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Manual de pastoral familiar
Nº 6 Acompañamiento de la familia
_________________________________________________________ Acompañamiento de la familia Introducción Actualmente comienza a considerarse como una de las tareas más importantes dentro de un proyecto global de la pastoral familiar el acompañamiento que se logra hacer a la familia a lo largo de todas sus etapas y circunstancias de vida. En efecto, los especialistas nos dicen que la práctica ha demostrado dos cosas: Por una parte, el hombre moderno parece tener una menor capacidad para sobrellevar los conflictos normales de la convivencia matrimonial y familiar. Fácilmente los conflictos, que en otro tiempo solían superarse sin mucha dificultad, ahora se transforman en rupturas irreversibles. De esa forma, la familia ha perdido su tradicional estabilidad. Innumerables familias sufren los efectos dolorosos de rupturas, que podrían haberse evitado si hubiesen recibido una ayuda oportuna. Por otra parte, el ajetreo de la vida moderna y la velocidad de los acontecimientos hacen que el tiempo y la energía destinadas en cada familia a su propio desarrollo sea mínimo. Esto hace que muchas familias católicas, de no mediar un estímulo y una orientación pastoral cercana, tiendan a aumentar sus bienes materiales y empobrecerse en valores espirituales. Estas dos circunstancias exigen un esfuerzo especial, por parte de la Iglesia, por apoyar pastoralmente el desarrollo de las familias. Se trata de ayudarlas a afianzar su estabilidad y a incentivar el proceso de plasmación de su estilo de vida cristiano. Esto es lo que pretende, en último término, el acompañamiento o seguimiento pastoral de las familias. Esta forma de apoyo no es fácil sino, más bien, muy compleja. No basta con la sola buena voluntad para efectuar un acompañamiento efectivo. La primera complejidad está dada por el hecho de que la vida de la familia, como todas las demás formas de vida, se desarrolla según leyes que es preciso conocer para brindarle un apoyo adecuado. El tema de los principios del desarrollo de la vida lo tocamos ampliamente en el libro 1º del Manual, «Fundamentos», así es que nos remitiremos simplemente a lo señalado ahí. Una segunda complejidad proviene del hecho de que la familia se desarrolla en un proceso marcado por etapas diferenciadas tanto por su fisonomía como por sus requerimientos. Este hecho exige adentrarse en el proceso psicosocial y espiritual de la familia a fin de aprender a diferenciar las etapas y estar así en condiciones de darle el apoyo que requiere en
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_________________________________________________________ cada una de ellas. A esas etapas nos referiremos en detalle, ya que constituyen una referencia muy valiosa para toda la pastoral familiar. Al mostrar los caminos que hacen posible un acompañamiento pastoral, nos detendremos solamente en tres de ellos: a) El trabajo con grupos de vida o comunidades de base. b) El apoyo a la familia a través de consejeros o asesores familiares. c) El acompañamiento ordinario y programado que se puede dar en aquellos espacios frecuentados establemente por las familias (parroquias y colegios) Capítulo I Bases para el acompañamiento de la familia 1º SENTIDO DEL ACOMPAÑAMIENTO 1. La plenitud de vida, como meta El objetivo pastoral del acompañamiento a la familia está ya definido por lo que se propone Cristo con el proceso de evangelización, esto es, la plenitud de la vida nueva que El ofrece. Lo formula de diversas maneras, especialmente al definir el objetivo de su propia venida al mundo “yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10 Cfr Jn 3,15; 3,16; 3,36; 6,47). El evangelizador debe cultivar la vida de la familia para que avance hacia su plenitud ciñéndose a las leyes de los procesos de vida tal como un jardinero que cultiva una flor o un campesino que labra la tierra. La pastoral familiar trabaja con procesos de vida: busca el acceso para introducirse en ellos, para incentivarlos y encauzarlos con la Palabra, con los Sacramentos y con la misma comunidad cristiana, que es como un Sacramento de la presencia de Cristo en medio de su pueblo. Las estructuras, las organizaciones, los programas y eventos tienen sentido solamente en la medida en que ayudan a que se despierte, se incentive o se encauce los procesos de vida cristiana de las familias. Si la acción de la pastoral familiar no llegara a su destinatario específico, a la vida cristiana de la familia en cualquiera de sus etapas, sería una pérdida de tiempo.
