LA HORA DE LA MISERICORDIA

LA HORA DE LA MISERICORDIA Un nuevo Getsemaní en el Año Jubilar de la Misericordia jueves, 24 marzo 2016. delegación diocesana liturgia. Toledo 1 N

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LA HORA DE LA MISERICORDIA Un nuevo Getsemaní en el Año Jubilar de la Misericordia jueves, 24 marzo 2016. delegación diocesana liturgia. Toledo

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Nos reunimos a la hora señalada junto a la Reserva Eucarística de la Cena del Señor, para vivir junto a Cristo estas últimas horas de su vida en la tierra. Se ha de invitar al recogimiento y a la adoración. La hora santa está concebida como una oración de gratitud hacia Cristo, que nos ha mostrado su ilimitada misericordia desde el primer momento en que se encarna en las puras entrañas de la Virgen Madre hasta el último de su entrega total en cruz. Por eso vamos a detenernos en diversos pasajes de la vida del Señor, con el fin de subrayar el amor extraordinario de Cristo y cómo toda su vida está orientada a su "hora" redentora para la vida del mundo. Ofrecemos diez textos, para que cada uno pueda hacer su hora santa como mejor estime. Al inicio, todos en pie reciben el Evangelio de san Lucas (ofrecemos en separata los textos para introducirlos dentro del leccionario) que es portado en alto. Esta entronización se hace con un canto que repite la asamblea: Las misericordias del Señor cada día cantaré. Una vez llegado al lugar de la Reserva, se coloca sobre un atril situado de cara a los fieles. Cada uno de los evangelios propuestos será proclamado desde aquí. Para conseguir un clima de oración se propone este canon, que será como un estribillo a lo largo de la hora santa.

Recibimiento del Evangelio según san Lucas Monición: Nos reunimos esta noche en un nuevo Getsemaní. Señor Jesús, esta tarde nos sentaste a tu mesa y escuchamos de tus labios esas palabras de misericordia infinita: Tomad y comed... Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros. Tomad y bebed... Esta es mi Sangre, Sangre de la nueva alianza derramada por muchos para el perdón de los pecados. Como Cordero inocente te haces comida y bebida de salvación, dando un significado extraordinariamente novedoso a la cena pascual. Cuanto sucede en el cenáculo es anticipo de la muerte que mañana celebraremos en la Liturgia. Tu Cuerpo entregado será clavado en cruz y de estas heridas brotará la Sangre que das a beber a tus discípulos. ¡Misterio de profunda misericordia! Dios haciendo comunión con su creatura. Queremos permanecer junto a Ti, como Pedro, Santiago y Juan. Velar y orar para no desfallecer. Queremos contemplar tu vida, revelación de la misericordia del Padre y anticipo de tu "hora" redentora, hora de la misericordia y del amor hasta el extremo. Guiados por tu evangelista Lucas, cuyas palabras subrayan tu amor misericordioso, queremos meditar diversos momentos de tu vida, retazos de 2

misericordia, agradeciéndote el amor que en ellos nos muestras y pidiéndote ser también nosotros misericordia para los demás. Nos ponemos en pie y recibimos la Palabra de Dios cantando: Canto: Las misericordias del Señor cada día cantaré Entronización Comenzamos con el primer texto. El lector proclama el texto desde el atril situado cerca de la reserva eucarística.

1. Encarnación. Lc ,26-38 26 En

el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. 28 El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». 29 Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. 30 El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». 34 Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». 35 El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. 36 También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, 37 porque para Dios nada hay imposible». 38 María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.

Un lector hace esta meditación: Señor Jesús, que te has compadecido de toda la humanidad tomando nuestra carne de María Virgen. Como verdadero hijo mayor de aquella parábola que tú pronunciarías (cf. Lc 15, 25-32), advirtiendo cómo el corazón del Padre sufría al ver a la humanidad postrada en el pecado y la miseria, decides tomar nuestra carne, hacerte huésped y peregrino, cargando sobre tus hombros de buen pastor a la humanidad herida por el pecado (cf. Jn 10). Como buen samaritano te acercas a cada hombre que sufre en su cuerpo y en su espíritu y con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza curas nuestras heridas, que en las tuyas han sido sanadas. ¡Prodigio de misericordia! Naces de María Virgen para subir en cruz; y entregando tu vida abres de nuevo las puertas del cielo, introduciéndonos así en la casa paterna, de la que un día nos apartamos por el primer pecado. En verdad, comprendemos aquellas bellas 3

