Alfredo Velázquez González. Crónicas. de mi pueblo ajas. un buen pueblo para nacer, vivir y morir. ---Bartolo Diaz. Editorial Yo Soy Lajas

Alfredo Velázquez González Crónicas de mi pueblo... ...�ajas un buen pueblo para nacer, vivir y morir. ---Bartolo Diaz Editorial Yo Soy Lajas 1

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Alfredo Velázquez González

Crónicas de mi pueblo...

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un buen pueblo para nacer, vivir y morir. ---Bartolo Diaz

Editorial Yo Soy Lajas

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Crónicas de mi pueblo

Crónicas De Mi Pueblo •3•

Alfredo Velázquez González

Editorial Yo Soy Lajas Lajas, Puerto Rico

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Alfredo Velázquez González Crónicas de mi Pueblo Alfredo Velázquez González

Esta publicación es propiedad intelectual de Editorial Yo Soy Lajas. Todos los derechos reservados. Tiene permiso para citar pequeños segmentos, siempre y cuando ofrezca el crédito correspondiente.

© 2015

Primera publicación Mayo 2015

Editorial Yo Soy Lajas PO Box 594 Lajas, Puerto Rico 00667 http://www.yosoylajas.org

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Tabla de Contenido Introducción.........................................................................................5 Dedicatoria...........................................................................................7 De cenicienta a Reina..........................................................................9 El día de Reyes................................................................................... 13 Flora.................................................................................................... 15 Una visita a la Perry.......................................................................... 17 Días de playa..................................................................................... 19 La Estación de Abajo.........................................................................23 Ayer y hoy...........................................................................................25 Los cementerios.................................................................................27 El día del milagro...............................................................................29 Los Cumbancheros............................................................................. 31 Promesa a los Reyes..........................................................................33 Doña Petrona “Tona” Toro Muñoz...................................................35 Don Ricardo Pagán Tenorio..............................................................37 El aviso...............................................................................................39 El Cerro............................................................................................... 41 El día de los fieles difuntos...............................................................43 El entorno...........................................................................................45 El Hotel de don Juan “Rufo” Ramírez.................................................7 El viajero solitario..............................................................................49 Eleuterio Alvarado Morales “Lilo”.................................................... 51 Estampas de Lajas.............................................................................53 La agencia hípica............................................................................... 57 La cigarrería de don Felipe...............................................................59 La Línea Lajeña................................................................................. 61 La luz de tránsito...............................................................................63 La muerte de Felo..............................................................................65 La O.D.A.L..........................................................................................67 La promesa de doña Petra................................................................69

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La Pumona......................................................................................... 71 La Semana Santa...............................................................................73 “La vida del centro de mi pueblo”....................................................75 Los Berros..........................................................................................77 Los Carreteros....................................................................................79 Los limpia botas................................................................................. 81 Mi abuelo............................................................................................83 La Nana..............................................................................................87 Remembranzas - Recuerdos..............................................................89 Noche de serenata............................................................................. 91 Parque de Bombas.............................................................................93 Personajes de mi pueblo...................................................................95 Torneo 90 Aniversario.......................................................................97 Un viaje a la Cueva Pita....................................................................99 Una reunión histórica...................................................................... 101 Una estadía en casa de doña Mela................................................ 105 Vamos a recordar. . ......................................................................... 107 Alfredo Velázquez Luciano.............................................................109 Alfredo Velázquez González.......................................................... 113 Colofón.............................................................................................. 116

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Introducción Este trabajo es un regalo a nuestro pueblo de Lajas escrito por don Alfredo Velázquez González con el propósito de que quede plasmada parte de nuestra historia, personajes y lugares que se van borrando en el recuerdo. Esta serie de relatos en forma de crónica permiten darles vida permanente a todos los actores y lugares aquí mencionados. Agradezco a don Alfredo el haberme designado para manifestar estas breves palabras de presentación de su trabajo. A pesar de estar en la distancia por medio siglo, nunca estuve lejos. Cuando don Alfredo me comunicaba, allí estuve para recodarle y apoyarle en cualquier detalle de índole histórico relacionado con nuestro querido pueblo. — Vicente Barta

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Dedicatoria Dedico este trabajo a mis primeros maestros, que moldearon mis sentimientos y valores… Mami y Papi

doña Luz Selenia González Lugo

don Alfredo Velázquez Luciano,

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De cenicienta a Reina En una casona del barrio Rancheras de Yauco, vive doña Librada, una de cuatro hermanas. Son estas doña Nona, doña Rosa y doña Celia. No muy lejos de la casa, un gran sembradío de tabaco rodea la estructura. Doña Librada era comadrona, de cuando en vez aparecía por allí don Ramón, montado en su hermoso corcel. Este era capataz en los sembradíos de caña pertenecientes a su hermano don Felipe, un rico terrateniente de Yauco. Estas continuas visitas los llevan a desarrollar un amor clandestino que culmina con la llegada al mundo de dos hermosas criaturas. La primera fue bautizada con el nombre de Ramona “Monchi” y la segunda con el nombre de Estela. Ambas fueron frutos de un amor prohibido. Don Ramón vivía con su esposa doña Carmen en una casa grande, de balcón amplio, localizada en el sector La Joya, quedaba frente al camino principal, allí cohabitaban dos hermanas de este: doña Francisca y doña Julia, que vendrían siendo tías de Ramona y Estela. Doña Nona visitaba todos los fines de semana a su hermana y sobrinas. Doña Librada muere cuando Ramona tenía tres años, doña Carmen, madrastra de las muchachas, cuidó de estas por un tiempo. En una de las visitas que hace doña Nona al barrio, se lleva a Estela para su casa en el pueblo, cerca del puente Colorado. Sentados en la sala, dialogan sobre el futuro de las criaturas. Al cabo de algún tiempo, don Antonio, que era el esposo de doña Nona, se levanta del sillón, pasea por dentro de la casa, se recuesta un rato en la cama, luego llama a doña Nona y le pide que le lleve un poco de licor. Este se da varios

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sorbos y le comunica a doña Nona que adoptara a Estela. Ramona se queda con doña Carmen, que sigue criando a esta junto con sus tías Francisca y Julia. Pasado un año, doña Nona vuelve a Rancheras, visita a doña Carmen y le comunica que va a llevarse a Ramona para que viva con ella, Estela y don Antonio. Para esa época, los tiempos eran difíciles y el único que trabajaba en el ferrocarril era don Antonio. Al tiempo doña Nona Reconoce que no puede criar a la muchacha bajo el mismo techo por la situación económica. Visita a su prima doña Genoveva, en las parcelas Lluveras, esta habla con doña Veve para ver si puede dejar a Ramona y que la siga criando por un tiempo. Doña Veve contesta en la afirmativa y allí queda Ramona. Ángel, otro primo de Ramona, era barbero y recortaba un niño bajo el árbol de quenepo. Transcurrido un año, doña Nona se mueve hasta lajas a visitar a doña Basilia, su prima, que residía en el sector La Haya de este pueblo. Sentadas en la sala esa noche, doña Nona, le explica a Basilia el porqué de su visita. Doña Estéfana, mamá de doña Basilia y tía de Nona, sale del cuarto, a pesar de su avanzada edad, y se confunde en un abrazo con su sobrina. Doña Nona le entrega a Ramona a doña Basilia, doña Estéfana la abraza y la bendice. Doña Nona le pide a doña Basilia que por favor la ponga en la Escuela. Doña Basilia era, para esos años, una política activa del Partido Socialista. Esta situación cambia en Ramona e influyó en el desenvolvimiento en la vida de esta, que dedicó prácticamente su juventud a criar los cuatro hijos de doña Basilia y don Juan. Doña Basilia se vino a vivir al sector de la Calle Abajo, y Ramona se vino a vivir con ella, fue allí donde Ramona disfrutó los mejores años de su vida, sus mejores amigas y amigos eran del sector. Don Alberto, un joven mayor que ella, ya estaba celando a la adolescente. Cuando doña Basi-

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lia se enteró de las intenciones del mozo, esta se mudó para Aguadilla. Ella desaprobaba esta relación, pues según esta, don Alberto era un mujeriego y bohemio. El destino era otro. Las manecillas del reloj aceleran el tiempo. Para el año de 1937, don Fidel Pabón casa a don Alberto con Doña Ramona, procreando tres vástagos: Alberto, Elvin y Ramón. Don Alberto se dedicó a varios oficios para echar el hogar para adelante. Fue cortador de caña, carpintero, celador, vendedor, fumigador los pueblo de Ponce y Juana Díaz y obrero en la construcción del proyecto de regadío del Valle de Lajas. Doña Ramona se dedicó domésticamente a lavar, planchar y coser pañuelos. Luego, don Fidel Ramírez establece el primer “laundry” en el pueblo, siendo las operadoras doña Basilia Muñoz, doña Ramona, doña Dora Irizarry y doña Carmen Santiago. Don Alberto y doña Ramona dieron de su vida para la buena crianza de sus hijos y dejar al mundo sus únicos haberes. ≈≈≈≈≈ En esta crónica podemos ver como una niña se va desarrollando, de mano en mano, como cenicienta, pero que para orgullo de sus cercanos, terminó siendo una reina. Don Alberto, falleció anciano un diciembre de 1995 y doña Ramona dejó este mundo en su ancianidad un noviembre del 2005.

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El día de Reyes Un 5 de enero de 1950, era todo algarabía, música típica por la radio, promesas de aguinaldo, campanas que tañen, haciendo el llamado al pueblo y los padres ordenando a sus hijos que buscaran la hierba para los camellos de los Reyes. Los padres decían que tenían que acostarse temprano y portarse bien con estos si querían que los Magos les trajeran algo. Ese día los niños se desbordaban de ilusión porque la mañana siguiente los Reyes tal vez les traerían un regalo. Los muchachos de aquel tiempo no eran exigentes, quizá uno que otro pediría algo en particular, en general, estos no pedían nada y se conformaban con lo que apareciera debajo de la cama. Esa noche se acostaban temprano, los mayores disfrutaban de alguna parranda que se efectuaba por el barrio. Al otro día, la muchachería se levantaba temprano, perico comenzó a soplar la corneta de lata que le habían dejado los Magos, Berto disparaba con la pistola fulminante, José sacó la bolsa de bolitas de colote, Chago hacía croar un sapo de lata que le habían dejado en casa de su tía, Yeyo traía puesta una pavita que le había dejado en casa de su padrino, Yuman, único hijo de doña Canda Rodríguez, aparece con un traje de vaquero con doble vaqueta, Minga llegó con su muñeca de trapo, se sentía feliz, Tati llamaba a los muchachos para jugar Jack, Tabi arrastraba un camioncito que le había construido su papá, Julio nos enseñaba su trompo de madera y como se hacía bailar, Pucho tenía un carrito de cuerda, a Júnior, el papá le había hecho un tren con latas de jamón que hacían de casillas del mismo, la máquina era de madera y lata, al igual que las ruedas.

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El niño alegre y contento arrastraba el juego de latas. A los que tenían juguetes de mejor calidad o cuantía, los padres los llevaban a la plaza pública para que disfrutaran el día y los vieran con su particular regalo. Para ese pasado, el danger de Santa Claus no tenía presencia por la comarca. Hoy, con algunos años que han pasado, el día de los santos Reyes me voy al campo y con paso lento me pongo a observar los lugares por donde jugábamos, que prácticamente ya no existen. Como dice la canción: “Ilusión perdida, ¿porqué te fuiste para nunca más volver?” y/o como diría el poeta: “hay madre melancolía que ya no somos nosotros”.

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Flora Todas las tardes, al silbato del tren, Perico y yo partimos hacia el campo, a casa de doña Paulina Ruiz y don Desiderio Morales. Por el camino saludábamos a los vecinos de la comarca. En casa de Gladys y Sené, compartimos con Miguel, Chito, Freddy, Chomby y Güito. Prosiguiendo, vemos a Alice, la hija de don Toño Medina, por su acostumbrado turbante (pues padecía de alopecia) con un paso ligero, ya que iba hasta la tienda de don Aurelio Ortiz para hacer una pequeña compra. Al cruzar la quebrada del camino, nos detenemos un momento para escuchar a don Francisco Morales y a don Bilo Segarra en una discusión sobre religión, que no llegó a ningún lado (ambos eran pentecostales). Don Edwin Rodríguez molía caña en su trapiche para vender su guarapo. Poco a poco llegamos a la parada, allí se encuentra el negocio de don Yuyo Cruz. Don Tito Gayá, con machete en mano, cruza el camino, y Pilile y Rosel juegan a las canicas o bolas de corote. Seguimos adelante, entre cañas y mayas, el camino que nos conduce a nuestro destino, don Rafa Lugo, que descansaba en el soberao, nos ve y se levanta. A unos pasos de la casa, en el árbol de cerezo, estaba la vaca Flora esperando las caricias de don Rafa a las tetas de su ubre, que hacia brotar el preciado líquido. Don Justo Morales, con cara seria y de pocos amigos, observa a Juancito y a Harry que corrían por el patio, doña Cecilia les llama la atención. Nosotros regresamos, en el trayecto vemos a don Pedro Ruiz “Pellón” vestido de blanco en su carro Ford negro, que iba a revisar la finca que poseía en Piedras Blancas.

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Al llegar a la parada, observamos a los muchachos bañándose en el canal de riego, la tarde ha sido estupenda la vida campestre cual remanso hincha el espíritu y nos transporta, es como otra vida, es como otro lugar. ¡Hasta la próxima!

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Una visita a la Perry Es el primero de Julio de 2014, cumple años nuestro pueblo de la separación de San Germán como barrio de este. Una de las actividades a presentarse es una exhibición de arte y/o pinturas en la antigua escuela Perry de Lajas. Al pasar el umbral de la antigua puerta, el cuerpo se contrae y comienzo a ver espíritus. Fijo bien la mirada y comienzan a discurrir los actores, allí está Sales Ortiz replicando las campanas no muy lejos la figura de Nerí Cuevas que era otro de los conserjes que le daba mantenimiento a la histórica estructura. Caminando un corto trecho, penetro al salón donde cursé mi primer grado con la maestra doña Georgina Rivera de gratos recuerdos. Al lado este pegaba el tercer grado que dictaba doña América Martínez, miro hacia al fondo, pegado a la residencia de don Emilio Figueroa estaba la oficina del superintendente Agrait de San Germán, quien era asistido por don Mario Pagán. Llego al centro y observo lo que era el patio, donde existió un árbol en un terreno accidentado, allí jugábamos todos bajo la tutela de don Sales y Nerí. Los baños o servicios sanitarios consistían de una letrina con varios orificios de uso. Al norte del pasillo central, se encontraba el salón de doña Altagracia Flores “Tita”, la única de las maestras que aún vive. Subiendo del servicio, miro hacia la pared y solo veo tres cabezas de tornillo, allí estaba colgada la vieja campana de la Perry, uno de tantos recuerdos (la misma fue robada del pedestal hace algunos años “penoso detalle”.) Frente la escuela, la tienda grande de la familia Frank,

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donde recurríamos a la hora del recreo. Recuerdo las figuras de Salvador Vélez Ortiz, Israel Delgado, Pedro “Peyo” Ortiz y Miguel Alameda Piña “Castillo”. La actividad fue todo un éxito, diez compueblanos participaron de la misma y más de doscientas personas acudieron a disfrutar de esta. Salgo del edificio llevando un bonito recuerdo. Espero volver.

