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ENTREVISTA A JUAN VICTORIO Por María Valera El Cantar del Mio Cid ha sido estudiado y analizado por muchos eruditos, y entre estos especialistas está el catedrático Juan Victorio, que desde que entró en la Universidad se ha visto ligado científica y personalmente a la figura de Rodrigo Díaz de Vivar.
Catedrático Juan Victorio
Burgos fue la ciudad por excelencia del Cid, sabe que hace dos años se hizo con la supuesta espada de Rodrigo Díaz de Vivar, la Tizona, ¿usted cree que eso es real? Es totalmente imaginario, lo que pasa es que está bien que se hable de las cosas y así se revalorizan y se mitifican. Las espadas del Cid, las espadas de los héroes medievales, venían a ser consideradas como personajes, tenían poderes extraordinarios, así que como en Francia, por ejemplo, tienen la espada de Roldán, aquí tenemos la Tizona y la Colada, son puros mitos, puras leyendas. Tengo entendido que hasta la marca Vichy Catalán rindió homenaje a esta obra literaria con un etiquetado de su agua mineral en la que aparecía el Cid ¿está de acuerdo con que se comercialice tanto una de las primeras obras de la literatura española?
No, creo que tanta comercialización sea nefasta porque así se trivializa. Nunca se dice que el Cid bebiera agua en todo el poema, no dudo que no la bebiera en su vida, pero yo creo que el Cid no se hubiera anunciado en agua. Aunque el año 2007 se ha dedicado especialmente a la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, se han hecho más cosas anteriormente, como las adaptaciones cinematográficas, ¿qué opina al respecto? Si estas adaptaciones están para captar un público que de otra manera no picaría pues me parece muy bien, lo malo es qué tipo de adaptación y a qué tipo de público se van a dirigir. A mi me parece bien todo aquello que sirva para que la gente lea y se informe, cualquier cosa que se haga, pero claro, a veces se les puede dar cosas equívocas, de mala calidad, como en mi opinión es la versión cinematográfica del Cantar del Mio Cid, que calificaría como atentado contra la historia. A raíz del Aniversario del Cid ha aparecido también un artículo en la revista Ínsula bastante denigratorio sobre su labor, ¿qué opina de esto? Me parece que lo ha hecho una persona que no ha empleado métodos científicos. Si no le gusta mi edición, está en todo su derecho y puede criticarla, pero con motivos.
Entonces, como no ha sabido decir en qué he fallado, se debe deducir que lo que ha hecho este hombre es sencillamente denigrar por denigrar. Él forma parte de un equipo donde hay otro editor del Cid al que yo critiqué, Alberto Montaner, quien no se ha atrevido a hacerme una crítica directamente y ha mandado a uno de sus vasallos. Todo se debe a un ataque personal, nada científico y que dice muy poco de la revista y del propio Alberto Montaner. Así que, en esta crítica, mi edición es pésima, mientras que la de Alberto Montaner es maravillosa, aunque tampoco dicen por qué es maravillosa. Y para colmo de estupidez y de ironía, cuando habla de mi edición, tan mala para él, resulta que en la bibliografía ni siquiera la cita, cuando eso es fundamental al tratar un tema, es lo menos académico y lo menos científico que se puedan imaginar. ¿Cuándo comienza su interés por la literatura medieval, y concretamente por el Cantar de Mio Cid? Di de bruces en el Cid un poco por casualidad. Cuando era estudiante de filología trabajé como becario en la Real Academia. Allí había entrado gracias al profesor Don Rafael Lapesa, el secretario de la Real Academia. Era medievalista y condiscípulo de Menéndez Pidal. Él me envío a la Universidad de Lieja, en Bélgica, conocida por su famoso círculo de estudios medievales. Allí conocí a otro profundo medievalista conocedor del Cid. Así que un cidiano me envió a otro cidiano, por lo tanto, cuando hice mi tesis doctoral, tenía que ser algo aproximado al Cid, no exactamente del Cantar, sino de un poema que habla de las aventuras juveniles del Cid. A la hora de