palabras de san Ireneo: El Hijo de Dios se hace hijo de hombre, para que todo hijo de hombre lleguemos a ser hijos de Dios. ¡Prodigio de Misericordia! ¡Dios con nosotros por el sí de una muchacha que ha provocado que su misericordia llegue a sus fieles de generación en generación! Silencio meditativo Canto: El Señor hizo en mí maravillas, santo es su nombre

Oración (todos): Señor Jesús, que en la encarnación nos muestras tu amor misericordioso inclinándote hacia nuestra debilidad para hacernos fuertes. Te pedimos que sepamos abrazar siempre tus planes. Que, como tu Madre, sepamos acoger tu palabra que ilumina nuestro entendimiento y fortalece nuestra voluntad, para darte nuestro sí cotidiano, que siga haciendo fluir tu misericordia de generación en generación. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Canto: Misericordes sicut Pater

2. Jordán. Lc 20,15-16,21-22 15 Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, 16 Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; 21 Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, 22 bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

Meditación: Señor Jesús, en las aguas del Jordán nos muestra tu amor misericordioso. Te abajas, Cordero inocente, uniéndote a la fila de los pecadores, para sumergirte en las aguas y otorgarles el poder salvador. En aquel gesto cargado de humildad nos muestras de modo anticipado la "hora" a la que has venido a este mundo: tu muerte y resurrección. Descendiendo al Jordán, como buen pastor que carga sobre sus hombros a la humanidad herida, anticipas tu muerte redentora. Y surgiendo de aquellas aguas con la humanidad anticipas el gozo de la vida nueva que se nos da por tu resurrección. ¡Muerte y vida! ¡Pecado y gracia! Ya no hay que escuchar a los profetas, Dios mismo está en medio de su pueblo. Así te proclama la voz del cielo: el Ungido, el Hijo amado, a quien a partir de ahora 4

hemos de escuchar. Y, finalmente, el Espíritu se posó sobre Ti y te acompañará hasta el momento de la cruz, en que lo entregas a tu Iglesia, para que sea asistida en sus palabras y obras, haciéndote presente en este mundo. Silencio meditativo Canto: Adoramus Te, Domine Oración (todos): Señor Jesús, que en el Jordán nos muestras tu gran humildad y misericordia. Haz que nos dejemos guiar por el Espíritu Santo, que recibimos el día de nuestro Bautismo; que este Espíritu nos haga vivas imágenes tuyas, en nuestras palabras y nuestras obras, para que el mundo crea en Ti. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Canto: Misericordes sicut Pater

3. Pescadores de hombres. Lc 5,1-11 Una vez que la gente se agolpaba en torno a él para oír la palabra de Dios, estando él de pie junto al lago de Genesaret, 2 vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. 3 Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. 4 Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca». 5 Respondió Simón y dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». 6 Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. 7 Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. 8 Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». 9 Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; 10 y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». 11 Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Meditación: Señor Jesús, tu llamada es siempre personal, desciendes a la vida concreta de cada uno y allí diriges tu invitación. Este es el primer gesto de una hondura extraordinaria. Aún sin saberlo el mismo Simón, estás tomando posesión de su vida. La barca y las redes compendian la vida de este pescador. Es todo lo que 5

