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African Studies Review (Revista de Estudios Africanos), Septiembre 2007
CUBA Y LA RECENTRALIZACIÓN DE LA HISTORIA AFRICANA Víctor Dreke. De la sierra del Escambray al Congo: En la vorágine de la Revolución Cubana. Nueva York: Pathfinder Press, 2002. 182 págs. Fotos. Mapas. Notas. Glosario. Índice. $17.00. Rústica. Armando Choy, Gustavo Chui y Moisés Sío Wong. Nuestra historia aún se está escribiendo: La historia de tres generales cubano-chinos en la Revolución Cubana. Nueva York: Pathfinder Press, 2005. 216 págs. Fotos. Mapas. Tablas. Notas. Glosario. Índice. $20.00. Rústica.
Este es el tipo de libros por los que los historiadores siempre abrigan esperanzas, pero que muy rara vez llegan a ver la luz del día. No se puede recalcar lo suficiente el valor que tienen tanto para el lector común como para el catedrático, por varias razones, siendo la más importante el proceso histórico de reconectar a Cuba con África en momentos en que tal reenlace continúa siendo fuertemente desalentado por quienes detentan el poder. Es admisible que posibles lectores descarten estos libros como simple propaganda cubana; tales lectores incluso podrían llegar a encontrar en estos libros, en detrimento propio, la confirmación de sus propias anteojeras ideológicas. Sin embargo, a quien realice una evaluación sobria de lo que Cuba ha tenido que atravesar desde el derrocamiento de Batista (1959) le resultaría difícil no quedar impresionado, no solo porque Cuba ha sobrevivido, sino porque ha logrado prosperar después del colapso de la Unión Soviética (1989). Los implacables planes de desestabilización de parte de las distintas administraciones estadounidenses parecen haber surtido un efecto precisamente opuesto al deseado sobre la dirección política cubana: esta nunca cesó de aprender de sus logros y de sus fracasos, de sus enemigos y de sus supuestos aliados. De forma retrospectiva, la supervivencia de Cuba se puede ver como una de las hazañas más grandes de los opositores genéricos al capitalismo desde que se derrocó la esclavitud en Haití en 1804. Tal como en Haití, el costo de desafiar las normas escritas y no escritas del capitalismo ha sido extremadamente alto, dentro y fuera de Cuba. Vale recordar las presiones ejercidas para que Nelson Mandela no visitara Cuba tras salir de la cárcel para comprender hasta qué extremos Estados Unidos en particular (y cualquiera de sus socios dispuestos) va a llegar para evitar la reconstrucción de las sociedades africanas sobre la base de autonomía y solidaridad.1 En las secuelas de la Guerra Fría, sería demasiado fácil descartar a estos testigos calificándolos de apoderados ideológicos deseosos de decir lo
2 que los dirigentes cubanos quieren oír. A otros no les va a gustar el enfoque de apoyo de Mary-Alice Waters —autora de las introducciones, entrevistadora, editora y presidenta de la editorial Pathfinder, que publica estos textos— a la vez que van a menospreciar el hecho de que tal cuestionamiento rara vez se expone cuando se impulsa la línea opuesta, más bien, la satanización de todo lo cubano. Víctor Dreke, el autor y entrevistado en De la sierra del Escambray al Congo, fue el segundo al mando del grupo cubano enviado al Congo en 1965 para luchar junto a los rebeldes en el Congo oriental (grupo encabezado entonces por Laurent-Désiré Kabila). El episodio es bien conocido y está extensamente documentado, pero con la historia de Dreke por fin se nos ofrece un relato testimonial del ayudante de más confianza del Che durante sus siete meses en el Congo entre abril y noviembre de 1965. Además de los detalles del papel que jugó Dreke al ensamblar el tipo correcto de personas para una misión que en ese entonces se consideró la misión cubana más importante desde 1959, el lector obtiene una clara visión de algunos de los principios que permitieron que Cuba lograra hacer tanto frente a tales amenazas constantes a su propia supervivencia. La admiración de Dreke hacia la dirección cubana es evidente, y nos recuerda los propios sentimientos que Che expresó en su carta de despedida a Fidel poco antes de partir hacia el Congo. En ocasiones Dreke está consciente de que los lectores no le van a creer, como cuando enumera las dificultades que afectaron la misión rumbo al Congo y durante su misión. Para ser una misión considerada de alta prioridad por Fidel Castro y Che Guevara, es asombroso, incluso si se considera retrospectivamente, averiguar que