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ANDANZAS Memorias
Daniel Padilla Ramos
ANDANZAS Memorias
ISBN: 978-0-692-50131-3 U.S. Copyright number: TXU001949231 / 2014-08-19 Registro Público del Derecho de Autor en México: 03-2014-06191351070001 www.andanzas.mx
Con todo mi amor y respeto, a mi esposa Carmen Cecilia y a mis seis hijos: Andrea, Dora Luz, Daniel, Diana María, José Ramón y Jorge Mario. Son ellos lo más grande que me ha pasado, la razón de mi existencia.
A mi hermano gemelo Andrés, deudo ejemplar, mi mejor amigo.
A todos aquellos que me asistieron para complementar mi texto. Me resulta imposible nombrarlos, pero saben lo agradecido que estoy.
AGRADECIMIENTOS
Agradezco al sabio de la retórica, Doctor Ernesto Camou Healy, por haber corregido a regañadientes mis desordenados escritos. Concluyo mi libro sin conocerlo aún en persona. ¡Esa ha sido la magia!
Mi profundo y sincero agradecimiento a mi estimado compadre, Francisco Javier Ruiz Quirrín, por su invaluable aportación que le dio directriz a este memorial.
Al Embajador Jeffrey Davidow, excelso diplomático estadounidense, quien a pesar de su envergadura, me apoyó con su enorme experiencia en esta ardua tarea.
Daniel Padilla Ramos Hermosillo, Sonora, México Diciembre de 2013
INDICE
I.
PROLOGO
II.
PRESENTACIÓN
III.
INTRODUCCION
IV.
PREAMBULO DE MIS MEMORIAS
V.
ORIGENES DE MI VIDA
VI.
Mi nacimiento. Mis abuelos Mis padres
MI INFANCIA Y ADOLESCENCIA Mi barrio Colegio Larrea
VII.
CHICAGO Otoño de 1987 25 años después
VIII. ESCUELA DE DERECHO IX.
GRUPO MAZON
Mazón Hermanos Servillantas
Mis comienzos Mi primera secretaria
X.
DESPACHO JURIDICO
XI.
Mr. Kubick Las torres de San Carlos Hotel Internacional Telemax BMW Mineros de Cananea 11 de Septiembre Juan Gabriel
NITO
XII.
Antecedentes Los Taca-tacas Mi automóvil Jetta La soda de limón Celos El diente Las sirvientas de la Pitic
LA TROPICONGA
XIII. ENCUENTRO CHACÓN
XIV. LORENA XV.
SECUESTRO
XVI. MIGRACIÓN
XVII. GRUPO ANDA
Inicios Anda Personal Anda Celular Anda Financial Services Tequila Don Abraham La Casa del Habano Anda Financiera Anda Farmacias Anda Laundry Colofón de Grupo Anda
XVIII. TIO RAMIRO XIX. POLITICA
XX.
Paráfrasis Partido Verde
LA OFICINA DE LA PITIC
XXI. MUSICA Y ARTE
XXII. BIRJAN
El tesoro de las yeguas La Caja fuerte Golpes de suerte Las Vegas
XXIII. ALEMANIA Y POLONIA XXIV. ITALIA XXV. RESIDENCIA EN USA México y Estados Unidos Pros y Contras.
XXVI. SEGUNDAS NUPCIAS
La pedida La boda
XXVII.CARMEN CECILIA
Familia Esposa incomparable Amor ilustrado
XXVIII.
CONCLUSIÓN
XXIX. FOTOGALERÍA RECIENTE PRÓLOGO
Hace exactamente seis meses y una semana, el 11 de agosto de 2013 para ser exacto, recibí un correo electrónico que decía, en su parte medular, lo siguiente: Le comento que me estoy aventurando a escribir un libro, una especie de Memorias-Anecdotario con tintes de historia también y
quisiera pedirle su apoyo en el desarrollo del mismo, de ser posible. El texto lo firmaba una persona desconocida para mí, pero con dos apellidos totalmente identificables: Padilla Ramos, Daniel, de primer nombre. No me quedó duda: hermano de mis amigas Miriam y Raquel, de familia bien conocida, “de toda la vida” como diría mi abuelita. La propuesta me intrigó porque desde hace tiempo he pensado que se debería de promover la escritura de memorias personales en las cuales se vuelva críticamente sobre la propia biografía y se elabore una narración que permita dar cuenta del propio devenir en un contexto definido y familiar. La idea me ha atraído porque creo que puede ser una manera de lograr que se conserven recuerdos, episodios, anécdotas y, sobre todo, historia cotidiana y aspectos centrales de la cultura regional, que sean a la vez remembranzas de cada individuo, y una especie de acopio y acumulación de la memoria colectiva expresada en la narrativa de vidas particulares.
Debería ser posible, he discurrido, formar grupos o talleres de escritura de memorias, integrados por hombres y mujeres de cierta edad, con inquietudes y ganas de recordar y platicar sus vivencias, y entenderlas para pensarse a sí mismos, en el contexto de su biografía, inmersos en su barrio, pueblo o ciudad.
Sería una ocupación adecuada para personas de la llamada tercera edad, muchas veces jubilados, sin demasiados compromisos familiares, dispuestos a dedicar unos meses de su vida a recordar, poner orden, analizar, situar en contexto sus vivencias y escribirlas de una forma clara, ordenada, correcta y, porqué no, hacerlo en buen español y de la forma más atractiva posible. Esto implicaría, pensaba, poner a estos personajes a reaprender el arte de la escritura, eliminar y corregir vicios y defectos de gramática y redacción, y establecer un diálogo permanente, de preferencia grupal, sobre sus textos y, por supuesto, sobre sus vidas e historias. Tampoco sería complicado sugerir que buscaran, o pusieran a hijos o nietos a registrar baúles y armarios, para armarse de material visual que permitiera ilustrar sus vivencias y, al mismo tiempo, rescatar del olvido tanta fotografía que ronda olvidada en los rincones de casas y oficinas y que puede ser un material inestimable para conocer la historia y la cultura regionales.
Si se pudieran organizar varios talleres de esta índole, en los cuales pequeños grupos se reunieran para recibir preparación, poner en común hallazgos, discutir sobre modos y maneras de recopilar información, hacer entrevistas, tomar notas y clasificar el material para luego ir escribiendo, con paciencia y buena letra, el relato de su vida, su barrio o pueblo, y su familia, deberíamos tener, cavilaba, al cabo de uno o dos años, varios
textos publicables que serían una satisfacción para los autores, un legado para sus familiares y amigos, y una contribución inestimable a la historia, cultura e identidad de las localidades y regiones que se toquen en los textos. Se podría pensar en buscar formatos no muy onerosos que permitieran la publicación de los textos y su difusión al menos en el ámbito local. Con eso se lograría, además de la recopilación de materiales históricos inapreciables, la satisfacción personal de haber dado cuenta de sí mismo, haber redactado un libro personal, y dejar su historia para las generaciones que vendrán. Todo esto me vino a la memoria cuando recibí el mensaje de Daniel Padilla Ramos, y pensé que era la ocasión de intentar poner en práctica esa idea que hacía tiempo revoloteaba en mi cabeza. Podía hacer un ensayo, una especie de experimento acompañando a un hermosillense en la redacción de un escrito en el que diera cuenta de su existencia y de sí mismo, de su entorno y sus correrías hasta lograr dejar en blanco y negro la historia de su vida… Lo pensé un poco y le dije que me interesaba el proyecto.
Que podía ayudarlo, con la salvedad de que era su responsabilidad escribir todo y presentarlo como texto de computadora, para que yo lo revisara, corrigiera gazapos, faltas de ortografía, errores de redacción e hiciera observaciones pertinentes al pasaje. Yo lo devolvería y esperaría una nueva versión corregida y mejorada. Daniel de inmediato me tomó la
palabra y me mandó uno o dos capítulos de lo que él llamaba sus memorias… La primera sorpresa es que nuestro autor, Daniel pues, contaba en ese entonces con apenas 44 años: no era ni de la tercera edad, ni había vivido una larga existencia de la cual podría dar cuenta por escrito. Para todos los efectos era un adulto joven, casi un chamaco. Animoso eso sí, pues en las siguientes semanas me fueron llegando capítulos y más capítulos en los que narraba su vida, contaba anécdotas y episodios interesantes y divertidos, platicaba sucesos graves y lances personales, algunos con tono picaresco que hacían de la lectura una tarea fácil y agradable. No supe con quién me topé cuando acepté el encargo: de pronto recibía en mi correo electrónico largos textos para corregir, generalmente bien y correctamente escritos, a los que revisaba, sugería enmiendas y devolvía, para recibir antes de haberme repuesto del trabajo inicial, el texto corregido, y otros nuevos, junto con un amable y apremiante mensaje donde se ponía a mis órdenes y me instaba a devolver los nuevos capítulos para trabajarlos y seguir adelante.
En muy poco tiempo literalmente inundó mi computadora con sus textos, por lo general de buena factura e incluso divertidos, que le permitieron ir construyendo un volumen de memorias que abarca una vida no tan larga aún, pero interesante y con miga suficiente como para hacer válido el
esfuerzo de escribir, y el consecuente de leerlo… Daniel demostró ser un trabajado asiduo, rápido, incluso un tanto obsesivo: ya para mediados de diciembre de 2013 había terminado un borrador completo del texto, corregido y vuelto a redactar, y me apremiaba para que le diera el visto bueno al volumen en su totalidad. Para entonces ya tenía seleccionadas las fotos que incluiría en el libro, y me solicitaba, amablemente, una introducción. Y ahora Daniel nos presenta un volumen que narra sus memorias y vida, en el último tercio del siglo XX hermosillense y el inicio apretado del siglo XXI. Es una narración personal, más centrada en familia y amigos que en los avatares de la sociedad y política del Sonora que le ha tocado vivir; pero no deja de mencionar continuamente los usos y costumbres de lo que podemos llamar una clase media del noroeste de la República, sus inquietudes y sus trabajos y aspiraciones en un tiempo y una época que, desde la perspectiva de la economía y la sociedad, ha sido de permanente crisis: sólo tenía seis años cuando subió al poder José López Portillo y se desató la crisis inflacionaria más pronunciada de los últimos cien años.
A la generación de Daniel le tocó vivir en un medio y una realidad en los que las oportunidades y facilidades para trabajar, emprender y prosperar han sido por lo general menos frecuentes y más complicadas que lo que vivieron las generaciones que lo precedieron en lo inmediato. Le tocó
también la transición de un Hermosillo mediano en su infancia, a una ciudad que va llegando a ser relativamente grande, en su vida adulta. Daniel, sin embargo, tiene ante sí un problema y un reto: en unos cuarenta años, digamos alrededor del año 2050, debe empezar a escribir la segunda parte de sus memorias. De alguna manera, lo que nos presenta actualmente constituye apenas la primera mitad de su biografía. El problema consiste en que para entonces habrá bastantes amigos y muchos descendientes que lo apremiarán para continuar lo que empezó en aquel 2013, para entonces lejano y un poco exótico. El reto también parece interesante: cuando redacte con buena memoria y discreción esa segunda entrega que muchos estarán esperando, deberá sin remedio volver al texto que hoy nos presenta, revisarlo y reflexionar sobre esos sucesos vitales de los que dio cuenta en este volumen, y escribir de nuevo sobre ellos, desde la perspectiva de una vida cumplida, y entregarnos en forma meditativa, su sentir y su pensar desde un horizonte vital amplio, que le haya permitido decantar sus experiencias, y transmitir sin compromisos y sin recelo el fruto de su introspección y trabajo.
Por todo esto, por lo que tenemos hoy, por lo que vendrá en un futuro que será muy distinto, pero no demasiado lejano, hay que celebrar que Daniel se dedicó a escribir y compartir con nosotros estas sus memorias…
Ernesto Camou Healy San Pedro el Saucito Febrero de 2014
A MANERA DE PRESENTACIÓN AL LIBRO “ANDANZAS” Comenzaré por admitir que he aceptado escribir estas letras, porque es una espléndida oportunidad de hacer un público reconocimiento a Daniel Padilla Ramos.
Y es que conozco a muchas personas que, con pocos años vividos, han escrito libros sobre diversos temas, pero qué difícil es observar a un joven que “se prenda” escribiendo sus memorias y al hacerlo, tener la revelación personalísima de que podía escribir, y hasta escribir bien. Quienes tenemos como oficio el escribir todos los días notas informativas o columnas políticas, nos enfrentamos con el problema en ocasiones de que, quienes nos leen, no captaron con suficiente claridad lo que quisimos decir. Muchas veces redactamos y nuestros escritos resultan muy claros para nuestro entendimiento, pero a veces no suele ser así para muchos lectores que en ocasiones se preguntan, ¿qué quiso decir este periodista? Por ello, la recomendación de los clásicos del ejercicio periodístico, es que siempre debe haber alguien más que lea lo que escribimos. Sólo así sabremos si el mensaje que quisimos transmitir, fue captado. Daniel Padilla Ramos, al escribir sus vivencias desde niño, pasando por sus experiencias como abogado y el contacto que sostuvo con personalidades -inclusive del poder público y del mundo empresarial y artístico-, siempre lo hizo convencido de que sus narraciones eran conversaciones con integrantes de su familia, con sus amigos, con sus clientes.
La animosidad de Daniel para lanzarse a escribir, fue consecuencia de su temperamento. Su arrojo y audacia forman parte de su personalidad. Apenas rebasa los cuarenta años de edad y tiene mucha esencia que ofrecer a quienes le rodean, y a quienes no le rodean tanto, también.
En Junio del año 2001, el periodista cananense Enguerrando Tapia Quijada cumplió veinte años de haber fallecido. Por ese motivo, se me ocurrió buscar a quienes habían sido amigos personales desde la adolescencia de este hombre desaparecido, que a decenas de reporteros nos enseñó que “el periodismo lo hacen los hombres, no las máquinas”. El propósito era elaborar un artículo y publicarlo en nuestro semanario, “Primera Plana”. El doctor Mario Padilla Chacón, médico psiquiatra, había sido uno de esos amigos entrañables de Enguerrando e inclusive, -junto con el doctor Guillermo Ocaña García-, había permanecido a su lado desde que se le diagnosticó “Pancreatitis”, hasta el momento de su muerte en la ciudad de Tucsón, Arizona, aquel 7 de Junio de 1981, cuando apenas contaba con 46 años de edad. -¿Así que quieres que recuerde a Enguerrando? -Así es doctor. -“Bueno, te espero el jueves a las siete de la tarde en la cantina La Tropiconga. Cada semana me reúno ahí para pasar un rato agradable con mis hijos y algunos amigos. Ahí me van a salir los recuerdos”, me respondió el doctor. Llegué al lugar y hora de la cita y había una mesa de cuando menos ocho personas. Conocía previamente a algunos, pero el doctor tuvo la amabilidad de presentarme a sus hijos Mario, Diego y Daniel, que ahí departían.
De Mario y Diego (éste último lamentablemente fallecido apenas en diciembre pasado de 2013) tenía conocimiento por su trayectoria en el servicio público.
Ahí conocí a Daniel, quien luego de dejarme conversar con su papá, me invitó a seguir conviviendo con ese grupo y en la primera oportunidad que hubiera hablar de otros temas, porque se autodefinió como un abogado especializado en materia fiscal, a quien gustaban las relaciones públicas y las relaciones también con los personajes influyentes de la región, y más allá. Comenzaba –decía- a abrirse paso en el mundo de los negocios. No pasó mucho tiempo para darme cuenta que estaba frente a un tipo con arrojo, habilidoso y con buena fortuna, elementos que lo hacían líder en su familia y ante sus amigos. Egresado de la Universidad de Sonora, con estudios previos en Chicago, en los Estados Unidos, Daniel es de esos jóvenes que tuvo la gran oportunidad de salir de Sonora a estudiar fuera, y con ello la apertura de una madurez mental para poder hacer comparaciones entre varias culturas. Pero lo más importante, es que ese tipo de experiencias no sólo abren la mente de los jóvenes, sino que el mundo se hace más chico y se llega a pensar que todo está al alcance de uno mismo. Por sus propias conversaciones entonces, entendí el por qué este joven abogado no la pensó dos veces para decidir irse a Nueva York y representar ante tribunales de los Estados Unidos, a familiares de las víctimas de los atentados de las torres gemelas en esa Urbe de Hierro. También en su momento, buscar y encontrar una cita en el Distrito Federal con Manlio Fabio Beltrones, con los afanes de tener éxito en sus gestiones como representante legal de cientos de mineros de Cananea, engañados por su líder Napoleón Gómez Urrutia, al no recibir la parte que les correspondía de la indemnización pagada por Germán Larrea, cuando éste adquirió la empresa productora de cobre más grande de Sonora y de México.
La audacia personal y la valentía para asumir un compromiso profesional, las demostró Daniel al aceptar trabajar para el Gobierno de Sonora durante el sexenio de Armando López Nogales, rescatando de un tremendo hoyo fiscal a la televisora estatal, Telemax. No cualquiera acepta un compromiso ante el mismísimo Gobernador del Estado, sabedor que el
problema se resolvería en las enormes oficinas de los altos edificios de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, en la capital de la República. Resultaba además “inconcebible” (así entre comillas), que con los poderosos contactos de un mandatario estatal, no pudiera resolverse de una manera más “política” un asunto relacionado con un medio de comunicación controlado en su totalidad por la administración estatal. La verdad es que el gobernador necesitaba de alguien que fundamentara jurídicamente el problema. Daniel Padilla fue recomendado y aceptó “entrarle”. Fue la decisión más atinada de su vida profesional entonces, que le marcó un antes y un después para tratar de volar más alto en los tiempos por venir. No cualquiera se lanza a buscar y lograr una conversación agradable con el embajador plenipotenciario de los Estados Unidos, Jeffrey Davidow, y más aún, comprometerlo a apoyarle en su proyecto de publicar sus escritos personales. Un día de 2013, me dijo Daniel: -“Empecé a escribir mis memorias. Sé que aún no es tiempo y a la vez que sí lo es. Tengo mucho qué decirle a mi familia, a mis hijos, a mis amigos”. Me convencí que hablaba en serio, cuando en cierta ocasión le busqué con insistencia para algún asunto, sin éxito. Se había encerrado y había apagado su teléfono. -“Estoy escribiendo como un loco y estoy tan entusiasmado que no puedo detenerme”-, justificó días después al reportarse.
Ahí me di cuenta también, que Daniel Padilla Ramos contaba con valores muy firmes en el tema familiar. Admitió algunas veces que sus dedos escribían algo que salió de su mente y que incluía cierto resentimiento o agravio. Finalmente, la condición humana.
Sin embargo, el gran amor a su padre, el doctor Mario Padilla Chacón, a sus hermanos, a sus hermanas, su gran defensa de las decisiones sobre su vida privada, su vida matrimonial, sobre sus hijos, propiciaron un equilibrio de esa mente y esos dedos en sus escritos, buscando dejar un legado de argumentos que compartidos por todos los suyos, coadyuvaran a la suma del cariño y no a la resta o la división en la actual y futuras generaciones. Daniel también se convenció de que al final del día, lo que permanece siempre, es la familia. Eso sí, arremete duro contra algunos que, habiéndose comprometido con él le fallaron o fueron desleales, a pesar de haberles depositado toda la confianza. Daniel se ha significado como un profesional y un hombre de negocios que privilegia la palabra empeñada, y como algunos hombres del poder público – por ejemplo- le fallaron mintiéndole, no se detiene al señalarlos. Tampoco se van sin sus recordatorios algunos empleados desleales de sus empresas. Finalmente, hay un detalle que deseo resaltar ante los escritos de este joven atrevido en hacer sus memorias. Varios de los capítulos comprendidos en este volumen, contienen verdaderos platillos periodísticos. Y es que basándonos en aquella definición teórica de que la Noticia es, más que el hecho, la trascendencia del hecho, vale la pena señalar cuando menos dos casos que en el momento de escribir estas líneas vienen a mi mente, como hechos de verdadera trascendencia política-histórica.
Al rescatar a Telemax de aquel hoyo fiscal, Daniel Padilla Ramos logró que los gobernadores de Sonora continuaran conservando un canal de televisión para la defensa de sus gobiernos. De no haber tenido éxito, ese
canal hace mucho perteneciera a alguna cadena nacional, quizá MVS, de Joaquín Vargas. También, en el caso de su experiencia como abogado del cantante Juan Gabriel, éste le hace algunas revelaciones acerca del significado de sus canciones, pero se da una anécdota relacionada con una solicitud de don Luis Colosio Fernández, para que la canción “Amor Eterno” (una melodía de Juanga que sin duda ha rebasado la barrera de tiempo), la dedicara a su fallecido hijo Luis Donaldo, el malogrado candidato presidencial magdalenense. La respuesta del famoso canta-autor mexicano a don Luis, es simple y sencillamente, contundente y convincente. Asimismo, el capítulo que narra acerca del secuestro “exprés” de que fue víctima en el Distrito Federal, mete al lector en esos momentos terribles de sufrimiento, dolor y desesperación. “Hay carnita” periodística también en estas memorias del joven Padilla, porque involucra a personajes públicos y no sólo de su familia y sus amigos. Tiene la gran ventaja de que sus escritos con esos personajes públicos, políticos y empresarios, los basó en vivencias personales que nadie se los podrá reclamar, porque son precisamente eso, vivencias personales. Lo anterior es sólo parte del gran paquete por el que le invito a leer y disfrutar de estas memorias de un joven profesional sonorense, audaz, arrojado y con muy buena fortuna. Además y es algo de enorme importancia, Daniel se convierte también en un ejemplo para todos quienes le conocemos.
José Antonio Primo de Rivera, el dirigente de la Falange Española, decía que “La vida no vale la pena vivirla, si no hay algo grande en qué
quemarla”, y si estamos en este mundo es porque Dios ha fijado una misión especial para cada uno. Luego entonces, todos tenemos algo qué contar y debe ser un esfuerzo de todos, tratar de dejarlo como legado a nuestros hijos, a nuestros nietos y a nuestros bisnietos. Quizá hasta más allá. Francisco Javier Ruiz Quirrín Hermosillo, Sonora, México Febrero de 2014.
INTRODUCCION:
Al decidirme a escribir mis memorias, un destello de confusión nubló mi mente: ¿Qué debo escribir?, ¿estoy en edad para hacerlo? por lo general, quien se aventura en esta empresa, escribe anécdotas y logros alcanzados en su vida y le da un enfoque muy positivo a su legado, para que quienes lean sus palabras, queden “apantallados” de todo lo plasmado. Sin embargo mi iniciado lector, creo que todas las personas, bueno, casi todas, tenemos “prietitos en el arroz” que no deseamos divulgar, pero que permanecen en nuestras conciencias para toda la vida, y en el saber de algunas otras. Igualmente, escribir sus memorias son para muchos sinónimo de ancianidad, pero yo no lo veo así, simplemente llega un momento a tu vida en que te nace escribirlas, y ese momento ha llegado a la mía, sin pensar siquiera en que tengo apenas un “par de cuatros” de edad. Debo reconocer que la enfermedad terminal que mi hermano Diego padece, me ha incitado también a redactar los pasajes de mi existencia, ante la fundada creencia de que la vida que tenemos prestada, se nos arrebata en el momento menos pensado. El contenido de este memorial es totalmente abierto y sincero, aquí abordaré sin tapujos los acontecimientos que -a mi ver- han marcado mis primeros 44 años de vida, tales como mi divorcio, demandas judiciales en mi contra, carencias económicas, crisis empresariales, problemas familiares, etc., aunque considero justo también, hablar de cosas positivas que me han sucedido, que son las más, y que son el contrapeso a las no tan afortunadas que aquí narraré.
Intentaré en este memorial no ser crítico ni insinuador, mucho menos adulador, sobre todo, al citar alguna referencia personal; no es este un
instrumento para enviar algún mensaje subliminal o cifrado, por el contrario, escribiré con total objetividad y con auto-crítica. Me pondré pues como “palo de gallinero” yo mismo. Aclaro, que si por algún motivo alguna persona referida en este texto se siente aludida, le aseguro que en ningún momento habrá sido mi intención haberla hecho sentir así. Aquí hablo de errores que he cometido, pero también de calumnias y traiciones de las que he sido objeto, considero que deben quedar escritas para que no queden en el olvido, además, repito que no son ninguna crítica ni insinuación, son una realidad, a mí me sucedieron y por ende son parte de lo que me ha tocado vivir. Le aseguro mi estrenado lector, que todo lo que contiene este memorial es completamente verídico. ¡Ojo con esto mi crédulo lector, ojo! Al ser estas mis memorias, se supone que debo escribir solamente sobre mí persona, sin embargo, no he vivido en solitario en una isla como para así hacerlo, mucha gente ha gravitado a mi alrededor desde que nací, empezando por mi familia, y por consiguiente, debo citar a todas esas personas que han sido parte fundamental en mi vida. Platicaba mi padre, que en una ocasión le comentó Don José Alberto Healy Noriega -alias el Cochibeto-, propietario del entonces objetivo periódico “El Imparcial”, que se debía tener muchísimo cuidado con lo que se escribe, porque después, aunque se subsane la nota y se digan mil misas, ya no es lo mismo; como dice el dicho: “palo dado, ni Dios lo quita”.
Digo “entonces objetivo”, porque cuando El Imparcial tenía la competencia en Sonora de los periódicos “El Sonorense” y “El Informador”, era más
veraz, hoy en día es notoriamente vendido al Gobierno del Estado en turno, así tienen años operando, entiendo que tienen que comer y les cause temor que les cierren la llave, pero como dicen los chamacos hoy en día, “que la malicien”. Particularmente los políticos son muy dados a escribir sus memorias, y en ellas, resaltan los logros que alcanzaron en su trayectoria pública (con recursos que no son suyos). Se dibujan como víctimas cuando las circunstancias no les favorecen (cuando les quitan el hueso), a pesar de que son sin duda más las cosas oscuras que las nítidas las que distinguen su desempeño público, pero sin embargo, solo ilustran lo mejor que pudieron hacer en su quehacer político. ¿A quién pretende engañar el de la pluma escribiendo solo cosas buenas, a su esposa, a sus hijos, a la sociedad, a uno mismo? ¡Hay que decir la neta! Hoy en día, el internet, las redes sociales, los teléfonos celulares (ahora los llaman “smart-phones”), los video-juegos y tanta tecnología de la que alguna vez Albert Einstein advirtió nos convertirían en unos idiotas, han mermado la cantidad de personas que gustan de leer un buen libro. Lamentablemente, el libro ha visto disminuida su privilegiada posición de ser un material obligado de consulta o de enriquecimiento cultural, aquel gusto espontáneo por el saber –a través de la lectura - se ha ido reduciendo, aunque afortunadamente no ha sido sustituido por el Internet en su totalidad, dado el gusto de muchos lectores que preferimos leer en una hoja de papel que en una pantalla. Y aunque la red ofrece toda clase de lectura habida y por haber, el usuario casi no se adentra en ella como debería.
