A.- LA PERFECTA UNIÓN DE HUMANIDAD Y DIVINIDAD EN CRISTO:

TEMA 2 El misterio pascual de Cristo es el centro salvífico de su obra y de su persona, tal como ponen de manifiesto las diversas formulaciones de la

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PAPA FRANCISCO, “No transformarse en guías de museo o adoradores de ceniza”, discurso del Papa a los miembros de Comunión y liberación (7/03/2015). PA

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TEMA 2 El misterio pascual de Cristo es el centro salvífico de su obra y de su persona, tal como ponen de manifiesto las diversas formulaciones de la salvación que se han dado desde el Nuevo Testamento hasta nuestros días. INTRODUCCIÓN En este tema se trata la dimensión soteriológica de la encarnación, principalmente del misterio pascual de Cristo y su estrecha vinculación con la cristología dogmática. Para desarrollar el tema, en primer lugar, se explica la perfecta unión de humanidad y divinidad en Cristo, en segundo lugar, el misterio pascual de Cristo como centro salvífico de su obra y de su persona, en tercer lugar, se exponen los datos bíblicos y de la tradición sobre el problema de la salvación, y por último se expone una visión sistemática de la salvación. ESQUEMA A.- LA PERFECTA UNIÓN DE HUMANIDAD Y DIVINIDAD EN CRISTO: 1.- Jesús, hombre como nosotros - Imagen de Jesús: ambiente social, aspecto físico, carácter, cualidades morales, actitud humana y emotividad. 2.- Jesús, Hijo de Dios - Su vivencia como Hijo de Dios y su relación con el Padre. B.- EL MISTERIO PASCUAL DE CRISTO COMO CENTRO SALVÍFICO DE SU OBRA Y DE SU PERSONA: 1.- La muerte por amor de Jesús - Un dato incontrovertible - ¿Por qué fue condenado Jesús? - ¿Previó Jesús su muerte? - ¿Cómo interpretó Jesús su muerte? - La cruz como revelación - La cruz y el pecado - El descenso al sheol 2.- La resurrección de Jesús - El enfoque literario: los textos - El enfoque histórico: el acontecimiento - El enfoque hermeneútico: el mensaje - Dato de fe, testimonio, al tercer día, sepulcro vacío, apariciones, obra de Dios, cuerpo glorificado y transfigurado. 3.- la Ascensión y Pentecostés C.- LOS DATOS BÍBLICOS Y DE LA TRADICIÓN SOBRE LA SALVACIÓN: 1.- La salvación en el NT. - El anuncio de la muerte y resurrección: anuncio salvífico y función salvífica - La enseñanza de Pablo: expiación- propiciación- reconciliación - La salvación en la Carta a los Hebreos - La salvación en Juan 2.- La salvación en la vida de la Iglesia

2.1

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La enseñanza patrística de la salvación: iluminación- victoria- divinizaciónredención La soteriología hasta el C. Vaticano II: período medieval- período modernoVat.II y magisterio actual

D.- Visión sistemática de la salvación: -

La noción cristiana de salvación El sufrimiento de Dios Redención y emancipación humana Esquemas interpretativos de la salvación

DESARROLLO DEL TEMA A.- LA PERFECTA UNIÓN DE HUMANIDAD Y DIVINIDAD EN CRISTO: 1.- JESÚS, HOMBRE COMO NOSOTROS Con esta afirmación no pretendemos simplemente reiterar la enseñanza calcedonense del homousios hemin –que Cristo es consustancial a nosotros- sino más bien ilustrar a la luz del evangelio que él compartió la vida de sus contemporáneos, adoptó sus actitudes y experimento sentimientos que son también los nuestros. En el siglo pasado muchos autores procedieron con tal desenvoltura en la reconstrucción de la “vida de Jesús”, que al final nos encontramos con retratos que respondían más al temperamento del que los había trazado que a la realidad histórica. A juicio de A. Schweitzer: “no solamente las diversas épocas se han reconocido en Jesús, sino que cada una de ellas lo ha recreado de acuerdo con su propia personalidad”. A esto hay que añadir el fenómeno de una enorme desconfianza en las posibilidades de la investigación histórica, que ha llevado a muchos a renunciar incluso a una historia de Jesús. Solamente ahora estamos saliendo de un largo período en el que hizo escuela la crítica de Bultmann, según el cual “no es posible retroceder más allá del Kerigma, sirviéndose de él como de una fuente para reconstruir un Jesús histórico con su conciencia mesiánica, con su vida interior o su heroísmo”. Felizmente en nuestros días surge un renovado interés por la figura de Jesús. Hoy la continuidad entre el Jesús del kerigma y el de la historia es un dato comúnmente admitido y se observa una notable floración de investigaciones sobre el judaísmo íntertestamentario que ofrece el marco histórico en el que se ubica la figura de Jesús. De ahí la posibilidad de trazar una imagen históricamente fiable del hombre Jesús. •

Imagen de Jesús: ambiente social.- ¿cuál es propiamente la imagen del hombre Jesús que se desprende de los evangelios?. ¿cuáles son los rasgos fundamentales que la caracterizan?. Los textos ofrecen noticias suficientes sobre el ambiente familiar y social en que creció. Se conoce de él su lugar de origen, su madre y al que todos tenían por su padre y también algún conocimiento sobre sus parientes. Como cualquiera de nosotros, se desarrolló física, intelectual y religiosamente. Su vida en Nazaret, es del todo semejante a la de sus contemporáneos, debido a lo cual sus parientes no entendieron su misión al principio de su vida pública y le tuvieron por loco (Mc 3,21). Su predicación en Nazaret no obtuvo ningún resultado apreciable (Mc 13,53-58). • Aspecto físico. Carácter.- de su aspecto físico no dicen gran cosa los evangelios. Probablemente Jesús tenía un aspecto atractivo, pues si no difícilmente se explicaría el enorme séquito de multitudes de que hablan los evangelios. Desde luego estaba acostumbrado a la fatiga; continuamente se encuentra viajando, a menudo descansa en el desnudo suelo (Lc 19,28) y durante 2.2

la pasión demuestra una resistencia no común a la fatiga física y al sufrimiento. Por otra parte,como cualquier hombre, conoce el cansancio (jn 4,6), el hambre y la sed y aprecia la cálida hospitalidad de una casa amiga (Jn 2,1 ; 12,1-3). Noticias más amplias tenemos, en cambio, sobre su carácter. De las páginas evangélicas se desprende la figura de un hombre resuelto, dotado de extraordinaria claridad en la elección de la finalidad de su vida y de gran firmeza y voluntad para perseguirla. Son muy frecuentes las expresiones que manifiestan tal resolución: “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,13); “no he venido para ser servido, sino para servir y dar la vida en rescate por muchos”(Mt 10,28). Parece incluso que esa claridad en reconocer su vocación está presente desde la adolescencia, como se ve por el episodio del encuentro en el templo, cuando Jesús exclama: “¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre” (Lc 2,49) • Cualidades morales.- no es difícil descubrir cualidades morales en Jesús. El conjunto de su vida se caracteriza por la fidelidad y la coherencia. Al final muere por haber dicho la verdad en el momento culminante del juicio en presencia de Caifás (Mt 26,62-66). Resolución significa también valor y Jesús lo demuestra escogiendo el camino del rebajamiento, profetizado en los cantos del siervo del Señor y siguiéndolo ante el abandono por parte de los discípulos (Jn 6,67), la incomprensión de los apóstoles (mt 16,22). Nunca cedió ante la animadversión de los judíos y la reiterada y hostil falsificación de sus palabras y sus gestos, como tampoco ante las capciosas preguntas que le hacían (Mt 12,20.14). No puede terminar aquí nuestra indagación, porque correríamos el riesgo de hacernos una imagen incompleta de Jesús, que lo presenta como un frío ejecutor de un designio, incapaz de aceptarlo con participación interior. En realidad los evangelios presentan a Jesús como un hombre sensible, experto en humanidad, dotado de rica emotividad. • Actitud humana. Emotividad.- sus actitudes y sus enseñanzas muestran hasta la evidencia su atención a todos, especialmente a los pobres y los pecadores. Su humanísima actitud con la adúltera, el afecto hacia los niños y el amor al joven rico. Es también un profundo conocedor del corazón humano, como se ve por el diálogo con la samaritana (Jn 4,16-18), por la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) y del fariseo y el publicano; por lo demás, varias veces se dice de él explícitamente que conocía lo que está oculto en el corazón del hombre (Mt 9,4 ; Lc 6,8). Para ilustrar su sensibilidad recordemos también que su enseñanza le muestra como atento observador de la creación. Se refiere a menudo a la naturaleza: a los pájaros del aire y a los lirios del campo, a la vid, a la siembra y la recolección, a la vida pastoril. En cuanto a la emotividad de Jesús, los evangelios, nos muestran su modo apasionado de sentir, a sus vibrantes reacciones de enojo, a su celo ardiente por “las cosas del Padre”. Las referencias evangélicas son muy numerosas: la reacción de Jesús ante la propuesta de Pedro de evitar la muerte en cruz (Mt 16,22), en las palabras con que rechaza a Satanás durante la tentación, cuando libera al endemoniado de Cafarnaún o la condena de quienes no hayan ayudado a los pobres y a los que sufren (Mt 7,23 ; 25,41). Aquí, no estamos en presencia de un alma que guarda en la calma y el silencio sus sentimientos, sino que asistimos a un verdadero y auténtico movimiento de pasiones. Lo mismo puede decirse sobre la lamentación de Jesús por Jerusalén, por la compasión ante las multitudes hambrientas o ante el llanto de María y de los judíos por la muerte de Lázaro. Es asimismo muy elocuente su vibrante intervención de celo al ver el templo transformado en cueva de ladrones (Mt 21,12). 2.- JESÚS, HIJO DE DIOS: • Su vivencia como Hijo de Dios.- acerca de la identidad de Jesús sacamos de los evangelios una enseñanza en donde Jesús revela el misterio de su persona, lo hace a través de la actitud frente al Padre; el mensaje central del que es portador es el de una especial paternidad de Dios respecto a él. Jesús se dirige a él llamándole “Abba”, papá, que denota suma familiaridad y 2.3

