe ser agredido el Papa, debe sufrir el Papa. Es un Evangelio superior, es el Evangelio del sufrimiento con el que se debe preparar el futuro del tercer milenio, de la familia y de todas las familias». Los jóvenes que hoy lamentamos la muerte de quien tanto hemos aprendido tenemos un futuro lleno de nuevas esperanzas con el nuevo Papa. Y allí estaremos todos, en Colonia, abriendo paso a una nueva evangelización. José Félix Pons de Villanueva
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En ti, el Buen Pastor nos salió al encuentro Escriben jóvenes religiosas clarisas del monasterio de Lerma (Burgos)
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ra el 8 de enero de 1998: leyendo un libro suyo en la que fue mi última noche de guardia en el hospital, las palabras del Papa rebosantes de Espíritu arrancaron mi vida de la tristeza, la desesperanza. Él me gritó: «¡Jóvenes, jamás os arrepentiréis de entregarle la vida a Cristo! Si lo deseas, eres libre para entregarte a Él». El testimonio de su vida radiante me invadió con la certeza de que no había aventura más apasionante que entregarse totalmente a Cristo y a su causa. Se desvaneció el miedo paralizante y esa asfixiante indecisión crónica ante la vocación consagrada. ¡Y me lancé! Gracias, Padre: ¡tu hija Isabel es tan feliz! Isabel
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o vi al Papa dos veces fuera, pero, por mi entorno, no le amaba. Aquí le he empezado a descubrir y querer. Al principio, envidiaba el amor que mis hermanas le tenían y me dolía no poderlo compartir, hasta que se me dio. Para mí, dentro, en varios momentos, ha sido crucial. Escribo uno. «¡Levantaos, vamos!» Son palabras dichas por Jesús a sus discípulos y que dan título al penúltimo libro de Juan Pablo II. ¡Levántate, vamos!, gritó el Papa a mi corazón. ¡Levanta la mirada! No te conformes con haber dado un sí a Cristo en la consagración, ni con estar en la Iglesia, la Tierra de los vivos. ¡Levanta el corazón! Vamos, camina hacia la promesa. Avanza descansando en Cristo y con alma de niña. Dio un vuelco a mi corazón, sentí de mi Amado: Por menos de esto no puedes vivir, la entrega de la vida hasta el extremo. Agarrada fuertemente a Cristo, vive en la victoria del amor, y el Espíritu Santo llevará hasta el fin la obra de amor que ha comenzado en ti. Gracias, Santo Padre, por haberte dejado configurar con Jesucristo, y por orar por cada uno de nosotros, para que seamos presencia radiante del Resucitado. María de Sión
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n agosto de 2000, aunque era mi mayor ilusión, no pude ir al encuentro con el Papa en Roma. Escuchaba su mensaje por la radio, copiaba sus palabras a toda velocidad y todo mi ser ardía al oír: «Jóvenes, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis con la felicidad, es Jesús quien suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande». Pensé: ¡Me lo está diciendo a mí! Su autoridad me rendía, su veracidad me traspasaba y su esperanza me levantaba. ¿Qué hombre, por muchas cualidades humanas
que tenga, puede llenar de vida tu corazón? Él, nuestro Papa, puso nombre a lo que ocurrió en mi interior. Y dio respuestas verdaderas a mi vida. ¡Sólo Cristo, sólo Cristo! Gracias, Juan Pablo II, por tu amor hasta el extremo, por tu Sí. Mi vida sólo anhela ser como la tuya, una respuesta al Sígueme de Cristo.
por completo. Era Jesucristo y no el chico que yo me empeñaba en aferrar el que podía saciar esa sed que me movía a buscar. Y pude cortar al fin esa relación que me estaba haciendo daño, y volver a ponerme, aunque tímidamente, ante Dios, y preguntarle qué quería de mí. Noemí
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legué a Roma peleándome con la vocación. Oí de Juan Pablo II: «Es a Jesús a quien buscáis, es Él la belleza que os atrae, es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad..., que os arranca del espejismo de una vida fácil, cómoda, hedonista». A los diez o quince días de aquello vine a conocer a las que hoy son mis hermanas. Gracias por mostrarnos la radicalidad de la verdad. Almudena Blanca
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óvenes, ¿a quién habéis venido a buscar? La respuesta no puede ser más que una: ¡habéis venido a buscar a Jesucristo!» Estas palabras que oí en la Plaza de San Pedro en el año 2000 me desmontaron
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olón, mayo de 2003: «No olvides tus raíces»... Nuestro amado Papa hablaba a España, a nuestro país, pero aquellas palabras traspasaron mi corazón desorientado y abatido. Había salido del monasterio tras unos años de vida religiosa y experimentaba como una pérdida de identidad: fuera de la llamada de Dios no podía reconocer mi historia pasada, y caminaba sin un horizonte de felicidad, incapaz de abrazar mi vida tal cual era. No olvides tus raíces... Aferré aquellas palabras llenas de luz y de verdad, me arrodillé y supliqué al Dios de la misericordia que, si existía un camino de vuelta, yo quería recorrerlo... Gracias, amado Papa, por haber puesto de nuevo mis pasos en el camino de la Vida. Rocío DOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 5
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Un Papa inolvidable✦ des reconocer la prisión en la que estás encerrada. Los creyentes apasionados y vivos como el Papa Juan Pablo II han puesto al descubierto toda la mediocridad y la falta de libertad en la que vivía. Con su vida, el Papa me ha enseñado que sólo Jesucristo es la Verdad que te conduce a la plena libertad y llena tu vida de inmensa alegría. Gracias, Juan Pablo II, por mostrar a los jóvenes un testimonio radiante del hombre veraz y libre. Ana María
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l drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad, la cultura carece de entrañas, el hombre pone en peligro su misma integridad». Estas palabras del Papa en Cuatro Vientos resonaron en mí con fuerza. Eran una llamada a mirar mi vida y a poner nombre al sentido único de ella: Cristo. La vida entregada del Papa y la de tantos cristianos me impulsaba a lanzarme al designio de Dios para mí, porque ahí encontraría mi felicidad. No podía conformarme con ver vivir a otros, sino que yo estaba llamada a la misma Vida, que es Cristo y su designio para cada uno. Hoy, a una con mis hermanas y toda la Iglesia, me uno al grito del Santo Padre: «Vale la pena dedicarse a la causa de Cristo, y por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre». Candela
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quel día yo estaba con tantísima gente en aquella calle esperando al Papa en el papamóvil y, al pasar, miró hacia mi lado... Nunca podré olvidar esa mirada: experimenté que él sabía que yo estaba allí, que me miraba a mí y que me conocía. En esa mirada había amor hacia mí, libertad para mí, horizonte para mí..., para mí. Y desde aquel momento quedó grabado en mi corazón dónde estaba la Verdad. Querido Padre, ¿cómo pagaré al Señor tanto Bien? Te quiere tu hija. Edén
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a Verdad os hará libres». Ésta es la frase que continuamente tengo en mi corazón desde que vi la Misa fuDOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 6
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neral por el Papa Juan Pablo II el pasado 8 de abril. Mi corazón ha entendido la profundidad de las palabras pronunciadas por el Maestro, al verlo hecho realidad en una persona. No es casualidad que esta misma experiencia me recordara la primera vez que conocí a las que hoy son mis hermanas. Al salir del locutorio se repetían en mi interior dos palabras: verdad y libertad Yo necesitaba ver que es posible vivir de otra manera para creer que en mí podía suceder lo mismo. Y esto es lo que me ha ocurrido con el testimonio de Juan Pablo II. Hasta que no te encuentras con Jesucristo, que es la verdad, encarnado en sus creyentes, no te das cuenta de la mentira en la que vives. Hasta que no conoces a Jesucristo en hombres libres, no pue-
oma, 12 de abril de 1992, Domingo de Ramos. Un grupo de la parroquia fuimos a Roma para participar en el encuentro mundial de la juventud con el Papa. Años después, supe que no les hacía ninguna gracia que fuera. Tenían miedo, porque yo era un poco revolucionaria. No amaba la Iglesia, incluso la criticaba... ¡No la conocía!; pero..., ¿cómo me lo iba a perder? Sin saber muy bien de qué se trataba, me encontré subida al autocar. Era muy pronto, apenas había gente todavía en la Plaza de San Pedro; me parecía imposible que aquella inmensa plaza pudiera llenarse. Teníamos un sitio estupendo en el pasillo central por donde pasaría el Papa. Todo el mundo estaba muy emocionado; yo más bien fría e incrédula. Pero empezó a llegar gente, sobre todo jóvenes, y se creó una expectación increíble. Sin proponérmelo, me vi contagiada de aquella expectación y me encontré esperando al Papa con todo mi ser. Y, por fin, le vi, y en su humanidad vi a Jesucristo. Sentí que me miraba, fue la mirada de Cristo en él, una mirada que transformó completamente mi vida. Sentí que iba a rezar por mí. La crítica se transformó en amor al Papa y a lo que él amaba: la Iglesia. Nació una súplica: «Señor, hazme comprender»; y el corazón comenzó a ensancharse poco a poco. Providencialmente, el 12 de abril de 1997, fui consagrada por Jesucristo en su Iglesia por toda la Humanidad. Gracias, Padre Santo. Betania
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enía 16 años y estaba en el Vaticano. Me sentí como Zaqueo. Necesitaba verle pasar. Me abrí paso entre la gente. Cuando le vi me eché a temblar. Estaba viendo a Dios habitando en una carne. Me dio la mano y sentí que yo era de Dios, y en mi corazón una palabra: santo. Ana A.