Este legado lo dejo en un libro, y confío que sea motivo de interés para que al menos un lector lo lea y un ex lector retome la lectura, en aras de que se motiven así a seguir leyendo libros en el futuro; este libro es mi granito de arena que aporto a la lucha por rescatar la sabiduría que los libros le han dado a la humanidad, y que poco a poco repito, ésta los ha ido olvidando. No digo que en mis tiempos todos hayamos traído un libro en la mano, pero recuerdo perfectamente como en mi formación primara y secundaria, nos tocaba leer al menos un libro, entenderlo y explicarlo. El primer libro que leí completo, fue “Los de abajo”, de Mariano Azuela, el cual narra una historia de la época de la Revolución, donde el personaje principal, Demetrio Macías, fue atacado injustamente por el ejército mexicano, para después levantarse contra ellos. Años después leí “Otelo”, de William Shakespeare, trama en la que Otelo tenía enfermizos celos de Yago, por su amada Desdémona. Así pude aprender aunque sea un cachito de literatura, cosa que los “chamacos” de hoy deberían de hacer también, alternando el uso de sus lap-tops, ipads, ipods, etc. con un buen libro, lo que les facilitaría aún más su entendimiento. A leer pues…
PREÁMBULO:
Inicio este humilde legado con total sinceridad, veracidad y esmero, en el presente mes de Julio del año 2013, para procurar terminarlo completamente a fines del presente año, y aunque bendito sea Dios tengo bastante trabajo y múltiples obligaciones que atender, no desaprovecho mis ratos libres para dedicarme a escribir tantas cosas que quiero dejar plasmadas. No pretendo tampoco encerrarme a escribir, como el gran compositor George Händel lo hiciera durante tres semanas completas sin interrupción, en un trance místico para concluir la obra más grande de su vida: “El Mesías” (¡Aleluya!, ¡Aleluya!), obra con la que quedó al borde de la locura e ictericia -por esas mal-pasadas que se dio-, y que posteriormente lo llevaron a la muerte, pero que sin duda alguna valieron la pena, por ese gran legado que dejó a la humanidad. Este mes, mis hermanos cuates Javier y Diego cumplen 47 años de edad, el primero internado desde hace 35 años en un Instituto Especial para Enfermos con Deficiencia Mental en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, y el segundo, lucha desde hace más de dos años contra un agresivo cáncer pleural que despiadadamente lo atacó. El presidente actual de México, Enrique Peña Nieto, no cumple aún su primer año como mandatario, y siento que las cosas han cambiado poco a poco para bien en nuestra golpeada nación. Digo golpeada, por que el flagelo del crimen organizado -especialmente el narcotráfico- sigue cobrando miles de vidas cada año, en una lucha sin cuartel que inició hace ya algunos años y continúa sin cesar, la que además, contamina a miles de almas de jóvenes que ven truncado su futuro al apostarle a este ilícita actividad, muchas veces contra su propia voluntad. Y aunque la violencia no ha dado tregua desde dos sexenios atrás, actualmente se están cocinando importantísimas y necesarias reformas en nuestro país, las cuales a la postre rendirán sustanciales frutos para todos
los mexicanos. Estas reformas son: la energética, la política, la educativa, la electoral, la hacendaria y la de comunicaciones, entre otras no menos importantes. Esperemos nuestros diputados y senadores “levanta-dedos”, las aprueben para bien de México, que se ha quedado rezagado ante otras naciones igualmente en vías de desarrollo; sobre todo, para que los legisladores desquiten esos insultantes ingresos que perciben y que son una verdadera burla para todos los mexicanos. A economías como la nuestra la llaman elegantemente “economías emergentes”, yo la llamaría “economía sumergente”, o en palabras llanas: “una ruina de la chingada”. Lo más preocupante de la situación actual de nuestro país, es que la mitad de la población vive en pobreza extrema, lo que es muy triste y lamentable. Paradójicamente, según las prestigiadas revistas FORBES y FORTUNE, en México vive el hombre más rico del mundo, Carlos Slim Helú. ¡Incongruencias de nuestra querida República Mexicana! En mi Estado, Sonora, el actual Gobernador Guillermo Padrés Elías enfrenta una serie de adversidades que han afectado la imagen de su gobierno, y la de él mismo. La carretera federal que pasa por Sonora se encuentra bloqueada desde hace dos meses por la Tribu Yaqui, debido a un problema en la sustracción de agua de la presa El Novillo, mediante un acueducto que llega hasta mi ciudad Hermosillo, agua que aseguran los Yaquis les pertenece; asunto que el Gobernador no ha sabido explicar ni atender con sabiduría y entereza, originando un lamentable e innecesario enfrentamiento contra un importante sector empresarial del sur del Estado, y contra la propia tribu Yaqui, en perjuicio de la economía –y el prestigio- de Sonora. Con tristeza y preocupación, escucho de mucha gente sus quejas y señalamientos de corrupción en contra de esta administración en Sonora. Es vox populi. Estos señalamientos también los hago yo, por injusticias sufridas en esta corrupta y voraz administración, las cuales platicaré más adelante.
Quien esto escribe, es fundador de Grupo ANDA. Laboro actualmente atendiendo negocios propios en diversos giros, tales como: ANDA Personal, La Casa del Habano, ANDA Farmacias, ANDA Financiera, ANDA Laundry y ANDA Distributor, entre otras afines a las anteriores. Más adelante les contaré cómo y cuándo se fueron presentando las circunstancias en mi vida para formar estos negocios, cuál es la actividad específica de cada uno y de donde proviene el nombre de ANDA en mis empresas. La situación actual es difícil, por no decir caótica. Recientemente mi esposa y yo logramos liquidar la casa que desde hace dos años felizmente habitamos. Los negocios marchan lentos en esta economía retraída, la nómina es el talón de Aquiles cada mes, los clientes no pagan como uno quisiera, los proveedores presionan para cobrar, incluso jurídicamente. En fin, nada que un empresario de nuestro país no viva en carne propia en estos días. Actualmente vivo en una cómoda casa de cuatro recámaras, en compañía de mi amada esposa Carmen Cecilia Borbón Rubio y sus tres adorables hijos, los cuales ya considero como míos: Andrea, José Ramón y Jorge Mario. Disfrutamos también de la alegre compañía de otras tres criaturas que son parte fundamental de nuestra familia, nuestros amados perritos “Chihuahua”: El Chato, la Niña y la Telesa.
Nuestra casa se encuentra en una cerrada que cuenta con un área común con alberca, en la que alegremente se divierten mis hijos con sus amistades, y donde también en ocasiones organizamos algunas tertulias con amigos y familiares.
Muy seguido nos visitan mis tres hijos biológicos, mis adorados Dora Luz, Daniel y Diana María, quienes viven con su madre en una céntrica colonia de esta ciudad, y quienes mantienen una excelente relación de hermandad y cariño con mis “nuevos” tres hijos, lo que nos convierte en una familia numerosa y unida, lo cual, me hace inmensamente feliz.
Mi venerada familia completa: Sentados: Daniel, yo, mi esposa Carmen Cecilia y Dora Luz. Atrás: Jorge Mario, Andrea, José Ramón y Diana María. Perritos de izquierda a derecha: Telesa, Chato y Niña.
Mi hija mayor, Dora Luz, se encuentra en espera de su primer bebé, lo que muy pronto me convertirá en un joven abuelo de 44 años de edad, ¡Estoy ansioso! Mi hija menor, Diana María, está por partir en los próximos días a Canadá, en un viaje de estudios para aprender el idioma inglés durante un año, en la ciudad de Saskatoon. Tenemos también desde hace varios años, una modesta pero cómoda casa en la ciudad de Tucson, Arizona, donde pasamos largas temporadas para descansar en ella, ya que igualmente cuenta con un área común con alberca, lo que la hace más placentera. La ciudad de Tucson se encuentra a 360 kilómetros de Hermosillo, y es muy común que los hermosillenses tengamos alguna casa o negocio en esa ciudad de los Estados Unidos, incluso varios de mis vecinos en Tucson, son sonorenses, más aún, una vecina en Hermosillo es también mi vecina
en Tucson; ¡Azares del destino! (Nos compartimos azúcar mexicana y americana) Esta casa de Tucson, Arizona, se ubica en una colonia muy tranquila, donde el promedio de los vecinos debe oscilar en los 100 años de edad (o más), lo que nos convierte en los pocos vecinos jóvenes y con niños, quienes despiertan la quietud de tan bello lugar. En realidad disfrutamos mucho de esa casa. Es costumbre familiar en Tucson, ir a los casinos que ahí se encuentran y que son manejados por las tribus del área, como lo son los Yaquis y los Pápagos. También es un deleite disfrutar de la alta cocina que ofrecen muchos restaurantes de la ciudad, aunque mis hijos prefieren los lleve al Oregano ´s, el Cheescake Factory, el Pinnacle Peak, el Hooters y el Fudrockers, entre muchos tantos que no son de alta cocina, pero sí muy tradicionales y sabrosos. En lo personal, acudo a desayunar a magníficos restaurantes de Tucson, como Beyond Bread, Jerry Boobs y Hungry Fox. Como buen fanático que soy del beisbol de grandes ligas, cada vez que puedo acudo al estadio de los Diamondbacks de Arizona, en Phoenix, para disfrutar un partido en vivo, esto es, dos o tres veces por año.
De hecho mi pelotero lector, el año de 1998 en que fue inaugurado dicho estadio, acudí a un partido de beisbol acompañado de mi compadre Eduardo Charles y de Don Enrique Ruibal Corella “El Gachupín”, de donde salimos maravillados ante tanta modernidad no vista antes en un campo de beisbol.
En el estadio de los Diamondbacks de Arizona en 1998, acompañado de mi compadre Eduardo Charles y de mi gran amigo Enrique Ruibal Corella. ¡Andábamos como Yaquis alborotados!
Con mi hermano Diego he acudido varias veces a ese estadio, sobre todo cuando él residía en la ciudad de Phoenix, Arizona; igualmente voy con amigos y otros familiares, y desde luego, con mi hoy esposa Carmen Cecilia también he asistido a disfrutar de un buen partido de pelota.
En ameno juego de los D-backs, mi hermano Diego, yo y mi hermosa esposa Carmen Cecilia.
El estadio Chase Field de Phoenix, es considerado por los conocedores del beisbol, como el estadio más cómodo de todos en las Grandes Ligas, y aunque yo no conozco la totalidad de los estadios, sí me atrevo a corroborar que es el más confortable de los que he tenido oportunidad de visitar.
En En el estadio de los Diamondbacks de Arizona, en compañía de Miguel Angel Moreno, Tomás Luzanilla, Rafael Tirado Ramos, Rigoberto Fragoso, mi hermano Andrés y mi amada Carmen.
Imborrable en mi memoria aquel séptimo juego de la Serie Mundial del 2001 que presenciamos Aaron Monreal Loustaunau, mi hermano Diego y yo, el día 04 de Noviembre del año 2001 en dicho estadio, disputado entre los siempre poderosos y odiados Yankees de Nueva York y los Diamondbacks de Arizona, logrando obtener estos últimos la corona con hit productor al jardín izquierdo del cubano Luis González, ante los lanzamientos del casi imbatible relevista estrella de los Yankees, Mariano Rivera. El estadio de Phoenix simplemente se volcó de algarabía y júbilo.
Esta Serie Mundial no fue un Clásico de Octubre, como suele llamársele a este evento, sino un Clásico de Noviembre, ya que en Septiembre de ese mismo año se suscitaron los más grandes y trágicos atentados terroristas en la historia de los Estados Unidos, que obligaron a suspender la temporada de béisbol por algunas semanas.
Boleto del séptimo juego de la Serie Mundial de béisbol del año 2001, entre Diamondbacks de Arizona y Yankees de Nueva York. En “gallola” pero estuvimos.
Mi equipo favorito son los Dodgers de Los Angeles. También he asistido algunas veces en los últimos años al mismísimo estadio de los Dodgers. Desde que el gran pitcher sonorense Fernando Valenzuela deslumbró a propios y extraños con su lanzamiento screwball, también conocido como “tirabuzón”, en los años 80´s, mi corazón se inclinó por ese equipo angelino. El “Toro” Valenzuela, como le apodaban, posee un récord en el béisbol de Grandes Ligas que creo es muy difícil de superar: el haber ganado los primeros ocho juegos en su temporada como novato, además de haberlos lanzado completos. La ciudad de Los Angeles, California, es la segunda ciudad con más mexicanos en el mundo después de la ciudad de México, por lo que veo en los Dodgers un equipo casi casi de México.
En Junio del año pasado, fuimos mi padre y mis hermanos Mario, Héctor, Diego y yo, a un juego al “Dodger Stadium” en Los Angeles, California, ya que mi hermano Diego (quien repito padece un agresivo cáncer), anhelaba asistir y gustoso lo llevamos.
Los “Padilla” en el Dodger Stadium, en Junio del año 2012. De izquierda a derecha: Héctor, mi papá, Diego, yo y Mario. Grata convivencia. Mi hermano Diego disfrutó sobremanera este periplo.
Fue muy grato ese viaje, ya que convivimos muy cercanamente en familia, paseamos por el centro de la ciudad de Los Angeles, fuimos al barrio mexicano -mejor conocido como “East L.A.”-, a Hollywood, Malibu, Beverly Hills, donde nos tomamos un helado en la famosa Calle “Rodeo Drive” y entramos al famoso hotel Wilshire, en el que los reconocidos actores de Estados Unidos, Julia Roberts y Richard Gere, filmaron la película “Pretty Woman” en 1990 y que fue nominada para un premio Oscar. Este viaje nos dejó imborrables recuerdos, por lo que quedamos de repetirlo este año, pero por “angas o mangas” no se ha podido. En mis viajes de estudios, de trabajo o de vagancias, he tenido oportunidad de acudir a partidos de béisbol en varios estadios de Grandes Ligas, tales como el de los Angelinos de California, Dodgers de Los Angeles, Padres de San Diego, Diamondbacks de Arizona, Cachorros de Chicago,
Medias Blancas de Chicago, Astros de Houston, Bravos de Atlanta, Medias Rojas de Boston y por supuesto, la catedral del beisbol, el Yankee Stadium.
Mi hijo Daniel en el Yankee Stadium, en el 2004. 2009.
Con mi hijo Daniel en el Dodger Stadium, en el
A mi vida han regresado unos incómodos ataques de ansiedad y de pánico que creí haber ya dejado atrás, los cuales limitan mi capacidad de desenvolvimiento en varios aspectos de mi vida. De nuevo acudí a ver al Doctor Joel Arturo de la Vega -quien me los había controlado años atrás-, por lo que reinicié un tratamiento médico para restaurar el derramamiento de serotonina en el cerebro. Le pido a Dios pronto poder superar esta ardua e incómoda etapa de mi existencia. Confío plenamente en el connotado Dr. de la Vega, médico psiquiatra muy reconocido y que tiene amplia experiencia en estos casos. Me encuentro mucho muy agradecido con este estimado Galeno.
Estos desórdenes del cerebro, me iniciaron en Julio del 2007, es decir, hace exactamente seis años, cuando me encontraba de vacaciones en Italia en compañía de mi hija Diana María, mi hermano Andrés y su hija -mi ahijada- Violeta; me pegó la primera “chiripiolca” exactamente en el bonito e histórico hotel Westin Excelsior, donde nos encontrábamos hospedados en Roma. Esa mañana al estarme afeitando, tuve la violenta necesidad de tomar aire fresco, sentí que se me cerraba el mundo sin saber qué me pasaba, unos fuertes mareos y temores se apoderaron de mí sin poder contenerlos, hasta que logré calmarme poco a poco. De ahí pa´l real, los ataques de pánico y de ansiedad se volvieron cada vez más recurrentes en mi vida, al grado tal de que ya no podía subirme a un avión o a un simple elevador; si acudía a un restaurante, procuraba buscar una mesa cercana a la puerta de salida y evitaba siempre los tumultos, así duré varios años luchando con impotencia contra este padecimiento neurológico, que según he sabido, le afecta a millones de personas en todo el mundo. He leído bastante sobre estos desórdenes del cerebro humano, y dicen los que saben, que detrás de estos ataques existe una profunda depresión, muchas veces obvia y sabida, otras veces oculta, pero presente al fin. Yo estoy totalmente de acuerdo con esta tesis.
En mi caso mi alocado lector, estoy seguro de que el secuestro del que fui víctima y del que más adelante narraré, detonó este padecimiento en mi persona y se me manifestó años después. También la pérdida de mi madre y mi ríspido divorcio pudieron haber influido. Who knows! Aclaro sin necesidad de hacerlo, que yo jamás de los jamases he usado drogas, de ningún tipo, nada de nada, ni de chamaco ni de ruco, solo el alcohol, al que algunos consideran como una droga. Lo uso “socialmente”, como dicen ahora.
Mis amigos me dicen -en broma por supuesto-, que supieron que dejé de tomar alcohol por seis meses, por que tomaba un día sí y un día no. Bromas simples y sin sustento, desde luego. En mi hogar, tengo desde hace varios años una banda caminadora, en la que camino cuatro o cinco veces por semana durante 40 minutos, eso me mantiene en peso y con la mente despejada, es casi indispensable el ejercicio para que uno funcione. Me hace sentir mejor de salud, bendito Dios. Dos veces al año me practico análisis químicos de toditito. Por lo general he salido bien en todos los niveles, excepto en Colesterol que lo traía entre 230-250, hasta que logré por fin bajarlo al nivel de 200 en los últimos análisis que me practiqué, en Junio del presente 2013. Dice mi Papá, que en sus tiempos esos niveles eran normales, pero como ahora los doctores y hospitales se han vuelto muy centaveros, quieren asustar al paciente para someterlo a tratamiento médico. Es la famosa “mafia de la bata blanca”, como comúnmente se les dice a los médicos hoy en día, salvo honrosas excepciones desde luego.
Soy Católico Apostólico Romano –también Guadalupano-, muy creyente y respetuoso de Dios, siempre me acompaña en mi billetera un escapulario verde del “Inmaculado Corazón de María” que mi madre me regaló hace ya muchos años. Con él rezo todas las mañanas al despertar, y todas las noches al acostarme; soy poco practicante, muy poco diría yo, digamos que de 52 Domingos que tiene el año, acudo a misa uno ó dos Domingos, aunque mi esposa Carmen Cecilia sí asiste todos los Domingos a misa de
12, infaltable, ella es mi representante. Ya sé que pensará mi devoto lector que soy un pinche ateo, pero no lo soy, aunque en la práctica lo parezca. Una vez a la semana -desde hace varios años-, un grupo de amigos nos reunimos a jugar al cubilete, para lo cual, cada uno de nosotros pone su casa y como anfitrión ofrecemos algo de cenar, pero cada quien debe llevar lo que va a tomar, bebidas con o sin alcohol. Estos amigos, invariablemente son: Gustavo González Tirado, Jorge Cortés Santiago, Juan Carlos Trelles Monge, Ernesto Ramos Arvizu, Sergio Encinas Velarde, Jesús Eduardo Charles Pesqueira, Rigoberto Fragoso Montes, Tomás Luzanilla Morales, Sabas Borbón Rubio, Francisco Javier Ruiz Quirrín, Edgardo Urías García, Juan Bautista Córdova Salcido, Sergio Tirado Berrelleza y Víctor Cervantes Velázquez.
El grupo del Cubilete, sentados de izquierda a derecha: Eduardo Charles, “Tita” Córdova, Jorge Cortés, Edgardo Urías, Juan Carlos Trelles, Víctor Cervantes. Parados: Tomás Luzanilla, yo, Ruiz Quirrín, Sergio Tirado, Ricardo Ramos, Rigo Fragoso y Sergio Encinas. ¡Puras fichitas!, Todos hacen trampa, menos yo.
En ocasiones, aparecen en nuestra mesa otros osados curiosos que se arriesgan a jugar, entre los que cuento a mi hermano Mario, Alejandro Sandoval Velderrain, Félix Cañez Sendino, Francisco Escobell, José Abraham Luzanilla, Ricardo Ramos Arvizu y Miguel Angel Moreno Borbón. Cada año nombramos al “Lépero del Año”, reconocimiento que otorgamos al basarnos en la persona que consideramos ha hecho más trampas en el
juego, a votación limpia y democrática. Huelga decir que en el Año 2010, fue designado como el más Lépero el ilustre Gustavo González Tirado; el 2011 fue Juan Carlos Trelles Monge; el 2012 fue Jorge Cortés Santiago, y para este 2013, ya hay dos nominados, pero omito sus nombres porque la votación plural es la que decide. El suscrito no ha sido nominado aún, gracias a mi pulcritud en el juego. Ojalá los demás compañeros opinen lo mismo, cosa que dudo mucho.
Son muy agradables tardeadas en las que nadie habla de sus problemas, del trabajo o de su matrimonio. Simplemente jugamos, nos damos dura carrilla (hoy le dicen “bullying”), charlamos un poco de política actual, de temas de moda, etcétera; es para todos nosotros como una válvula de escape que nos sirve para cargar baterías y desechar la basura mental que uno va acumulando con el diario cotidiano. Aunque nunca hemos llegado a un pleito de manos en la “Cubileteada” -como nosotros le llamamos-, es común que uno o más compañeros se disgusten por algún malentendido, o de plano por alguna clara trampa en la jugada (que por cierto ya se han vuelto muy comunes), incluso que se distancien una o dos semanas del grupo, pero al fin de cuentas regresan y permanecemos todos unidos, yo me incluyo desde luego entre estos compañeros que a veces se enchilan. No han sido pocas las veces que cuando me toca ser anfitrión, los vecinos elevan sus quejas por el ruido que el cubilete genera en la mesa, sobre todo cuando nos extendemos jugando hasta la madrugada, amén de que les molesta tanto vehículo estacionado por fuera de sus casas. Creo que ya se acostumbraron y confío en que terminaron aceptándolo, además ¡qué remedio!
Por su admirable tolerancia, le dedico este preámbulo a Gaby Mazón e Iker, a Idalí y Sergio del Bosque, a Eva y Gastón Pavlovich, y a Marco y Connie Paz Pellat, amables y prudentes contiguos. En Agosto del año pasado, es decir el 2012, acudimos mi esposa Carmen y yo al recital que en esta ciudad ofreció el joven y brillante tenor sonorense Arturo Chacón, en el Auditorio Cívico del Estado.
Fuimos invitados por mi viejo camarada Juan Carlos Trelles y su gentil esposa, Margot Molina Elías, y en dicho evento saludé a mi buen amigo el Lic. Héctor Rubén “Buby” Mazón Lizárraga -papá de mi vecina Gaby-, quien al verme me dijo con el tono gritonsón que lo caracteriza: “ya supe que juegan al cubilete en tu casa”. “Ya le fueron con el chisme” le dije. “Ningún chisme”, me dijo, subiendo aún más el tono de voz, “Yo mismo los escuché cuando fui a visitar a mi hija Gaby” abundó. “Incorpórese cuando vaya” le reviré. “Pues me dan ganas, porque se oían muchas carcajadas” terminó diciendo. Nos dimos un afectuoso abrazo y nos despedimos. ¡Ah qué famita esta del cubilete! Este breve relato ilustra a grandes rasgos mi vida actual. Nada fuera de lo común, quizá poco interesante, incluso trivial. Sin embargo mi atento lector, yo lo conmino a que usted también se anime a escribir sus memorias, porque todos, sin excepción, tenemos nuestra propia historia que contar en la vida.
Titulo el presente memorial como ANDANZAS, primero, porque lo relato totalmente apegado a mis andanzas por la vida, y segundo, porque si me dieran a escoger haber nacido en otra época, en otro lugar o con otra familia, escogería sin pensarlo la misma que he vivido, es decir, mis mismas andanzas.
Y si me dijeran qué cambiaría en mi vida si pudiera hacerlo, no cambiaría absolutamente nada, la quisiera vivir tal cual, porque cada momento, cada circunstancia, cada reto, cada sin sabor, cada fracaso, cada logro y cada detalle que me ha tocado vivir, son los ingredientes que me han hecho ser la persona que soy, y así con estas “andanzas” me siento satisfecho y complacido.
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ORIGENES DE MI VIDA:
Mi ciudad, Hermosillo, Sonora, México
Mi nacimiento: Corría el mes de Abril de 1969, los Estados Unidos de Norteamérica se preparaban para llevar al primer hombre a la luna, como una muestra de superioridad ante su archirrival: la hoy disuelta Unión Soviética; el Presidente de los Estados Unidos era Richard Nixon y el de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas era Leonid Brezhnev.
El Presidente de México en 1969 era Gustavo Díaz Ordaz, y el Gobernador de mi querido Estado de Sonora, era Don Faustino Félix Serna, amigo personal de mi padre. Mientras esto acontecía, el día 09 de ese mes llegamos a este mundo un par de gemelos, a quienes nuestros padres llamaron Andrés y Daniel, el primero nombrado así por el Apóstol y el segundo por el Profeta. Y más o menos lo somos. ¡Me cae! Contaba mi madre, que ya sabía que tendría cuates, pero pensaba que seríamos mujeres (antes no existían los ultra-sonidos y esas cosas), por lo que a la primera que naciera le pondrían Sara y a la segunda Esther, como yo fui el segundo en nacer, pues yo sería Esther. Quizás Elba Esther. ¡mmmhhh! Andrés y yo fuimos bautizados por el Lic. Noé Palomares Navarro y su esposa Dora Hilton de Palomares, así como por mis queridísimos tíos, el eminente Dr. Ernesto Ramos Bours y su esposa Teresita Arvizu de Ramos, respectivamente.
Nuestro bautizo en la Catedral de Hermosillo. Mi mamá, Dora Hilton de Palomares, mi tía y madrina Teresita Arvizu de Ramos, mi tío y padrino Dr. Ernesto Ramos Bours, mi papá y el Lic. Noé Palomares Navarro. Al centro, el Arzobispo Carlos Quintero Arce. Abajo a la izquierda, un mocoso colado.
De los cuatro padrinos, solo mi tía Teresita Arvizu de Ramos sobrevive, a ella le tengo un profundo cariño que estoy seguro es mutuo; es una mujer de muy dócil carácter y con un corazón gigante, siempre apoya a quien más lo necesita. Ella se ocupa además de manera constante, de los cuidados de mi hermano Diego en su difícil lucha contra el cáncer. Una gran mujer sin duda. Todas las navidades durante mi niñez, tenía mi Santoclós en casa de mis tíos Teresita y Ernesto Ramos, eso era de lo mejor, lástima que uno crece y con ello se desvanecen esas ilusiones y sorpresas que la niñez feliz conlleva. Aunque no veo por qué ahora de grande, no le puedan regalar al ahijado un carro o un reloj Rolex. Nota: En varias fotos que podrá ver en el contenido del presente memorial, notará que Andrés y yo no nos parecemos como gemelos, pero bueno, en nuestra Acta de Nacimiento así quedó plasmado, y por ende, lo somos.