confianza. Además presenta a Dios a los discípulos diciendo “vuestro Padre”, mientras que personalmente se dirige a él llamándole “mi Padre” (Mt 7,21 ; Jn 20,17). Los textos evangélicos enseñan con claridad que Jesús era consciente de ser el Hijo de Dios en sentido propio. En los sinópticos encontramos textos en los que Jesús se dirige al Padre con palabras que denotan una relación de intima familiaridad con él, con actitud de un hijo, pero a título especial, muy diverso del que compete a los demás hombres. Otros testimonios se encuentran en el cuarto evangelio, donde Jesús afirma: “antes de que existiese Abrahán yo soy” (Jn 8,58); “el Padre y yo somos uno”, estos pasajes acerca del conocimiento filial de Jesús tienen un valor inestimable. Así hay que afirmarlo aunque, por ser resultado de una lectura pospascual del misterio de Cristo, no permitan pronunciarse sobre la comprensión de los discípulos anterior a la pascua. En resumen, no se puede negar que los evangelios testimonian unánimemente el conocimiento filial de Jesús. Es verdad que no se encuentran textos en los que él diga expresamente que es Dios; pero ya que en el N. Testamento Dios significa el Padre; si Jesús hubiese dicho explícitamente que era Dios, los discípulos hubieran terminado identificándolo con el Padre. Podemos afirmar de que Jesús debe haber tenido necesariamente conciencia de su radical origen de Dios como su Padre y hay que colocar esa conciencia en la raíz de la cristología ontológica que el kerigma de la comunidad primitiva y luego el dogma de la Iglesia propondrán como genuina fe cristiana. Así cuando preguntamos sobre la autoconciencia de Jesús y buscamos la respuesta en los evangelios, encontramos en ellos dos conceptos: “Dios Padre” y “Reino de Dios”, en torno a los cuales gira toda su predicación, de tal modo, que nos permiten conocer lo que pensaba Jesús de su persona, ser Hijo de Dios Padre y de su vocación histórica, instaurador del Reino de Dios. • Su relación con el Padre.- su relación con el Padre tiene un carácter irrepetible. Así se ve en el uso que hace el mismo Jesús del apelativo “Padre” en la oración, aunque invita a los discípulos a dirigirse a Dios llamándolo “Padre nuestro”, él no se asocia nunca a su oración, según se ve en numerosos textos; además se dirige a Dios en la oración como Abba, como en la oración de Getsemaní (Mc 14,36). En los sinópticos se encuentran varias indicaciones que permiten descubrir más profundamente la identidad personal y por tanto su relación con Dios. La primera se halla en varios textos relativos a su misión, que le lleva a socorrer a los pobres, los enfermos, los posesos y pecadores. Jesús pasó entre ellos consolando, curando, librando del demonio, perdonando. Ahora bien, para realizar estos milagros exige una actitud de fe que, si comprende la confesión de la misericordia de Dios, es decir, del Padre, es también un claro reconocimiento de su especial relación con él. De hecho Jesús es llamado profeta, mesías y se le atribuyen también los apelativos equivalentes de santo de Dios, hijo de David e hijo de Dios. Se trata de una declaración de fe que implica la certeza de que Dios sale al encuentro del hombre con su poder salvífico, reconciliador, justamente en la persona de Jesús. La expresión Hijo de Dios podía indicar la dignidad mesiánica de Jesús o tan sólo una filiación de gracia semejante a la de los cristianos, que son llamados hijos de Dios, pero Jesús no la entendió en este sentido reducido; y los mismos discípulos a medida que iban profundizando con el Maestro, la comprendieron de modo cada vez más claro, llegando después de la experiencia pascual a descubrir su sentido profundo. Jesús a través de la manifestación de su misión salvífica, con actitudes y palabras, revela progresivamente su relación filial con el Padre y consecuentemente su personalidad divina y ello siguiendo un plan pedagógico superior, que alcanza su perfección sólo con la pascua y Pentecostés. Su relación irrepetible con el Padre se revela también en la autoridad divina que Jesús ejercita. Frente a la ley mosaica se afirma como perfeccionador, como alguien que la completa autorizadamente (Mt 5,17). Luego no sólo la interpreta, como cuando insiste en el espíritu de la ley Sbática, sino que incluso la modifica. En efecto, en contra de lo permitido antiguamente, el cristiano no puede repudiar a su mujer, no puede jurar, debe amar a los enemigos.

2.4

Pero sobre todo, la dignidad divina de Jesús, aparece con evidencia cuando se atribuye de modo explícito el título de Hijo. Así se advierte en el llamado himno de júbilo, cuando dice: “te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y se las ha revelado a los pequeños...”; “todo me ha sido dado por mi Padre” ; “nadie conoce al Hijo sin el Padre”; “nadie conoce al Padre sin el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Aquí Jesús se atribuye una intimidad con Dios y afirma una reciprocidad de conocimiento que le coloca en un rango divino. B.- EL MISTERIO PASCUAL DE CRISTO COMO CENTRO SALVÍFICO DE SU OBRA Y DE SU PERSONA: 1.- LA MUERTE POR AMOR DE JESÚS • Un dato incontrovertible.- ni siquiera los críticos más radicales, niegan el hecho de la muerte en cruz de Cristo. Se trata de un dato unánimemente atestiguado por fuentes paganas, judías y cristianas. El historiador romano Tácito (118 d. C.) en su obra los “Anales” hace una breve referencia retrospectiva a Jesús en el lugar donde Tácito habla del gran incendio que se produjo en Roma durante el reinado de Nerón, y del que se culpó a los cristianos. Nerón, dice Tácito, achacó a los cristianos el incendio porque la opinión popular sospechaba que el responsable era él. Nerón utilizó como chivos expiatorios a aquellos que el vulgo llamaba cristianos. Su nombre proviene de Cristo, quien, bajo el reinado de Tiberio, fue ejecutado por el procurador Poncio Pilato. Un historiador nada proclive a la “nociva superstición cristiana” afirma de modo inequívoco el hecho de la condena capital de Jesús, con un núcleo de datos que concuerdan con las fuentes cristianas. El testimonio judío más autorizado es sin duda el de Flavio Josefo (93 d. C.) , que en el “Testimonio de Flavio” nos dice: “en aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio, si verdaderamente se le puede llamar hombre. Porque fue autor de hechos asombrosos, maestro de gente que recibe con gusto la verdad y atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego. Él era el Mesías. Y cuando Pilato, lo condenó a la cruz, los que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo”. A las fuentes judías pertenece el testimonio tardío del Talmud Babilónico y en él se menciona a Yeshú (Jesús), que fue colgado en la víspera de Pascua. Por lo que atañe a las fuentes cristianas, hay que recordar que los relatos de la pasión y de la resurrección han constituido el núcleo germinal de la formación de los evangelios. Esta es la parte más antigua de la tradición y la parte proporcionalmente más ammplia en la economía general de los textos evangélicos. Así pues, el acontecimiento de la cruz, testimoniado por fuentes paganas, judías y cristianas, verifican el criterio de atestación múltiple. Este material tan antiguo y ampliamente atestiguado constituye una prueba privilegiada para el criterio de discontinuidad, tanto respecto al ambiente pagano como al judío y al cristiano. Para los judíos ser colgado de un leño supone la maldición divina (Dt 21,23 ; Gál 3,13). El horror instintivo a la cruz, sigue existiendo un siglo y medio después de los hechos, en las declaraciones del judío Trifón, citada por el apologista Justino: “ las Escrituras anuncian un mesías paciente...pero que hubiese de ser crucificado...nosotros no conseguimos siquiera concebirlo”. Para los paganos, que consideraban la muerte en cruz como el suplicio de los esclavos, el más cruel y atroz de los suplicios, valga el testimonio del polemista Celso (S.II), que se mofaba de los cristianos como “adoradores de la cruz” y los atacaba con violenta ironía. También en la más antigua representación gráfica del crucificado, descubierta en el Palatino, Roma, del S. III, es la burla atroz de un anónimo pagano, que representa a un cristiano en el acto de adorar una cruz en la que está clavado un hombre con cabeza de asno. Es claro que un hecho tan infamante como la crucifixión no podía ser inventado por los primeros discípulos. Se deduce del escándalo de Pedro y de los demás ante el anuncio de la pasión Mc 8, 31-33), de su comportamiento descrito sin concesión alguna en las últimas horas del maestro: traición de Judas, negación de Pedro, huida de los demás... 2.5

Una contraprueba de que los evangelios canónicos reproducen fielmente el hecho y el proceso de la pasión la tenemos en la confrontación con los evangelios apócrifos. En el “evangelio de Pedro” (S. II), observamos varios datos que no encuadran en el medio palestino de los años 30 d. C: Pilato es una personalidad de segundo plano respecto a Herodes, es Herodes, no Pilato, el que ordena la sentencia de muerte de Jesús y a Herodes debe pedirle Pilato el cuerpo de Jesús. Incluso para montar la guardia en el sepulcro se habrían reunido bajo una tienda escribas y ancianos junto con el centurión y los soldados romanos y aquella imposible reunión se habría continuado incluso también el sábado (¡ aquel sábado!). los apóstoles habrían iniciado el viernes santo un ayuno en espera de la resurrección, dato este del ayuno que relata la catitud histórica de los primeros discípulos (los cuales, según los evangelios, con mucho sentido de la realidad, no esperaban absolutamente nada la mañana de pascua), sino más bien la costumbre litúrgica, difundida en el S. II de ayunar desde el viernes santo hasta la mañana de pascua. Se puede concluir legítimamente que es totalmente digno de fe el cuadro histórico de fondo trazado por la tradición evangélica, según el cual Jesús fue condenado a muerte de cruz en Jerusalén por el gobernador Poncio Pilato. • ¿Por qué fue condenado Jesús?.- punto imprescindible de referencia para la reconstrucción del proceso de Jesús es la inscripción de la cruz: “Rey de los judíos” (Mc 15,26). Esto significa que fue condenado como rebelde político, pero ¿lo fue realmente?. El primero en afirmarlo fue Samuel Reimarus. Esta interpretación política de la suerte de Jesús ha encontrado nuevo favor en los últimos años, Brandon, el historiador de las religiones, en su obra “El proceso a Jesús” dice que éste habría sido un zelota que luchó contra los romanos por la independencia de su pueblo. F. Belo, en la lectura que hace del evangelio de Marcos, descubre un Jesús partidario de una verdadera y auténtica revolución “comunista”. A juicio de Belo el evangelio de Marcos, se presenta como un relato subversivo centrado en la lucha dirigida por Jesús contra los tres mecanismos de la injusticia social: el poder económico, el poder político y el ideológico. Jesús se pone del lado de los oprimidos contra los ricos, los señores y los doctores, proponiendo también a los suyos una “ecclesia comunista”. Al final, queda “el programa comunista y la estrategia reformadora”: los tiempos de oración se convierten en “tiempos para corregir la estrategia” ; la eucaristía en “praxis económica para compartir el pan” y la resurrección en “símbolo de insurrección”. Hay que preguntarse hasta dónde son efectivamente sostenibles a nivel histórico estas relecturas, o si no están más bien presididas por apriorismos ideológicos. Jesús no absolutizó nunca la institución del Estado, pero es cierto que se distanció de la posición zelota. Jamás incitó a la rebelión de los esclavos, rehúsa la investidura como rey (Jn 6,15) e impone silencio a los discípulos sobre el título de mesías (Mc 8,29). Realiza una severa crítica contra las tesis de los zelotas: la idea de un reino de Dios exclusivamente terreno y por tanto, de un mesianismo político y la idea de que el reino pudiera ser establecido con el mero esfuerzo humano a través de la lucha violenta contra los romanos. Jesús ha querido romper barreras, superando la sociedad clasista (de buenos y malos, puros e impuros, varones y mujeres, judíos y romanos) y buscando un reino de justa gratuidad para todos los humanos. jEsús es realista, busca el cambio de lo humano, pero sabe que no puede utilizar medios violentos para conseguirlo. Hay que compartir, la observación de Duquoc: la cruz es un acontecimiento histórico, la consecuencia de unos conflictos provocados por la acción y la predicación de Jesús frente a los intereses religiosos, económicos, políticos o mesiánicos de los dirigentes del pueblo judío. La cruz es el resultado del combate de Jesús contra los opresores. Partiendo de la reconstrucción histórica de una atenta lectura de las fuentes evangélicas, estamos en condiciones de precisar el papel de las causas humanas de la pasión de Jesús. Jesús terminó en la cruz, porque fue entregado por todos pasando de mano en mano. Judas lo entregó al Sanedrín Mc 14,10), el Sanedrín lo entregó a Pilato (Mc 15,1) y Pilato lo entregó a los soldados (Mc 15,15). La reconstrucción de los dos procesos a los que fue sometido nos permiten ver, que los motivos que determinaron su condena no eran todos del mismo orden. 2.6

