ACCION Y CULTURA: LA VISION DE JEFFREY ALEXANDER

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ACCION Y CULTURA: LA VISION DE JEFFREY ALEXANDER

I) ACCION Uno de los logros mas importantes de Parsons fue romper con el significado concreto de “actor”. En lugar de describir a los individuos como formando parte de una sociedad exterior a ellos mismos, Parsons sugiere que los actores y las sociedades son la imagen concreta que captan sus ojos. Son, de hecho, composiciones de: patrones de significados (el sistema cultural), necesidades psicológicas (el sistema de personalidad), y exigencias interaccionales e institucionales (el sistema social). A este modelo se lo ha denominado el “vínculo micro-macro. (micro-macro link). Parsons creía que los actores no eran individuos per-se, sino especificaciones de amplios patrones culturales que entran en relaciones de rol e identidad a través de la socialización. De un modo similar, las organizaciones, eran algo muy diferente a las “jaulas de hierro” antisubjetivas de Weber. Eran sitios donde motivos socializados y patrones culturales se entremezclan para formar normas situacionalmente específicas, que permiten que los roles funcionalmente necesarios sean desempeñados de un modo mutuamente satisfactorio. Parsons tenía razón en dividir al actor concreto de este modo. Esta deconstrucción permite acceder a la interpenetración de la subjetividad y la objetividad, el sí-mismo y la sociedad, la cultura y la necesidad. La macrosociología, frecuentemente trata a las estructuras políticas, económicas o culturales, simplemente como redes de poder; organizaciones no constituidas por significados o motivaciones, sino por la proximidad física o la disponibilidad de recursos. Por su parte, los estudios culturales tratan a la cultura –normalmente- como una restricción que se encuentra afuera de la conciencia de los actores concretos, o –siguiendo a Foucaultidentifican a las estructuras de poder institucional con estructuras de conocimiento cultural, y, así, eliminan al actor como fuerza independiente. Sin embargo, ahora es claro que esta reconstrucción no pudo crear un vínculo micro-macro enteramente satisfactorio. Parsons creó un modelo general creíble de la inter-penetración cultural, social y psicológica, pero no produjo una explicación de la acción como tal, es decir, de los actores concretos viviendo a través del tiempo y el espacio. Creó una teoría macrosociológica de los micro-fundamentos de la conducta, pero ignoró el orden que emerge de la interacción como tal.

Luego, surgió la revolución “micro” en la teoría sociológica norteamericana, enfatizándose que el “yo socializado” era el punto desde el que debía partir una teoría de la acción. Blumer, escribió que los actores siempre toman sus sí-mismos como objeto. Goffman puntualizó que la conformidad con valores no es solo resultado de la socialización, sino también una estrategia de “presentación”: la idealización gana la confianza de los actores, y lugar para construir la línea de acción que necesitan. Garfinkel sostuvo que los valores se vuelven operativos e importantes porque los actores los adoptan y saben como exhibirlos en la práctica. Homan, también, consideró a los valores como una constante, identificando como variables solamente a las condiciones de intercambio. Los diferentes recursos que los actores utilizan en sus negociaciones son los que explican la organización emergente de la vida social. Parsons nunca apreció la profundidad de estas visiones. Estas micro-teorías estimularon los desarrollos de Collins y Giddens. Las ideas de Habermas fueron transformadas por la teoría de los “actos de habla”. El entendimiento de Touraine sobre la calidad de los movimientos sociales de la sociedad post-industrial, fueron estimulados por las teorías de la acción. Bourdieu por la fenomenología. Coleman y Elster por la “elección racional”. Mis propios esfuerzos están en deuda con estos desarrollos teóricos recientes. Al mismo tiempo, estoy profundamente insatisfecho con ellos. Han evitado los resultados negativos de la ambición de-constructiva de Parsons, pero no han incorporado sus logros. Al enfocarse en la acción han concebido al actor solo de un modo concreto. El desafío para teorizar sobre la acción está en ir más allá: en entender la contingencia de las interacciones empíricas concretas, entre actores que son, ellos mismos, concebidos analíticamente. Al examinar los desarrollos teóricos que surgen desde los 80, se reconoce una fuerte tendencia a identificar a los actores (personas que actúan) con la agencia (libertad humana, libre albedrío) y los agentes (quien ejerce el libre albedrío). Sostengo que esto debe ser pensado como una “confusión de agencia y actor”. Por un lado, la agencia es equiparada con el “heroico actor bien dotado”, sea individual o colectivo. Por el otro lado, al mirar a este actor uno se encuentra con la imagen de la sociedad, el macro-orden, como un sistema auto-reproductivo; un sistema que no tiene nada ni de la agencia ni de los actores. Esto es exactamente lo está implicado cuando Giddens afirma que “los actores se dibujan sobre elementos estructurales”. En otras palabras, los actores no son en sí mismos estructuras sociales, sino agentes. En el curso de sus acciones, tales agentes supuestamente no-estructurales, se refieren a objetos, a estructuras sociales, que son externas a ellos mismos.