Mi Acta de Nacimiento. Dice claramente que soy “Gemelo”. Testigos de lujo: Mi tío Aurelio Ramos Bours (q.e.p.d.) y el Ing. Virgilio Ríos Aguilera.
Fuimos los últimos en nacer de una familia de nueve hermanos, Mario el mayor nació el 07 de Octubre de 1959; le sigue Héctor que nació el 20 de Diciembre de 1960; después nació el angelito Guillermo, el 25 de Junio de 1962, y quien por un mal genético llamado mucoviscidosis (fibrosis
quística del páncreas), falleció ese mismo año el día 30 de Octubre; luego Miriam, que llegó a este mundo el 06 de Enero de 1964; después el primer par de Cuates, Diego y Javier, quienes arribaron el 24 de Julio de 1966; después vino Raquel, que nació el 19 de Septiembre de 1967 y por último, el 09 de Abril de 1969, llegamos los pequeños de la casa: Andrés y quien esto escribe: Daniel. Todos nacimos en Hermosillo, Sonora, con excepción de Mario, el mayor de los hermanos, que nació en México, D.F., es “Chilango” pues.
Los pequeños Daniel y Andrés Padilla Ramos de un año de nacidos. Ya pintaba yo como el más bonito.
Mis abuelos:
Mi abuelo paterno o “panino”, como cariñosamente le decíamos, Don Carlos Padilla Verduzco -a quien apenas recuerdo-, nació en Higuera de Zaragoza, Sinaloa, en el año de 1896, fue siempre un hombre bragado, de armas tomar, recio y decidido, sumamente enérgico, pero también muy cariñoso con todos los nietos que nos tocó conocerlo. Desde muy joven se trasladó a Baja California en busca de nuevos horizontes, y fue en aquella península donde conoció a mi abuela, allá se matrimoniaron y trajeron a toda su descendencia a este mundo. Entregado siempre a las labores del campo, con total éxito sembró grandes extensiones de alfalfa y algodón en el Valle de Mexicali, reconocimientos que obran en los anales de la historia bajcaliforniana. De mi panino he escuchado innumerables anécdotas de coraje y valentía, fue compadre de gentes que en aquel entonces jalaban el gatillo, como Don Genaro Garzón Lizárraga, Rodolfo Valdez “El Gitano” y Arcadio Osuna Barrón “El Gallito”, entre otros ilustres entrones de su natal Sinaloa.
Mi panino, Carlos Padilla Verduzco. No se andaba por las ramas.
Mi panino fue de los fundadores de la Costa de Hermosillo, a donde llegó procedente de Mexicali, Baja California en 1942, para establecer su campo agrícola “La Floresta”, al que convirtió en una época como el campo más alfalfero de México, ni más ni menos mi sembrador lector.
Poquita alfalfa de mi panino en “La Floresta”. En la foto, con mi manina y sus hijas Esthela y Norma.
Está registrado que mi panino, fue el primer agricultor en la Costa de Hermosillo en instalar una bomba de 10 pulgadas en esa zona agrícola, era de la marca Pomona, con un aprovechamiento de 2 Mil galones por minuto. Esta marca Pomona seguramente fue bautizada así, en alusión a la Diosa romana de la fruta y los jardines, del mismo nombre. Algunos años atrás, había llegado una “horneada” de Italianos a establecer sus campos en la Costa de Hermosillo -zona que entonces apenas se iniciaba al cultivo-, entre los que destacan los de Apellidos Ciscomani, Giotonini, Forni, Cecco, Baranzini, Clerici, entre otros tantos italos.
Tractoristas trabajando en el campo “La Floresta” de mi panino. Campo fértil y productivo.
En el año de 1939, estando mi panino Carlos Padilla en Palaco, Baja California, -donde vivía con su familia antes de mudarse a Sonora-, contactó a su viejo amigo, el Gobernador Rodolfo Sánchez Taboada, a quien le dijo que estaba enterado que el Presidente Lázaro Cárdenas efectuaría una gira de trabajo por Tijuana, Baja California, y quería hacerle una petición en persona, por lo que le pidió se lo presentara y le abriera un espacio en su agenda. Muy a huevo el Gobernador aceptó, pero condicionó a mi panino a que usara un lenguaje moderado y que no fuera empistolado como acostumbraba; también le hizo ver, que sólo lo podría abordar muy brevemente, cuando el Presidente saliera por la puerta de atrás del hotel donde tenía un evento programado. Al estar mi panino de frente con el Presidente Lázaro Cárdenas, le pidió a nombre de sus compañeros ejidales, que así como había expropiado el petróleo y la petroquímica, que también expropiara las tierras agrícolas de Palaco, Baja California, donde él y otros agricultores mexicanos sembraban desde hacía varios años, pero tenían que pagar rentas a norteamericanos, lo cual resultaba inverosímil.
Mi panino le propuso en concreto, que les vendieran esas tierras a los mismos colonos que las labraban, y estos se las pagarían en abonos al Gobierno Federal, cuando –para su sorpresa- en ese mismo momento, el Presidente Lázaro Cárdenas lo interrumpe y gira instrucciones precisas al Gobernador Sánchez Taboada para que prepare de inmediato la expropiación de dichas tierras, logrando con ello mi panino su cometido, “ya chingaste Padilla”, le dijo a mi Panino su amigo el Gobernador. Mi panino platicaba, que la presencia de Lázaro Cárdenas le impuso temor y respeto, al ver de frente su recia figura, de cara grande y fruncida, pero que -a pesar de que oscilaban en la misma edad- lo sintió como un padre cuando apoya a su hijo.
Palaco fue fundada en 1908 y su nombre es apócope de “Pacific Land Company”, bautizada así por los “gringos” pioneros que ahí se establecieron. Hoy en día, cambió su nombre a poblado Jesús González Ortega, que con el crecimiento de la mancha urbana de Mexicali, Baja California, viene siendo ya una colonia más de esa ciudad. Como anécdota graciosa, platicaba mi panino que a finales de los años cincuentas, llegó un piloto fumigador estadounidense a su Campo “La Floresta”, el cual hacía muy bien su trabajo de pilotear y fumigar con total precisión las siembras que ahí labraban. Cuando terminó de fumigar este “gringo”, mi panino lo felicitó y le dijo que admiraba lo bien que piloteaba el avión fumigador, a lo que el “güero” le contestó que había adquirido mucha experiencia cuando estuvo en la Segunda Guerra Mundial, bajo el mando de Douglas MacArthur en las Filipinas, y que incluso le había tocado estar en la invasión a la Isla de Leyte, que había sido tomada por los japoneses.
“Ese MacArthur era un chingón” le dijo mi panino, “No se crea Don Carlos” le dijo el gringo con un español golpeado, “Lo que hacía MacArthur al desembarcar era mandar 10 Mil hombres, los mataban y luego mandaba otros 10 Mil, también los mataban y luego mandaba otros 10 Mil, hasta que lograba penetrar; así hasta yo la hago” dijo el fumigador norteamericano. ¡Gringo hocicón! pensó mi Panino. Mi panino falleció el 19 de Mayo de 1975, en su añorado campo Agrícola “La Floresta”, víctima de un infarto al miocardio. Hace algunos años, solicitamos al Ayuntamiento por medio de una carta firmada por varios nietos de mi panino, que se bautizara una calle del
Poblado Miguel Alemán, de este Municipio de Hermosillo, Sonora, con el nombre de Carlos E. Padilla, nuestro panino, sin haber alcanzado nuestro objetivo. Adjunto carta que firmamos y presentamos al Ayuntamiento:
P etición que hicimos al Ayuntamiento de Hermosillo, para bautizar una calle de la Costa de Hermosillo con el nombre de mi panino. No nos hicieron caso, y vaya que se la merece.
El Ayuntamiento de Hermosillo no nos hizo caso, pero que tal el de Maricopa, Arizona, ehhh?, Carlos Padilla y John Wayne, dos empistolados, el primero de a de veras, el segundo en el cine.
Mi abuela paterna, Doña Candelaria Chacón Altamirano, era originaria del poblado de Ojos Negros, en Real del Castillo, Baja California, una mujer hecha y derecha que le tocó lidiar con el fuerte carácter de mi panino; fue sin duda todo un ejemplo de cariño y grandeza, aún hasta el 16 de Octubre de 2001 que falleció. Ella vivió los últimos años de su vida en casa de mis padres. Al fallecer mi panino en el año de 1976, mi manina continuó residiendo por algunos años en su morada ubicada por la Calle Juárez, en la Colonia Centro de ésta ciudad. Posteriormente se fue a vivir con mi tía Norma Padilla de Oquita, y terminó residiendo en casa de mis papás, donde todos sus nietos la disfrutamos sobremanera.
Mi manina Candelaria Chacón Altamirano. Dama ejemplar, llena de virtudes.
Mi “manina”, como cariñosamente le decíamos, tenía el don de poseer ciertos poderes mentales, ella podía abrir cajones con la fuerza de su mente; solo con ver a una mujer embarazada le decía si tendría niña o niño, incluso si serían gemelos, ¡es en serio mi escéptico lector!
En sus años de juventud, su padre Don Eligio Chacón -es decir mi bisabuelo- llegó a su casa acompañado de un señor que le quería hacer una consulta a mi manina, pero antes de soltarle la pregunta ella le dijo que NO, ¿no qué?, pregunto el señor, y mi manina le contestó: “esa es mi respuesta a la pregunta que usted me va hacer”, el señor sorprendido le reviró con otra pregunta: ¿Por qué no?, “por su dinero” le contestó mi manina, y entonces el señor se marchó, con el rostro desencajado. Resulta que este señor buscaba postularse para un importante puesto de elección popular, allá en la Baja California donde residía, pero la “vox populi” y la prensa local lo tacharon de cacique, de explotador y de terrateniente, señalamientos que a la postre lo llevaron a la derrota electoral. En esa época fue cuando mi manina Candelaria comenzó a mostrar dotes de poderes mentales, los que la llevaron a ganarse el respeto y admiración de todos quienes la conocían. Y desde luego, muchos metiches se le acercaron para tratar de averiguar por su conducto, “x” o “y” asunto. En cierta ocasión, una mujer fue a preguntarle a mi manina por el nombre de la persona que había matado a su esposo y bajo qué circunstancias, a lo que ella le respondió: “Si tú ya sabes”. ¡¡¡Tómala!!!
Mi manina de joven. “Por su dinero” le contestó al cacique.
Entre otras demostraciones de los poderes mentales de mi manina, una tarde primaveral que estaba en su natal Baja California, escribió los planos de tres tesoros, uno que se ubicaba en la Sierra de Juárez en el mismo Estado y que fue encontrado por mi tío abuelo Francisco “Chito” Chacón, hermano de ella; otro más que nunca se pudo encontrar en la misma península, y un último plano que se refería al Municipio de Ures, en el Estado de Sonora, a pesar de que jamás ella había estado en Sonora.
Este tesoro lo hemos ido a buscar varias veces sin éxito, más adelante narraré estas chuscas aventuras en busca de la fortuna fácil. Mi abuelo materno, Don Aurelio Ramos Almada, nació en Chínipas, Chihuahua, fue un hombre muy correcto, su honestidad le otorgó un importante lugar en el Hermosillo de aquella época. Aunque no me tocó conocerlo, escucho solo cosas nobles de él. Fue liquidador del extinto Banco de Sonora, Gerente de la Cervecería de Sonora, miembro del consejo fundador de la Universidad de Sonora, hotelero y empresario conservador y audaz. Mi abuelo Don Aurelio fundó el histórico Hotel Ramos en 1929, en esta ciudad de Hermosillo, el cual, por causas de un incendio aparentemente provocado, tuvo que cerrar sus puertas en 1948.
El “Hotel Ramos” de mi abuelo Aurelio A. Ramos, ubicado en Dr. Paliza y Londres, Colonia Centenario.
Este hotel era de los mejores en aquellos años, y fue incluso el lugar predilecto de reuniones de los Gobernadores del Estado de ese entonces: Don Anselmo Macías Valenzuela, Ramón Ramos, Román Yocupicio y Don Abelardo L. Rodríguez. También brindó hospedaje a personalidades como Don Plutarco Elías Calles, Agustín Lara y el renombrado actor Clark Gable, cuando este venía de cacería a estas tierras. Fíjese lo que son las cosas mi expropiado lector, pero mi abuelo Don Aurelio Ramos también conoció en persona al mismísimo Presidente “Tata” Lázaro Cárdenas, esto, en 1939, mismo año en que mi panino Carlos Padilla lo abordó, solo que en otra ciudad y bajo otras circunstancias, y desde luego, sin conocerse aún mis dos abuelos entre sí. El destino…, el destino.
Mi abuelo Aurelio A. Ramos (de traje oscuro), junto al Presidente Lázaro Cárdenas, en 1939. Atrás, un peinado de librito colado.
Mi abuelo falleció el 06 de Enero de 1966, es decir, tres años antes de que yo llegara a este mundo; no nacía aún, pero ya estaba en los pensamientos del creador.
El Hotel Ramos al fondo, de dos pisos; a un lado La Casona, que era la casa de mis abuelos. Foto tomada desde la Catedral de Hermosillo en los años 30´s, la calle de enfrente es la Dr. Paliza; la casa de la derecha de mis abuelos pertenece a la familia González y la que se aprecia enfrente es el chalet de los Camou. No había casi nada en la Colonia Centenario, se hubiera quedado así porque se llenó de “abogados”.
El Hotel Ramos se localizaba en la esquina de las Calles Dr. Paliza y Londres en la Colonia Centenario, donde tiempo después, mi tío Celso Campoy Mendoza (casado con mi tía Lupita, hija de mi abuelo Don Aurelio) instaló un taller de radiadores industriales que operó por casi 20 años. Al fallecer mis dos abuelos, los inmuebles que albergaban el hotel Ramos y la casa de al lado que ellos habitaron, fueron mal-vendidos al Gobierno del Estado, quien atrozmente los demolió para donar el terreno al Poder Judicial de la Federación, donde edificaron Juzgados Federales. Fue realmente un caso muy sonado en la sociedad hermosillense, sobre todo en la estirpe de antaño, quienes públicamente manifestaron sus reclamos por haber derrumbado tan históricos inmuebles.
A mi abuelo Aurelio A. Ramos, el Ayuntamiento de Hermosillo sí lo reconoció con una calle que lleva su nombre, ¡enhorabuena!
Una calle al poniente de esta ciudad de Hermosillo, Sonora, lleva merecidamente el nombre de mi abuelo materno. Ya solo esperamos que algún alcalde retome nuestra petición, y bautice con el nombre de mi Panino a una calle de la Costa de Hermosillo. Si se pudiera poner mi nombre a otra calle, pues de una vez.
Mi abuela materna, Doña Angelita Robinson Bours Monteverde, oriunda de Alamos, Sonora fue siempre una mujer notable, de familias muy reconocidas en aquel entonces (y hasta la fecha), por su poderío
económico combinado con el don de gentes. Ella fue siempre muy solidaria con sus hijos, y sumamente tierna con todos sus nietos.
Mis abuelos maternos, Angelita Robinson Bours Monteverde y Aurelio Ramos Almada. ¡Dechada pareja!
La estirpe de la que provenía mi abuelita, era ni más ni menos que de las familias más acaudaladas del Estado de Sonora, y hasta la fecha lo siguen siendo.
Su padre (mi bisabuelo), Don Tomás Robinson Bours Goyeneche, fue un gran visionario y emprendedor, ya desde entonces iniciaba con el negocio de las aves, que junto con sus hermanos convirtió años después en un gran emporio en todo México y parte de Sudamérica, sin mencionar otros negocios del ramo financiero, agrícola y comerciales que fundaron.
Aunque debo aclarar mi heredero lector, que ese poderío económico se quedó en manos de los hermanos de mi abuelita en Ciudad Obregón, Sonora; luego pasó a manos de los hijos de estos, y después a los hijos de los hijos de estos, por lo que cada vez se aleja más el parentesco… y el dinero, mientras mi abuelita, hijos y nietos, nomás “milando” como el chinito.
Sentados: Mis tíos Alma de Bours y Don Javier Bours Almada, Alfonso Ramos Bours. Parados: Mi tía Teresita Ramos Bours de Tirado, yo y mi hermano Andrés. ¡Nos pidieron prestado!
A nosotros los ruinos, los de Hermosillo, nuestra abuelita Angelita nos dejó una herencia mejor: el legado de ser rectos en esta vida, principios que ella llevó siempre al pie de la letra, y que mi madre igualmente supo transmitirnos e inculcarnos. José Eduardo Bours Castelo (ignoro por qué suprimieron el Robinson de su apellido) es mi primo segundo y donde me encuentra me dice “pariente”, fue Gobernador de Sonora del año 2003 al 2009. Me hubiera gustado al menos obtener unas placas de taxi de su gestión, y aunque no se las pedí, simplemente no ayudó a nadie de los de “acá”, sino todo lo contrario. Así son las cosas a veces entre los parientes.
Era una costumbre que mi mamá nos llevara a visitar a mi abuelita varias veces por semana a su casa, que era conocida por toda la familia como “La Casona”, ubicada repito, junto al que fue el hotel Ramos, por la Calle Dr. Paliza en la Colonia Centenario. Mi mamá hacía una parada casi obligada en la extinta Farmacia Santa Teresita, de Don Filomeno Suárez, localizada sobre la misma Calle Dr. Paliza esquina con Rosales, y donde nos compraba unas paletas de malvavisco llamadas “paletones”, que hasta la fecha las venden por doquier. En La Casona corríamos y jugábamos por sus grandes pasillos interiores y exteriores, también gustábamos de cortar mandarinas en la enorme huerta que mi abuelita allí tenía. Siempre lo hacíamos en compañía de mis primos Ricardo y Carlos Fernando Ramos Arvizu, Aurelio, Lola, Ismael y Gerardo Ramos Johnson, Alfonso, Marielos, Edith y Juan Carlos Campoy Ramos, Benjamín y Alba Ramos Cruz, así como Enrique Elías y Coyito Ramos Noriega, que éramos más o menos los de la misma edad.
La “Casona” de mis abuelos Angelita Robinson Bours y Aurelio Ramos Almada. Inmensa residencia.
Mi querida abuelita Angelita falleció el día 03 de Mayo de 1981, cuando yo tenía apenas 12 años de edad cumplidos. La recuerdo muy bien. No es por presumir mi ufano lector, pero mis dos abuelas tenían parentescos cercanos con las esposas de los Revolucionarios Presidentes de México, Don Plutarco Elías Calles y Alvaro Obregón Salido. Don Plutarco se matrimonió en primeras nupcias con Natalia Chacón Amarillas, prima segunda de mi abuela paterna. Por su parte, Don Alvaro se matrimonió en segundas nupcias con María Tapia Monteverde, prima hermana de mi abuela materna. ¡Échese ese trompo a la uña, mi “apantallado” lector!
Mis padres:
Mis Padres, Mario Padilla Chacón y María Ramos de Padilla. Recién casados y en sus 25 años de casados.
Mi padre, el Dr. Mario Padilla Chacón, un prestigiado médico y maestro universitario, nació en Mexicali, Baja California un 16 de Diciembre de 1932. Ocupó diversos puestos en la Administración Pública del Estado de Sonora. Fue Director por muchos años del Centro de Rehabilitación Mental del Estado de Sonora (manicomio), y posteriormente Director de los Centros de Readaptación Social del Estado de Sonora (prisiones), además de haber sido maestro de la extinta Universidad Militarizada y de la Preparatoria de la Universidad de Sonora, por varios años. Mi padre goza –me consta- de muchos adeptos que lo admiran y lo estiman, lo cual, desde luego me enorgullece sobremanera.
Mi querido Padre. Reconocido médico psiquiatra, hombre culto y preclaro, de ideas fijas.
Actualmente, mi papá tiene 80 años de edad cumplidos y sigue trabajando como relojito en su consultorio médico-psiquiátrico, donde practica electroencefalogramas por las mañanas y atiende consultas por las tardes.
El año pasado festejamos sus 80 años con una gran fiesta familiar en un local campestre en las afueras de Hermosillo. Mi hermano Andrés y yo le preparamos un video con una foto-galería de toda su vida, la cual le gustó mucho, pero sobre todo disfrutó verla en compañía de todos sus hijos, nietos e invitados. Sus viejos amigos Guillermo Ocaña García y Virgilio Ríos Aguilera estuvieron presentes en tan emotivo festejo, amén de parientes y amigos, pero sobre todo repito, de sus hijos, nietos, nueras y yerno.
En el festejo de los 80 años de mi padre. Mi Papá, yo y mis tres hijos: Daniel, Dora Luz y Diana María.
Está hecho de roble mi querido padre, “girito” gracias a Dios. Mis papás contrajeron nupcias el 27 de Diciembre de 1958, ¿y sabe qué mi inefable lector?, su boda fue la primera que se realizó en el salón continental del hotel Gándara de esta ciudad de Hermosillo; lo estrenaron pues…
Mi madre, María del Carmen Ramos Robinson Bours, q.e.p.d., fue una mujer de acendrados principios y acrisolada religiosidad, vino a este mundo el 01 de Julio de 1932, en esta cálida ciudad de Hermosillo, Sonora.
Mi querida madre. Mi “doña”, la más hermosa y maravillosa de todas las madres. ¡La extraño!
Ella fue siempre un derroche de cariño y ternura con todos sus hijos, era el mejor refugio que podíamos encontrar en momentos aciagos; infaltable mi mamá a misa de 12 PM en la Parroquia de Santa Eduwiges todos los Domingos, y en muchas ocasiones a la misa de las 6:30 AM, que antes se oficiaba en esa misma Parroquia.
Mi mamá escribió infinidad de hermosos versos y poemas. Aquí transcribo unas bellas líneas que con todo su amor nos escribió a sus hijos:
Hermosos versos que nos dedicó nuestra ejemplar madre. ¡Linda e inspirada!
Es curioso, pero los versos fueron un común denominador en mi casa, mis padres escribieron infinidad de hermosos versos, al igual que mi abuelo Don Aurelio Ramos y casi todos sus hijos. Algunos de estos versos se los compartiré en este memorial. Mi papá repito, no se quedaba atrás en lo que a inspiración se refiere, y en su haber cuenta con hermosas líneas dedicadas a los suyos. Por nuestra parte, mi hermano Andrés resultó ser un buen vate, y hasta yo le escribí unos versos a mi hoy amada esposa. Algo de inspiración traemos en las venas. Mi mamá se preocupaba no solo por la pulcritud de la casa, sino también de la suya y la de sus hijos, con paciencia franciscana nos compraba ropa y útiles escolares a todo el chamaquero que tenía. Mis padres vivieron juntos un largo matrimonio de 49 años, mi padre siempre nos inculcó el estudio ante todas las cosas, creo que se basaba en que él, como hermano menor de su familia, fue el único que logró concluir sus estudios universitarios, de ahí la importancia que él le daba de que todos sus hijos estudiáramos una carrera profesional. La pérdida de mi hermano Guillermo, así como el padecimiento de mi otro hermano Javier, mostraron la entereza y el amor del que estaba compuesta la unión de mis padres. Juntos supieron enfrentar con sabiduría y fortaleza estos sinsabores, y supieron transmitirnos a todos sus hijos esa determinación, tanto para aprender a amarlos y respetarlos a ellos, como para entender, cuidar y querer a nuestro enfermito hermano Javier.
La boda de mis padres, el 27 de Diciembre del año de 1958. ¡La boda del siglo en Hermosillo!
Cuando mi papá notaba que alguno de sus hijos no quería estudiar, luego luego nos amenazaba con ponernos a trabajar en el taller mecánico de su hermano Carlos, quien por cierto, falleció el día 27 de Diciembre del año 2006, mismo día de la fecha de la boda de mis padres, d.e.p.
Mi madre siempre fue muy abnegada y entregada a sus hijos, sin condición alguna, a todos nos quería por igual y nos atendía sin distinción, era muy tierna y comprensiva, a toda su dinastía nos llamaba por un tierno apodo, que nos hacían sentir más queridos de lo que ya éramos. Ella ya está en el cielo en un lugar privilegiado que Dios le tenía reservado, donde descansa desde el día 28 de Junio de 2007, fecha en que después de soportar la terrible enfermedad del Alzheimer por varios años, terminó rindiéndose.
Invaluables muestras de cariño por el fallecimiento de mi madre. Se agradecen por siempre.
Dios la tenga en su gloria a mi querida “doña”, como cariñosamente le decíamos.
Mi familia: Andrés, Miriam, mi mamá, mi papá, Raquel y yo. Parados: Mario, Diego y Héctor. Falta Javier.
Cuando recién nacimos Andrés y yo, nos mudamos a vivir a la privada Valentín Gómez Farías, en la colonia Periodista, que por cierto en un principio la llamaban colonia Funcionarios o Isssteson, dado que prácticamente la habitaban funcionarios del Gobierno de aquella época, quienes nos vieron crecer desde pequeños. Entre estos funcionarios cuento a mi padre, al Dr. René Navarro Coronado, al Dr. Víctor Galindo Sánchez (q.e.p.d.), al Lic. Enrique Palafox Reyna (q.e.p.d.), al Lic. Sergio Valdez González, al Lic. Anastasio Zamudio Fraga (q.e.p.d.), al C.P. Héctor Gómez Escobar (q.e.p.d.), al Lic. Angel López Gutiérrez (q.e.p.d.).
También al Lic. Marco Antonio Gutiérrez Domínguez, al Ing. Rolando García Urrea (q.e.p.d.), al Ing. Gustavo Tapia Grijalva (q.e.p.d.), al Ing. Jorge Valencia Jullierat, al Arq. Enrique Flores López y al Lic. Alfredo Flores Pérez, por mencionar a algunos, quienes por cierto al igual que mi padre, continúan muchos de ellos hasta el sol de hoy habitando esas memorables calles.
Si visita Hermosillo y no come en Xochimilco, haga de cuenta que no vino. Nota: Es publicidad gratuita, nadie me pagó, solo pongo en alto nuestra reconocida carne asada.
MI INFANCIA Y ADOLESCENCIA
Mi Barrio:
Andrés y yo en pañales, cuando dábamos nuestros primeros pasitos. ¡Muy hermosos gemelos sin duda!
Como ya le comenté mi familiar lector, Andrés y yo fuimos los últimos de la familia en venir a este mundo, además de ser los únicos en haber nacido en la casa donde actualmente vive mi papá, la cual adquirió a principios de ese mismo año de 1969.
Andrés y yo al cumplir 3 años de edad. Ya nos colábamos en la sección Sociales del “Parcial”.
