ES HORA Y TIEMPO DE MISERICORDIA

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de impropio, lo clavó en la cruz y en ella expió todos los pecados de la esposa. Todo lo borró por el madero. Tomó sobre sí lo que era propio de la naturaleza de la esposa y se revistió de ello; a su vez, le otorgó lo que era propio de la naturaleza divina. En efecto, hizo desaparecer lo que era diabólico, tomó sobre sí lo que era humano y comunicó lo divino. Y así es del Esposo todo lo de la esposa. Por eso, el que no cometió pecado y en cuya boca no se halló engaño pudo muy bien decir: Misericordia, Señor, que desfallezco. De esta manera, participa él en la debilidad y en el llanto de su esposa, y todo resulta común entre el esposo y la esposa, incluso el honor de recibir la confesión y el poder de perdonar los pecados; por ello dice: Ve a presentarte al sacerdote.

MONSEÑOR FRANCISCO CASES ANDREU OBISPO DE CANARIAS

Nada podría perdonar la Iglesia sin Cristo: nada quiere perdonar Cristo sin la Iglesia. Nada puede perdonar la Iglesia, sino al que se arrepiente, o sea, al que ha sido tocado por Cristo. Nada quiere mantener perdonado Cristo al que desprecia a la Iglesia. Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. (Sermón 11: PL 194, 1728-1729) Necesitamos traducir en iniciativas concretas en este tiempo de Cuaresma, y señaladamente en este Año Jubilar de la Misericordia, esta recuperación de la praxis y del discurso público sobre el pecado, sobre la salvación y sobre la Penitencia sacramental. Seguro que el Espíritu del Señor tocará nuestros corazones y nos hará encontrar las fórmulas concretas para realizar esta tarea. Así haremos realidad las palabras del salmo: “He contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea” (Salmo 40, 11). Que el Señor nos bendiga con su amor y nos llene de amor mutuo, el poderoso amor de la Misericordia del Señor  Francisco, Obispo - 18 -

ES HORA Y TIEMPO DE MISERICORDIA AÑO JUBILAR DE LA MISERICORDIA

NOVIEMBRE DE 2015

3.- HABLAR DE LA RECONCILIACIÓN SACRAMENTAL Y CELEBRAR EL SACRAMENTO DE LA MISERICORDIA La salvación, que es don de Dios ganado por Cristo, llega a nosotros por los Sacramentos de Cristo, en su Iglesia. También aquí necesitamos recuperar el discurso sobre los Sacramentos de la Iglesia. Y recuperar el discurso sobre la salvación del pecado el único y verdadero mal fundamental del ser humano-, en la misericordia de Dios que nos alcanza en el perdón ofrecido por la Iglesia en el Sacramento. “Se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre” (Tito 3, 4). Y sigue manifestándose y sigue alcanzando hoy al hombre pecador. La ley de la Encarnación sigue presente en la Iglesia. Esta larga pero hermosa cita del abad del monasterio de Stella, el Beato Isaac (s. XII), que nos habla de cómo encontramos el perdón de Dios por medio de la Iglesia, merece ser meditada sosegadamente: Hay dos cosas que son de la exclusiva de Dios: la honra de la confesión y el poder de perdonar. Hemos de confesarnos a él. Hemos de esperar de él el perdón. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios? Por eso, hemos de confesar ante él. Pero, al desposarse el Omnipotente con la débil, el Altísimo con la humilde, haciendo reina a la esclava, puso en su costado a la que estaba a sus pies. Porque brotó de su costado. En él le otorgó las arras de su matrimonio. Y, del mismo modo que todo lo del Padre es del Hijo, y todo lo del Hijo es del Padre, porque por naturaleza son uno, igualmente el Esposo dio todo lo suyo a la esposa, y la esposa dio todo lo suyo al Esposo, y así la hizo uno consigo mismo y con el Padre: Este es mi deseo, dice Cristo, dirigiéndose al Padre en favor de su esposa, que ellos también sean uno en nosotros, como tú en mí y yo en ti. Por eso, el Esposo, que es uno con el Padre y uno con la esposa, hizo desaparecer de su esposa todo lo que halló en ella - 17 -