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uerido Juan Pablo II: Quisiéramos bailarte una canción. ¡Cuántas veces hemos soñado con cantarla y bailarla para ti! La llamamos la canción del Papa, porque el estribillo recoge tus primeras palabras: «No tengáis miedo, abrid a Cristo el corazón de par en par». La hemos cantado muchas veces a nuestro corazón y al de tantos jóvenes que se acercan a nuestro monasterio. La cantamos cuando supimos que entrabas en agonía para estrecharte en nosotras. Cuando oigo a mis hermanas cantarla y veo alzarse sus brazos suplicantes, cuando veo sus rostros sufrientes, experimento que se extiende en nosotras tu dolor por la Humanidad que languidece por la falta de Cristo. Te he sentido contemplativo en nosotras, colándote a través de tu oración en nuestros corazones y en los de tantos jóvenes: No tengáis miedo. Nos hemos sentido misioneras en ti, recorriendo desde el monasterio el mundo entero, prolongando y extendiendo esa sed de redención que te impulsaba a ir a buscar a cada hombre hasta el último rincón de la tierra. Te he sentido padre que respondías a mis inquietudes: ¿se puede vivir toda una vida consagrada feliz, con la pasión, la ilusión y la entrega del amor primero? Tu vida ha sido la mejor respuesta. Gracias. Gracia
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n la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto 2002, yo estaba en el dilema: centrar mi vida en el éxito para contentar a mis padres, o apostar por ser cristiana auténtica. Cristo me respondió por boca del Papa: «No esperéis a tener más años para aventuraros por la senda de la santidad. Comunicad a todos la belleza del encuentro con Dios que da sentido a vuestra vida». Ésta era la verdad de mi corazón: Cristo me llamaba a ser suya, a entregarme por entero a Él y a su causa. El encuentro me dio la fuerza para decir Sí a su voluntad, viniendo a conocer a mis hermanas. Gracias, Juan Pablo II. Gracias, Madre Iglesia. Gracias, mi amado Jesucristo. Jesús de Belén
mi casa fui a Lourdes para contártelo. ¡¿Cómo conseguí estar sola de rodillas rezando un misterio del Rosario ante ti, mi querido Papa, delante incluso de todos los sacerdotes, o a los pies del altar con un cartel que decía: El 5 de septiembre entro en las clarisas de Lerma sin acreditación alguna?! Sólo tú lo sabes. Desde entonces, sé que tú guardas y proteges mi vocación. Gracias. Silvia
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o tengáis miedo, abrid el corazón a Cristo! Era el grito que necesitaba para lanzarme a la Vida. Cuántos gritos de cariño hacia ti en los cinco encuentros a los que fui. Y es que vi el amor rebosando en una vida tomada totalmente por Cristo, y eso lo reconoció mi corazón. Tus palabras, tu mirada, me lanzaban a Cristo y abrían en la noche el camino de la esperanza. A menos de 20 días para entrar en ésta
Tú, Jesucristo, a quien busco! Ya no más fuera de Ti ni de tu Iglesia. ¿Qué quieres de mí?... Y el regalo inesperado fue encontrarme buscada y amada primero, llamada a seguir al Maestro por ti, un discípulo suyo: «Ven, y verás». Me puse en camino, fui y vi. Lo veo cada día más radiante de gozo en esta tierra que Él había preparado para mí. Gracias, Santo Padre, por despertar en mí y en mis hermanas la fe y la vocación. No dejes de lanzarnos a la santidad, el único fruto que permanece. Una hija tuya. Celia María
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o fueron sólo palabras, ni aquella multitud de jóvenes latiendo desde lo profundo al unísono... Fue tu persona entera traspasada por Cristo, amado Padre, la que en aquel verano de 1997 me devolvió la Vida. Tu existencia donada y feliz a Cristo y a su causa me hizo exclamar por dentro: ¡Eres
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e crecido mirándole a él. Desde niña sentía tal respeto y admiración por su vida, porque era la presencia viva y real de Jesucristo. Mi familia le seguía en sus visiDOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 7
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Un Papa inolvidable✦ Gracias, Juan Pablo II, por estar tan presente en mi vida y en la de cada una de mis hermanas. Gracias por la entrega de tu vida hasta el fin. Blanca
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l mismo día que cumplía 17 años, el 16 de agosto de 1997, salíamos hacia París para el encuentro de jóvenes con el Papa. A mis 17 años sentía mi juventud envejecida, pero... aquel día volví a nacer a la fe en el seno de la Madre Iglesia. Vi en el Papa la fe, vi un cristiano de fuego. Dios ya no era algo abstracto. Vi a Cristo en él. El Papa siempre ha visto a los jóvenes como la esperanza de la Iglesia, pero no se conformaba con eso: «Jóvenes, debéis ser santos». La santidad en la juventud. En esa juventud que creía marchita se me devolvieron las ganas de vivir, la pasión por vivir. Sí, quiero entregar todas mis energías, toda mi juventud, a Aquel que me ha devuelto la vida: Jesucristo. Entré en el monasterio con 19 años y ahora soy una joven consagrada de 24 años. Sólo puedo decir que vale la pena entregarse a la única causa que hace feliz: Jesucristo y su causa. Gracias. María Goretti
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as palabras de Juan Pablo II en el aeródromo de Cuatro Vientos, donde nos dijo: «El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación...», fueron definitivas para mi vida, para ver lo que Dios quería de mí. Y siguió diciendo: «Si sientes la llamada de Dios que te dice Sígueme, no la acalles». Y eso hice, por eso soy una postulante clarisa. María Luisa
tas por España. Él despertaba lo mejor de mí. Veía tal belleza en sus gestos, palabras, su mismo estar. Veía en él la plenitud que Dios regala al hombre, y no quería vivir por menos. En julio de 1993 nos colaron a 7 jóvenes en vaqueros en la Nunciatura. Pasó uno a uno. Me signó en la frente y me miró. Mirada que me penetró hasta el fondo, mirada que se eterniza. Mirada tierna que me conocía y no me juzgaba. Mirada limpia que asumía mi vida para levantarla. Mirada recreadora que me liberaba. Mirada que me amó y me devolvió la alegría por vivir y por la consagración, por ser de Cristo, por la vocación consagrada. El Papa ha dado la vida por mí y sólo puedo agradecérselo viviendo feliz. Somos su herencia. Ruth
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uando escuchaba al Papa Juan Pablo II, me emocionaba; sentía que nos quería porque nos decía la verdad a los jóvenes: nos desenmascaraba el vacío que da el éxito humano, ponía nombre a las heridas de nuestra generación y nos invitaba a acoger la gracia para ya no vivir así. Despertaba en mí los deseos más nobles de mi corazón co-
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mo ser libre y disfrutar plenamente de la vida, y les daba una respuesta: Jesucristo. Viendo su vida, siempre más radiante por ser de Cristo, suscitaba en mí el deseo de ser también totalmente de Cristo. Su voz me hizo palpable el Ven, y sígueme de Cristo. Camino
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i querido Papa, ¿cómo agradecerte tanto Bien? En el Jacobeo 1993 tus palabras, por medio de uno de tus ministros en la Misa del peregrino, quedaron grabadas a fuego en mi corazón: «A vosotros, jóvenes peregrinos, os digo: ¡no tengáis miedo! ¡Sed valientes! Cristo os llama a haceros felices, y allí donde Él os llame os va a dar la plenitud, que sólo Jesucristo puede dar». En ese momento rompí a llorar, las dudas y las incertidumbres de mi corazón desaparecieron y, con una alegría inmensa, exclamé: Mi peregrinación no ha terminado, comienza ahora. Palabras que unos años después dijiste a los jóvenes en París en 1997. Después de 11 años en el monasterio, cada día es un despertar ilusionado, porque Él está ahí gritando en mi corazón: ¡Levántate, tu peregrinación comienza ahora!
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l Santo Padre volvió a despertar en mí la fe en Jesucristo con estas palabras pronunciadas en Colón: «Con la fuerza del amor y la esperanza cristiana que nos llena de gozo os dirijo esta llamada: renueva en ti la gracia del Bautismo, ábrete de nuevo a la luz. Es la hora de Dios, no la dejes pasar. Abrid vuestras vidas a la luz de Jesucristo, buscadle donde Él está vivo: en la fe y en la vida de la Iglesia, en el rostro de los santos. Que Él sea vuestro tesoro más querido, y si os llamara a una intimidad mayor, no cerréis vuestro corazón. La docilidad a su llamada no mermará en nada la plenitud de vuestras vidas: al contrario, la multiplicará, la ensanchará hasta abrazar con vuestro amor los confines del mundo. Dejaos amar y salvar por Cristo, dejaos iluminar por su poderosa luz. Así seréis luz de vida y de esperanza en medio de esta sociedad. ¡No tengáis miedo a ser santos!» Estas palabras supusieron para mí la certeza de ser suya y reconocer que era un don inmenso tener vocación consagrada. Despertabas la hora de Dios para mí. Mercedes
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ifícil lo tenía el Papa cuando, aquel 22 de octubre de 1978, día de la inauguración de su pontificado, dijo a los jóvenes congregados en la Plaza de San Pedro: «Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y del Mundo. Vosotros sois mi esperanza». Y digo que difícil lo tenía porque esas palabras las pronunciaba un hombre muy distante de los jóvenes, no ya por su edad, sino también por unas ideas que, no raras veces, chocaban con lo que se respiraba en el ambiente: su defensa de la castidad, de la indisolubilidad del matrimonio, de la vida desde el momento de la concepción hasta su extinción natural… Difícil lo tenía, insisto. Pero el milagro se hizo. Siendo prueba de ello que, veintiséis años después, en ese acontecimiento, posiblemente sin precedentes, que ha sacudido al mundo con la muerte de Juan Pablo II –hombres y mujeres de todos los países, de todas las razas y religiones, de todas las edades y culturas, conmovidos por lo que ocurría en el Vaticano–, entre los colectivos especialmente afectados estaban los jóvenes, confirmándose así la excelente sintonía que llegó a darse entre ellos y el Papa.
El Papa de los jóvenes ¿Y dónde se hallará la razón de esa sintonía? No es difícil descubrirlo: aunque estuviera lejos de ellos por los años y, no pocas veces, como antes decía, por las ideas, los jóvenes valoraban extraordinariamente a Karol Wojtyla porque sabían que era consecuente con sus creencias y las defendía, con valentía y sin desánimo, en cualquier parte del mundo en que se hallase. Por otra parte, era un hombre con una apasionante personalidad: obrero de la empresa Solvay, actor de teatro, deportista, amigo de la naturaleza, con una presencia física varonil, atrayente, y un modo de ser abierto que ganaba el corazón de cuantos le trataban, encarnaba, ya desde antes de ser sacerdote, una serie de valores que entusiasman a los jóvenes. Ahí está la razón de su popularidad entre ellos, popularidad que se acrecentó, ya como Papa, al ver su amor a todos los hombres, su predilección por los jóvenes, su ternura con los niños, la firmeza de su fe en medio de un mundo sin convicciones, su defensa incansable de la cultura de la vida –recordemos la encíclica Evangelium vitae– frente a la cultura de la muerte, de la justicia social –recordemos sus encíclicas Laborem exercens y Sollicitudo rei socialis–, su lucha por la paz, su extraordinaria capacidad de sacrificio y el dominio de su propia naturaleza herida, sobre todo en los últimos años, por el dolor y el sufrimiento… Sí: es ahí, en todos esos valores, donde se halla la explicación de la sintonía de los jóvenes con Juan Pablo II, su cariño y admiración por él, y el hecho de que, en cualquier parte del mundo a la que él fuera, buscase a los jóvenes y, en todas partes, fuera buscado por ellos. Claro que, si bien lo mi-
ramos, no era a él a quien buscaban. A quien buscaban, en ocasiones sin ser plenamente conscientes de ello, era a Cristo, que sabe lo que hay en cada hombre y que sabe dar las verdaderas respuestas a sus preguntas. «Y si son respuestas exigentes –puntualiza el mismo Papa en Cruzando el umbral de la esperanza–, los jóvenes no las rehuyen en
absoluto; se diría más bien que las esperan». Sí: los jóvenes buscaban –y encontraron– a un hombre, a todo un hombre. O, para ser más exactos, encontraron a un hombre de Dios. Luis Riesgo Ménguez Psicólogo DOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 9
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Así lo vivieron y así lo recuerdan radas muestras de consuelo y aliento que siempre tuvo con nuestro país en los momentos más duros y también en los más felices.
Ricardo Lagos, Presidente de la República de Chile
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u largo pontificado, rico en sabiduría y enseñanzas, es apreciado y valorado por todos los chilenos. Particular gratitud tenemos por su oportuna y sabia mediación en el diferendo que tuvimos con el hermano pueblo argentino, resuelto con su paciencia e inteligencia en el Tratado firmado en 1984. Nuestra memoria recuerda también, con especial agradecimiento, su visita pastoral efectuada en abril de 1987, que tanto bien hizo a nuestra patria.
George W. Bush, Presidente de los Estados Unidos
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l Papa Juan Pablo II ha sido una inspiración para millones de americanos, y para muchos más en todo el mundo. Siempre recordaremos al sacerdote humilde, sabio y audaz que se convirtió en uno de los grandes líderes morales de la Historia. Agradecemos a Dios que nos enviara a tal hombre, un hijo de Polonia, que se convirtió en Obispo de Roma, y un héroe para todos las épocas.
Gerhard Schröder, Canciller de Alemania
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l Papa Juan Pablo II ha influido en la integración pacífica de Europa de muchas formas. Por sus esfuerzos y por su impresionante personalidad, ha cambiado nuestro mundo.
Lech Walesa, ex Presidente de Polonia y líder de Solidaridad
C Carlo Azeglio Ciampi, Presidente de la República Italiana
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os ha transmitido a todos nosotros esperanza y confianza. Ha esculpido las conciencias con los valores que dan sentido y dignidad a las vidas de las personas y de la sociedad humana. Juan Pablo II ha creído en la fuerza del espíritu y ha dado testimonio, con su indómito coraje y su serenidad en el sufrimiento, de la fortaleza que permite afrontar cualquier obstáculo, trabajar para el bien en cualquier circunstancia. Continuará viviendo en nuestros corazones, en nuestro reconocimiento por su testimonio, por su ejemplo. Ha sido un verdadero após-
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tol de paz en el mundo entero. Italia, Roma –su diócesis que se está congregando en la Plaza de San Pedro– lloran la pérdida de un padre, de una persona amada.
Juan Carlos I, Rey de España
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endimos homenaje a la memoria del Santísimo Padre el Papa Juan Pablo II por su abnegado servicio a la cristiandad. Y su infatigable labor a favor de la paz, la justicia y la dignidad humana. En estos momentos de gran tristeza, tampoco podemos olvidar su especial afecto y dedicación hacia España, con el recuerdo imborrable de sus cinco visitas pastorales, así como las reite-
reo que tardaremos en descubrir cuánto ha trabajado y ha luchado el Santo Padre por nosotros. Nos ha hablado a través de su enfermedad y de su sufrimiento puesto al servicio del verdadero fin. Sin él no se habría terminado el comunismo o, al menos –si hubiera ocurrido–, habría sido más tarde y su fin habría sido sangriento.