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Días de playa Don Francisco “Sico” Santiago y doña Aurelia Acosta fue un matrimonio que vivió en Piedras Blancas al lado de Joaquín Alameda y su esposa doña Mariana. Allí vivieron también don Lolo Alameda, doña Cruz, Santos Alameda, Áureo Morales con Lolita Martínez y sus hijos Áureo, Toñita, Zoé, y Elen. Residían también Francisco Morales, Carmen Morales y Poldi Morales. Al paso de los años, don Sico se muda y nos convertimos en vecinos en el camino que conduce al campo. Ya integradas al vecindario y como una familia, Constancia, la única hija de don Sico, apadrina junto a su esposo Pelegrín a mi hermano Elvin Ramón. Don Sico poseía un carruaje arrastrado por un caballo blanco, que llamaban Suki, que dedicaba al recorrido de basura en el pueblo. Más tarde, don Francisco se interesa en aprender a conducir y compra una guagua Ford de color rojo a don Nicolín Pérez. Luego este busca la ayuda del Sr., Nelson Padilla para que sirviera de conductor de esta. Con la adquisición de la misma, don Sico se dedica a la venta de calabazas en el área metropolitana, y poco tiempo después comienza a ser giras para la playa los domingos. La primera se llevó a efecto en la playa de Boquerón. Esta era la primera vez que yo veía el mar. Le pregunté a don Sico qué era ese montón de agua lo que él me explica. Yo siempre viajaba en la cabina de la guagua por motivos de seguridad. Llegamos al poblado de Boquerón. Cuando se entraba, al lado izquierdo había un negocio muy concurrido que servía de salón de baile. Hacia el lado derecho, había allí

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una casona donde funcionaba un circo y otra al lado que había pertenecido a don Juan Cancio Ortiz. Cerca de la orilla, se levantaba un inmenso palmar y una cantidad de chozas hechas con ramas de palma, que servían de alojamiento o guarida por el tiempo de la estadía. Una gran cantidad de yolas de remos que se alquilaban para dar paseos por el Boquerón y una inmensa cantidad de mosquitos que perturbaban lo agradable de la estadía. Recuerdo algunos nombres de bulla de aquel momento: doña María Morales, don Héctor Medina, don Áureo Morales, don Miguel Montalvo, doña Constancia Santiago, don Ramón Morales, doña Dolores Torres, doña Bartola Torres, don Ángel Luis Morales, don Israel Ortiz, doña Ester Rivera y doña Elena Rodríguez. Poco tiempo después, don Sico mueve las giras hacia la playa de Caña Gorda. El grupo sigue siendo el mismo y de cuando en vez uno que otro. El viaje es agradable y pintoresco, se podía apreciar el valle en todo su esplendor. Por la vieja carretera 315, los árboles se entrelazaban formando un túnel natural bordeado de mayas, árboles frutales y guirnaldas de cundeamores. La Laguna Anegado era un sueño, allí nos deteníamos por algún rato y se observaba cantidad de aves de diversos colores, tamaños y procedencias. Las casitas amarillas en la ladera del monte, residencia de los obreros de la central Guánica marcaban la entrada del barrio Ensenada, prácticamente propiedad del ingenio azucarero. Ensenada era un poblado dotado de un hospital, iglesias, correo, biblioteca y un sistema de agua potable. Dejamos el poblado y cruzamos el pueblo de Guánica hasta llegar a un camino accidentado y escabroso. La cuesta era empinada, teníamos que apearnos de la guagua para que esta pudiera subir al tope.

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Nosotros a pie subíamos el pedregoso camino hasta llegar a la misma para abordarla y seguir al destino. Los árboles de Maví se adentraban entre los arbustos. Llegamos a la playa, al centro un inmenso bohío era el salón de baile. Al lado, una cantina de igual aspecto. El hielo en bloque se mantenía bajo la arena para su duración y rendimiento, pues no había luz eléctrica. La orquesta Happy Hills y Felipe Rodríguez, con sus Antares amenizaban. Mañana es otro día...

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La Estación de Abajo Bajando la vieja carretera 315, llegamos a un edificio de dos plantas llamado el Sportsman, y que más tarde se llamó el Paralelo 38, administrado por don Armando Detrés. Al frente existió un cañaveral perteneciente a don Juan Ángel Tió, donde más tarde se construyó el nuevo parque de pelota, al lado derecho había un terreno, propiedad de don Rafael Muñoz, un muro de alcantarilla y un árbol de almendro. Saliendo de la carretera, cojemos el camino que conduce a la Estación de Abajo y/o Estación Campo. Al lado izquierdo del camino, un inmenso tamarindo, testigo mudo. Al lado derecho, un sendero que conduce a la residencia de don Rafael Montalvo y a la de don Adolfo Muñoz y doña Matilde Jiménez, con salida al sector Piedras Blancas. Siguiendo la ruta principal, llegamos al negocio de don Pedro Santiago “Pata Gorda”. Más adelante y a mano izquierda se encuentra la tienda de don Juan José Lugo. En la parte trasera de esta se podía observar una serie de casas de madera donde residían José Ángel Lugo, José Lugo “Chito” y Jorge Lugo. No muy lejos de allí, la cambija, que daba abasto de agua a las máquinas de vapor, frente a esta, la línea férrea y sus desvíos. Estando ya en terrenos de la estación, a mano derecha, la grúa de tres postes en metal, y cerca, el taller de mantenimiento y dos fosas para el mismo fin y un tanque para aceite. Hacia la parte izquierda se encontraba la estación de pasajeros, la romana y otro de combustible. A la parte sur, los cuarteles que servían de morada a oficiales y obreros del ferrocarril. Cerca del área de mantenimiento, estuvo el cuartel para empleados de otros pueblos (donde está localizado hoy Mr. Special). En lo que actual-

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mente es la urbanización El Valle Segundo, que conecta al sector Cañitas, existía un ramal de vías que se utilizaba para el cambio de dirección de máquinas llamado el Triángulo. Caminando hacia el oeste, cerca del camino había un lago, donde abundaban las jicoteas y/o tortugas. Para esos tiempos, y cerca de allí, vivía doña Carlina Rivera, quien preparaba almuerzos y parvas para venderles a los obreros de la caña. Para terminar el relato, voy a mencionar algunos apellidos muy identificados con la histórica y siempre recordada Estación Campo: Lugo, Montalvo, Toro, Rivera, Muñoz, Jiménez, Ortiz, Mercado, Segarra, Martínez, Polanco, Morales, Santiago y Pagán.

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Ayer y hoy El comercio es el alma de un pueblo, actúa como termómetro de medición en el desarrollo económico de la comunidad, es lo que le da vida al entorno. Para 1908, existió en Lajas un grupo comercial que daba vitalidad al pueblo, estos fueron: la ferretería de don José Antonio Morales, quién poseía además, una fábrica de gaseosas y una licorería, la panadería y tienda de la familia Frank, el puesto de viandas de don Domingo Acosta. Las pulperías de don Manuel Rivera, don Francisco Irizarry y don Tomás Toro, la barbería de don Marcial Urrutia en la calle Lealtad, que luego se convertiría en la primera Iglesia Pentecostal, la zapatería de don Pedro Cintrón, la tabaquería de don Felipe Valle. La tienda de mercerías de don Lalo Martínez, el correo, administrado por doña Ángela Toro de Castillo, el cafetín de Rancho y Elisa Torres, el trapiche de don Serafín Morales. Las carretas de transporte de don Tomás Báez, vendiendo agua por las calles y las carretas de bueyes de don Irene Cancel y don Sandalio Pagán, recogiendo y repartiendo mercancía por las tiendas del pueblo, la farmacia Amparo de don Arturo Dávila y la fábrica de don Víctor Buenahora. Esta fue la vida comercial de la patria chica, a pesar de los tiempos difíciles y de estrechez que nos asediaban en aquellos días.Hoy en tiempos del modernismo y de mayor movimiento económico, mi pueblo languidece y agoniza, locales vacíos, falta de servicios y de autoridad, fantasmal...

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Los cementerios Para los años de su fundación, el primer cementerio, según el acta municipal, estuvo enclavado en el sector La Haya, a la parte Sur de la verja del matadero. Por motivos de salubridad, es reubicado en el sector de La Calle Abajo. Luego para 1910, el municipio adquiere por compra una cuerda de terreno perteneciente a doña Carmen Romaguera, y se establece allí el nuevo campo santo. Una gran muralla de ladrillos protege la propiedad, una puerta en forma de arco y dos hojas de madera hacían la entrada, una pequeña caseta servía de capilla y guardar los aperos de uso. Un gran panteón de ladrillos con una torre y el número 1910, una cruz de metal y rodeada de nichos, es la tumba de don Fernando Calder Toro. Existían otras cuatro tumbas de ladrillo y nicho, a la parte Sur, un frondoso limonero. Cerca de la tumba de don Fernando Calder, don Emilio López tenía su casa. La parte Sur, cerca de la quebrada, estaba destinada para los niños e indigentes, algunas personas distinguidas que descansan en el lugar son: don Arturo Grant Pardo y esposa, don Aurelio Ramírez Ramírez, don Aurelio Ortiz Castro, don Carlos del Toro Lacour, don Adolfo Marti, don Augusto Pérez, don Arturo Dávila, doña Monserrate Figueroa Garastazú, don Emilio Figueroa Garastazú, don Lupercio Lluch Figueroa, don Raúl Rodríguez, doña Alfonsa Pabón, doña Alice y Elisa Dávila, el panteón de la familia Frank, doña Carmen Romaguera, doña Edna Tomei, Ezequiel Lugo Morales y otros que se escapan a la memoria. En la parte Norte, terrenos de don Manuel Muñoz, hacia el Sur, un gran cañaveral perteneciente a don Juan Ortiz

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y a doña Ana Noriega, al Oeste, la quebrada El Chorro, terrenos de don Manuel Rodríguez y de los Basora y hacia el Este, la vía del ferrocarril, terrenos de don Juan Irizarry, el árbol de anacahuita y el camino de lo que conducía a la última morada. En aquel momento, los difuntos se depositaban en la tierra. Las cajas o ataúdes eran de madera, unas sencillas para los menesterosos y las que tenían obra para los más pudientes. Al día de hoy, el viejo cementerio sigue en uso, años más tarde, el gobierno expropia terrenos a don Heber Ortiz para ampliar el mismo. Los cementerios de mi pueblo son la cuna, la morada de generaciones, de los pro-hombres que escribieron y fueron actores de todo nuestro legado histórico, en especial a nuestros jíbaros y nuestros campesinos.

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El día del milagro Es temprano, tía Rate, doña Lola, Elena, Áureo, Héctor y mi persona estamos listos para el viaje. Don Ángel Flores poseía una guagua Ford abierta y con barandas. Allí nos fuimos montando, el perro de doña Lola “Palomo” también se coló. Partimos en la mañana pensando en el estacionamiento. Las caravanas se demostraban de diferentes lugares. Llegamos al pueblo y nos estacionamos cerca de la plaza pública. Nos apeamos y emprendemos a pie el camino hacia el barrio Rincón, había de cuatro a cinco kilómetros de distancia desde el lugar hasta donde se iba a efectuar el acontecimiento. El Gobierno envió a la actividad varias guaguas de la autoridad para transportar la cantidad de personas que allí se aglomeró hasta el lugar de la reunión. Pudimos apreciar un sinnúmero de servicios sanitarios portátiles apostados en diferentes lugares para el uso del público allí presente. Los cerros a la vuelta del lugar estaban engalanados de sombrillas abiertas y de todas las tonalidades, formando un jardín artificial. Llegamos a la finca y nos colocamos en el mismo lugar de otras ocasiones (la escuelita Lola Rodríguez de Tió), los niños decían que la señora estaba dentro de la escuela. Al poco tiempo se formó el remolino de hojas, la Virgen hacia presencia. Se comenzó la procesión hacia el pozo, en la parte central del lugar se levantó una tarima y sobre esta, un ciudadano sirviendo de presentador pedía que miraran hacia lo alto y observaran los símbolos, imágenes y visiones que se estaban formando en el cielo. Luego, este pidió que pusieran las palmas de las manos hacia arriba, porque iba a llover en colores, y así fue. Al rato le pidió a la aglomeración

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allí presente que observaran las mismas, estas estaban secas. Todo fue un remanso, no sentimos sed ni necesidad de ir al sanitario, el sol no castigaba. La actividad culmina y la gente comienza a replegarse. Cerca de la carretera pudimos ver a don Juan Ortiz, acompañado de su hijo don Hernán Ortiz, los cuales se encontraban en la actividad. Otro señor, que recibió el milagro de volver a caminar, comenzó a hacer una colecta para regresar a su pueblo de Aguadilla. Todo el pueblo era una congestión vehicular, la policía comienza a despejar el tránsito por varias rutas, a nosotros nos desviaron por la carretera de Maricao hasta llegar a Mayagüez para luego dirigirnos a Lajas. Para aquellos tiempos, la carretera de Maricao era angosta y peligrosa, un tremendo aguacero nos bautizó por el camino. El frío nos arropó por todo el trayecto. Ese día ocurrieron sucesos. ¿Milagros? ¿Falta de fe? ¿Vacío espiritual? Evalúe usted.