El proceso judío: (Mc 14,53-65), el alto consejo aduce contra Jesús sólo acusaciones de orden religioso: la cuestión sobre su identidad mesiánica y divina y la frase sobre la destrucción del templo. Se podía presentar a Jesús como un falso profeta y un blasfemo, acusaciones para las que estaba prevista la pena de muerte. Pero en tiempo de Jesús, el tribunal supremo judío no podía ejecutar la sentencia capital, de ahí la alianza con el gobernador de Roma, que lo condena como rebelde y sedicioso (Mc 15,26). La animadversión de los sumos sacerdotes y de los escribas de Jerusalén contra Jesús estaba motivada por factores de orden religioso, por el hecho de que su enseñanza ponía en discusión las bases mismas de la ortodoxia judía. La acusación más grave contra él fue haberse atribuido una relación tan singular con Dios que se resolvía en una equiparación, algo tan desconcertante que no podía menos de alarmar a los celosos custodios del riguroso monoteísmo judío. Así lo confirma el cuarto evangelio Jn 5,18. El proceso romano: como el Sanedrín no podía ejecutar la pena de muerte, las autoridades judías, para conseguir que Pilato condenase a Jesús, tuvieron que tramar una falsa historia en la que Jesús aparecía como uno de tantos pretendientes mesiánicos, que intentaba desencadenar la lucha de liberación de los romanos. Por eso Jesús fue entregado a Pilato con una acusación política (Lc 23,2) y así lo atestiguaba la ambigua inscripción sobrepuesta a la cruz: “Jesús Nazareno rey de los judíos”. Así fue como Jesús cayó entre el aparato de los poderosos y lo asesinaron: malentendido, cobardía, odio, mentira, intriga y emociones. • ¿Previó Jesús su muerte?.- más allá de los tiempos, lugares y personas culpables de la muerte de Jesús, el NT. y la tradición cristiana invitan a contemplar una dimensión más profunda de esa muerte. Para el NT. la muerte de Jesús no es solamente acción de los judíos romanos, sino obra salvadora de Dios y libre autoentrega de Jesús. Por eso la cuestión esencial para nosotros es: ¿cómo entendió Jesús su propia muerte?. La respuesta hay que encontrarla a la luz de datos incontrovertibles. Desde el comienzo de la historia sinóptica, la fase galilea del ministerio de Jesús se presenta marcada por la polémica a causa de sus transgresiones del sábado. El conjunto de las controversias culmina con dos incidentes ocurridos en sábado: las espigas arrancadas y la curación del hombre de la mano paralítica. La conclusión es que los fariseos se alían con los odiados herodianos con tal de eliminarlo. De hecho, la transgresión del sábado preveía, según la ley mosaica, la pena de muerte (Núm 15, 32-36). Además Jesús aparece ante sus adversarios como un endemoniado (Mc 3,22), y toda su actitud ante la ley y las tradiciones le hace pasar por un falso profeta y un “blasfemo” en ambos casos, la pena prevista es la capital. Sin embargo, el cargo más grave contra Jesús es su ataque al templo, acusación que saltará en la instrucción judía previa al proceso romano. Desde esta realidad, Jesús no podía esperar una suerte distinta de la que luego padeció. Hay que tener presente que el joven profeta de Nazaret estuvo en relación con el Bautista y más de un rasgo en la obra del Nazareno le recuerda a la gente la figura de Juan (Mc 8,28), por eso no tiene nada de extraño que Herodes intente también eliminarlo (Mc 6,1416). Así pues, Jesús no podía hacerse ilusiones sobre el destino que le esperaba y no se las hizo, según se desprende de las diversas afirmaciones en las que de modo inequívoco expresa la espera del martirio. Un examen más minucioso se merecen los tres anuncios de la muerte y resurrección que se encuentran en los sinópticos (Mc 8,31 ; 9,31 ; 10,33-34). Para investigar el núcleo genuino que se remonta a Jesús, hay que dejar a un lado aquellos elementos que en las predicaciones son una aportación de la comunidad. Entre ellos, la expresión “al tercer día”, es propia de la cristiandad primitiva para indicar la resurrección de Cristo. La fórmula de Marcos “después de tres días” es más original y carece de pretensiones cronológicas, simplemente quiere indicar un lapso de tiempo muy breve. Un retoque secundario es la mención explícita de la crucifixión, que fue añadida después de los hechos, pues está presente sólo en el tercer anuncio de Mateo (20,19), mientras que la pena propia de los judíos era la lapidación. También la descripción detallada de los sufrimientos es

2.7

probablemente una aportación de la comunidad. Pero el núcleo de fondo, el anuncio por Jesús de su pasión, muerte y resurrección, hay que aceptarlo. Falta, en las predicaciones cualquier alusión al valor salvífico de la muerte de Jesús, pero ante la muerte amenazadora, Jesús manifestó el secreto de su existencia: la presencia del Dios del amor, su Padre, que guía su designio y lo realizará a su manera. Podemos concluir, por tanto, que Jesús anunció su muerte violenta y afirmó que el Padre le rescataría pronto de ella mediante la resurrección. • ¿Cómo interpretó Jesús su muerte?.- para la fe cristiana, la acción salvífica de Dios pasa a través de la obediencia y la autoentrega de Jesús, es decir, a través del Jesús terreno como sujeto consciente y libre. Para Bultmann, la encarnación redentora es mitología, es decir, no hay certeza referente a la “conciencia” de Jesús sobre el valor expiatorio de su muerte para la salvación de los hombres. Es la fe de la Iglesia (en el kerigma) donde se cree en la muerte salvífica de Jesús. Con ello Jesús queda reducido a mero objeto instrumental de una acción que es exclusivamente de Dios. ¿Qué decir al respecto?, ¿podemos demostrar, basándonos en la historia prepascual, que Jesús comprendió su muerte como un acontecimiento de salvación por los pecadores?. Ante todo, la existencia entera del maestro de Nazaret hay que entenderla bajo el signo de la solidaridad con los pecadores y ya desde el primer acontecimiento público, el bautismo de Juan. lA historicidad sustancial de este hecho no puede ser puesta en discusión, el hecho no sólo es referido por la tradición sinóptica (Mc 1,9-11), sino que se afirma en el cuarto evangelio (Jn 1,32.34). además presenta netos rasgos de discontinuidad con el ambiente de la comunidad primitiva, que, a pesar de la fe en la absoluta inocencia de Jesús y en su superioridad sobre Juan, refiere un acontecimiento que parecía desmentir estas características de su Señor. También es importante subrayar la discontinuidad que se encuentra entre el proyecto de Juan y el de Jesús. Mientras que el Bautista con su bautismo anunciaba el juicio inminente de Dios, Jesús después del rito penitencial en el Jordán comienza a predicar la buena nueva de una salvación ofrecida a todos, hasta el punto de suscitar una “crisis” en el mismo precursor. Con gestos y palabras manifiesta Jesús el fin de su “venida”: llamar a los pecadores, “buscar y salvar lo que estaba perdido”; nadie es excluido de la oferta de salvación: los publicanos y los pecadores, los ricos y los pobres, los hombres y mujeres, los enfermos y los oprimidos. Ante esta humanidad “enferma y pecadora”, Jesús declara que ha venido como médico y consagra toda su existencia al servicio de las multitudes necesitadas de salvación. Que Jesús entendió su vida como un servicio, es algo que está plenamente conforme con la imagen global que se desprende de los evangelios. Pero ¿se puede demostrar que entendió también su muerte como un redentor a favor de la humanidad pecadora?. Hay que aducir varios elementos. Hemos de recordar que la “causa” por la que Jesús predica y actúa es la proclamación del reino de Dios. Pero él no es tan ingenuo que piense que ese reino va a llegar sin sufrimiento o que espere un éxito terreno de su obra. Ya desde el comienzo puso en guardia a los suyos contra el peligro de la tentación y contemplo con claridad la prueba y la persecución. Por lo demás él mismo afrontará el cáliz del dolor sin invocar nunca la venganza contra sus perseguidores, sino incluso amando y perdonando. Además en afirmaciones relativas a su pasión Jesús presenta su muerte con la expresión “es necesario”, uso que en el NT. implica un contexto apocalíptico y recuerda el carácter ineludible de los tiempos finales. Por esta razón la muerte de Jesús se interpreta como la inauguración de la intervención salvífica de Dios y como anticipación de los últimos días. Es legítimo retener que Jesús se identificó con la misteriosa figura del servidor fiel, del que habla Is 52, 13-53, 12, el justo que obedece al Señor hasta la muerte, “arrebatado por un juicio inicuo”, pero que por haberse “entregado en expiación” se convierte en camino de salvación “por muchos”. En tiempo de Jesús la idea de un mesías paciente no era en absoluto popular e incluso hablar de un mesías crucificado se consideraba blasfemo; por lo que es extraño que Jesús ante la amenaza de muerte violenta, no hubiera compartido las convicciones religiosas de sus contemporáneos. La confirmación de esta voluntad de autodonación de Jesús la tenemos en la última cena. En el contexto de la cena, Jesús liga estrechamente su muerte inminente con la venida del reino de 2.8