Salvador’ (Luc 2, 30). Necesitamos una catequesis, un mensaje público sobre la salvación. Volviendo a las primeras páginas del Génesis, vemos que Dios enfrenta al hombre con su responsabilidad, pero también le ofrece su promesa de salvación. No serviría de nada mostrar de dónde brota el mal y a dónde lleva, si no se anuncia que ese mal del hombre no es la palabra definitiva. La voz del Padre es anuncio de gracia, de victoria sobre ese mal. Si el pecado del mundo no ha sido una fatalidad del progreso, sino que ha nacido del corazón de Adán, confundido y ambicioso, la vida del mundo nacerá también de un corazón humano. La descendencia de la nueva Eva, Cristo, derrotará al linaje de la serpiente primordial. Una desobediencia, una negativa a escuchar, trajo y trae el mal al mundo, el único verdadero mal que es el pecado. Una obediencia, una disponibilidad total a escuchar y a hacer la voluntad de Dios, trae la gracia y la salvación al mundo y lo llena de alegría y de paz. Y esa obediencia, esa disponibilidad total a escuchar, la obediencia de Cristo, Hijo del Padre, nos salva, nos redime. Nos salva del único verdadero mal que hay en el mundo que es el pecado. No salva la ciencia, no salvan las estructuras de progreso, no salvan las leyes, no salva la razón herida. En esta enorme máquina del mundo, que funciona y chirría, que avanza y aplasta, la pieza que necesita el verdadero y definitivo ajuste es el corazón humano. La obediencia de Cristo nos salva y nos redime. Y nos salva porque transforma nuestro corazón rebelde en corazón dócil, un corazón que sabe escuchar y que dice: aquí estoy para hacer tu voluntad.

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Muy queridos Hermanos todos: El viernes 13 de Marzo último, en la homilía que el Santo Padre Francisco dirigió a los fieles en la Basílica Vaticana en la celebración de la Penitencia, vísperas del cuarto domingo de Cuaresma, pronunció estas palabras: Queridos hermanos y hermanas, he pensado con frecuencia de qué forma la Iglesia puede hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual; y tenemos que recorrer este camino. Por eso he decidido convocar un Jubileo extraordinario que tenga en el centro la misericordia de Dios. Será un Año santo de la misericordia. Lo queremos vivir a la luz de la Palabra del Señor: «Sed misericordiosos como el Padre» (cf. Lc 6, 36). Esto especialmente para los confesores: ¡mucha misericordia! El 11 de Abril siguiente, celebrando las Vísperas del II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, se preguntaba: ¿por qué hoy un Jubileo de la Misericordia? Y respondía: Para esto es el Jubileo: porque este es el tiempo de la misericordia. Es el tiempo favorable para curar las heridas, para no cansarnos de buscar a cuantos esperan ver y tocar con la mano los signos de la cercanía de Dios, para ofrecer a todos, a todos, el camino del perdón y de la reconciliación. Con esa misma fecha publicaba el Santo Padre la Bula Misericordiae Vultus, El Rostro de la Misericordia, convocando el Año Jubilar. He querido tomar las palabras del mismo Papa Francisco, palabras de anuncio y de explicación, porque el tema de la

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Misericordia marca su personalidad creyente y pastoral, desde mucho atrás, como lo manifiesta la elección de su lema episcopal: Miserando atque eligendo. Así explica la página web del Vaticano el significado de estas palabras: El lema del Santo Padre Francisco procede de las Homilías de san Beda el Venerable, sacerdote (Hom. 21; CCL 122, 149-151), quien, comentando el episodio evangélico de la vocación de san Mateo, escribe: «Vidit ergo Iesus publicanum et quia miserando atque eligendo vidit, ait illi Sequere me (Vio Jesús a un publicano, y como le miró con sentimiento de amor y le eligió, le dijo: Sígueme)». Esta homilía es un homenaje a la misericordia divina y se reproduce en la Liturgia de las Horas de la fiesta de san Mateo. Reviste un significado particular en la vida y en el itinerario espiritual del Papa. En efecto, en la fiesta de san Mateo del año 1953, el joven Jorge Bergoglio experimentó, a la edad de 17 años, de un modo del todo particular, la presencia amorosa de Dios en su vida. Después de una confesión, sintió su corazón tocado y advirtió la llegada de la misericordia de Dios, que, con mirada de tierno amor, le llamaba a la vida religiosa a ejemplo de san Ignacio de Loyola. Una vez elegido obispo, monseñor Bergoglio, en recuerdo de tal acontecimiento, que marcó los inicios de su total consagración a Dios en Su Iglesia, decidió elegir, como lema y programa de vida, la expresión de san Beda miserando atque eligendo, que también ha querido reproducir en su escudo pontificio.