realizar su tesis, ¿se encontró con dificultades? Mi tesis está hecha sobre un poema que se titulaba Mocedades de Rodrigo. Esta tesis la tenía que hacer siguiendo los pasos que Menéndez Pidal había dado para el estudio del Cantar del Mio Cid. Y así me puse en el mundo cidiano, entre dos corrientes, la pidaliana y la del profesor de Bélgica que era antipidaliana, por lo tanto me ví un poco entre la espada y la pared. Fue una situación bastante incómoda, tanto científica como personal. Desde el punto de vista de mi investigación fue maravilloso porque me di cuenta de que “los Papas” -si aplicamos este apelativo a Menéndez Pidal- no eran infalibles, y en el momento que uno descubre que otro al que se tiene en un altar no es infalible, lo derriba de la peana y ya no le cree nunca más. Eso me ocurrió, ya no creí nunca más a Menéndez Pidal, y esto me costó al volver a España. El profesor Lapesa me retiró de su herencia y con ello, me impidió el paso a la Universidad. Con dificultad aprobé las oposiciones y me hice profesor. A partir de ahí seguí con el Cid sin ningún tipo de dirección señalada, fui libre. Entonces, es por eso que publicó la edición crítica del Cantar del Mio Cid donde ha reconstruido algunos de los versos inacabados de la obra, y que ha suscitado tanta polémica Sí, de ahí viene la edición que he sacado, pero no solo esa porque tengo más ediciones de otros textos. De mi tesis sobre Las Mocedades de Rodrigo no estoy muy orgulloso porque tuve que decir lo que me dijeron que dijera, pero luego hice la edición del poema de Fernán González, la cual también fue calificada de muy osada porque regularizaba unos versos. Después hice la del poema de Alfonso XI, que no se había hecho nunca,
hasta terminar con el Cantar del Mio Cid, que era mi obsesión desde hacía tiempo, cosa que hice recientemente. Cuando me puse con el Cid ya llevaba una larga experiencia en este tipo de trabajos, y esto hay que tenerlo en cuenta ya que cuando Menéndez Pidal hizo su edición del Cantar del Mio Cid no llegaba a los treinta años de edad y nunca había hecho un trabajo de esta envergadura, nunca se había metido con la poesía épica anteriormente. Era un recién llegado a la profesión de investigador mientras que yo ya llevaba muchísimos años y mucha experiencia. Por lo tanto mi osadía, si la es, no es tanta como la de Menéndez Pidal, yo he sido más cauto, a pesar de lo que se diga. Usted se ha arriesgado mucho al ponerse en la piel del autor. Pero esto no es tan difícil, porque no me he puesto en la piel de la noche a la mañana, tengo una larga tradición que podría seguir diciendo, teniendo en cuenta que también he traducido el Cantar de Roldán, y que he estudiado muchos poemas épicos. No se trata de aventurar sino de ver, de hacer un estudio de las diferentes construcciones y recursos utilizados por el propio copista para con esos mismos recursos emplearlos correctamente, y a veces rellenar un vacío que ha dejado el copista. A lo largo de la historia existen muchas obras inacabadas, por ejemplo, en Arte hay obras de Miguel Ángel que están sin terminar y aunque se ha planteado su reconstrucción nunca se ha llegado a realizar y se habla de obras inacabadas. ¿No cree que con el Cid pueda pasar lo mismo? ¿cree usted que es mejor acabar las cosas? Es que si Miguel Ángel dejó la obra por acabar porque quiso y no quiso terminarla, lo que queda ya no es de Miguel Ángel, pero ese no es mi caso. Nuestro autor no quiso dejarla inacabada, quiso hacerla bien y la hizo bien, pero fueron los copistas los que la estropearon. No es el mismo caso. Parece que usted siempre está rodeado de polémica. Los expertos afirman que el Romancero del Cid fue posterior a la redacción del Cantar, pero usted afirma lo contrario, ¿en qué se basa para hacer esta afirmación? Yo no veo que haya una relación de derivación entre los romances y el Cantar, pero lo que sí digo es que había competencia entre la imagen que se da del Cid en el Cantar, que es un caballero, yo no diría un héroe, un gran