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_________________________________________________________ 2. La Iglesia doméstica como orientación El punto de referencia es la vocación de la familia a transformarse, por la fuerza del sacramento, en una «Iglesia doméstica» unida, santa, abierta y evangelizadora. Una comunidad de personas que viven de Cristo en la fe, la esperanza y la caridad. Los agentes pastorales que se aproximan a una familia para ayudarla tendrán siempre presente ese ideal. No importa si esa familia concreta aún no conoce al Señor, no importa si tiene problemas e irregularidades que hay que curar como enfermedades fruto del pecado, pero sí importa que se oriente siempre por una meta bien definida. Respetuosa y sabiamente deben orientar el proceso hacia esa imagen de familia querida por Dios. Puede ser que en una etapa primaria tenga que simplemente proteger a los hijos o procurarle una ayuda material, sin embargo, a la larga siempre orienta hacia la Iglesia doméstica, ya que esa es la Buena Nueva, que nos trae Cristo para asumir y redimir el amor humano herido y superar las “durezas de corazón” que no nos dejan vivir en paz. 3. Trabajo con procesos de vida La vida está en permanente movimiento o proceso de desarrollo. Se le define como «movimiento de sí mismo», algo que impulsa a un ser desde su misma naturaleza. Ese movimiento es un impulso interior que va desplegando progresivamente todas las potencialidades que están replegadas en cada germen de vida. Muchas veces los obstáculos que encuentra la vida de una familia para desplegar su riqueza interior la superan. Necesita de una ayuda externa para vencerlos. Sin embargo, todo el que quiera ayudar desde afuera a una familia tendrá que hacer un esfuerzo por adentrarse en su vida y acomodarse a su proceso original pero, primero debe esforzarse por conocer cuáles son las leyes que rigen esos procesos, de tal manera que pueda realmente apoyarlos. De otra manera estaría trabajando sin fundamento. Aquí nos remitimos al libro 1º del Manual de pastoral familiar. 2º LAS ETAPAS DE VIDA DE UNA FAMILIA La pastoral familiar debe ofrecer a las familias un alimento espiritual adecuado a las necesidades en cada una de sus etapas. Siempre proporciona un mismo servicio de evangelización; sólo va cambiando la acentuación de lo que entrega de su bagaje evangélico, como respuesta a las necesidades específicas de cada etapa.