se basó en información de inteligencia casi inexistente y con muy poca preparación por adelantado: de forma retrospectiva, la visión de Che sobre lo que tenía que lograrse se basaba principalmente en ilusiones que se había hecho (a saber, la teoría del foco del voluntarismo: comienza algo y, por osmosis, vendrá la revolución). Estos hombres entraron en una situación que estaba lejos de ser la ideal para los objetivos de los cubanos de confrontar a su enemigo en tantos sitios como fuera posible a fin de aliviar la presión sobre la propia Cuba. En cambio, a ellos les tocó aprender que los dirigentes (en particular Kabila y Soumialot) habían descrito una situación que no reflejaba la realidad que ellos encontraron sobre el terreno. Al comienzo Che estaba convencido de que con el tiempo y con trabajo arduo se podía aminorar la discrepancia entre las expectativas y la realidad. Pero esta solo empeoró; en efecto, tanto
3 se deterioró que uno se pregunta cómo es que toda la operación no terminó aún más desastrosamente. Sin embargo, hasta el final mismo Che trató de no retirarse, un posible resultado que Fidel había adivinado al despachar mensajeros que convencieran a Che, lo más diplomáticamente posible, de que saliera del Congo. Afortunadamente para ellos, Che finalmente se resignó a la única salida posible: la retirada con honor, con sus armas. En efecto, el propio Che prologó su evaluación altamente crítica diciendo que estaba haciendo el informe de un desastre, añadiendo no obstante que esperaba que ayudaría a evitar desastres futuros. Cuánto aprendieron los cubanos comunes y corrientes y la dirección de la desastrosa misión al Congo se puede adivinar a partir de lo que lograron en tantos frentes más en África (especialmente en Angola), como lo subraya tan elocuentemente Armando Entralgo, decano del programa de estudios de Asia y África en Cuba, en su prólogo al tomo sobre Víctor Dreke. El relato de Dreke comienza con su experiencia antes del derrocamiento de Batista. De la sierra del Escambray al Congo brinda detalles internos a menudo omitidos en análisis sobre la durabilidad y profundidad de la victoria cubana sobre el arsenal militar, financiero y político estadounidense dirigido contra Cuba. La clave de los éxitos cubanos desde el Escambray hasta el Congo y más allá se podrían resumir en unidad, disciplina y autonomía: “patria o muerte: venceremos”. En el Norte global continúa siendo un artículo de fe el que la única vía para salir del subdesarrollo es el Modo Occidental. La idea de que los pueblos subdesarrollados puedan llegar a tener éxito de una forma diferente se consideraba imposible; sin embargo, los cubanos han demostrado la falacia de tal afirmación. Desde 1959 hasta la campaña de la Sierra Maestra —los operativos de limpia en la sierra del Escambray contra los bandidos apoyados por Estados Unidos, la invasión de Bahía de Cochinos, la Crisis de los Misiles de Octubre en 1962— Che, Fidel y sus compañeros lograron hacer algo comparable a lo que hicieron los esclavos en Haití entre 1791 y 1804, con una gran diferencia: hasta el momento, los vencedores de la batalla contra Batista y sus aliados han logrado mantener lo que ganaron, mientras que los descendientes de los antiguos esclavos todavía están luchando contra los descendientes de los esclavistas por hacer de Haití lo que debió haber sido, en vez de ser el llamado país más pobre del hemisferio occidental. Lo que ocurrió en el Escambray demostró ser uno de los mejores terrenos de entrenamiento de la Revolución Cubana. Es en el Escambray que personas como Dreke fueron templadas para el tipo de misiones que desempeñaron en
4 África. Fue en el Escambray, como escribe elocuentemente Armando Entralgo en el prólogo, que los cubanos estuvieron enfrascados en una larga y sangrienta guerra de clases: las líneas de la batalla entre revolución y contrarrevolución se disputaban a diario; en este contexto, unidad, disciplina, creatividad no eran solo conceptos teóricos. El prólogo de Entralgo acertadamente sintetiza el recuento de Dreke: como defensa contra las divisiones impuestas por el sistema dominante, la unidad se podría destacar como la contribución esencial de los cubanos a la emancipación de África y la diáspora. Con respecto al liderazgo de los rebeldes congoleses, la valoración es mixta. Hay una renuencia obvia a recalcar los aspectos negativos, como se puede ver en casi todos los recuentos del episodio (en particular, Gleijeses 2002). En