Shimon Peres, Vice Premier de Israel
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l Papa Juan Pablo II encarnó lo mejor que está dentro de toda la Humanidad, así como lo que es más común a ella... Sus acciones y declaraciones transformaron las relaciones entre la fe católica y la fe judía, y tuvieron un impacto fundamental en la lucha contra el antisemitismo.
Juan Pablo II ✦
Un Papa inolvidable✦
Mahmoud Abbas, líder palestino
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o echaremos de menos como una distinguida personalidad religiosa, que dedicó su vida a defender los valores de la paz, la libertad y la igualdad.
Fidel Castro, Presidente de Cuba
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a Humanidad guardará un emotivo recuerdo de la incansable labor de Su Santidad Juan Pablo II a favor de la paz, la justicia y la solidaridad entre los pueblos.
Kofi Annan, Secretario General de Naciones Unidas
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parte de su papel como guía espiritual de más de 1.000 millones de hombres, mujeres y niños, ha sido un incansable defensor de la paz, un verdadero pionero del diálogo interreligioso y una sólida fuerza de auto evaluación crítica de la Iglesia misma.
Gloria Arroyo, Presidenta de Filipinas
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a sido un santo campeón de la familia filipina y de los valores cristianos profundos, que hacen que cada uno de nosotros contemplemos... lo que es justo, moral y sagrado en la vida.
Jacques Chirac, Presidente de Francia
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a Historia conservará la impronta y la memoria de este Soberano Pontífice excepcional, cuyo carisma, convicción y compasión llevaron el mensaje evangélico con una resonancia sin precedentes a la escena internacional.
Levy Mwanawasa, Presidente de Zambia
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l Santo Padre que parte, le digo que creemos que no es tu deseo que te lloremos en nuestra pena, sino que celebremos los logros que humildemente hiciste para ponerlos por obra y emular tu vida. Pero si ves lágrimas cayendo de nuestros ojos, es porque no podemos soportar la despedida del padre querido.
Avul Pakir Jainulabdeen Abdul Kalam, Presidente de la India
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l fallecimiento de Su Santidad, el Papa Juan Pablo II, ha sido recibido con profunda conmoción y dolor por el pueblo de la India que le consideraba un campeón de la paz y armonía mundiales. La suya era una voz entrañable de la razón contra todas las formas de intolerancia, inhumanidad e injusticia. Sus incesantes esfuerzos para defender la causa de los valores humanos serán siempre recordados como una faro de esperanza contra los desafíos desalentadores del mundo de hoy.
Tony Blair, Primer Ministro del Reino Unido
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l mundo ha perdido a un líder religioso que fue venerado por las personas de todos los credos y de ninguno. Ha sido una inspiración, un hombre de extraordinaria fe, dignidad y coraje.
Mijaíl Gorbachov, ex Presidente soviético
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loro su pérdida. Sabíamos que ocurriría esto. ¡Qué podemos decir! Debe haber sido la voluntad de Dios. Actuaba realmente con valor. Su dedicación a sus seguidores es un ejemplo memorable para todos nosotros.
Vaclav Klaus, Presidente de la República Checa
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onsidero que Juan Pablo II es una de las figuras más excepcionales de todo el siglo XX. Ha sido un hombre sabio y sensible, que dedicó su vida entera a los ideales de amor al hombres, a los ideales de la bondad humana, de la humildad, de la ayuda a los débiles, de la paz, de la libertad humana, de
la dignidad y de la responsabilidad. Ha influido de manera fundamental en la lucha por la democracia en los países del bloque comunista y ha sido también mérito suyo el que estos países vivan otra vez en libertad.
José Manuel Durao Barroso, Presidente de la Comisión Europea
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os europeos nunca olvidarán su lucha por la paz y la dignidad humana».
General Musharraf, Presidente de Pakistán
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l Papa ha rendido increíbles servicios a la paz, ha unido más a personas que pertenecían a diferentes credos.
Giulio Andreotti, Senador vitalicio en Italia
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a atención al diálogo interreligioso ha sido profunda, y ésta es, seguramente, una de las llaves para comprender la popularidad de este Papa en el mundo. DOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 11
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Juan Pablo II ✦
Un Papa inolvidable✦ historia de la Iglesia. Le recordaremos por su incansable testimonio de la esperanza, de la libertad y de la dignidad de la vida humana. Le recordaremos por su coraje en cruzar las fronteras de la raza, la religión y la ideología; le recordaremos por sus energía, así como por su resistencia valerosa al sufrimiento físico hasta el fin. (...) Juan Pablo II ha sido siempre consciente del drama de la salvación humana; nos recordó, incansable, nuestro destino eterno. Demostró, en su propia vida, cómo los seres humanos llegan a alcanzar su máxima grandeza y libertad cuando son más obedientes a la voluntad de Dios. Ha sido una luz que se quemaba más cuanto más profunda era la oscuridad. La Iglesia notará su pérdida. El mundo notará su pérdida. Yo notaré su pérdida.
Monseñor Charles Chaput, arzobispo de Denver
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l Papa Juan Pablo II encarnó las mayores cualidades del Concilio Vaticano II: una profunda fidelidad a Jesucristo y su Evangelio; una profunda confianza y alegría en la fe católica; una apertura al bien del mundo; amor fraternal a los demás cristianos y al pueblo judío; y respeto por todas las personas de buena voluntad. Conoció el sufrimiento personal a lo largo de su vida. Experimentó de primera mano el coste de la guerra, del genocidio y de la opresión política. Estas cosas nunca dañaron su fe. Hicieron lo contrario. Le condujeron más profundamente al corazón de Dios.
Cardenal George Pell, arzobispo de Sydney
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a sido un genuino hombre de espíritu, un verdadero sacerdote. Su ejemplo y enseñanza ha animado a los católicos de todas partes a perseverar. Puedo atestiguarlo personalmente. Ha inspirado a miles, quizá a decenas de miles, al sacerdocio y a la vida religiosa. (...) Ha estabilizado la nave incluso en Occidente. Si muchos todavía estaban resueltos a ser indecisos, decididos sólo a dejarse a la deriva, no ha habido duda alguna de quién estaba al mando. Nunca le faltó coraje, y el coraje es contagioso. La Historia lo conocerá como Juan Pablo el Grande. Se ha ganado esa distinción.
Cardenal Justin Rigali, arzobispo de Filadelfia
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ecibí con profunda tristeza la noticia del fallecimiento de Juan Pablo II. También con gratitud a Dios por el don del Santo Padre. Seguramente que será recordado como el mayor líder espiritual de nuestro tiempo. Su vida entera ha sido un ejemplo de cómo vivir nuestra fe, de cómo dar testimonio del amor de Nuestro Señor Jesucristo. El Santo Padre se dio completamente al servicio de Jesús y de la Iglesia universal. En sus últimos años, sufrió de muchas dolencias físicas, pero nunca permitió que estos
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dolores y problemas pesaran sobre su espíritu; su sufrimiento fue su regalo final. Fue un ejemplo para todos nosotros del valor de la vida humana en cualquier etapa de su existencia.
Cardenal Cormac MurphyO’Connor, arzobispo de Westminster
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emos perdido a un gran líder de nuestro mundo moderno. Juan Pablo II ha sido un hombre extraordinario, uno de los más grandes Papas de los 2.000 años de
Monseñor Sean Brady, arzobispo de Armagh y Primado de Irlanda
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a sido un hombre de nuestro tiempo, pero sin temor a desafiar la cultura y los valores de nuestra época. Él le dio razones para vivir y razones para la esperanza. Estaba adelantado a nuestro tiempo en su mensaje de solidaridad global, su visión de una civilización del amor entre todas las personas y naciones del mundo, en su respeto por la persona humana y, hasta el mismo momento de su muerte, en su poderoso testimonio del Evangelio de la vida. Fue en to-
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Un Papa inolvidable✦
dos los sentidos un testigo de esperanza y un campeón de la vida. (...) El profundo sentido de paz y serenidad, que le acompañó hasta la muerte, estaba con razón enraizado en su vida de oración y contemplación frecuentes, especialmente en su oración ante el Santísimo Sacramento. Su profunda e íntima relación con Cristo fue la fuente de su gran calma y coraje ante los mayores desafíos, y no menos ante los desafíos físicos de sus últimos años. Solía repetir las palabras de Jesús: «No tengáis miedo».
Monseñor Brendan O’Brien, Presidente de la Conferencia Episcopal Canadiense
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anto con su palabra como con su ejemplo enseñó la fuerza de la fe, el poder de la oración, la necesidad de perdonar, y el imperativo de servir a los pobres y oprimidos del mundo. Sus enseñanzas seguirán guiando a la Iglesia en los años venideros en su misión de proclamar el reino de Dios.
Cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana
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ste es el hombre que ha cargado con el peso moral del mundo durante 26 año..., convirtiéndose en la única referencia moral de la Humanidad en los últimos años de guerras y dificultades.
Consejo de Conferencias Episcopales de Europa
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omo el Siervo de los siervos de Dios, el Papa Juan Pablo II ha sido un Papa de visión universal en sus escritos y en su pastoral. Ha sido un Papa para el mundo globalizado; ha proclamado el mensaje universal de Cristo como fuente de verdadera esperanza para la Humanidad. Su visión de la dignidad humana –enraizada en la persona de Jesucristo, en quien Dios vivió, sufrió, murió y resucitó de la muerte– está inextricablemente unida al bien común de toda la Humanidad. A través de su visión buscó construir puentes entre las personas de todas partes. Se esmeró especialmente en profundizar la comprensión ecuménica entre las confesiones cristianas, así como en promover y consolidar las relaciones interconfesionales.
Declaraciones de líderes de otros credos
Conferencia Episcopal Española
Bartolomé I, Patriarca Ecuménico de Constantinopla
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odos le debemos honda gratitud por su entrega fiel y sin reservas a la causa del Evangelio y a la misión recibida del Señor de confirmar en la fe a sus hermanos. La abnegación de su servicio apostólico ha quedado aún más patente, si cabe, en su sufrimiento y su enfermedad. Hoy los católicos de todo el mundo, gracias a su ministerio, nos sentimos más firmes en la fe en Jesucristo, más animados por la esperanza de la Gloria y más resueltos a la caridad que nos hace hijos de Dios y hermanos de todos los hombres.
l Papa Juan Pablo II previó la restauración de la unidad de los cristianos y trabajó por su realización.
Kirill , Metropolitano ortodoxo de Smolensko y Kaliningrado
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os últimos días de Juan Pablo II estuvieron marcados por las cualidades que le han ganado el respeto de todo el mundo. Aguantó sus sufrimientos con fe firme, haciendo que millones de personas admiraran su coraje. Espero sinceramente que su memoria sirva a la causa de la construcción de unas buenas rela-
ciones entre nuestras Iglesias y sea un compromiso para superar las actuales dificultades. Ruego al Señor Jesucristo por el descanso del alma de Su Santidad el Papa Juan Pablo II.