En 1974, a los cinco años de edad, inicié mis estudios de pre-escolar en el kínder “Hada Campanita”, ubicado por la calle Jaime Nunó -dos calles atrás de mi casa-, en el que su directora, la señora Teresa de Moreno, nos tenía un gran aprecio a Andrés y a mí. Nosotros le decíamos “La Direc” de cariño, incluso a veces nos daba un “aventón” en su Guayina Ford LTD azul claro, que creo todavía aún conserva... y camina.
Con mis compañeros del Kinder “Hada Campanita”, yo aparezco sentado al centro con pantalones de cuadros. Mi gemelo Andrés con los mismos pantalones dos a mí derecha. Atrás de vestido negro, “La Direc”
Mi hermano Diego y mi vecina Lilian Galindo Cruz, llegaron a ser rey y reina de ese kínder, lo cual llenaba de vergüenza a Diego, debido a la burla que mis hermanos mayores le hacían, en alusión a un supuesto amor que de ese reinado había nacido hacia Lilian; mis hermanos mostraban la foto de ambos a propios y extraños, aún ya de grandes. Lilian en cambio se carcajeaba de las ocurrencias de mis hermanos. Ya para cuando concluí el pre-escolar, salí con fortalecidas relaciones de amistad con muchos de mis vecinos que cursaron ahí sus primeros estudios. Ahí nació casi una hermandad con Víctor, Lilian, Guillermo, Iván y Ricardo Galindo Cruz, con Héctor, Martín y Ariel Gómez Vázquez, con René (q.e.p.d.), Germán y Armando Navarro Burruel.
Graduación del Kinder. Mi hermano Andrés, Germán Navarro Burruel y yo.
También con Enrique y Ernesto Palafox Paz (d.e.p.), con Leopoldo, Gaby y Nohemí Martínez Díaz, con Francisco y Patty Vázquez, con Marco Antonio y Silvia Gutiérrez Landavazo, con Sergio, Martha, Beatriz y Lourdes Valdez Acuña (q.e.p.d.) y hasta con los hermanos Zamudio Reyes, quienes a pesar de llevarnos mayoría de edad, se juntaban con nosotros a jugar al bote robado, a policías y ladrones, a los quemones y también béisbol y futbol.
Estos hermanos Zamudio eran un montón y tenían un perro llamado “Cakelicuatagüega”, en alusión a la primera sílaba de sus nombres de cariño: Ca-Capi, Ke-Keko, Li-Licha, Cua-Cuatas, Ta-Tachis, Güe-Güero, GaGaby. ¡Ah raza!
Andrés y yo en nuestro cumpleaños número seis. Lurios con nuestros carritos de plástico.
En la calle donde crecí, residían en una esquina Don Rolando Valenzuela Casanova, y en la otra Don Carlos Baranzini Coronado, ambos en majestuosas residencias, las mejores de nuestra calle, y aunque eran más reservados con los demás vecinos, de vez en cuando convivíamos con sus hijos también, o mejor dicho, ellos convivían con nosotros.
A mis añorados vecinos Lourdes Valdez Acuña, Carlos Baranzini Hurtado, René Navarro Burruel y Ernesto Palafox Paz, Dios los llamó primero, se me adelantaron en el camino, Q.E.P.D. Mis vecinos René y Germán Navarro Burruel, nacieron privados de la vista y eso los hacía más inteligentes, disfrutábamos mucho jugar con ellos. Ambos se recibieron de sus estudios profesionales, se matrimoniaron y tuvieron descendencia, lo que habla de su entereza y deseos de superación. La mamá de ellos, mi tía (de cariño) Armida, quien por cierto sigue viviendo a un lado de la casa de mi papá, siempre nos regalaba en Navidad una bota verde llena de dulces a Lilian Galindo y a mí, lo cual, despertaba envidias entre mis hermanos y uno que otro vecino. Francamente nunca supe por qué me regalaba la bota de dulces en cada navidad, ya que me la llevaba haciéndole daño a sus hijos menores. También le disparábamos con un rifle de postas a la antena de su casa, ya que su esposo, mi tío (de cariño) René Navarro, usaba a diario un Radio-CB que afectaba nuestra señal del televisor, ya que en cada programa de T.V. que disfrutábamos en familia, se escuchaba la interrupción: “aquí Nácori Chico, adelante Aguajito”, debido a la interferencia de sus radios de comunicación.
En fiesta infantil de vecinos. De izquierda a derecha: René Navarro Burruel (q.e.p.d.), Enrique Palafox Paz, yo, Martín Gómez Vásquez, Armando Navarro Burruel, Ernesto Palafox Paz (q.e.p.d.), Sergio Valdez Acuña y Germán Navarro Burruel. ¡Eternos camaradas!
Nuestra calle era intransitable para un desconocido, ya que nosotros teníamos dos enormes perros: El Lobo y la Yaqui, esta última muy brava; la familia Galindo tenía otro perro no menos bravo, llamado Lassie. Los Palafox tenían un perro que, aunque bastante torpe, imponía por su tamaño, llamado Blacky; los Martínez tenían dos perros sumamente odiosos, Laica y Celestina, en fin, era una verdadera trampa pasar por nuestra calle, estábamos bastante bien protegidos por todos estos canes. Cuando Andrés y yo nacimos, en casa de mis padres laboraban dos trabajadoras domésticas, les decíamos las Lupitas: Lupita Domínguez y Lupita Córdova, esta última sigue hasta la fecha realizando labores domésticas en casa de mi padre, ni más ni menos mi aguantador lector, 44 añotes nomás.
Ellas habitaban un cuarto construído en el patio de la casa, donde nos invitaban a todo el chamaquero del barrio a jugar a la lotería. Era sumamente divertido, constituíamos una verdadera familia muy pero muy unida. Era tanta la confianza y el cariño con Lupita Córdova, que mis padres le daban permiso para que nos llevara a Andrés y a mí en camión a sus compras de los sábados al centro de Hermosillo, y como recompensa, Lupita nos compraba un parche, de esos que se cosían en la ropa y que ella misma nos lo pegaba al regreso. Andrés y yo siempre nos vestíamos iguales y con ese parche que cada uno escogíamos, intentábamos marcar una diferencia. Esta estrecha convivencia en nuestro vecindario llegaba al grado repito, que involucraba también a las sirvientas de nuestras casas, quienes no solo nos cuidaban sino también jugaban con todos nosotros. Entre ellas recuerdo a Tere -de muy buen ver por cierto-, de cabello largo y negro (como el de los anuncios de shampoos), quien trabajaba con la familia Gutiérrez Landavazo; a Fina e Irma, que trabajaban con los vecinos Galindo Cruz; a Nora, una grandota que era sirvienta de los vecinos Navarro Coronado; a las dos Lupitas de mi casa, y a María, de los vecinos Palafox Paz; esta última de muy recio carácter, mujer bragada y altanera, pero aún así quería a todo el “plebero”. Tenía un hijo de nombre Juan Carlos, que también jugaba con nosotros, muy bueno para las canicas recuerdo.
Yo con mis vecinos Guillermo, Iván y Ricardo Galindo Cruz. Cuernos a Ricardo por no partir el pastel.
Nuestra sirvienta Lupita Córdova no se perdía los bailes rancheros, sobre todo cuando el cantante norteño Ramón Ayala venía a Hermosillo a cantar, ya sea en la Posada Varela o en el Real de los Pesqueira, dos salones de baile popular que fueron muy famosos en aquellos tiempos. Era una costumbre en casa de mis papás, desde que tengo uso de la razón hasta que salí de ella en 1991 -cuando me casé-, que todos los sábados “sin excepción alguna”, comiéramos sopa de fideo seca y tostadas de carne molida con queso fresco, repollo y salsa casera de lata, así crecí con esa costumbre, lo que hoy en día me dificulta comer tostadas con carne deshebrada y lechuga, como comúnmente las prepara la gente.
Mi amada esposa me consiente y me las prepara igual que mi querida Doña, con carne molida y repollo, aunque sin esa salsa casera de lata, ya que no le gusta ni a ella ni a mis hijos. Casi todos los sábados por la noche, mi papá nos compraba hot-dogs en la plaza Niños Héroes, con el popular hotdoguero “el Güero”; el hotdog costaba un peso con veinte centavos, eran de doble salchicha, en aquel entonces no le ponían tantas cosas que los hotdogueros de hoy en día ofrecen, como el tocino en la salchicha, aguacate, champiñones, chorizo y papas; creo que era de las primeras carretas que se instalaban en Hermosillo. De tanto acompañarnos a los hot-dogs, nuestra sirvienta Lupita Córdova terminó enamorándose del propietario de la carreta y tuvieron dos pequeños hijos. Así las cosas con ellos, aunque a nosotros nos servía esa relación porque en ocasiones nos regalaban los dogos. Los domingos éramos consentidos en el desayuno con el conocido cereal Choco Krispies, pero solo ese día, ya que los demás días eran del cereal más modesto llamado Corn Flakes; curiosa costumbre que se arraigó en la familia Padilla Ramos. También mis padres establecieron el cliché de todos los domingos salir a comer fuera de la casa, sobre todo al lugar predilecto de ellos que era el Casino de Hermosillo, del que mi padre era socio y tenía acceso con toda la familia a un sabroso buffet dominical, que era amenizado por un guitarrero llamado Tomás y apodado “El Guaymitas”, legendario trovador de Hermosillo. Hoy en día, el Casino de Hermosillo ha desaparecido en su concepto de club social y deportivo, incluso hay un conflicto en disputa por el control del mismo entre los accionistas, situación muy lamentable para gran parte de la sociedad hermosillense, que tanto disfrutamos de sus instalaciones.
En ese casino, mi mamá nos inscribió a Andrés y a mí en clases de natación, y aunque nunca aprendí a nadar, me encantaba ir. Quizás de tantas limonadas (zambullidas) que mis hermanos mayores me aplicaron en el pozo del campo agrícola de mi Panino, me quedé traumado con el fondo del agua. Fueron incontables las bodas a las que acudí en los salones Azul y Circular del Casino de Hermosillo, la mayoría de ellas sin invitación desde luego, como buenos secundarianos y preparatorianos que iniciábamos en la onda del baile y las primeras copitas. Aclaro que tampoco aprendí a bailar bien, soy pésimo en eso de gastar suela, pero siempre fui muy aventado. De vuelta a la comidas domingueras, también acudíamos a comer a restaurantes tradicionales de aquella época y que hoy en día desaparecieron, tales como “El Molinito” de Don Tino Dávila, “Cazadores Steaks” del señor Ventura Sierra, “La Huerta” de la familia Barón, “Jardín Corona” de la familia Campillo, “El Palomino” de César Pavlovich, “Pizzería los 20´s” de Javier Mejía, entre muchos otros de los que mi papá era cliente distinguido e igualmente amigo personal de los propietarios. Como hermanos competíamos sanamente en todo, aunque en ocasiones, mis hermanos mayores y sus amigos nos ponían los guantes de box para que nos trenzáramos a golpes. Ellos se divertían mirándonos, mientras nosotros nos partíamos la maceta a trancazos, incluso les ponían los guantes a mis hermanas y a las vecinas, eran unos verdaderos abusones, pero bueno, se imponía la ley del más fuerte. Entre estos amigos de mis hermanos -que también considero mis amigos-, cuento a Luis Fernando Save Fimbres, el “Güero” Valencia, “Tilico” Rogel, Rogelio “Rojo” Molina Freaner, los “Jamoncillos” Trujillo y Gustavo González Tirado, este último es de hecho, uno de mis mejores amigos hoy en día.
Andrés, Raquel y yo en el patio de nuestra casa en 1981. “Canillas y panzas frijoleras”
En una ocasión, mi hermano Mario me invitó a dar un paseo en una motocicleta que él había armado, de esas que le llaman “moto-bike”, el caso es que justo en la esquina de la casa nos caímos de la moto y terminé con toda la cara ensangrentada del trancazo que me di contra el pavimento, lo que a la postre me dejó una cicatriz en la barbilla, la cual me recuerda dicho accidente cada vez que me afeito. En otra ocasión, tomé la bicicleta de carreras de mi hermana Raquel a la que apenas le alcanzaba los pedales y me di tamaño trastazo en la calle, por lo que de nuevo acabé con toda la cara y cuerpo lleno de raspones, lo cual fue motivo para que mis hermanos mayores y sus amigos -en son de burla- me apodaran “Zapopan”, en clara alusión a Angel “Zapopan” Romero (1932-2007), el mejor ciclista que ha dado México.
También jugábamos béisbol, y entre todos los vecinos del barrio siempre destacó uno en ese deporte: Iván Galindo Cruz, alias “El Chino”. Incluso en un tiempo, al campo de béisbol del Colegio Larrea lo bautizaron como “Iván”, en su honor. Era un excelente cátcher mi camarada y vecino. Seguido jugábamos béisbol en nuestra misma calle, con una pelota de plástico, nosotros le llamábamos beisbolito, pero teníamos que ser muy cuidadosos de que la pelota no se nos fuera a casa de los vecinos Zepeda, porque simplemente no la regresaban. Los “quita-pelotas” les decíamos. Los Zepeda era una pareja mayor que vivía junto a nuestra casa, vivían solos y nunca salían. Era un misterio esa casa, siempre silenciosa. Era conocida como “La casa embrujada”. Una vez jugando “beisbolito” en la cochera de casa de mis papás, yo me aferré en lanzar y el bateador era Enrique Palafox Paz -entonces un adolecente bastante robusto- y, sin compasión alguna, conectó tremendo leñazo directo al dedo meñique de mi mano izquierda, por lo que terminé en el Hospital Chávez con la mano enyesada. Hasta la fecha tengo el dedo ligeramente desviado. Mis hermanos y vecinos me decían que me había quedado el dedo como la oreja de la Yaqui, la perra de la casa que tenía una oreja medio caída. Hoy seguimos siendo grandes amigos Kiki Palafox y yo. Mis padres nos llevaban a infinidad de viajes, les gustaba mucho visitar la ciudad de México y nosotros disfrutábamos inmensamente esa inmensa urbe, toda vez que nos hospedábamos de gorra en casa de mis primos, los Ramos Arena, donde cómodamente nos instalábamos en su casa de tres pisos de ciudad Satélite, en el Estado de México.
Acudíamos a un tobogán gigante, desde donde nos arrojábamos en unos sacos de ixtle. También nos llevaban a un centro comercial recién
inaugurado llamado Plaza Satélite y a un club deportivo muy bonito del que mis primos eran socios. Fueron realmente muy divertidos –e inolvidables- esos viajes. Estos queridísimos primos son José María, Inés, Cecilia, Pancho, Angeles, Carmen y Beto, todos de apellido Ramos Arena y a quienes considero como mis hermanos.
Sentados: Mi papá, mis primos Pancho y Angeles Ramos Arena. Parados: Yo (hablando por teléfono), mi primo Alejandro Peralta Johnson “Pachín” y mi hermana Miriam. ¡Muy queridos primazos!
Los Ramos Arena son hijos de José María Ramos Salido y Cecilia Arena de Ramos, el primero era primo segundo de mi señora madre, apenas falleció hace dos años mi querido tío, quien era un industrial del negocio de la cal, mismo negocio que sus abuelos iniciaron desde el siglo antepasado en un pequeño poblado del sur de Sonora, llamado Navomora, muy cerca de Navojoa.
Mi hermana Miriam, mi tía Cecilia Arena de Ramos, mi Yo con mi tío José María Ramos Salido y mi hermana Raquel, mi esposa Carmen, yo y mi primo Pancho primo Alberto Ramos Arena. Ramos Arena.
No hace muchos años en la ciudad de México, D.F., me tocó charlar en un antro con Javier Alatorre, reconocido periodista y conductor de noticias de TV Azteca y quien es originario de Navojoa, Sonora. Al preguntarle si conocía Navomora, Sonora, se quedó patinando y me prometió investigar al respecto, ignoro si lo hizo el buen Javier. También viajamos con frecuencia a Guadalajara, Jalisco, para visitar a mi hermano Javier, quien como ya le comenté, desde hace 35 años se encuentra internado en un colegio especial para niños y jóvenes con déficit neurológico, y a quien llevábamos siempre a pasear en el carro, lo cual gozábamos toda la familia, pero sobre todo él.
Javier y mi mamá. En el año 1979.
En esos viajes, nos hospedábamos en módicos moteles llamados La Calma y Motel Rose, ubicados solo a unos pasos del colegio de mi hermano.
En el Motel Rose de Guadalajara, Jalisco. Mis papás, mi tía Dolores Ramos Bours, mis hermanos Mario, Miriam, Diego, Andrés y yo (de cuatitos). En mi mano cargo mi lonchera de Superman.
En el año de 1984, el colegio donde se hallaba internado mi hermano Javier se incendió, siniestro que causó la trágica muerte de la mayoría de los niños enfermos que en él se encontraban, aunque mi hermano Javier logró salvarse. En un instinto por su supervivencia, quebró una ventana y se arrojó desde un segundo piso, salto que afortunadamente solo le ocasionó lesiones leves. Esa fue una muy dolorosa tragedia que obligó a reubicar el colegio al lugar donde hoy se encuentra, en el fraccionamiento Los Gavilanes, en Tlajomulco de Zúñiga, a las afueras de Guadalajara; esta propiedad fue adquirida en un acto emergente y hasta desesperado, por todos los padres de los niños enfermos sobrevivientes al incendio, misma adquisición que
finalmente formalizaron mediante un fideicomiso firmado en Julio del año de 1989. Cada año visitamos a mi querido hermano y lo sacamos a pasear. Aún adora los plátanos, los jugos y los panecillos. Es un carnal simplemente tierno y adorable el “Chavis”, como cariñosamente lo llamaba mi mamá. Acostumbrábamos llevarlo a los amplios campos y jardines de la universidad ITESO de Guadalajara para que corra y juegue, e incluso también lo hemos llevado a Chapala y a Amatitán, cuna del tequila Don Abraham, que orgullosamente comercializamos en Grupo ANDA y del cual le hablaré más adelante.
Fotos de años recientes con mi hermano Javier. Cada año visito a mi inocente y tierno hermano.
Seguido íbamos también a Tucson, Arizona, a Disneylandia, a Bahía de Kino y también al Rancho San Fermín del Dr. Guillermo Ocaña García, que como comentario adicional, lo considero el amigo más cercano de mi padre. Como olvidar tantas veces que mi papá nos llevaba a desayunar a un lugar junto a Ures, Sonora, llamado Puerta del Sol, donde los huevos con
machaca con tortillas “sobaqueras”, así como el cafecito de talega eran una delicia.
Infaltable era ir al campo agrícola “La Floresta”, propiedad de mi Panino Carlos Padilla Verduzco, donde correteábamos liebres, nos bañábamos en la pila del pozo y jugábamos alegremente con todos los primos en una batanga que tenía mi Panino con las llantas en el centro, que hacían las veces de sube y baja cuando corríamos todos los primos para un lado y luego para el otro, un juego sumamente divertido, éramos todos muy felices. Esto, mientras nuestros padres y tíos se refrescaban con unas cervezas bien heladas de la marca XXX, entonando canciones de antaño con el acompañamiento de la voz y guitarra de un empleado de mi panino, llamado Enrique Cota. También todos ellos eran muy felices en esos fines de semana campiranos. Cuando se les acababa la cheve en “La Floresta”, mandaban comprar más al mini-super de “Moraga” que se ubicaba a escasos kilómetros del campo de mi Panino, donde nos compraban también muchas golosinas para mantenernos entretenidos. Los viajes a Tucson los hacíamos seguido en compañía de un entrañable amigo de mi padre, Don Enguerrando Tapia Quijada, quien iba en su propio vehículo con su familia; recuerdo que en las garitas de regreso -que por cierto eran muchas-, nomás sacaba Enguerrando una corcholata presidencial que se cargaba, y tanto su carro como el de mi papá quedaban exentos de revisión. Tenía sus influencias este amigo, entonces director general del periódico “El Sonorense”, en Hermosillo. Tanto mi papá como Enguerrando Tapia, conducían entonces flamantes automóviles Ford LTD. El de mi papá quizás un modelo poco más atrasado, pero lucía imperial también.
Enguerrando Tapia Quijada falleció en Tucson, Arizona el día 07 de Junio de 1981, casualmente el día de la Libertad de Expresión. Mi padre permaneció a su lado hasta el último minuto de su existencia. Yo era todavía un chamaco y no entendía lo que pasaba, solo lo entendí en los siguientes viajes a Tucson cuando los aduanales -entonces sí-, le pegaban unas buenas rasuradas a mi papá. ¡Así son estas cosas!, me dije. Con el pasar de los años, mi padre me describió su cercana relación con Enguerrando Tapia Quijada, me explicó sobre la destreza que tenía con la pluma y me dibujó su calidez y sencillez. Me platicó también que Enguerrando fue simplemente un hombre excepcional en todos los sentidos y uno de sus amigos más entrañables. En lo personal, mi infante lector, me hubiera encantado conocer y tratar a ese reconocido periodista amigo de mi padre, que falleció apenas a los 46 años de edad, solo dos años más de los que yo tengo actualmente. Descanse en paz Don Enguerrando, hermano de Tulita, César y Olverio, también de afectos muy cercanos a mi padre. En esos viajes a Tucson nos hospedábamos invariablemente en un hotel de la cadena Holiday Inn, que se ubicaba en la esquina del Freeway 19 y la 22nd. Boulevard, en el que conocían a mi papá a la perfección; este hotel contaba con muy sabroso menú en su restaurante y una amplia alberca en la que en cada viaje nos bañamos. Hoy día, este hotel es administrado por la conocida cadena hotelera “Howard Johnson”, aunque permanece igualito, lo veo y me llena de nostalgia cada vez que paso por ahí.
Andrés y yo con mis papás en el Holiday Inn de Freeway I-19 y 22nd., en Tucson, Arizona.
Estos viajes a Tucson eran tan recurrentes en mi familia, que mi tío Tomás, hermano de mi mamá y amante de la poesía, le escribió los siguientes versos: “Si en cada viaje a Tucson, una palabra aprendieras, de seguro ya supieras, inglés a la perfección” Muy ocurrente mi queridísimo tío Tomás, Q.E.P.D.
A propósito de aduanales, platicaba mi papá una anécdota chusca sobre estos personajes afamados de corruptos: Que siendo mi papá maestro universitario, tenía una alumna cuyo padre era de los jefes de la aduana en Nogales, por lo que mi papá le solicitó en una ocasión a esta pupila que si de favor le podía decir a su padre que le otorgara facilidades para cruzar la aduana, ya que iría de compras con mi mamá y requería algunas cosas para la casa. Al siguiente día, la alumna le comentó a mi papá que ya había hablado con su padre y que éste le esperaría en la aduana para darle la atención. Dice mi papá que al llegar y presentarse con este aduanal -que no tenía cara más que de “vaquetón”-, le pidió que abriera la cajuela, y al ver lo que traía -que por cierto era solamente ropa y mandado-, dijo con una expresión como de asombro: “¡Uufa!, ¿pero qué es esto? Mi hija no me dijo que cruzarían tantas cosas. Esto es demasiado” agregó, haciéndose pendejo pues… Fue entonces en ese momento, que el aduanal metió la mano al bolsillo de su pantalón para sacar un billete de cien dólares, se lo entregó a mi papá y le dijo: -Mire profesor, usted lleva demasiadas cosas y a estos muchachos de la aduana hay que darles algo. Entrégueles estos cien dólares y luego usted se los regresa allá a mi hija. ¡Un verdadero zorro este viejo rata y mordelón!, pensó con disgusto mi papá, a quien no le quedó de otra qué proceder de esa manera. Luego platicó mi papá otra no menos chusca experiencia con los aduanales. Resulta que en una ocasión fue mi papá a Nogales, Arizona, y su suegra Angelita (mi abuelita) le encargó de favor que le trajera bastantes dulces, ya que se aproximaba la Navidad y ella acostumbraba a elaborar muchas bolsitas de dulces para regalarle a todos sus nietos, petición que mi papá aceptó gustoso, por lo que mi abuelita le dio dinero para ese encargo.
Ya en la aduana, y al abrirle la cajuela el vista, este de papelero se hizo el asustado de tantos dulces que mi papá llevaba, a pesar de que se le explicó que era un encargo de su suegra, ya que les haría bolsitas de dulces a todos sus nietos. El jefe de la aduana le pidió lo acompañara a su oficina, y ya estando solos le dijo a mi papá: “Mire señor, usted lleva demasiados dulces, por lo que le pido deje encima de mi escritorio la cantidad que usted considere justa”. Mi papá sacó un billete de cinco pesos y lo puso encima. Aquel servidor público lo tomó con fuerza, se lo devolvió a mi papá y le espetó: “Tómelo y váyase, usted está más jodido que yo”. A mi papá le dio mucha risa la bribonada de este agente. ¡Ah qué aduanales tan léperos!, terminó diciendo mi papá. Mi papá tenía un chofer-ayudante de nombre Jesús Muñoz, a quien en una ocasión le pidió que llevara a Tucson a mi mamá, a mi tía Teresita Arvizu de Ramos y a mi tía Norma Padilla de Oquita, para ir y volver el mismo día, por lo que le giró tres instrucciones muy precisas a este señor Muñoz: Primero, “eres muy fumador y no quiero que vayas fumando dentro del carro, porque ninguna de las tres señoras fuma”. Segundo, prosiguió mi papá, “cuando lleguen a un restaurante te sientas en mesa separada, no quiero que andes de confianzudo comiendo con ellas”. Y tercero, terminó diciéndole: “A las tres señoras les importa una chingada tu biografía, de modo que no andes platicándoles de tu vida como acostumbras”.
De vuelta a nuestra colonia mi avecinado lector, acudíamos también a los abarrotes cercanos a las sodas, como comúnmente se decía. En los alrededores se encontraba el abarrote del “Vilucho”, quien después surgió como líder en defensa de los usuarios. Su nombre es Francisco Navarro Bracamontes. Seguido acudíamos también al abarrote de Don Alfredo, un viejo de nariz prominente y bastante corajudo, aunque supimos agarrarle el lado. Una calle más arriba estaba el abarrote de Doña María, frente a la casa de mis amigos “Maiko” y Gerardo Valencia; y más lejecitos estaba el abarrote del “Güero”, que es el único que subsiste hasta estos días. A este último abarrote no me gustaba ir, porque el “Güero” se encontraba sumamente molesto con mis hermanos mayores, ya que aseguraba le habían hecho un pisa y corre con sus amigos en una camioneta “combi” que mi papá tenía, lo cual seguramente era cierto. En dichos abarrotes gustábamos de comprar sodas de botella, porque en las fichas de las mismas venían las caras de los jugadores de la selección nacional de futbol de México, las cuales en aquel entonces coleccionábamos. Por ahí tenía las de los jugadores Leonardo Cuéllar, Hugo Sánchez, “Gonini” Vázquez Ayala, Víctor Rangel, Pilar Reyes, etc., los “ratoncitos verdes” de los setentas, igual de chafones que los de ahora. Inolvidable la vez que estando mis padres de viaje, a mi hermano Andrés y a mí se nos ocurrió extraerle petróleo a un barril que mi papá tenía en el patio, el cual utilizaba para encender el carbón en las carnes asadas que seguido hacía, solo que al hacerlo, lo hicimos con una manguera que succionamos por la boca.
