A mi querido padrí Albert, que tantos sueños plantó mientras estuvo a mi lado.
Primera edición en castellano: noviembre de 2015 © Del texto: Susanna Isern © De las ilustraciones: Zuzanna Celej © De esta edición: Libros del Imaginario, S.L. Tamarit, 193, 1º2ª 08011 Barcelona
[email protected] www.librosdelimaginario.com Diseño de la colección: © Laia Albareda Garcia Impreso por: Litogama, S.L. Polígono industrial del Besós C/ de la Costa Brava, 12 08030 Barcelona ISBN-13: 978-84-944538-2-3 Depósito legal: B-24968-2015 Todos los derechos reservados. Queda prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial, o la distribución de esta obra, en cualquier medio o procedimiento, comprendidos los tratamientos informáticos y la reprografía.
Índice El abuelo.................................................................11 Trino.......................................................................21 El día de la tormenta..............................................31 Las gafas.................................................................39 La llave escondida..................................................47 El laboratorio..........................................................55 El flautista..............................................................65 Los espías................................................................73 Los Quebrantasueños.............................................81 La visita inesperada................................................89 La reunión secreta..................................................97 El oscuro profesor de matemáticas.........................107 Noches de laboratorio...........................................115 El criadero de palomas negras...............................123 La misión...............................................................133 El regreso...............................................................141 El señor Drims.......................................................149 El diario.................................................................163 La verdad de Tim ..................................................171 Plantar un sueño para el abuelo............................179 La despedida.........................................................189 El intruso...............................................................201 ¿Qué están tramando?...........................................209 Los fantasmas del pasado......................................223 El momento Q........................................................235 El después..............................................................251 Epílogo..................................................................259
EL ABUELO
El abuelo siempre había sido una persona muy especial. A veces salía de casa a primera hora de la mañana, se ponía la boina, cogía su bastón y ya no regresaba hasta el anochecer. Cuando por fin se ponía sus alpargatas de cuadros escoceses y se sentaba a reposar junto a la chimenea, le preguntaba intrigada dónde había estado durante tanto tiempo, pero él siempre me contestaba misterioso: —Hoy tenía mucho trabajo por hacer, algún día te lo explicaré todo...
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De esos paseos secretos, el abuelo siempre me
en el bosque. La vegetación era tan espesa que ape-
traía algo interesante. A veces eran curiosos objetos,
nas traspasaba un solo rayo de sol por entre las tupi-
otras animalillos y, en ocasiones, anécdotas increí-
das ramas de los árboles. El abuelo andaba un metro
bles. Y es que si algo hacía bien el abuelo, era contar
delante de mí, frenando un poco el ritmo cada vez
historias. Adoraba sentarme en sus rodillas y escu-
que me distanciaba. Cuando iniciamos el ascenso
charle durante horas y horas, nunca contaba dos
comprendí la utilidad de aquel bastón.
iguales. Una mañana, el verano que cumplí once años,
—Abuelo, ¿queda mucho? —le preguntaba cada dos por tres.
el abuelo dejó que le acompañara a una de sus ex-
—Ya queda menos —contestaba sin detenerse.
cursiones. Yo estaba emocionada, pensé que por fin
Anduvimos y anduvimos, bosque a través, has-
podría descubrir alguno de sus misteriosos secretos.
ta el mediodía. El canto de los pájaros escondidos
Me dijo que me pusiera un calzado cómodo y que
tras las hojas acompañaba nuestro paso. También
preparara la mochila con agua y comida.
vi una ardilla trepando por el tronco de un longe-
Cuando estuve preparada para salir, se acercó
vo pino y un ciervo de grandes cornamentas que,
a mí con un robusto bastón bastante más corto que
al vernos, se alejó hasta perderse entre los espesos
el suyo.
matorrales.
—Toma, te ayudará a caminar. ¿Qué te creías?
Llegamos a un riachuelo que bajaba desde la
¡No solo los viejos los usamos! —exclamó riendo tras
parte más alta del bosque. Sapos enormes y ranas
ver mi cara de desconcierto.
azuladas daban brincos entre las piedras mojadas.
Nos dirigimos al camino de tierra que había junto al río. Una hora más tarde, nos adentramos
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—Ya estamos llegando —anunció el abuelo señalando la cumbre más cercana.