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El inicio de cada una de ellas está marcado por los cambios objetivos que se producen al interior de la familia y que requieren ajustes de comportamiento en sus miembros. Estos ajustes, muchas veces, son fuente de dificultades y sufrimientos, que sin duda sería más fácil soportar, si se reconocieran como parte de un proceso normal dentro del crecimiento de toda familia. Para ofrecer una ayuda eficiente a una familia es necesario estar capacitado para reconocer en qué etapa se encuentra. Si bien es cierto que existen patrones comunes para caracterizar a las etapas, no es menos cierto que en cada familia se vive un desarrollo original, que no siempre se ajusta a ellos. 1. Primera etapa de la vida de una familia A. Características En la primera etapa de la vida familiar los esposos viven, a partir de la celebración del matrimonio, la experiencia del paso decisivo de un compromiso mutuo a la convivencia concreta de sus consecuencias. Este paso conlleva un cambio radical en la relación entre ellos. Comienza para ellos el tiempo de elaborar su identidad como esposos. Deben identificar en común su forma original de serlo; aprendiendo a conformar el “nosotros”, compartiéndolo todo: metas, propósitos, valores, modos de intercambio, gustos, etc. Esta etapa se caracteriza, especialmente, por la búsqueda de la intimidad sexual y afectiva. Es el tiempo de mostrarse y descubrirse mutuamente. Esta es también una etapa de realismo, ya que se ve al otro en lo positivo y en lo negativo. Deben, además aprender a poner en común lo que hasta ese momento ha sido el mundo propio. Tienen que aprender, en común, a administrar el tiempo, distribuyendo lo que corresponde a familiares, a amigos, al trabajo y a la convivencia íntima entre ellos. En esta etapa, es necesario aprender a resolver el problema de la diferenciación y establecimiento de formas de relación y límites respecto de las familias de origen. Los caminos de la intimidad no son ni evidentes ni fáciles. Es
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necesario desarrollar la comunicación espiritual, afectiva y sexual. Y en esto hay siempre mucho que aprender. En primer lugar, es necesario superar las falsas expectativas y las hipersensibilidades. Tienen que aprender a cultivar las virtudes que posibilitan la intimidad: cariño, respeto, delicadeza, solidaridad, confianza, unidad. Aprender a descubrir al otro, sin juzgarlo por sus aspectos negativos. Es preciso que superen las frustraciones que surgen del descubrimiento de las facetas negativas del otro. En muchas ocasiones, necesitarán una ayuda externa para lograr una sana relación de esposos. B. ¿Cuáles son los servicios adecuados de la pastoral a la familia en esta etapa? La primera tarea de la pastoral con la nueva familia que se ha formado, es tomar contacto con ella para que no se aleje de su lado. Normalmente, en esta etapa los esposos se vuelcan tan radicalmente hacia adentro que es muy difícil que reaccionen frente a cualquier ofrecimiento que provenga del exterior. Por otra parte, la pastoral familiar deberá estar atenta para ayudar en caso de conflicto ofreciendo el servicio de consejería familiar. Es conveniente que, al año de casados le ofrezca a los esposos un “taller de ajuste matrimonial” que les ayude a elaborar la nueva experiencia, a afianzar el diálogo y echar las bases del estilo de vida que deberán elaborar como su propio patrimonio. Es el momento de ayudarles a asumir, de manera creadora, las primeras dificultades que han experimentado en la vida en común. Especial importancia tiene la ayuda que se les ofrezca para que crezcan en el ajuste sexual y en el descubrimiento de un adecuado lenguaje afectivo. Es el momento, también, de aprender a utilizar los seguros de la alimentación del amor mutuo. 2. La espera del primer hijo A. Caracterización de la etapa No cabe duda de que, asumir la responsabilidad de un hijo, es uno de los desafíos más importantes que tienen que enfrentar los esposos. Después de todo, se involucran para toda la vida con una nueva persona. Esta etapa tiene un contenido muy diferente para los esposos que han