Comité de Rabinos de Nueva York
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ecordaremos cariñosamente sus históricas visitas a la Gran Sinagoga de Roma, al campo de concentración de Auschwitz (Polonia) y al Muro Occidental de Jerusalén, así como el que estuviera con nosotros en solidaridad espiritual. Al declarar el antisemitismo un pecado contra Dios y la Humanidad, el Papa recordó, en repetidas ocasiones, al mundo que no podemos volver nunca a permanecer en silencio mientras perecen personas por su raza o religión. DOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 13
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Fotos para la Historia
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ecogemos en estas páginas centrales una secuencia cronológica de fotos para la Historia. Bajo estas líneas: la pizarra en la que el Papa Juan Pablo II daba las gracias en el Gemelli; debajo, unos reclusos en un cárcel de Polonia siguen por televisión las noticias sobre la muerte del Papa; junto a estas líneas, a la derecha: la silla vacía del Santo Padre; debajo, en el centro, el ataúd con sus restos mortales en la Plaza de San Pedro, y el viento que pasa las hojas del Evangelio colocado encima del féretro; en la otra página, arriba, monseñor Marini, tras haber pronunciado la frase Extra omnes (Todos fuera), cierra las puertas de la Capilla Sixtina para que comience el Cónclave; abajo, los cardenales entrando en la Sixtina
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Una difícil búsqueda de explicaciones
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a magnitud de lo sucedido estos días, tras la muerte de Juan Pablo II, ha caído como un mazazo entre los convencidos de que la fuerza del Evangelio se estaba agotando. «¿Qué es lo que ha pasado?», se preguntan. No pueden negar este unánime plebiscito, el más extenso e intenso que jamás la Humanidad ha dado a nadie. Pero tienen que buscar otras causas. Entre las que más repiten está la de su capacidad escénica: su experiencia de actor, sus condiciones de hombre mediático. El País lo llama El Papa estrella: la gran novedad de Juan Pablo II es que asumió las reglas de la sociedad del espectáculo con la naturalidad de un gran actor. Siempre recordaré sus pasos sobre el escenario del campo del Barcelona en su primer viaje a España. Ni Marlon Branco en el Julio César. Asentada esta teatralidad de Juan Pablo II, se explica todo lo sucedido: el abrumador despliegue de estos días ha sido en este sentido un homenaje de los medios a uno de los suyos. Y se repite insistentemente: el Papa actor, el Papa mediático, el hombre de teatro..., como si toda su vida hubiera sido ésa. Karol Wojtyla perteneció en su juventud a un grupo estudiantil de teatro. Como infinidad de jóvenes. Punto. En aquel paso efímero por los escenarios, ¿se puede justificar la aclamación universal de ahora? El actor representa un personaje ficticio. Su arte consiste en esa ficción, en esa mentira, de vivir, de decir, de sentir, accidentalmente, lo que ni es, ni dice, ni siente en su ser real. Cuanto mejor represente esa ficción, mejor actor será. En el extremo opuesto está el testigo, el hombre testimonial, que es lo contrario: su ser y su apariencia coinciden; muestra exactamente lo que es. Realiza su vida según un convencimiento profundo. Y se muestra tal cual. No sube a otro escenario. Su casa, su oficina, su calle, el avión en que viaja, su mesa cuando come, o su tribuna si habla no son otro escenario que el que le ha tocado vivir. Pero allí aparece, como es, hombre de una pieza, coherente consigo mismo. Y ese hombre convence, admira, arrastra. Eso es un líder auténtico. Abundan tan poco, que, cuando aparece uno de verdad, sucede lo que ha sucedido. No hay que acudir al teatro para explicarlo. Conviene recordar un momento del mismo Evangelio. Jesús ha muerto tras un horrible calvario que ha machacado su imagen. Después de una vida donde muchos creían también que hacía teatro: «Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Pero hay alguien que valora lo que es la coherencia total, la dignidad total, aun en las sombras del hundimiento. Y confiesa: «Verdaderamente, éste era el hijo de Dios». Para unos, teatro; para otros, coherencia hasta el heroismo, prueba de un misterio superior. Las dos posturas de hoy. ¿Cuesta tanto admitir que lo que arrastra es la verdad de lo que se es, y se testifica con la vida y con la muerte? Todo ello se produce, además, cuando llevaba años representando, sobre ese hipotético escenario, un papel tan poco grato a los medios como la ancianidad, la enfermedad, la torpeza en el hablar, en el mirar, en el moverse... Hasta hemos visto, conmovedoramente, cómo se le caía la baba y él mismo, torpemente, se la limpiaba, mientras nos predicaba. Los mismos que hoy quieren justificar lo que está sucediendo, por el espectáculo, a lo Marlon Brando, que ofrecía elevando los brazos y caminando en un campo de fútbol, se venían escandalizando porque siguiese en activo, y se mostrase públicamente una decrepitud, unas enfermedades y una agonía, que tanto repugnan a los mass media. El gran mensaje de lo sucedido estos días no es otro sino el de la permanente fuerza del Evangelio. Cristo no exigió a los suyos agrandar las estadísticas, ni imponer a nadie la inscripción en sus filas. Lo que les mandó fue dar testimonio de su mensaje para que, libremente, el que quiera le siga. Francisco Javier fue un gigante que llevó ese testimonio, dando enteramente su vida, a unos pocos lugares extremos. Ahora, en sólo unos días, todos los rincones del orbe se han empapado de él. ¿Ha habido en la Historia un momento tan esplendoroso? ¿Está la Iglesia en crisis? Venancio-Luis Agudo DOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 16
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Amistad y fidelidad de un Papa
Juan Pablo II, junto con sus compañeros de colegio, en agosto de 2002
Las siguientes líneas relatan un episodio tan mínimo que no tendría cabida en las páginas de una biografía del Papa, por ejemplo en la preciosa de G. Weigel. Pero sí cabría en un sencillo y sabroso anecdotario. Es un episodio en tres tiempos. Pone de relieve la fidelidad del joven Karol Wojtyla en la amistad, pese a la erosión de los años y al desfase de las escalas sociales o eclesiales
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n Wadowice, donde nació, Karol Wojtyla visitaba frecuentemente el santuario en que yacen los restos mortales del gran héroe polaco Rafael Kalinowski, ex-capitán del ejército ruso, al que canonizará cuando sea Papa. Ahí, en Wadowice, siendo todavía joven de 14 a 18 años, Karol entabla amistad con el portero del santuario, el carmelita fray Wenceslao, una quincena de años mayor que él. Fray Wenceslao es un humilde fraile lego, de elemental cultura básica, pero buen conversador y filósofo en ciernes, es decir, filósofo al natural, casi un diamante en bruto. Karol Wojtyla no sólo se hace amigo de él, sino que llega a tener asomos de vocación carmelita, como los religiosos del santuario donde había trabajado y se había santificado Rafael Kalinowski a su regreso de la deportación en la extrema Siberia, no lejos del lago Bajkal. Pasan los años y llega la década del Concilio. Karol Wojtyla viene a Roma para asistir al Vaticano II. También fray Wenceslao ha venido a Roma, pero nada de Concilio. Él sigue de laico carmelita. Reside en el Teresianum, donde hay un centenar de estudiantes que se preparan al sacerdocio y más de una docena de profesores. Pero él, ni estu-
diante ni profesor, desempeña el importante cargo de zapatero remendón al que recurren los estudiantes, quizá tras un partido de fútbol, para pedir sandalias nuevas o para remendar las viejas. Fray Wenceslao tiene su oficina de zapatería en un rincón simbólico: exactamente en los bajos del Aula Magna de la Facultad del Teresianum, en el amplio hueco irregular que se forma bajo el plano inclinado de la sillería del aula. Todos los estudiantes conocen y frecuentan ese rincón; ahí van a conversar con su dueño. También lo conoce el ahora arzobispo Karol Wojtyla. Y cuando las sesiones del Concilio conceden a los Padres conciliares una tarde de asueto, Wojtyla sube por el Gianícolo, pasa ante la estatua de Garibaldi, cruza la portería del Teresianum y, escalera abajo, llega hasta el rincón de la zapatería, que, por cierto, no abunda en elegancia ni en zalamerías de limpieza. Se recoge los capisayos, se sienta en una banqueta de madera, única disponible, y ahí conversa despaciosamente con Fra Wences, que sigue ultimando la tarea de su incumbencia. En la conversación, al zapatero fray Wenceslao le interesa todo: desde lo que pasa en Polonia hasta las cosas de América o de Áfri-
ca, desde los debates conciliares hasta la historia de Napoleón, que «poverettto –dice él–, è morto a Santa Elena, poveretto!» Su Excelencia el Padre conciliar Wojtyla, si le es posible, vuelve a estar con fray Wences la semana que viene, y la siguiente, y de nuevo. Generalmente, no habla con los profesores, ni va a visitar la espléndida biblioteca del Teresianum. Él va invariablemente al rincón de trabajo de su antiguo amigo, ahora casi viejo: Wenceslao Wozniak había nacido en Tomice (Polonia) el 20 de diciembre de 1903, y ahora son los años 1960… Cuando en 1978 el cardenal Wojtyla, elegido Papa, reside definitivamente en Roma, fray Wenceslao ya no tiene la posibilidad de devolverle la visita. Está enfermo. La diabetes ha iniciado el proceso de gangrena en su pie derecho. Los especialistas del hospital Salvador Mundi están a punto de amputárselo. No lo hacen. Pero sigue un largo proceso de cura. Tres veces al día viene a curarlo una enfermera, misionera carmelita, catalana –por nombre: Josefa Fallada–, que lo cura con toda asiduidad, con verdadero mimo. De suerte que el proceso de gangrena no avanza. Pero fray Wences ya no sale de la enfermería. Ni siquiera cuando el Papa Juan Pablo II visita el Teresianum. De haber estado sano, ¡con cuánto afecto lo habría recibido, bendecido, y quizás abrazado su antiguo amigo de Wadowice! Tomás Álvarez DOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 17
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Juan Pablo II y la cultura
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ecir a estas alturas que Juan Pablo II ha sido un hombre de cultura, parece una banalidad. El siglo XX ha sido pródigo en Papas de gran estatura moral e intelectual. Nadie discutirá que Pío XI, Pío XII y, más centro, la clave de lectura aún, Pablo VI, hayan de la visión de Juan Pablo II sido hombres de gran cultura. Sin embargo, sobre la cultura, a diferencia de éstos, es la persona humana Karol Wojtyla, filósoque se revela y se despliega fo, teólogo, poeta, actor, encarna en su peren sus actos. Sólo merece sona la voluntad de verdaderamente el nombre superar el hiato entre de cultura aquello la Iglesia y la cultura moderna. El padre que realmente ayuda Wojtyla, ya desde sus a la persona a alcanzar tiempos de capellán su plena humanidad universitario, y más tarde como arzobispo de Cracovia, se sentía a sus anchas en los ambientes académicos, artísticos o científicos, y era capaz de dialogar sin complejos con profesores, intelectuales y representantes de la cultura moderna. No era un erudito ni un polígrafo, sino un pensador atento al hombre en todas sus dimensiones. Éste es precisamente el mensaje central de la Cons-
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titución del Concilio Vaticano II Gaudium et spes, en cuya redacción tuvo un papel destacado el joven arzobispo de Cracovia, moseñor Wojtyla. Gaudium et spes constituye una reflexión acerca de las relaciones entre la Iglesia y el mundo moderno, es decir, la cultura moderna, en un intento de sanar la ruptura que se había producido con la modernidad.