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Acabamos de subir la cuesta siguiendo el hilo
Desde la orilla contemplé boquiabierta el es-
de agua. Una vez arriba, el abuelo me pidió que le
pectáculo durante largo rato. Aquel era, sin ninguna
diera la mano y que cerrara los ojos sin hacer tram-
duda, el sitio más hermoso en el que había estado
pas. Caminé unos pocos metros, a ciegas, guiada
jamás. Ni en sueños hubiera podido imaginar seme-
por él. Finalmente, me indicó que me sentara sobre
jante lugar.
una gran roca plana. Cuando estuve acomodada en
Sacamos la tortilla de patatas, el pan y el ja-
ella me dijo que respirara muy hondo y que abriera,
món. Nos supieron a gloria. Después, reposamos
poco a poco, los ojos.
un poco la comida recostados en una pequeña isla
—Sofi, bienvenida a uno de mis lugares secretos. Se trataba de una preciosa laguna abrazada por un círculo perfecto de montaña. Los picos más
de hierba fresca. —Ha llegado la hora del baño, pequeña —dijo el abuelo mientras se desabrochaba la camisa.
altos estaban aún nevados. Por su ladera corrían
Sacó nuestros bañadores de su bolsa de cue-
marmotas y rebecos que hacían desprender, a su
ro, se cambió rápidamente y, en un visto y no vis-
paso, pequeñas piedras que rodaban hasta el agua
to, se zambulló en el agua. Hice lo mismo aunque
cristalina. Una pareja de águilas reales sobrevolaba
más despacio. A pesar de que estábamos en verano,
el paisaje con elegancia, mientras hacían silbar sus
el agua estaba muy fría y me costó bastante pasar
alas al viento. Sobre la superficie saltaban truchas
de la cintura. Cuando por fin mi cuerpo se hubo
plateadas que, al reflejar el sol, cegaban la mirada,
acostumbrado a la baja temperatura y comencé a
y simpáticos cangrejos de río, que entraban y salían
nadar, me sentí como una trucha más. Si las vistas
del agua haciendo castañear sus pinzas con deci-
eran impactantes desde fuera, la sensación era infi-
sión, salpicaban traviesos nuestras piernas y pies.
nitamente mejor desde dentro.
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Me había convertido en una parte más de aquel maravilloso rincón del mundo. De repente, el suave repiqueteo de aquellas piedras que descendían sueltas por la ladera se convirtió
Podía notar las pequeñas olas provocadas por su gran cuerpo chocar contra mi cuello. Pronto estuvo tan cerca que el calor de su aliento acarició mi cara, cerré los ojos apretándolos muy fuerte.
en una avalancha de cientos de ellas que comenzaron
—¿Cómo andas, grandullón? —preguntó el
a rodar ruidosamente hasta detenerse bajo el agua.
abuelo mientras le rascaba, suavemente, detrás de
El causante de tal alboroto era un gran oso pardo
las orejas.
que bajaba a buena marcha por la montaña. Cuando llegó al borde, se detuvo, se sentó sobre sus patas traseras y, silencioso, se concentró en el lago. Varios minutos después, una de las truchas plateadas saltó
—¿Lo conoces? —pregunté asombrada abriendo uno de mis ojos. El oso relamía su mano. —No debes tener miedo, Sofi. Oso y yo somos viejos amigos.
cerca de él. Fue tan rápido que apenas pude ver cómo
El abuelo me invitó a acariciarlo. Con mis ma-
el oso sacaba su zarpa y se llevaba aquel pescado a la
nos deshice varias gotas de agua que bailaban sobre
boca. El mamífero repitió la misma operación hasta
el pelo de su cabeza, que era grueso y duro.
cuatro veces. El abuelo y yo permanecíamos quietos, aún dentro del agua. Era increíble aquello que estába-
—¿Alguna vez has montado sobre un oso a nado? ¡Vamos, te va a encantar!
mos presenciando. Tras la comilona, el gran animal
Y sin esperar respuesta, el abuelo me agarró por
decidió que quería acompañarnos en nuestro baño.
la cintura y me impulsó sobre la espalda del mamífero
Cuando comenzó a meterse en el agua, nos vio. Has-
que se había quedado completamente quieto. Cuan-
ta ese momento no había reparado en nosotros. Sentí
do estuve bien instalada comenzó a moverse, primero
miedo y me abracé al abuelo. Se acercó lentamente.
despacio, después más rápido.