que no ha querido escuchar la voz de Dios, que se esconde de Él, que le huye. Y por ello lo que antes fue palabra de amigo en el jardín, ahora es sólo ruido que produce miedo. Y la palabra del Padre llama al hombre para situarlo ante su responsabilidad. Dios busca al hombre, lo llama y le muestra el origen de su mal su negativa a escuchar- y las consecuencias del mal que ha desencadenado. El pecado es no obedecer, no querer escuchar, es querer montar la vida, el mundo, prescindiendo de lo que Dios ha previsto como sentido de cada cosa. El pecado es no amar, es no ver a Dios ni ver que todo nos viene de él, es no ver al hermano, o no ver sus necesidades, o no verlo como hermano, sino como mi adversario o mi servidor. El pecado es prescindir de Dios, olvidar a Dios, eliminar a Dios de la vida. Y el pecado es no confiar, desesperar. 2.- HABLAR DE LA SALVACIÓN

Es hermoso entrar en la experiencia espiritual del Santo Padre, para comprender mejor y compartir como gracia para nosotros algo tan esencial y al mismo tiempo tan sencillo como esto: Dios es amor, y se manifiesta como misericordia para todos y cada uno. La sociedad y la Iglesia están necesitados de ese amor y de esa misericordia. Acojamos su amor y seamos testigos de su misericordia.

El discurso sobre el pecado, en creyente, tiene que vincularse en seguida al tema de la salvación, de la misericordia salvadora. De otra forma, al aceptar nuestra condición pecadora, nos ahogaríamos en la desesperanza o la desesperación. Hay remedio, hay salida, hay salvación. ‘Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia’ (Rom 5, 20). Yo, que soy pecador, necesito salvación y puedo ser salvado. El tema de la salvación es el tema central de la religión y del cristianismo, aunque a veces no sepamos qué hacer con él, reduciéndolo o confundiéndolo. Y lo reducimos y lo confundimos cuando sólo buscamos o esperamos la salvación de los males penúltimos o intermedios: la enfermedad, la limitación económica, la dificultad del momento… El ángel del Señor explica a José que María, su mujer, dará a luz un hijo, y que él ‘le pondrá por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados’ (Mat 1, 21). ‘Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador’ anuncian los ángeles a los pastores; y Simeón, prevenido por el Espíritu, se llena de paz ‘porque mis ojos han visto a tu

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suficientemente grave. Junto a este descenso o ausencia se ha producido una débil o nula presencia del discurso público sobre este tema. No se habla del pecado, no se habla de la salvación, de la misericordia, no se habla de la sacramentalidad del perdón de Dios en la Iglesia. Es una pérdida para nosotros mismos. Y será un enriquecimiento contar y cantar la fidelidad y la salvación de Dios, gritar su misericordia y su lealtad ante la gran asamblea. 1.- HABLAR DEL PECADO Hoy resulta fácil hablar del mal, pero no tanto hablar del pecado. El mal ¡lo tenemos tan cercano, y nos afecta tanto! Las consecuencias de la crisis económica, la corrupción, el terrorismo, la violencia doméstica, la droga, la emigración y sus muertes en la noche del océano, el paro, las crisis familiares… Hoy resulta fácil hablar del mal. Pero no nos gusta hablar ni oír hablar del pecado. ¿Dónde está la diferencia? Al hablar del mal pensamos en la fatalidad, o en las consecuencias inevitables del progreso, o en las responsabilidades de terceros, que siempre terminamos encontrando como culpables de que este mundo no funcione. Pero el mal no siempre es una fatalidad. El mal existe porque existe la responsabilidad, la mía y la tuya, y porque existe la desobediencia, la mía y la tuya, la negativa a escuchar la voz de Dios. Nos cuesta asumir que no sólo existe el mal, sino el pecado. Y nos cuesta asumir que no sólo existe el pecado, sino que existe mi pecado. Nos cuesta aceptar que yo soy pecador porque soy responsable del mal que he hecho surgir o he permitido que surja en esos cuatro metros cuadrados en los que se desenvuelve mi vida. Necesitamos retomar el tema del pecado en la catequesis y en la homilía, en la charla formativa y en la conversación de ayuda pastoral.