cambio, Dreke prefiere enfocar la unidad dentro de Cuba entre su pueblo y su dirección, sin la cual Cuba no habría podido sobrevivir no solo la embestida de las campañas de desestabilización estadounidenses, sino tampoco —y esto no se puede subrayar lo suficiente— la falta de fiabilidad de la Unión Soviética. Fue esa combinación de un enemigo letal y un aliado reacio a tratar a su aliado como igual lo que condujo a que la dirección cubana recalcara sobre todo la dependencia en sí misma, en particular con respecto a las relaciones con otros movimientos de liberación en África. Mientras que casi desde el momento en que Che y sus compañeros llegaron a las orillas del lago Tanganyika la misión del Congo fue considerada un fracaso, la experiencia en el Escambray fue el tipo de éxito que explica por qué los cubanos pensaban que podían reproducir sus éxitos en cualquier parte del mundo. Fue la victoria en el Escambray, contra opositores internos a la transformación socialista en Cuba, la que proporcionó el tipo de seguridad en sí mismos sin la cual alguien como Dreke y sus compañeros no habrían podido creer que cualquier cosa que emprendieran era posible. Mediante las palabras de Armando Choy, Gustavo Chui y Moisés Sío Wong, Nuestra historia aún se está escribiendo el enfoque cambia hacia Angola (1975–91), pero no exclusivamente, conforme el libro sigue a cada uno de los contribuidores en sus diversas tareas dentro y fuera de Cuba. Aunque de antecedentes diferentes (el general Sío Wong, jefe de reservas estratégicas; el general Choy dirigió la limpieza del puerto de La Habana, y el general Chui por poco muere en Angola luego de una lesión grave), todos ellos estuvieron en Angola. De nuevo, es difícil no percibir la relación entre los éxitos en Angola y las anteriores batallas (internas y externas) que
5 prepararon a los cubanos para su victoria sobre las fuerzas armadas del apartheid. De forma mesurada, casi humilde, estos dos libros se pueden considerar como elogio colectivo de lo que Cuba ha logrado hacer, no solo por países africanos específicos, sino por la mayoría de la humanidad que resiste a los ataques implacables del sistema capitalista. En la lucha por ese objetivo, los éxitos internos y externos fueron extraordinarios, si se considera la intensidad y el alcance de la hostilidad de parte de Estados Unidos: en su visita a Cuba en julio de 1991, Nelson Mandela elogió y agradeció a los cubanos por lo que él describió como su “contribución sin paralelo a la libertad en África” (un apéndice presenta extractos del discurso dedicados principalmente a la batalla de Cuito Cuanavale). Choy, Chui y Wong son todos de origen chino, miembros de un grupo que, como la mayoría de los miembros no blancos de la sociedad bajo el régimen de Batista, fue objeto de discriminación social, política y económica. Sin embargo, a diferencia del tomo de Dreke, este libro abarca el período que coincide con el derrumbe de la Unión Soviética. Para mí, las secciones más fascinantes son la parte 2 (“Fortaleciendo la revolución”) y la parte 3 (“El período especial y más allá”), en las cuales los autores muestran cómo el pueblo cubano (y sus dirigentes) lograron encontrar una salida de la crisis. Entre la espada y la pared, ningún repliegue era posible; es una historia de ingenio y sacrificio. Al menos en términos de la mentalidad dominante, Cuba se percibe aún como si está en el lado de los perdedores; pero tal mentalidad debe seguir prescribiendo que Cuba siga en el lado perdedor por temor a que atraiga a los deseosos de poner fin a la injusticia sistémica y sistemática que está estrechamente ligada con el sistema dominante. Es difícil valorar con precisión el impacto político interno de las misiones militares internacionales, pero también sería difícil afirmar que 375 mil cubanos —desde soldados rasos a generales, que lucharon por una causa con la que cada uno de ellos se identificaba— no tuvieron un impacto positivo. Por ejemplo, leer sobre el atraso en medio de una riqueza real o potencial fue algo diferente del golpe que muchos de ellos sintieron cuando con sus propios ojos vieron “un país con tantas riquezas naturales como Angola y, sin embargo, ¡la población enfrentando las necesidades más básicas!” (102). Queda claro al leer estos libros, pero también obras más académicas como la de Gleijeses mencionada arriba, que para los internacionalistas cubanos la lucha ideológica fue literalmente de Patria o muerte. Los objetivos por los que Chui, Choy y Wong lucharon en el