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Los Cumbancheros Corría la década de los años setenta, un grupo de jóvenes bohemios se reúne periódicamente para practicar y afinar instrumentos. Estamos en el mes de mayo y reunidos en las cercanías del cementerio, preparamos el listado de laas mamás a quienes se les va a regalar una serenata. Recuerdo que primero fuimos a la casa del señor alcalde para que nos otorgara un permiso y poder llevar a cabo nuestra intención. Para ese tiempo el incumbente era don Enrique Ortiz Ortiz, quien tan pronto le explicamos el porqué de esta visita, nos dijo que no necesitábamos ningún permiso de su parte y que nos fueranos a serenatear. El equipo de nosotros era itinerante, a veces uno y a veces otro. Algunos de los integrantes de los Cumbancheros fueron: Domingo Castillo, Marcos A. Irizarry, Rubén Segarra, Ariel Ramírez, Alfredo Velázquez, Nicky Aponte y Julio Bracero. Esa noche, alcanzada la madrugada, vimos obsequiar a quince madres. Pasado el día de las madres, seguimos reuniéndonos los fines de semana en los mismos lugares de siempre: los siete muros de la antigua carretera 315, en la carretera 116, cerca de la Iglesia pentecostal y en el sector Las Canelas en terrenos del amigo Miguel Vargas. En estos lugares compartíamos, nos dábamos el trago y nos poníamos a cantar. El mes de octubre se va acercando y es tiempo ya de ir practicando con el grupo la música típica para cuando llegue este comenzar las parrandas de la época. Ocasionalmente tocaban con el grupo don Arturo Irizarry (padre), don Mortimel Henríquez, el cuatro, don Enrique Castillo y don Carlos Suárez “Dago”, percusión. Siempre tratamos de diseminar las parrandas por diferen-

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tes lugares del pueblo para lograr una mayor influencia de nuestra tradición. Logramos presencia en diferentes lugares fuera del pueblo de Lajas, algunos de estos fueron: Ponce, Cabo Rojo, San Juan, Hatillo y/o Isabela, Aguadilla, San Germán y Mayagüez. El amigo Luis “Pimba” Alvarado jugaba béisbol con los Indios de Mayagüez y nos solicitó llevar una parranda a los peloteros del equipo. Una noche que el equipo jugaba en Mayagüez nos reunimos y marchamos, él nos esperaba en la carretera, luego de terminado el juego nos encontramos y fuimos hacia el cerro Las Mesas, donde quedaba la residencia que visitaríamos. Allí componían la trulla los siguientes compañeros: Domingo Castillo, Marcos “Turín” Irizarry, Alfredo Velázquez, Rubén Segarra, Nicky Aponte y Julio Bracero. Pasamos una noche maravillosa y pletórica de manifestaciones musicales. En mi opinión, creo que fuimos únicos en contar con un grupo que reunía variedad de instrumentos musicales, sobresaliendo el cuatro, la mandolina y el violín. El tiempo varió los intereses, compromisos y los destinos de los integrantes, es así como las complejidades de la vida, acallaron la alegría que manifestaron los Cumbancheros.

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Promesa a los Reyes En tiempos pasados se llevaba a efecto promesa a los Reyes, que se cumplía llevando aguinaldo de casa en casa, una persona cargaba unos reyes tallados en madera dentro de una caja que hacía de pesebre. Por lo general, se tocaba un aguinaldo alusivo a los santos Reyes, las ofrendas de gracia variaban de cantidad, a veces se ofrendaban varios centavos por un aguinaldo. Si la persona deseaba que se continuara con otro ofrecía cinco centavos, de esta manera, el grupo continuaba de casa en casa. Pellín Morales y don Tuto Camacho eran los versadores, don Martín Camacho tocaba el bombo, don Juan Morales tocaba el cuatro, Benigno Camacho tocaba la guitarra y en ocasiones participaba don Lelo Phi y José Benítez Delgado las maracas y güiro. La trulla comenzaba temprano en la mañana para poder visitar cantidad de hogares y negocios del pueblo. Las familias cooperaban, invitaban y obsequiaban a los músicos con manjares y bebidas de la temporada. Cuando se tocaba en los negocios, los parroquianos se acercaban y hacían coro y los transeúntes se arremolinaban en el local, ya que estos sabían versar. Algunos de los negocios visitados fueron: funeraria de don Julio Olán, el billar de Monserrate Quiñones “Gandil”, la cafetería Almodóvar, la tienda de Jorge Ortiz, negocio de Berto Nazario, al tienda de don Carlos del Toro, la tienda de don Ángel Pagán, el negocio de don Domingo Delgado, el de don César Feliú, la dulcería de don Augusto Pérez, la fonda de Elisa Torres y Rancho Torres, el negocio de Juanití Ramírez, el de Amílcar Vilanova “Toro” y la Plaza del Mercado.

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Contado el dinero ofrendado, la mayor parte de este se le dona a la Iglesia. Fueron tiempos bonitos, de respeto, de hermandad, de humanidad y de espiritualidad. Ya la tradición no es, diferentes agresiones a nuestra cultura y tradiciones han hecho estragos en nuestra manifestación tradicional de pueblo. Exhorto a las generaciones por venir a rescatar la misma.

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Doña Petrona “Tona” Toro Muñoz Nació en Lajas, Puerto Rico el 14 de abril de 1898, hija de don Cantalicio Toro y doña Brígida Muñoz. Con el tiempo, doña Petrona conoció a don Rafael Pérez, con el cual cohabitó por varios años y se fueron a vivir al lugar conocido como el Chorro, construyendo una casita en la cual procrearon siete hijos, de estos, Dolores, la más pequeña, falleció de meses. Los demás responden al siguiente hombre: Luis M. Toro Muñoz, Catalina Pérez Muñoz, Rafael Pérez Muñoz, Santos Pérez Muñoz, Marcos Pérez Muñoz, Tomasa Pérez Muñoz y Maurica Pérez Muñoz. Al paso de los años, don Rafael cae en cama y toma la decisión de casarse con Petrona, el casorio se efectuó el 29 de julio de 1965 en su residencia, por el Rvdo. P. Rafael Candelas Morales. A pesar de su estrechez económica, Tona envió a todos sus hijos a la escuela, donde adquirieron los conocimientos básicos, solo la más pequeña estudió una profesión la cual nunca ejerció. Doña Petrona Toro Muñoz fallece el 25 de noviembre de 1986. ≈≈≈≈≈ Referencias: Heriberto Riveiro, nieto preferido de doña Petrona.

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Don Ricardo Pagán Tenorio Don Ricardo Pagán Tenorio era hijo de don Narciso Pagán y de doña Josefa “Chepa” Tenorio. En su juventud trabajó por muchos años en la tienda grande de la familia Frank como dependiente. Con el paso del tiempo decide marchar a los Estados Unidos en busca de mejores horizontes, donde reside cerca de 50 años, por allá se hizo de su profesión y desarrolló su vida intelectual. Para la década de los años setenta, regresa a su patria chica y reside en la casa que fue de sus padres en la calle Unión, acompañando a su hermana, doña Monserrate Pagán. Don Ricardo todas las noches visitaba la plaza de recreo y con libro en mano se sentaba aislado en uno de los bancos de la misma. Poco a poco los jóvenes de entonces le fuimos haciendo ruedo para escuchar sus relatos, fue así como le fuimos haciendo acercamiento hasta establecer una estrecha amistad. Don Ricardo nos contaba sus experiencias vividas en el continente, era una persona educada y culta. Don Ricardo era como un maestro, sabía proyectar sus conocimientos para deleite e interacción del grupo, de cuando en vez intercambiábamos ideas y conocimientos, lo que hacía interesante y educativa la tertulia. Algunos de aquellos jóvenes hoy peinan canas. Estos son: Carlos Juan Muñoz, Edwin Ramos Ronda, Alfredo Velázquez González, Johnny Ramos Ronda, Julio Morales Ronda y Ricardo Cancel; dos de nuestros compañeros se habían adelantado en el tiempo: Edwin “Güiche” Santiago (QPD) y Danol Ramos Ronda (QPD). Fueron muchos los años que compartimos juntos, en las

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comparsas subsiguientes se notaba la falta de nuestros amigos y compañeros ausentes. Las palabras de estímulo de don Ricardo sirvieron de aliciente y comprensión. Por varias noches notamos la ausencia de don Ricardo en sus acostumbradas visitas a la plaza, nos preocupamos y nos preguntábamos, pero no había contestación. Una noche nos comunicaron que don Ricardo estaba enfermo, pero nosotros no tuvimos conocimiento de dónde se encontraba para irlo a visitar y confortar. Pasados los días nos llegó la infausta, don Ricardo había muerto y lo habían enterrado en el viejo cementerio de Lajas. Con la muerte de don Ricardo terminaron las tertulias, la plaza quedó solariega y los bancos vacíos. Aún hoy día mencionamos su nombre y recordamos tiempos idos que siguen presentes, nos duele que nunca supimos nada de su condición y trato para haber asistido y acompañarlo a esta última reunión.

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El aviso Corría la década del 1950, fueron años álgidos, la Guerra de Corea, la Gesta Nacionalista y el Plebiscito. La prensa y la radio difunden la noticia de que los niños Juan Ángel, Ramonita e Isidra Belén de Sabana Grande habían visto la imagen de la Virgen en un pozo localizado en el barrio Rincón de ese pueblo. La gente, al saber la noticia, comenzó las peregrinaciones a dicho lugar. Asistí con mi tía en varias ocasiones al sitio de la aparición, era una finca de caña, al llegar, lo primero que se nota es una escuelita rural con el nombre de Lola Rodríguez de Tió. Al entrar al lugar, vemos un sendero que conduce a un pequeño pozo que está localizado bajo de un mangó rodeado por tres colinas y/o montes. A la parte derecha del lugar, existía una vereda bordeada de mayas que conducía a la residencia de los niños en cuestión. En una visita de las varias que hice, nos apostamos a la parte de atrás de la escuelita, allí los niños comentaron que había llegado la Virgen. De forma instantánea, comenzó a formarse un remolino con la paja de caña. Se organizó una procesión que desfiló hasta el pozo. Ese día los niños manifestaron el anuncio de que la madona había de efectuar un milagro en una fecha definida. Es de esta forma que se comenzaron los preparativos para dicha ocasión. Seguiremos relatando...

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El Cerro Les voy hablar de otro lugar pintoresco de mi pueblo de Lajas. Es el Cerro. Este está localizado en la parte noreste, al final de la calle Victoria. El Cerro es un caserío de estructuras de maderas, que por muchos años estuvo en la categoría de arrabal. Muchos años más tarde, el gobierno lo designó como zona de mejoramiento y a la vez fue dotado de sistema de alcantarillado. En dicha zona, ubicó un tanque que le suplía agua al Pueblo de Lajas. Les voy a narrar y mencionar con sus nombres los vecinos que allí moraron por largos años. Así como también sus personajes. Antes de subir la loma, nos encontramos la vía del tren, la estación Pueblo y la pluma pública. A pesar de que la comunidad estaba compuesta mayormente de gente de escasos recursos o habitaban en el mismo lugar, personas de reconocimiento en la sociedad lajeña. Entre estos se encontraban don Bartolo Díaz, maestro, doña Antonia “Toñita” Irizarry maestra, don Ángel Juan Lugo, comerciante, don Israel Irizarry, juez de paz, doña Fidelina Irizarry, maestra, don Pedro Figueroa, farmacéutico, don Julio Milán, comerciante, Don Ricardo Irizarry, músico del conjunto Libertad, don Ramón Corazones, músico del conjunto Libertad, don José Nazario, locutor y amenizador, don Emilio Castillo, dependiente del puesto de leche de don Domingo Ramos y del negocio de don Ramón Martínez “Tinito”. Don Wilfredo Ramos, técnico del Registro Demográfico por toda la isla de Puerto Rico, don Ramón Acosta, pintor de brocha gorda, Filiberto Ramírez, policía estatal, don Cesáreo

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Pabón, comerciante, don Alfredo Ramírez, coime del casino del Mayagüez Hilton, don Sebastián Rodríguez, gallero, don César Valle, este distribuía el pan de la panadería Frank y doña Dolores Torres, comadrona. Hasta el momento les he mencionado las personas y vecinos que ostentaban alguna distinción cívica. Ahora voy hacer mención de forma general los nombres del vecindario para ese momento. Quiero recordarles que ya las figuras se van desvaneciendo al igual que los nombres. Lo más que uno recuerda son los motes o sobrenombres y no creo justo ni honorable referirse a ellos con estos y sí con sus nombres de pila; Adolfo Ortiz, José Toro, Ángel Juan Lugo, Nin Calder y Blanca Martínez; Teresa Morales, Israel Irizarry, Mercedes Díaz. Don Bartolo Díaz, doña Antonia Irizarry, César Valle, Flor y Bismar; Fidelina Irizarry, Tomasa Matei, Enrique Mercado, “El Cojo”, Arturo Pagán, Emilio Castillo, Sebastián Rodríguez, “Chano”, Gelo Irizarry, Celia Irizarry, Teófila y Herminio Toro José Nazario; Julio Milán, Pedro Figueroa, Juanita Montalvo y don Julio Irizarry; Amada Alvarado, Wilfredo Ramos, Lucila Alameda. Ramona Ramos, don José Cheo Rodríguez, don Domingo Pagán, doña Juana Ojeda, don Carlos Pagán y Celi; doña Antonia Montero, Ramón Corazones, doña Victoria Torres, Ricardo Irizarry, doña Gela y Margot; Grace Ronda, Román Pagán, Ramón Acosta, Manán Cintrón, y Cesáreo Pabón.

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El día de los fieles difuntos En otrora, el día de todos los santos y el día de los muertos eran días solemnes en la sociedad de entonces, si uno no podía asistir al cementerio, se hacían encendidos de velas en la casa y se hacían altares para significar estos. El campo santo se abarrotaba de familiares y dolientes que se dedican a limpiar las tumbas y a pintarlas, mayormente de color blanco. Don Aurelio Pagán Figueroa “Remedios” era el pintor más solicitado, mezclaba la cal blanca con agua y comenzaba con su menester. Las letras de las lápidas se pintaban mayormente de negro y de dorado. Se adornaban las tumbas con variedad de flores, algunos llevaban parrandas al difunto. Don Julio Martínez Cintrón y don Ramón Ortiz hacían trabajos relacionados, don Silvén Irizarry y don Serafín Morales cavaban algunas fosas. Por la noche, el cementerio se convertía en una inmensa luminaria, velas y velones por doquier, el espíritu del fuego fatuo se levantaba en eras y se pierden en lo infinito. La oscuridad existente hace del campo santo un espectáculo. La quebrada El Chorro bordea el recinto y los imponentes bambúes cual guirnaldas bailaban de lado a lado, y como inmenso abanico, desbordan el frío de la noche. Las melodías del coquí y el croar de los sapos hacen compañía en la soledad, varios rezadores se dispersan por el campo buscando quién solicite sus oficios. El Padre Antonio Pinto hace su agosto durante estos dos días, rezos y responsos. El tren de las once hace su aparición, interrumpe, y entonando su peculiar silbato, se aleja rumbo a la estación del pueblo. A la media noche queda desierto y las lumbres se manifiestan hasta ir muriendo.