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llegado al matrimonio teniendo ya un hijo. Por lo general, este hecho es algo negativo, ya que les priva de una etapa tranquila de identificación como pareja. La misma naturaleza de su relación los lleva a anhelar el fruto de su amor, como una forma de trascendencia y de proyección del mismo en los hijos. Antiguamente, el hijo simplemente se presentaba como un hecho, ahora es motivo de una decisión, muchas veces difícil. El avance científico del conocimiento de las leyes de la fertilidad humana hace que la cuestión de los hijos se plantee en el contexto de la planificación familiar, la que involucra las convicciones religiosas y morales de los esposos. Junto con eso, las influencias socioculturales actuales, lejos de hacer de los hijos algo deseable, han creado una clara mentalidad anticonceptiva, que hacen que, muchos esposos, experimenten al hijo como un agresor. La prueba de esto es el drástico descenso de las tasas de natalidad experimentado en los últimos decenios. A lo anterior se suma el proceso mismo del embarazo que trae diversas reacciones en los esposos según sea su grado individual de madurez. Mientras más madura es una persona, más fácil y positivamente asume la paternidad. Es una etapa de fuertes trastornos de la emotividad, temores, inseguridades, hipersensibilidades, problemas de dependencia, ansiedad frente a la actividad sexual, etc. Cuando se gesta el primero hijo, se hace imperioso que se ayuden mutuamente a asumir una actitud comprensiva, de apoyo y participación respecto del embarazo y del parto. B. ¿Cuáles son los servicios adecuados de la pastoral familiar a la familia en esta etapa? La pastoral familiar deberá ofrecer a los esposos, especialmente en esta etapa, una ayuda oportuna y eficiente para que puedan asumir una «paternidad responsable». Les ofrecerá charlas de difusión de los métodos naturales de planificación familiar y los conectará con los servicios profesionales que puedan ayudarles al respecto. Es muy importante que descubran la coherencia y hermosura de la propuesta de la Iglesia sobre el amor hermoso y la continencia periódica. Durante esta etapa, además, deberá ayudar al matrimonio a consolidar su relación de esposos, alimentando su amor a través del diálogo conyugal. Debe apoyarse la
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espiritualidad matrimonial y ofrecer el servicio de consejería para ayudar en los trastornos de relaciones que se puedan presentar. 3. Tras el nacimiento del primer hijo A. Caracterización de la etapa La llegada del primer hijo trae un cambio considerable en la vida de los esposos. El niño irrumpe en la vida de los esposos con tremenda intensidad. Ellos experimentan, fuertemente, que dejan de ser pareja y comienzan a ser familia. Esto suele conducir a una etapa de alguna manera crítica. Como adultos, deberán postergar sus necesidades individuales, pasando la familia a ser primero. Se vuelcan más hacia adentro, para dedicarse al hijo que los absorbe. No solamente deben aprender a ejercer el rol de padres, sino que se produce, naturalmente, un proceso de ajuste y definición de la forma original de relacionarse como esposos. Es el momento de asumir conscientemente el desafío de aprender a ser padres, sin dejar de cultivar la relación de esposos. Cambian los límites de la intimidad de pareja y deben equilibrar y reajustar la relación. Durante esta etapa es preciso contar con tres problemas típicos: a) Muchas mujeres, debido a los grandes cambios hormonales y físicos y al exceso de dedicación, suelen tener sentimientos depresivos. b) Muchos hombres, al experimentar la intimidad de la relación madre-hijo, se sienten marginados y comienzan a tener un sutil celo del hijo. c) Ambos van a experimentar, en diversa medida, algunas frustraciones, tanto más peligrosas, cuanto menos maduros sean personalmente. d) En la identificación con el hijo suelen aflorar, en los padres, diversas formas de inmadurez, las que se arrastran desde la niñez sin ser elaboradas. Hay dos realidades, propias de esta etapa, que, también, pueden acarrear dificultades. La primera, se refiere a las primeras experiencias del hijo. Hay que tener presente que las experiencias del primer año de vida marcan su psicología para el resto de su vida. Determinan la sensación de confianza básica que tendrá frente a sí mismo y a los demás. Una buena experiencia de sus padres, es el prerrequisito para que, más tarde, asuma un sano sentido de individualidad. La segunda, se refiere a la definición del