Como yo fui el primero en intentarlo, jalé petróleo de más y me lo tragué, por lo que sufrí tremenda intoxicación que fue atendida inmediatamente por un amigo de mis hermanos mayores que en ese momento llegaba a casa de mis papás: Espiridión Fimbres, alias “El Piri”, quien me dio un vaso de leche con sal que de nada sirvió, entonces los vecinos Marco Antonio
Gutiérrez Domínguez y René Navarro Coronado, me llevaron al Hospital Ignacio Chávez para que me practicaran un lavado de estómago. Fue una experiencia terrible, recuerdo que constantemente les preguntaba si me iba a morir, y ellos muy desalmados me decían: “tal vez, tal vez”. Esa vez la sentí cerca.
Mi papá quemando basura en el patio de su casa. Al fondo, el maldito barril de petróleo.
El 17 de Junio de 1977, a nuestros ocho años de edad, Andrés y yo hicimos nuestra Primera Comunión, la cual recibimos de manos del Presbítero Arturo Torres en la Capilla de Santa Eduwiges, en Hermosillo.
Previamente atendimos religiosamente nuestras clases de catecismo en esa misma Capilla, en unas aulas en su parte posterior y que albergaban al Colegio Julia Navarrete.
Felices con nuestro pastel de Primera Comunión, lástima que los padrinos no nos dieron regalo.
Nuestros flamantes padrinos (pa-ruinos) fueron mis hermanos mayores Mario y Héctor, que ni regalo nos dieron por cierto.
Al recibir mi Primera Comunión, de manos del Presbítero Arturo Torres. Testifican mi padrino y hermano Mario, así como mi querido tío Tomás Ramos Bours, quien observa atento desde su banca.
Por la misma amistad y cercanía que nos unía con el presbítero Arturo Torres, años después impartió la misa de mi matrimonio y bautizó también a mis tres hijos. Descanse en paz el Padre Torres, como cariñosamente le decíamos.
Nuestra primera comunión.
Con nuestros Padrinos: mis hermanos Mario y Héctor.
En esos años, mi mamá nos llevaba a chaleco a Andrés y a mí a misa de doce todos los domingos en Santa Eduwiges y para colmo, mi mamá se quedaba rezando aproximadamente media hora más después de que se acababa la misa. Mi mamá le tenía tanto aprecio al Padre Torres, que en su cumpleaños le escribió un bello acróstico que aquí le comparto:
Vaya que escribía muy bello mi mamacita querida. Debió haberse emocionado el Padre Torres.
Mientras mi mamá rezaba y platicaba con el Padre Torres al final de la misa, Andrés y yo nos entreteníamos afuera jugando en los jardines de la parroquia, o bien, disfrutando de una paleta helada que mí mamá nos compraba con el legendario paletero “El Comadina”, que andaba por todo Hermosillo con su carrito de paletas. En una de esas que jugábamos Andrés y yo después de misa, un perro salió de la nada y me mordió fuertemente la pierna, lo que me provocó un considerable sangrado. Sin poder encontrar al agresivo can, e ignorando por ende si tenía o no la rabia, me tuvieron que inyectar 14 días consecutivos alrededor del ombligo, en el desaparecido Centro de Salud del Estado, por la calle Matamoros, inyecciones que me hacían chillar, aunque esas lágrimas rindieron un fruto posterior, cuando mi mamá me regaló una lonchera de “Superman” con un termo adentro, por haber aguantado todas esas inyecciones. Una prima de mis vecinos Galindo, de nombre Isabel Sánchez, acudía a nuestra casa a cortarnos el pelo a Andrés y a mí. Le decían “La Torera” porque cortaba seguido las orejas, tenía mal pulso. Hoy en día Isabel Sánchez funge como gerente general del prestigiado Club de Golf Los Lagos, de esta ciudad de Hermosillo. Nos llevaba también mi mamá a Andrés y a mí a la peluquería “La Colonial”, de Don José Alvídrez Ceballos, ubicada por la calle Guerrero, para que nos sacaran punta, ya que le gustaba traernos muy peloncitos y de tupecito. Años después, cuando mis hermanos mayores empezaban a manejar, nos dejaban ellos en la peluquería Colonial pero se olvidaban de ir por nosotros, por lo que teníamos que esperar a que el dueño cerrara el negocio para que nos diera un raite a nuestra casa. ¡Estos hermanos mayores no tenían remedio!
En esos años mi joven lector, llegó una norteamericana muy bella y simpática a nuestro barrio, su nombre: Elizabeth Guidry; vivía con nuestros vecinos Gutiérrez Landavazo, con quienes tiene un parentesco cercano. A mis hermanos grandes y a sus amigos los traía locos, se volaban con ella. Liz -como le decíamos-, es de la edad de mi hermana Miriam, es decir, unos 6 ó 7 años mayor que yo. Siempre nos vio a Andrés y a mí con ternura, en cambio a mis hermanos mayores los veía con pavor, ya que andaban como zopilotes atrás de ella. Liz iba y venía a San Francisco, California -de donde es originaria-, pero se puede decir que también fue parte de nuestro barrio, debido a las largas temporadas que pasaba allí jugando con todos nosotros, como una vecina más.
Mi hermana Miriam y Elizabeth Guidry en 1978. ¡Qué tiempos!
Hoy día Liz es mi clienta, ya que le tramito un asunto jurídico de carácter civil y desde luego, sigue siendo amiga de toda mi familia. Lástima que en aquel entonces me agarró muy morrito y ahora, yo la agarré algo veterana. Se ríe mucho de nuestras insinuaciones. ¡Ya nos conoce! A finales de los años 70´s y principios de los 80´s, mi mamá nos llevaba muy seguido a visitar a nuestra abuelita Angelita, visitas que aprovechábamos para llevar nuestros patines de ruedas e ir a patinar a la Plaza Zaragoza, que era toda una tradición en esa época, sito donde cientos de patinadores se daban cita por las noches para jugar por los anchos andadores de mosaico de dicha plaza, la cual se encontraba a solo dos cuadras de la “casona”, residencia de mi abuelita. Lo malo era, que Andrés y yo usábamos patines con llantas de fierro -que para ese entonces ya se dejaban de usar-, traíamos un chisperío con las ruedas de los mismos que parecíamos máquinas de soldar. Recuerdo las habilidades de mi primo Alfonso Campoy Ramos para patinar; brincaba, bailaba, hacía de todo con los patines mi estimado primo “Poncho”. En el verano de 1982, a la edad de 14 años, mi hermano Andrés y yo debutamos como grandes empresarios, cuando instalamos una caseta para vender raspados en la Plaza Niños Héroes –la misma de los hot-dogs-, ubicada solo a una cuadra de nuestra casa, misma caseta que nos había facilitado nuestro vecino, el Dr. Víctor Galindo Sánchez, que recién se estrenaba como Diputado Local electo y quien había utilizado esas casetas como módulos de atención ciudadana durante su campaña.
La idea de vender raspados surgió, cuando seguido acudíamos a casa de mis primos Ramos Johnson a pasar el día y veíamos cómo mi primo Ismael Ramos “el Tocho” vendía raspados por fuera de su casa, con sabores artificiales que él mismo preparaba, así como algunos sabores naturales que mi lindísima tía Dolores Johnson de Ramos con amor le preparaba.
En conocida farmacia cercana a nuestra casa comprábamos las esencias y los colorantes, para preparar con ellos los raspados de diferentes sabores artificiales. Mi mamá nos preparaba jarabe sabor chocolate y mi tía (de cariño) y vecina, Amanda de Galindo, nos preparaba jarabe natural de ciruela; desde luego que mi mamá y mi tía Amanda lo hacían por ternura. Creo que les dábamos lástima, nos hacían el paro, como dicen ahora los chamacos.
Mi mamá y mis tías vecinas, Armida de Navarro y Amanda de Galindo. ¡Grandes amigas!
El negocio fue muy exitoso, dadas las altas temperaturas que en mi ciudad se presentan durante los veranos, aunque no contábamos con permisos ni de la Secretaría de Salud ni del Ayuntamiento local, no por que hayamos querido quebrantar la ley, sino porque no sabíamos que se necesitaban tales permisos. Después como abogado, aprendí que el hecho de ignorar la Ley no te exime de cumplirla. La Ley es un privilegio que el Estado te otorga y punto.
En cierta ocasión, trabajando al pie del cañón en nuestro negocio de raspados, por un descuido no nos percatamos que se nos había echado a perder el jarabe sabor vainilla, cuando en eso llegó una numerosa familia con muchos niños a comprarnos raspados. Serían como ocho en un vehículo pequeño y para colmo, todos nos pidieron raspados sabor vainilla, por lo que después de raspar el hielo se los servimos y le pusimos bastante leche “La Lechera”, para según nosotros, despistar el sabor perdido de la vainilla. -¡“Guácala”!, dijeron los niños; ¡qué malos estos pinches raspados!, espetó el papá. El señor tomó la lata de “La Lechera” y la vació en su totalidad en todos los raspados de su familia. Yo le reclamé porque era el producto más caro que utilizábamos, pero no me hizo caso el atufado padre de familia. Total que de mala gana nos pagó y se subieron al carro para marcharse, no sin antes gritarnos -toda la familia completa- al unísono: ¡”Raspados Acedos”! Esta actitud nos molestó de momento porque llegaban otros clientes, pero después nos causó mucha risa. Luego nos cayeron los de Salud y los del Ayuntamiento, por lo que mejor optamos por abortar ese negocio. Fue mi primer tira y tira con inspectores de Gobierno.
Mi hermano Mario tenía un buen amigo que era dueño de una distribuidora muy grande de medicamentos llamada “Medical”, con sucursales en toda la República; en Hermosillo tenían su almacén en la esquina de calle Juárez y Fronteras, junto a la Comandancia Centro de Policía de esta ciudad. Este amigo es Alfonso Munguía Estévez, y él me dio la oportunidad de trabajar en su empresa durante las vacaciones escolares. Así fue que
durante dos años, en los veranos de 1985 y 1986, a pesar de tener un pesado horario de 4 a 10 de la mañana, empecé a trabajar en Medical. Yo era muy feliz porque ganaba mi propio dinero, el cual usaba para irme con mis compañeros de trabajo y con mis amigos de la secundaria a tomarnos nuestras primeras cervecitas. Acudíamos con frecuencia a jugar billar a un establecimiento denominado “Circus”, propiedad de la Familia Cayeros, el cual se ubicaba por la calle Revolución, casi esquina con Boulevard Rodríguez, a un costado de la gasolinera Araque. También compraba mis dolaritos para cuando mis papás nos llevaban a Tucson, que como ya le dije, era muy seguido. En el año 1985, mi mamá tuvo que ser intervenida quirúrgicamente en Arizona para quitarle medio pulmón, que años atrás había sido afectado por una fuerte pulmonía que padeció, operación que requirió de mucho reposo, por lo que tuvo que pasar algunas semanas en la ciudad de Tucson, hospedada y bajo los cuidados de mis tíos -de cariño- Clemen y Manuel Maldonado, ambos ya morando con San Pedro, en el cielo. Mi mamá evolucionó favorablemente de esa delicada operación, bendito Dios. También en ese año de 1985, el 10 de Agosto, mi hermano Mario contrajo nupcias con su novia Roxana Tirado Villapudua. Mi primer hermano se casaba. Una boca menos, decía mi papá, pero creo que fue una boca más.
Mis hermanos mayores, Mario y Héctor, ya contaban con vehículo propio. Cada uno poseía un Datsun Sedan modelo 1975. El de mi hermano Mario era color azul claro y el de mi hermano Héctor, amarillo. Ambos con muy buen equipo de sonido, ya que en aquel entonces se estilaba instalarle a los automóviles un buen estéreo con equalizador, amplificador y potentes bocinas, solo que el único de los dos que nos prestaba a los demás hermanos su automóvil, era Mario.
En él aprendimos a conducir, ya que era muy generoso para soltar su carro. En cambio Héctor, lo cuidaba como oro molido y a nadie se lo prestaba; pensaba de plano que tenía unos hermanos cafres para el volante y le podíamos chocar su Lamborghini. Un sábado por la mañana que mi hermano Héctor salió a los campos deportivos del Colegio Larrea a practicar basquetbol, tomé su Datsun amarillo sin permiso y pasé por mi amigo Bardomiano –hoy compadrepara ir a dar la vuelta. Subimos cassettes (no había CD´s entonces) de Vicente Fernández y fuimos a padrotear con el estéreo a todo volumen, solo que en una calle de la colonia Pitic me pasé un alto y le choqué fuertemente a un taxi que en ese momento pasaba por ese crucero, lo que originó un problema de grandes proporciones en la familia, primero porque mi papá sostuvo una fuerte discusión con el taxista que no solo quería que le repararan su automóvil, sino que también exigía se le pagaran los días que dejaría de trabajar sin su vehículo; y segundo, porque mi hermano Héctor casi me mata del coraje que le dio. Mis carnales mayores se enojaban porque mi mamá se refería a sus carros como “charanguitas”, aunque a mi ver, no estaba nada errada. Creo que mi hermano Héctor tenía razón, al pensar que tenía unos hermanos cafres.
Años después, mi papá nos compró un vehículo marca Datsun, color verde, modelo 1982, para que Miriam, Diego, Raquel, Andrés y yo anduviéramos en él, lo que ocasionaba serias broncas entre todos los hermanos y hermanas, dado que como era de esperarse, todos queríamos usarlo al mismo tiempo. Este Datsun después lo pintamos color guinda y terminó siendo blanco. Creo que le recorrimos cientos de miles de kilómetros entre todos los hermanos, ¡Aún sueño ese Datsun!
A propósito de Vicente Fernández mi juvenil lector, no había palenque de la “Expo-Ganadera” de Hermosillo, en que mis amigos y yo dejáramos de ir a verlo; era un buen espectáculo y nos emocionaba cuando se separaba el micrófono para soltar el gaznate; yo tenía casi todos sus discos y mis hermanos me daban carrilla de que estaba enamorado de “Chente”. ¡Cabrones burlescos! También íbamos a ver a Juan Gabriel cada vez que venía al palenque. Nos hacía reír mucho con las mariconadas que ejecuta siempre en sus presentaciones, muy propias de sus shows y que mucho divierten al respetable. No me imaginaba ni por asomo, que dos décadas después me convertiría en abogado de Juan Gabriel, experiencia que platicaré en páginas venideras. Así se fueron mi infancia y adolescencia, raudas y veloces, momentos imborrables que ya no volverán. ¡Raspados acedos!
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Colegio Larrea:
El Colegio Larrea se inauguró en el año de 1965, cuatro años antes de que nos mudáramos a la colonia Periodista, que fue justamente cuando Andrés y yo nacimos en el año de 1969, por lo que esta escuela nos quedó como “anillo al dedo” por su ubicación, al encontrarse en la mera esquina de nuestra calle. Su fundador fue el Profesor Horacio Soria Larrea, hombre visionario y entregado a la educación, diría yo que hay un antes y un después en la enseñanza de nuestro Estado, con la existencia de este emérito Profesor. Don Horacio Soria y su hermana Consuelo, estuvieron siempre al pie del cañón velando por la educación de sus pupilos, pero también se mantuvieron siempre firmes en el afán de acrecentar sus instituciones educativas, proyectos que lograron con total acierto y reconocimiento social.
Profesor Don Horacio Soria Larrea (1921-2006). Un gran maestro, también amigo.
El Profesor Soria nació un siete de Julio del año de 1921, para partir de este mundo el día 17 de Agosto del año de 2006. Se inició en la docencia en el año de 1939, fue Presidente de la Asociación de Alumnos Normalistas en los años de 1944 y 1945 (En plena Segunda Guerra Mundial), Secretario de Educación Pública del Estado de 1957 a 1969 – doce años nomás-, cargo que le permitió fundar la escuela de Artes y Oficios; fue fundador y Director del Instituto Soria en el año de 1961 y del Colegio Larrea en 1965, además de un largo etcétera de logros que han dejado huella en la docencia.
Cons trucción del Colegio Larrea en el año de 1964. Aún no nacíamos Andrés y yo.
Al iniciar Andrés y yo los cursos de Primaria en 1975 en el Colegio Larrea, que como repito, se ubica exactamente en la esquina de la casa donde vivíamos, sentí un gran pavor al enterarme que había una profesora de primero de primaria llamada “Licha”, que decían era muy severa con los alumnos. Afortunadamente nos tocó en otro salón con una maestra menos rígida.
Colegio Larrea en el año de 1968, de un solo piso.
Colegio Larrea en 1974. Ya de dos pisos.
El segundo año de primaria fue todavía mucho mejor. Nuestra maestra era Carmen Teresita Soria Salazar, hija del dueño y fundador del Colegio Larrea, Don Horacio Soria Larrea; aparte de ser muy buena maestra, nos llevaba a algunos alumnos a las nieves y nos soltaba el volante de un vocho verde que conducía, para que diéramos vuelta en alguna calle; esas fueron mis primeras experiencias en la manejada.
Éramos muy felices cuando la profe Carmen Teresita nos paseaba a Amador Bustamante Gastélum, alias “El Chapo”, a Juan Carlos León Cervantes, alias “El Coco”, a Andrés y a mí. Después supe que tanta deferencia, se debía a que la profesora se andaba casando con un pariente nuestro, el Ing. Carlos Sánchez Bours; pero bueno, su gentileza y amabilidad la caracterizan hasta nuestros días. Muy linda mi querida maestra, tía y amiga, Carmen Teresita. La nevería a donde nos llevaba la maestra, eran los Helados Danessa 33, que se ubicaban cerca del Asilo de Ancianos, en la esquina de los Boulevares Luis Encinas y Abelardo L. Rodriguez. Recuerdo que yo siempre pedía una nieve de sabor napolitano, que era la novedad (una novelería, como decía mi difunta madre). Ahí muy cerca estaba el Boliche de Hermosillo, hoy en día convertido en las oficinas del periódico Expreso.
El Colegio Larrea en el año de 1970. “Como corrí y jugué por esos campos”, todo lleno de tierra.
Ya para ese entonces, Andrés mi hermano mostraba su gran inteligencia como alumno destacado, y competía siempre por las medallas de oro y de plata como mejor estudiante; yo debo reconocer que aunque nunca reprobé un año escolar, fui siempre aguerrido y juguetón; aprovechaba lo dedicado que era Andrés para pedirle me apoyara con mis tareas y me ayudara a estudiar en los exámenes.
Estudiantes corriendo por el Blvd. Justo Sierra, sin pavimento, junto al Colegio Larrea. Al fondo: la Prevo.
A mí me apasionaba más el deporte que el estudio, siempre quise ser un gran beisbolista, aunque reconozco que no tuve dotes necesarios, pero la lucha siempre le hacía, no quitaba el dedo del renglón y quedé siempre en el equipo de beisbol de la escuela.
Equipo de beisbol infantil del Colegio Larrea. De izq. a derecha: Marcos Gutiérrez L., mi hermano Andrés, Martín Gómez, Armando Navarro B., Ricardo Galindo, Ariel Gómez y yo. Atrás, colado, mí hermano Diego.
Pasaron veloces los años de tercero, cuarto y quinto de Primaria. Inolvidables las profesoras Carolina, Rita y Josefina, la primera sumamente ruda con los alumnos –quizás le dábamos motivos- y a la última se le conocía por su famoso dicho: ya salió con su Domingo siete, cuando uno de sus alumnos comentábamos alguna broma o disparate en su clase. En sexto de primaria me tocó recibir enseñanzas de la maestra Manuelita, muy linda y paciente con sus pupilos. Así concluí mis estudios de primaria; sentí que se fueron fugazmente. La educación primaria me dejó imborrables recuerdos, aquellos pleitos a la salida de la escuela o en los baños del mismo colegio, las clases de educación física por las tardes con el profesor Balderas, que eran en realidad pura vacilada, de ahí que nuestro deporte nacional no prospere. En una ocasión a la salida de la escuela, compré unas papitas con chile, pero cuando me disponía a comérmelas -ya con la boca abierta-, me las arrebató un alumno de secundaria de nombre Carlos Mario Sánchez Díaz de la Vega, por lo que corrí a la casa a chismearle a mis hermanos mayores, los que de inmediato fueron a moquetearlo y a obligarlo a
pagármelas. Hoy veo seguido a Carlos Mario y le recuerdo esa anécdota. Ambos nos reímos, travesuras de chavos. Mis hermanos mayores, aunque abusones, siempre fueron mis defensores. En la primaria conocí a varios amigos que hasta la fecha los considero como tales: Amador Bustamante Gastélum, mi hoy compadre Héctor Munguía Ibarra, Roberto Ruibal Astiazarán, Sergio Xibillé Bustamante, los hermanos Luis Alfonso y Ernesto Avila Sierra, a Gustavo Ávila Peñúñuri, Germán Corral Ochoa, Alejandra Romandía Campillo, Gaby Perla Rábago, Enrique Félix Robelo, Juan Carlos Corella Balderrama y Juan Carlos León Cervantes “el coco”, solo por mencionar algunos.
Con el último mencionado, Juan Carlos León, debuté con mi primer pleito escolar, nos agarramos en el parque Niños Héroes frente al Colegio Larrea. Me puso una golpiza que me dejó sangrando de la nariz, aunque él no se fue en blanco tampoco. Después fuimos grandes amigos el “coco” y yo. Aclaro que no le decíamos “coco” porque se empanizara los mocos, sino por su corte de pelo casi rapo, que asemejaba al fruto de la palmera. Recuerdo que una vez al regresar de la escuela, -a la cual obviamente nos íbamos caminando-, mis hermanos mostraban una gran algarabía, ya que había llegado a Hermosillo la televisión por cable. Cómo olvidar que la primera película que vimos fue la vida de Lou Gherigh, aquel destacado beisbolista personificado en la cinta por Gary Cooper. Era lo máximo para nosotros, ya que no salíamos de Señorita Cometa, del Hombre Nuclear, el Túnel del Tiempo y del béisbol local narrado por Carlos Andrés Vázquez Castro, que hablaba más de los cacahuates marca “Barcel” que del partido en cuestión. También veíamos el Chavo del Ocho, programa que era -y es hasta nuestros días- sumamente entretenido.
Estos programas televisivos que menciono, son entre otros, los que se veían en Hermosillo en esa época, en televisiones con imágen blanco y negro todavía.
Mi graduación de Primaria. Recibo constancia de manos de la Profesora Consuelo Soria de Elizondo. A la derecha, con mi mamá y mi hermano Andrés, después de nuestra graduación. ¡Nos creíamos!
Al ingresar a mi formación Secundaria en el año 1981, en el mismo Colegio Larrea, me topé con un rudo profesor que lueguito me echó el ojo para mantenerme a raya. Era el famoso Profesor Espinoza, muy temido para los que no lo conocían, pero simpático y chistoso ya que uno lo trataba. A mí de inmediato me leyó la cartilla, cuando me dijo que ya sabía que yo era “Padilla el malo” y que con él me las vería si hacía algún relajito. Después fuimos grandes amigos, nos paseaba y nos daba raites en su
charanguita azul más vieja que el conejo de la luna, pero que cuidaba como oro molido. Descanse en Paz el legendario profesor Jorge Adalberto Espinoza.
El Profesor Espinoza me impartió las materias de Inglés y Geografía, y en esta última nos hacía dibujar y colorear mapas de países del mundo, en los que nos exigía siempre pulcritud en los dibujos presentados, pero sobre todo que el color de los mapas estuviese con tonalidades claras, por lo que, cuando algún alumno le presentaba un mapa con colores fuertes y desentonados, luego luego respingaba diciendo: “Este mapa se parece a la corbata del doctor Sotelo”. Nosotros desde luego supimos hasta años después, que ese doctor Sotelo a quien se refería el profesor Espinoza, fue un psicodélico de la moda años atrás en Hermosillo, Sonora, pero que también ocupó la rectoría de la Universidad de Sonora, amén de ser considerado un excelente ortopedista: Federico Sotelo Ortiz. En ese mismo año de secundaria, cursamos la clase de Educación Artística con la distinguida profesora María Luisa Ladriere, a quien le gustaba mucho la forma en que yo dibujaba, por lo que para el trabajo final me pidió que dibujara una difícil pintura de Diego Velázquez: La rendición de Breda. Yo, para darme paquete e impresionar a mi maestra, le pedí a un primo mío que me hiciera dicho dibujo, lo que ocasionó que casi me reprobara porque no me creyó que yo lo hubiese dibujado por lo bonito que quedó. “Dibujas muy bien pero no es para tanto”, me reprimió. Este primo es Aurelio Campoy Ramos y es un excelente dibujante, pintor e inventor, muy querido pariente el buen Goyo. ¡Me agarró en la movida la profe!
Mi segundo pleito escolar se dio en el segundo año de secundaria, cuando se incorporó un alumno chilango-chihuahuense de nombre Eduardo Mendoza Larios, quien hablaba con cierto tono galloso, por lo que de volada la raza le empezó a decir “El guacho Mendoza”. Por cierto, era muy buen jugador de tenis, además de alto y bien dado. El caso es que yo lo traía tupido a carrilla, hasta que un buen día se hartó y me cantó un tiro. -¡Ya me tienes hasta la madre güey!- me dijo en un tono bastante atufado –y galloso-, a lo que le advertí que si pretendía un pleito, lo íbamos a agarrar a madrazos entre mi hermano Andrés, mi amigo Héctor Munguía y yo, a lo que contestó más encendido: “vénganse los tres juntos”, por lo que ante tal oferta, entre mi hermano Andrés y Héctor lo sujetaron de los brazos y yo le pegué unos buenos chingazos a diestra y siniestra (incluidos ganchos al hígado y volados de derecha), como si fuera costal de boxeo. De repente en ese momento, se les suelta a este par de debiluchos y arremete sin piedad contra mí, pegándome una buena madriza que “lomo me hizo falta”. Después fuí gran amigo del buen Eduardo y también de sus tres hermanas, por cierto todas ellas con nombre floral: Magnolia, Azalea y Flor. El Colegio Larrea donde estudiaba, ha sido siempre reconocido por el buen nivel en que integran sus escuadras de béisbol, las que disputan desde entonces los campeonatos inter-escuelas, estatales y nacionales, con sobrados trofeos para la institución. Por ello, desde niño me inscribí en las prácticas de este deporte en mi escuela, bajo las enseñanzas del reconocido instructor Sergio Valencia Othón, donde logré quedar formalmente en el equipo oficial del Colegio Larrea, junto a compañeros como Iván Galindo, Amador Bustamante, mi primo Ismael “Tocho” Ramos Johnson, Luis Avila Sierra, Francisco Gámez y Rigoberto Valencia, este último hijo de nuestro entrenador Sergio Valencia.
