Año Jubilar de la misericordia Meditaciones para la Familia Misionera Verbum Dei. Tema 1: Apertura del año Jubilar de la misericordia

Año Jubilar de la misericordia Meditaciones para la Familia Misionera Verbum Dei Tema 1: Apertura del año Jubilar de la misericordia Con ánimo y esp

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Año Jubilar de la misericordia Meditaciones para la Familia Misionera Verbum Dei

Tema 1: Apertura del año Jubilar de la misericordia

Con ánimo y espíritu de adhesión a la convocatoria del año jubilar de la misericordia, la Fraternidad Misionera Verbum Dei retoma la iniciativa de proporcionar unas pautas que orienten la oración de la Familia Verbum Dei. Es una iniciativa que prolonga la que vivimos ya en el curso 2012-2013, preparando el año jubilar del 50 aniversario de nuestra fundación. Unificarnos en la oración, no cabe duda que creará lazos fuertes entre todos los que pertenecemos a la familia Verbum Dei extendida por los cincos continentes y lazos entre todos los que hacen suya la iniciativa de emprender este año con una hoja de ruta común: una peregrinación hacia el perdón y la misericordia, atravesando la Puerta santa como signo de conversión a la misericordia. Para dar inicio a dicho ciclo de Pautas del Jubileo proponemos meditar juntos el documento de la Bula del Jubileo de la Misericordia, titulada: El rostro de la misericordia, en latín: Misericordiae vultus. Es un escrito tan rico como breve. Contiene veinticinco números, que leídos y orados pausadamente, nos involucrarán en el dinamismo de la gracia de este año santo, emprendiendo así la peregrinación de la misericordia. Lo haremos segmentando el documento en cinco secciones, y por tanto, en cinco etapas sucesivas: - Apertura del año jubilar de la misericordia (n.1-5) - La misericordia desde el plan de Dios (n.6-10) - La conversión a la misericordia (n.11-14) - La praxis de las obras de misericordia (n.15-17) - La llamada a ser misioneros de la misericordia (n 18-23) La guía del primer tema: «Apertura del año jubilar de la misericordia» nos adentra en los cinco primeros números del documento, a los que hemos añadido un título extraído textualmente del documento del Papa Francisco, y por lo mismo aparece en cursiva. La meditación sigue el hilo del documento, que es conveniente tener a mano, junto con la Biblia para profundizar los textos bíblicos. Al final de cada meditación hay una breve oración, que introducirá la oración que cada uno seguirá con toda libertad, guiado por el Espíritu. Además hemos añadido una de las oraciones publicadas recientemente en el libro A solas de Jaime Bonet, nuestro fundador, gran meditador de la misericordia de Dios. ¡Cuánto bien puede hacernos sumergirnos en la experiencia del Dios rico en misericordia!

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Nº 1 «Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre» Fijos los ojos en Jesús (Heb 12,2), rostro de la misericordia del Padre, emprendemos este largo y fecundo camino de oración. Nuestro deseo es el de pasar largos ratos a solas con quien sabemos nos ama y desea formarnos en una de las verdades más relevantes de todo el Antiguo y Nuevo Testamento. Se trata de la verdad de la misericordia, que constituye una síntesis de la revelación bíblica y ha sido propuesta y vivida por Jesús de Nazaret, a quien llamamos y consideramos nuestro Maestro (Jn 13,13). Convertirnos en discípulos de Jesús pasa por nuestra inscripción libre y voluntaria en su Escuela de Misericordia, en la que se entra en contacto con el Padre «rico en misericordia» (Ef 2,4) revelado a Moisés como « Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad» (Ex 34,6). Tal contemplación de la misericordia del Padre convierte a Jesús en el mismo rostro del Padre. Es tal el parecido de Padre e Hijo que llegan a una total y plena identificación, hasta el punto de expresarlo Jesús explícitamente; «Quien me ve a mí ve al Padre» (Jn 14,9). Oración: Señor, lo más fascinante de una persona es reflejar el rostro de la misericordia de Dios. Considero que no hay mayor desafío personal y comunitario que intentarlo. Evidentemente, no podemos abordarlo solos sino contigo; en tu escuela, escuchándote, poniendo en práctica la oración e impulsando tu sueño de una humanidad nueva, con un nuevo rostro: el del Padre, el tuyo, Jesús, el de la misericordia. Oración de Jaime Bonet, A solas, 2015, n 1: Gracias, Señor, por la fe. Es una delicia creer en Ti, fiarse de Ti, confiar en Ti; poder dialogar en plan de amigo, tener absoluta seguridad de tu Amor infinito, de tu misericordia que se abalanza sobre la miseria, que hace, de la podredumbre y hojarasca, llama de fuego, hoguera que se convierte en luz y calor de Hogar. Nº 2 «Tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia» Siempre, en todo tiempo y en todas las etapas de la vida tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia, la belleza de esta experiencia tan humana y tan divina. No hay paisajes más bellos para nuestros ojos que los paisajes de misericordia, ternura, afecto, bondad que van tejiendo nuestra historia marcada por momentos puntuales inolvidables. La misericordia está inscrita en lo más íntimo de cada persona, «es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida» La misericordia es aquella experiencia profundamente humana que crea lazos y vínculos profundos con quien nos ama «en» y «a pesar de» nuestro límite.