Dios: “en verdad os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios” (Mc 14,25). Se trata de unas palabras que no pueden haber sido plasmadas por la liturgia eucarística de la comunidad primitiva (de hecho no se encuentran en ningún texto eucarístico), por lo que deben remontarse al mismo Jesús. Las palabras y los gestos que Jesús realiza durante el último banquete con los suyos se encuadran en la categoría del gesto profético o simbólico. Al entregar el pan partido y llamarlo su cuerpo, quiere decir: “esto soy yo, que me doy a vosotros”. Y al compartir la copa de vino quiere poner a disposición de los doce toda su vida (ese es el sentido de “sangre”). Hay que notar la alusión a la muerte violenta (se trata de pan “partido” y de “sangre” derramada). En el momento en que están para darle muerte, Jesús se entrega con vistas a la alianza del Padre con “muchos”. Lo que ocurre poco después confirma que, para Jesús la muerte no fue un accidente casual, ni un paso equivocado por su parte. Si se hubiese quedado de carpintero en Nazaret, si hubiese hecho una autocrítica durante el proceso, no hubiera acabado en la cruz. Murió porque quiso permanecer fiel a la consigna del Padre de darse “hasta el fin” (Jn 13,1). • La cruz como revelación.- según la Escritura, la cruz es también el supremo momento de revelación tanto para Cristo como para el hombre. Lo es para Cristo porque, como hombre, desde lo alto de ella experimenta hasta el fondo la desolación por el abandono de los discípulos y por el rechazo de su pueblo, la amargura de la incomprensión, el peso, casi físico, del pecado del mundo; por un momento incluso siente el temor de ser abandonado por Dios (Mt 27,46). Sin embargo, al mismo tiempo se le revela en toda su intensidad la fuerza irresistible del amor a los hombres y la paz que brota de abandonarse confiadamente en manos del Padre (Lc 23,46). La cruz es también reveladora para los hombre, a los cuales les manifiesta la profundidad del amor de Dios. A su luz logramos entender un poco los sentimientos de este Padre, que para salvarnos no perdona a su propio Hijo, que ha sido el primero en salir a nuestro encuentro aunque estábamos perdidos. La cruz se presenta, pues, como el único modo de mostrarnos hasta la evidencia el amor que Dios nos profesa. • La cruz y el pecado.- la cruz también revela la gravedad del pecado. Basta reflexionar sobre la muerte de Jesús y sobre su identidad filial para que nos preguntemos inmediatamente por qué Dios exige semejante reparación del pecado, y qué es en realidad el pecado. A la luz de la revelación entendemos entonces que el pecado es en sí mismo autodestrucción del hombre y por lo mismo un atentado contra el proyecto salvífico de Dios. Por eso es tan grave el pecado. Y lo entendemos así porque la “cólera” de Dios ha caído sobre el Hijo de su amor, porque Jesús repara este enorme estrago tomando sobre sí el pecado, haciéndose “pecado” y sacrificándose por la salvación de los hombres. Esto es lo que la cruz de Cristo le revela al que sabe contemplarla: la ruina del pecado y la gravedad de la rebeldía contra Dios. Pero, además de esta enseñanza, habla también de la riqueza de la misericordia divina para con el hombre. Estos dos temas de la justicia y de la misericordia, se comprenden el uno a la luz del otro. En el fondo no somos capaces de apreciar la inmensidad de la misericordia si no comprendemos el odio que siente Dios por el pecado y no comprendemos plenamente el pecado si no entendemos su amor. • Descenso al sheol.- la muerte de Jesús es sellada por el misterioso acontecimiento del descenso a los infiernos. De ella habla la misma revelación y se la menciona en varios símbolos antiguos; además esta enseñanza fue definida en el concilio Lateranense IV (1215) y Lyón II (1274). ¿Qué significa la entrada de Cristo en el “reino” de los muertos, el sheol o hades, según la concepción hebrea de entonces?. Ante todo expresa laa realidad de la muerte de Jesús; como cualquier hombre, fue sepultado permaneciendo así “hasta el tercer día” (1 Cor 15,3), en que fue resucitado de entre los muertos. Para los discípulos la bajada de Jesús al reino de los muertos significa que su esperanza mesiánica había sido una hermosa ilusión.

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Según la revelación, tiene además otro significado. El N. T. enseña en algunos pasajes que Jesús, en el momento de su muerte, llevó el anuncio de la salvación a cuantos en el decurso de los siglos habían esperado su venida (1Pe 3,19).pero el problema consiste en explicar cómo ha de entenderse esta enseñanza. Según algunos, los textos llevarían a pensar que Jesús, al morir en la cruz, asumió también la condición de sufrimiento y de soledad propia del reino de los muertos, mostrando así su completa solidaridad con el hombre hasta en la muerte y librándole de esta penosa condición. Según otros, el relato induciría a pensar que el espíritu de Jesús –separado de su cuerpo- fue glorificado en el momento mismo de la muerte en cruz y comenzó a irradiar la salvación en el reino de los muertos, ofreciéndola de modo misterioso, pero real, a todos los justos que habían vivido ante de él, tanto hebreos como paganos. ¿Se podría decir que el mismo Resucitado, glorificado en su integridad corpórea y espiritual, fue al reino de los muertos?. Hay quien avanza esta posible interpretación teniendo en cuenta, la tradición patrística y de las Iglesias orientales. Por nuestra parte pensamos que se trata de un acontecimiento que subraya la plena solidaridad de Cristo con la humanidad pecadora y la eficacia de la salvación traída por él a cuantos vivieron antes que él. Con la entrada en el reino de los muertos Jesús quiso asociar a sí a la humanidad que se encontraba en una soledad dolorosa y sin esperanza; le concedió participar de su resurrección gloriosa inmediatamente en cuanto al espíritu y al final de los tiempos en cuanto al cuerpo. Precisar las modalidades del acontecimiento más allá de estas indicaciones generales exige una profundización de la cristología y de la antropología teológica que está por hacer. 2.- LA RESURRECCIÓN DE JESUS: • El enfoque literario: los textos.- los textos relativos a la resurrección se pueden agrupar en tres grandes grupos: - los pasajes en que se proclama la fe - los textos en que se celebra la fe - los testimonios en los que se narra la resurrección. A.- La proclamación de la resurrección.El día de Pentecostés, en presencia de los judíos llegados de la diáspora a Jerusalén, Pedro toma la palabra y proclama el acontecimiento (He 2,36). Este primer discurso está estructurado de acuerdo con un esquema de anuncio que se encuentra en los varios discursos misioneros citados por los Hechos. El anuncio está articulado en cinco puntos: 1.- Introducción.- la introducción parte de una experiencia concreta. Por ejemplo, en Pentecostés, ante la intervención del Espíritu, la gente se pregunta: ¿qué significa esto?. El punto de partida es la situación histórica de los oyentes. 2.- Kerigma.- el momento central del discurso es el kerigma. Para los primeros cristianos la buena noticia traída al mundo era el anuncio de la salvación conseguida por Jesús y su resurrección, que había cambiado el destino de la humanidad. El núcleo de la predicación misionera es un acontecimiento, o mejor una persona, Jesucristo, el crucificado resucitado (He 4,12). 3.- Como se decía en la Escritura.- para descubrir el sentido de este acontecimiento se recurre a la Escritura, cuyas continuas referencias sirven para situar la historia de Jesús en el designio de Dios. Los textos del AT. sirven para mostrar cómo Jesús dio cumplimiento a las expectativas y esperanzas de la antigua alianza. 4.- El testimonio de los discípulos.- el anuncio de la resurrección se apoya en un testimonio; no en un razonamiento, sino en una experiencia: “nosotros somos testigos de este acontecimiento”, dice Pedro en Pentecostés (He 2,32). 5.- Invitación a la conversión.- el anuncio misionero se cierra con una invitación a la conversión. El anuncio cristiano no es nunca una información neutra y lejana, es una noticia que parte de una historia y está orientada a cambiar la historia. 2.10

B.- La celebración de la resurrección.Como todo grupo, los primeros cristianos no sólo proclama su fe, sino que siente la necesidad de reunirse y hacer memoria de aquel acontecimiento fundamental mediante breves credos, himnos y cánticos. Un ejemplo de credo muy antiguo lo tenemos en 1 Cor 15,3-5. A través de esta cadena de tradición expresada en los pasos “recibir- transmitir” es posible acercarse al acontecimiento pascual. Esta misma fe se formula también en los cánticos compuestos por la comunidad, como el célebre de Flp 2, 6-11. En él la existencia de Cristo es contemplada en dos fases: antes de pascua y después de pascua. Ante de pascua, Jesús no hizo como Adán, que pretendió ser como Dios, causando con su desobediencia la ruina y la muerte de la humanidad; Jesús si bien, era Dios, se despojó de la gloria divina, haciéndose obediente hasta la muerte en cruz. Por eso, con la pascua, el Padre mostró que se complacía en el sacrificio de Jesús y lo “ensalzó” hasta darle su mismo nombre, el del “Señor”. C.- El relato de la resurrección.Poco a poco en el seno de la cristiandad primitiva fue surgiendo la necesidad de saber más sobre un acontecimiento tan importante. A esa necesidad responden los cuatro evangelios, que mediante el género literario de la narración no pretenden decir más de lo que ya dicen las breves fórmulas del kerigma, sino que tratan de hacer comprensible aquel acontecimiento desarrollando su sentido. Si se tiene presente este carácter de testimonio de fe y no de relatos de crónica, no nos sorprenderán las diversas divergencias entre relato y relato. Las divergencias versan sobre los detalles (número, lugar, destinatarios de las apariciones, etc.) mientras que el contenido permanece siempre idéntico y puede reducirse a la afirmación esencial del kerigma: Jesús, que fue condenado a muerte, volvió a la vida glorioso y se manifestó a los suyos. En torno a este centro giran las varias redacciones, compuestas según criterios teológicos propios de cada evangelista. Marcos, subraya que la noticia de la resurrección es demasiado grande para no desconcertar al que la escucha por primera vez (16,1-8). Mateo quiere hacer ver cómo Jesús con su resurrección, por una parte es el Hijo del hombre investido de todo poder ante Dios, mientras que, por otra , permanece en medios de los suyos “hasta el fin del mundo” (28,16-20). Lucas y Juan insisten en la realidad corpórea de Cristo resucitado y en el don pascual del Espíritu Santo (Lc 24,39.49 ; Jn 20,27.22-23). • El enfoque histórico: el acontecimiento.- en este punto hay que introducir una distinción entre lo que entendemos por histórico y lo que hay que identificar como real. Histórico es lo que ocurre en el espacio y en el tiempo, pudiendo ser comprobado mediante los medios de la investigación científica. Real es un acontecimiento cargado de significado, pero que va más allá de lo que es visible y mensurable; por ejemplo, el amor entre dos personas, es algo real, pero no es posible captar a través de los métodos empíricos. La resurrección como acontecimiento sustrae a Jesús de la esfera de las relaciones fenoménicas y lo introduce en el mundo suprahistórico de la gloria del Padre. Esto no se explica con el juego de las causas empíricas y por ser fruto del extraordinario poder de Dios, no tiene analogía con nuestras experiencias. Es una novedad absoluta. Entonces, ¿es la resurrección un acontecimiento real, cuya objetividad podemos afirmar a través de las huellas que es posible hallar en nuestra historia?. 1.- Sin el hecho de la resurrección no se explica el cambio ocurrido en los discípulos.después de la crucifixión y la muerte de Jesús, se encuentran en un estado de tristeza y desilusión. Ellos no esperaban un acontecimiento así; aunque en su ambiente existía la expectativa de que el fin del mundo conduciría a una resurrección general y a un juicio, ningún grupo del judaísmo esperaba la resurrección final de una sola persona, ningún judío contemplaba la resurrección de un mesías