La cultura y el obrar del hombre Si hubiera que identificar un centro, una clave de lectura de la visión de Juan Pablo II sobre la cultura, es la persona humana que se revela y se despliega en sus actos, en la praxis. Por eso puede decir, ya en su primera encíclica, que «el hombre es el camino de la Iglesia». La cultura es producto del obrar del hombre, y, al mismo tiempo, hace al hombre ser lo que es. La cultura se entiende necesariamente en referencia al hombre, no a las circunstancias económicas, sociales o políticas. Así lo expresó en su discurso ante la UNESCO, el 2 de junio de 1980, un discurso denso, escrito de su puño y letra, que constituye la referencia obligada para quien quiera conocer su pensamiento sobre la cultura. Ante aquella asamblea, Juan Pablo II recordó una verdad fundamental: «Sí, el futuro del hombre depende de la cultura», igual
que el futuro del planeta depende de la conservación de su medio ambiente. Para Juan Pablo II, «el hombre es el hecho primordial y fundamental de la cultura». Gracias a la cultura, «el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, es más, accede más al ser». Esta afirmación es también el criterio normativo para el discernimiento cultural: sólo merece verdaderamente el nombre de cultura aquello que realmente ayuda a la persona a alcanzar su plena humanidad. Ciertas realizaciones presuntamente culturales son, en realidad, anti-cultura. El diálogo entre la fe y la cultura tiene en el hombre también su fundamento, pues «el conjunto de las afirmaciones relativas al hombre pertenece a la sustancia misma del mensaje de Cristo y de la misión de la Iglesia», razón por la cual el vínculo entre el Evangelio y el hombre es creador de cultura en su fundamento mismo. Esta preocupación llevó a Juan Pablo II a crear en la Santa Sede un organismo con la misión de fomentar la atención pastoral a la cultura en todas sus dimensiones, y al mismo tiempo constituir un puente de diálogo con las culturas en la Sede de Pedro. El 20 de mayo de 1982 Juan Pablo II instituyó el Consejo Pontificio de la Cultura, presidido desde su fundación por el cardenal Paul Poupard. Los más de veinte años de vida de este Consejo demuestran sobradamente la acertada intuición del Papa: que la cultura es un terreno de encuentro entre hombres de diversas creencias, e incluso con quienes se declaran no creyentes. No se puede olvidar tampoco la aportación de Juan Pablo II al diálogo entre la Iglesia y la ciencia. La Historia lo recordará como el Pontífice que tuvo el valor de afrontar el Caso Galileo –o mejor, el mito Galileo–, y sacar de la Historia lecciones para el presente. A él debemos el documento más completo y más claro sobre las relaciones entre la ciencia y la religión y, ya en la última etapa de su pontificado, la puesta en marcha del Proyecto STOQ, un programa de estudio e investigación sobre ciencia, filosofía y teología, con base en las universidades romanas. Si hubiera que sintetizar en una frase el magisterio de Juan Pablo II sobre la cultura, escogería las palabras que pronunció en España durante su primer viaje apostólico, ante los intelectuales y universitarios españoles: «Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no fielmente vivida, no enteramente pensada». Cuando escuché de viva voz aquellas palabras, que guiaron mi actividad durante mis estudios en la universidad, no podía sospechar que procedían de la Carta de fundación del Consejo Pontificio de la Cultura, al cual, quince años más tarde y siendo ya sacerdote, me tenía destinado la Divina Providencia, como colaborador de Juan Pablo II en la Curia Romana. Melchor Sánchez de Toca Alameda Subsecretario del Consejo Pontificio de la Cultura
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La senda de la certeza
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n una de sus deliciosas novelas sobre el padre Brown, Chesterton enfrenta a su rechoncho curita de Eses con el más hábil ladrón de Europa, el famoso Flambeau. El diálogo final entre el ladrón y el sacerdote es muy revelador: «¿No se le ha ocurrido a usted pensar que un hombre que casi no hace nada más que oír los pecados de los demás no puede menos de ser un poco entendido en la materia? Además, debo confesarle a usted que otra condición de mi oficio me convenció de que usted no era un sacerdote». «¿Y qué fue ello?», preguntó el ladrón, alelado. «Que usted atacó la razón, y eso es de mala teología». Experiencia de humanidad y afecto a la razón. Probablemente, nada resuma mejor el legado intelectual de Juan Pablo II que este conocimiento del hombre que surge del afecto a Cristo y este aprecio infinito a la razón sobre la que se sostiene la fe. Y nada es más consolador para quienes consagramos nuestra vida y dedicación a la tarea universitaria, pues éste, más que cualquier otro, es el camino de la Universidad: el afecto al hombre y a las exigencias de la razón.
Aprecio por la razón Ese aprecio a la razón no es nada nuevo en el cristianismo desde que hizo su aparición entre las comunidades más helenizadas del pueblo judío; raza de filósofos, decían de ellos los griegos. Significativo fue –comen-
taba Ratzinger, hoy Benedicto XVI, hace años– que el cristianismo no tomara como interlocutor a las religiones de su tiempo, sino a la filosofía: pues esa pretensión de verdad que porta el cristianismo transciende las realizaciones religiosas particulares y apunta a la universalidad de la razón del hombre. Desde que el joven san Justino quedara cautivado por la sabiduría de Trifón, el cristianismo ha reivindicado para sí la capacidad de confrontarse con la razón y responder de modo exhaustivo al ansia de verdad que encierra todo hombre. Precisamente por todo eso –decía Juan Pablo II–, la universidad nace del corazón de la Iglesia, directamente ex corde Ecclessiae, porque la Iglesia «tiene la íntima convicción de que la verdad es su aliada». No es por casualidad que el mismo año en que los bárbaros, nuevos señores del Imperio, decretan por mano de Justiniano el cierre de la Academia platónica, san Benito funde el monasterio de Montecasino, y que durante siglos los claustros se conviertan en el refugio de la sabiduría antigua: «Verter al latín toda obra de Aristóteles y todo diálogo de Platón que caiga en mis manos», declara expresamente Boecio. Romano entre germanos y católico entre arrianos, su tarea de salvación inaugura un tiempo de silencio en el que maduraría todo el patrimonio cultural griego y patrístico del que se alimentará toda la cultura occidental. Esa callada y humilde tarea de copia y traducción, esa ingente tarea escolástica, que duraría casi ocho siglos y que culminaría en
los frutos espléndidos del siglo XIII, tiene un consciente esfuerzo de sentido en el consejo que el mismo Boecio le da al Papa Juan I: «Conjuga, cuanto puedas, la fe y la razón». Precisamente fue el abandono de esta posición, la separación y pretendida autonomía de estas dos fuentes de acceso a la verdad, su exasperación y sus consecuencias en la Historia, hasta llegar a la contraposición explícita, la que ha traído la situación de perplejidad en la que se halla el hombre moderno: privado de horizontes de sentido y capaz de un inmenso poder que no sabe cómo se ordena: «en esto parece consistir el capítulo principal del drama de la existencia humana contemporánea en su dimensión más amplia y universal», dice el Papa en su encíclica Fides et ratio. «El hombre vive cada vez más en el miedo». Frente a la terrible angustia del hombre ante su propia soledad, el grito con el que Juan Pablo II inauguró su pontificado fue una llamada al mundo a liberarse del miedo abriendo las puertas a Cristo: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado». Esta certeza, que marca el pontificado de Juan Pablo II y constituye parte de su mejor legado, señala la senda que están llamados a recorrer en su estudio todos los hombres, y, muy singularmente, las universidades que nacen del corazón de la experiencia cristiana. La legítima autonomía de la razón, en su finalidad y metodología, no deben extraviar al hombre que busca la verdad. Como muy bien recuerda el filósofo francés E. Gilson, «la naturaleza olvida constantemente que debe al opus recreationis de la Gracia el privilegio de reconquistar su naturalidad». Sencillamente, no hay una perfección natural al margen de la Gracia; lo primero que la Gracia hace es permitir, precisamente, la perfección natural. Por eso, afirma Juan Pablo II que «la venida de Cristo ha sido el acontecimiento de salvación que ha redimido a la razón de su debilidad, librándola de los cepos en los que ella misma se había encadenado». Ya todo el mundo está de acuerdo en que McIntyre tiene razón cuando afirma, en el párrafo más famoso de la más famosa de sus obras, que los nuevos bárbaros no están en las fronteras del Imperio esperando para asaltarlo, sino que hace tiempo que ocupan sus más altos puestos. Y si él esperaba, y con razón, a un nuevo san Benito, nosotros podemos decir que hemos encontrado a nuestro Boecio. O mejor, que se nos ha regalado a quien aunaba en sí la genial intuición de ambos. Con nuestra oración por su persona va nuestra gratitud por su obra intelectual, el horizonte de la tarea que nos ha marcado es apasionante: «Éste es el camino a seguir: es preciso no perder la pasión por la verdad última y el anhelo de su búsqueda». Alfonso Bullón de Mendoza Rector de la Universidad Cardenal Herrera-CEU DOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 19
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Juan Pablo II ✦
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Juan Pablo II cumplió su misión
norámica de la Iglesia en sus aspectos fundamentales. Por ejemplo, la comunión jerárquica de los pastores entre sí y con el Papa; la vocación a la santidad para todos los fieles, así como la misión de los laicos en la Iglesia; el impulso ecuménico, a pesar de tantos obstáculos, en torno a un solo Señor y una misma fe; finalmente, la riqueza espiritual de los sacramentos como huellas de Cristo que encaminan a la santidad, como hemos visto en los cinco santos canonizados en su último viaje a España, y después en la Madre Teresa de Calcuta que, por diversos caminos, han contribuido a transformar la sociedad apoyados en la fuerza de la oración. Pero Juan Pablo II siempre ha deseado canonizar a más hombres y mujeres que se han santificado en el matrimonio, en el trabajo, en la política y en el arte.
Ser modernos y fieles a Jesucristo
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uan Pablo II ha sido Testigo de esperanza para el mundo, y especialmente para los católicos. Los complejos problemas de nuestra sociedad tienen solución desde la antropología cristiana, que está en el centro de la enseñanza del Papa sobre Jesucristo y el hombre. Y las dificultades para llevar a cabo la nueva evangelización en un mundo secularizado, incluso laicista, las superan los testigos fieles de Jesucristo como Juan Pablo II. El Papa ha llegado a todos los rincones del mundo, ha tocado el corazón de millones de almas, ha abierto las puertas del tercer milenio con la mirada puesta en Cristo, y en los últimos tiempos ha llevado a cuestas la cruz del Salvador del mundo. La primera encíclica de Juan Pablo II fue sobre Jesucristo, el Redentor del hombre; y en la última Carta, también sobre Jesucristo-Eucaristía: Quédate con nosotros, Señor, le ha dicho con los discípulos de Emaús. Y Jesús se queda. Juan Pablo II ha gastado su vida en llevar a los creyentes a Cristo, y precisamente por eso ha mostrado que no puede haber encuentro con Jesús sin la Iglesia. Éste es el gran problema de la mediación que muchos hombres de hoy no acaban de entender ni de admitir. Ahora, sin este Papa, sentimos aún más que la Iglesia está en nuestras manos. Pero, ¿qué Iglesia ha visto Juan Pablo II, cómo se puede conciliar la fe y la modernidad, qué perspectivas vemos ahora para la renovación de la vida cristiana? La Iglesia del Papa es la Iglesia de Jesucristo, tan viva hoy como hace veinte siglos, pues está animada por el Espíritu de vida. Las enseñanzas de Juan Pablo II durante estos años proporcionan una pa-
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La Iglesia camina con el tiempo, y lo santifica desde la perspectiva de la eternidad, evitando así la tiranía del presente. No es verdad que la Iglesia esté desfasada, como dicen algunos, porque miran sólo algunas formas externas y no llegan a percibir la secularidad de la inmensa mayoría de laicos inmersos en las tareas humanas, codo con codo con los demás hombres, creyentes o no creyentes. Las enseñanzas de Juan Pablo II sobre la Iglesia muestran la lógica tensión entre la tradición e innovación que es señal de vida. No en vano ha dicho a los jóvenes españoles, con buen humor: «Soy un joven de 83 años». Además, todos somos testigos de que Juan Pablo II ha sido el primer líder mundial que ha dado a conocer un programa de acción para el tercer milenio, ya en los años ochenta. Verdaderamente en Novo millennio ineunte está el programa de la Iglesia para este milenio, y no puede ser otro que Jesucristo presentado de modo vivo y actual. Por eso los jóvenes de todo el mundo conectan con el Papa, cuando les recuerda que «Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino», propuesto en un clima de diálogo y comprensión con los no creyentes, porque «las ideas no se imponen, sino que se proponen», como les ha dicho en Madrid. Muchos estamos de acuerdo en que una clave del pontificado de Juan Pablo II consiste en desarrollar el ConcilioVaticano II y especialmente la vocación a la santidad y la unidad de los cristianos, pues todavía queda mucho por hacer. Además, el Papa habla siempre el lenguaje de la esperanza porque cree en Jesús. En tiempos de crisis los hombres quedan sin asideros y se tambalean; por ello, la Iglesia ofrece con sus enseñanzas asideros firmes a los que agarrarse para no ser engullidos en el agujero negro del relativismo religioso y moral. Y lo hace porque cree firmemente en los hombres como imagen de Dios. Hoy podemos encontrar a muchos cristianos que son buenos profesionales, que han cobrado nuevos bríos desde el último viaje del Papa y se han comprometido, a diversos niveles, para recristianizar la sociedad. Se han llenado de esperanza. El Papa ha dado testimonio ante los jóvenes de su vocación al sacerdocio cuando se dirigió a cada uno en Cuatro Vientos para decirles: «Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el Sí gozoso de tu persona y de tu vida». Aunque no sean cifras inmediatas, estos viajes del Santo Padre dejan una estela de vocaciones en cada país. Y también en sus Catequesis sobre la Iglesia proclama abiertamente la vocación a la santidad para los jóvenes, para las mujeres y para las familias. En las enseñanzas de Juan Pablo II sobre la Iglesia, vemos que no ha surgido por intereses humanos sino por expresa voluntad de Dios, que la ha prefigurado desde los orígenes, la ha preparado por medio del pueblo judío, y la ha fundado Jesucristo como misterio de comunión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí por la caridad. Espejo de la Trinidad entre los hombres, que ha recibido los medios de santificación por los que el Espíritu Santo renueva de continuo los corazones y la faz de la tierra. Serán testigos creíbles del Evangelio los cristianos que vivan en Dios y para Dios, que eso son los santos. Sabemos que Juan Pablo II ha dedicado varias horas del día a la oración, se preparó y vivió la Eucaristía con mucha interioridad sin acostumbramiento. Muere poco después de concelebrar la Santa Misa, de seguir el Vía Crucis y de escuchar la Sagrada Escritura. Ésta ha sido siempre la clave de los santos y el secreto de la Iglesia. Pero hay que esforzarse por entenderlo con una mirada más profunda, porque, si no hay interioridad, es imposible entender ese misterio de la Iglesia. Jesús Ortiz López
Juan Pablo II ✦
Un Papa inolvidable✦
Un hombre atrapado por la Verdad
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n hombre poseído por la verdad, vertebrado por la verdad: esto es para mí Juan Pablo II. La verdad buscada sinceramente, como plataforma interior básica. La necesidad congénita de la inteligencia humana es la búsqueda de la verdad. El encuentro con la verdad es el sosiego de la mente, es su luz gozosa. «Quien busca la verdad se encuentra con Dios, porque Dios es la verdad» (Edith Stein). Y quien, desde la sinceridad humilde de la mente, busca la verdad, se encuentra con Cristo, porque «todo el que es de la verdad, escucha mi voz». dice Jesucristo en el evangelio. Un alma sedienta de verdad: eso es el alma de Juan Pablo II. Él podía afirmar con toda razón: «La verdad es mi país». Desde la experiencia viva de su quehacer intelectual, él habló de la verdad con una profundidad y una belleza pocas veces superada en el pensamiento filosófico y teológico de la Historia. Porque buscó la verdad, cayó en los brazos del abismo glorioso del Dios vivo. Enamorado de la verdad, Juan Pablo II quedó atrapado por Cristo.