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¿Quién me ama así? ¿Quién ama mis límites? Humanamente hablando los padres son tal vez el más claro exponente de un amor visceral, entrañable, tejido de benevolencia, fidelidad, comprensión. Mas ellos son una tenue imagen y semejanza del Dios misericordioso revelado en la Sagrada Escritura, al que necesitamos contemplar en este año de modo especial. Emprendemos un año de experiencia de misericordia, que en hebreo se expresa fundamentalmente en tres términos: El primero es «hen», derivado del verbo «hanan» que significa inclinarse. La misericordia es ese inclinarse con bondad, con ternura, con afecto, con profundo sentimiento de benevolencia y gratuidad hacia la persona necesitada: un bebé, un enfermo, un necesitado… o simplemente alguien hacia quien miro con amor, y halla gracia a mis ojos. Es lo que hace Dios con Noé (Gn 6,8) o con María de Nazaret (Lc 1,30) y, por supuesto con cada uno de nosotros hacia los cuales Él se inclina amorosamente. El segundo término es «hesed», que abarca el campo del compromiso y de una disponibilidad incondicional convertida en fidelidad. Por último, el tercero es el plural de «raham», «rahamim», que significa «entrañas maternales». En este sentido la misericordia se equipara con el amor femenino, materno, evocando el cordón umbilical que une la madre al hijo con un amor inolvidable. Así, igual que se expresaría una madre se expresa también Dios en Is 49,15: « ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré». Oración: Señor, dame necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. ¿Dime qué es para Ti la misericordia? Y para mí ¿qué es? ¿Qué recuerdos tengo de misericordia? ¿Con quién tuve misericordia y quiénes tuvieron misericordia conmigo? ¿Qué escenas de misericordia me han conmovido profundamente? ¡Que la misericordia sea para mí una fuente de alegría, serenidad y paz! Concédeme, Señor, ser para los demás un fuerte referente de misericordia. Oración de Jaime Bonet, A solas, 2015, n 3: ¡Cuántas gracias, Señor, has derrochado sobre mí! Actitud temeraria de mi Dios, abusiva, de dones y condescendencias, de misericordias y perdones, de fianzas y garantías, avales e hipotecas de todo un Dios que me rescata, adquiere, salva y redime a precio de su sangre. Gracias, Señor. Nº 3 «Estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia Este año jubilar, del que estamos en sus inicios, nos invita a abordar el macrotema de la misericordia. Se nos hace una llamada a tener la mirada fija en la misericordia de un modo más intenso, más consciente, más personal y más comunitario. No se trata solo de mirar y admirar la misericordia del Padre y la del Hijo, sino de imitar la misericordia de ambos y convertirnos en personas cuyos gestos evoquen los de Jesús, nutriendo el sueño de poder llegar a ser «misericordiosos como Dios es misericordioso» (Lc 6,36). Lo que desea Dios es que quien nos vea le vea a Él, que quien nos escuche le escuche, que quien vea nuestras obras de misericordia glorifique al Dios que nos las inspira. Le basta al discípulo con ser como su Maestro (Mt 10,25).Tenemos sed de parecernos a Él.