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El entorno Cuando el entorno donde uno se crió y se desarrolló comienza a decaer, a deprimirse, incluso a desaparecer, uno corre por la misma vereda. Cada lugar, cada rincón, cada estructura, somos nosotros. El llamado “progreso”, mentes y actitudes insensibles son cómplices. Siempre en mis caminatas que hago por el pueblo y por el campo, me dedico a observar lo que estaba y ya no está. Cada observancia me deprime, se van desapareciendo y rompiendo las piezas, voy muriendo. Me siento en algún lugar y veo desfilar cantidad de sucesos, lugares y personajes que marcaron para siempre mi ser. El deterioro ha sepultado el entorno, las figuras se esfuman, las remembranzas de lo que aquí he expuesto nos transporta a la vieja vida, que en su momento fue el presente. Vienen a mi memoria lugares que ya no son: la vieja casona de don Nicolín Pérez, la hospedería de don Juan “Rufo” Ramírez, la tienda de don Francisco “Panchito” Lugo, la tienda de don Aurelio “Yeyo” Ortiz, la tienda de don Augusto Flores, la tienda de don Eugenio Morales, la tienda de don Bartolo Morales, la casa de don Juan Ortiz y doña Ana Noriega. La fonda de don Leoncio Pagán y doña Victoria Cruz, la logia Juan Ramírez Ortiz, el centro espiritista, la P.R.E.R.A (Puerto Rico Emergency Relief Administration), la casa de don Bartolo Gayá, la casa de don Domingo Delgado, la casa de don Dolores “Lolo” Monfort Medina y doña Josefa “Pepa” Pagán, la farmacia de don Monserrate Ortiz, la casa y tienda de don Ángel Pagán. La tienda de don Juan “Nito” Casiano, el cine Rairi, la Terraza Figueroa, la casa de don Arturo Dávila, la casa de don

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Salvador Ramírez, la Farmacia Figueroa, la casa de doña Isabel Figueroa, un domingo en la gallera de don Ramón Santiago, un viaje en el tren, la estadía en un corte de caña, el circo de los hermanos Marco, la terraza El Oasis de don Ramón “Tinito” Martínez y la dulcería de don Augusto Pérez. Por estos escenarios se desarrolló mi desenvolvimiento social que al momento se mantienen impresos en mi consciencia.

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El Hotel de don Juan “Rufo” Ramírez La casa de hospedaje estaba localizada en la carretera 101 (calle Unión) y de un camino propiedad de don Juan Ortiz, que con el paso del tiempo se asfaltó y se denominó calle Villa Anita en honor a doña Ana Noriega. La estructura contaba de 7 habitaciones, de las cuales algunas tenían servicio sanitario compartido, una amplia cocina, la nevera enfriaba por medio del uso de gas y un amplio balcón que daba hacia la carretera. Allí residía doña Blanca Ramírez, hija de don Juan, y doña Ramona, que hacía los servicios domésticos, entre ellos, el culinario para los que allí se hospedaban. Al frente del local estaba la cigarrería de don Felipe Flores y la residencia de don Augusto Flores, al lado Oeste, la residencia de don Joaquín Espinosa y doña María Ortiz, y en la parte Norte y/o trasera se guardaban los camiones de arrastre de doña Ana Noriega y las carretas cargadas de rabos de caña de don Juanití Ramírez, estaba también la residencia de doña Lidia Morales y de don Agustín Acosta. Al culminar la zafra, el solar quedaba desalojado para recibir allí el Circo de los Hermanos Marco. Ocupaban la hospedería, entre otros, los vendedores de la Isla y uno que otro doctor que el Gobierno asignaba a Lajas para rendir su servicio, viene a mi memoria las figuras del doctor García Quevedo y su esposa, don Juan “El Cojo” era el mandadero del lugar. Todas las tardes los comenzares se sentaban en el amplio balcón y todos formaban el diálogo. Don Juan poseía un perro de raza extranjera que se mantenía sentado su lado mientras se mecía en su sillón.

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Este relato es uno de los tantos que forjaron mi ser y forman parte de los mejores años vividos.

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El viajero solitario “El manto negro de la noche arropa los confines, los astros celestiales se manifiestan en su esplendor, las estrellas titilan como lumbreras en la oscuridad, los planetas con su brillantez hacen presencia en el concierto astral.” El día 9 de febrero de 1986, un grupo de amigos nos reunimos en la madrugada, la atalaya campestre sirve de vigía para observar en el infinito al viajero solitario que nos visita cada 75 años. Nos encontramos observando el fenómeno doña Aidé Ramírez, doña Tomasa Rivera, don Alfredo Velázquez González, don Ariel Ramírez, don Arquelio Torres Martínez y don Elvin Velázquez Cortés, quién se encargó de documentar el evento, tomando fotografías de este y de los allí presentes. La presencia más notable de este se efectuó en el año 1910, para ese año, el mismo se presentó de forma majestuosa en la oscuridad existente para ese tiempo. La ignorancia de la gente de la época los llevó a creer que era el fin del mundo, lo que llevó a muchos al suicidio. El cometa Halley fue descubierto por el astrónomo inglés Edmond Halley, y fue designado con su nombre en el año 1758, es el cometa mejor documentado por las referencias que existen sobre el por cronistas chinos, babilónicos y europeos medievales del año 1066. Es observado por primera vez en el año 239 a.C. Es el primer cometa observado y estudiado en detalle por naves espaciales durante la aparición de 1986, y el primero en ser reconocido como periódico (de tiempo en tiempo) en el año 1705. ≈≈≈≈≈ Edmond Halley no pudo observar el retorno del cometa, ya que fallece en el 1742, 16 años antes de su próxima visita.

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Eleuterio Alvarado Morales “Lilo” En una mañana apacible del mes de mayo de 2002, era el mes de las madres, de las flores y de la radio. Desde temprano se corrió la voz de que Lilo había fallecido. De ser así, ya no se vería más aquella figura de baja estatura, de escasa melena y de voz chillona dirigiendo el tránsito, vendiendo números, haciendo mandaos y gritando nombres y situaciones. Por la noche, la sociedad de todas las posiciones acudió a la funeraria Nazario ante la ida del humilde y valioso ciudadano. Se enmudeció una típica voz del Lajas que se fue. Amigos y familiares compartimos en el velatorio, recuerdos y experiencias vividas por Lilo. “Lilo Presley”, como fue bautizado por sus amigos, laboró por muchos años como estibador de carga para los señores Francisco Santiago Suárez y Agustín Báez. A las 4 de la tarde del día 25 de mayo, partió la comitiva, dando un recorrido hacia el sector Ancones, donde se crió Lilo. Luego subió por la calle Victoria, de regreso a la calle Amistad, y por último, a la calle José Toro Basora. Una gran concurrencia acompañó a Lilo hasta su última morada. Ya en el cementerio, se dirigieron a los asistentes los señores Sigfredo Rivera, Marco Antonio Ortiz “Curiro” el señor Alcalde Marcos Irizarry Pagán, José Radamés Rivera “Ramito”, Edgardo Irizarry (asambleísta) y Modesto Lugo (cuñado) para dar el último adiós al “bohemio elegante”. Como bien lo descifró el señor Sigfredo Rivera “Exaltando la humildad y el carácter de servicio que adornó a Lilo por vida.” El señor Sigfredo Rivera invitó a los amigos de Lilo: Juan, Mateo, Ismael y Juan, a rodear el ataúd.

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En dos ocasiones, los aplausos solicitados sellaron la admiración que los presentes sentían hacia Lilo y acentuaron el dolor colectivo de su pueblo. Ya frente a la tumba, el Pastor Manfredo Rodríguez se dirigió a los presentes con un mensaje espiritual que aliviaría el dolor, además de expresar las palabras de que la gente no quería a Lilo y si, Lilo quería a la gente. La tarde caía y el pueblo, poco a poco, se va retirando. Allí quedó el amigo, el pregonero, el mensajero.

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Estampas de Lajas Sentado en una acera de mi pueblo, hago un recuento visual por las diferentes calles que están a mi alcance. La mente empieza a discurrir y el tiempo de ayer se convirtió en hoy. Doña Petrona Toro Muñoz “Tona”, con su hijo Marcos en ancas y el lío de ropa en su cabeza, recogiendo en diferentes residencias para ir a lavar. Doña Salomé Frangie, mamá de Yamil Galip, vendiendo prendas por los salones de la escuela Luis Muñoz Rivera. El maestro Escalona, esposo de doña Josefina Irizarry, visitando todos los salones de clase en la escuela Luis Muñoz Rivera con su palillo de dientes Doña Lupe González sentada en el balcón de su residencia y el hermoso limonero que engalanaba la misma. Don Carlos Suárez haciendo yuntas de cuero para la venta. Don Gustavo Suárez afilando cuchillos y machetes y arreglando sombrillas y paraguas. Don Leoncio Pagán, Julio Olán, Manuel Olán “Mino”, Epifanio Tenorio y Eligio Vélez fabricando cajas de madera para difuntos. Don Eligio Vélez, su barbería y alquiler de bicicletas. Don Francisco Santiago “Pancho Cabezón” vendiendo fuerza, toalla y mondongo en un latón. Pascual Seda “El Bobo”, aguantando los postes para que no cayeran. Juanito “El Cojo” haciendo mandados en casa de don Juan “Rufo” Ramírez. Don Juan Basora recogiendo friegue para la crianza de cerdos que poseía. Don Julio Alameda con su batea para vender dulces en la Hacienda Amistad.

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Don Felipe Ortiz, “El Tuerto”, vendiendo empanadillas y pasteles en el tren. Don Juan Matos y don Pompilio Morales repartiendo pan por las mañanas. Doña Inés Blanco en su peregrinar desde París para la misa de por la mañana. La Negra Lula en su bicicleta hacia la Escuela Presbiteriana desde Palmarejo. Don Esteban Quiñones vendiendo verduras en su carretilla. Don Alejandro Pagán con sus bolas de millo, ajonjolí y orchata. Las peleas de doña Berta Escobar cuando una bola de pelota caía en su propiedad desde la Escuela Luis Muñoz Rivera. Don Juan Alvarado “Moroño” y sus borracheras en las cunetas de desagüe. Don Digno Ayala “Cilindro’ conduciendo el cilindro compactador. Don Nicio Laboy y su carrito de helados por las calles del Pueblo. Don Sandalio Pagán y su carreta de bueyes distribuyendo mercancía por los comercios del pueblo seguido por su cabro Pepe. Pacheco y sus malabares con su bastón. Moncho “El Loco” recortándose, él mismo, el pelo con una navaja en la barbería de Áureo Morales. Néstor Camacho “Antonino” y Raúl Seda, los plomeros del Pueblo. Juan Alameda y Tomás Mercado, los electricistas del Pueblo. Don Bienvenido Delgado, “Don Güin”, y su quincalla frente la tienda de don Domingo Delgado. Los puestos de leche de don Domingo Ramos y Enrique Irizarry.

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Las fondas de Rancho y Elisa Torres, Eulogia Basora, Leoncio Pagán y Victoria Cruz. Don José Vilanova “Cheo Macetero” y su ritual viaje a Palmarejo, ida y vuelta descalzo. Don Joseito Basora (papá de don Juan Basora) vestido de traje blanco y descalzo. Emilia Alvarado y sus donas. Seguiremos Pensando…

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La agencia hípica Para la década de los años 60, don Enrique Ramírez Irizarry establece en la calle 65 de Infantería la agencia hípica número 82, esta era administrada por don Arturo Lugo Cancel. Al fondo del local, don Enrique tenía su oficina y un pequeño taller de reparación de radios, donde don Arturo Lugo laboraba de cuando en vez como técnico. En la parte superior de la entrada, un rótulo neón suponiendo un jinete o “jockey” al galope, el mismo era atractivo y vistoso y ofrecía lucidez a la calle principal. La agencia se convirtió en un lugar de asistencia obligatoria y de tertulia continua. Recuerdo al doctor Roché de San Germán, don Efraín Mercado y sus escupitinas en el piso, situación que enfurecía a don Arturo, al ex-alcalde de Cabo Rojo Piro Frankie Acosta, Eric Pagán, don Miguel Rivera, don Hermenegildo Rivera “don Bolito”. Don Alfredo Velázquez padre, don Juan Enrique, don Lorenzo Rodríguez, don Efraín Ramírez y sus quisquillas, don Efraín Irizarry, don Adolfo Rodríguez, Harlin Feliú, don Herman Laboy, don Salvador Luchettti Torres, don Rafael Pancorbo Ortiz, don Pedro Pardo Lugo, doña Miriam Ortiz Pagán, Carlos Suárez y otros tantos que se escapan en el tiempo. Muchos de los personajes ya han fallecido, la nostalgia es profunda. En cierto año electoral, el Partido Independentista perdió su franquicia, don Rubén Berríos Martínez llega a Lajas y sostuvo una larga conversación con don Enrique en la oficina del local. La semana siguiente se allegó hasta la agencia don Carlos Gallizá Bisbal, para desde allí continuar la inscripción del partido.

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Lamentablemente, una mañana del 10 de junio de 1976, don Enrique es impactado por un vehículo mientras hacía su corrida rutinaria por la carretera 116, que conduce hacia la Parguera. El grito de la ambulancia anunciaba la urgencia, pero ya estaba marcada la ficha, Enriquito era difunto. Don Arturo siguió con la agencia por algún tiempo, luego se vende la franquicia, es de esta forma como desaparece el lugar obligado de reunión, de bullicio y de comparsa… La agencia hípica número 82 de don Enrique Ramírez.

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La cigarrería de don Felipe En la calle Unión, y frente al hotelillo, propiedad de don Juan “Rufo” Ramírez, existió una pequeña estructura de madera que albergaba la cigarrería de don Felipe Flores. Tenía dos puertas frontales y una lateral, en la parte trasera se levantaba un hermoso árbol de higüera, en donde colgaba un columpio, y al lado de este, la letrina. El interior de esta estaba dividido por un mostrador, otros útiles lo componían hojas de tabaco, tabaco en rapé, una prensa, pega, la chaveta y cintillos de papel para enrolar los mismos. Sentados detrás del mostrador, don Felipe junto a sus empleados, comienzan la tarea del día. Era casual que estos se vieran conversando entre sí, ya que se mantenían concentrados en su labor, en ocasiones se ponían a intercambiar temas de la ocasión o del diario vivir. A veces entonaban estrofas de música típica o alguno que otro bolero de la época. Don Felipe era una persona de estatura normal, de hablar pausado, y un bigote patriótico vestido de blanco. La cigarrería estuvo ubicada primeramente en la calle Abajo, al lado de la residencia de sus hermanas Amelia y Benigna Flores. Mi primo y yo visitábamos a don Felipe Flores todas las tardes en la cigarrería, así fue que los empleados del lugar decidieron enseñarnos como era el proceso de hacer un cigarro, y de cuando en vez nos entreteníamos haciendo el producto. Fue una experiencia bonita, que de cuando en vez rememoramos.