tiene. Tomas posesión y comienzas dándole la orden de apartar un poco la barca, con el fin de ejercer la caridad enseñando a aquellas ovejas sin pastor (cf. Mc 6,34) desde aquella cátedra improvisada. La barca de Simón va a ser transformada en la Gran Barca, imagen de la Iglesia. Este gesto guarda relación con las últimas palabras que le diriges. Segunda orden: -Rema mar adentro y echad las redes para pescar. Simón y sus compañeros se habían pasado la noche bregando y no había capturado ni un solo pez. Ya estaban lavando las redes, con un cansancio mayúsculo. Bien te podrían haber desairado y ridiculizado como profano en este negocio: `¿A quién se le ocurre pescar en la mañana? ¿Qué nos vas a decir tú?´ Sin embargo, Simón muestra un corazón dócil y, fiado en tu Palabra, echa las redes. Cuando todo lo humano apunta en contra, cuando resulta imposible, Simón se fía de Ti. Y es, entonces, cuando Tú realizas el milagro. Aquel mandato no sólo supone adentrarse en la mar, sino en la inmensidad de tu divinidad todopoderosa. Cuando Simón ve la sobreabundante pesca, cae a tus pies. El poder de tu gracia otorga a Simón la humildad del corazón que le hace reconocerse como criatura y a Ti como a Criador. Es en este preciso momento, cuando su corazón está templado en tu amor omnipotente y misericordioso, cuando lo eliges por apóstol y amigo: -No temas: desde ahora serás pescador de hombres. Palabras impresionantes unidas al primer gesto. ¿Qué le confías a Simón? Un tarea ingente que supera sus expectativas y capacidades, pero que se realiza fiado en tu poder misericordioso. El mar en la Escritura es el lugar de la prueba, tentación, donde el demonio somete a la creatura a continuos engaños... Un pez vive bajo el mar, es su hábitat natural; sin embargo, no puedo vivir en la barca una vez capturado. Ser pescador de hombres supone participar de la obra de tu redención; Tú has venido a rescatar a todo hombre que vive en las tinieblas del error y del pecado (cf. Lc 1,79). Ser pescador de hombres es ayudarte a sacar del `mar/mal´ de este mundo a cada hombre, pues allí perece. Ser pescador de hombres es subirlos a esta Gran Barca de Simón Pedro que es la Iglesia, donde cada hombre encuentra los medios necesarios para respirar, a través, sobre todo de la oración y los sacramentos, la vida comunitaria y fraterna. ¡Impresionante tarea la que regalas a Pedro y a todos los que eliges con amor de predilección! Haz que muchos respondan con su misma generosidad e inmediatez y, escuchando tu voz inconfundible de Maestro y buen Pastor, lo dejen todo y te sigan. Silencio meditativo Canto: Tú has venido a la orilla 6

Oración (todos): Señor Jesús, que con amor de hermano eliges a hombres de este pueblo para que por la imposición de manos participen de tu sagrada misión; te pedimos que sigas eligiendo a muchos niños y jóvenes desde tu infinito amor, para este oficio de misericordia: ganar almas para el cielo. Danos pescadores de hombres, danos sacerdotes santos. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Canto: Misericordes sicut Pater

4. Curación paralítico. Lc 16,17-26 Un día estaba él enseñando, y estaban sentados unos fariseos y maestros de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para realizar curaciones. 18 En esto, llegaron unos hombres que traían en una camilla a un hombre paralítico y trataban de introducirlo y colocarlo delante de él. 19 No encontrando por donde introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla a través de las tejas, y lo pusieron en medio, delante de Jesús. 20 Él, viendo la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados están perdonados». 21 Entonces se pusieron a pensar los escribas y los fariseos: «¿Quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?». 22 Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, respondió y les dijo: 23 «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? 24 Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: “A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla, vete a tu casa”». 25 Y, al punto, levantándose a la vista de ellos, tomó la camilla donde había estado tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios. 26 El asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y, llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto maravillas». 17

Meditación: Señor Jesús, en todos los milagros de curación, sanas primero el cuerpo, provocando así la curación del alma. Sin embargo, en este milagro inviertes intencionadamente la doble curación. Primero perdonas sus pecados y después lo sanas en su cuerpo. Quieres dejar claro ante los fariseos y maestros de la Ley que eres el Hijo de Dios. Lees sus conciencias mezquinas y le dices al paralítico: Tus pecados quedan perdonados. Y para escándalo de los `especialistas´ de lo sagrado, muestras la sanación del cuerpo como señal de tu divinidad poderosa, ejercida con el poder y la misericordia: Toma tu camilla y vete a tu casa.