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Vale la pena introducirnos con mente, corazón y fuerzas en el Jubileo extraordinario de la Misericordia. Será un año de gracia, un tiempo propicio para la reconciliación profunda con nosotros mismos, con nuestras familias, con nuestros ambientes laborales y sociales y con todas las personas que pueblan nuestro círculo vital. Creyentes y no creyentes tenemos en común el proyecto de generar bondad, ternura, perdón, amistad, compromiso; tenemos la tarea de tratar con dignidad a cada persona. A los creyentes, concretamente y de modo especial, la Iglesia nos invita a repensar en la calidad de nuestras relaciones y a reorientarlas evangélicamente, con el fin de convertirnos en testimonio fuerte y eficaz de la bondad y ternura de Dios. No es superfluo proclamar un Año Santo. Es necesario. Es algo que Dios ha inspirado para bien de toda la Iglesia y de la humanidad. Será un año de abrir muchas puertas; un año de abrir nuestra puerta de la misericordia, tal vez cerrada, clausurada, por nuestra cerrazón a mirar al hermano con los ojos de Dios. De mano de María, en la fiesta de la Inmaculada Concepción celebramos con alegría y gratitud que, ante el pecado de la humanidad, Dios ofrece el plan de la redención, desbordándose en misericordia y en perdón. «La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona» Esta es la experiencia a la que podemos acceder atravesando «una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza». Oración: Gracias, Señor, por haber inspirado a los responsables de la Familia Verbum Dei, el proyecto de unirnos en la oración para «vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual». De este modo, en comunión con las comunidades Verbum Dei, arraigadas en las más diversas latitudes del planeta, te pedimos ser signos visibles de una espiritualidad que, bebiendo de la fuente de la misericordia, nos transforme en manantiales de misericordia. Oración de Jaime Bonet, A solas, 2015, n 9: Buenos días, mi Papá querido, no puedo dejar de amarte, de quererte con todo mi corazón y con todo mi ser. Jesús, Tú me has cercado y me has pegado a Ti mismo; mi vida se sentiría partida, rota, separada de Ti, porque casi inconscientemente, pero necesaria y vitalmente, mi vida eres Tú. En Jesús, Papá querido, te me acercas, me abres los brazos y me abres tu corazón. Me limpias con tu sangre, curas las cataratas de mis ojos, crónicamente miopes, y puedo verte con tus rasgos tan característicos, tan tuyos e inconfundibles: todo Amor, solo Amor, siempre Amor, misericordia infinita. Nº 4 «Usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad» Desde la realización del Concilio Vaticano II hasta nuestros días, el Espíritu Santo está guiando a la Iglesia por la senda de la misericordia. Una senda que está siendo recuperada, puesto que en la historia nos hemos olvidado muchas veces de mirar al ser humano con los lentes de la misericordia bíblica, dando origen a comportamientos no inspirados en la Palabra de Dios. En aras de defender «la verdad», dejamos de defender «la verdad» de la misericordia». Hemos ido trazando sendas poco evangélicas, es cierto. Pero, cincuenta años atrás, la Iglesia del Vaticano