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Pronto perdí el miedo y empecé a disfrutar de aquel entrañable momento. Una suave brisa peinaba mi cuerpo con delicadeza y el sol radiante calentaba mi espalda mojada regalándome una agradable y cálida sensación. El áspero pelaje del oso me picaba en las piernas, pero era tan extraordinario aquello que me estaba ocurriendo que, en unos segundos, se me había olvidado. No puedo decir con exactitud cuánto tiempo duró el paseo a oso, pero hubiera querido que no acabase nunca. A media tarde nos despedimos del animal y de aquel lugar mágico. Durante el camino de vuelta apenas hablamos. Con una sonrisa dibujada en la cara, no podía dejar de pensar en la laguna, el circo de montaña, sus animales y lo que había sucedido con el oso. Cuando llegamos a casa, el sol ya casi se había escondido por completo. Aquella noche y las siguientes soñé que era una amazona que cabalgaba por las montañas, montada sobre el lomo del oso. De hecho, aún hoy en día alguna que otra noche, se repite incansable este increíble sueño.
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TRINO
Otro día, desde mi ventana, adiviné la silueta del abuelo que se acercaba, a lo lejos. Era más temprano que de costumbre. Llevaba su bastón colgado del brazo y entre sus manos sostenía cuidadosamente la boina, como si en su interior guardara algo muy delicado. No pude esperar para ver lo que traía y corrí a su encuentro. Como imaginaba, su gorra de lana no estaba vacía y cuando vi lo que contenía me llevé la mayor de las sorpresas. Un pequeño gorrión asomaba juguetón su pico entre la tela. Tenía el ala rota y,
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según el abuelo, había que ayudarlo a comer hasta
—¡Buenos días, Sofi!, ¡buenos días, Trino!
que se recuperara. Lo cogió suavemente con una
—¡Pilú, Pilú! —contestaba él con su picuda
mano y lo posó entre las mías que temblaban nerviosas.
sonrisa. El pastelero siempre le guardaba deliciosas mi-
—Sofi, lo que te voy a plantear es una gran
gas de bizcocho y magdalenas de naranja. El pajarero
responsabilidad. Te propongo cuidar y alimentar al
le dejaba preparadas, en la ventana de la pajarería,
pajarito hasta que se cure. Podrás jugar con él, aca-
golosinas de miel y frutos secos junto a un tapón
riciarlo… Pero cuando esté recuperado deberás de-
repleto de agua fresca. Y doña Aurelia, la vecina
jarlo en libertad de nuevo y eso puede que te resulte
gruñona, le había presentado a su canario. A veces
duro. Antes de aceptar quiero que te lo pienses muy
lo sacaba de su jaula para que revolotearan juntos
bien.
por el patio. Fue precisamente el canario el que consiComencé a cuidar de Trino sin dudarlo ni un
instante. Le construí una casita con una caja de car-
guió que Trino fuera perdiendo, poco a poco, el miedo a volar de nuevo.
tón. La pinté de colores alegres y la llené con hojas
Yo sabía que tarde o temprano debería devol-
y ramas para que se sintiera como en su nido. Des-
verle la libertad, pero tenía la esperanza secreta de
pués la instalé junto a mi cama, no quería que el
que cuando llegase ese momento el pajarito prefirie-
pajarito se encontrara solo, ni que tuviera miedo en
ra quedarse conmigo antes que regresar al bosque.
la oscuridad.
Nos habíamos vuelto inseparables.