2.11

crucificado. Es verdad que Jesús había anunciado a los discípulos que después de la muerte resucitaría, pero los suyos no habían comprendido. El cambio de conducta en los discípulos, constatable históricamente tiene su causa en una nueva experiencia de Dios hecha a través de la humanidad resucitada de Jesús. Esta experiencia infundió a los discípulos la valentía de la predicación de Cristo resucitado. 2.- Si el hecho de la resurrección hubiese sido inventado, no nos explicaríamos la sobriedad de los textos evangélicos.- nunca encontramos una aparición de Jesús a sus enemigos y de acuerdo con la ley psicológica de la satisfacción, hubiera sido del todo natural que los discípulos hubieran imaginado una aparición triunfal de Jesús a aquellas personas que, unos días antes, le habían condenado a muerte. Pero no hay nada de esto. En el S: II el anticristiano Celso lo presenta como una objeción: “si Jesús quería hacer resplandecer realmente su cualidad de Dios, era preciso que se mostrase a sus enemigos, al juez que lo había condenado, a toda la gente”. 3.- Ni remotamente puede soñarse en un hurto del cadáver de Jesús por parte de los discípulos, que luego habrían inventado la historia del sepulcro vacío.- la profanación del sepulcro estaba severamente prohibida no sólo por la ley judía (Núm 19,11), sino por la ley romana. Además no se explicaría el testimonio dado por los apóstoles con toda franqueza sobre la resurrección, si en Jerusalén no hubiera existido una tumba vacía de Jesús. Téngase presente que el descubrimiento del sepulcro vacío se atribuye a las mujeres, no a los apóstoles, como hubiera sido normal, de haber sido el relato una invención tardía de la comunidad. Así pues, la resurrección de Jesús es un acontecimiento real que, si bien es conocido en sí mismo solamente en la fe, entra en el ámbito de nuestras certezas históricas a través de signos seguros y documentados. • El enfoque hermeneútico: el mensaje.- en los textos que hablan de la resurrección aparecen tres esquemas lingüísticos: - el de la resurrección (Dios ha resucitado a Jesús de Nazaret) - el de la vida (Jesús está vivo) - el de la exaltación (Dios lo ha elevado) El lenguaje de la resurrección encuadra el acontecimiento en un esquema temporal: primero, Jesús ha muerto y luego ha vuelto a la vida. Este modo de hablar expresa bien la identidad de Jesús antes y después de pascua, pero presenta la limitación de no expresar suficientemente la novedad de la condición de Cristo resucitado. Para hacer comprender que la resurrección de Jesús es la inauguración de una vida nueva, el NT. emplea también el otro lenguaje, lenguaje de exaltación: esquema espacial, que dispone de palabras claves, tales como exaltación, ascensión, glorificación, y presenta a Jesús como el que ha sido “exaltado por encima de todas las cosas” (Flp 2,9). El esquema aquí adoptado no utiliza un eje temporal, sino espacial: con la resurrección Jesús ha pasado de una condición de humillación y rebajamiento a la de exaltación y glorificación. Los dos tipos de lenguaje se integran mutuamente y hay que utilizarlos ambos, para comprender en qué sentido Jesús está vivo y en qué sentido la resurrección es un hecho histórico. Pues la resurrección de Jesús, si por una parte ha dejado huellas en la historia, por otra supera a la historia, ya que es un acontecimiento que viene del mundo de Dios. Esta nueva existencia no aleja a Jesús de nosotros, sino que lo hace aún más presente: “sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Por el don del Espíritu, Jesús no está ya, como antes de pascua, en un solo lugar y en un determinado sector de la historia, sino que está verdaderamente presente en cualquier latitud, como compañero y contemporáneo de todo hombre que viene a este mundo. La resurrección revela quién es Jesús y con y a través de él, revela también quién es Dios. El Dios de Cristo resucitado es Trinidad, la historia pascual muestra a Jesús como el Hijo resucitado por el Padre y dador del Espíritu. La resurrección es también revelación del Espíritu, que es el don de la vida nueva que el Padre hace al Hijo crucificado despertándolo de la muerte; y es el don que el 2.12

resucitado, después de haberlo recibido en plenitud, nos transmite en abundancia a todos para hacernos pasar también a nosotros de la muerte a la vida (Rom 5,5). Con Cristo resucitado, la vida de Dios ha entrado como el fermento en la masa de la historia, haciéndola pasar ya ahora, si bien no plenamente aún, de la condición presente a la futura, mediante la victoria sobre los tres grandes enemigos: en lugar del pecado sobreabunda el amor, el dolor no es grito de desesperación ante el fracaso del absurdo, sino el grito que preludia la vida nueva y la muerte, no es ya “la seguridad de la nada”, sino el paso a la vida sin fin. • Dato de fe: proclamar que Jesús resucitó de entre los muertos es ante todo la afirmación de un hecho absolutamente real, que constituye la piedra fundamental de toda la fe cristiana. El núcleo de la profesión de fe pascual es, pues, el siguiente: aquel Jesús, al que los discípulos siguieron durante su predicación y que fue crucificado, volvió luego a la vida y se apareció glorioso a sus apóstoles y a numerosos creyentes. • Testimonio: es un hecho que los discípulos creen firmemente y que no se puede razonablemente rechazar por estar fundado en testimonios muy autorizados. Pablo mismo lo recuerda: además de los doce, Jesús se apareció a más de quinientos hermanos, la mayor parte de los cuales aún vivían y por tanto podían atestiguar lo que habían visto (1Cor 15,6). • Al tercer día: se trata de una expresión cronológica presente en el NT. que, entre otras cosas quiere afirmar la historicidad del acontecimiento. Este, si bien sobrenatural, está sin embargo ligado a nuestra historia; ha dejado en ella huellas que en cierta medida permiten comprobarlo y establecerlo críticamente. • Sepulcro vacío: se trata de un hecho que, leído a la luz de las apariciones, lleva a afirmar con sólidos fundamentos históricos que Jesús despertó de la muerte física y resucitó a una nueva vida con su cuerpo. • Apariciones: las apariciones son acontecimientos históricamente ciertos, aunque misteriosos en sí mismos. Los testimonios de 1Cor 15,3-8 y Lc 24,34 constituyen una documentación de indiscutible valor crítico. A través de estos documentos es posible ver, por encima de las divergencias de los detalles o las diversas formulaciones ligadas a determinados géneros literarios, el hecho de la resurrección de Jesús como dato histórico seguro. • Obra de Dios: la resurrección de Jesús es obra de Dios. La idea de una intervención poderosa de Dios puede verse en los numerosos textos neotestamentarios que hablan de la resurrección de Cristo. Rara vez afirma el NT. que Jesús “resucito” de entre los muertos, en sentido activo (Tes 4,14) y que tiene el poder de ofrecer su vida y de tomarla de nuevo (Jn 10,18), con lo que entra también fundamento la opinión de que Jesús resucitó por virtud propia. En todo caso, según la revelación, la resurrección de Cristo hay que verla principalmente como acción del Padre, como la suprema manifestación de la omnipotencia divina. En términos bíblicos hay que decir que Jesús resucitó con su propia carne, la que ya le pertenecía durante su vida terrena. Por eso el carácter corpóreo de la resurrección de Jesús es un dato de fe. • Cuerpo glorificado t transfigurado: en la resurrección su cuerpo ha experimentado una transformación; ha sido glorificado y transfigurado. Los testimonios de las apariciones donde se habla del Resucitado que se muestra de improviso y desaparece, igual que la enseñanza de Pablo, según la cual la muerte “se siembra un cuerpo animal y resurge un cuerpo espiritual” (1Cor 15,44), no dejan dudas al respecto. También hay que afirmar la continuidad entre el cuerpo resucitado y el cuerpo muerto. Los testimonios insisten mucho en el reconocimiento de Jesús, que se muestra y hace tocar, que habla y come con los discípulos. La humanidad resucitada de Cristo es la primicia de la glorificación de toda la realidad humana y del cosmos (1Cor 15,22-28). Para que así sea, es absolutamente preciso que Jesús haya resucitado en la totalidad de su humanidad, que es alma y cuerpo. La resurrección se presenta como la conclusión perfecta de la muerte en cruz. A su vez está descubre su recóndito significado precisamente en la resurrección; la muerte aparece entonces como ofrenda sacrificial, inspirada por su amor, que el Padre acepta y ratifica justamente resucitando a 2.13