Ya en la homilía de la Solemnidad de la Virgen del Pino el 8 de Septiembre, una ocasión que considero como la apertura del curso pastoral, traté el tema de convertirnos a la Misericordia para iniciar las tareas del curso respondiendo a la invitación del Santo Padre. Unas semanas más tarde, en la Carta con la que presenté y animé el nuevo Plan de Pastoral, traté el tema del Jubileo, uniéndolo a este nuevo Plan y a las celebraciones litúrgicas de este año, que viviremos recorriendo los misterios de la vida de Cristo precisamente de la mano de San Lucas, el Evangelista de la Misericordia. Ahora os ofrezco unas ideas, que ni pueden ni quieren excusar a nadie de la lectura, la reflexión, la oración y la puesta en práctica de las ideas y las invitaciones que nos hace el Papa Francisco en la Bula del Jubileo, Misericordiae Vultus, el Rostro de la Misericordia (MV). Lo haré comentando tres actitudes que no son raras en la convivencia diaria, y que reflejan cómo nos situamos a veces en este tema de la misericordia y el perdón. ES TIEMPO DE PONER LAS COSAS EN SU SITIO, SIN BLANDURAS ESTE ES EL TIEMPO DE LA MISERICORDIA

Los primeros capítulos del Génesis contienen una profunda catequesis sobre el pecado. Nos muestran al hombre

Es llamativo que con treinta años de diferencia, hayan coincidido San Juan Pablo II y el Papa Francisco en la apreciación del olvido o del cuestionamiento de la misericordia como un valor importante y necesario hoy. Tal vez -dice el Papa Francisco- por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa. Por otra parte, es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez

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más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse (MV 10). Él mismo recuerda y cita a San Juan Pablo II en la Encíclica Dives in Misericordia: El santo Papa hacía notar el olvido del tema de la misericordia en la cultura presente: « La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia» (DM 2) (MV 11). Ante estos olvidos y cuestionamientos de la misericordia, ambos Papas recuerdan con fuerza: es tiempo de anunciar con alegría el perdón. Es tiempo de misericordia. ¿Es que la misericordia tiene un tiempo, una hora? Sí, hay tiempos de gracia, momentos escogidos por el Señor para que experimentemos especialmente su amor clemente y compasivo. Levántate y ten misericordia de Sión, que ya es hora y tiempo de misericordia, reza el salmista (Salmo 101, 14). El miércoles de Ceniza, abriendo el tiempo de Cuaresma, leemos en San Pablo: Como cooperadores de Dios, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice: «En el tiempo favorable te escuché, en el día de la salvación te ayudé» (Is 49, 8). Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación (2 Cor 6, 1-2). Jesús, en el Evangelio de Lucas, inicia su ministerio público en Nazaret, leyendo a Isaías y presentando su presencia como el cumplimiento de lo anunciado por el profeta: Hoy y aquí se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y lo que se cumple es también un tiempo: "el año de gracia del Señor". Toda su actuación es ese gran 'hoy' que cumple la Escritura que ha proclamado, un Año jubilar que Dios concede a la humanidad, una generosa y amplia oportunidad. En la parábola -4-

HE CONTADO TU FIDELIDAD Y TU SALVACIÓN, NO HE NEGADO TU MISERICORDIA Y TU LEALTAD ANTE LA GRAN ASAMBLEA. Salmo 40, 11 Cuaresma 2011 Nos propusimos en este Curso Pastoral profundizar y vivenciar mejor todo lo que supone la Celebración en la Iglesia. Celebrar es vivir la cercanía y la acción de Dios en nuestras vidas; es alegrarse porque somos literalmente agraciados por los dones de Dios; celebrar es contar lo que Dios ha hecho y hace en nosotros, llenando nuestros días de sentido; celebrar es confiar en esa cercanía de Dios, que nos hace hermanos y nos congrega en una sola familia. En la Eucaristía, Presencia, Sacrificio y Banquete de Cristo, se resume y concentra toda celebración cristiana. Profundizando en la Eucaristía, personal y comunitariamente, y celebrando como la Madre Iglesia nos enseña a hacerlo, la Iglesia se renueva constantemente, resurge de su debilidad, su desgana y su confusión. Aunque todo en la Iglesia surge de la Eucaristía y a ella nos lleva, los creyentes en Cristo podemos repasar otras muchas ocasiones y motivos inmediatos de celebración. Al iniciar el tiempo de Cuaresma invito a todos, pastores y fieles, a reflexionar y a vivir con actitud renovada la Celebración de la Misericordia de Dios en el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia. Me parece que es evidente que se da en la Iglesia un empobrecimiento y, en algunos lugares, hasta una total ausencia de la celebración de la Penitencia Sacramental, o Sacramento de la Reconciliación. La situación nos debe hacer pensar y nos debe hacer reaccionar. Pienso que el problema es bastante más profundo de lo que parece. No se trata únicamente del descenso o desaparición de la praxis de la Reconciliación sacramental, lo cual ya es - 13 -

Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza (MV 10).