6 extranjero eran idénticos a aquellos por los que se sigue luchando en Cuba hoy. Yo nunca he visitado Cuba, pero he dado seguimiento a las tribulaciones de gente que estaba resuelta a no descansar hasta no dar lo mejor de sí a fin de erradicar lo más posible las depredaciones de un sistema deshumanizante. Los enemigos ideológicos tienden a restarle importancia a sus logros con referencias a la ayuda externa que Cuba recibió de la Unión Soviética, o al hecho que es una isla o a sus políticas represivas. Pero aun si se consideran todos esos elementos, las explicaciones de la resistencia de Cuba aún resultan inadecuadas. Hasta que, claro está, se hace referencia a las libertades individuales. De qué sirve, sin embargo, defender o tener libertades individuales si al mismo tiempo dichas libertades conducirían a aceptar las desigualdades que hacen aceptables el hambre y la ignorancia, mientras quienes tienen los recursos terminan usándolos para atrincherar las injusticias. En tanto la situación global criminaliza el pensar que el capitalismo solo puede reproducirse mediante secuencias genocidas, los logros de Cuba van a ser difíciles de evaluar de forma serena; baste decir que en el ámbito de la educación y la salud, pocos países pueden igualar su récord, dados los recursos a su disposición y dada la hostilidad de Estados Unidos. Si Cuba se hubiese derrumbado como la Unión Soviética (o China), ¿se habrían escrito estos dos libros? El plantear esa pregunta influye en el contexto en que las historias tienden a producirse, independientemente del foco. A medida que muchos países africanos se acercan al cincuenta aniversario de su independencia, ¿cómo se va a enmarcar la descolonización? Es un cliché decir que las historias las escriben los vencedores: en un continente que a menudo ha estado en el lado perdedor, ¿habría que sorprenderse si los logros se presentan desde el ángulo de quienes están ansiosos de estar en el lado de los vencedores? Lo que es más importante, la pregunta ejerce un impacto sobre temas que, debido al marco de la Guerra Fría, o se los escondía o deliberadamente se les restaba importancia porque destaparlos habría obligado a un debate sobre qué fue lo que verdaderamente estuvo en juego durante la Guerra Fría. Durante todo ese período, la visión del presidente Nyerere de una África arraigada en la solidaridad (ujamaa) llevó a cometer errores, pero fueron errores que se cometieron en base a la convicción de que los valores fomentados por el desarrollo capitalista continuarían la destrucción del continente de forma tan segura de como se había empezado a hacer en el régimen colonial.
7 No obstante, el fomento de un sistema basado en las relaciones de solidaridad Sur-Sur paulatinamente está pasando a ser un solución alternativa, viable, a las relaciones dictadas solo por consideraciones determinadas por las normas y regulaciones de un sistema socioeconómico depredador. Independientemente de los errores y abusos que haya podido cometer Cuba, no cabe duda de que su supervivencia, hasta hoy, se puede atribuir en gran parte al hecho que sus dirigentes se aseguraron que la brecha entre su propio estilo de vida y el del cubano medio se mantuviera lo más estrecha posible. La solidaridad con quienes están abajo en la sociedad con seguridad que siempre va a enlentecer a quienes utilizarían la ideología de la libertad y el mercado para otorgarse el derecho de enriquecerse a costa de la mayoría y, a la vez, calmar su conciencia mediante la caridad. Esa visión por la que los cubanos pelearon —en África— se les ha negado a los africanos. Referencias Anderson, Jon Lee. 1997. Che Guevara: A Revolutionary Life. Nueva York: Grove Press. Gleijeses, Piero. 2002. Misiones en conflicto: La Habana, Washington y África, 1959–1976. Chapel Hill: Editorial de la Universidad de Carolina del Norte. Kalfon, Pierre. 1997. Che: Ernesto Guevara, une légende du siècle. (Che: Ernesto Guevara, una leyenda del siglo), París: Seuil. Taibo, Paco Ignacio, II. 1995. El año que estuvimos en ninguna parte. Tafalla: Txalaparta. Nota 1. Para los lectores escépticos a quienes no convenza el enfoque de este reseñador, podemos sugerirles solo las siguientes obras de académicos con buenas credenciales: Gleijeses (2002), Kalfon (1997), Anderson (1997), Taibo (1995). Jacques Depelchin Ota Benga Alliance for Peace, Healing and Dignity (Alianza Ota Benga pro Paz, Reconciliación y Dignidad) Berkeley, California