A pesar de todo Que linda es la vida!

A pesar de todo ¡Que linda es la vida! Nací hace sesenta y siete años, en Laguna Paiva, un pueblo ahora ciudad, en la provincia de Santa Fe, distante
Author:  Luz Soler Belmonte

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A pesar de todo ¡Que linda es la vida! Nací hace sesenta y siete años, en Laguna Paiva, un pueblo ahora ciudad, en la provincia de Santa Fe, distante a cuarenta Km de la ciudad Capital. En aquel entonces un pueblo netamente ferroviario. Llegó a tener hasta tres mil obreros en sus talleres, uno de ellos fue mi padre. Mientras nuestro hogar crecía en amor y felicidad, quiso el destino que una mañana fatídica golpeara terriblemente nuestras vida. Mi padre en su trabajo al pasar junto a unos inmensos tanques que almacenaban combustible, aunque estaban vacíos y sólo tenían los gases de los mismos, explotó uno de ellos y las llamas alcanzaron todo su cuerpo. Era el día de cumpleaños de mi madre. A los dos días falleció. Sólo tenía 28 años, la misma edad de ella. Que terribles momentos le tocaron vivir. Sola con su dolor. Mi hermano de cinco años y yo de 11 meses. Solo el amor a Dios y a nosotros le permitió seguir adelante. Para aumentar sus ingresos a la mísera pensión que recibía, cosía ropa para una cooperativa. Yo era pequeño y afloran en mí algunos vagos recuerdos de verla coser al lado de mi cama, hasta que sus fuerzas se agotaban. Luego hincada de rodillas rezaba hasta muy tarde. Luchó, luchó, no solo para darnos alimentos y ropas impecables, sino una educación de vida y vida cristiana. A pesar de su juventud y belleza, nunca quiso unirse a otro hombre, por nosotros y por principios. Nuestra niñez fue muy feliz, porque ella, cumpliendo los roles de padre y madre, nunca nos dejó faltar nada, sobre todo amor. Pero tal vez, el desgaste de tanta lucha hizo que muy joven enfermara de ese terrible mal que es la leucemia. Un año postrada, con mucho dolor y sufrimiento, ya que en aquel entonces había muy poco para calmarlos, y a pesar que se aferraba a nosotros llegó el final para ella. Que terrible, que tremendo dolor. Nunca podré olvidar aquellos momentos. Yo tenía trece años y mi hermano dieciocho. Solos con nuestra pena y rencor, en esa casita, que con mucho esfuerzo ellos habían construido.

Recuerdo que me preguntaba ¿por qué Señor? ¿Por qué la

arrancaste de nuestro lado? … por qué… porqué . Si era tan joven, tan buena, tan hermosa, si era lo único y más preciado que teníamos. Sólo quedó en mí tristeza y rencor.

Yo cursaba en ese entonces el segundo año de la escuela secundaria con excelentes calificaciones, y mi hermano trabajaba en los talleres ferroviarios ya que había ingresado muy joven debido a que mi padre murió allí. Dejé de ir a misa, por muchos años no fui a la Iglesia. No quería tampoco ir al colegio, hasta que me convencieron profesores y compañeros para que volviera. Así terminé el segundo y tercer año, sin rendir ninguna materia. Con la ayuda de algunos tíos y amigos pero por sobre todo con el apoyo que nos brindábamos mi hermano y yo, estábamos saliendo de esa terrible pesadilla, pero al poco tiempo, la vida volvió a golpearnos muy fuerte. Mi hermano Carlos estaba de novio con Angelita, que a pesar de su juventud era una gran mujer, ya que también al quedar huérfana de madre, tuvo que hacerse cargo de su hogar y criar a sus hermanitos. Por ese entonces, debía incorporarse al servicio militar y según el número de sorteo, a la Marina. Para no dejarme solo durante esos dos años, deciden unirse en matrimonio y así nuestra casa volvería a ser un hogar y Carlos no sería incorporado al servicio militar. Ella trabajaba en un negocio de venta de artículos del hogar para ayudarlo a mi hermano y comprar algunos enseres y electrodomésticos que faltaban en casa. Pero una triste mañana cuando Angelita iba a su trabajo, se desboca un caballo de un carro lechero, ella cruzaba la calle, le pasa por encima de su cuerpo y la mata… Nuevamente confusión, dolor, tristeza. ¿Cómo recuperarnos de este nuevo golpe? Sobre todo como recuperar a Carlos que estaba entregado y abatido. También en esos tiempos fallece la única abuela que nos quedaba. Mi hermano decide incorporarse a la Marina y yo quedo solo más que nunca. Me inscribo en un colegio Normal, en la ciudad de Santa Fe, ya que en ese tiempo en Laguna Paiva no había. Era una oportunidad de una pronta salida laboral ya que en dos años me recibía de maestro y me servía también para iniciar una carrera universitaria. El primer año viajaba todos los días, pero luego en segundo alquilé una piecita en Santa Fe y me inscribí en un colegio experimental donde me daban almuerzo gratis. Con mucho sacrificio vendiendo diversos artículos: lapiceras,