Juan Pablo II –porque la verdad era la razón de su búsqueda intelectual y vital– practicó la sinceridad en el diálogo, en la conexión verbal con todos los seres humanos. La sinceridad implica y exige ser fieles a la verdad. Quien es de la verdad, vive en sinceridad. La sinceridad es un aspecto irrenunciable de la verdad. Nunca es lícito engañar. Y engaña quien piensa una cosa y dice otra, quien oculta con sus palabras la verdad de su alma. Engaña quien niega la verdad, y «negar la verdad es un adulterio del corazón» (san Agustín). La sinceridad de Juan Pablo II resplandece en cada una de las palabras de sus extensas y ricas comunicaciones a los miembros de la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. Ninguna circunstancia, ninguna ambición, ningún temor condicionó o debilitó sus palabras. La sinceridad es valentía, es riesgo, es prudencia. La sinceridad sólo se puede practicar y vivir desde la humildad. La humildad que filtra muy bien las palabras, que las administra para no decir nada que pueda marginar o destruir otras virtudes. La sinceridad siempre va acompañada de respeto y amor. La sinceridad de Juan Pablo II es pura fidelidad a Cristo y a la dignidad del hombre en Cristo. La coherencia, la autenticidad, ser consecuente con lo que se piensa y se dice, la honradez exige buscar la verdad, decir la verdad y vivir la verdad. Quien dice una cosa y piensa otra es un mentiroso, pero quien dice una cosa y hace otra es un hipócrita. La honradez intelectual exige buscar como quehacer primero la verdad, la honradez convivencial exige decir la verdad, engaña quien no la dice, pero quien no la vive se traiciona y traiciona. El hipócrita es ciudadano de la indignidad. Es un estafador. No se puede pedir, ciertamente, que sólo hable de perfección quien la haya conseguido, pero sí se puede y se debe pedir que hable de perfección quien quiera vivirla. De un gran sacerdote se ha escrito que hablaba convirtiéndose, es decir, poniendo en su palabra toda la hondura de su compromiso personal. Eso es ser coherente. ¿Quién puede negar la coherencia total del pensamiento, de la palabra y de la vida de Juan Pablo II? Su pensamiento era su palabra, y su palabra eran sus hechos. Obras, palabras y pensamiento en la misma línea. Transparencia pura de la verdad, transparencia de Cristo mismo. Si ha dicho que sólo puede ser un apóstol de Cristo quien asume la cruz de Cristo, quien acepta a Cristo con todas las consecuencias, ¿puede ser apóstol de Cristo quien no asume el riesgo de la persecución y el martirio? Nunca se puede olvidar lo que Juan Pablo II ha tenido siempre muy claro: la fidelidad a Cristo no se cobra en este mundo, se paga. Aquel seguidor oficial de Cristo que no sufre persecución, o es porque nunca dijo la verdad de Cristo, o nunca practicó su justicia. La intencionalidad limpia, los limpios motivos del decir y del hacer: éste es el cuarto elemento esencial de la honradez integral. Quien, diciendo verdades y haciendo bondades, busca algo para sí mismo en el secreto de sus intenciones, no es digno de Cristo. Quien cultiva su ego, envolviéndolo en las nobles apariencias de verdades y bondades, es un ser moralmente despreciable. Ha entrado en el terreno del egoísmo más corrosivo. Hacer el bien sin esperar nada, sin querer nada, sin querer otra cosa, como premio, que subir a la cruz con Cristo, eso es pureza de intención. El gran premio de los seguidores de Cristo es morir en la cruz con Cristo. Quien no aspira y anhela, como el mejor premio de su vida gastada por los demás, llegar a participar en la persecución a Cristo, no ha entendido a Cristo. ¿Ha entendido a Cristo Juan Pablo II? ¿Qué ha buscado y qué ha vivido, y por qué ha padecido? Sólo Cristo, sólo el conocimiento, el seguimiento, y la glorificación de Cristo. Sólo Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Razón última de la vida de los santos: vivir en la cruz para que todos vean a Cristo. Juan Pablo II, un hombre atrapado por la Verdad, por Cristo, por el Dios que se nos ha manifestado en Cristo. Por eso, Juan Pablo II es uno de los hombres más íntegramente honrados de la historia de la Humanidad. Ni se engañó, ni nos engañó. Y la verdad le hizo libre, es decir: santo, creíble. Francisco López Hernández DOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 21
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Juan Pablo II ✦
Un Papa inolvidable✦
Quédate con nosotros A Juan Pablo II lo hemos querido retener con la fuerza de la oración y la plegaria, con tonalidades de canción popular: «Algo se muere en el alma cuando un amigo se va, algo se muere en el alma que no se puede olvidar; no te vayas todavía, no te vayas, por favor». Estábamos convencidos de que lo necesitábamos, como los de Emaús a Jesús. Encontramos demasiadas sombras en nuestro camino. Nuestras mentes están embotadas con el tener, el poseer, con lo material, con lo contingente y caduco. Nos falta capacidad para comprender las cosas de Dios. Nuestros corazones se encuentran apagados por falta de amor. Por eso, hemos precisado su presencia, su palabra y su testimonio, para poder sentir como los de Emaús cuando comentan: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Juan Pablo II ha calentado nuestros corazones, sembrando en ellos semillas de amor y esperanza, alentándolos a no tener miedo, a ser mensajeros de Cristo resucitado y a dar razón de nuestra esperanza. Los discípulos de Emaús no esperaron al día siguiente para regresar a Jerusalén y dar testimonio de lo vivido y experimentado. Esa misma noche, inmediatamente, olvidándose de la recomendación hecha por ellos mismos anteriormente al caminante, se ponen en marcha para comunicar su descubrimiento, la gran noticia a sus hermanos: «Nos hemos encontrado con Él; le hemos reconocido al partir el pan».
La muerte ha sido vencida
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uédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída»: estas palabras, pronunciadas por los discípulos de Emaús y dirigidas al que se había hecho compañero de camino con ellos aquella tarde de desesperanza, lograron que el caminante, hasta entonces sin nombre, fuese a recogerse con ellos aquella noche en su casa. Estos días se las hemos dirigido también a Juan Pablo II. Quédate con nosotros, porque las tinieblas del mal y del error nos acechan y tú has sido reflejo vivo, durante tus días terrenos, de la luz, de la verdad y de la fuerza de Dios entre nosotros. No las podía escuchar porque Dios lo estaba llamando a su seno para darle el premio merecido. Seguro que, si de él hubiese dependido, habría aceptado nuestra invitación para continuar ayudándonos con su palabra y testimonio, como lo hizo durante los prolongados años de su pontificado al frente de la Iglesia. Poco antes, Jesús se ha dirigido a los de Emaús ayudándoles a entender las Escrituras y los últimos acontecimientos vividos por ellos en Jerusalén. Parecen palabras duras: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en la gloria?» También el Papa, si hemos compartido el camino con él, nos ha DOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 22
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hablado con palabras semejantes. Somos torpes para recibir cuando se nos anuncia y transmite la salvación de Dios que nos viene de la vida en Cristo. Nos lo ha recordado reiteradamente Juan Pablo II: «Vale la pena vivir y dar la vida por Cristo». Juan Pablo II se ha hecho compañero nuestro en el camino, compartiendo su gran amor a Dios con nosotros. Caminante hasta llegar a los mas recónditos lugares del orbe, ha sido el testigo por antonomasia de Cristo resucitado, y nos ha mostrado que hasta llegar ahí había que pasar por el sufrimiento, por la prueba del dolor y la enfermedad, por el calvario, por la entrega total, por la muerte.
¿No ardía nuestro corazón? Al final lo hemos querido retener con nosotros, como los de Emaús a Jesús aquella noche. No obstante, Cristo se les escapó. Había cumplido su misión. Les había abierto los ojos, despertado su conciencia, devuelto la esperanza, apartado el miedo, de tal manera que pudieron desandar el camino que nunca debieron haber emprendido, el del alejamiento del Cenáculo, la confianza en el Maestro, la presencia de la Iglesia, el calor de la comunidad de los discípulos en Jerusalén.
Muchos han ido a ver al Papa estos días a Roma. Sobre todo, a orar por él. A ser testigos de su despedida y darle el ultimo adiós, a agradecerle todo lo que ha hecho por la Iglesia. Se han encontrado, no con un Papa muerto, sino con Cristo resucitado. En estos momentos, todos tenemos que desandar el camino, como los de Emaús, y dar testimonio de lo que hemos visto y vivido estos días: dejar que Juan Pablo II sea signo de resurrección en nuestras vidas, porque su espíritu vive entre nosotros. Él, su recuerdo e imagen grabados en nuestros corazones, nos transmite esperanza, transforma nuestro horizonte, nos muestra el camino para alcanzar la resurrección. Dios Padre no nos ha podido dejar mejor regalo en esta Pascua de 2005. Estamos celebrando la resurrección de Cristo; de esa resurrección ha participado ya Juan Pablo II, y en ellas, la de Cristo y la del Papa, nos hemos sentido resucitados cada uno de nosotros. No hace falta nada más que ver la alegría, el gozo, la paz, la esperanza que vive la Iglesia y sus miembros estos días. La muerte ha sido vencida. ¡¡¡Aleluya!!! Cristo ha resucitado. La Iglesia ha resucitado. Juan Pablo II se ha anticipado a la resurrección del final de los tiempos. Y en ellos y con ellos nosotros hemos resucitado. Alejandro Hernández Martínez capellán castrense
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Juan Pablo II el Grande:
Santidad y humanidad
Leo en el domingo siguiente a su muerte, en un cuadernillo central dedicado a Juan Pablo II (dentro del reportaje El rostro humano de un Pontífice), que en una visita a la leprosería de la Misión de San Gabriel, en el Zaire, Juan Pablo II, cuando todos le esperaban para salir, se fue para uno de los muchachos, allí acogidos, en pie sobre unas muletas de madera, que acababa de entrar, disculpándose ante los demás diciendo: «Perdonen, debo ir allí, un momento», y es que, como se afirmaba en esas líneas, «era superior a él. Cuando veía a los niños o a los enfermos era incapaz de controlarse y no acudir inmediatamente a ofrecerles su amor».