Los partidos los jugábamos en el mismo estadio del Colegio Larrea o en el Colegio Regis, que eran nuestros archirrivales, equipo cuyo entrenador era Pancho Rubio, un viejo muy cascarrabias pero muy experimentado.
Jugábamos también en los campos del Vado del Río, exactamente donde hoy queda el puente del trébol, y ocasionalmente jugábamos en el estadio de la Universidad de Sonora que se encontraba en la esquina de Rosales y Yucatán (hoy Luis Donaldo Colosio), donde hoy se encuentra el Centro de las Artes de mi Alma Máter. En el año 1983 quedamos como campeones indiscutibles entre todas las escuelas de la capital del Estado, por lo que fuimos premiados por el entonces Presidente Municipal de Hermosillo, el señor Casimiro Navarro Valenzuela. Digo “quedamos” porque yo era parte de ese equipo campeón, aunque confieso que nunca logré brillar en ese deporte, más bien fui medio “maceta”. Mi hermano Diego fue buen beisbolista, solo que sus problemas de asma le impidieron desenvolverse con mayor holgura en ese deporte, pero el que sí destacó en Softbol, fue mi hermano Héctor, quien obtuvo varios campeonatos estatales y dos campeonatos nacionales. Yo acudía con frecuencia a esos partidos de softbol, y recuerdo a algunos magníficos pitchers de aquella época, como Gabriel “Bielo” Muñoz, Víctor “Zurdo” González (hermano de mi camarada Gustavo) y Francisco “Chico” Sugich. En ciudad Obregón había un pitcher con “ojos de alcancía” que lanzaba lumbre, de nombre José Suzuki. También Alvaro Prandini hacía su luchita en el montículo, pero más bien era medio macetón, creo que se quedó colti de tanto voltear hacia atrás para ver volar los batazos que le pegaban. Buen amigo mi estimado Alvaro, casado con Anny Johnson, hermana de mi gran amiga Alma Consuelo Johnson, matrimoniada a su vez con Carlos Prandini, hermano de Alvaro. Ya me imagino la de chismes entre hermanas.
Equipo campeón del Colegio Larrea, con el entonces alcalde Casimiro Navarro y su esposa. Yo en círculo. Entre otros compañeros de equipo, cuento a Francisco Gámez, Iván Galindo, mi primo Ismael Ramos Johnson, Amador Bustamante, Luis Avila Sierra, Salvador López y Carlos Serrano Ramonet.
Ya en tercero de secundaria, estaba muy fichado por el Profesor Espinoza y la directora de la escuela, la temida Consuelo Soria de Elizondo, mujer muy áspera y a quien le tenía pavor por sus rígidos métodos para meter en cintura a los alumnos, pero que con el tiempo la fui entendiendo, pero sobre todo queriendo. Como dice mi papá, “era parte del show”. Su hijo Fernando Elizondo Soria me impartió clases de inglés, al igual que el profesor Espinoza. Lamentablemente no salíamos del verbo “to be”. En el Colegio Larrea, había en aquella época tres conserjes: Don Manuel, Don Alejo y el popular Rito. Este último más bien era el encargado de darle mantenimiento a la alberca, muy llevado con todos los alumnos, e incluso en varias ocasiones se incorporó a nuestros partidos de beisbol.
Don Manuel había sido trabajador de mi panino en su campo La Floresta, donde en una ocasión casi sufre las consecuencias del recio carácter de mi panino, cuando le jugó una broma de esconderle los zapatos. (Creo que no nomás se los devolvió, sino que se los tuvo que bolear y ponérselos). Don Ramón era el chofer del camión y también asistía al clan Soria en mandados personales, era un buen tipo, bastante paciente y educado con todo el alumnado, imposible olvidarlo. Era también el encargado de separar los pleitos escolares, que casi cada semana se armaban después de la 1:15 PM, que era la hora de salida, ya sea en los mismos baños del colegio, en los salones de clases ó en un terreno baldío adyacente a la escuela. Roberto Ruibal Astiazarán contra César Cayeros Ceballos, Fernando Roselló Martínez contra Martín Cruz, Alberto Pavlovich Zamora contra Martín Paredones, Marcos Lucero contra Jaime Othón, Enrique Félix Robelo contra Ricardo del Rincón, Juan Carlos León Cervantes contra el que esto escribe, Eduardo Mendoza Larios, también contra mí, fueron algunas de las funciones boxísitcas que se suscitaron en el Colegio Larrea.
Con mis amigos de la secundaria, de izquierda a derecha: Yo, Roberto Moreno Aguilar, Juan Carlos Corella Balderrama, Enrique Félix Robelo, Héctor Munguía Ibarra y Roberto Ruibal Astiazarán. Primeras pisteadas.
En una ocasión en la escuela, iba pasando frente a mí la profesora Consuelo Soria de Elizondo, cuando accidentalmente se le caen unas llaves que traía, por lo que presuroso me tiré un clavado para levantarlas y dárselas, a lo que me contestó “Gracias Lambiscón”. Era muy dura sin duda la profesora Consuelo. Mis estudios de secundaria asentaron bien las bases para mi formación futura, gracias a inolvidables maestros como el Profesor Horacio Soria Larrea, Jorge Adalberto Espinoza, María Luisa Galaz de Ladriere, Carmen Rentería de Valenzuela y Federico Othón Espinoza, entre otros ilustres docentes.
Qué decir de tantos compañeros que juntos forjamos una plural relación de amistad duradera, entre los que menciono a María Julia Ayala Contreras, Marisa Coronel Gándara, Gladys Dablantes Escoboza, Leticia Dominicis Cicchela, Elvia Encinas Burruel, Zaira Fernández Morales, Karem Finsterwalder Aínza, Alicia María García Millán, Gaby Palacios Molina, Claudia Marcela Morales Romero, Laura Juvera Soto, Ana Isabel López Bórquez (d.e.p.), los hermanos Ernesto y Luis Alfonso Avila Sierra. También anoto a Juan Carlos Corella Balderrama, Germán Corral Ochoa, Juan Carlos Díaz Sotomayor, José Luis Gómez Limón, Enrique Félix Robelo, Juan Carlos León Cervantes, Eduardo Mendoza Larios, Ramón Preciado Aldecoa (d.e.p.), Roberto Ruibal Astiazarán, Bardomiano Sandoval Peralta, Humberto Torres Cárdenas y Alejandra Romandía Campillo, entre muchos otros compañeros y compañeras que recuerdo con inmensa nostalgia. A Alejandra Romandía Campillo le guardo un profundo cariño, ya que bajo una amistad muy estrecha cursamos juntos gran parte de nuestra educación básica en el Colegio Larrea; posteriormente, fuimos vecinos en el fraccionamiento Valle Bonito de esta ciudad de Hermosillo por varios años, donde mis hijos y los suyos (Sebastián y Santiago) jugaban alegremente mientras nosotros departíamos con singular camaradería y, para rematar, Alejandra recientemente fungió como una leal y dedicada colaboradora en mi empresa ANDA Financiera. Un fuerte abrazo afectuoso para mi gran amiga Ale.
Mi gran amiga desde pequeños, Alejandra Romandía Campillo y yo. Compañera, vecina y colaboradora.
La formación Preparatoria también la cursé en el Colegio Larrea, para mi buena suerte, ese mismo año de 1984 se inauguró la Preparatoria del Colegio Larrea, ya que antes, esa formación la impartía la familia Soria solamente en el Instituto Soria, que se encontraba en el centro de la ciudad, algo retirado de mi casa, por lo que soy con mucho orgullo –y suerte-, egresado de la primera generación de Preparatoria del Colegio Larrea.
Mis graduaciones de Secundaria y Preparatoria en el Colegio Larrea. Recibo constancias de mis queridos Profesores Federico Soria Salazar y Horacio Soria Larrea, respectivamente. ¡Inolvidables maestros!
El Instituto Soria, que fue de las primeras instituciones educativas de la familia Soria Larrea, se ubicaba exactamente por la calle Manuel González, misma calle que hoy merecidamente lleva el nombre de Horacio Soria Larrea, entrañable maestro con quien me tocó departir inolvidables momentos en su propia casa, ubicada en ese entonces en la esquina de Pedro García Conde y boulevard Valentín Gómez Farías, a escasas cuadras de casa de mis papás.
Echando relajo en la Prepa del Colegio Larrea. De izquierda a derecha: Gaby Parada, yo, Enrique Félix Robelo, Bardomiano Sandoval, Iván Galindo Cruz, Tadeo Gamboa y Juan Carlos Corella Balderrama.
Aunque usted no lo crea, mi estudioso lector, el profesor Soria nos invitaba a mi hermano Andrés, a mí y a otro reducido grupo de alumnos a su bonita casa, donde nos platicaba infinidad de aventuras de su vida, tanto de los viajes que tuvo oportunidad de realizar por todo el mundo, como de su experiencia en la docencia.
A mí me dejaba perplejo, con la boca abierta, toda vez que con mucha pimienta, y cual si fuéramos amigos de su propia edad, nos narraba detalles de los periplos que prácticamente llevó a cabo por todo el orbe. Lo admiraba muchísimo a nuestro sencillo profesor, dueño y fundador ni más ni menos que de todo el Grupo Educativo Soria. Fui afortunado en poder departir tanto con él, sin duda.
En la celebración por los 50 años del Profesor Soria en el magisterio, el 25 de Mayo de 1989. De izquierda a derecha: Tadeo Gamboa, Héctor Munguía, Profesor Horacio Soria Larrea, yo y Bardomiano Sandoval.
También me impartieron clases los hijos del profesor Horacio Soria Larrea: Carmen Teresita (segundo de Primaria), Federico (Anatomía), Marco Antonio (Matemáticas) y Félix (Matemática Financiera y Computación); maestro este último con quien estrenamos las primeras computadoras de nuestras vidas, llamadas “Commodore 64”, con pantallas con letras color verde y disketes grandes y acartonados, con funciones mucho más limitadas que las computadoras de hoy en día, pero que sin duda fueron precursoras de toda las tecnología computacional de la que gozamos hasta el sol de hoy, amén de que nos ayudaron a entender el funcionamiento
básico que tanto nos sirvió para estar preparados en recibir todos estos avances que en el futuro inmediato nos fue invadiendo.
Con nuestros queridos profesores del Colegio Larrea: mi hermana Raquel, yo, mi hermana Miriam y el Profesor Balderas (Educación Física). Sentados: María Luisa Ladriere (Mecanografía, Taquigrafía y Educación Artística), María del Carmen Valenzuela (Ciencias Naturales) y Sergio Valencia Othón (Beisbol).
El profesor Federico Soria Salazar nos comentó en una ocasión en su clase, que los dos pasos más importantes en el ser humano, son la carrera profesional y el matrimonio, palabras que se quedaron muy grabadas en mi mente. La primera la saqué a gritos y sombrerazos, y el segundo, lo mantengo firme y sólido; alcancé ambos pasos y compruebo la razón que tenía mi estimado profesor Federico en su punto de vista; a mi amigo y maestro, el doctor Federico, le deseo una pronta recuperación por un tumor maligno que lo atacó recientemente. ¡Un fuerte abrazo!
El destino nos ha unido a Federico y a mí, toda vez que su esposa es hermana de la suegra de un sobrino mío, que para mi buena fortuna, son muy pachangeros y a cada rato coincidimos en esas amenas gorreadas. No omito mencionar a mi buen amigo Remigio Soria Salazar, que aunque no me dio clases, sino más bien era el encargado de cobrar con firmeza avara las colegiaturas, nos hicimos muy buenos cuates. De hecho se incorporaba con total camaradería a nuestras primeras pisteadas, fungiendo incluso como nuestro tutor, aunque en ocasiones nos tocaba a nosotros lidiarlo a él. Espero me disculpe esta balconeada mi buen Remi, pero fui claro al decir que en ANDANZAS hablaría solo con la neta. En la preparatoria del Colegio Larrea seguí practicando el béisbol y logré quedar nuevamente en el equipo oficial de la escuela, ahora bajo la tutela del manejador Jimmy Valencia.
Equipo de beisbol de la Preparatoria del Colegio Larrea. De izquierda a derecha: Guillermo Turnbull Enciso, Bernardo Astiazarán Tapia, Juan Carlos Corella Balderrama, Bardomiano Sandoval, Enrique Félix, Francisco Gámez, yo y Tadeo Gamboa. Hincado: José Luis Gómez Limón. Edecanes: Ana Edith Campuzano, Gabriela Parada, Sandra Salido, Yolanda Serrano, Irma Gloria Cruz y Gladys Fontes.
En este equipo, tuve entre otros compañeros a: José Luis Gómez Limón, Bernardo Astiazarán Tapia, Juan Carlos Corella Balderrama, Enrique Félix y de nueva cuenta Francisco (Pancho) Gámez, quien poco tiempo después debutó en el beisbol de las Grandes Ligas, así como con los Naranjeros de Hermosillo, en la Liga Mexicana del Pacífico. ¡Lanzaba lumbre Panchito!
Dos grandes del beisbol: Vinny Castilla (Rockies de Colorado) y Daniel Padilla Ramos (Colegio Larrea)
En segundo año de preparatoria, llegó el primer golpe de suerte a mi vida, cuando “Pancho”, nuestro profesor de Etimología, rifó entre todo el alumnado un puerco y un barril, o su equivalente en dólares, que eran U.S. $250.00. Mi número resultó el ganador y opté por el dinero desde luego, con el cual abrí mi primera cuenta de ahorros en el extinto banco de Estados Unidos: Valley National Bank, que después pasó a ser Bank One y hoy en día es Chase Bank. Mi hermano Mario se encargó de aperturar esta cuenta bancaria en dólares a mi nombre, solo que a decir de él, le dio mucha vergüenza hacerlo, ya que cuando me abrieron expediente en el banco con mi apellido, en la letra “P”, aparecieron varios hermosillenses acaudalados, como Prandini, Platt, Pavlovich, Parada, etc., y él apenas llevaba $250 Dólares para abrirla. ¡Simpladas de mi carnal!, además, por algo se empieza…
Tres destacados beisbolistas: Erubiel Durazo, Daniel Padilla y Karim García. Puro bateo largo.
También durante el segundo año de mi formación preparatoria, sentí unos dolores muy fuertes en el estómago, que resultaron ser una fuerte Apendicitis, misma afectación que me operó con total éxito el reconocido cirujano Dr. Adolfo Félix Loustaunau, en el Hospital Ignacio Chávez de ésta ciudad. Recuerdo que este eminente cirujano fue a verme a casa de mis papás -ya que es amigo personal de mi padre- y me preguntó si me había estado peyendo, comentario que me ocasionó un ataque de risa, que él no tomó nada bien. Era corajudo el doctor Félix. En síntesis, los años de mi vida comprendidos de 1975 a 1987, los estudié en el Colegio Larrea, escuela en la que tuve la fortuna de departir en todo momento con las propias familia Soria Larrea, Soria Salazar y Elizondo Soria, a quienes hasta la fecha recuerdo con gratitud y cariño.
Mi credencial de estudiante de la Preparatoria del Colegio Larrea. ¡Apa firmita!
Tuve en la preparatoria algunos maestros que dejaron huella en mi vida, tales como los profesores Horacio Soria Larrea (Valores), Félix Soria Salazar (Computación), Federico Soria Salazar (Anatomía), Silvia Castelo Valenzuela (Inglés), Luz Amalia Lizárraga de Salgado (Matemáticas), Rafael Iñigo Pavlovich (Biología), Gilberto Becerra Salazar (Administración Financiera) y mi propio hermano Héctor (Sociología), David Haro (Psicología), entre otros excelsos catedráticos.
Reunión de ex-alumnos del Colegio Larrea, de izquierda a derecha: Alejandra Romandía Campillo, yo, Alicia García Millán, María Julia Ayala Contreras, Amador Bustamante Gastélum, Ana Isabel López Bórquez (qepd), Roberto Ruibal Astiazarán y María Elena García. ¡Muy buena raza, cálida y afable!
Dicen que la época de la preparatoria es la más bonita de todas, que en ella se forjan muchas de las amistades que perdurarán para siempre en tu vida, lo cual considero muy cierto, toda vez que simplemente al encontrarme en la calle a un excompañero de la preparatoria, nos saludamos con un gusto enorme. En cambio, los de primaria y secundaria apenas nos recordamos, y los de la universidad, nos vemos con cierto recelo profesional, que apenas nos permite un superficial saludo. No con todos desde luego…
Al terminar la formación preparatoria, muchos de nosotros nos fuimos a estudiar inglés por un año a los Estados Unidos, otros decidieron estudiar una carrera en la ya desaparecida Universidad del Noroeste, que era parte
del mismo Grupo Educativo Soria; hoy en día convertida en la Universidad del Valle de México. Yo diría que la gran mayoría de mis compañeros de preparatoria tomaron esta última decisión, incluso los que regresaron después del año de haber estudiado inglés se inscribieron en la Universidad del Noroeste, pero yo quería ser abogado, y en ese tiempo solamente la Universidad de Sonora ofrecía la carrera de Derecho, por lo que con mucha nostalgia me tuve que separar de mis amigos, aunque solo fue en las aulas.
Con mis compañeros de Preparatoria del Colegio Larrea. Generación muy unida, seguimos en contacto.
Muchas de estas amistades con las que departí en esta inolvidable etapa de mi vida fueron, entre otros, Marina Cruz Elizondo, Cecilia Mundo Ruelas, Rosa Elena Pavlovich Moraila, Gaby Perla Rábago, Gloria Romo Vázquez, Luisa Ruibal Coker, Miriam Sugich Soto, Lolita Torres Rosas, Lolita Tapia Rodríguez, Edith Morales Vázquez, Elizabeth Cota Moreno, César Contreras Loustaunau, Humberto Nevárez Galarza, Tadeo Gamboa Campuzano, Juan Carlos Freaner Gerhard, Juan Manuel Hurtado Monreal, Indalecio Loustaunau Acosta, Gabriel Redo Peregrino, los hermanos César y Robespierre Silva Aguilera y muchas más que de momento se me escapan.
Después de haber regresado de nuestros estudios de inglés durante un año, Andrés de Georgia y yo de Illinois (experiencia que les platicaré en el capítulo siguiente), mi hermano gemelo Andrés consiguió una atractiva beca para estudiar su carrera en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) campus Hermosillo, donde inició su carrera de Licenciado en Ciencias Computacionales, pero después se cambió a la carrera de Contador Público, de la que posteriormente se graduó con honores en 1992. Yo me gradué con “horrores” de Leyes, en 1993. Esta beca se la otorgó la empresa de comunicación “Hermosillo Flash”, propiedad de mi buen amigo Don Eduardo Gómez Torres y que fue injustamente demolida años atrás. Don Eduardo es un reconocido comunicador y cronista, padre de mis buenos camaradas y ex-compañeros escolares José Luis y Germán Gómez Limón. Como todo ciudadano ejemplar, comprometido con la patria, obtuve ese mismo año que terminé la preparatoria mi Cartilla de Servicio Militar, con lo me convertí en un soldado al servicio de mi nación, “pa’ lo que se ofrezca”. Cuentan que durante un ejercicio militar, el capitán le preguntó a sus soldados: “A ver, quiero que levanten la mano aquellos a los que les gusta la música”, entonces más de tres levantaron la mano muy acomedidos, y luego les ordenó: ¡Órale cabrones, a bajar el piano de mi General del quinto piso!
Mi cartilla del servicio militar nacional. ¡Firmes!
Este año de 2013, cumplió el Instituto Soria 95 años de haberse formado, por lo que la familia Soria organizó una amena reunión para celebrar tan emotivo evento, misma que se llevó a cabo en las canchas del Colegio Larrea, y donde departimos alegremente tantos ex-compañeros que pasamos por esas aulas.
En la reunión por los 95 años del Instituto Soria. Sentadas: Elizabeth Cota, María Elena García, Adriana Enríquez, Alicia García, Claudia Salazar, Edith Morales y Alejandra Torrescano. Parados: Martín Manzo, Juan Corella Balderrama, yo, Cristina Aguirre, Elvia Encinas, Darío Ibarra, María Julia Ayala, Carlos Serrano, Bernardo Muñoz, Alejandra Romandía Campillo y Bernardo Astiazarán Tapia. ¡Excelentes camaradas!
Afortunadamente, a todos los asistentes nos pegaron en la camisa un papel con nuestros nombres, lo cual nos permitió identificarnos unos a otros, ya que después de tantos años sin vernos casi no nos reconocíamos, unos gordos, otros pelones, otros arrugados, el único que se mantiene joven y atractivo soy yo.
¡Ya sé que tú eres “Padilla el malo”! (Profesor Jorge A. Espinoza)
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CHICAGO
Centro de la ciudad de Chicago y Lago Michigan.
Otoño de 1987 Meses previos a que mi hermano Andrés y yo termináramos la formación preparatoria en el Colegio Larrea, en junio de 1987, Andrés ya tenía todo arreglado para irse a estudiar el idioma inglés durante un año escolar a un pueblo llamado Demorest, en el sureño estado de Georgia, en los Estados Unidos. En cambio yo, que no era un brillante estudiante como él, tenía que quedarme a pagar un par de materias pendientes en los llamados “cursos de verano”, para poder obtener así mi certificado de preparatoria, por lo que en mis planes inmediatos no contemplaba la posibilidad de irme a estudiar el idioma inglés a los Estados Unidos, sino por el contrario, tenía un entusiasmo muy grande por inscribirme cuanto antes en la escuela de Derecho de la Universidad de Sonora.
Como en otros casos circunstanciales de mi vida, de nuevo se presentó un cambio de planes inesperado. Mi hermano Héctor contrajo matrimonio el día 18 de septiembre de 1987 con mi querida cuñada Bernardette Ferraris Corella, y entre otros invitados, los señores Jean y Roy Murdock acudieron provenientes de Chicago, Illinois. Con ellos, mi hermano Héctor había vivido en 1979 en su casa bajo un programa de intercambio cultural, cuando estos se empezaban a poner de moda entre los egresados de la preparatoria, costumbre que persiste hasta nuestros días. A estos señores anglosajones yo ya los había tratado algunas veces, porque a mi hermana Miriam también le tocó hospedarse con ellos en el año de 1981, bajo el mismo programa de intercambio, por lo que para ese entonces ya se había fomentado una relación familiar cálida y estrecha entre la familia Murdock y la mía, al grado tal que mis padres los visitaron en alguna ocasión y ellos venían de visita con cierta frecuencia a la ciudad de Hermosillo. Al parecer el calorcito y la cerveza helada eran un imán para el señor. Recuerdo que en una de esas visitas, el señor Murdock invitó a toda la familia a comer al restaurante Xochimilco de esta ciudad, famoso por su rica carne asada y por tener música de mariachi, y al estar en ese lugar se le acercó un integrante del mariachi con su guitarra para ofrecer sus servicios. Mr. Murdock preguntó por el precio de cada canción, a lo que el señor del mariachi le respondió que a “equis” cantidad, equivalente entonces a 10 dólares cada melodía. Mr. Murdock sacó un billete de 100 dólares de su bolsillo para que cantara 10 canciones, no sin antes susurrar que le parecía algo cara cada canción, pero cuando llegaron los demás compañeros del mariachi a tocarle, se puso feliz al ver que los 10 dólares incluía la actuación de todos los músicos. De inmediato cambió de opinión, ya que se convenció de lo barato que le cobraron por canción.
El festejo de la boda de mi hermano Héctor se desarrolló en el bonito patio trasero de casa de la familia Ferraris, donde muy alegremente departimos toda la familia, excepto mi hermano Andrés, quien para ese entonces ya había partido a su viaje de estudios en Georgia, Estados Unidos. Posterior al festejo, “la seguimos” en casa de mi papá, donde estaban hospedados los señores Murdock de Chicago y desde luego, donde vivía yo también, y como a este gringo le gustaba “la tomada” y a mí ni se diga, nos quedamos empinando el codo él y yo en la mesa de la cocina hasta altas horas de la madrugada, yo sin hablar inglés y él sin hablar español, por lo que “sepa la bola” que nos decíamos uno al otro, pero estábamos felices chupando. Días después de que los señores Murdock se regresaron a su hogar en Chicago, llamaron por teléfono a mi papá para decirle que ellos habían recibido a muchos estudiantes de intercambio de varias nacionalidades durante varios años, por lo que ya habían decidido no recibir más estudiantes en el futuro, pero que platicando entre ellos habían decidido invitarme a vivir con ellos durante un año escolar para que yo aprendiera el idioma inglés. Además, se habían dado cuenta que mi hermano gemelo Andrés ya había partido con el mismo fin a los Estados Unidos y yo no. Y lo mejor de todo, es que me estaban invitando con todos los gastos pagados, es decir, que mis padres no tendrían que cubrir los altos costos que un programa de intercambio implicaba, por lo que, como dice el dicho: “a la gorra ni quien le corra”. Ante esa noticia, me apresuré a concluir mi curso de verano, agarré mi morral y vámonos recio para Chicago, donde me recibió en el inmenso aeropuerto “O´hare” de esa ciudad el hijo de la pareja Murdock, de nombre Bruce, a quien ya en una ocasión había conocido durante una visita que éste había realizado a Hermosillo años atrás. Desde entonces se convirtió en mi hermano Bruce.
Una vez instalado en la casa de la familia Murdock, empecé a sentir la mano dura de la señora Murdock -a quien por cierto tenía que llamar mamá-, ya que me exigió desde un principio, en un tono autoritario, que realizara ciertas labores domésticas como lavar trastes, asear mi cuarto, aspirar, remover la nieve (que ya para esos meses de octubre y noviembre empezaba a caer), sin estar yo acostumbrado a esas tareas, sobre todo porque en casa de mis papás gozábamos de los servicios de la servidumbre y allá en Estados Unidos eso no se estila.
Limpiando la nieve de la cochera de la casa. ¡A trabajar!, no había de otra. Me lleva la ching…
Entendí claramente que tenía que cambiar mis hábitos de conchudez y holgazanería, para corresponderles así a la generosidad de haberme invitado a residir con ellos por un año.
Los primeros días en la casa cometí mi primera cagazona, cuando nos encontrabamos en familia jugando en la sala de la casa con una pequeña
perrita que la familia Murdock tenía, la cual, jugando me mordía despacio mi mano, a lo que por querer sacar plática para quedar bien, les dije: “The dog has tits”, por querer decir que tenía dientes, lo que ocasionó un silencio sepulcral en la sala. (tits-tetas, teeth-dentadura). Seguramente pensaron los señores Murdock: “este pinche mexicanito salió muy depravado”
Hasta de jardinero tuve que hacerla en casa de los Murdock, para “desquitar”
Después de tratar y conocer más de cerca a la señora Murdock, me enteré que ella sufría de los nervios por difíciles acontecimientos que en su vida habían sucedido, tales como el asesinato de su hijo mayor, de nombre Bryan, al parecer víctima de un asesino afroamericano con quien había
tenido un altercado, de ahí que mi mamá americana me prohibiera juntarme con gente de color en la escuela, lo cual me dificultó un poco relacionarme con muchos amigos, dado que en la ciudad de Chicago la raza negra abunda. También esta señora había participado en activo en la guerra que los Estados Unidos y Corea sostuvieron a principios de los años 50´s; Igualmente, Mr. Murdock había sido un destacado soldado en ese enfrentamiento bélico y fue condecorado con varias medallas por su valentía y coraje.