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¿Por qué, Señor, le invitas a tomar su camilla? Ya no la necesita, ¿entonces? Aquel catre le ayudará al recién curado a no olvidar las acciones del Señor. Cada vez que vea en su casa la camilla recordará cómo Dios obró con él misericordia y le ayudará, en primer lugar, a no olvidar a su Creador, y en segundo lugar, a obrar con idéntica misericordia con sus semejantes. Silencio meditativo Canto: O Christe, Domine Iesu Oración (todos): Señor Jesús, que como Médico y Medicina curas los cuerpos y las almas de los que vienen a Ti. Escucha nuestra oración, sana nuestras heridas y concédenos un corazón agradecido que nunca olvide tus acciones, para sirviéndote solo a Ti, nuestro Único Señor, nos entreguemos a los demás con tu misma misericordia. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Canto: Misericordes sicut Pater

5. Vocación de Mateo. Lc 7,27-32 27 Después

de esto, salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». 28 Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. 29 Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. 30 Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos de Jesús: «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?». 31 Jesús les respondió: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. 32 No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».

Meditación: Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Lo viste más con la mirada interna de tu amor que con los ojos corporales. Viste al publicano y, porque lo amaste, lo elegiste, y le dijiste: Sígueme. Sígueme, que quiere decir: «Imítame». Le dijiste: Sígueme, más que con tus pasos, con tu modo de obrar. Porque, quien dice que permanece en Cristo debe vivir como vivió él. El -continúa el texto sagrado- se levantó y te siguió. No hay que extrañarse del hecho de que aquel recaudador de impuestos, a tu primera indicación imperativa, Señor, abandonase su preocupación por las ganancias terrenas y, dejando de lado todas sus riquezas, se adhiriese al grupo que acompañaba a aquel que él veía carecer en absoluto de bienes. Es que, Señor, Tú lo llamabas por fuera con tu voz, lo 8

iluminabas de un modo interior e invisible para que te siguiera, infundiendo en su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiese que Tú, que aquí en la tierra lo invitabas a dejar sus negocios temporales, eras capaz de darle en el cielo un tesoro incorruptible (cf. San Beda). Silencio meditativo Canto: Tú, Señor, me llamas Oración (todos): Señor Jesús, que nos invitas a seguirte en el camino de la vida cristiana, siendo fiel reflejo de tu Corazón. Haz que te imitemos y dejándolo todo por Ti, seamos en medio de un mundo atrapado por el consumismo y el poder, faros luminosos que muestren a los demás el camino del Cielo. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Canto: Misericordes sicut Pater

6. Tempestad calmada. Lc 8, 27-32 22 Un día

subió él a una barca junto con sus discípulos y les dijo: «Vamos a cruzar a la otra orilla del lago»; y se hicieron a la mar. 23 Mientras iban navegando, se quedó dormido. E irrumpió sobre el lago un torbellino de viento, se hundían y estaban en peligro. 24 Entonces se acercan a él y le despiertan, diciendo: «Maestro, Maestro, ¡que perecemos!». Y él, despertándose, conminó al viento y al oleaje del agua, que se apaciguaron, y sobrevino la calma. 25 Y les dijo: «¿Dónde está vuestra fe?». Ellos, por su parte, llenos de temor y admiración, se decían unos a otros: «¿Pues quién es este que da órdenes incluso al viento y al agua y lo obedecen?».

Meditación: Señor Jesús, nos invitas a ir a la otra orilla. Nuestra tendencia es a quedarnos donde estamos, anclados en la comodidad, evitando riesgos e instalados en las seguridades con las que hemos rodeado nuestra vida. “Vamos a la otra orilla” es una invitación a salir de nosotros mismos y a dejarnos llevar por Ti. Es una llamada a la confianza, aun cuando parezca que Tú estás ausente, como dormido. Una confianza que tiende a mirar incluso a través de las tinieblas y sombras de la muerte y descubrir más allá de ellas “la otra orilla” a la que nos llamas y que da sentido y finalidad a la travesía presente. Las tormentas, el ímpetu del viento contrario y nuestra propia ceguera nos acobardan muchas veces: la presencia del mal en el mundo, las dificultades de la vida, tu aparente silencio… parecen decirnos que estamos solos, abandonados, a 9