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tipo de familia. Esa es la altura en que se fijan ciertos tipos de relación. Se puede gestar una interacción sana, es decir, con relaciones abiertas entre sí y para otros, que se homologan, o relaciones problemáticas, que llevan a los esposos a utilizar al hijo para evitar enfrentar sus conflictos y solucionarlos. Muchas veces, entre personas poco maduras aparecen relaciones disfuncionales o conflictivas. B. ¿Cuáles son los servicios adecuados de la pastoral familiar a la familia en esta etapa? La pastoral familiar sale al encuentro de las necesidades de los esposos en esta etapa, ofreciéndoles su apoyo con charlas y talleres sobre paternidad, maternidad y educación, sin descuidar en ningún momento la animación espiritual, que es lo más propio de la evangelización, debe ofrecer talleres de reajuste de la relación de esposos y de las relaciones familiares. 4. Al comenzar la vida escolar A. Caracterización de la etapa Cuando los primeros hijos comienzan su educación regular, la familia entra en una nueva fase, por la que debe redefinir los límites, reorganizando la distribución de los tiempos. El niño tiene una nueva experiencia de mundo, un contacto con un ambiente desconocido, que no está marcado por el clima afectivo. Se le comienzan a desarrollar nuevos intereses. Conoce otras familias y otros papás. Comienza una etapa de asimilación y de ajuste, tanto para los padres como para los hijos. Todos tienen que redefinir su identidad más allá de la propia familia. Se abre al mundo permitiendo que otras personas penetren, pero, a su vez, necesita mantener su identidad, su solidaridad y cohesión. Debe distinguir el espacio para la intimidad entre sus miembros del espacio para relacionarse con el medio externo. Hay que reorganizar el tiempo familiar y el disponible para otros. Se hace necesario focalizar no sólo en los intereses familiares sino también en los intereses individuales. El hecho de que se amplíen los límites externos, exige readaptar los internos. En este tiempo, se suele tener los primeros conflictos por la búsqueda de la propia identidad de cada uno. Es la época en que surgen inquietudes personales y de revisión de comportamientos, cuestionamiento de si se
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está bien: en la relación conyugal, en el trabajo y en el rol de padre o madre. Se plantea la necesidad de realizar cambios para lograr algo significativo en la vida. Es común, también, que se generen conflictos por la forma de concebir la realidad, de jerarquizar los valores y de priorizar los diversos aspectos que influyen en la educación de los hijos. Especial importancia adquiere el conflicto que comenzará en esa etapa e irá creciendo con el tiempo: la progresiva libertad que requieren los hijos. El grado de ajuste al cual se llega en esta etapa, entre el otorgamiento de una mayor libertad y el desarrollo del compromiso familiar, va a definir el estilo y la estabilidad familiar. Una familia sana tendrá límites y compromisos claros y flexibles. B. ¿Cuáles son los servicios adecuados de la pastoral familiar a la familia en esta etapa? En esta etapa, la pastoral familiar debe ofrecer cursillos y talleres sobre «la familia»: su identidad y misión, sus relaciones internas, las tareas que debe asumir como tal, etc. Además, es el momento de acentuar los temas de “educación de los hijos” y “educación sexual”: debe formarse a los padres para que logren un recto ejercicio de la autoridad y entiendan bien el concepto de libertad. La pastoral familiar se preocupará, también, de impulsar la participación de los padres en los centros de padres de los establecimientos educacionales. Por último, para ayudar a los esposos en los problemas normales de ajuste, les ofrecerá el apoyo de consejería familiar o asesoría sicológica, cuando el caso lo requiera.