Jesús. Por tanto la resurrección es la clave interpretativa de su muerte, pero además ilumina toda su vida. En efecto, partiendo de la pascua es como se entiende el sentido profundo de la existencia terrena de Jesús. De siervo que sufre, Jesús es exaltado ahora y proclamado Mesías glorioso y Señor; él mismo se presenta como viviente, recobrando la iniciativa; en sus relaciones con los discípulos se muestra plenamente libre de comunicarse, da órdenes y envía en misión. La resurrección gloriosa ocupa un puesto central en la historia de la salvación porque es la meta hacia la que tiende todo el AT. La secular espera por Israel del mesías prometido sólo tiene su pleno cumplimiento en el Resucitado. Pero el carácter central de la resurrección de Cristo en el plan salvífico aparece sobre todo porque con este acontecimiento se abre un nuevo curso histórico. Ahora Dios se hace presente de modo definitivo en medio de los hombres y del cosmos; la humanidad gloriosa de Jesús se convierte en instrumento de la presencia universal del Hijo de Dios. Por otra parte, con la resurrección Jesús se convierte en cabeza de la Iglesia, que es fundada también en pascua. Las apariciones del Resucitado terminan en la misión de los discípulos, que deben ser testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta los confines de la tierra. En los relatos de las apariciones la Iglesia se perfila como una comunidad jerárquicamente constituida, en la que desde su fundación entran, con funciones diversas, representantes masculinos y femeninos. A su vez el Resucitado es el que dispensa el Espíritu Santo y los Sacramentos, en especial la eucaristía; es la fuente de los ministerios y de la misión; es la piedra angular en la que descansa toda la Iglesia. 3.- ASCENSIÓN Y PENTECOSTÉS: La resurrección gloriosa supone que la realidad corpóreo-espiritual de Jesús se sustrae al ámbito de la historia para insertarse en el de la escatología. E la totalidad de su ser deja de pertenecer a nuestro mundo y sus discípulos no mantienen con él ya aquellas relaciones de familiaridad y de convivencia que habían caracterizado la vida pública. Los discípulos experimentan su presencia como provisional y al mismo tiempo Jesús les brinda la posibilidad de verificar la realidad de la resurrección corpórea, pero también la profunda transformación en él ocurrida. Este tipo de presencia en medio de los suyos durará hasta la ascensión, en que Jesús dejará definitivamente a los discípulos, confiándoles la misión de continuar su obra y prometiéndoles el Espíritu Santo. Esta enseñanza se deduce de los testimonios bíblicos. No cabe pensar que las apariciones del Resucitado tuvieran lugar todas el día de pascua; no se puede prescindir de los textos que hablan de apariciones distanciadas en el tiempo y de la indicación de que tuvieron lugar durante cierto período de tiempo (He 1,3). • Ascensión.- no hay motivos serios para pensar que los dos textos que relatan la ascensión son una interpolación. Refieren con gran sobriedad la última aparición de Jesús y su desaparición definitiva de la vista de los discípulos. La ascensión...es un ocultarse Cristo resucitado sustrayéndose a la mirada, ocultándose en la dimensión de Dios, que se abre a él descendiendo. En este sentido se puede definir, según Lucas, como elevación. Esto por lo que se refiere al modo de entender de los discípulos. Desde el punto de vista de Jesús, cabría decir que la ascensión es la vuelta definitiva a la dimensión escatológica, es decir, a su verdadera dimensión y peculiaridad. El sentido del acontecimiento es precisado por las palabras de Jesús, que lo preparan. El acento se coloca en la efusión, ya próxima, del Espíritu Santo y en la urgencia del testimonio apostólico. Las palabras de Jesús suenan como promesa y mandato: ha sonado ya el tiempo de la Iglesia y los discípulos, sostenidos interiormente por el Espíritu, deberán ejercer una misión que va dirigida no sólo a Israel, sino a todos los hombres. El misterio de la ascensión remite a la Iglesia como criatura del Espíritu y a su dimensión misionera.

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Pentecostés.- no cabe separar la ascensión de Pentecostés. puesto que en el NT. el Espíritu es presentado como el que lleva a cabo la transformación gloriosa y santificadora del Resucitado y al mismo tiempo es dado por Jesús a sus discípulos la noche misma de pascua, hay que decir que el hecho de la resurrección de Cristo está estrechamente ligado a la ascensión y a pentecostés. Pentecostés manifiesta claramente la eficacia de la efusión del Espíritu, que tuvo lugar ya germinalmente en pascua; ahora el don del Espíritu se otorga más plenamente a la Iglesia entera. El Espíritu se manifiesta como el alma de la Iglesia, él es el que suscita los carismas o los diversos ministerios, los ordenados y los no ordenados; y es el generoso otorgador de los dones. La santificación de cada creyente- y de la comunidad entera- tiene lugar en virtud de su misteriosa presencia en el espíritu humano, en virtud de una secreta “inhabitación”. Pentecostés revela de manera absolutamente concreta todo el alcance de la misión que Jesús ha confiado a los suyos. El Espíritu prometido es otorgado ahora plenamente, recibiendo los discípulos la fuerza de dar testimonio; así emprende la Iglesia su carrera para anunciar que la salvación está presente, que es preciso convertirse y seguir el ejemplo de Cristo dóciles a su Espíritu. Con Pentecostés se inaugura el reino de Dios del que Jesús había hablado veladamente en el momento en que estaba para ascender al cielo. La Iglesia se presenta como las primicias del reino, como el camino ordinario querido por Cristo para introducir a los hombres en la comunión con Dios. C.- LOS DATOS BÍBLICOS Y DE LA TRADICIÓN SOBRE LA SALVACIÓN: 1.- LA SALVACIÓN EN EL N.T. • El anuncio de la muerte y resurrección: anuncio salvífico y función salvífica.- el anuncio de la salvación contenido en los testimonios más primitivos es en verdad bastante simple, se refiere a la resurrección de Jesús y se expresa en fórmulas originarias –de tipo homologético- conservadas en los evangelios. Pero este anuncio remite a la muerte de Jesús. Pues, por un lado es una respuesta implícita al hecho escandaloso de la crucifixión, y por otro sólo resulta plenamente comprensible en relación con la muerte en cruz. Anuncio salvífico: muy pronto estos dos acontecimientos fueron asociados, porque se vio de modo claro que la muerte de Jesús había encontrado respuesta en una manifestación más rica de la vida. Así están construidos los discursos del Libro de los Hechos, que reflejan el anuncio primitivo. Al Jesús que fue crucificado, Dios lo ha resucitado; tal es la afirmación fundamental del discurso de Pentecostés (He 2,22-24.36), que se repite casi sin cambios en los discursos sucesivos. Función salvífica: junto a este anuncio encontramos declaraciones que tienden a eliminar el carácter escandaloso de la muerte apelando al designio divino de salvación. La muerte en cruz había sido anunciada por las Escrituras y por tanto prevista por Dios. De este modo se descubre también su función salvífica. Un importante paso adelante en la comprensión de la muerte de Cristo se advierte en 1Cor 15,3-5, este texto, no sólo es uno de los más antiguos anuncios de la muerte y resurrección de Jesús, sino que pone de manifiesto el nexo causal existente entre muerte y remisión de los pecados, en el que se fundará toda la teología de la redención. Desde el principio los discípulos predicaron la muerte y resurrección de Jesús y su valor salvífico. La Iglesia primitiva dedicó su atención a recordar las enseñanzas de Jesús al respecto y haciendo referencia a las Escrituras. Se recuerda que durante su vida terrena Jesús predijo repetidamente la pasión, muerte y resurrección. También ofreció la explicación de las dolorosas pruebas que le esperaban; pues anunció que debía sufrir mucho y debía hacer la voluntad del Padre, que suponía una misión salvífica mediante el sufrimiento. Sobre todo se subraya su conciencia de haber venido “para servir y dar su vida en rescate por muchos” 2.15

(Mt 20, 28); cuya afirmación no se puede entender plenamente más que por referencia a los cantos del siervo del Señor de Isaías. Recordamos también el rito de la última cena, del que se sigue claramente el tema del sufrimiento expiatorio. Jesús había declarado que su sangre era “derramada por todos”, que es “la sangre de la alianza” (Mt 26,28) entre Dios y el hombre. • La enseñanza de Pablo: expiación- propiciación- reconciliación.- la doctrina de la obra salvífica de Cristo es profundizada en las cartas de Pablo. Ante todo a través de la noción de “redención” que significa readquisición, rescate y liberación y significa siempre la liberación del hombre del pecado y su vuelta a Dios, merecidas por Cristo a través de su muerte y resurrección. Para entender el sentido de tal liberación es necesario referirse al AT., donde la “redención” es la intervención de Dios, que salva a Israel librándolo de situaciones desesperadas y ello por ser el pueblo elegido. A la luz de estas indicaciones, la redención realizada por Cristo ha de verse como una vuelta del hombre a Dios hecha posible por libre y amorosa iniciativa divina, que se lleva a cabo en la muerte dolorosa de Jesús, que en nuestro rescate (1Cor 1,30). Está claro que la sangre de Cristo no es un precio que ha de pagarse al demonio para librar a la humanidad de la esclavitud, ni una reparación de la justicia divina lesionada por el pecado, sino expresión del amor de Dios al hombre pecador. En las cartas paulinas se encuentra también el concepto de “adquisición” y como el pueblo de Israel, también los cristianos “son adquiridos” por Dios para ser su pueblo predilecto; Jesús les ha liberado de la esclavitud del pecado con su sangre, manifestando así su solidaridad con la humanidad pecadora. Pablo presenta además la salvación como “expiación”: Dios eligió a Jesús como instrumento de expiación (Rom 3,24). Este texto lleva a interpretar estas palabra sobre el fondo del AT., donde designa el propiciatorio del arca de la alianza. Allí Dios se hacía presente para perdonar los pecados de su pueblo y esta alianza se renovaba simbólicamente mediante la aspersión de este propiciatorio con la sangre de las víctimas. En esta perspectiva la expiación realizada por Cristo no ha de entenderse a la manera pagana como un sacrificio para hacer propicio a Dios, sino como un rito mediante el cual Dios mismo reconcilia consigo a su pueblo. La sangre derramada expresa claramente su deseo de comunión con Dios. Jesucristo es “instrumento de expiación” sólo en cuanto que en él tiene lugar la reconciliación de Dios con el hombre y es Dios el que, en virtud de la sangre de Cristo, perdona gratuitamente los pecados de la humanidad y establece con ella una nueva alianza que la introduce en la comunión de vida con él. En este marco se puede hablar también de sacrificio de Cristo, pues está claro que él derramó su sangre por amor, por obediencia al Padre y solidaridad con los hombres. En las cartas paulinas la salvación es vista como fruto de la muerte y la resurrección de Cristo. Explícitamente esto se afirma una sola vez en Rom 4,25; sin embargo, indirectamente se afirma a menudo el nexo entre muerte y resurrección, como enseña que el bautismo asocia al creyente a la muerte y la resurrección del Señor (Rom 6,4). Más que exponer un tratado articulado sobre la salvación, Pablo se preocupa de recordar su importancia para la vida cristiana. El Bautismo, la Eucaristía, la lucha contra el pecado son los contextos concretos en los que desarrolla el tema de la cruz y la resurrección. La principal ocasión que lleva a Pablo a hablar de la cruz es sin duda el ministerio apostólico. Las dificultades que experimenta le inducen a ver en la cruz el elemento que caracteriza la actividad del apóstol. El rechazo de los judíos, la persecución, la condena se le presentan como pasos obligados para que el poder de Dios se manifieste en la debilidad del hombre (2Cor 12,9). En resumen, como la lógica de la cruz inspiró todo el ministerio de Cristo, no podrá menos de inspirar también el del discípulo. • La salvación en la Carta a los Hebreos.- la Carta a los Hebreos recoge en muchas partes la enseñanza paulina, pero introduce desarrollos característicos relevantes. La exposición parte del misterio de Jesucristo, Dios y Señor, que siendo hombre como nosotros, soportó la muerte en cruz en beneficio de todos y fue por ello glorificado. Lo que hace aceptable al Padre la ofrenda que 2.16