medias, etc. Para ayudar a la pequeña pensión que percibía, me recibo de maestro a los diecisiete años. Era el año 1960 y ya para ese entonces viajaba todos los fines de semana a Arroyo Aguiar, un pueblito entre Santa Fe y Laguna Paiva. Tenia allí unos tíos muy buenos que me hospedaban y me daban mucho cariño. Me hice de varios amigos, sobre todo uno: Juanin, mi hermano del alma, que el señor se lo llevó muy joven junto a El. También conocí a Maruca, mi único y gran “Amor” de toda la vida, la madre de mis hijos y mi compañera hasta hoy. A pesar que hubiera querido seguir una carrera universitaria (odontología) necesitaba trabajar. Por eso, en el año 1961, viajo a Misiones para ejercer la docencia. Un gran amigo y compañero del colegio, Luisito Quirelli, tenía un hermano docente y la señora radicados en esa provincia. Llegaron a Santa Fe en un viaje de luna de miel y yo me voy con ellos: Marcelo y Ana María, dos seres extraordinarios aunque distintos. Pero a pesar de su bondad, su cariño y del hermoso paisaje misionero, qué mal me sentía en los primeros tiempos. Era un mundo nuevo. Distintas costumbres, distintas comidas, carente de las comodidades básicas. Amigos y cooperadores me construyeron una piecita precaria y pequeña en el fondo del patio de la Escuela. Sin luz ni televisión, sólo tenía un catre de lona y un colchón de chalas. Recuerdo que había noches que lloraba de angustia e impotencia. Pero poco a poco me fui acostumbrando. Comencé a valorar y querer mi profesión y a mis alumnos. Que bueno era sentirse útil y poder ayudar. Al regreso de mis vacaciones llevaba útiles, ropas y medicamentos para los niños más necesitados. En los años siguientes me interné en la selva, en una escuelita de zona muy desfavorable, donde era personal único, director y maestro en doble turno. Estaba a 15 km de la ruta y distante 40 km de la costa de Brasil. Caminos sinuosos, muy feos y bordeados de monte, que muchas veces recorríamos hasta la ruta. En las vacaciones del 65/66 me uno en matrimonio a Maruca, después de varios años de noviazgo, el 1º de Enero del 66. Antes de comenzar las clases de ese año, mi suegro, un hombre maravilloso al igual que mi suegra, nos llevan en un camión hasta nuestra escuelita de Misiones. Largo viaje y muy

difícil en los últimos tramos, por los cerros y caminos intransitables. Pero su asombro y pesar fue al llegar y ver la escuelita, nuestra humilde casita en un predio de media hectárea desmontada, el resto: selva. No quería ni bajar los viejos muebles que llevábamos, quería que volviéramos con él. Pudimos convencerlo y volvió a Santa Fe. Nosotros vivimos un año trabajando y felices, a pesar de la soledad y lo inhóspito del lugar. Yo atareado en la escuelita y mis alumnos, y Maruca con los quehaceres domésticos en la humilde casita de madera. Los fines de semana los compartíamos con un colega y su familia, que estaban en otra escuela a cinco Km. Aún seguimos siendo amigos y todos los años vienen a visitarnos. Con ellos a veces, salíamos caminando más de ocho Km. Hasta un paraje llamado Pindaity, donde conseguíamos algún medio de movilidad para llegar hasta un pequeño pueblo donde nos proveíamos de las mercaderías. La gente de la colonia, muy humilde pero muy buena, nos regalaban verduras, pollos, huevos y cosas que ellos producían. La mayoría descendientes de polacos y ucranianos y muchos de los niños llegaban a la escuela sin saber hablar el idioma castellano. Algunos venían de muy lejos, descalzos, sin abrigos, desnutridos, sin material escolar. Frente a este triste panorama estaba yo, con muchas fuerzas, con mucho amor para darle lo que con esos ojitos tristes me pedían: “aprender”. Que tarea difícil y hermosa a la vez. En aquellos tiempos, en esas zonas, el maestro era una autoridad por el que sentían un gran respeto. A veces actuaba como juez, policía, escribano, consejero. Miles de vivencias, anécdotas y recuerdos afloran en mi memoria, pero por falta de espacio no puedo volcarlas en estos escritos. Al finalizar ese año lectivo (1966) volvimos a arroyo Aguiar, donde mis suegros y mis dos cuñados tenían una panadería, a pasar las vacaciones. Nunca pensé que serían las últimas como docente, ya que mis suegros tristes y preocupados por el lejano lugar que vivíamos, querían que nos radicáramos en esta zona. Para ello habían comprado una panadería en Candioti, un pueblito sobre la ruta Nº 11 distante a 10 Km. De Arroyo Aguiar, y nos propusieron si queríamos trabajarla. Para ese entonces Maruca ya se encontraba embarazada de nuestro primer hijo. Esto hizo, después de muchas dudas, que decidiéramos quedarnos. En mayo de ese año (1967) nace Gustavo y en junio, cuando llega la energía eléctrica al pueblo, comenzamos a trabajar en la panadería.