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II por gracia de Dios, cambió de dirección dando inicio a algo nuevo. Y hasta nuestros días se sigue dando un giro de timón hacia la misericordia. Convocando el Año Jubilar de la Misericordia, la Iglesia nos impulsa a esbozar un nuevo estilo de comportarnos y relacionarnos sea con Dios, con el hermano, con nosotros mismos o con la realidad del cosmos. Se nos propone un nuevo paradigma; un nuevo estilo de ser y de hacer según el modelo del «hombre nuevo», que apunta a reproducir las relaciones trinitarias entre Dios Padre, Hijo y Espíritu volcados en la misericordia, como proyecto de hacer el bien. Si Jesús pasó haciendo el bien (Hch 10,38), también la Iglesia acoge este desafío. La misericordia de Dios le lleva a acercarse a nosotros, a apoyarnos en nuestras inseguridades (Lc 12,22-34), a liberarnos de nuestras angustias (2 Cor 4,8), a establecer su morada entre nosotros (Jn 1,14) hablando nuestro lenguaje, dejándose encontrar (Jn 1,25-51), ofreciendo el perdón (Jn 8,1-11), mostrando misericordia (Jn 9,1-41). Algo así, inspirado en el hacer de Dios tendría que hacer la Iglesia: «hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible…, anunciar el Evangelio de un modo nuevo..., testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe…, ser en el mundo signo vivo del amor del Padre». Esa novedad tan atractiva como recreadora requiere un cambio de ruta, de dirección que pasa de detectar el mal a curarlo, de acusar a perdonar, de alejarse del pecador a acercarse a él, de dictar sentencias a conversar con él, de pasar de largo a andar con él codo a codo. Es la novedad de la condescendencia, de reducir distancias, de situarse al lado, de ponerse a la altura de la mirada del otro… Es ésta la novedad de la misericordia, por la que la Iglesia católica «prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad … quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella ». Es el ejercicio de la misericordia inspirada en el pasaje del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37). Este estilo de ejercicio de misericordia, expresado en una de las más célebres parábolas narradas por Jesús marca la diferencia: de pasar de largo descartando al herido, a hacerse cargo de él con entrañas de misericordia. Tratar a solas con Dios este asunto de un cambio de estilo de vida es algo que indudablemente va a marcar la fisionomía de la entera Familia Verbum Dei. Queremos hacer nuestro el nuevo lenguaje y la nueva praxis de la misericordia, transmitido en el documento que estamos orando. Como medicina al mundo contemporáneo queremos proponer: «en lugar de deprimentes diagnósticos, remedios alentadores, en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza». Propugnamos unos tiempos nuevos, una enseñanza nueva, poniendo de relieve, además, que «toda esta riqueza doctrinal se vuelca en una única dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades». Oración: Con esas premisas, con esos objetivos, con estos sueños orados a solas contigo, movidos por el Espíritu y de la mano de María, concédenos Señor, atravesar la Puerta Santa «en la plena confianza de sabernos acompañados por la fuerza del Señor Resucitado que continua sosteniendo nuestra peregrinación». Concédenos iniciar una peregrinación en la que, con paso firme, nos vayamos adentrando en el cara a cara contigo, Jesús, rostro de la misericordia del Padre, y en la gozosa y fecunda praxis de «usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad».

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Oración de Jaime Bonet, A solas, 2015, n 15: Gracias, mi Dios, gracias. No por mis méritos, sino por tu gran misericordia para conmigo y para muchos me salvas y me entregas esta gran vocación y bonita misión. Nº 5 «Ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios» La experiencia de encuentro personal de cada uno de nosotros con el Dios rico en amor y misericordia, además de llenarnos de su gracia, redundará en bien de muchos para los cuales nos convertiremos -por gracia- en rostro de la misericordia. Como Jesús fue y sigue siendo el rostro de la misericordia del Padre, también nosotros seremos el rostro de la misericordia del Padre, del Hijo y del Espíritu. El rostro de la misericordia divina se hace visible en el rostro de cada orante que absorbe y exhala misericordia. No hay alcance de vida más alto que el de ser emanación del rostro misericordioso de Dios. El día que concluya el año jubilar, en la solemnidad de Cristo Rey, probablemente nos invada un gran gozo que nos haga exclamar como Jesús: Te bendigo Padre, porque esto lo has revelado a los pequeños… (Lc 10,21) Nos habremos hecho discípulos de un Maestro, que durante 365 días del año habrá forjado en nosotros un corazón cargado de sentimientos y de obras de misericordia. Entonces, al llegar la hora del cierre de la Puerta Santa, queridos hermanos y hermanas de la Familia Verbum Dei, la cerraremos externamente, pero nos quedaremos no fuera sino dentro del recinto de la misericordia. Reconoceremos haber vivido un año santo, un año jubiloso, un año marcado por la acción transformadora de Dios. Celebraremos haber sido curados, salvados, acompañados, amados, perdonados, restablecidos como hijos, como hermanos, como una gran familia unida en la misericordia. Una familia unificada en la misericordia recibida y donada, misericordia de doble sentido: recibida de Dios y transmitida a los hermanos. Es ésta la dinámica de la misericordia que procede de la oración, que se hace visible en el testimonio de vida y que se prolonga en la predicación de la misericordia, como carisma y misión. La historia de la humanidad entera y el inmenso cosmos recibirán la impronta de este año santo jubilar. No ignoramos la trascendencia de cada historia humana ni nuestra repercusión en el conjunto de la humanidad. De manera insospechada, nuestros hijos serán discípulos del Señor (Is 54,3). Bendecirán al Dios del universo, el que hace grandes cosas por doquier, el que enaltece nuestra vida desde el seno materno, y nos trata según su misericordia (Eclo 50,22). No despreciarán a nadie por su aspecto (Eclo 11,1) y su benevolencia los guiará siempre hacia el éxito (Eclo 11,17). Felices los que con un corazón misericordioso descartan todo tipo de guerras e implantan la paz. Felices los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7). ¿De quien la alcanzarán sino del Dios de la misericordia? La misericordia de Dios hacia cada persona que encarna la misericordia divina es eterna. Eterna es la misericordia que Dios da a cada uno de nosotros y que nosotros daremos a nuestros hermanos a los que Dios pone en nuestro camino (Sal 136,1). ¡Qué distinta es una persona con misericordia o sin! ¡Qué diferente una familia, una nación, un grupo político con o sin misericordia! La opción nuestra de este año es una opción por un mundo nuevo, impregnado de misericordia. Es nuestro anhelo, como lo es del Papa Francisco: «¡Cómo deseo que los años por venir estén