Mis papás “gabachos”, Mr. Roy y Mrs. Jean Murdock, en su bonita casa de Chicago, Illinois. ¡Adorables!
En un principio, y en aras de que pudiera ingresar a la high school con mejores bases de la lengua inglés, mi familia me inscribió en un programa llamado “ESL” (English as a Second Language) en una universidad cercana a la casa llamada TCC (Thornton Community College), donde pude aprender mis primeras frases del idioma de Shakespeare y donde además
tuve una muy cálida acogida de parte de la inolvidable maestra Louise Musto, a quien después visitaba en repetidas ocasiones cuando me cambiaron de escuela. En ese curso de inglés, me tocó compartir aula con gente de infinidad de países y con quienes por cierto empecé a intercambiar billetes de la moneda en curso con cada uno de ellos, lo cual dio inicio a que el suscrito mostrara un interés por la numismática, de la cual sigo siendo aficionado y puedo presumir tener una colección de casi todos los billetes del mundo, además de varias monedas coleccionables, incluyendo el álbum del peso mexicano desde 1910 al año 2000, del que me falta únicamente el peso de 1949, que es realmente difícil de conseguir por la escasez del mismo, al no acuñarse suficientes monedas ese año por decisión del entonces Presidente de México, Miguel Alemán Valdez. Este último, consideró que en México había una sobre-circulación de monedas de Un Peso, lo que ha convertido al peso mexicano de 1949 en el más difícil de obtener entre los coleccionistas. De vuelta a mis andanzas por “La ciudad de los vientos”, me gradué del curso “ESL” y fui inscrito en Thornwood High School, en el mismo suburbio donde vivíamos, es decir en South Holland, Illinois, al sur de la Ciudad de Chicago, escuela donde empecé rápidamente a captar el idioma inglés y también a forjar nuevas amistades, algunas de ellas que perduran hasta la fecha.
En dicha escuela, donde por cierto el deporte es una materia no solamente obligada sino primordial, -de allí que los gringos destaquen tanto en las ramas de los deportes a nivel mundial-, me inscribí en el equipo de béisbol de mi escuela para buscar la posición de segunda base,
que según yo “la tenía amarrada” por haber jugado béisbol en varios equipos desde mi educación primaria, sin contar con que me estaba topando con unos verdaderos peloteros, casi-casi de un nivel profesional, por lo que francamente no tuve nada que hacer allí compitiendo con esos ágiles y fuertes deportistas de mi escuela. Los entrenamientos iniciaban el mes de Marzo, cuando la nieve aún deja caer sus copos en grandes cantidades, por lo que la prueba y selección de peloteros se llevó a cabo dentro del inmenso gimnasio de la escuela, donde el entrenador conectaba fuertes roletazos hacia los aspirantes y varios negritos se tiraban de hocico por la pelota, con todo y el dolor que el piso de madera representa, y como yo no terminaba aún de desentumirme del intenso frío de Chicago, pues nomás le tiraba el “guantazo” a las rolas. Para acabar pronto, me mandaron mucho a la chingada y no quedé en ningún equipo escolar, por lo que ante tal situación, me vi obligado a dedicarme a la pesca y a cervecear con mi querido papá anglosajón, actividades que fueron de las mejores que realicé durante mi estadía en la tierra de Al Capone.
Con mis compañeros de clase en la escuela Thornwood highschool, en Chicago, Illinois. Good Friends!
Mi papá americano, el señor Roy E. Murdock, era un alto funcionario y asociado de la gigantesca corporación de seguros “The Equitable”, donde trabajaba bastante duro y donde -desde luego- debía ganar buen dinerito, ya que vivían con sobradas comodidades. Mi papá Murdock adoraba la pesca y tenía un yate de muy buen tamaño, en el que todos los sábados íbamos a pescar salmones al turbulento Lago Michigan, lo que me llenaba de tedio, pero a él lo hacía inmensamente feliz. Digo tedio, porque el ir a pescar implicaba conducir cerca de una hora hasta el lago a primeras horas de la madrugada, subir un montón de instrumentos y provisiones a la embarcación y después de la pesca, desaguar el motor del yate, quitarle la hélice, los sensores, los radares, enrollar todas la cañas de pescar, lavarlo y taparlo con una gran lona.
Sufriendo en el paradisiaco Lago Michigan, con mi papá Roy y su hermano Jerry. ¡Adoraban la pesca!
Ahí no terminaba la faena. Había qué lavar muy bien las hieleras donde íbamos echando los salmones que pescábamos, luego cortarles la cabeza, la cola y sacarles los dentros, para después empapelarlos y ahumarlos en un asador cubierto, para finalmente botanearlos con galletas saladitas. Eso sí, ¡muy exquisito! El salmón sobrante lo regalaba a sus amistades. Yo quedaba exhausto de todas estas jornadas, pero me dejaban muy satisfecho de ver la alegría y el entusiasmo de mi papá en esos menesteres de la pesca.
Pescando un gran salmón en el Lago Michigan. ¡Pesada faena!
Cada viernes sin excepción, al salir yo de la escuela, mi papá me estaba esperando con unas cervezas bien heladas, por cierto de la marca “Old style”. Incluso los viernes, él abandonaba tiempo antes su trabajo y yo salía una hora antes de la escuela para que nos “rindiera” la tarde. Nos poníamos a platicar de diversos temas con cerveza en mano y agarrábamos la tomada larga. Me daba muchos consejos positivos, se sinceraba siempre conmigo de temas muy personales, era muy ameno y divertido mi papá gringo, adoraba la música mexicana y ya caída la noche nos poníamos a escuchar canciones de Vicente Fernández, Jorge Negrete, Lola Beltrán y demás
cantantes rancheros en conocida estación de radio de Chicago. Además, él tenía sus propios discos. Cada semana, íbamos mis papás y yo a visitar a una pareja de ancianos muy mayores, de nombre Betty y Lou Sommerfield, a quienes mi papá les tenía un especial aprecio y les ayudaba a comprar ciertas provisiones para su consumo, mientras yo sacaba a su perro para que hiciera sus necesidades afuera del departamento donde vivían, en un suburbio llamado Dolton, un poco más al norte de nuestro suburbio South Holland. Este señor Sommerfield, fue pitcher en sus años mozos de los Medias Blancas de Chicago ¿y sabe a quien ponchó en una ocasión mi bilingüe lector?, ni más ni menos que al mismísimo Babe Ruth, según me platicaba. Tuvo un enorme gesto conmigo al regalarme la hebilla de campeones del año 1919, que era cuando le entregaban hebillas al equipo campeón y no anillos como hoy en día. Esa hebilla, aún la conservo celosamente guardada. Mi estancia en Chicago fue de una permanente camaradería entre mi papá americano y yo; su esposa Jean, es decir mi mamá gabacha, casi no gustaba salir de la casa y su único hijo, Bruce, andaba en ese entonces muy de novio con la que después fue su primera esposa, boda por cierto a la que acudí años después. El señor Murdock y yo nos teníamos un gran aprecio y pasaba largas horas conversando y departiendo con él. Le aprendí muchas cosas constructivas y humanas, tal como era su persona.
Múltiples viajes de placer efectuamos en carro cuando yo estudiaba por allá, la mayoría de ellos para visitar a familiares de mis padres americanos,
lo que me permitió conocer varios Estados de la Unión Americana, como Wisconsin, Minnesota, Dakota del Sur, Missouri, Indiana, Michigan, Ohio, Kentucky, Tennessee, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia. En éste último Estado me llevaron a visitar a mis hermanos Diego y Andrés, quienes estudiaban la carrera de Administración de Empresas y el intercambio de inglés, respectivamente. Con Diego y Andrés pasamos tres agradables días, uno de ellos Domingo y fuimos a misa en el pequeño pueblo de Demorest, donde estudiaban. Cuando nos bajamos del carro que conducía mi hermano Diego para entrar a la iglesia, me percaté que dejó las llaves pegadas al encendido, por lo que le hice ver su distracción. Pero gran sorpresa me llevé cuando me dijo que en ese pueblo todos acostumbraban dejar las llaves en el encendido, cosa que constaté al mirar los demás carros estacionados. ¡Increible! Pensé… Cuando le comenté a mi papá Roy de dicha situación, me hizo ver que en Chicago no puedes dejar las llaves en el encendido ni cinco minutos sin que te roben el vehículo. Creo que en México también…
Me llevaron a Georgia a visitar a mis hermanos. De izquierda a derecha: Diego, mi mamá Jean Murdock, Andrés y yo. Viaje inolvidable, anduvimos por Hellen, Demorest y Augusta, Georgia. ¡Muchos paseos!
Mi familia me llevó igualmente a Windsor, Canadá, ciudad fronteriza con Detroit, Michigan. Para cruzar la frontera hacia Windsor, lo hicimos en vehículo por un túnel debajo de las aguas del Lago Michigan, algo que me resultó muy maravilloso. Muchos paseos con mi nueva familia, ilustrativos e inolvidables. Como yo no tenía mi pasaporte mexicano vigente para poder ingresar a Canadá, tuve que tramitarlo en el Consulado de México en Chicago, el cual fue autorizado y firmado por el Cónsul en ese entonces, el Lic. Alejandro Carrillo Castro, quien años después se convertiría en Comisionado del Instituto Nacional de Migración cuando yo laboré allí también. Es decir, fue mi “jefe mayor”. Cosas del destino.
Alejandro Carrillo Castro se matrimonió con la destacada actriz y conductora de televisión, Talina Fernández, y es hijo del ex-gobernador de Sonora, Alejandro Carrillo Marcor, de quien me referiré más adelante. Mi hermano Bruce también me llevó a muchos lugares interesantes; fuimos a esquiar en la nieve de Wisconsin durante el invierno, a una playa artificial en Indiana durante el verano, a partidos de béisbol de los Cachorros y Medias Blancas de Chicago, a juegos de los Osos de Chicago y Bulls de Chicago, aunque ese año había estallado la huelga en la NFL y suplieron a los profesionales por “cachirules”, a efectos de no detener la liga. También fuimos a diversos shows en el imponente centro de convenciones McCormick, a muchos conciertos que todo el año se presentan en esa ciudad, a las famosísimas pizzas “Gino´s east”, a Sears Tower, Lincoln Zoo, Barrio Chino, Barrio Polaco, Barrio Mexicano, a Chicago Heights, donde Al
Capone hizo varias de las suyas, etc. Muchas vagancias con mi buen hermano Bruce.
Mi Con mi familia Murdock, adorables todos.
Dejándome chipilear por mi mamá Jean.
Mi familia me asignó un vehículo para que me moviera, una Van Chevrolet del año del cohete, pero que mecánicamente se portaba a la perfección.
En ella me iba ocasionalmente a la escuela, no siempre porque también disfrutaba irme caminando para hacer una escala en la iglesia católica llamada “Holly Ghost” que quedaba camino a la escuela, para dar gracias por tanto favor recibido. En una ocasión que había nevado fuertemente, me fui en la Van a la escuela y se me olvidó apagar las luces al bajarme, por lo que al salir ya no tenía batería y tuve que llamarle a mi papá, quien bastante molesto llegó porque lo había sacado del trabajo, y en cuanto llegó a mi auxilio me lanzó una sola pregunta, retándome a que le dijera la verdad: -¿Dejaste las luces encendidas? -“Si”-, le contesté. “Ya sabía” me dijo. Me pasó corriente y luego se retiró encabronado. “Gringo neuras”, pensé en mis adentros. Justifico haber dejado las luces encendidas, porque en Hermosillo nunca se encienden de día. Como nunca llueve, menos nieva, pues no es necesario encenderlas. En Chicago cumplí 19 años de edad, motivo por el que organicé una buena pachanga con varias amistades de mi escuela, pero mi mamá Jean no me dejó invitar a gente de color, por lo que mejor opté por cancelar la fiesta e invitar solo a un par de amigos a tomarnos unas “chelas”. Ahí me di cuenta que el resentimiento de mi mamá americana contra los negros era realmente grande, ya que le supliqué me permitiera invitarlos y nomás nones. La pérdida de su hijo a manos de un “black”, la había dejado con ese resentimiento vivo y candente.
Mi cumpleaños 19 en la ciudad de Chicago, Illinois. “No quiero negros en la casa”. ¡Gulp!
Cuando me gradué de la high school, los señores Murdock me colmaron de regalos y me invitaron a cenar a un elegante restaurante del centro de Chicago, donde me pidieron abiertamente que me quedara a vivir con ellos para estudiar mi carrera profesional en los Estados Unidos. Me ofrecieron media beca de la compañía, y la otra media colegiatura la sufragarían ellos mismos de su bolsillo, oferta quizás impensable desechar para cualquier joven estudiante. Sin embargo, yo desde temprana edad quería formarme como abogado, practicar y vivir en México.
Mi graduación de la highschool, con toga, birrete y toda la cosa. Me esperaba un sablazo.
A su generosa y tentadora oferta, respondí que por favor me dieran un tiempecito para pensarla, pero que primero tenía que regresar a Hermosillo a ver a mi familia, muy especialmente a mi mamá, quien tanto me había hecho llorar con emotivas cartas que me enviaba mes con mes. Recuerdo que en ese entonces me enviaba muchos recortes que detallaban las recientes apariciones de la virgen María en Medugorie, Yugoslavia. Muy devota mi querida “doña”. A propósito de apariciones de la virgen, haciendo un paréntesis, platican que cuando se apareció la virgen de Fátima en Portugal en el año de 1917, se organizó una procesión por tal motivo en Alamos, Sonora, por lo que al mero estilo, toda la indiada comenzó a emborracharse con bules de Yocojihua (bebida alcohólica típica del Sur de Sonora) desde varias horas antes de que llegara la procesión de la virgen de Fátima. Resulta que al entrar la procesión por la alameda del pueblo, gritaron varios de estos indígenas, que ya se encontraban “hasta el cepillo”: “¡Viva la Virgen de Guadalupe y no te dejes de esta güera hija de la chingada!”. Sin saber los autóctonos que es la misma Virgen María, solo que representada en otra persona. ¡Andaban ahogados pues!
Recordemos mi pio lector, que en la historia de la Iglesia Católica, ésta reconoce solamente 14 apariciones de la Virgen María en el mundo, desde la primera que fue la Virgen del Pilar en Zaragoza, España, en el año 40, hasta la Virgen de Kibeho, en Ruanda, África, en el año de 1981. Estas 14 apariciones se han dado en los países de España, Bélgica, Portugal, Irlanda, Italia, Ruanda, México, Lituania y Francia; país este último en el que se reconocen cinco apariciones. O sea que a la Virgen le gusta mucho la tierra de los galos. Oficialmente no se aceptan aún las apariciones en Yugoslavia. Sin embargo mi religioso lector, la aparición de la Virgen de Guadalupe en México en el año de 1531 –diez años después de la conquista-, es la única de todas que ha dejado prueba física, cuando plasmó su imagen permanentemente grabada en la tilma de su siervo Juan Diego. Por ello, el Tepeyac es el santuario mariano más visitado del mundo, superando en visitas a Lourdes y Fátima. Volviendo a las cartas, menciono cartas porque en esos años de 1987 y 1988, la telefonía celular y el internet no estaban aún al alcance de la ciudadanía. Sí existían, pero solo con fines militares, por ello todos los días esperaba ansioso al cartero, quien mínimo me entregaba una carta, ya sea de mis padres, de mis hermanos o de mis amigos, con quienes intercambié cientos de cartas en ese tiempo, mismas que aún conservo y que en ocasiones releo para reírme de tantas y tantas cosas chuscas que nos escribíamos.
Al regresar a Hermosillo y sentir de nuevo la cálida compañía de mi familia y de mis amistades, quienes nos organizaron una copiosa comida de bienvenida a Andrés y a mí, sin pensarlo dos veces fui a inscribirme a la escuela de Derecho de la Universidad de Sonora, donde por cierto tuve
dificultad para hacerlo, ya que era un requisito indispensable haber cursado el área de ciencias sociales en el último año de la preparatoria, y yo había cursado el área de económico-administrativas. Sin embargo, la disposición por ayudarme de la entonces directora de la Escuela de Derecho, mi querida maestra Norma Yolanda Ruiz de Moreno, permitió que ingresara a la Escuela de Derecho de mi entrañable Alma Máter sin mayores problemas.
En la comida de bienvenida en casa de mis papás -mi papá, mi mamá, yo y Andrés-, ya no quería separarme de mi familia y amigos.
Una vez inscrito en la escuela de Derecho de la Universidad de Sonora, llamé por teléfono a mis papás Murdock para decirles que les agradecía infinitamente su oferta de estudiar en aquella ciudad, “de gorra”, pero que había decidido permanecer en Hermosillo, y que si no tenían
inconveniente les aceptaba dicha oferta para estudiar algún postgrado en Chicago, una vez qué concluyera mis estudios universitarios en Sonora, lo cual aceptaron, algo resignados. Dicho postgrado no pude estudiarlo, debido a que a mediados de mi carrera de Derecho contraje matrimonio, por habernos comido la torta antes del recreo, como coloquialmente se dice. Incluso para cuando egresé de la Universidad de Sonora, ya tenía dos hijos, lo que me difucultó aún más el poder cursar alguna maestría en cualquiera de las prestigiadas universidades de Chicago, ya sea la Northeastern, la de De Paul, la de Loyola, la de Purdue (Indiana) o la misma Universidad de Chicago. Sin embargo, fueron múltiples las visitas que mutuamente nos hacíamos la familia Murdock y yo, prácticamente no pasaba un año sin que nos viéramos, ya sea allá en el intenso frío, o aquí en el pinche calor infernal; incluso en una de ellas acordamos vernos en Tucson, Arizona, donde los atendí como se merecían.
Comida en Hermosillo con mis papás, Andrés, Miriam, Roy Murdock y yo (con bigote de gato atolero). Desde luego yo pagué la cuenta.
El día 16 de noviembre de 1995, falleció mi querida mamá Jean, por lo que mi papá Roy me pidió que me trasladara a Chicago para acompañarlo en el funeral de su esposa. Desde luego, atendí dicha petición para acompañar a Roy y darle el último adiós a mi querida mamá americana, a quien a pesar de sus rígidos tratos hacia mi persona, (que incluso en una ocasión me orillaron a intentar regresarme a Hermosillo meses antes de la fecha en que debía), terminé por tenerle un profundo cariño y una total comprensión y consideración, sentimientos que ella percibía y me los agradecía. Descanse en paz “My mom”.
Con mis dos queridas mamás, la de México y la de E.E.U.U. (q.e.p.d. ambas)
Una vez concluidos los servicios funerarios de mi mamá Jean y ya camino al aeropuerto, mi papá Roy me entregó en mis manos el anillo de bodas de su esposa Jean para que yo lo conservara, por lo que procedí a guardarlo en la bolsa de mi pantalón, no sin antes agradecerle tan significativo detalle; le aseguré que lo cuidaría como oro molido. Lo desafortunado estuvo, en que al venir de regreso en el avión, me pegó una "cursera de coyote balaceado", lo que me orilló a entrar de inmediato al baño en el mismo aeropuerto de Tucsón, solo que al bajarme los
pantalones apresuradamente, se me salió el valioso anillo de mi bolsillo sin percatarme de ello, hasta que me subí al carro que había dejado estacionado en el aeropuerto, para en él regresarme conduciendo a Hermosillo. De inmediato regresé a buscarlo pero no lo encontré. Le pregunté a un encargado de limpieza que en ese momento aseaba el baño, si de casualidad había encontrado el anillo y me contestó que no había visto nada –lo dudo-, por lo que tuve que presentar un reporte en el mismo aeropuerto por si lo encontraban, aunque no hubo resultados favorables. ¡Cómo me pudo esa pendejada! No fueron pocas las ocasiones en que mi papá americano me preguntaba si aún conservaba el anillo, a lo que falsamente le contestaba que aún lo tenía en mi poder, al no tener el valor de decirle la forma tan estúpida en que fui a perder esa invaluable joya que además confió en mis manos. Pues si mi estreñido lector, por un buen cague perdí tan valiosa prenda. En el año 1996, mi papá americano se jubiló y se mudó a disfrutar de su retiro a un hermoso paraíso ubicado en el poblado de Seneca, Carolina del Sur, a la orilla de un lago, en una amplia y bellísima casa rodeada de árboles y aves. En ese lugar conoció a la que hoy es su nueva esposa, una dama encantadora de nombre Ginny. Ambos me invitaron a su boda el día 12 de octubre de 1996, invitación que me fue imposible cumplir por razones ajenas a mi voluntad. Roy y su nueva esposa me visitaron en el año de 2004 en Hermosillo (un año antes de que yo los visitara), ya que me quería presumir a Ginny y no estaba equivocado, toda vez que mi nueva mamá gringa resultó ser muy bonita y gentil.
Con mi nueva “mom”, Ginny, en Hermosillo en 2004. Roy y mi hija Dora Luz durante su visita.
Un año después fui a visitarlos a su hogar en Carolina del Sur, exactamente en el mes de agosto del año 2005, casi nueve años después de su enlace matrimonial, visita que se convirtió en una muy agradable temporada en ese paradisiaco lugar, pero sobre todo con la muy grata compañía de los nuevos esposos Murdock, quienes nos colmaron de todo tipo de finas atenciones.
Mr. Roy Murdock paseando en su lancha a mis hijos, Dora Luz, Daniel y Diana María, en South Carolina.
Roy y yo en su yate. ¡Qué buena vida!
A los señores Murdock les estoy profundamente agradecido por haberme brindado la oportunidad de aprender el idioma inglés, que aunque no lo domino a la perfección, lo entiendo casi por completo, lo que me ha abierto infinidad de puertas en el ámbito personal y profesional en mis años posteriores a mi estancia en Chicago, Illinois.
También les agradezco el que me hayan permitido forjar una infinidad de nuevas amistades que perduran para toda la vida, amistad verdadera que quedó demostrada con esta emotiva tarjeta de despedida que me otorgaron mis compañeros de escuela al concluir mis estudios en Thornwood High School, la cual conservo bajo candados y aquí le comparto:
Tarjeta de despedida que me otorgaron mis compañeros de la highschool. Invaluable recuerdo.
25 Años después:
El año pasado, es decir en 2012, fuimos mi esposa Carmen y yo de vacaciones a la ciudad de Chicago, precisamente en el mes de Abril para festejar mi cumpleaños número 43, y exactamente 25 años después de que me fui a estudiar inglés a la High School de esa ciudad. Tenía el deseo de regresar a los lugares donde durante casi un año anduve divagando 25 años atrás, y lo hice. Visitamos en este periplo -entre otros muchos lugares- la escuela Thornwood High School donde estudié y también la casa donde viví. En la casa llamé a la puerta y me abrió una familia de color, a quienes después de explicarles que yo había sido estudiante de intercambio y que había vivido en esa casa 25 años atrás, me permitieron entrar y tomar algunas fotografías en los mismos lugares, casi en la misma posición de otras fotografías que yo llevaba conmigo, y que me fueron tomadas cuando era estudiante. La secuencia comparativa de estas fotos salió muy bien, solo que en las nuevas luzco con “más-menos”: Más panza y menos cabello. Aquí se las comparto mi retornante lector:
En el asador de la casa, solo que el nuevo inquilino no sacó los salmones para empapelarlos.
En el patio de la casa 25 años después, todo sigue igual, el mismo cerco que con mucho gusto instalé.
Con mi hermano Bruce Murdock en la chimenea de la casa. Bruce también tiene mas panza y menos pelo.
Quise que mi esposa Carmen conociera todas las maravillas que Chicago ofrece al visitante, por lo que no escatimamos en darnos tiempo para deambular por la cosmopolita avenida Michigan, donde nos hospedamos en un lujoso y cómodo hotel de la cadena Westin. Fuimos a un partido de béisbol de los Cachorros de Chicago, en el que el frío simplemente nos expulsó del estadio en la séptima entrada. Cenamos en las famosas pizzas llamadas Gino´s East, así como en el restaurante del afamado basquetbolista Michael Jordan, subimos al mirador del edificio Sears Tower, (que por cierto cambió de nombre y hoy en día se llama Willis Tower). Mi esposa e invitados simplemente no creían que en el mes de Abril hiciera un frío casi insoportable en el estadio de los Cachorros, cosa que corroboraron cuando en el quinto inning del juego me pidieron nos retiráramos, ya que simplemente estaban –y estaba- como paletas. Lo que sucede, es que ese estadio se encuentra al norte de la ciudad, y por su ubicación y construcción hace que el viento helado penetre en cada rincón de una manera castigadora.
Estadio Wrigley Field de los Cachorros de Chicago. Carmen y yo, acompañados de Lupita y Edgardo Urías.
Tomamos un paseo en yate por el Río Chicago, que atraviesa el centro de la ciudad, desde donde apreciamos los edificios más emblemáticos de esa urbe.
Carmen y yo disfrutando un paseo en yate por el centro de Chicago. Maravillosa la ciudad de los vientos.
Caminamos por la orilla del Lago Michigan, vacilamos en el frijol gigante, que es una escultura gigantesca de acero inoxidable que pesa más de 100 toneladas y en la que te reflejas de diferentes formas, logrando capturar simpáticas fotografías en ella Cerramos nuestra gira de visitas en el Instituto de Arte de Chicago, un lugar maravilloso, lleno de historia y de cultura. En fin, fue un viaje padrísimo y espectacular, invadido de grandes momentos y al que nos acompañaron mi cuñada Lupita Borbón y su esposo Edgardo “Yayo” Urías.
Cenando en las famosas pizzas “Gino´s East” de Chicago. De izquierda a derecha: Edgardo Urías, Lupita Borbón de Urías, mi esposa Carmen Cecilia, yo y mi hermano gringo Bruce. ¡De nuevo pagué la cuenta!