Cristo hizo de sí mismo es justamente su obediencia, la sumisión de su voluntad: “por esta voluntad hemos sido santificados, por medio de la ofrenda del cuerpo de Cristo, realizada una vez para siempre, bajo el influjo del Espíritu” (Heb 10,10-14). En esta carta tiene gran relieve el tema del sacrificio de Cristo como realización de la salvación. Por referencia a la terminología ritual del AT., habla de Jesús como un sacerdote que ofrece un sacrificio único “de una vez para siempre” (Heb 7,27). Es el mediador de una nueva alianza, mejor que la antigua. La nueva alianza ha eclipsado la antigua con sus ritos, porque el sacrificio de Cristo tiene valor definitivo, trae una salvación eterna e inaugura la escatología (Heb 9,23-28). • La salvación en Juan.- en los escritos de Juan la doctrina de la obra salvífica de Cristo ofrece acentos particulares. El tema de la salvación es más bien raro, lo mismo que el de la redención. Alguna vez se advierte la doctrina de la adquisición, que es entendida como reconciliación entre Dios y el hombre, realizada por Dios mismo mediante la muerte de Cristo. Se reserva mucho espacio a la obediencia de Cristo al Padre, contemplada como el elemento inspirador de toda su actividad salvífica. Jesús ha venido para realizar la “obra” que el Padre le ha confiado, para revelar al Padre y al Hijo (Jn 17,1-5). Hacer la voluntad del Padre es su alimento y esta unión de voluntad es tan íntima que puede decirse que obra siempre con el Padre, que no puede hacer nada por sí solo (Jn 5,17.30). En esta perspectiva la muerte en cruz adquiere una función central, es la “hora” para la cual ha venido Jesús, hacia la que orienta conscientemente toda su vida; es el cumplimiento perfecto de la obra del Padre (Jn 19,30). La cruz se transfigura de instrumento de muerte se convierte en signo de su exaltación a la gloria. En la cristología juanista adquiere relieve la encarnación del Verbo de Dios. Si se ha hecho carne, es para salvar al hombre. La salvación es presentada de varios modos: como luz para los hombres (Jn 1,4.9), como verdad (Jn 1,17), como revelación del Padre (Jn 1,18). Se trata de un nuevo enfoque soteriológico, que pone el acento en el primer momento de la vida terrena de Jesús y en la salvación entendida como manifestación de la verdad divina, a la que responde la acogida de fe por parte del hombre. 2.- LA SALVACIÓN EN LA VIDA DE LA IGLESIA: • la enseñanza patrística de la salvación: iluminación- victoria- divinización- redención.la enseñanza soteriológica de los Padres es bíblica y resulta considerablemente profundizada. Los temas desarrollados son cuatro: - Iluminación.- los Padres entienden la salvación como iluminación del hombre por parte de Cristo. Esta enseñanza, apenas apuntada en el NT. es ahora fuertemente subrayada y expuesta desde diversos ángulos. La salvación es iluminación, bien porque Jesús se presenta en su pasión y muerte como ejemplo de paciencia y de humildad, bien por ser él el maestro que con su palabra ha enseñado a los hombres el camino de la vida eterna y ha promulgado la nueva ley. Y por haber iluminado a los creyentes dándoles a conocer a Dios, es también el iluminador, tanto en cuanto Verbo eterno como cuanto Verbo encarnado. - Victoria.- la obra salvífica es victoria de Cristo sobre el poder del demonio. Momentos decisivos de esta lucha victoriosa son los misterios de su vida, el hombre Dios, ha restaurado el orden destruido por el pecado original y le ha devuelto al hombre la inmortalidad perdida. - Divinización.- para muchos Padres, sobre todo orientales, la salvación es vista como divinización del hombre, que lleva consigo el don de la incorruptibilidad y de la inmortalidad. Esta interpretación, de origen neotestamentario evolucionará en la del “cambio” de dones entre Dios y el hombre. Ireneo es el primero que interpreta así la redención. Esta categoría, que tiene su origen en 2Cor 8,9 se encuentra también en Atanasio, Gregorio de Nacianzo y Agustín; sin embargo la

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explicación de la redención como divinización llevó a afirmaciones insostenibles, que quedaron relegadas. - Redención.- bien atestiguada está la doctrina de la redención, que recoge y desarrolla la doctrina bíblica de la muerte de Cristo como sacrificio. Incluso, según muchos testimonios, el Hijo de Dios se encarnó para morir por los pecados de los hombres; según una fórmula que se hará clásica. La síntesis de esta doctrina se encuentra en S. Agustín, según el cual Jesús es la víctima del sacrificio, el mediador entre el hombre y Dios, el que con su muerte expiatoria salva al hombre de la muerte y le da un ejemplo de humildad. En el período patrístico encontramos diversas orientaciones interpretativas que, lejos de excluirse, se completan entre sí, destacando aspectos diferentes de la salvación. Conceptos como sacrificio expiatorio, victoria, etc. por su condicionamiento histórico, se presentan como metáforas de una afirmación de fondo siempre válida: Jesucristo salva a los hombres porque por ellos ha muerto y resucitado verdaderamente y ha sucedido porque él es verdadero hombre y verdadero Dios. • La soteriología hasta el Concilio Vaticano II: - Período medieval.- la doctrina de la salvación experimenta con S. Anselmo una profundización teológica que da preferencia al aspecto sacrificial de la redención. Esta es concebida como satisfacción de una deuda contraída por el hombre con Dios por el pecado, satisfacción a la que está obligado en estricta justicia. - Período moderno.- la soteriología de Lutero, aunque expresada en un lenguaje bíblico entonces inusitado, es de cuño tradicional. Enseña que en la cruz se revela a la vez la cólera y la misericordia de Dios; la cólera porque Jesús se presenta como víctima y la misericordia porque su muerte es señal de amor. La soteriología de todos los autores de los S: XVI al XIX es de índole repetitiva, recurren continuamente a las explicaciones de S. Anselmo, Santo Tomás y Scoto. Gradualmente se llega a postergar la interpretación que veía el elemento esencial de la redención en el sufrimiento de Cristo y se va abriendo paso cada vez más la solución que coloca en el centro de la actividad salvífica el amor de Jesús al Padre y su solidaridad con los hombres, o subrayando la satisfacción moral. En algunos documentos del magisterio eclesiástico el valor salvífico de la pasión y muerte de Cristo se enseña exponiendo sustancialmente el contenido y las formulaciones escriturísticas. El concilio de Trento, al tratar del pecado original, de la justificación y del sacrificio de la misa, afirma que Jesús nos ha reconciliado con su sangre y ha muerto para redimirnos. Idéntica enseñanza se encuentra en algunas tomas de posición en contra del predestinacionismo antiguo y moderno, en las que se reitera el valor salvífico universal de la muerte de Cristo. - Vaticano II.- las enseñanzas del Vat. II es el carácter central del misterio pascual- que comprende la muerte y la resurrección- en el plan salvífico de Dios. Estos dos momentos de la vida de Jesús se mencionan frecuentemente juntos, en tensión entre sí según una relación que no se precisa nunca. El Concilio, aunque no entra en cuestiones teológicas, parece insistir en el aspecto moral de la reparación ofrecida por Cristo, que está animada por el amor al Padre y a los hermanos. - Magisterio actual.- en esta misma dirección se mueve la enseñanza del magisterio ordinario más reciente. Nos referimos a los numerosos discursos de Pablo VI sobre la redención, donde los temas más reiterados son los del sufrimiento físico y espiritual de Jesús, el aspecto voluntario de su expiación y del seguimiento del Crucificado; y a las encíclicas “Redemptor hominis” y “Dives in misericordia” de Juan Pablo II, que presentan la enseñanza tradicional con algún matiz característico. D.- VISIÓN SISTEMÁTICA DE LA SALVACIÓN: •

La noción cristiana de salvación.- la vida entera de Jesús reviste valor salvífico; desde la