Para asegurarse, Giddens abiertamente identifica a estas últimas como “reglas”, antes que como simplemente “recursos”; es decir, como estructuras que pueden ser – en su forma ontológica- subjetivas y no solo materiales. Pero Giddens trata a las reglas como objetivadas y despersonalizadas, presentándolas –por ejemplo- como meras técnicas o procedimientos generalizables, en lugar de tratarlas como proyecciones de significados subjetivamente experimentados. No me sorprende que Giddens equipare la agencia con “conducta estratégica”, es decir, con el ejercicio de una libre voluntad no restringida por la identidad psicológica o por patrones de significado. Muchos otros teóricos tienen el mismo problema. Dado que asumen que tanto el actor como la sociedad tienen una forma “concreta”, pueden identificar a la agencia (la dimensión de la acción que es independiente de las restricciones internas o externas) con la persona entera; con el individuo actuante como tal. Collins, por ejemplo, entiende a la agencia como generada por los ambientes que están fuera del actor como tal. Habermas equipara las actividades políticas y económicas con sistemas de organizaciones racionales que afectan externamente a las actividades subjetivas mundanas, abandonando a la agencia a “actos de habla” pragmáticos que no tienen relación con la acción cultural o la necesidad psicológica, como tal. Los “sistemas autopoiéticos” de Luhmann, sean uno mismo o las instituciones, o bien son lenguaje figurado que obscurece el significado de la acción y de las colectividades culturalmente ordenadas, o son extraordinarias reificaciones que niegan por completo tales procesos. Joas y Honneth sitúan la creatividad en una clase similar de antropología filosófica, vinculándola a las cualidades inherentes de los actores antes que a las dimensiones de la cultura y la estructura social, las que pueden ser recursos vitales en la construcción de las capacidades e identidades de los actores. Objeto estas identificaciones de actor con agencia. Es cierto, se evita la tradicional jerarquía de sociedad y actores sociales, del mismo modo que la idea de microcosmo-macrocosmo en la cual los actores son ajustados perfectamente a la totalidad social. Pero antes bien que reemplazar o reinterpretar la dicotomía familiar entre actores y estructuras, y permitir que la dicotomía subjetivo- objetivo sea mediada de una forma nueva, estas identificaciones de actores con agencia, realmente reproducen la dicotomía de otra forma. Antes que generar una jerarquía, los actores y las estructuras son concebidos horizontalmente, colocados uno al lado del otro de un modo que ignora como se inter-penetran mutuamente y crean nuevas y específicas formas sociales. La noción de que las estructuras controlan a los actores, quienes simultáneamente constituyen estructuras (el encantamiento producido por Bourdieu y tomado mas tarde por Giddens) describe una relación serial