En este viaje a Chicago, recibimos todas las atenciones habidas y por haber de mi hermano Bruce, quien nos llevó a donde le pedimos nos llevara, e incluso posó junto conmigo en algunas de las fotos de la antigua casa donde viví con él y sus papás durante casi un año. Bruce también está hoy en día “más-menos” por cierto. La experiencia de vivir casi un año en otro país y con otra familia, alejado de todo con lo que había crecido, sin duda alguna me fortaleció como persona en mi formación y madurez, además de que con todo el tiempo del mundo valoras lo que has hecho, lo que has sido y lo que quieres ser en el futuro. Vale la pena vivir esa experiencia. Con todo mi cariño y agradecimiento, dedico este capítulo a “My Dad” Roy E. Murdock, hasta el paradisiaco lago donde reside en Carolina del Sur, a “My Mom” Jean hasta el Edén y a “My brother” Bruce, que aún reside en la bella ciudad de Chicago, Illinois. Lovely Chicago! “The windy city”
ESCUELA DE DERECHO
La Universidad de Sonora fue fundada el día 12 de Octubre del año de 1942, aunque su primera etapa data desde el 10 de agosto de 1938, cuando se forma el Comité Pro-Fundación de la Universidad de Sonora y la promulgación de la primera Ley Orgánica: La Ley Nº 92, exactamente el 16 de noviembre de 1938.
Naciente Universidad de Sonora, edificio de rectoría en construcción a principios de 1942. ¡Ha llovido!
Es en ese año de 1942 en que se sustituye al Comité Administrativo por el Consejo Universitario, con la inclusión de un Patronato. Mi abuelo, Don Aurelio A. Ramos, fue miembro del primer comité y posteriormente fue nombrado Pro-Secretario del Consejo Directivo hasta el año de 1953, en que el consejo fue sustituido por un patronato, hasta la fecha.
Ceremonia de colocación de la primera piedra de la Universidad de Sonora. Mi abuelo Aurelio A. Ramos presente, aparece sentado, el cuarto de izquierda a derecha. Al micrófono Don Leopoldo Ramos.
Acta de convocatoria a sesión de la Universidad de Sonora en 1947, con la firma de mi abuelo Aurelio A. Ramos. Firman también Don Ernesto Camou, padre del editor de estas memorias, el buen Ernesto Camou Healy; igualmente Ramón Corral, hijo del Vicepresidente de México con Don Porfirio Díaz. Signa Don José Ramón Fernández, padre de Marcela, Faustino y José Ramón Fernández, reconocidos empresarios de Hermosillo, entre otros destacados hermosillenses de la época.
También mi madre tuvo relación cercana con la Universidad de Sonora, cuando colaboró como secretaria en las mismas oficinas de rectoría a principios de los años cincuentas, y desde luego mi padre, cuando fue maestro de la extinta escuela preparatoria de dicha universidad.
Mi mamá (tercera de arriba) cuando trabajó en la Universidad de Sonora, acompañada de sus compañeras Panchita López, Georgina Figueroa Gortárez, mi tía Albita Ramos, Esperanza Flores y Dora Hernández.
Corría el verano de 1988, cuando jubiloso inicié por fin mis estudios de Licenciatura en Derecho en la Universidad de Sonora, mis primeras clases en esa alma mater las tomé con compañeros de todas las edades, algunos de ellos de edad ya muy avanzada, lo que fue para mí una simpática sorpresa, dado que en mis estudios escolares previos, todos los compañeros fluctuábamos en la misma edad, acorde al año que cursábamos.
Me causó curiosidad pues, sentarme en las aulas con gente mucho mayor que yo, que no solo podían ser mis padres, sino mis abuelos también.
Escuela de Derecho de la Universidad de Sonora en el año de 1988. Cómo entré y salí por esa puerta. Fue reubicada a un moderno edificio.
Esa fue la primera impresión que me causó el estar en una universidad, después entendí que en las universidades es muy común ver estudiantes jóvenes y no tan jóvenes. También me percaté que la asistencia y puntualidad no eran tan rígidas como en la secundaria y preparatoria, era más bien una política escolar de: “si quieres estudiar estudias, si no, allá tú”.
Constancia de mi inscripción a la escuela de Derecho de la Universidad de Sonora, en el año de 1988. ¡Mi sueño de ser Abogado se empezaba a cristalizar!
En mi primer semestre en la escuela de Derecho, recibí la cátedra de “Introducción al Estudio del Derecho”, la cual me impartió el maestro Jorge Enrique González López, quien se convirtió por ende, en la primer persona que me empapó de conocimientos útiles y básicos de la rama jurídica, un gran maestro que anima a seguir aprendiendo más y más sobre las diversas ramas del Derecho que estaban por venir en el plan de estudios profesionales. En mi generación de la escuela de Derecho (1988-1993), se fomentó desde un principio un gran ambiente de camaradería entre todos los alumnos, para lo cual, seguidamente organizábamos reuniones sociales en los departamentos donde habitaban los compañeros foráneos -que por cierto era la mayoría-, ahí conversábamos entre otras muchas cosas, de las materias que cursábamos y de nuestros planes a futuro. Ahí forjé una duradera amistad con mis compañeros José García Haros, Ramón Camargo Beltrán, Gilberto González, Eduardo García, Román Reyes Valdez, Octavio Grijalva Vázquez, Alejandro Villa Pérez, Jesús Durazo Hoyos, Ernesto Fox Almeida, Manuel Olea, Armando Hidalgo Ross, Raúl Hernández Castro, Abraham Flores Salazar y José Luis Symonds Espinoza. También con José López Soto, Ana Aboyte Yescas, Sandra Monge, Consuelo Amavizca, Consuelo Fornes, Grace Martinez de la Torre, Susana Arriola, Mirna Beltrán, Benito Ancheta López, Eleazar Jimenez, Raúl Gallardo y Claudia Pavlovich Arellano (futura Gobernadora de Sonora y a quien le pido que cuando llegue, me conceda al menos unas placas de taxi). Incluyo desde luego a Laura Maldonado Arce y Eduardo Charles Pesqueira, quienes años después se casaron entre sí y posteriormente nos convertimos en compadres, cuando bautizaron a mi hija menor Diana María.
Al cursar apenas ese primer semestre de la carrera de Derecho, mi hermano Héctor me recomendó con uno de los más destacados abogados laboralistas de nuestro país: el Dr. Baltasar Cavazos Flores, quien era en ese entonces representante jurídico de la empresa maquiladora Walbro de Nogales, Sonora, empresa de la que mi hermano era el encargado del departamento de recursos humanos. Este abogado y su hijo, de nombre Guillermo Cavazos Chena, me enviaban documentos por paquetería para que yo los presentara en la oficialía de partes (oficina receptora de documentos judiciales), ya sea de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje o en la Junta Federal No. 23 de Conciliación y Arbitraje, ambas en esta ciudad de Hermosillo, Sonora. Con estos reconocidos profesionales del derecho laboral inicié mis “pininos” en el mundo del derecho. Don Baltazar Cavazos y su hijo Guillermo residían en la ciudad de México, pero eran representantes legales de casi toda la industria maquiladora de Nogales, Sonora; muy exitosos en su ramo. Ocasionalmente ellos venían a Hermosillo para desahogar alguna audiencia de carácter laboral y me tocaba no solo atenderlos, sino acompañarlos a dichas audiencias; a ellos les aprendí mis primeras nociones en la práctica del Derecho, en este caso del Laboral, por primera vez en mi vida escuché palabras básicas del abogado como: litigio, personalidad, promoción, autos, actuario, etc., palabras que a los años se convirtieron en mi lenguaje diario.
En esa época surgió también mi segundo intento de convertirme en empresario, ya que en la ciudad de Nogales, Arizona, había un tradicional comercio de ropa al mayoreo llamado “Puchi´s”, cuyo propietario era el señor Alfredo Puchi, quien por recomendaciones de no recuerdo quien,
me llamó por teléfono y me pidió que le ayudara a cobrar unas cuentas que varios comerciantes de Hermosillo le debían, propuesta que acepté, no sin antes aclararle que yo apenas iniciaba mis estudios de Derecho y no contaba con la suficiente experiencia al respecto, pero que si él aún así quería que le “correteara esos venados”, yo le entraba. Algunas cuentas le ayudé a cobrar a Mr. Puchi y en una ocasión, me preguntó que si me interesaba comercializar en Hermosillo los pantalones “Levi´s”, ya que él tenía la distribución exclusiva en el Sur de Arizona. Así, mi hermano Andrés y yo iniciamos nuestra segunda aventura como empresarios, cuando estuvimos yendo durante más de seis meses a Nogales, Arizona a recoger centenas de pantalones Levi´s de mezclilla, de colores novedosos, los cuales vendíamos como pan caliente en el “Tianguis Palo Verde” de Hermosillo, para después pagarle al Sr. Puchi su nota de crédito y recoger un nuevo pedido, así duramos varios meses. Ante la competencia que repentinamente se les había aparecido a los vendedores de ropa del tianguis, estos nos propusieron que les vendiéramos los pantalones directamente a ellos, cosa que empezamos a hacer para no batallar, nomás llegábamos a Hermosillo a entregarlos, cobrábamos y punto final, menos ganancia pero menos chinga. Para estos viajes mi hermano Mario nos facilitaba su vehículo marca Century Buick color gris que nos llevaba y traía a Nogales sin contratiempos. Los problemas comenzaron cuando empezó a surgir un desabasto del pantalón, debido a algunos problemas que tenía el señor Puchi con la fábrica Levi´s, la cual se encontraba en El Paso, Texas. Andrés y yo optamos mejor por dejar ese negocio, al fin y al cabo ya teníamos nuestros ahorritos y debíamos meterle duro a nuestros estudios universitarios. Así concluyó nuestra segunda incursión de convertirnos en gigantes empresariales, primero los raspados, después los pantalones. Ya para mi tercer semestre en la escuela de Derecho, en 1989, mi hermano Héctor se incorporó como gerente de recursos humanos de las extintas tiendas departamentales de la región llamadas Mazón Hermanos, y me recomendó una vez más para que me incorporara como auxiliar en el
departamento jurídico de dichas tiendas, con la finalidad de adquirir una más estable seguridad laboral, pero sobre todo, nuevos conocimientos jurídicos. Ahí logré adquirir invaluables conocimientos del derecho, gracias a las enseñanzas que me brindó el titular legal de esas empresas, el Lic. José Alonso Symonds, quien además de haber sido mi jefe, fue también mi mentor en el universo de la litis. El Lic. Symonds era en ese entonces recién egresado de la escuela de Derecho de la misma Universidad de Sonora, y desde ese momento me compartió sus amplios conocimientos jurídicos, ya que no dejaba de leer y retroalimentarse con las nuevas reformas jurídicas y jurisprudencias que se iban estrenando, conocimientos que compartía conmigo y que yo recibía encantado de la vida. El me mostró tantas y tantas cosas del Derecho, desde tecnicismos y criterios, hasta la correcta aplicación de los Códigos en los escritos que elaborábamos, a veces yo me preguntaba cómo un abogado tan joven podía saber tanto, la respuesta no fue difícil encontrarla, cuando descubrí lo dedicado y meticuloso que el Lic. Symonds era con su trabajo y su lectura. En ese entonces, yo iniciaba un noviazgo con quien después se convertiría en mi primera esposa: Dora Luz Carvajal Ramos, que casualmente era vecina de la novia del licenciado Symonds, la siempre amable Alma Rosa Bringas Taddei. Ambas vivían por la calle Benjamin Muñoz, en la Colonia Balderrama, lo que facilitó se estrechara aún más la relación entre mi jefe y yo.
Volviendo a la escuela de Derecho, los estudios se me empezaban a hacer algo pesados, ya que el trabajo en Mazón Hermanos me empezó a gustar demasiado y eran varias las horas del día las que pasaba en las oficinas del departamento jurídico, por lo que tuve que quebrar los horarios en la Universidad de Sonora para poder alternar eficazmente el trabajo y los
estudios, actividades ambas que me estaban llenando de conocimientos jurídicos profundos, el primero en la práctica y el segundo en su doctrina. Enriquecedora asignatura fue la de Derecho Civil III, basada en la “Teoría de las Obligaciones”, que me impartió un excelente maestro y abogado: el Lic. Gilberto León León; valiosísima la cátedra de “Garantías” que nos enseñó el Lic. Othoniel Gómez Ayala, materia aparejada ésta a la de “Amparo”, que con inmensa sabiduría nos transmitió el gran maestro Lic. Sergio Novales Castro. Maestros destacados fueron también para mi formación, los Licenciados Rafael Ramírez Leyva, Luis Navarro Tino Flores, Carlos Rivera Olivarría, Miguel Angel Chon Duarte, Dionisio Rentería Espinoza, Fernando Fregoso Otero, Rubén Rivera Cervantes, Adán Socorro Escalante, Luis Guillermo Torres Díaz, Leonel Bustamante Bácame, Carlos Ramón Bours y Eusebio Francisco Flores B., entre muchos otros que con profunda gratitud llevo siempre en mis recuerdos, ya que sin sus sabias enseñanzas, no hubiera sido quien soy. Mi maestro de la materia de Amparo, el Lic. Sergio Novales Castro, era en ese entonces Juez de Distrito en esta ciudad de Hermosillo, Sonora y me pedía aventones a su oficina casi todos los días al salir de su clase a las ocho de la mañana, raites que propiciaron naciera una sólida amistad entre ambos, que fue creciendo hasta convertirnos en compadres, al bautizarnos él y su linda esposa Silvia Linas -junto con mis compañeros universitarios Laura Maldonado Arce y Eduardo Charles Pesqueira-, a nuestra pequeña hija Diana María.
Este compadrazgo con mi querido maestro Sergio Novales Castro, muy poco lo pudimos consolidar, dado que el Lic. Novales Castro fue cobardemente asesinado en la ciudad de México, D.F., en el año 2000, en un crimen que se dijo fue por un asalto cuando tomó un taxi en aquella capital.
En ese entonces, con mis ingresos como auxiliar jurídico en las tiendas Mazón Hermanos, logré comprar mi primer vehículo nuevo, un VW Golf 1990, un vehículo compacto que años después le vendí a mi amigo Roberto Ruibal Astiazarán, quien por cierto sufrió un percance carretero en él y quedó prácticamente inservible... el carro. La escuela de Derecho de la Universidad de Sonora, era para mí un lugar donde realmente me sentía muy cómodo y en ocasiones me preguntaba cómo era posible que en la Universidad de Sonora se cobrara una colegiatura tan irrisoria, casi simbólica, si te ofrecían una educación de un nivel profesional muy alto. Yo tenía los mismos maestros que impartían exactamente las mismas materias en las universidades privadas de la ciudad, y mi escuela de Derecho contaba además con una muy amplia biblioteca, donde podía encontrar cualquier libro de consulta sin mayores complicaciones. La biblioteca era dirigida en aquel entonces por Francisco de la Torre Ortiz, el célebre “Don Panchito”, quien a pesar de su ya muy avanzada edad, no se le olvidaban las caras de los estudiantes que le debíamos algún libro. Al fallecer “Don Panchito”, la biblioteca de la escuela de Derecho fue bautizada con su nombre, ¡honor a quien honor merece!
Mi credencial de la Biblioteca de la escuela de Derecho. Invaluable herramienta de consulta y aprendizaje.
La escuela de Derecho me dejó también un gran amor por la lectura, ya que es bien sabido que esta profesión requiere de mucha doctrina, de leer infinidad de leyes, de códigos, de ensayos, de prontuarios, legislaciones, jurisprudencias, etc. Estas lecturas son obligadas para el óptimo ejercicio del derecho, ya sea como actor, como defensor, como funcionario, como impartidor de leyes, como procurador de la justicia o como administrador de ella o bien, como profesor. Uno de los libros casi obligados a leer en la carrera, es el de juicio de amparo, del gran jurista Ignacio Burgoa Orihuela, en el que si como estudiante de derecho entiendes los principios a los que este jurista se refiere en su libro, tales como el de estricto derecho, de definitividad, entre otros, prácticamente dominas tan útil herramienta jurídica como lo es el juicio de amparo.
La finalidad básica del juicio de amparo, es hacer válidos, eficaces y prácticos los derechos humanos consagrados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; dicho en palabras llanas: “evita el atropellamiento de las autoridades hacia los ciudadanos” Procuraba como estudiante, no desaprovechar todas las conferencias, foros y congresos que la escuela de derecho organizaba con cierta frecuencia, ya que aparte de haber tenido el privilegio de escuchar a grandes oradores y conocedores del Derecho que asistían a nuestra escuela, les aprendía sobremanera sus ricos conocimientos. En el Aula Magna de mi escuela, presencié la genialidad de los grandes del derecho en nuestro país, como lo son los maestros Luis Rodríguez Manzanera, Carlos Arellano García, Mariano Azuela Huitrón, Baltasar Cavazos Flores, José Antonio García Ocampo, Ignacio Burgoa Orihuela, entre otros. Fue un regalo invaluable, el poder aprenderle a tan destacados profesionales del derecho sus razonamientos, y sobre todo, de manera gratuita. Todos ellos increiblemente buenos “pa´hablar”, por lo que yo me decía: “algún día, yo hablaré tan bien como ellos”, ¿y adivine qué mi disertante lector?, no lo he logrado.
Curso impartido por Mariano Azuela Güitrón. Aparece también mi compadre Sergio Novales C. (q.e.p.d.)
Cuando yo ingresé a estudiar la carrera de Licenciado en Derecho, en el año de 1988, la Coordinadora de la carrera era la Lic. Norma Yolanda Ruiz
de Moreno, mientras que el Rector de la Universidad de Sonora era el Ing. Manuel Balcázar Meza. Cuando salí de la escuela de Derecho, el coordinador de la carrera era el Lic. Rafael Ramírez Leyva, y el Rector de la Universidad de Sonora era el Matemático Marco Antonio Valencia Arvizu. Al cursar apenas el quinto semestre de la carrera de Derecho, mi novia Dora Luz Carvajal resultó embarazada de este joven estudiante, por lo que respondí al acto de entrega y me enlacé matrimonialmente con ella el día 19 de abril de 1991, lo que vino a derivar en una carga más pesada para mí, dado que tenía que cumplir con mi trabajo, mis estudios y ahora con mi esposa y nuestra pequeña hija que venía en camino. Mi pequeña llegó a este mundo el 21 de Noviembre de 1991, y su arribo llenó de inmensa alegría mi corazón; inesperadamente me convertí en papá y ese temor que tenía se convirtió en un gran júbilo; dichosa mi hijita a quien pusimos por nombre Dora Luz, igual que su madre.
El bautizo de mi pequeña Dora Luz, de manos del presbítero Arturo Torres, en Diciembre de 1991.
Afortunadamente encontré en mi nueva familia política una adhesión inmediata, mis suegros Octavio “Don Tavo” Carvajal Vásquez y Dora Ramos de Carvajal, me brindaron una acogida que no esperaba.
También la tuve de mis nuevos cuñados, Octavio “Tavo”, Eloísa “Lochi”, Patricia, David y Roberto, aunque con el que más me llevé sin duda, fue con mi cuñado “Tavo”, con quien me echaba seguido unas bien frías, incluso en Tucson, Arizona, y hasta en Las Vegas, Nevada. Ante este panorama que ahora se me presentaba, de plano fui dejando materias pendientes en los semestres subsecuentes, ya que me tuve que “encharcar” con una casa para mi nueva familia, misma casa que con la generosidad de mis patrones, los señores Mazón, me fue posible adquirir. La amueblé en lo básico, con mobiliario que teníamos embargado y ya adjudicado en el departamento jurídico de las tiendas Mazón, por lo que prácticamente fue de gran ayuda mi trabajo para adecuarme a esta nueva etapa de mi vida que apenas iniciaba. Mis compañeros de la escuela de Derecho, sabedores de que ya no podía acompañarlos a las múltiples reuniones sociales que se realizaban casi cada semana, me visitaban en mi nuevo hogar, una pequeña casa ubicada por la calle Villahermosa No. 18, colonia Villa Sol de esta ciudad, muy pequeña, pero acogedora. Años después, le vendí esta casa a mi buen amigo Don Enrique Ruibal Corella “El Gachupín”, padre de mi también amigo y ex-compañero en el Colegio Larrea, Roberto Ruibal Astiazarán, y a quien precisamente le había vendido años atrás mi vehículo. Don Enrique Ruibal Corella, nos invitaba a todos los amigos de su hijo Roberto a Phoenix, Arizona y a Las Vegas, Nevada, y era de lo más divertido viajar con este señor, muy “correteado” en los menesteres de la capital del juego; él me inculcó el no muy buen hábito de ir frecuentemente a Las Vegas.
Incluso él y yo fuimos algunas veces juntos a esa ciudad, donde por cierto asistimos a varios conciertos musicales, entre ellos al de la afamada cantante española Paloma San Basilio; también presenciamos un recital de
Lola Beltrán en el extinto hotel Aladdin de esa trasnochadora ciudad. Mi buen amigo Don Enrique “Gachupín” Ruibal Corella partió al cielo el día 30 de Diciembre del año de 2003, q.e.p.d. Desde los inicios de nuestra carrera, mis compañeros de la universidad y yo nos pegábamos una escapada a la cantina “La Bohemia”, que se ubica en el Callejón del Burro de la Colonia Centenario, muy cerca de nuestra escuela de Derecho, que se ubicaba entonces por la Calle Norberto Aguirre Palancares, hoy llamada Luis Donaldo Colosio, y mucho antes llamada Calle Yucatán. A La Bohemia dejamos de concurrir, debido a que Don Alejandro, el cantinero, siempre tenía la cerveza al 2 por 1, te tomabas una y te cobraba dos, y siendo nosotros “estudihambres” pues peor aún, por lo que decidimos mejor caminar un poco más e irnos a refrescar a la cantina “La Tropiconga”, lugar al que hasta la fecha acudo de vez en cuando a comer con mi familia los sabrosos mariscos que ahí preparan o bien, a tomarme unas cervezas con mi papá los Domingos. Los semestres corrían sin cesar, mis actividades eran muy intensas y tenía que estar atendiendo todo de una manera óptima, vinieron después las materias de prácticas jurídicas y las mismas no me pudieron ser acreditadas porque yo laboraba en la industria privada, por lo que tuve que entrarle al quite al bufete jurídico gratuito de la Universidad de Sonora a fin de acreditar las mismas, donde llevé por buen cauce todos los casos que se me encomendaron.
Constancia de práctica en el Bufete Gratuito de la Universidad de Sonora. Mis primeros litigios.
Después que compré mi primer vehículo, nomás me estacionaba frente a la escuela de Derecho en horas que ya no tenía clases, y desde la calle hacía sonar el claxon, sonido que provocaba que todos mis amigos se asomaran de inmediato por las ventanas, para luego salir disparados a subirse al carro para irnos por ahí a dar la vuelta. Al finalizar mi décimo y último semestre de mis estudios universitarios, en el año de 1993, tenía aún algunas materias pendientes que con el tiempo fui sacando adelante, y cuando por fin culminé en su totalidad mis estudios profesionales, para mediados del año de 1994, decidí renunciar al Departamento Jurídico de Grupo Mazón. Ya le platicaré los detalles más adelante.
Placa de reconocimiento, con los nombres de todos los compañeros de mi generación de Leyes.
Yo siempre he sostenido, que desde niño, soñé con ser un abogado litigante independiente, tener mi propio despacho, quería ser como el
vecino de casa de mi papá, el Lic. Enrique Palafox Reyna “Don Kiki”, con quien crecimos toda la vida, ya que confieso, notaba entonces la manera en que vivía tan holgadamente, gracias a su trabajo como abogado litigante. Don Kiki nos platicaba a los chamacos del barrio mil anécdotas de su trabajo, nos invitaba a su casa a jugar juegos de mesa y eran admirables sus conocimientos generales y de leyes, ya que también había sido Juez y Magistrado en el Supremo Tribunal de Justicia del Estado de Sonora. Era Don Kiki un señor de fuerte carácter, pero muy cariñoso, también muy culto repito, siempre le tuve admiración y respeto; en varias ocasiones me pidió que fuera su chofer y yo siempre acepté encantado, aún siendo yo un menor de edad y con poca experiencia al volante, pero a su lado me sentía seguro, lo llevaba a su despacho en el edificio Peralta, me platicaba sus experiencias en el camino y simplemente quería ser un abogado como él. Don Enrique Palafox Reyna falleció el día 21 de Enero de 1993 en esta ciudad de Hermosillo, Sonora. Dejó una marca muy personal en el fondo de mi ser, lo cual le agradezco por siempre. Descanse en paz Don Kiki. Al presentar mi renuncia a las tiendas Mazón Hermanos, tanto mi jefe el Lic. José Alonso Symonds, así como el C.P. Luis Roberto Mazón Rubio, me pidieron considerara mi renuncia, ya que requerían me ocupara de la gerencia jurídica de otra empresa de la familia Mazón, llamada “Servillantas”, S.A. de C.V. Esta petición la acepté doblemente gustoso, primero porque sentí que valoraban mi trabajo y segundo, porque en esta nueva gerencia tendría mayores ingresos y prestaciones para enfrentar con mayor desahogo los gastos de mi nuevo hogar, que notablemente se habían incrementado.
En los años recientes, los compañeros de generación de la escuela de Derecho de la Universidad de Sonora nos reunimos en una posada anual, la cual se celebra en determinado salón social de la ciudad, misma reunión a la que acuden casi la totalidad de mis compañeros de generación.
En la reunión anual con mis compañeros de generación: Sentados: Sandra Monge, María Luisa de Jiménez, Eleazar Jimenez, nuestro padrino Marco Antonio Encinas Cajigas y Margarita Durand. Parados: Alma Gaz, yo, Arturo Meléndrez, Consuelo Fornéz, Mónica Pérez, Blanca Yon, José García Haros y Mirna Valenzuela.
Son muy gratas veladas, en las que reina un ambiente de camaradería entre todos los ex-alumnos de nuestra generación 1988-1993. Muchos de mis maestros de la Escuela de Derecho ya han fallecido, entre ellos mi ya mencionado compadre Sergio Novales Castro, también nos dejaron el Lic. Carlos Rivera Olivarría, el Lic. Miguel Ríos Aguilera, el Lic. Luis Navarro Tino Flores, sin dejar de nombrar a mi queridísimo vecino, el Lic. Enrique Palafox Reyna.
A pesar de sus partidas, las enseñanzas de todos ellos siguen aún vigentes en mí y en tantas generaciones de abogados que aún practicamos como ellos hubiesen querido, incluso, varios de estos maestros recibieron
merecidos homenajes post-mortem, al bautizar la Universidad de Sonora algunas aulas de la escuela de Derecho con sus nombres. En el mes de Enero de 1994, año en el que aún me encontraba cubriendo las últimas materias pendientes en la escuela de Derecho, vino a este mundo un nuevo hijo, a quien pusimos por nombre Daniel, igual que su papá, un retoño igualmente adorable y que alimentó aún más mis deseo de atender, educar y amar a mis hijos. Meses después de la llegada de mi segundo hijo, el destino me ofrecía un porvenir más próspero ya en mi propio despacho jurídico, y posición que en ese momento necesitaba más que nunca, ya que no éramos ahora tres bocas, sino cuatro las que había que alimentar en mi joven hogar. Después fueron cinco, ahora ya son ocho, ya les hablaré de ello.
“El saber de mis hijos hará mi grandeza” (Lema universitario. Autor: José Vasconselos)
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