guerrero, era obediente a ultranza y el Rey le puede hacer cualquier vejación y humillación. Frente a éste, nos encontramos al Cid de los romances, un auténtico chulo que reta a diferentes reyes, no se quiere arrodillar ante ellos y uno lo expulsa del reino. Entonces hay dos cides, uno muy rebelde y otro muy obediente. Está claro para mí y por lógica, que primero se tuvo que extender la fama del Cid rebelde. Pero como esa fama le hacía daño a la Corona y ésta mandó que se hiciera otro Cid, ahora más obediente, y para hacerlo tenía que emplear los mismos conductos, el octosílabo, por lo tanto hay que reponerlo en el Cantar, no me baso en las nubes. En cuanto a esos expertos, me gustaría que se tuviera en cuenta quiénes son esos muchos autores, porque decir muchos es decir el montón y a lo mejor estos muchos resulta que no se han atrevido a ir en contra de Menéndez Pidal; a mí me costó mucho
estar en su contra. Todos estos son el montón y no tienen más que coger la pluma y decir dónde me equivoco, pero no que me digan que soy un osado, que me demuestren que soy un osado, y veremos si soy yo más osado en mis ideas que ellos más osados en su cerrilismo. Otra de sus especialidades es el amor en la lírica tradicional, incluso ha publicado varios libros, ¿a qué se debe este interés? Si, después de estar harto de las armas, dejé de hacer la guerra para pasar a hacer el amor. Aquí también he dicho cosas en donde han dicho que soy osado, soy osado en todo. Pero en fin, me gusta más ser osado que ser un parado. ¿A qué se debe este cambio? Un poco para cambiar de actividad, de campo de investigación, y también porque no quería dejar de lado cosas que también me gustaban, así que empecé a mirar el aspecto amoroso porque es uno de los aspectos más importantes que llena la literatura, es el aspecto que identifica a toda la humanidad. La humanidad entera ha sido esclava de una manera u otra del amor y ha habido maneras de llevar ese amor a cabo o de ser reprimido, entonces me ha interesado el amor como manifestación personal, pero sobre todo como autoafirmación sobre el poder social que le impide que no ame. Y en la Edad Media está claro que había una Iglesia omnipresente unida a unas normas de la Corte y en definitiva unas y otras terminaron condenando el amor. Un hombre enamorado -me fijo en el hombre- es capaz de hacer locuras, es capaz de ir contra su familia, su estirpe, sus propios intereses, es capaz de matar, de cabalgar, es capaz de todo por amor, es, digamos, un superhombre, y este superhombre, positiva o negativamente es difícil de gobernar, y lo que quieren estos poderes es gobernar. Entonces los poderes le dicen al hombre: la persona por la que suspira, la mujer, es un saco de defectos y de virtudes, y así se lanza toda una filosofía misógina contra la mujer, para que el hombre la deteste, en lugar de acercarse a ella, un poco como se ve ahora en el mundo musulmán, la tapa y la reduce a una estancia… Y es por eso, por lo que no quieren atacar tanto a la mujer sino al hombre, y de ahí va a surgir la figura de Don Juan, que no es invención. El don Juan de Tirso sí es una invención pero el personaje existió ya. Tenemos a Calisto, es un Don Juan intentando convencer a Melibea, lo tenemos en el Burlador de Sevilla de Tirso, otro Don Juan y ya ve usted cómo terminan…y cada vez que sale un Don Juan, sobre todo hasta el siglo XVIII, se sabe que van a morir. ¿Y cree que en la actualidad existe ese Don Juan? No, Don Juan no, vamos no lo sé, el ir de bar en bar…yo no creo que exista. El Don Juan, más que un macho amoroso, es más bien un seductor, es una persona que tiene que convencer a la otra persona para lograr sus intenciones. Le gusta más el asedio mismo que la dominación, ese es el auténtico Don Juan, es un piquito de oro, es un ruiseñor. Y está claro que si ahora la mujer se entrega a la primera de cambio no necesita esforzarse mucho, por lo tanto no es necesario ser piquito de oro, a lo mejor mostrando las llaves del coche basta y no hay que hablar.