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encarnación a la resurrección, cuanto Cristo dijo e hizo fue para nuestra salvación. Cada acción suya, la más insignificante humanamente, tiene valor salvífico infinito por ser teándrica (humana y divina a la vez). Cuanto él asumió -nuestra vida- ha quedado divinizado y se ha convertido en principio de salvación para todos los hombres. La revelación destaca algunos momentos de la vida de Jesús dotados de especial valor salvífico: los misterios de la vida oculta, en los milagros, en la predicación. Además se reconoce eficacia decisiva a la encarnación, a la muerte y a la resurrección, que son como los polos de la salvación. La encarnación es el momento fundamental de la salvación, la fuente de la que brota el valor salvífico de la vida entera de Jesús; a su vez la pasión y la muerte, unidas a la resurrección, son su momento culminante, en el que la eficacia de la redención se expresa de modo deslumbrador y se percibe con mayor claridad el amor de Dios a nosotros. La encarnación es la raíz de la solidaridad de Cristo con los hombres pecadores, mientras que la cruz es su realización más completa, aunque sólo resulta evidente mediante la ratificación de la resurrección. Este modo global de concebir la obra salvífica requiere algunas puntualizaciones: Primero: durante la vida terrena de Jesús, la eficacia redentora de lo que hacía se reveló en una progresión que culminó en el misterio pascual. Ante la muerte en cruz los discípulos entendieron más hondamente el amor de Dios a los hombres y su fidelidad a las promesas. La alegría de este descubrimiento impregna todo el NT. y explica el valor salvífico de la muerte y resurrección de Jesús. Segundo: desde la encarnación a la muerte en cruz se observa un aumento de la eficacia de la actividad salvífica de Jesús, de forma que en el misterio pascual se realizó en sumo grado la salvación de la humanidad. Este acento invita a buscar una explicación de la salvación que tenga en cuenta quién es Cristo y lo que Cristo hizo por nosotros: Primero: Jesús mereció durante toda su vida por los hombres, de una manera cada vez más perfecta, la liberación del pecado y la reconciliación con Dios y ello hasta el momento de la muerte en cruz. Esta progresión de la capacidad de merecer está, conforme con el hecho de que Jesús mismo, al introducirse del modo más completo en nuestra condición humana, hizo suya nuestra historicidad, experimentando, un progreso en el conocimiento de su misión, en la gracia, en la sabiduría y en la entrega al Padre y a los hermanos. En esta perspectiva global, entendemos que la expresión clave: Cristo murió “por todos”, indica no tanto que Cristo nos sustituyó expiando, cuanto que realizó la redención “en nuestro favor”. Segundo: los términos clásicos “redención, adquisición, expiación, y sacrificio”; sobre el fondo del valor salvífico de toda la vida de Jesús, nos dicen que la salvación es fruto de la libre iniciativa de Dios, que desea restablecer las relaciones con el hombre pecador y que es expresión de su fidelidad, manifestada plenamente en la pasión y muerte de Jesús en un acto supremo de obediencia y de amor. Además estos términos, afirman que nuestra reconciliación con Dios por medio de Cristo incluye también la reconciliación con los hombres, que se expresa concretamente en el compromiso de instaurar un orden social nuevo, en el que se respete y promueva la dignidad humana. Más aún, esos términos indican que la salvación traída por Cristo se extiende también misteriosamente a toda la creación, que es orientada hacia una renovación que culminará al final de los tiempos, cuando Cristo, una vez sometidas a él todas las cosas, las entregue al Padre (1Cor 15,20-28). En esta perspectiva más amplia, que abarca el tiempo y la escatología, la salvación aparece como un signo convincente del amor de Dios y de la solidaridad de Cristo con nosotros. Por tanto todo creyente está llamado no sólo a cooperar a la salvación eterna del hombre, sino a colaborar activamente en la edificación de un mundo nuevo, en el que reinen la justicia y la paz. Cristo nos ha traído una salvación total, que comprende el componente corpóreo y espiritual del hombre y le empeña a solidarizarse eficazmente con el mismo Cristo, con la humanidad y con la creación. Esta noción de salvación abarca todos los principales aspectos de la soteriología neotestamentaria; concretamente el don total de sí que hizo Jesús obedeciendo a la voluntad del

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Padre, su oferta a favor nuestro, la liberación del pecado y la reconciliación con Dios, la llamada a todos los hombres a aceptar y completar solidariamente su obra salvífica. • El sufrimiento de Dios.- ¿ qué se quiere decir cuando se afirma que Dios puede padecer y que de hecho ha padecido?, ¿cómo puede padecer un Dios que es por definición perfecto?. Digamos que hasta el final de la Edad Media, el problema del sufrimiento de Dios se reducía generalmente al del sufrimiento de Cristo. Los puntos firmes eran dos: Dios no puede de ningún modo padecer porque es perfectísimo y el Verbo encarnado puede padecer sólo en cuanto hombre, pero en cuanto Dios es impasible. Se intentaba armonizar los datos ciertos de la teología sobre Dios con los de la soteriología sin sacrificar ninguno de ellos. En consecuencia, el sufrimiento de Jesús era visto como un caso de la “comunicación de idiomas” ( comunicación de la propiedad humana a la única persona del Verbo encarnado). Las posibles repercusiones de la pasión de Cristo en el ámbito trinitario, ni siquiera se lo tomaba en consideración. En general la postura de la teología patrística y escolástica se mueve en esta línea. El tema del sufrimiento aparece de nuevo en escena con Lutero. Según el cual, en la pasión de Cristo propiamente padece también Dios mismo. Este esquema ha sido recogido tanto en el campo protestante como en el católico. No se abandona el planteamiento clásico de la distinción de las dos naturalezas de Cristo: Cristo sufrió en su naturaleza humana; la naturaleza divina en cuanto tal no podía padecer. Pero ahora se intenta entender de qué modo la persona divina del Verbo puede haber sido el sujeto de tal sufrimiento, puede haber tenido la experiencia del dolor y de la muerte. En el ámbito católico K. Rahner cree poder afirmar que el Verbo – inmutable en sí mismo- a través de la encarnación experimenta el sufrimiento, no en sí mismo, sino sufre un destino de muerte en la humanidad que ha asumido. Esto, aunque aceptable, no parece esclarecer cómo el Verbo pudo padecer. Siguiendo la dirección clásica la solución de J. Maritain, introduciendo una importante distinción en el concepto de sufrimiento, logra aclarar algo el misterio de la muerte en cruz. Centra la atención en el carácter analógico de nuestras afirmaciones sobre Dios y sobre la existencia de perfecciones (humanas y divinas) “anónimas”, es decir, no determinadas desde el punto de vista conceptual. Aplicando estas afirmaciones al sufrimiento de Dios, sostiene que se trata de un concepto análogo al que se predica del hombre, concepto que sin embargo intenta tomar del sufrimiento humano sólo los aspectos nobles y elogiosos, que son en sí mismos una perfección. Así entendemos, el sufrimiento de Dios es una perfección “anónima” de Dios. Para concluir hay que sostener absolutamente la inmutabilidad de Dios; la afirmación de un cambio de Dios no en sí mismo sino en el otro, sostenida por Rahner, no nos parece bastante clara. En cambio es esclarecedora la solución de Maritain, que suena como una invitación a ir más allá del concepto corriente de sufrimiento para descubrir la compleja realidad que encubre; aunque también en esta explicación subsisten oscuridades. Pero este, en el fondo, es el mismo misterio con que tropezamos al considerar la relación de Dios con la realidad creada o del Verbo con la naturaleza humana asumida. • Redención y emancipación humana.- aunque durante siglos la salvación de Jesús ha sido presentada como redención, expiación y sacrificio, está fuera de duda que se la puede definir también como “liberación”. De hecho, en el término neotestamentario redención o rescate está subyacente precisamente el de liberación del hombre. Ante todo la noción cristiana de salvación abarca toda la vida del hombre. Partiendo de un cambio de corazón, implica necesariamente una relación nueva con los demás inspirada en el amor de Dios y el compromiso de establecer con ellos relaciones más humanas y de edificar un mundo en el que reinen la justicia y la solidaridad. Estos diversos componentes de la salvación cristiana no tienen idéntica importancia. Primero es la conversión del corazón y luego la liberación de la justicia y la promoción humana. Ello significa que, sin el aspecto religioso de la salvación, la justicia en el mundo es absolutamente irrealizable. Sin Dios, la liberación del hombre es mera utopía y viceversa, donde comienza a instaurarse una sociedad más justa, allí obra ya secretamente Dios.

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Donde se persigue una liberación puramente humana, horizontal, la salvación realizada por Cristo es vaciada ciertamente de su valor, la identidad misma de Cristo es desvirtuada; ya no es la del Hijo de Dios encarnado, sino la de un puro hombre, pregonero de un orden social nuevo. Reducciones que no son nuevas en la historia de la cristología con el peligro que conllevan. Nos parece actuales las enseñanzas de Pablo VI en la “Evangelii nuntiandi” abordando el problema de las relaciones entre anuncio cristiano y liberación humana: “es imposible aceptar que en la evangelización se pueda o se deba descuidar la importancia de los problemas que conciernen a la justicia, la liberación, el desarrollo y la paz en el mundo.....” (nº 31-34). • Esquemas interpretativos de la salvación.- la pluralidad de los esquemas interpretativos impone reflexionar sobre sus relaciones recíprocas. Ello parece hoy necesario porque desde diversas partes se pregunta si no sería oportuno abandonar los esquemas de rescate, expiación y sacrificio y recurrir a esquemas más conformes con la mentalidad moderna, como los de salvación, reconciliación y liberación. La respuesta es actualmente más bien plural: hay quienes desde una perspectiva bíblica afirma la validez de todos los esquemas presentes en el NT. y hay quienes partiendo del plano teológico, piensa en cambio que se deben reinterpretar los esquemas tradicionales. Por nuestra parte, manteniendo que los esquemas interpretativos del NT. poseen en conjunto un valor normativo, no creemos que se pueda abandonar ninguno de ellos sin perjuicio para el misterio de la cruz. Ello, no significa en absoluto que sean todos válidos en la misma medida. Ni siquiera se excluye dar la preferencia a alguno para captar más fácilmente el valor salvífico de la cruz. En esta aproximación al misterio de la redención parece también legítimo recurrir a formulaciones más en consonancia con la mentalidad actual. Pero ello deberá hacerse sin excluir los esquemas revelados y sin reducir el alcance de la redención, que, por dirigirse a todo el hombre, comprende la realización de relaciones humanas más justas y la restauración de la amistad con Dios destruida por el pecado. Los términos usados en el NT. tienen un significado preferentemente positivo (hablan de comunión, de alianza, de amor de Dios al hombre), que parece perenne y universalmente válido. Muy diversas, en cambio, son las cosas cuando se habla del carácter vinculante de las interpretaciones patrísticas y de las explicaciones teológicas posteriores. Tienen un valor contingente, condicionado por el ambiente cultural en el que han visto la luz. Por eso podrían ser desmitizadas o abandonadas si hacen difícil la comprensión de la salvación. Al concluir es conveniente recordar tres cosas: Primero: la continuidad fundamental entre enseñanza bíblica y teológica. El núcleo doctrinal permanece inalterado: toda la vida de Cristo posee valor salvífico en cuanto vivida como acto de amor al Padre y a los hombres. Segundo: se ha de ver en la muerte de Jesús en cruz el centro de la redención. En ella están presentes simultáneamente, el sufrimiento y el amor; pues si es el amor del Crucificado el que da valor salvífico a su sufrimiento, sin embargo es en el sufrimiento donde ese amor se realiza y se manifiesta en toda su radicalidad. En cuanto a la resurrección, ha de verse como respuesta del Padre a la obediencia del Hijo en el dolor. Tercero: la redención de Cristo no excluye en absoluto, sino que la exige, la participación solidaria del hombre, entendido como individuo y como Iglesia. Sólo si se encuentran estos dos componentes, se puede hablar verdaderamente de una salvación conforme con la misericordia divina y con la dignidad humana.

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