5. Los hijos alcanzan la adolescencia A. Caracterización de la etapa Esta etapa está marcada por un doble proceso crítico: el de los padres, que han llegado a la mitad de sus vidas y el de los hijos, que han entrado a la adolescencia. Muchas veces, la coincidencia de ambos procesos críticos complica la convivencia familiar. a) Crisis de la mitad de la vida de los padres. Los padres, al llegar a la mitad de su vida, tienden naturalmente a mirar hacia atrás y hacia adelante, para hacer un balance y someter a juicio lo que han vivido hasta ese momento. Por lo general, esta etapa es crítica y
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contribuye a crear inestabilidad, desequilibrio y ambigüedad en la vida familiar. Es un período de revisión personal y de búsqueda de una nueva manera de ser y de organizar la vida. Esta situación suele prolongarse en las etapas siguientes. Es como una cierta reedición de la adolescencia. Cada uno se detiene a ver lo logrado y se proyecta en el tiempo que le queda, centrándose más en su desarrollo personal, y en sus posibilidades para el futuro. Buscan experimentar mayor libertad. Sienten este período como la última oportunidad. Es el momento en que no sólo se empieza a experimentar los cambios en la apariencia física y en la energía, sino que empiezan a preocuparse por ello. Se siente el envejecimiento. Se suele producir la «desilusión del sueño», después de haber buscado afanosamente alcanzar ciertas metas, se detiene a ver lo logrado. Surgen sentimientos depresivos. Incluso el «triunfo» parece insípido. Hay un cambio decisivo en la noción del tiempo personal: ya no se está en crecimiento sino en envejecimiento. Por último, comienza una etapa de una cierta introversión, que es como un camino de individuación. Se vuelve al interior para buscar ser tal como se es por naturaleza y no como se creía que se debía ser. Es una etapa de búsqueda de la identidad, que en la mujer se inicia en torno a los 35 años y en el hombre a partir de los 40, y que, muchas veces, va acompañada de infidelidades y cambios bruscos de actividades. Algunos la denominan «el demonio de medio día». En la actualidad, se verifica un cierto «peak» de las rupturas matrimoniales. El contacto sexual es escaso, las expresiones de cariño disminuyen, las actividades e intereses comunes se empobrecen y ambos sienten malestar. La mujer es menos requerida como esposa y como madre, pierde la dirección y busca sustitutos. Entra en un proceso de revisión interna y de autoafirmación. Inicia estudios y actividades comunitarias o apostólicas. El hombre busca más lo afectivo. Necesita nuevos incentivos en su vida. Muchas veces recobra el sentido de la vida a través del servicio a otros. Se hacen un replanteamiento de la forma cómo ejercen la autoridad y redefinen los límites y las formas de las relaciones familiares. Durante esta etapa, marcada por el naturalismo y el realismo, se produce también una revisión y replanteamiento de la relación de esposos; se derrumban mitos, falsas expectativas y lo aparente de la relación. Se tiene una visión más
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realista de lo que cada uno es La mayor independencia de los hijos les posibilita un mayor tiempo para si mismo y para el cónyuge, lo que implica un ajuste a partir de los cambios y propósitos personales de cada uno de los cónyuges. b) La crisis de la adolescencia de los hijos La adolescencia es una etapa de maduración sexual y de crisis de identidad, que suele presentarse como conflictiva especialmente por la búsqueda de mayor independencia que le es propia. Es el tiempo del desborde afectivo y sexual, en que el adolescente se expone a grandes peligros y enfrenta con rebeldía a los padres. El «cultivo» de la rabia es una forma instintiva de alejamiento de los padres, para asumir su autonomía. Naturalmente, entran en un tira y afloja de dependencia e independencia. Quisieran tener los privilegios de un adulto sin asumir sus responsabilidades. Hay momentos en que se experimentan seguros en sí mismos y exigen autonomía; hay otros momentos en que se muestran desvalidos. A los padres les resulta muy difícil fijar los límites de la disciplina. Para algunos, es un acertijo lograr un equilibrio entre permisividad y autoritarismo. Es cuando más se requiere de un respetuoso diálogo padres-hijo, el que debe ser un intercambio franco y honesto. Un problema especialmente difícil de esta etapa es la manera de asumir la sexualidad. Un