merced de la corriente de la vida que pasa, de las fuerzas de los poderes del mundo, abocados al hundimiento final. Haznos sentir, Señor, tu voz poderosa increpando al mal y al caos: “¡Calla, enmudece!” Haznos sentir tu presencia a nuestro lado siempre, tomándonos de la mano y conduciéndonos en la espesura de la noche hacia tu luz. Que no dudemos nunca, Señor, de la victoria de tu luz sobre las sobras; que la fuerza del viento y el ruido del mundo no nos aturdan los sentidos y el corazón para reconocer, aunque todo hable en contra, de tu triunfo sobre el mundo, sobre la muerte y sobre el pecado. Por eso, hoy, en tu presencia, a la luz de tu Palabra, vuelvo a pedirte como menesteroso y necesitado: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”. Silencio meditativo Canto: Jesús, Jesús, Jesús Oración (todos): Señor Jesús, gracias porque en la barca de tu Iglesia podemos sentir tu presencia y tu poder. Y, aunque, a veces, parece que se hunde bajo las aguas, siempre la sacas a flote, mostrando que no es obra nuestra, sino Tuya, que no somos nosotros quienes la llevamos y conducimos, sino sólo Tú, nuestro divino Capitán. Que nuestra fe se nutra en tu Iglesia, que en ella escuchemos cada día el testimonio de tu Evangelio y la fuerza de tu Resurrección a través de los sacramentos, que en ella podamos cada día sentir cómo fortaleces nuestra fe a medida que la transmitimos y nos entregamos a los demás, yendo siempre “a la otra orilla”, dejándonos llevar por Ti. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Canto: Misericordes sicut Pater

7. La moneda perdida. Lc 15,8-10 O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? 9 Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. 10 Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta». 8

Meditación: Señor Jesús, esta parábola quiere sintetizar el amor misericordioso que tienes a toda la humanidad, a cada uno de nosotros. Pertenece al corazón del

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evangelio de Lucas, donde se narra junto a esta otras dos parábolas: la de la oveja y el hijo perdidos. En esta parábola comparas lo que se había perdido con una dracma. Este es una de diez, número perfecto, la suma que completa la cuenta. El número diez es en verdad perfecto por ser el fin de la serie que parte de la unidad y va hacia arriba. Esta parábola muestra que nosotros estamos hechos según la imagen y semejanza real de Dios, que está sobre todo. Supongo que la dracma es el denario en el que está estampada la imagen real. Nosotros, que habíamos caído y estábamos perdidos, ahora hemos sido encontrados por Ti, Señor Jesús, y transformados por la santidad y justicia en tu imagen (cf. Cirilo de Alejandría). El valor en sí de la moneda pudiera parecer insignificante. Quizás fríamente nadie se pusiera a buscarla con tanto empeño. Nosotros somos esa pequeña moneda, quizás insignificante para este mundo, en el que prima el poder y la ostentación, la apariencia y el descaro. Sin embargo, siendo insignificantes para los demás, para Ti, Señor Jesús, somos de gran interés. Tras nuestro extravío, no has descansado hasta encontrarnos. Has descendido del seno trinitario y te has hecho encontradizo en medio de nuestra perdición y desvalimiento. Qué gozo provoca tu interés por mí, qué gran confianza el amor personal e incondicional que me profesas. Gracias, Señor Jesús, porque sé que soy un pedazo de tus entrañas. Silencio meditativo Canto: Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él Oración (todos): Señor Jesús, amigo de los hombres, buscador infatigable de los que están perdidos. Te pedimos por tantos como se ha apartado de Ti seducidos por la apariencia de las cosas, por el relativismo dominante o por el escándalo de sus hermanos. Muestra tu poder haciéndote el encontradizo y vuelve a iluminar sus corazones con la luz de tu gracia, para que podamos alegrarnos en el seno de tu Iglesia con su presencia. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Canto: Misericordes sicut Pater

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8. El ciego de Jericó Lc 18,35-43 Cuando se acercaba a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. 36 Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; 37 y le informaron: «Pasa Jesús el Nazareno». 38 Entonces empezó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». 39 Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». 40 Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: 41 «¿Qué quieres que haga por ti?». Él dijo: «Señor, que recobre la vista». 42 Jesús le dijo: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado». 43 Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios. 35