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La Línea Lajeña La transportación por medio del ferrocarril va languideciendo, el carro público hace su aparición y este acelera la desaparición de la transportación colectiva del caballo de acero, este cruza las llanuras del Valle de Lajas por última vez en el año del 1953. Los silbatos lastimeros se escuchaban a la distancia y se iban acercando hasta llegar a la estación del pueblo, ubicada al comienzo de la calle Amistad, al lado del sector El Cerro. Recuerdo que el vagón de carga del correo venía repleto de televisores. Es para esa época que un grupo de conductores se reúnen y fundan la Línea Lajeña: Guillermo Irizarry, Antonio Rodríguez, José Toro y Ramón Sambrana fueron los pioneros, luego, Marcos Pagán, Pedro Cruz “Cale” Vidal Cruz, Jesús Rivera, Francisco Cancel “Papi” y Crescencio Martínez se unen al grupo de servidores. El viaje hasta San Juan tenía un costo de $2.50, la ruta mayormente utilizada era la carretera #2, de cuando en vez, alguno decidía viajar por la carretera #1, pasando por el pueblo de Salinas, cruzando las cuestas de la Piquiña, cerca de las Tetas de Cayey. En Arecibo existía un negocio de nombre El Gran Café, que era parada obligada de todos los conductores, allí se descansaba un rato y se desayunaba. El viaje era largo y aburrido, solo algún viajero parlanchín rompía la monotonía y lograba establecer alguna comunicación, que hacía más llevadero el trayecto. Al paso del tiempo, la línea fue perdiendo vigencia, por los costos onerosos del viaje y que la presencia del vehículo

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privado ha suplantado el uso de esta en la importancia y necesidad que en otrora representó para la comunidad. Seguiremos hablando… ≈≈≈≈≈ Esta crónica es dedicada al amigo Julio Morales Ronda, último secretario de la Línea Lajeña, cuando esta estaba ubicada en la acera de la calle Victoria, al lado de la Iglesia Católica.

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La luz de tránsito Para la década del 1950, las autoridades concernidas dotaron a Lajas de su primer semáforo de control vehicular. Este estuvo enclavado en la calle principal del pueblo, que para ese entonces estaba denominada con el nombre “Lealtad” desde la fundación del pueblo. Las señales de la misma funcionaban solo a tres direcciones, las dos de la calle principal y hacia la calle Unión, que conduce hacia el barrio Palmarejo. Hacia la dirección Este no existía calle y sí el almacén de madera de don Antonio “Toñito” Rivera. El artefacto fue de poca duración, ya que este sufría los embates constantes de la abultada carga que conducían los camiones de varios pueblos aledaños que utilizaban la ruta de Lajas hacia la central Guánica. Esta situación obligó a las autoridades de la policía a medir el exceso de carga de los transportes de caña. Esta medida se llevaba a efecto en donde estaba localizada la guardabarrera, o paso de nivel del ferrocarril, que estaba localizada cerca de la residencia de doña Berta Alvarado y don Juan Escobar a la salida del pueblo hacia la Parguera. Hoy día, en la antigua propiedad, radica el comedor de la escuela Luis Muñoz Rivera. Uno de los policías que se dedicó a esta labor fue un oficial de apellido Belén. La situación creó gran malestar entre los acarreadores de caña. La luz fue removida y ya no fue más, lo demás es historia. La luz de tránsito fue una novedad y algo raro para nosotros, que para aquel entonces éramos adolescentes.

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La muerte de Felo Es el año del 1940 y caía la tarde, en el camino hacia Piedras Blancas, cerca del árbol de tamarindo y de la pluma pública en la propiedad de don Augusto Flores, se levantaba el circo de Ballito Vargas. Cerca de allí se encuentran los señores Luis Morales Morales, Rafael “Felo” Cruz y el policía de apellido Rafol. Se cuenta que hubo un altercado entre Felo y el gendarme Rafol y que luego de este, Felo comenzó a correr, el oficial desenvainó su arma de reglamento y disparó varias veces contra el susodicho, alcanzándole y cayendo herido. Don Luis, que se encontraba cerca de la escena, pudo apreciar todo lo sucedido. Don Felo ya hacía en un charco de sangre y en el remazo de esta, la gorra del policía. Don Julio Olán, quien era vecino cercano del lugar, se allegó hasta donde cayó el cuerpo y confirma que este está muerto. Don Julio Olán era cuñado de Felo, pues estaba casado con su hermana doña Teresa “Teté” Cruz. La comunidad se consterna y ante la desgracia cuentan los vecinos y amigos que el policía tenía una persecución contra don Felo hacía bastante tiempo, todo esto porque don Felo vendía bolita. El oficial mostraba siempre cierto interés en apresar a don Felo, pero este era hábil y escurridizo, lo que impedía lograr su propósito. Don Felo y otros tantos eran ayudados por la vecindad, la bolita y la Múcara se habían convertido ya en parte de nuestra cultura y ante los tiempos difíciles y de escasez se hacía lo indecible para poder subsistir. Felo fue víctima de la incomprensión, ruta que designaba o imponía el momento. Una rendija de duda e incertidumbre quedó en el tiempo.

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La O.D.A.L. La Organización Deportiva Atlética Lajeña, O.D.A.L., Inc., se funda en el mes de enero de 1986 en el negocio de don Luis “Chiquin” Morales, hoy panadería Mercados, como una organización sin fines de lucro con el número 9523 en el Departamento de Estado de P.R. Esta se incorpora el 19 diciembre de 1977. Estuvieron presentes; Freddy Vargas Sanabria, Marcos Arturo Irizarry Pagán “Turin”, Alfredo Velázquez González, Arquelio Torres Martínez, Walter Rodríguez, Arnaldo Irizarry y Ricardo Rodríguez Irizarry. Esta se dio a la tarea de promover el deporte en Lajas. Se organizó el torneo de baloncesto 90 Aniversario y se unieron los primeros equipos. Estaban Las Águilas de Palmarejo y su dirigente Pedro Pardo Lugo, Los Atléticos del Valle con Francis Lluch, Los Astros del Caserío y sus dirigentes Enrique Castillo y/o Teudy Basora y Los Doc. del Pueblo con Freddy Vargas. Con el paso de los años, este se convirtió, para la década de los 70, en la mayor atracción competitiva celebrada en Lajas. En la vieja cancha del parque de pelota José “Joe” Basora, el pueblo se desbordaba todas las noches para ver la competencia. Todo era algarabía y reunión familiar. La Federación de Árbitros de San Germán sirvieron de oficiales en la contienda. Otros que sirvieron en ocasiones fueron Armandito Torres Ortiz y “Kobo” Santa Rosa, de Mayagüez. Otras actividades organizadas por la O.D.A.L., lo fueron; el Mini Piña Basket, cuyo propósito era desarrollar jóvenes que pasarían luego al torneo grande. Luego se adquirió una

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franquicia para el torneo primera categoría. Allí estuvimos varios años. Organizó competencias ciclistas en conjunto a la Federación de Ciclismo de P.R. Se hizo cargo de organizar lo que se llamó el Fuego Panamericano, ya que la antorcha pernoctaría en la Plaza del Pueblo de Lajas. En el año 1983 se organiza el maratón Enrique Ramírez Irizarry, a la distancia de 42 kilómetros, por cinco años el mejor organizado de P.R., por parte del Comité de Fondismo de Puerto Rico. Participaron por 5 años como jueces en el Festival de Chiringas y Tigüeros, celebrado en el barrio Candelaria de Lajas, por la Agrupación de los Chiringueros. Se organizó la competencia tres pa’ tres de Baloncesto. Esto fue efectuado como un evento donde hubo participación de todos los barrios. Miembros de la O.D.A.L. fueron; Freddy Vargas Sanabria, Manuel Olán, Arquelio Torres Martínez, Ricardo Rodríguez Irizarry, Alfredo Velázquez González, Ariel Ramírez Ortiz, Marcos Arturo Irizarry Pagán “Turin”, Thomas Báez, Eric Báez, Walter Rodríguez Irizarry, Domingo Castillo, Juan Lucena, José Tereso Morales, Jorge Ortiz Naveira, y José Luis Torres Vázquez.

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La promesa de doña Petra Los tres santos Reyes llegan a este altar Los tres santos Reyes llegan a este altar Porque esta promesa le dedicarán Porque esta promesa le dedicarán. Es un día de Reyes, en el lugar, la casa está lista, en la sala, don Raúl Rodríguez “El Negrito” levanta un altar a los santos Reyes. El día es atareado, el patio de la casa se convierte en un inmenso fogón, se preparan allí, utilizando leña, latones de pasteles, morcilla, arroz con dulce y almojábanas. Por la tarde, ya la cocina está repleta de bandejas conteniendo ricos manjares que se repartirán en el transcurso de la promesa. Llegó la noche y la residencia de doña Petra Pagán está repleta de gente, llega don Leopoldo Acosta con el tambor y su grupo, don Ángel Rivera “Salchichón”, uno de los cinco versadores. Se procede al acto religioso frente al altar, luego de terminado, don Raúl Rodríguez se sienta al lado del arreglo, y en un plato esparrama cien granos de maíz, con el propósito de ir contando los aguinaldos según se vayan interpretando. Una caja de ron Palo Viejo blanco se coloca a los pies de los parranderos. Los cánticos se llevarán a cabo de cinco en cinco, según los versadores presentes y/o a cualquier persona que quisiera manifestarse, el público todo hace el coro. En la madrugada se hace un receso y se comienza a repartir los diferentes platos típicos. La promesa de Reyes de doña Petra “Paguín” como se le conocía, era una bien reconocida en la región, de allí, que se dieran cita personas de otros pueblos y lugares.

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Comienza la última parte de esta, ya algunas personas se ven desgarbadas. Angelito Benítez “Mortadella”, seguido por el tambor de don Leopoldo Acosta, da rienda suelta a los últimos versos. A eso de las seis a.m., la gente comienza a despedirse, la promesa ha terminado. El dios Baco ha hecho estragos sobre ellos, pero aún así se hacen cita para el próximo año. Los primeros rayos del sol despuntan, la magia se hace ver y tres figuras galopan al horizonte.

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La Pumona En la finca de don Rafael Muñoz, en un terreno rodeado de caña de azúcar, y que era parte de la hacienda San Rafael, existió una bomba de extracción de agua para regadío dentro de una estructura construida de madera y zinc, por una parte lateral de la construcción sobresalía un tubo de ocho a diez pulgadas de diámetro, por donde brotaba un caudal de agua limpia y clara. Cerca de la bomba, se levantaba una casa de dos aguas fabricada de los materiales antes mencionados y un sótano. Allí vivieron para ese entonces doña Providencia Ortiz, don Juan Mercado, Luz Mercado Ortiz, Epifanio Tenorio, Juana Tenorio y Elizabeth Segarra. Un angosto camino bordeaba el lugar que conduce a la hacienda Amistad y el sector Piedras Blancas desde donde vecinos acudían al lugar para bañarse y llevar agua para otros menesteres. Los residentes de la Estación Campo también iban al local con los mismos propósitos y necesidades. La Pumona era lugar de encuentro, muchachos de diferentes lugares nos dábamos cita para allegarnos a la bomba y pasar un día agradable, voy a hacer mención de ellos, algunos ya no están: Aurelio Rodríguez, Aurelio Pagán, Osvaldo Pagán, José Luis Flores, Santos Felipe Flores, Ramón Ortiz, Alfredo Velázquez, Miguel Flores, Pedro Pascual Morales, Morgan Torres, René Morales, Freddy Ortiz, Eric Ortiz, Ferninand Ortiz, Luis Ángel Pagán, Juan Medina, Julio Rodríguez y José Morales. Todos los antes mencionados fueron mis amigos de infancia, con ellos corrí, con ellos jugué, con ellos pasé los mejores días...

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≈≈≈≈≈ Un invite a la Pumona era algo especial a nosotros de pensar adolescente, a nuestra edad veíamos escenas fastuosas y lo insignificante, grande. Toda esta visión de nuestra vivencia nos transporta en el espacio a mejores experiencias. Hoy la pena embarga, un breve recorrido por estos lugares en su estado actual sacuden el espíritu y afligen el alma. Exhorto a la juventud a que estudie y conozca la historia de su Lajas, no tiene que ser una asignatura escolar y sí una obligación auto-impuesta como legado a generaciones por venir.

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La Semana Santa Un oreo constante se desparrama en el ambiente, el calor y la sequía se hacen cómplices. Es tiempo de chulas y volantines, los vientos cálidos anuncian la Cuaresma, víspera de la Semana Santa, llega el miércoles de las marcas de cruz en la frente y el domingo de ramas de palma, que anuncian la llegada de Jesús a la ciudad de Jerusalén. La Semana Santa en mis tiempos era ocasión de solemnidad. Antes de la semana mayor, como se llamaba antes, las amas de casa hacían todos los quehaceres del hogar con el fin de no tener que realizar labor alguna la semana posterior, de allí el nombre de Semana Santa. La música que se escuchaba en la radio era clásica, la emisora WTIL de Mayagüez transmitía películas narradas por el Sr. don Gilbert Mamery, las películas en el cine Rairi eran de temas religiosos, las campanas de la Iglesia se manifestaban llamando a los fieles a las actividades religiosas, las damas cubrían sus cabezas con mantillas. Los vecinos y muchachos del barrio hacían un muñeco que rellenaban con las pajas de caña seca y le llamaban Judas, este podía ser quemado, arrastrado y/o colgado, esta actividad se lograría el viernes. El Viernes Santo sería el día de la gran procesión a las 5:00 p.m., no se tocaban las campanas, y sí la traca, que era un instrumento de madera con mango y se le daba vueltas, produciendo un ruido especial, para atraer o llamar la atención de los concurrentes. La Academia San Luis hacía una presentación en vivo del vía crusis por las calles como parte de la procesión. El primero que hizo de Cristo fue don Benito Camacho Torres.