En los primeros tiempos alternaba algunos reemplazos de maestro en la escuelita del pueblo. Pero el trabajo de la panadería era demasiado y ambas cosas no podía realizarlas. Maruca me ayudaba mucho y por ese motivo Gustavo estaba más en casa de la abuela que con nosotros. Habían pasado unos años y no conocía la hermosa y vieja iglesia del pueblo. Para una cuaresma llegaron unos misioneros, que visitaban las casas, invitando a la gente a concurrir a las ceremonias religiosas. Uno de ellos es Pepe Urch ¡que gran muchacho! Después de tantos años, un Jueves Santo, volví a una iglesia: nuestra querida y bella capilla Virgen del Rosario. El señor me había llamado nuevamente. Mi madre desde el cielo se lo había pedido. Me olvidé del rencor hacia El. Comprendí muchos porqué, y sobre todo me di cuenta que lindo es vivir con Dios en nuestro corazón, con Dios a nuestro lado. El te provee las fuerzas necesarias para seguir siempre adelante y ayudar a nuestros hermanos a “conocerlo” y a ser felices. Desde hace muchos años soy ministro extraordinario de la iglesia. Un soldado de Cristo. Mi hermano Carlos, al cabo de algunos años de haber regresado de la Marina, contrajo matrimonio con Mabel. Vivieron algunos años en laguna Paiva, pero luego se radicaron definitivamente en Santa Fe. Tuvieron tres hijos (dos mujeres y un varón), y a pesar de las muchas dificultades que tuvo que atravesar en la vida, hoy vive una vejez feliz (aunque casi no camina), porque tiene a Dios junto a él. También recibió su llamado y hace varios años es ministro de la Iglesia. Después de varios embarazos perdidos de Maruca, el señor nos mandó dos hijos varones más. Fernando que hoy tiene cuarenta años y Erich de veintiocho. A pesar que mi ilusión y deseo era que tuvieran una carrera universitaria, apenas llegaron los tres a terminar el secundario. Gustavo y Fernando fueron futbolistas profesionales. Jugaron en Unión de Santa Fe y el mayor también lo hizo en Quilmes. Pero las continuas lesiones que sufrieron hicieron que sus carreras deportivas finalizaran pronto. Gracias a Dios, instalaron sus negocios y formaron unas hermosas familias. Erich el menor, también formó su familia y continúa con la panadería que yo dejé, después de cuarenta y un años de trabajo, para jubilarme.

Hace varios años, por iniciativa e invitación de un gran amigo Mario, viajamos a Europa y conocimos varios países del viejo continente. Todo muy lindo, pero lo que quedará imborrable en mi mente es la peregrinación a Tierra Santa. Que emocionante y maravilloso recorrer los caminos que caminó Jesús. Cuando era niño soñaba con hacer este viaje aunque creía que era inalcanzable. El Señor me dio esa gracia y pude realizarlo. Hoy vivo feliz, rodeado del amor y cariño de mis hijos y nietos. Tengo seis y la mayor ya se encuentra en la universidad en cuarto año de farmacia. Por todo esto, no me alcanzan los días para darle gracias a Dios. Cuando era muy joven creía que él me había quitado todo, pero el tiempo me hizo comprender que no era así, ya que en esta vida terrena me devolvió todo y mucho más de lo que merezco. Por eso a pesar de todo ¡qué linda es la vida!

Erich Ariel Antonio Brandt

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