antes que un inter-vínculo. No emerge de aquí una visión diferente de las relaciones de actores y sociedades. Los actores no son simplemente agentes (los que poseen la libre voluntad, el libre albedrío), ni son estructuras necesariamente contradictorias con las condiciones bajo la cual los actores ejercitan su autocontrol y autonomía, un logro que no es exactamente lo mismo que la agencia o el libre albedrío. Si definimos acción como el movimiento de una persona a través del tiempo y el espacio, podemos ver que, sea anti-institucional e independiente o conformista y dependiente, toda acción contiene una dimensión de libre albedrío o agencia. Podemos ir aún más lejos y sugerir que la agencia es lo que permite a los actores moverse a través del tiempo y el espacio. Pero, los actores per-se son mucho más y mucho menos que agentes. En mi propio trabajo sugiero que la agencia es el momento de libertad que ocurre dentro de tres ambientes estructurados, y que dos de ellos –cultura y personalidad- solo existen ontológicamente dentro del actor, concebido como una persona temporal y espacialmente localizada. De acuerdo con este modelo, los actores tienen –ciertamente- conocimiento, pero es un error decir –como Bourdieu, Giddens y Garfinkel- que los actores son “agentes cognoscentes” como tales. Es un error porque el conocimiento de los actores no proviene de su agencia como tal sino de los ambientes culturales que los rodean, transformándolo en identidad. Que este conocimiento subjetivo sea resultado de tempranas interacciones con otros no significa que pueda ser visto solo como resultado de la “experiencia práctica” de un agente, o de la “práctica” en el sentido pragmático. Algún conocimiento se origina, por cierto, en procesos de aprendizaje idiosincrásico, y es aplicado completamente en el contexto de tiempo y espacio concreto, de un modo que es específico a los verdaderos individuos involucrados. Aún así es inconducente identificar la mayor parte de este conocimiento como propio del actor. Es, antes bien, conocimiento de la sociedad, a pesar del hecho de que cualquier referencia social particular pueda o no ser ampliamente compartida. Aún cuando no lo sea, antes que siendo generalización de una serie de experiencias particulares, ha sido aprendido de las gestalts que tales encuentros secuenciales han originado. La acción es, entonces, el ejercicio de la agencia por parte de personas Por un lado la acción puede ocurrir solo en relación a dos ambientes internos ampliamente estructurados. La acción es codificada por sistemas culturales y motivado por personalidades. Por otro lado, las personalidades y los códigos culturales no agotan los contenidos de la personalidad de una persona. Allí reside la extremadamente significante dimensión de agencia. Los filósofos pueden entender la agencia, o el libre albedrío, como una categoría existencial. Para los sociólogos puede ser concebida como un proceso que involucra invención, tipificación, y estrategia. Estos procesos

modelan el ejercicio del libre albedrío. Toman a su servicio los ambientes internos, estructurados de acción, y los mueven a través del tiempo y el espacio. Así, no se trata solo de la agencia articulada por estos tres procesos primordiales de lo que se compone el actor, sino también de las articulaciones de agente de estos ambientes internos. Esta posición puede decirnos –también- algo importante acerca de las estructuras sociales. Si los actores no son solo agentes en el sentido tradicional, entonces, las estructuras no son solo (ni esencialmente, ni primariamente) fuerzas restrictivas que enfrentan a los actores desde afuera. La cultura y la personalidad son, en sí mismas, estructuras sociales, fuerzas que enfrentan a la agencia desde adentro y se vuelven parte de la acción de una forma “voluntaria”. Las estructuras pueden ser descriptas como existiendo fuera de los actores solo si nos enfocamos en un tercer ambiente para la agencia: el sistema social. Aquí me he referido a las relaciones y redes formadas por las personas en el curso de sus interacciones en el tiempo y el espacio. Aún así, dado que están formadas por interacciones concretas y empíricas (que son de hecho solo agregados de acciones tempranas) es imposible concebir a estos componentes - los sistemas sociales- como “cosas” que existen independientemente de los ambientes internos estandarizados de los seres humanos que los activan. Lo cual es decir que los ambientes externos e internos deben ser concebidos de un modo analítico, del mismo modo en que la contingencia de interacciones empíricas solo puede ser entendida en su forma concreta. II) CULTURA Estas reformulaciones de la teoría de la acción conducen a un mucho mayor énfasis en el ambiente cultural de la acción, el cual debe ser concebido como una estructura interna –organizada- del actor. Entre los teóricos, sin embargo, no hay –virtualmente- reconocimiento de la cultura como una estructura analíticamente separada de la agencia. En su teoría de la estructuración, Giddens habla de reglas y procedimientos, pero nunca investiga los patrones de la vida simbólica. Habermas reconoce la cultura solo como habiendo sido “linguificada” en una moral universalista, cuyos presupuestos pueden ser discutidos de un modo racional y consciente. Collins entiende el significado, primeramente como sedimentación proveniente de la emoción de las interacciones rituales. En la teoría de la práctica de Bourdieu, este ve la cultura como una estructura, pero su equiparación reduccionista de cultura con estructura institucional, significa que la agencia es negada por efecto de la cultura, antes que iluminada por esta.