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A la media noche se hacía otra procesión denominada El Encuentro, las efigies de María y Jesús salían en rutas diferentes del pueblo y se encontraban frente a la tienda de don Jorge Ortiz, localizada en la calle Lealtad. La procesión de entonces era bien concurrida, don Raúl Rodríguez “El Negrito” era el que organizaba todo lo referente y su voz en los cánticos era inconfundible. El tiempo ha transcurrido, la tradición ya no es, hoy apenas se celebra la Semana Santa, lo demás es bullicio, ruido, escándalo y falta de respeto, el sentido se ha perdido. ¡Ay madre melancolía, que ya no somos nosotros!

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“La vida del centro de mi pueblo” Serían la 7 p.m., la mesa estaba lista para la competencia. A la 7:30 p.m. comienzan a llegar los competidores. El radio grande esta sintonizado en los acontecimientos que están ocurriendo en la guerra de Corea. Los primeros en llegar son Pepe Toro y Chanes Vargas. Al rato llegan don Enrique Figueroa con la caja de dominó y sus famosas arandelas, que servían de o hacían las veces de monedas de intercambio. Luego llegan Nicolín Pérez e Israel Irizarry, el juez de paz. Comienza la jugada. Algunos jóvenes hacen ruedo, pero don Enrique le llama la atención y estos se dispersan. La noche cobra vida, a lo lejos el timbre del teatro Rairi, hace su llamado. Las parejas invaden la calle Concordia con sus paseos tradicionales. En la esquina, don Eladio Vélez “Pelayo” vende piraguas y chinas, la gente observa como con su estilo peculiar monda la china. Todo es bullicio, las golondrinas descansan en el tendido eléctrico. La Diligencia de don César Feliú, es otro lugar de reunión y vida social. Al frente de la tienda La Candelaria de Mariano Martínez, se coloca Teyo Rodríguez, personaje pintoresco que coloca una mesa donde despliega diversos productos culinarios, entre ellos, un latón de pasteles, lechón asado, que atiende Eleuterio Rodríguez, y de cuando en vez, Luis Rodríguez “Mr. Cobre”. Edilberto Rodríguez “Truco” se desplaza por las calles canasto en mano vendiendo empanadillas. En la plaza algunas personas están sentadas, las parejas se pasan dando vueltas alrededor del árbol central. El Oasis de Tinito, localizado en la calle Lealtad, esq. Concordia, cerca de la Terraza Figueroa, desplega también su ac-

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tividad social. La gente comienza a entrar al negocio de don Enrique, unos llaman a Baldín pidiéndole horchata o sándwich y otros a Blanco pidiéndole limber. En una esquina hay una mesa solariega. Sobre de ella, una caneca de ron y sentado otro personaje, es don Julio Milán, reconocido comerciante del Pueblo. Mientras tanto, Ramón Martínez “Tinito”, Alice Dávila y Edna Toméi, luego de mantener un corto dialogo con don Julio Alameda, el dulcero, hacen su entrada al cine. La película es mexicana, y cae el telón…

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Los Berros Los sapos interrumpen la sinfonía del coquí, las mayas suponen la empalizada, sobre estas, el cundiamor se esparrama, el moriviví se reposa a la vera y la pingamoza sigilosa se abraza al alambre de púas. La quebrada de los berros es una afluente que desde la parte norte pasa bajo el puente que existe al lado de don Alfredo Flores, el herrero, pasando luego cerca de don Nicolás Mercado, por terrenos de Nicolín Pérez y Florencio Seda, y luego, sobre el camino que conduce al sector Piedras Blancas hasta descargar a la quebrada El Chorro. Los Berros se utilizaban para condimentar la comida y se producían en cantidades a la orilla de esta que quedaba a la propiedad de don Florencio Seda, cruzando el camino, frente la propiedad de doña Andrea Pagán, don Aurelio Pagán, don Juan Pagán, don Bartolo Pagán “don Toyo” y don Gabriel Lugo “Belito”. Por muchos años fue tributario de la quebrada grande y las crecientes en tiempos de lluvia eran respetadas. Por largo tiempo, los muchachos de la época disfrutaban de esta en diferentes formas. Ya para a mediados de los años sesenta, la quebrada dejó de fluir agua sobre el camino principal. Para los años noventa, el Gobierno Municipal de la época canalizó la misma. El agua ya no fluye como en otrora, no parece que por allí discurriese un cuerpo de agua. Las condiciones adversas cegaron la misma, lo que condujeron a cambiarle el nombre por la Quebrada Seca.

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Los Carreteros Para el periodo de 1939-40, don Manuel Rodríguez Segarra ” don Neco”, establece en el sector Piedras Blancas, en terrenos de su propiedad una grúa de acero y de dos mástiles y un malacate tirado por una bestia. Este daba servicio a pequeños cañicultores del área. Los primeros carreteros de servicio que este utilizó en esta tarea ardua y sacrificada fueron don Daniel Lugo, don Juan Lugo y Portal Lugo. Le siguieron don Antonio Medina, Felipe Cruz, don Santos Nazario Martínez, padre e hijo, Adolfo Espinosa, Saturno Ojeda, Ramiro Blanco y Santos Feliciano. Los romaneros, o los que pesaban la caña, fueron; el primero don Desiderio Morales “Tito” y Ramón Morales Rodríguez “Moncho”. En estos mismos predios de la grúa, existió una tienda de comestibles atendida y administrada por don Higinio Ojeda del barrio La Plata. Los pequeños agricultores a los que don Manuel les ofrecía servicios se nombran de la siguiente forma: don Florencio Seda, don José Ortiz, don Ernesto Pardo, doña María Luisa Rodríguez Basora, don Manuel Rodríguez, don Augusto Flores, don Juan Morales, don Carlos Segarra y don Heber Ortiz. Los camiones cariocos de doña Ana Noriega eran los que más embalaban la caña hacia la central Guánica y/o Rufina. De cuando en vez, don Rafael Ortiz “Cócora” también cargaba la caña de don Heber Ortiz a los mismos destinos. Era común ver cuando uno de estos se volcaban en el camino. Don Nicolín Pérez poseía una yunta de bueyes de la raza

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Cebú, que se utilizaban para enderezar los mismos, pues estos eran grandes y fuertes. Recuerdo que había que quitar las verjas o empalizadas para que estos pudieran pasar a realizar su trabajo. Don Nicolás Bermont Ramírez era el carretero o persona de confianza de don Nicolín Pérez para disponer de esta cuando fuera necesario. Para ese entonces era común ponerles nombre a los animales que rodeaban a uno, y estos no fueron la excepción. Luna y Tesoro son parte de nuestra historia. Don Manuel Rodríguez poseía una cuarta, que carreteaba don Adolfo Espinosa. Estos eran Jardín y Flores. Seguiremos Hablando…

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Los limpia botas La situación precaria económica y de sustento de los tiempos aquí reflejados obligaba a buscarse la subsistencia de diferentes formas y maneras. Para el tiempo para el que hago referencia, existían en mi pueblo una clase humilde pero laboriosa que rindieron honor a su oficio, me refiero a los limpia botas. Cada cual con su astucia, y cargando con su caja con los diferentes ingredientes y aperos necesarios para llevar a cabo su labor, se desplegaban a diferentes lugares: betún negro y marrón, paños para el lustre, cepillos, el grande para limpiar el sucio del zapato y/o bota y los finos para aplicar el griffin o el anilina del color predilecto a los zapatos del cliente. Para la época referida, se utilizaba mucho el zapato blanco y negro de marca Cordoban con orificios en la punta del calzado, lo que hacía obligatorio el tener las tonalidades antes mencionadas para hacer del lustre uno delicado. El costo del brillo era de cinco a diez centavos, y quince el blanco y negro. Los lugares de mayor actividad para estos fueron: la acera de don Ramón Martínez “Tinito”, la plaza pública o de recreo Juan Ramírez Ortiz, la esquina donde ubicaba el negocio de don Ángel Pagán y parada de los carros públicos que conducía hacia el barrio Palmarejo. Algunos nombres que me vienen al recuerdo son: Santiago “Chago” Flores Torres, Pedro “Millito” Castillo Morales, Julio Rodríguez Suárez, Emilio “Yito” Castillo Morales, Enrique Castillo Morales, Julio “Lulo” Rodríguez Morales, Jaime Morales Ronda, Julio Morales Ronda, Edison Andrade Figueroa, Salvador Luchetti Torres, Santos Marín Pagán, Fre-

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ddy Cruz, Luis Figueroa Montero, Ramón Figueroa Montero, Efraín Ramos, Julio César “Diplo” Andrade, Nicolás “Colacho” Flores Torres, Ángel Flores Torres, Bernardo Andrade, Samuel “Chamorro” Nazario, Darío Irizarry, Gonzalo Santiago, Edwin Morales, Manfred Morales y Felipe Morales. Estos jóvenes de entonces cruzaron por caminos tortuosos y difíciles, pero el respeto, la educación y el castigo a tiempo se impusieron, logrando hacer de estos hombres de bien, padres y abuelos que aportaron lo mejor de ellos a la sociedad. Todo esto prueba y demuestra que la pobreza y la necesidad no son el motor de la delincuencia.

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Mi abuelo Es un día cualquiera, voy hasta la campiña lajeña, rebusco con los ojos el lugar que he de elegir, el cuerpo cansado. Cerca de la vereda, pude observar un frondoso árbol de jagüey, lo observo, me acerco y allí me recuesto, y mirando en la lontananza, la mente se pone a divagar. Lo primero que se manifiesta es la figura de mi abuelo, don Ramón Morales Luciano. Soy el mayor de sus nietos, y pude disfrutarlo en todas sus capacidades. Don Ramón era de estatura normal, pecoso, pelo blanco, de hablar grueso y mano fuerte. Tenía dos lugares favoritos donde reposar, el primero era un sillón de espaldar alto y tallado en la sala de su casa, y el segundo, debajo de algún árbol de quenepo de los que existían en el lugar. Me sentaba a su lado y comenzaba a preguntarle sobre diferentes inquietudes en el transcurso de su vida. Le pregunto sobre sus padres, él me ilustra, y me dice: “Mi padre se llamó don Vicente Luciano, y mi madre, doña Margarita Morales, ambos de Candelaria. Me sobrevivieron tres hermanos: Dolores ‘Lola’ Morales, José Morales y Monserrate Morales. Vicente y Ramona fallecieron a temprana edad.” Don Alfredo Velázquez Luciano, el hijo mayor de don Ramón, es producto de una relación prematrimonial con doña Isabel Medina Velázquez. Don Ramón contrae nupcias con doña Juanita Rodríguez, de la cual procrearon cuatro hijos, de nombre Ramón Morales Rodríguez, Salvador Morales Rodríguez, Monserrate Morales Rodríguez y Luis Morales Rodríguez. Dolores “Lola” Morales casó con don Pedro Rodríguez,

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procreando seis hijos, de nombre Antonia, Belén, Malén, Guillermo, Juana y Ramón. José nunca se casó y no dejó prole. Monserrate Morales casó con don Manuel “Neco” Morales Morales, procreando varios hijos, de nombre Lidia, Pascual, Luis, Juan Esteban, Leonor, Sifredo y Carmen. Don Ramón nos enseñó que los hijos de sus hermanas eran nuestros primos. Le pregunté sobre el tamaño del camino, y él me contestó que el mismo era bien ancho, pero los vecinos hacían las empalizadas con mayas. Al nacer el hijo, estos sacaban la vieja y dejaban el renuevo, achicando de esta forma el tamaño de este. Don Ramón nunca fue a la escuela, pero estaba dotado de la sabiduría del jíbaro o campesino. Este siempre fue un obrero agrícola, en especial, machetero en la hacienda cañícola de la Amistad, que para la época administraba don Pedro Pascual Vivoni. Don Ramón vivía inmerso en la tradición campesina, el cántico del gallo era su despertador, contaba las lunas para determinar el tiempo transcurrido. Los sábados sacaba su machete, lo encajaba en su amolador rústico, que estaba montado en uno de los árboles existentes y comenzaba a sacarle filo al instrumento. Luego de asearse, todas las tardes bajaba hasta la Calle Abajo, y frente a la casa de don Lolo Montfort, varios mayores montaban la tertulia. Me contó sobre huracanes, el cometa Halley del 1910, epidemias y el terremoto de 1918, sus narraciones hacían que uno viajara o se trasladara a los mismos. Para el año de 1954, el abuelo fue diagnosticado con cáncer labial por el doctor Tejada. Se hicieron todos los trámites necesarios y se llevó a operar al Hospital Oncológico de San Juan Isaac González Martínez, esta primera vez ganamos la batalla. Para el año de 1959, el mal vuelve a atacar, esta vez en

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la garganta, no podía tragar, la lucha para su bienestar fue intensa. Para ese verano me fui para San Juan, partí a sabiendas de lo que iba a suceder, le estaba huyendo a la realidad. Ese mismo verano de 1959, Papá cerró sus ojos en el sueño profundo, yo no quería estar presente en ese momento, se marchaba el único abuelo que disfruté.