Meditación: Señor Jesús, este hermoso pasaje reproduce tu historia salvadora con el hombre. Tú vienes a dar luz a aquellos que viven en las tinieblas del error; de tal modo que cuantos te reciben tienen el poder de ser hijos de Dios si creen en tu Nombre (cf. Jn 1,12). La escena es del todo singular. Aquel ciego yace postrado al borde del camino y pide limosna. La falta de luz no le permite andar por el camino ni desarrollar ninguna actividad humana. Yace en las tinieblas, al margen de todo peregrino, olvidado y desechado de la humanidad. Se convierte en indigente que necesita del dinero de los demás para sobrevivir. Esta imagen externa hace referencia a una situación interna del hombre en general. El pecado original dejó postrada a la humanidad en la cuneta de la vida; el astuto y mentiroso tentador promete cuanto no pueda dar, y la creatura sucumbe al engaño. Es entonces cuando se ciernen sobre él las tinieblas y le resulta muy costoso y casi imposible dar pasos firmes sobre el camino del bien y la verdad. Esta humanidad herida -que no destruida- esperaba anhelante la aparición del Salvador prometido. Su oración suplicante quería arrancar de los cielos un libertador, un sanador de todas sus heridas, Aquél que viniera a abrir los ojos a los ciegos y a enderezar a los postrados (cf. Lc 4,18). Aquel hombre descartado de la vida intuye tu presencia; quizás hubiese oído hablar de tu poder, de los prodigios de tus manos; de que ya estás, Salvador, en medio de tu pueblo... y como representante de todo Israel te grita: Jesús, hijo de David, ten compasión de mí. Lo grita con fuerza y confianza antes, durante y después de tu paso ante él. Tú pruebas su fe; escuchas su súplica, pero no respondes con inmediatez. Tras pasar de largo y al seguir oyendo su voz le mandas traer a tu presencia: Ánimo, levántate, que te llama. Aquél oye la voz de tu Iglesia para que en Ti encuentre la luz y paz ansiadas. Aquel hombre deja el manto al borde del camino, expresión de la nueva vida que el 12

Señor va a darle en ese instante; el manto es la vida pasada, el hombre viejo que abandona. Ya en tu presencia, le preguntas: ¿Qué quieres que haga por ti? Contrasta con la actitud de los Zebedeos -versículos precedentes- en que los hermanos te dicen lo que tienes que hacer con ellos. La humildad probada en la constancia de la súplica ha capacitado a aquel hombre para recibir la gracia que necesita: Maestro, que pueda ver. Y san Marcos señala que te seguía por el camino. ¿Qué camino? Camino hacia Jerusalén. Aquél comienza a ser tu discípulo, pone tu pie sobre el tuyo y te sigue (cf. Mt 16,23). Silencio meditativo Canto: El Señor es mi luz y mi salvación, el Señor es la defensa de mi vida Oración (todos): Señor Jesús, cada vez que el pecado nos postre en la cuneta de la vida, haz que no abandonemos la súplica confiada en el poder de tu amor; que te repitamos: Jesús, hijo de David, ten compasión de mí. No dejes, Señor, que hablen nuestras sombras, sino la luz de tu gracia. Que oigamos la voz de tu Iglesia que nos invita a levantarnos de la postración e ir a tu encuentro de perdón, para seguirte en el camino de tu misericordia. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Canto: Misericordes sicut Pater

9. Última Cena Lc 22,14-20 Y cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él 15 y les dijo: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, 16 porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios». 17 Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; 18 porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios». 19 Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». 20 Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. 14

Meditación: Señor Jesús, Tú celebraste la Pascua sin cordero y sin templo; y sin embargo no lo hiciste sin cordero y sin templo. Tú mismo eras el Cordero esperado, el verdadero, como lo había anunciado Juan Bautista al inicio del ministerio público 13