Sacerdote siempre
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uando escribo estas líneas, Juan Pablo II el Grande yace ya en las grutas vaticanas, muy cerca del primer Papa, Pedro, a quien hasta tres veces preguntó el Maestro: «¿Me amas más que éstos?» Estas palabras, repetidas hoy en sus exequias, resuenan todavía en nuestros corazones, a la par que afligidos y tristes, esperanzados al saber que nuestro Papa, Juan Pablo II, goza ya del descanso eterno y del abrazo soñado del Padre; habrá sido conducido de la mano de María, nuestra Madre, a quien el Papa polaco se consagró desde su juventud, confiándose plenamente a Ella en su fructífero pontificado. Han sido días de tristeza, llanto sereno, lágrimas sentidas y palabras emocionadas de millones de hombres y mujeres de buena voluntad, repartidos por todo el orbe, ante la muerte para el mundo, no para Dios, de un titán que ha removido conciencias, ha realizado miles de kilómetros y ha servido a Cristo y a su Iglesia con un ejemplo insuperable llevado hasta el final de sus días en su particular pasión repleta de abnegación y generosidad extremas. No puedo negar que, como cristiano y católico, su muerte me ha entristecido profundamente: ha sido durante mi, aún joven, existencia el referente principal como católico, puesto que su proclamación como Sumo Pontífice se produjo siendo yo un niño de siete años, y su muerte llega cuando el horizonte de mi vida se va ya dibujando con trazos definidos. Recuerdos entrañables de encuentros con este coloso, al que algunos han llamado, y bien, el atleta de Dios, en Santiago de Compostela y el Monte del Gozo en 1989, en Se-
villa en 1993 y en la clausura del Congreso Eucarístico Internacional, y en el más cercano y emotivo encuentro producido cuando tuve la dicha, junto a mi esposa, de recibir su bendición como nuevos esposos en la Audiencia General del 30 de junio del pasado 2004. Dios, que se vale de personas con nombres y apellidos concretos, gracias a todos, quiso regalarnos en nuestra luna de miel celebrar la festividad de San Pedro y San Pablo, la última de Juan Pablo II, a unos pocos metros del altar erigido en la Plaza de San Pedro y ser bendecidos en la Audiencia General celebrada al día siguiente. La enfermedad no podía ocultarse, el sufrimiento traslucía en su fuerza, sí, en sus gestos, en sus palabras, a veces ininteligibles, pero ahí estaba toda su grandeza, su ejemplo, su sacrificio y su ministerio celebrando y presidiendo una solemne misa durante dos horas y bendiciendo, bajo el infernal calor romano de una mañana soleada de junio, a miles de fieles en una de las audiencias de los miércoles… Han sido días en los que los medios de comunicación han dedicado horas y horas de retransmisiones desde el Vaticano, han vertido ríos de tinta hablando sobre este Papa que inauguró el tercer milenio, en un despliegue desconocido hasta el momento que te obligaba a seguir frenéticamente todo cuanto se decía y se mostraba. Pero de todo lo que le he leído, y ha sido mucho por deformación profesional, me quedo con esas historias no siempre conocidas que ofrecen la versión más humana de un Papa al que pronto veremos (así lo deseamos), si Dios quiere, en los altares por la santidad de sus obras y de su ministerio.
En ese mismo suplemento, se cuenta cómo un sacerdote de la diócesis de Nueva York encontró a un mendigo a las puertas de una iglesia de Roma que resultó ser compañero de éste en el Seminario y al que la vida le había hecho perder la fe y la vocación. El sacerdote contó la historia al Papa pidiéndole que rezara por el compañero perdido, y a los pocos días recibió una invitación del Santo Padre para cenar acompañado del mendigo. Después de la cena, Juan Pablo II pidió quedarse a solas con éste, conminándole a escuchar su confesión, contestándole el invitado que ya no era sacerdote. El Papa replicó: «Una vez sacerdote, sacerdote siempre». El otro le contestó que estaba incapacitado, y Wojtyla le aseguró que puesto que era obispo de Roma él se podía encargar de eso. Se confesaron mutuamente, y el Santo Padre le asignó ser asistente del párroco director de aquella iglesia en la que pedía y encargado de atender a los mendigos. Más conmovedora, si cabe, resulta esta otra historia bajo el título Los amigos judíos del Papa. Edith, de 74 años, conoció a Karol Wojtyla apenas unos días después de ser liberada por el Ejército Rojo del campo de concentración de Czestochowa: «Era enero de 1945. Yo tenía 13 años. Nevaba y hacía mucho frío. Anduve sin rumbo hasta llegar a la aldea de Yanjeow, cerca de Cracovia, y allí estuve dos días sin comer ni beber más que la nieve del suelo. Entonces llegó él, vestido con su sotana, como un ángel caído del cielo. Me llevó a hombros durante cuatro kilómetros hasta una estación de tren, a la vez que me daba pan, queso y té caliente». Cincuenta y cinco años después, en 2000, en el Museo del Holocausto, Juan Pablo II posó su mano sobre el hombro de Edith y lloraron juntos. Toda una vida empleada en servir a los demás, en derramar misericordia, compasión y humanidad por quien fue golpeado duramente por la vida, perdiendo en su infancia y juventud a su madre, hermanos y padre, y gastándose hasta el final en su servicio. Con su amor, su sonrisa y su ternura ilimitados logró ser un Papa querido y hoy recordado con profunda gratitud y cariño. Sirvan, pues, estas torpes palabras como homenaje y agradecimiento, pobre pero sentido, a Juan Pablo II, el Grande, santo ya a los ojos, aún emocionados, del pueblo. Álvaro Pineda Lucena DOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 23
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El motivo
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o hemos visto. Millones de personas han peregrinado a Roma para despedirse de Juan Pablo II. Para la mayoría ha supuesto un gran esfuerzo físico y, en muchos casos, un sacrificio económico. ¿Qué mueve a estas personas a soportar el frío de la noche, el sol que quema la piel durante el día, el cansancio, la ausencia de sueño, quizá el hambre, quizá la sed, el estar horas y horas de pie sin poder apenas moverse y sin saber cuánto falta para el final? ¿Qué motiva a estas personas, que soportan con alegría estas penurias, que no causan ni un solo incidente, que peregrinan en un ambiente de paz? Yo estuve allí el miércoles 6 de abril. Desde las 9:20 de la mañana hasta las 12 en punto de la noche en que llegué a los pies del Papa, compartí con toda esa gente 14 horas y media de confiada espera que, al contrario de lo que pueda parecer, no se hicieron largas, pues la voluntad estaba decidida y el ánimo claro. El esfuerzo físico de la peregrinación mueve al espíritu: por eso, las sensaciones e, incluso, las intenciones no son las mismas o no tan intensas al principio como al final. Ves el sol salir, llegar a lo más alto que le permite el cercano equinoccio de primavera, descender por detrás de la cúpula de San Pedro al atardecer, ves el crepúsculo con un azul cobalto que resalta tras la fachada iluminada de la basílica, creando una imagen preciosa; ves llegar la noche y te das cuenta de que, al contrario de lo que pueda parecer, soportas bien el cansancio. Tras doce horas, ya estás en la Plaza, y la música de los altavoces, música de esperanza, te llena de emoción. Los grandes focos hacen traspasar su luz a través del agua de las fuentes como si llegara de lo más alto. Observas cómo la gente reza el Rosario a solas, en silencio, o en grupo. Contemplas sus rostros que transmiten –por encima del
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cansancio– recogimiento, emoción, alegría por estar cerca de la meta. Es gente joven y gente mayor, hombres, mujeres y niños también. Son religiosos y seglares, monjas, sacerdotes, grupos de estudiantes, amigos, parejas, familias, matrimonios con niños pequeños que duermen en sus sillitas. Son personas que hablan diferentes lenguas pero viven un mismo espíritu. Entre todas ellas, me llama la atención una señora mayor, con rostro de mujer de campo curtido por el sol, de dulce expresión, que responde con una entrañable sonrisa y con un Sí, grazzie, cuando le preguntas si todo va bien. Humildísimamente vestida, con pañuelo a la cabeza, lleva su escaso equipaje en una bolsa de plástico porque quizá una mochila sea un lujo para ella.
Más cerca del Papa Nos acercamos a la basílica. Estamos tan apretujados que casi no podemos mover los brazos. Por ello, avanzamos como un todo, quizá reflejando la unidad que representamos al tener un objetivo común. La emoción personal alcanza su máximo al llegar al umbral de la basílica. Sobre tu cabeza, el balcón donde hace casi 26 años y medio oímos el Habemus Papam y vimos a Juan Pablo II por primera vez. Miras atrás, y ves la inmensidad de la Plaza de San Pedro y la masa de gente que se pierde a lo largo de la Vía della Conciliazione. Sientes que has vencido, que has superado un reto, que has sido capaz. Cuando miras el reloj, te preguntas cómo ha sido posible. A pesar de las horas transcurridas, no tienes prisa. No sabes que tardarás aún una hora en recorrer el interior de la basílica. Un padre despierta a su hijo de dos años para que viva el momento. Finalmente, a la medianoche exacta, ya
no hay nada ni nadie que te separe del Papa. Solos él y tú. Solos entre la multitud. La rudeza del policía vaticano, que te empuja sin contemplaciones y que contrasta con la exquisita paciencia de los funcionarios, sólo consigue que te concentres más en el momento. Al contemplar al Papa allí, inmóvil en su catafalco, es cuando realmente te das cuenta de que ya no volverás a verle en este mundo, y es cuando percibes, con una intensidad mayor, el cariño y la admiración que sientes por él. Te das cuenta de lo mucho que ha hecho, de su sacrificio, de su esfuerzo. Ha conseguido que sientas un sano orgullo de ser católico, que no te avergüences de tu fe, que no tengas miedo a manifestarla. Sientes la tristeza de la separación. Quieres acompañarle en esos momentos y rezarle, darle las gracias y pedirle. No quieres marcharte. Le miras, le absorbes con la mirada, como deseando grabar ese momento para siempre en tu retina. Te apartas a una esquina desde donde puedes verle y rezarle sin molestar a nadie. Consigo permanecer en el interior de la basílica más de hora y media. Me considero un afortunado. Tras la definitiva despedida, que no quieres que llegue, recorro las naves laterales de la basílica hacia la salida. Los peregrinos están por doquier. Unos, rezando de rodillas, como un grupo de jóvenes sacerdotes o como un chico joven con pendiente en la oreja que comenzó la cola a mi lado. Una monja mayor, sentada a los pies de un confesionario, comparte ese lugar con otras personas, que rezan emocionadas, como muchas más, algunas de ellas con lágrimas en los ojos. También hay gente que, vencida por el cansancio, se ha quedado dormida en los escalones de las diferentes capillas laterales o a los pies de los monumentos mortuorios de otros Papas que, sin duda, los acogen con cariño paternal. Salgo a la Plaza. Son ya casi las dos de la madrugada. Una noche fresca, pero despejada y tranquila. Sopla una suave brisa. Como un bocadillo sentado en una silla que inesperadamente encuentro, mientras contemplo la majestuosa fachada de San Pedro. Después, recorro en sentido contrario la Vía della Conciliazione. Han cerrado las puertas de la basílica hasta las 5 de la mañana. Muchos peregrinos aprovechan para dormir esas tres horas en sacos o cubiertos con mantas, unos al lado de otros, en los soportales o bajo el estrellado cielo. Otros sobrellevan la espera sentados sobre el pavimento. Unos comen, otros dormitan, unos rezan, otros hablan, muchos meditan. Me siento con la misión cumplida. Me siento afortunado. Sigo andando al hotel. En la Vía Vittorio Emanuele me cruzo, a las tres de la mañana, con un grupo de jóvenes peregrinos que caminan a buen ritmo tras una bandera, cantando alegremente siguiendo los acordes de una guitarra. No saben que hace cinco horas supuestamente se han cerrado los accesos a la cola. Pero algo dentro de mí me dice que les dejarán pasar. Joaquín del Pino Calvo-Sotelo
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Las aportaciones de Juan Pablo II a la Filosofía No es extraño que se haya denominado a Juan Pablo II, sobre todo después de su muerte, el Grande. Se le puede aplicar este adjetivo no sólo por su increíble actividad, sino también por su pensamiento. En 1994, la revista Time, de Nueva York, le eligió como hombre del año. Lo justificaba explicando, entre otras cosas, que «sus ideas son completamente diversas de las de la mayor parte de los mortales. Son más grandes». Entre estas ideas deben ser incluidas, sin duda, las filosóficas. Ofrecemos a continuación un fragmento del texto que aparece publicado en el último número de la revista Arbil