¿Estudiar el amor en la lírica tradicional le ha llevado a cambiar su visión del amor? Me ha llevado primero a aprender, y después a tener bien aprendidas las cosas. Sí, claro, siempre se queda algo. El Quijote se volvió loco de tanto leer novelas de caballería, está claro que los que nos dedicamos a una investigación sea cual sea, pues algo de eso nos queda dentro, nos marca. Cuando yo estaba con el Cid, a veces me daba la impresión de que iba con la Tizona en la mano, y desde luego esto es una exageración, pero lo que sí me ocurrió, y me sigue ocurriendo, es que al ver actuar a un héroe con dignidad, difícilmente vas a dejar de actuar tú también con dignidad. Si te ha impactado un personaje y se distingue por su caballerosidad, dignidad…eso queda y se practica siempre que se puede. ¿Entonces Rodrigo Díaz de Vivar sería un ejemplo a seguir por usted? En lo relativo a que es obediente al trono, no, yo no podría aceptar la obediencia a ultranza, y más si se es obediente para prosperar. Pero sí que tiene miramientos con el rival que me hacen pensar. Ahora se habla mucho de la alianza de civilizaciones, para él eso no fue ningún problema, ya que fue amigo de sus amigos, y enemigo de sus enemigos, fueran moros o cristianos. Por lo demás, pertenecemos a siglos diferentes, él era guerrero y yo soy profesor, es difícil. Envidio el hecho de que por sus hazañas haya pasado a la posteridad, a mí me gustaría también que dentro de ochocientos años se acordaran de que existí, eso no lo ha conseguido más que el Cid, ni siquiera sus reyes. Aparte del Cid, ¿qué personaje destacaría usted de la obra? El Cid domina con su presencia toda la escena, es como en un pórtico románico, está la figura central del Pantocrátor, más grande que las demás, y después una fila de personajillos secundarios. Si tuviera que quedarme con alguno de estos personajes no sabría elegir, supongo que no me quedaría con ninguno. Actualmente, todo el que posee los medios adecuados puede publicar un libro, ¿qué opina de esta situación? Para dar un juicio exacto tendría que estar al corriente de todo lo que se escribe y esto no es así, pero sí he leído algo y me ha llamado la atención el hecho del éxito de la novela histórica, lo que me parece muy bien, porque me imagino que el lector que va buscando una novela histórica quiere saber cosas de la historia. El problema está en quiénes les dan esas lecciones de historia, y por lo que he podido hojear, las editoras tendrían que ser un poquito más perspicaces, más exigentes, porque escribe libros de historia cualquier persona, y lo que hacen es que en cualquier acontecimiento que podría situarse en este siglo visten a la señora de unas sayas y al señor de unas capas y unas espadas y le dicen que diga de vos y cosas parecidas y lo mandan a otra época, pero en realidad están contando una historia de ahora, insignificante por cierto, una historia de ahora con ropajes de la Edad Media. Yo creo que tendría que aprovecharse el interés que tiene la gente por la historia para que se les dé precisamente una buena novela histórica, por ejemplo, el Nombre de la Rosa de Umberto Eco. Umberto Eco es un medievalista, y por eso gusta, no por la intriga misma, porque por la intriga se podría comprar Ágatha Christie.