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La Nana Duérmete mi Júnior Duerme por favor Mira que ya es tarde Duerme... No le tengas miedo al cuco infernal Mira que ya es tarde Duerme... Duerme con los ángeles de cielo, bebé Mira que ya es tarde Duerme... ≈≈≈≈≈ (Nana con la que dormían a Alfredo)

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Remembranzas - Recuerdos A través del paso del tiempo, según nos vamos desarrollando en nuestro espacio social, nos relacionamos con diferentes personas que se convierten en parte de nuestro crecimiento y familiaridad. Ante la muerte y la desaparición de estos, se nos va parte de nuestra vida. Es por tal razón que voy hacer un listado de hombres y mujeres que me ayudaron a crecer el entendimiento y la bondad. Doña Dolores Torres, la comadrona, don Aurelio Ortiz Castro, en su tienda, don David Casiano, dona María Ortiz, don Juan Ramírez, en su balcón, don Alejandro Pagán, su horchata, maví , bolas de millo y ajonjolí. Doña Monserrate Llave, doña Benigna Flores, doña Aurelia Acosta, don Luis Torres, doña Pola Forondona, doña Eduviges Alameda, doña Matilde Pagán, doña Aurora Martínez, doña María Luisa Rodríguez, doña Gladys Rodríguez. Doña Andrea Pagán, don Aurelio Pagán, don Emilio Guasp, doña Elba Vega y doña Juana. Don Pepe Cubillé, don Marcos Pagán, don Bartolo Pagán “don Toyo”, don Gabriel Lugo ”Belito”, doña Carmen Morales, don Miguel Flores, don Antonio Medina, don Desiderio Morales “don Bello”, doña Paulina Ruiz “Lengue”, don Higinio Ojeda, don Saturnino Ojeda. Don Alcides Toro “el manco”, don Joaquín Feliú, doña Emilia Alvarado, don Beltrán Quiñones, don Hernán Ortiz, doña Ana Noriega, don Francisco Santiago, don Vilo Segarra, don Edwin Rodríguez, don Manuel Rodríguez. Doña Guillermina Camacho, don Rafael Lugo, doña Cecilia Lugo, don José “Cheo” Medina, don Pascual Santana, don

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Julio Olán, don Joaquín Alameda, don Carlos Segarra, don Francisco Ortiz, don Bianes Pagán, don Santos Feliciano, don Domingo Acosta, don Enrique Vélez, don Florencio Seda. Don Natanael Seda, don Juan Cantor, doña Juana Segarra, don Ramón Morales, doña María Dolores Farías, don Ángel Lugo, doña Ramona Cruz, don Ramón Torres “Pollino”, don Digno Ayala, don Víctor Suárez, don Carlos Suárez, don Eddie Pabón, don Luis Flores, don Juselino Falú, don Juanito “el Cojo”, don José Vilanova “Cheo Macetero”. Don Juan Basora, doña Hilda Lugo, doña Juanita Pagán, doña Maria Ramírez, don José Dolores Irizarry “Lolí”, don Marcos Ramírez, don Jaime Torres, don Juan Montalvo, doña Magdalena Morales “Malén”. Belén, Berto y Antonia Rodríguez “Toña”, Efraín Flores, Ángel Flores y Alfredo Flores. La lista sería interminable, este desfile de compueblanos no ha muerto, viven en mi recuerdo, son parte de mi desenvolvimiento social y cultural.

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Noche de serenata Era un sábado de la década del 50, un grupo de estudiantes de la escuela Luis Muñoz Rivera comenzó a reunirse en la plaza pública. Este lo componían Morgan Torres, Edgardo Rodríguez “El Negrito”, Eliezer Pérez Cancel “Sesé”, Japhet Cancel, Saúl Ramírez y el que escribe. Eliezer y Edgardo respondieron al llamado de La Divina Custodia, los demás todavía estamos dando tumbos por este mundo, algunos de los muchachos estaban enamorados. El compañero Eliezer tenía carro y era uno de los alcanzados por las flechas de Cupido, como estábamos juntos acordamos ir todos los sábados, otros compañeros fueron Secundino Vargas e Hilario Ramírez. Para aquel entonces, en la Parguera no había el atractivo que existe hoy, eso sí, era más tranquilo y el ambiente era de paz. Había una sola acera que llegaba hasta la entrada frontal del Hotel Villa Parguera, el paseo se hacía por la mencionada en forma de ida y vuelta, los padres de las muchachas siempre iban al frente cogidos de brazos. El proyecto de parcelas ya se había entregado a la comunidad, una manada de cabros y cerdos se paseaban por los alrededores. Entrada la noche, el poblado duerme; Saúl saca la guitarra y se pone a puntear y a practicar varias canciones en el lugar donde hoy se encuentra la plaza de recreo, que para ese tiempo, era un solar de tierra. Nos dirigimos hacia las parcelas para llevar las serenatas ya acordadas y la primer casa que escogimos nos dieron la gracias, en la segunda hubo un silencio sepulcral, en la

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próxima, cuando nos estábamos preparando para empezar la canción, notamos que la puerta se estaba entreabriendo, rápidamente corrimos hacia el camino, para ese entonces, las calles de las parcelas no estaban asfaltadas. Esa noche había llovido, una puerca descansaba en el fango, faltó poco para haberla envestido. Al regreso de la Parguera, entramos al sector Cañitas, por allí vivía Pulica, la que más tarde se convertiría en la esposa de nuestro amigo Edgardo. Saúl, guitarra en mano, comenzó a cantar Lucerito de Plata, canción esta que interpretaba el Trío Vegabajeño en aquellos días. Han pasado bastantes años de estas experiencias. Las remembranzas tribulan mi interior

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Parque de Bombas Lajas tuvo su primer parque de bombas en el año de 1950, anteriormente nuestro pueblo carecía de este servicio. El Gobierno de Puerto Rico para ese tiempo planificó las estructuras de estos de igual forma, que consistía de dos plantas, en la parte superior estaban los dormitorios y el servicio sanitario y en la parte baja se colocaba el camión, este era rojo, de la marca Chevrolet. Contaba con un juego de mangueras, una escalera de extensión, tanque de agua y un hacha de emergencia. Los primeros bomberos que albergaron el edificio fueron Leonardo Flores, Israel Rodríguez y Anibal Medina. Los mismos se dieron a la tarea de construir el edificio, este estuvo ubicado en la calle Unión, sector “Calle Abajo”. La defensa civil daba apoyo a los bomberos en todo momento, al igual que paisanos independientes. Al cabo de algún tiempo, se nombraron otros tres miembros del cuerpo, siendo estos don William Báez, Julio Álvarez y Manuel Ortiz. A pesar de sus esfuerzos en la labor con los escasos recursos con los que contaban, lograron realizar una labor encomiable.

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Personajes de mi pueblo Don Luis González vivía fronterizamente entre el barrio Cotuí de San Germán y Lajas. Creo, según testimonio personal, que vivía en la parte de Lajas, donde estaba enclavada su pequeña casa. No muy lejos de allí vivía la familia Ortiz. Don Yoyo Berríos y doña Chate vivían a la orilla del camino de piedra que conducía al sector La Haya, pasando por terreno de don Baldomero Ronda, donde existía un gran sembradío de árboles de aguacate en un sector pedregoso de la finca. Don Luis González era una persona de estatura normal, fuerte y de carácter serio y, a pesar, de faltarle una pierna y conducirse con una muleta, bajaba el camino de quebrada onda hasta el barrio Candelaria. De allí bajaba lentamente ajorando a los niños meneando el tuco de la pierna. Don Luis era un jugador empedernido a pesar de su limitación física, apostaba a los dados y a las barajas. “Placeres”, otro personaje de mi pueblo. Benito Collado, de figura quijotesca, vestido de negro, gafas oscuras, una flor en la solapa, una sombrilla y/o paraguas y un cigarro artesanal en boca, así transitaba Benito por las calles de mi pueblo. Benito padecía de desviación sexual, cuando pasaba por el lado de los jóvenes, les comentaba lo bueno que estos estaban. Los muchachos, que siempre han tenido un período maldito en su desarrollo, se satisfacían al gritar epítetos a los demás.

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“Aguacero, Aguacero” gritaban los muchachos; este se detenía por un momento y les devolvía un manojo de palabras mal sonantes, abría su sombrilla y se perdía a la distancia. Mañana Benito volverá a la rutina. Benito, una estampa de mi pueblo.

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Torneo 90 Aniversario El torneo de baloncesto 90 Aniversario fue idea de varios deportistas lajeños interesados en aportar con alguna actividad a la celebración del aniversario del pueblo, se dan a la tarea. Este grupo estuvo integrado por las siguientes personas: Gabriel “Cefo” Lugo, Freddy Vargas Sanabria, Salvador Morales Nieves y Marcos “Turin” Irizarry Pagán. La primera presentación estuvo presidida por el doctor Morales Nieves. Los primeros equipos contendientes lo fueron: Los Atléticos del Valle, dirigidos por el doctor Eric Báez, Las Águilas de Palmarejo, dirigidos por Pedro Pardo Lugo, Los Astros del Caserío, dirigidos por Teudy Basora y Los Doc del Pueblo, dirigidos por Freddy Vargas Sanabria. Ese primer año del torneo, abrasaron el campeonato los Atléticos del Valle. El primer grupo de arbitraje estuvo compuesto por un grupo de lajeños que responden al nombre de: Miguel Suárez, Félix Rosado Pabón, Jaime Pagán Lugo, Nicolás Flores Torres, Teudy Basora, René Morales Corazón y Luis “Papo” García Irizarry. Más luego se unieron al torneo otros equipos. Estos fueron: El Tokío, Olivares, Parguera y Knicks, siendo su apoderado Julio Vélez. El torneo 90 Aniversario es un ícono en nuestra historia deportiva, es una página del calendario de nuestro desarrollo deportivo. La vieja cancha fue escenario de cantidad de recuerdos que pululan hoy en el recuerdo. El pueblo todo esperaba por el mismo todos los años, las gradas se atestaban todas las noches de público enardecido ante la contienda, vítores, algarabía, compañerismo.

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Éramos una familia extendida; Lolí, Tito Luz, Obdulio, Félix Rosado, Chago Montes, Yomary, don Ariel y Cefo, por mencionar algunos personajes: Richipietri, Leocadio Morales, Armandito Torres y Antulio “Cobo” Santa Rosa. Recuerdo cuando llovía, todo el mundo se integraba y se esmeraba por secar la cancha para que el juego no se suspendiera y continuara la competencia. Desde la mesa de oficiales, Domingo “Mingo” Castillo llevaba a cabo las narraciones del juego, y sus ocurrencias impregnaban de emoción y entusiasmo la concurrencia. La pizarra electrónica, establecida por la organización cívica APLUCAAM, llevaba la puntuación. Las manecillas del reloj se aceleran, toca la puerta el llamado “progreso” y/o “mejoramiento”, que la mayor parte de las ocasiones crea retroceso. Hoy vemos nuevas facilidades, pero son locales fantasmales donde no se ve ni escucha el bullicio y el salero de mi pueblo. Las emociones invaden, algunos de los que estuvieron ya se marcharon al otro lado del jardín, al mundo de lo etéreo. Las remembranzas hacen eco y el manto de la noche arropa el firmamento. Este es un mero relato de lo que representó el torneo 90 Aniversario a nuestro pueblo

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Un viaje a la Cueva Pita Para los tiempos de nuestra adolescencia, siempre el grupo contemporáneo nos criamos jugueteando y disfrutando de la campiña lajeña, era otro destino, era un edén, cantidad de pájaros surcaban el aire, de árbol en árbol, de confín en confín, se respiraba aire puro, el clima agradable, árboles frutales por doquier mitigaban la necesidad. El campesino honrado, trabajador y honorable nos invitaba, conocían a nuestros padres. Para ese entonces existía y existe en el sector Piedras Blancas un lugar enigmático, era un local de visita obligada, los vecinos hablaban de la Cueva Pita. Algunos iban en su juventud, otros solo hacían comentarios de la misma y otros nunca habían ido. Un día nos reunimos y planeamos una visita a esta, el lugar fue en el sector La Parada. Allí nos presentamos Aurelio “Yeyo” y Santiago Flores, José Luis Flores, Ramón Ortiz, Ferdinand Ortiz, Arturo Flores, René Morales, Morgan Torres y Alfredo Velázquez. Se preparan mechones y una soga larga. Llegó el día, cojimos el camino que lleva hasta el monte donde está la cueva. Por el camino saludamos al vecindario: doña Lolí, Toles Gayá, Tito Gayá, Tonita Cruz y Lorenzo hasta llegar donde vivía don Joaquín Alameda y su esposa Mariana, don Francisco Santiago y doña Aurelia Acosta. Estas eran las familias que más cerca vivían del lugar. Le pedimos un poquito de agua a doña Mariana para saciar la sed y luego nos internamos en el monte. La primera realeza que vimos fue una fosa u hoyo redondo como de 25 pies de profundidad. Proseguimos buscando la entrada. No era fácil, ya que esta es vertical y la vegetación la oculta. Llegamos y comenzamos a bajar, se llega a un salón de

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gran tamaño, en el interior existen otras dos cuevas. Una corre hacia el Este, y otra hacia el oeste, allí el grupo se divide en dos, con el propósito de explorar ambos lados. A la cueva del Este se le llama la cuesta de jabón, ya que corrientes de agua en el interior crean limo y esto la hace resbaladiza. La del oeste es profunda y accidentada, hay un lugar por donde hay que pasar acostado y otro que hay que cruzar de lado. Había unas formaciones que parecían asientos y petroglifos que habían sido mutilados por las manos ignorantes del hombre. Cuando ya nos encontramos bastante profundos, los malditos muchachos apagaron los mechones y quedamos en una tenebrosa oscuridad. El miedo se apodera, y lentamente, usando el tacto y el cuidado, me regreso. Poco a poco, llego al gran salón, donde entra la luz de la salida. Salgo con la cara tiznada y me recuesto bajo el árbol de mangó en espera de que los muchachos salgan. Al cabo de varias horas, estos hacen su aparición por la boca de la cueva. Ya fuera, las burlas a mi actitud no se hacen esperar, yo permanezco en silencio. Bajando la cuesta de piedra, la casa de doña Cruz y don Santos Alameda. Áureo Morales se encuentra en su balcón recortando a Luis Rodríguez. Don Francisco Morales descansaba en su hamaca y doña Carmen “Mela” Morales agitaba el brazo de la bomba para extraer el preciado líquido. Yeyo se adelanta y se encarama en el árbol de guamá que se levanta a la orilla del camino, allí nos agrupamos a saborear la rica fruta. Adelantando el camino, llegamos a la quebrada de Los Berros, una pobre corriente de agua se desliza sobre el camino. Debajo del quenepo, la humilde casa de doña Monserrate Llave, nos detenemos. Al cabo de algún tiempo comenzamos el regreso a nuestros hogares. Atrás quedó la experiencia de un viaje a la Cueva Pita.