de Ti: "He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Y Tú mismo eres el verdadero templo, el templo vivo, en el que habita Dios, y en el que nosotros podemos encontrarnos con Dios y adorarlo. Tu sangre, tu amor que es al mismo tiempo de Hijo de Dios y verdadero hombre, uno de nosotros, esa sangre sí puede salvar. Tu amor, el amor con el que te entregas libremente por nosotros, es lo que nos salva. El gesto nostálgico, en cierto sentido sin eficacia, de la inmolación del cordero inocente e inmaculado encontró respuesta en Ti y se convirtió para nosotros al mismo tiempo en Cordero y Templo. Así, en el centro de tu nueva Pascua se encontraba la cruz. De ella procedía el nuevo don traído por Ti mismo. Y así la cruz permanece siempre en la santa Eucaristía, en la que podemos celebrar con los Apóstoles a lo largo de los siglos la nueva Pascua. De tu cruz procede el don. "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente". Ahora Tú nos la ofreces a nosotros. El haggadah pascual, la conmemoración de la acción salvífica de Dios, se ha convertido en memoria de tu cruz y resurrección, una memoria que no es un mero recuerdo del pasado, sino que nos atrae hacia la presencia de tu amor. Así, la berakha, la oración de bendición y de acción de gracias de Israel, se ha convertido en nuestra celebración eucarística, en la que Tú bendices nuestros dones, el pan y el vino, para entregarte en ellos a ti mismo (cf. Benedicto XVI). Silencio meditativo Canto: Comiendo del mismo pan, bebiendo del mismo vino Oración (todos): Señor Jesús, ayúdanos a comprender y a amar cada vez más profundamente este misterio maravilloso, y, en él, a amarte cada vez más a Ti mismo. Atráenos más y más hacia Ti con la sagrada Comunión. Ayúdanos a no reservarnos la vida, sino a entregártela y así actuar junto Contigo, a fin de que los hombres encuentren la vida verdadera, que sólo puede venir de Ti, camino, verdad y vida. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Canto: Misericordes sicut Pater

10. El buen ladrón. Lc 23,39-43 Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». 40 Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le 39

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decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? 41 Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». 42 Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». 43 Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Meditación: Señor Jesús, vuelves a mostrar su poder acostumbrado con su perdón y su misericordia. La escena es grotesca; has pasado haciendo el bien, curando a los oprimidos por el mal.. ¡Tanto amor divino y tanta ingratitud humana! En apariencia, pudieras parecer un fracasado, que ya no realiza signos y prodigios -como te exigen las voces de los verdugos-; sin embargo, sigues obrando en favor de la humanidad. Tu cuerpo lacerado, ofrenda cruenta, va a operar el milagro más prodigioso después de la Creación, nuestra propia Redención. Señor Jesús, quisiera detenerme en esta palabra santa que dirigiste al buen ladrón. Tu silencio es elocuente, tu entrega en medio de un dolor físico y moral difícilmente descriptible han conquistado el corazón de este personaje. Tú callas y te ofreces al Padre, orando con la Escritura. Aquel ladrón que escucha los improperios del otro ajusticiado ha descubierto tu inocencia y la bondad de tus entrañas. En el último instante de su vida ha vuelto a ser ladrón, robándote el corazón: -Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Tu bondad ha dejado al descubierto su vida torcida y con la humildad de un niño ha reconocido todo su pasado errado y lo ha confiado a tu misericordia. ¡Jesús! -pronuncian sus labios-, nombre Salvador, nombre que purifica el corazón -como recuerdan los Padres del desierto-, nombre pronunciado por el ciego al borde del camino... acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Y Tú le respondes con inmediatez, recibiendo su corazón contrito: -Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso. Silencio meditativo Canto: Postrado ante la cruz en la que has muerto Oración (todos): Señor Jesús, Tú muestras tu poder con el perdón y misericordia; en la cruz sigues obrando con gestos y palabras tu salvación. Ayúdanos a reconocerte como nuestro Dios y Señor, como nuestro Creador y Redentor. Tuya es nuestra vida, el mundo y su historia. Haz que toda creatura te reconozca como su Dios; ablanda a tu amor los corazones duros, atrae a los tibios, haz crecer a los generosos. Que, como el ladrón bueno, arrojemos todo nuestro pecado en el abismo de tu misericordia. Ahora y 15

siempre, en el último instante de nuestra vida terrena te digamos: -Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino, por los siglos de los siglos. Amén. Canto: Misericordes sicut Pater Terminamos rezando todos juntos la oración del Año de la Misericordia: Oración del Año de la Misericordia. Papa Francisco Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación. Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios! Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso. Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios. Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos. Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. El sacerdote invita al recogimiento, a permanecer en vela junto al Señor durante esta noche de su Pasión. Por último, despide la asamblea: Bendigamos al Señor.

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