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on indiscutibles la originalidad y las aportaciones a la filosofía de Juan Pablo II, antes y después de ser Papa. Quisiera hacer notar en este escrito, y como testimonio de mi gratitud, al Sumo Pontífice difunto, dos de ellas importantísimas. Se encuentran en su encíclica Fides et ratio y son independientes de toda hermenéutica de su pensamiento. A pesar de ello, no han sido todavía advertidas en la literatura filosófica. En esta encíclica, Juan Pablo II defiende el valor de la filosofía. Parte, para ello, de la situación de la filosofía en la vida humana. Filosofar sería una actividad natural del hombre. Juan Pablo II cita la afirmación de Aristóteles: «Todos los hombres desean por naturaleza saber», y define incluso al hombre como «aquel que busca la verdad». Podría decirse que todo hombre, en cierto sentido, es filósofo. Posee una concepción propia de la realidad, que de algún modo da respuesta a los grandes interrogantes de la existencia, y desde esta interpretación orienta su vida personal. La filosofía, como saber científico, simplemente continúa estos conocimientos naturales filosóficos del hombre corriente, llevándolos a una mayor perfección terminológica, conceptual y sistemática. La razón
del hombre, que pertenece a su naturaleza, le empuja al saber filosófico. El carácter natural de la filosofía explica el hecho, señalado igualmente en la encíclica, de que todo pensar filosófico tenga un mismo punto de partida extrínseco. «Es posible reconocer, a pesar del cambio de los tiempos y de los progresos del saber, un núcleo de conocimientos filosóficos cuya presencia es constante en la historia del pensamiento». Puede concluirse, finalmente, que «estos y otros temas indican que, prescindiendo de las corrientes de pensamiento, existe un conjunto de conocimientos en los cuales es posible reconocer una especie de patrimonio espiritual de la Humanidad». Debe reconocerse que, en nuestra época, algunos de estos contenidos nucleares están desfigurados o rehusados. De manera que, en «este período de rápidos y complejos cambios, expone especialmente a las nuevas generaciones, a las cuales pertenece y de las cuales depende el futuro, a la sensación de que se ven privadas de auténticos puntos de referencia. La exigencia de una base sobre la cual construir la existencia personal y social se siente de modo notable, sobre todo, cuando se está obligado a constatar el carácter parcial de propuestas que ele-
van lo efímero al rango de valor, creando ilusiones sobre la posibilidad de alcanzar el verdadero sentido de la existencia. Sucede de ese modo que muchos llevan una vida casi hasta el límite de la ruina, sin saber bien lo que les espera». Confiesa Juan Pablo II que, precisamente «por eso, he sentido no sólo la exigencia, sino incluso el deber de intervenir en este tema, para que la Humanidad, en el umbral del tercer milenio de la era cristiana, tome conciencia cada vez más clara de los grandes recursos que le han sido dados y se comprometa con renovado ardor en llevar a cabo el plan de salvación en el cual está inmersa su historia». La Iglesia hace de buen samaritano, como en otros ámbitos, con la filosofía. Deseaba el Papa, con esta encíclica, «devolver al hombre contemporáneo la auténtica confianza en sus capacidades cognoscitivas, y ofrecer a la filosofía un estímulo para que pueda recuperar y desarrollar su plena dignidad». En esta encíclica, se defiende la metafísica. La razón, y más concretamente la filosofía, no deben renunciar a la metafísica. Existe una realidad metafísica, que está más allá, y es alcanzable de algún modo por el conocimiento humano. «Dondequiera que el hombre descubra una referencia a lo absoluto y a lo trascendente, se le abre un resquicio de la dimensión metafísica de la realidad: en la verdad, en la belleza, en los valores morales, en las demás personas, en el ser mismo y en Dios». La necesidad de que la filosofía se apoye en la metafísica se advierte, por una parte, desde la teología: «Un pensamiento filosófico que rechazase cualquier apertura metafísica sería radicalmente inadecuado para desempeñar un papel de mediación en la comprensión de la Revelación. La palabra de Dios se refiere continuamente a lo que supera la experiencia e incluso el pensamiento del hombre; pero este misterio no podría ser revelado, ni la teología podría hacerlo inteligible de modo alguno, si el conocimiento humano estuviera rigurosamente limitado al mundo de la experiencia sensible. Por lo cual, la metafísica es una mediación privilegiada en la búsqueda teológica». Por consiguiente, «una teología sin un horizonte metafísico no conseguiría ir más allá del análisis de la experiencia religiosa, y no permitiría al intellectus fidei expresar con coherencia el valor universal y trascendente de la verdad revelada». Eudaldo Forment DOCUMENTOS ALFA Y OMEGA✦ 25
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La última carta de Juan Pablo II, dirigida al santuario de Czestochowa
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zestochowa, martes, 3 de mayo de 2005. Este martes, día de la fiesta de la Virgen Reina de Polonia, se leyó en el santuario de Jasna Gora, en Czestochowa, la última carta escrita por Juan Pablo II, el día antes de morir, según ha informado Radio Vaticano. La misiva del 1 de abril está dirigida al Prior General de los monjes de San Pablo Ermitaño, Izydor Matuszewski, del monasterio de Jasna Gora, y llegó acompañada por dos coronas, regalo del Papa al icono de la Virgen Negra. «Encomiendo nuestra Patria, toda la Iglesia y a mí mismo a su protección maternal», afirmaba el Papa en su misiva. Y, al final, añadía: «Totus tuus!» (¡todo tuyo!), el lema en latín con el que puso su pontificado en manos de María. En la carta, el Papa Juan Pablo II recordaba todo lo que Dios ha hecho en su gran misericordia por Polonia a través de la Virgen en los últimos 350 años, tras la victoria en defensa del monasterio y de Polonia de la invasión sueca. «Que estos acontecimientos providenciales sean una llamada a la unidad en la construcción del bien común para el futuro de Polonia y de todos los polacos», deseba el Santo Padre. «Que sean un llamamiento a cuidar el tesoro de los valores eternos, de manera que el ejercicio de la libertad lleve a la edificación, y no al derrumbe», añadía. «Encomiendo a su maternal protección la Iglesia en tierra polaca, para que, a través del testimonio de santidad y de humildad, refuerce siempre la esperanza en un mundo mejor, en los corazones de todos los creyentes», afirmaba. Zenit
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Aquellas manos de pescador
H
ay un ángel de la guarda que habita entre los palacios pontificios y que suele esperarme, cuando llego al Vaticano, en el Portone di Bronzo. No diré cómo es el ángel, por si acaso algún lector lo reconociera y le interpelara con alguna certera indicación. Sólo apunto que se las sabe todas, que ha vivido durante más de cincuenta Cónclaves y que gusta del humanismo renacentista y de las lenguas clásicas. El pasado domingo, enfadado porque hacía ya tiempo que no visitaba Roma, me quiso entretener, nada más saludarnos, recordándome lo que a san Ignacio de Loyola le pasó cuando eligieron Papa a Pablo IV. Me invitó, incluso, a que leyera a Nadal, y que no me olvidara de Polanco, el biógrafo del santo de Loyola –no otro, por supuesto–, y que aprovechara para releer la autobiografía del fundador de la Compañía de Jesús. «Pues hete aquí –me dijo– que, cuando san Ignacio se enteró de a quién habían elegido Papa los buenos de los cardenales, comenzáronle a temblar los huesos. Y no le quedó más remedio que irse a la capilla y pasar varias horas en oración profunda, de la que salió con harta paz de espíritu y confianza en los designios de la divina Providencia». Éste es mi ángel, a quien yo creía conocer. Sin embargo, mi ángel, bueno, nuestro ángel, nada más llegar, me dio un susto, diría, de muerte. Estaba yo empeñado en ir directo a visitar a un amigo. A Juan Pablo II, que había sido el párroco universal de mi corazón y mi único Papa. Me advertía mi ángel, bueno, nuestro ángel, que las colas eran largas y que se acercaba la hora del cierre de las grutas vaticanas. Por un oído me entraban sus recomendaciones y por otro me salían. Lo primero es lo primero, y yo, con Juan Pablo II. Como suele ocurrir cuando me pongo cabezón, no le cupo otro remedio que acompañarme hasta el pasillo que conduce a la tumba de los Papas. Era, sin duda, mi pequeño homenaje de sincero agradecimiento. Cuando nos acercábamos a la primera estancia de enterramientos, se nos acercó, casi empujando, un señor ni muy joven, ni muy viejo, maduro, fuerte, con la tez curtida por el sol y la lluvia, un obrero. El pelo canoso y las ropas más corrientes que otra cosa nos hicieron sospechar que se trataba de un turista de entre unos cuantos de miles. A medida que pasaban los minutos, mi ángel de la guarda se ponía más nervioso cada vez que el señor, que nos quería adelantar, se paraba para mirar detenidamente cada una de la tumbas de los sucesores de Pedro. Qué misterio, pensé. En una de las clásicas avalanchas, una señora se tropezó con otra y estuvo a punto de caerse. Sólo cuando el señor que nos acompañaba agarró a la señora, me fijé en sus manos. Esas manos, esa fuerza con la que había agarrado a la señora, aunque parecía que le estuviera acariciando... Esas manos… Daba la impresión de que estaban acostumbradas a retener al hombre para que no se precipite hacia el abismo de lo inferior, de la nada, para que no dilapide su más precioso tesoro, su dignidad. Unos metros más adelante, pensé en fijarme en él con
más detalle, y, si cabe, con más disimulo. Me sorprendía que cuando pasábamos por delante de la tumba de un Papa, a nuestro amigo le naciera un rictus de complicidad, una mueca de confianza, como si estuviera visitando a su grupo de amigos, a los compañeros con quienes había pasado los mejores y los perores momentos. Pero esas manos, sus manos…, me recordaban, algo me recordaban, a alguien me recordaban. No sé por qué se me venía a la mente lo que, hacía no mucho, había leído a Urs von Balthasar sobre una Iglesia que existe en la carne: «Ni la Iglesia en general, ni su dirección son puro espíritu. El angelismo no ha lugar en la estructura de una Iglesia de la Encarnación. Los miembros chocan violentamente entre sí, su movilidad fatiga, y el hombre es tan sensible al gusto de funcionar como al hastío y a la flojera provocados por las limitaciones de sus posibilidades y por el desgaste del mecanismo». Aquellas manos, esas manos... Había estado espiando sus gestos, siempre nobles, siempre aristocráticos, siempre circunscritos al límite de su discreción. Me faltaba su palabra. En lo que llevábamos de recorrido, no le había oído pronunciar una sola palabra. Su presencia parecía llenar los silencios, derrochaba una autoridad, un saber, que era difícil de describir. Mientras, mi amigo el ángel me susurró que tuviera cuidado porque últimamente están diciendo cosas muy raras en el Vaticano. Dicen que si hay un hombre que aparece y desaparece, y que suele frecuentar las grutas de San Pedro. Y, además, que ese señor esconde más de lo que nuestra.
Benedicto XVI reza Seguimos caminando. Cuando pasamos por ante la tumba la tumba de Pablo VI, oí a nuestro hombre de Juan Pablo II susurrar: «Amigo mío, amigo mío». Ya tenía sus palabras, unas palabras de Jesucristo. ¿Es posible conocer la verdad de Jesús sin la permanencia de sus palabras? Miré a mi alrededor Llegamos a la tumba de y ya no estaba. Juan Pablo II cuando vi que nuestro hombre, aquel Nos había dejado en quien el ángel de la su palabra. guarda del Vaticano no confiaba, se quedaba quieEs en la Iglesia to, como espiando a los en donde Pedro dice hombres agradecer a Juan y a Pedro se Pablo II su testimonio de la verdad del Evangelio. le escucha decir Cuando llevábamos un raaquello de : to en oración, un escalofrío me recorrió todo el «Tú eres el Cristo, cuerpo cuando me imagiel Hijo de Dios vivo» naba repitiendo las palabras de Cristo a san Pedro: «Tú eres Pedro». Entonces, miré a mi alrededor y ya no estaba. Nos había acompañado a lo largo de la Historia, por cada uno de los Papas hasta llegar a Juan Pablo II. Nos había dejado su palabra. Es en la Iglesia en donde Pedro dice y a Pedro se le escucha decir aquello de «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo». Allí, entre nosotros, había estado Pedro, el pescador de Galilea…
José Francisco Serrano ✦
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