autor (N. Gómez) dice que frente al tema de la sexualidad se pasó de la «conspiración del silencio» a la «conspiración del escándalo». Efectivamente, la proclamación excesiva y tergiversada de la sexualidad ha traído un gran desconcierto en los adolescentes. Muchos de ellos se sienten presionados por el ambiente para entrar en una actividad sexual precoz. El resultado de esta auténtica enfermedad social ha sido el aumento drástico de las consultas por embarazo y por secuelas de aborto en adolescentes que están recibiendo los centros médicos. El creciente número de madres solteras adolescentes y de matrimonios motivados por la presión de un hijo no deseado. Más que información sexual se requiere una acción masiva de una educación marcadamente valórica. B. ¿Cuáles son los servicios pastorales adecuados para esta etapa? Es tarea de la pastoral familiar ofrecer a las familias que están viviendo
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esta etapa, con sus múltiples conflictos, una ayuda en charlas y talleres sobre temas como “diálogo de padres e hijos”, “problemas de la adolescencia”, etc. Debe acentuarse la iluminación valórica y práctica de todo el mundo del amor, la afectividad, la sexualidad, el matrimonio y la familia. Los temas de educación sexual deben ser reforzados con talleres que toquen los problemas reales que se están viviendo. A los esposos, que empiezan a tomar conciencia de las muchas frustraciones que arrastran, hay que mostrarles más definidamente la perspectiva religiosa. Jesucristo es el único camino efectivo para superar, de raíz, los conflictos. Muchas veces, la participación en un encuentro matrimonial o una experiencia similar es de gran ayuda a esta altura de la vida. Suponemos que la pastoral juvenil aborda la tarea de apoyar directamente a los jóvenes, por esa razón, no propiciamos nada al respecto. 6. Los hijos abandonan el hogar: nido vacío A. Caracterización de la etapa Esta etapa del «nido vacío» se ha prolongado notablemente en nuestro tiempo debido al aumento del promedio de vida y la disminución del número de hijos. Como etapa, se puede caracterizar por los rasgos de dos pérdidas y ciertas ganancias. Las vamos a describir someramente. a) Los hijos se van La primera experiencia de pérdida se refiere a que, durante esta etapa, los hijos comienzan a hacer su propia vida en forma independiente, dejan de participar en la rutina diaria de la familia y paulatinamente, cada uno a su turno, van abandonando el hogar. La casa se hace más silenciosa y los padres, aunque tienen más tiempo para ellos, experimentan esta etapa como una pérdida. La familia, como tal, sufre cambios importantes. Se va desmembrando y se constituye en el centro de despegue de cada uno de los hijos. Este proceso puede producir tensión en las relaciones familiares y amenazar la sobrevivencia del grupo familiar. Hay familias que tienen gran dificultad para dejar partir a los hijos. Luchan por mantener la autoridad y a los padres les cuesta retirarse de la posición central para compartir el rol de adulto con los hijos. Normalmente, esto proviene del hecho de haber cultivado interacciones disfuncionales. La preocupación por los hijos debe cambiarse por otros intereses.
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Cuando los hijos parten, la función de padres prácticamente se extingue y la pareja se encuentra por primera vez, después de 20 años, a solas. Se miran frente a frente, sin tener a los hijos de por medio. La familia vuelve a su punto de partida que es el matrimonio. Se produce un reencuentro y redescubrimiento de la relación de esposos, sin hijos presentes. Algunos se sienten atrapados por un estilo de relación de esposos que les es difícil cambiar, pero que quisieran mejorar. Es este el momento en que muchos matrimonios corren el peligro de romperse. b) Los padres ancianos dejan de ser un apoyo La segunda sensación de pérdida es la ancianidad de los padres, que dejan de ser un apoyo y pasan a depender de alguna manera, de ellos. Eso produce un cierto desvalimiento. Los esposos se sienten entre dos polos: los padres ancianos y las nuevas familias de sus hijos. c) Los esposos pasan a ser abuelos y suegros Las ganancias se dan en primer lugar con la «abuelidad». La experiencia de ser abuelos es una experiencia enriquecedora: pueden dar todo el afecto sin la tensión de la responsabilidad. Es la altura de asumir el nuevo rol como abuelos y suegros. A esta altura se experimenta el