Durante el día, el gorrión se posaba sobre mi
Una noche de mucho calor, me desperté para
hombro e íbamos juntos a todas partes. Ya todos en
beber agua. Debían de ser aproximadamente las
el barrio lo conocían.
dos de la madrugada. Encendí la luz de mi mesita,
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y cogí el vaso que estaba justo al lado. Trino sacaba
Recorrí varias calles. Solo podían oírse los grillos
siempre la cabeza por una de las ventanas de su ca-
que cantaban escondidos y el ronquido de algún veci-
sita de cartón para saludarme. Me extrañó mucho
no que dormía a pierna suelta con la ventana abierta
que en aquella ocasión no lo hiciera. Me incorporé
de par en par. Sin embargo, a medida que me acer-
en la cama y asomé la nariz por la pequeña puerta
caba a la plaza del parque, comencé a escuchar un
para ver cómo dormía el pajarito. Me dio un vuelco
ruido que ganaba en intensidad a cada paso. Cuando
el corazón. Froté mis ojos vigorosamente y volví a mi-
llegué a su origen, este era ensordecedor.
rar. Trino había desaparecido. Me levanté y busqué
Las copas de los árboles, los bancos, la fuen-
por toda la habitación: en el armario, en los cajones,
te, el quiosco de los helados, el tobogán… Toda la
debajo de la cama, tras la cortina… Pero ni rastro.
plaza estaba ocupada por decenas, cientos, miles de
De repente, me percaté de que la ventana estaba
pájaros de todas las especies: loros, periquitos, cana-
entreabierta. Estaba casi segura de haberla cerrado
rios, gorriones, palomas, golondrinas… Las aves vo-
antes de acostarme. Pese al calor, siempre lo hacía,
laban, se posaban, graznaban. Se habían reunido
ya que los ladridos nocturnos de los perros de los veci-
allí aquella noche.
nos no me dejaban dormir. No podía creer que Trino
Se trataba de un espectáculo impresionante,
se hubiera marchado sin despedirse. Miré hacia el pa-
y lo más increíble de todo era que ningún vecino
tio por si se hubiese caído, pero tampoco estaba allí.
de la plaza se hubiera percatado de tan extraño
Salí en su busca. Las calles del pueblo estaban
fenómeno.
completamente desiertas. La luna dibujaba una es-
Estaba segura de que Trino estaba entre
trecha sonrisa y podían verse casi todas las estrellas
aquellos pájaros, pero intentar encontrarlo hubiera
del firmamento.
sido tan difícil como buscar una aguja en un pajar.
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Además, ni siquiera me había atrevido a entrar en la plaza, me había quedado discretamente en una esquina. Por suerte, yo era más fácil de localizar, y fue él quien me vio y se acercó a mí. Se posó en mi hombro, su hombro, y se quedó mirándome fijamente. Lo reconocí al instante y entendí de inmediato que aquello era una despedida. No quise que Trino me viera llorar. Contuve las lágrimas y, con mi nariz, acaricié su pico. Él respondió dándome tres golpes cortos y suaves. A continuación alzó el vuelo, su ala rota estaba perfectamente curada. No miró atrás. Entre tanto pájaro me pareció ver también al canario de doña Aurelia y algunos periquitos de la pajarería. No podía entender cómo había ocurrido, pero aquella noche todas las aves enjauladas del pueblo habían logrado escapar y unirse a las que eran libres. Poco a poco, todas ellas fueron tomando el cielo, por un momento taparon las estrellas, incluso la luna que relucía tan tímida aquella noche.
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Volví a casa con un gran vacío que fui llenando,
«Seguro que es él —pensaba.»
esta vez sí, de lágrimas. Las semanas junto a Trino ha-
Pero al más mínimo movimiento alzaba el vue-
bían sido maravillosas, en él había encontrado a un
lo temeroso y desaparecía entre las nubes, para no
buen amigo, al compañero perfecto. Sin embargo, era
volver.
consciente de que las necesidades y los sueños de un pajarito como él estaban lejos de las casas, de las jaulas y de los humanos. Cuando se me acabaron las lágrimas, seguí llenando aquel vacío de bonitos recuerdos, eran tantos que no cupieron todos. Al poco rato ya estaba de nuevo en mi habitación, metida en la cama. Aquella madrugada me dormí con la bonita imagen de Trino dándome un beso a su manera, y con la emoción que me había producido contemplar la espectacular estampida de las aves. Al día siguiente, todos en el pueblo comentaban la misteriosa desaparición de sus pájaros enjaulados. No fui yo quien les resolvió aquel extraño acertijo. Al igual que el abuelo, había aprendido a guardar bajo llave mis propios secretos. A veces algún gorrión se posaba junto a mi ventana y me miraba curioso a través del cristal.
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