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Una reunión histórica El día 21 de abril de 1965 los medios noticiosos informaron al país la muerte del último mártir de siglo XX, don Pedro Albizu Campos. El pueblo todo se estremece ante la partida del patriota, aún los que diferían de sus posturas. Se nos iba un gran puertorriqueño, firme y combativo en su ideario. Toda América sintió la partida del hombre que era condenado solo por exigir la liberación de su pueblo, que vivía bajo la bota y el tutelaje de una nación extranjera. La libertad e independencia de su pueblo fueron su norte. La manifestación de duelo fue una impresionante y vigilada por las fuerzas del estado y la metrópoli. El gobierno emitió una orden que exhortaba a la policía a no intervenir contra ninguna manifestación vehicular que viajara para asistir al sepelio. Ya en el ateneo pudimos apreciar el cuerpo de don Pedro por bastante tiempo, pues habíamos llegado temprano al velatorio, vestía con un traje de usanza, lazo y zapatos negros. El ataúd estaba abierto a cuerpo completo. Estuvimos presentes Francisco Pérez Santana “Paco”, Leonel Cuevas Ortiz “Ñeque”, Geijel Montalvo y Alfredo Velázquez. Mi hermano Elvin para ese tiempo vivía en Puerto Nuevo y estuvo presente con nosotros en la Catedral. A eso de las 9:00 a.m., frente al ateneo se había ordenado una fila que se perdía a la distancia para desfilar ante el féretro y rendirle tributo al último mártir latinoamericano. Mientras todo parecía tranquilo, dentro del ateneo se levantaba una polémica entre don Juan Maribrás y doña Laura Meneces, la viuda de don Pedro, esta quería llevarse el cuer-

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po para Cuba, mientras don Juan le hacía comprender que el patriota era pertenencia del pueblo puertorriqueño, doña Laura recapacita y desiste. El día está claro, una gran banda de músicos ponceños, todos de la raza negra, marcha al frente del cortejo y marca el paso del mismo. Una inmensa cantidad de coronas es distribuida entre todas las damas presentes y, los caballeros, formando una gran cadena, echan a andar; comienza el desfile. El coche fúnebre queda prácticamente en el centro, una urdimbre humana se une al desfile. Pasando por el frente del Capitolio, varias féminas del sector La Perla comienzan a exigir que se baje la bandera de Puerto Rico a media asta, ante el coro de la protesta, la policía que estaba apostada frente al Capitolio se interna en este. Don Gilberto Concepción de Gracia, a pesar de su padecimiento físico, marchó a pie con su bastón al lado de nosotros e intervino y nos pidió que siguiéramos adelante para no deslucir la actividad. Una maraña de gente comienza a invadir la calle San Francisco y una lluvia de flores comienza a caer sobre la comitiva. Un sacerdote que vivía en una de las residencias pidió que se detuviera la misma para echar una bendición. Llegamos a la Catedral, esta ya estaba atestada de público. Luego de terminados los ritos religiosos, el tumulto de gente se dirigió hacia el cementerio municipal de San Juan. Llegamos a la angosta arqueada que conduce al cementerio, al entrar y mirando hacia la derecha se pueden observar los nichos en las murallas del fuerte, la madeja de seres invade el campo santo. Las fuerzas represivas comienzan su tarea, repartiendo macanazos a todas las personas que están sentadas en las murallas del fortín.

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Todo sucede al mismo tiempo, el féretro con el cuerpo de don Pedro se acerca a su última morada. El oleaje del Atlántico descarga su furia. Mientras don Juan Maribrás despide el duelo, de nuevo aparece la intromisión de las fuerzas represivas, un helicóptero militar se posa prácticamente sobre don Juan y la multitud allí agregada, el coraje invade y la gente comienza a lanzar epítetos hacia los intrusos. “La patria es de quien la firma, no de quien la representa.” “¿Porqué los pueblos que aherrojó el tirano también no aprenden a morir de rabia?” “El árbol de la libertad hay que abonarlo de cuando en vez con sangre, es su nutriente natural.”

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Una estadía en casa de doña Mela

Una visita al campo, en especial a una amistad, despeja, el ambiente es diferente. La tranquilidad y el abaco de los árboles abrazan el espíritu. La vida es apacible. Llego al portón: ¡Mela, Mela, Mela! En el balcón aparece la figura de la bendita mujer. Con su pelo canoso y un moño de peineta, me induce a entrar, aves de todas clases escarcean el espacio. Un sinnúmero de candelarias, haciendo de empalizada, demarcan la propiedad. Lo primero que me ofrece es un poco de café recién colado en una media, pues no tenía colador. En el balcón, una hamaca y un butacón de madera invitan a la siesta, en la sala, un pequeño juego de muebles en pajilla, en la pared, dos quinqués de pipa rellenados de pirunías iluminarán la noche. Paso a la cocina y Mela me pide que la ayude a tostar un maíz para luego molerlo en un molinillo de pared y preparar gofio para la venta. En una esquina de la cocina, un filtro de agua de pozo sirve para saciar la sed. Al centro, un fogón de tres salidas u hornillas y una estiba de leña están preparados para cuecer la comida de la tarde. Dos linternas y varias mazorcas de maíz recién recogido cuelgan de la solera. Al lado de la cocina, un pequeño rancho guarda un pilón hecho de quenepo y un molino de piedra. En la parte de atrás de la casa, el conuco está sembrado de árboles frutales y diferentes especies. Tina, la hija de Mela, llega y me invita a expurgar el arroz en dos ditas de higüera. Los vecinos se reúnen y dialogan, Tina saca unos cartones para jugar lotería y el batey se en-

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ciende. “Ambo, las banderitas de Italia, para arriba y para abajo”, todo es alegría y armonía en el vecindario. Felipe, hijo también de doña Mela, aprovechando la actividad, forma una manigua de topos al lado de la bomba de agua, Ángel Manuel, su primo, participa al igual que el vecino, don Lolo Alameda. Poco a poco, la noche se va disipando, es hora de ir a dormir. Me adentro en el cuarto, voy hasta la ponchera, me lavo las manos y la cara, pongo el mosquitero y la escupidera debajo de la cama, me acuesto al son de una serenata de coquíes, rezo un padre nuestro y cierro los ojos. Amanece, la luz del sol de la mañana hace su entrada por los rotos del seto. El gallo con su cantar anuncia la llegada de un nuevo día. Me levanto, voy a la palangana y me aseo. Regreso al cuarto, quito el mosquitero, arreglo la cama y vacío la escupidera en la letrina. Al regreso, Mela ha preparado el desayuno que consiste de unos sorullos con café prieto y una tortilla de huevo. Llegó el momento de la despedida, todos se reúnen y me acompañan hasta el portón. Salgo al camino y comienzo a alejarme. Regresaré el próximo fin de semana. ≈≈≈≈≈ Dedico este escrito a doña Carmen “Mela” Morales, de gratos recuerdos en mis años de juventud.

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Vamos a recordar. . . Para la época que yo comencé a estudiar en escuela Perry, Mr. Danger intervino e entorpecía el sistema escolar, a pesar de todo, existieron educadores y hombres que se impusieron a la trastocada del ajeno que aún asoma sus garras. ¿Te acuerdas de Ana y Pepe, Fido y Pucito? ¿Te acuerdas cuando se cantaba: “Gallina-chicken, pollito-hen, lápiz-pencil y pluma-pen? ¿Te acuerdas del saludo a la bandera norteamericana? ¿Te acuerdas del que nunca dijo una mentira? ¿Usaba cuando niño unos bonetes, Marchaba por las calles cual soldado, ¡Que viva Jorge Washington que viva! ¿Que fue el soldado más valiente y el más bravo? ¿Qué profesor nos recibía con la frase “position straight”? ¿Qué maestra utilizaba comúnmente la palabra “pánfilo”? ¿Qué profesor enviaba a uno al Padre Pinto si este presentaba excusas? ¿Qué profesor le decía al grupo que tenía que traer una bacineta por que nadie iba a salir fuera del salón? ¿Qué maestro pagaba un centavo a quien contestara correctamente la pregunta? ¿Te acuerdas de la cisterna de almacenamiento de agua potable de la escuela Luis Muñoz Rivera? ¿Te acuerdas de la consejera que terminaba todo con la frase ¿noverdad? ¿Te acuerdas de la agresión al conserje don Julio Álvarez? ¿Te acuerdas del estudiante que se fugaba por la ventana del salón de Mr. Morales?

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¿Te acuerdas de la voz de doña Mercedes Díaz en el comedor escolar de la escuela Luis Muñoz Rivera? ¿Te acuerdas de las novelas El final de Norma, A Tale of 2 Cities, Doña Bárbara, El Indio Tayaué, La hermana San Sulpicio y Lorna Dune? ¿Te acuerdas de los corajes y el vocabulario de don Emilio Torres? ¿Te acuerdas de la primera reina de deportes que tuvo Lajas? ¿Te acuerdas del Día del Árbol? ¿Te acuerdas de las canciones escolares? Doña Ana no está aquí Que está en su vergel Buscando la rosa Sembrando el clavel” Alálimon, alálimon, que se rompió la fuente Alálimon, alálimon, mándala a componer Urí urí urá, la reina va a pasar Mambrú se fue a la guerra Que dolor, que dolor, que pena Mambrú se fue a la guerra ¿Qué noticias traerá? En mi jardín hay flores Que llaman la atención Por su gentil belleza Su aroma y su color.” ¿Se recuerdan? Los dejo en la imaginación. . .

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Alfredo Velázquez Luciano Nace el 12 de enero de 1910, hijo de don Ramón Morales Luciano y doña Isabel Medina Velázquez. Estudió hasta el tercer grado de escuela primaria. Su vida fue de aventura, don Juselino Falú, esposo de doña Roquina Semidei, quería que el joven se hiciera de la profesión de tornero mecánico. Para 1922, se marcha en el ferrocarril hasta San Juan para ver si logra realizarse, pero este se fue de casa de don Juselino y desvió la ruta e hizo una vida independiente, no obstante mantuvo seriedad y responsabilidad en todo lo que realizaba. Su primer trabajo lo realiza en la farmacia Torregrosa del Viejo San Juan como mensajero en bicicleta, en tiempo parcial tocaba la marímbola frente al teatro Liberty, vendía los periódicos La Democracia, El Imparcial y El Mundo. El 27 de junio de 1927 fueron ahorcados los delincuentes Arocho y Clemente, don Alfredo organizó un grupo de jóvenes al otro día para que le vendieran los periódicos, anticipando la demanda ante el ajusticiamiento de estos. La venta fue un éxito, se logró vender la cantidad de $17.00, en un altercado que sucede entre varias personas en la calle, don Alfredo intervino e intercambió golpes con dos de estos por lo abusivo de la situación, al llegar las autoridades, arrestaron al grupo, entre ellos, a don Alfredo, quien fue internado en la cárcel La Princesa. Las personas que conocían a este salieron a socorrerlo, entre ellos, el señor Torregrosa y el señor Falú. Don Alfredo tuvo el privilegio de presenciar los siguientes eventos: el aterrizaje que hizo Charles Limberd en el escambrón, el entierro de don Cayetano Coll y Toste y el entierro de don

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Eduardo Georgetti en Santurce. Don Alfredo era fanático del boxeo, estuvo presente en varias peleas importantes, entre ellas, una de Sixto Escobar. Ya más crecido, trabajó en la Central Azucarera de Juncos, regresa a Lajas a traerle un bizcocho a su hermana Monserrate que cumplía años para esos días. Reuniéndose con varios amigos y compañeros, se olvida de regresar a San Juan y comienza una nueva etapa en su vida. Trabaja en los tachos de la Central Rufina de Guayanilla. Por allí cerca vivió su mamá doña Isabel, trabajó en Ponce y Juana Díaz, en el proyecto de lectores en el departamento de salud, erradicando una epidemia de mosquitos que había para entonces. Para 1935, don Domingo Delgado inauguró las vitrinas de su tienda La Flor de Lis en la calle Unión, es allí donde don Alfredo, pintado de negro, se introduce en la misma y comienza a hacer gestos de un maniquí viviente, con el propósito de atraer la gente hacia el comercio. En 1937 cupido flecha el corazón de don Alfredo, quien después de un noviazgo titánico logra casarse con doña Luz Selenia González Lugo, natural de Yauco, pero que ya llevaba bastantes años residiendo en Lajas, don Fidel Pabón casó la pareja de forma civil. De este enlace se procrearon tres varones: Alfredo Velázquez González, Elvin Ramón Velázquez González y Rafael Velázquez González. Don Alfredo fue una persona rica en anécdotas y experiencias históricas vividas, era un privilegio dialogar con él. Don Alfredo deja este mundo en edad longeva el 19 de diciembre de 1996.

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Alfredo Velázquez González Nació en Lajas Puerto Rico el 7 de diciembre de 1941, el silbato del tren #3 de Ponce a San Juan marcó la hora del alumbramiento, eran las 10:00 p.m. Esa noche se llevaba a cabo un “blackout”, por lo cual no se podía encender ningún tipo de luz. Gracias a la cooperación de don Plácido Feliú Servera, quien para la época era el jefe de lo que hoy sería la defensa civil, otorgó un permiso especial para que se colocara una luz tenue al lado de la cama para que la comadrona, doña Rosa Galarza “Rosa la Norsa” pudiera cumplir su tarea. Fueron sus padres doña Luz Selenia González Lugo, natural de Yauco, y don Alfredo Velázquez Luciano, natural de Lajas, ambos ya fallecidos. Tiene dos hermanos: Elvin Ramón Velázquez Gonzales y Rafael Velázquez González. Cursó sus estudios primarios en la escuela Oliver Hazard Perry, y los grados intermedios y superiores en escuela Luis Muñoz Rivera de Lajas, en dónde se gradúa de cuarto año de escuela superior en el 1960. Lamentablemente, la situación apretada y de estrechez de aquellos tiempos y un impedimento de salud, le impidieron seguir sus

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estudios universitarios. A pesar de estas adversidades, y de forma autodidacta, se ha dedicado a enriquecer sus conocimientos en varias asignaturas como la historia, la escritura, la música y la lectura. Formó parte de varias organizaciones que lo han ayudado en el desarrollo sociocultural de su patria chica. Algunas de estas fueron: APLUCAAM (Asociación de Poneros Lajeños Unidos del Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas)-socio honorario, fue miembro fundador de la Organización Deportiva Atlética Lajeña (ODAL), donde ejerció los cargos de secretario y tesorero, es socio fundador de la Sociedad Histórica de Lajas, Inc., donde sirvió de secretario y miembro fundador de Surcando la Historia, Inc. Hoy el almanaque del tiempo sigue su ritmo y va dejando huellas y limitaciones. Todos los días, en su paseo por las calles de su pequeño pueblo y su gran ciudad, en algún lugar, mirando lo que no se ve, piensa en el Lajas que ya se fue, pero que no muere.

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Colofón Este libro fue compuesto y diseñado en la Editorial Yo Soy Lajas, de Lajas, Puerto Rico. Una entidad sin fines de lucro que se dedica a publicar libros de interés para los amigos del portal YoSoyLajas.Org. Crónicas de mi pueblo... fue diseñado para distribuirse electrónicamente. En la portada se utilizaron las familias de letras Goudy Old Style, Luminary y Papyrus. En su interior las familias ITC Chelthenham Standard. Arial, Adobe Caslon Pro, Minion Pro y Helvetica. Se utilizaron los programas de Adobe InDesign CS6 y Photoshop CS6. La diagramación se llevó a cabo en una Apple iMac. El mismo se publicó en Mayo 1, 2015.

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