envejecimiento y la salud pasa a ser una preocupación. d) Experiencia de familia extendida Otra sensación de ganancia se suele dar con el surgimiento consciente de la «familia extendida». Por lo general, implica reorganizar las relaciones familiares acogiendo nuevos miembros: yernos y nueras. Cuando las pérdidas han sido resueltas en forma madura, se posibilita nuevos hallazgos y encuentros: se pierde los propios padres, se alejan los hijos, pero se los recupera en nuevas formas de relación. Es conveniente recordar, por último, que el climaterio, propio de esta etapa, suele afectar la tranquilidad y la estabilidad de las relaciones familiares. La tarea más importante de esta etapa es mantener y consolidar una relación matrimonial estable, con una intimidad que acepta los conflictos y respeta el misterio del otro. Además, se debe superar el desconcierto proveniente de la pérdida de las funciones como padre o madre y del traspaso del
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poder. Se ha tenido que consolidar el respeto a la autonomía de los hijos, pero, a la vez, la propia autonomía. B. ¿Cuáles son los servicios adecuados de la pastoral familiar a la familia en esta etapa? La pastoral familiar debe aprovechar este momento para impulsar a los esposos hacia la santidad. Debe ayudarles a redescubrir el misterio del sacramento que los une, de la vida de oración, etc. Se les debe ayudar a asumir sus nuevos roles familiares y a reacomodar su relación de pareja. Normalmente, muchos matrimonios católicos comienzan a intensificar su compromiso militante en la Iglesia. Las estructuras pastorales deben ofrecer cauces interesantes para que los matrimonios, que han entrado a esta etapa, puedan desplegar su creatividad y su capacidad de servicio, poniendo su experiencia al servicio del apostolado. Es muy importante, por último, despertar en ellos la mística de la función como abuelos y suegros, que actualmente debe jugar un papel muy importante en la evangelización de la familia. 8. La última etapa A. Caracterización de la etapa Esta etapa se caracteriza por la pérdida de la salud física, la muerte de uno de los cónyuges y el desmembramiento de la familia. Los ancianos sienten que se va cerrando el ciclo de la propia existencia. En este período, se refleja en el cónyuge lo que ha sido su historia en común. Además, se hacen evidentes los lazos familiares con la familia extendida: nietos, nueras y yernos. Lo que se ha sembrado se cosecha en cariño y cuidados. Es en este momento cuando los padres, que han logrado madurar sanamente, ofrecen a sus hijos y nietos una rica experiencia de la serenidad de su afecto y de la riqueza de su sabiduría. Se obtiene la jubilación y el retorno a la rutina del hogar exige una readaptación de roles y la búsqueda de un nuevo equilibrio. El desplazamiento de poder produce ansiedad en ambos. La pareja se encuentra nuevamente sola. Ya no la une un futuro que compartir, sino una historia compartida. Tienen el desafío de mirarla y aceptarla, sin amarguras
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ni reproches. Es importante que ambos conserven los intereses que los distinguían. Haber dejado el trabajo suele producir un cierto aislamiento social. Eso, junto con el fantasma de las enfermedades y de la muerte, suelen pesar hondamente en la psicología de los esposos. Además, suele producirse un estrechamiento económico. Muchos tienen que afrontar el drama de vivir de allegados. Por lo general, en Chile el hombre muere antes y la mujer tiene un promedio de nueve años de viudez. La relación de los padres ancianos y de sus hijos, que ya han formado sus respectivas familias, va adquiriendo poco a poco una fisonomía estable. Se hace necesario acentuar el respeto por la mutua independencia junto con la capacidad de asumir la propia vida y de brindarse apoyo mutuo. Muchas veces, los hijos tendrán que velar por el bienestar de los padres ancianos. B. ¿Cuáles son los servicios adecuados de la pastoral familiar a la familia en esta etapa? La pastoral familiar debe ofrecer un cuidado especial para los esposos ancianos que van quedando solitarios. Debe destacar la importancia del rol de abuelos, del aporte discreto, pero efectivo, que pueden dar en la familia de sus hijos y en la Iglesia. Debe impulsarlos a la oración más personalizada e intensa. El aporte más importante de la pastoral familiar es despertar en ellos la nostalgia del cielo.
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