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impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios!» Es la actitud misionera de María, cantando el magnificat desbordando de alegría por la intervención de Dios en la historia, en Ella, con Ella y por Ella. De modo similar también nosotros nos convertimos en trovadores de la misericordia, que como tales estallamos en cantos de júbilo, cada vez que Dios nos permite ahogar el mal con abundancia de bien (Rom 12,21) y mantenernos en la dinámica de la ternura humano-divina. Oración: Te pedimos, Señor que nuestra oración de este año de la misericordia, sea una oración sin puertas cerradas, sin fronteras, una oración abierta a todos los creyentes de la Iglesia, a todos los miembros de la múltiples asociaciones que existen en ella, a los que son más practicantes igual que a los que están más alejados de la fe. Todo hombre y toda mujer merecen nuestra misericordia. Ojalá que seamos como el samaritano atento a quien necesite que nos detengamos ante él, que le prestemos atención. Que nos dejemos tocar el corazón por su situación de desgracia, que tengamos entrañas de misericordia, para fijar en él nuestra mirada, para hacer nuestros sus lamentos, para escuchar sus gemidos, para hacernos cargo de él, curar sus heridas y untarlas «con el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros». Solo así nuestras comunidades asumirán una verdadera alternativa de valores fundados en la identidad divina de la cual el hombre es imagen y semejanza. Entonces, siendo misericordiosos como Dios es misericordioso no temeremos las miserias propias ni las de los demás y más bien serán un trampolín hacia la amistad con el Dios que recicla tan bien nuestra miseria. Oración de Jaime Bonet, A solas, 2015 n 21: Me siento indigno de mirar al cielo y presentarme ante los que yo considero y sé que son mis grandes amores: mi «Cuarteto» inseparable, la Trinidad y Tú, Mamá querida. Cuanto menos os correspondo más unido a vosotros me siento, más os necesito. Sin duda, porque experimento mi incapacidad, mi flaqueza y debilidad, mi pecado y miseria. Y, correlativa y recíprocamente, vuestra infinita misericordia, este Amor que todo lo excusa, que todo lo perdona, que todo lo espera1. Es este Amor el que me recupera y me reconstruye sin cesar. Es el gotero, la transfusión o por lo menos el Amor con que me gestáis y amamantáis. Por todo ello, me siento mil veces tuyo, absoluta y exclusivamente.

Isabel Mª Fornari Loeches 8 diciembre 2015

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Cf. 1Cor 13,7.

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