Esta falla de parte de los teóricos generales de considerar a la cultura como una estructura interna de la acción no es del todo sorprendente. Al equiparar acción con agencia (creativa, reflexiva, rebelde) identifican a la cultura con patrones que existen solo fuera de los propios actores. Estas posturas reflejan un tipo de sensibilidad ideológica por parte de los especialistas, quienes ven en la agencia algo de heroico. Para la “teoría del intercambio”, los actores son racionales, autónomos, autosuficientes, inteligentes. Para la “etnometodología”, son cognoscentes, reflexivos, competentes, auto-controlados. Para el “interaccionismo simbólico” los actores son incansablemente creativos, expresivos, constructores de significados. Estas descripciones tienen una cierta validez si son tomadas como caracterizaciones de las propiedades analíticas de la agencia. Deben ser cuestionadas sin embargo si son consideradas como descripciones de acciones concretas, es decir, de las propiedades de los actores. Los actores son frecuentemente pasivos, personas aturdidas, engañosas, blandas y viciosas. ¿Cómo puede ser así cuando la agencia puede ser descripta de un modo positivo? La respuesta es que la agencia solo se expresa a través de sus ambientes culturales y psicológicos, y estas fuerzas estructuran la agencia. Si reconocemos los ambientes internos de la acción concreta, entenderemos que la acción debe ser vista como un proceso constante de ejercitación de la agencia, a través de la cultura y no en contra de ella. Eso significa que la “tipificación” (proceso de agente que reproduce las narrativas y códigos sociales) es una dimensión continua de toda acción, a la par de las dimensiones vinculadas con la creatividad y la invención. La agencia está inherentemente relacionada a la cultura; no es un proceso separado. Dado que la agencia es libre, la acción nunca reproduce – simplemente- ambientes simbólicos internalizados. La acción involucra un proceso de externalización, re- presentando sus ambientes exteriores a través de tal externalización. Esto no contradice el estatus estructural de la cultura. Aún cuando el “sistema triple” de Parsons nos permite entender la cultura como una estructura relativamente autónoma que informa la acción y la organización social, no describe la cultura como un ambiente de acción interno, cuando se la entiende en sentido concreto. Parsons falla en conectar la cultura con el actor concreto porque, en su enfoque sobre el significado, no reconoce que los analistas culturales deben construir los valores a partir de los verdaderos discursos –los actos de habla- de actores socialmente situados. Los valores –como tal- no inspiran o regulan la acción concreta; son reconstrucciones analíticas que son generadas de forma abstracta, separadas de las verdaderas formas de representación, por los analistas.

El problema sucede porque Parsons ignora una revolución intelectual que ha alterado fundamentalmente las ciencias sociales, en nuestra época. Desde principios de los 70 ha habido un cambio sobre el rol de la cultura en la sociedad, cambio que ha sido denominado (inadecuadamente) “giro lingüístico” o “giro discursivo”. En Estados Unidos, Clifford Geertz desafió a Parsons insistiendo, por ejemplo, en que los giros literarios deberían tener precedencia sobre las demandas funcionales, en las explicaciones de la ideología, y que las descripciones densas de sentido, deben tener precedencia sobre las demandas sobre las inducciones sobre valores y métodos dedicados a la explicación causal. En Francia e Inglaterra, el giro lingüístico se reflejó en el impacto creciente de la semiótica y el estructuralismo, enfoques que trabajan con el habla ordinaria y la rutina, y los textos públicamente disponibles, reconstruyéndolos a partir del orden simbólico, los códigos y narrativas que parecen explicar la textura de la vida social significativa. Eventualmente, de allí emergió el enormemente influyente postestructuralismo de Michel Foucault quien proclamó el poder social de los campos de discurso cultural, altamente estructurados. En Alemania, la filosofía hermenéutica también revivió, proclamando que la comprensión de la acción social debe referirse a la experiencia de sentido del actor, y debe –como dijo Ricoeur- ser interpretada como un texto. Parsons dio prioridad al sistema social sobre la cultura, a los mecanismos institucionales frente a los patrones culturales, a la cultura como – primariamente- un mecanismo de regulación institucional y control. Prestó poca atención a los códigos internos y a las narrativas de la cultura, en sí misma. La cultura debe ser entendida como socialmente relevante, no a pesar sino por su forma codificada y narrativa. La cultura produce un “agregado de sentido” (Ricoeur) en cada acción e institución, un agregado que crea tensión y distancia con cada acto concreto e institucionalizado.

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