Una de las vivencias que el Santo Padre Francisco propone a la comunidad cristiana para el Año Jubilar de la Misericordia es la recuperación del Sacramento de la Reconciliación, Confesión o Penitencia. Él ve que el camino de esa recuperación ya se ha iniciado, y que merece la pena consolidarlo. Muchas personas están volviendo a acercarse al sacramento de la Reconciliación y entre ellas muchos jóvenes, quienes en una experiencia semejante suelen reencontrar el camino para volver al Señor, para vivir un momento de intensa oración y redescubrir el sentido de la propia vida. De nuevo ponemos convencidos en el centro el sacramento de la Reconciliación, porque nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente de verdadera paz interior (MV 17).

de la higuera que no da fruto en tres años, escuchamos al dueño ordenar al labrador que la corte. Pero éste responde al amo: Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar (Lucas 13, 6-9). Y no se trata solo de un plazo temporal, en el que lo que cuenta es el paso de los meses y los días. No, se trata de algo cualitativamente diferente: el labrador va a cuidar especialmente la higuera para que dé fruto. Después de su entrada en Jerusalén, al acercarse y ver la ciudad, Jesús lloró sobre ella, mientras decía: 'Si reconocieras en este día lo que conduce a la paz', y habla de su destrucción 'porque no reconociste el tiempo de tu visita' (Lucas 19, 41-44). El Papa Francisco hace referencia a esta teología de Lucas haciendo una traducción actualizada de las palabras de Isaías: “Un año de gracia”: es esto lo que el Señor anuncia y lo que deseamos vivir. Este Año Santo lleva consigo la riqueza de la misión de Jesús que resuena en las palabras del Profeta: llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella. (MV 16).

Para la Cuaresma de 2011 publiqué una sencilla reflexión sobre este tema, que reproduzco aquí porque adquiere una fuerza especial en el contexto del Año jubilar de la Misericordia. Con algunas variantes, se mantiene fundamentalmente el texto ya publicado entonces.

Éste no es un tiempo para estar distraídos, sino al contrario para permanecer alerta y despertar en nosotros la capacidad de ver lo esencial. Es el tiempo para que la Iglesia redescubra el sentido de la misión que el Señor le ha confiado el día de Pascua: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre (cf. Jn 20,21-23)... Un Año para ser tocados por el Señor Jesús y transformados por su misericordia, para convertirnos también nosotros en testigos de misericordia. Para esto es el Jubileo: porque este es el tiempo de la misericordia. Es el tiempo favorable para curar las heridas, para no cansarnos de buscar a cuantos esperan ver y tocar con la mano los signos de

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la cercanía de Dios, para ofrecer a todos, a todos, el camino del perdón y de la reconciliación. (Francisco, Segundas Vísperas Domingo II de Pascua, de la Misericordia.11 de Abril 2015) Una tentación sutil podría acecharnos este año: que le diéramos mil vueltas a estudiar la misericordia y la compasión, su relación con la justicia, que celebráramos la misericordia escuchando la Escritura y repitiendo mil veces los salmos. San Juan Pablo II nos recuerda una verdad muy sencilla y elemental: Cristo revela a Dios «rico de misericordia», como leemos en san Pablo (Ef 2, 4). Esta verdad, más que tema de enseñanza, constituye una realidad que Cristo nos ha hecho presente. Hacer presente al Padre en cuanto amor y misericordia (Juan Pablo II DM 3). Sí, Cristo no solo nos enseña cómo nos ama Dios, sino que nos ama como nos ama el Padre misericordioso. YO PERDONO, PERO NO OLVIDO MISERICORDIA, MEMORIA Y OLVIDO No es raro escuchar esta cantinela al referirse a los sentimientos que experimentan algunos ante la realidad del perdón: Yo perdono, pero no olvido. Y no son alusiones a la capacidad de la propia psicología para desterrar de la mente el mal recibido o sufrido, sino más bien una reserva para la venganza, que queda aplazada para cuando llegue su momento. Una de las afirmaciones más claras y más repetidas del Papa Francisco toca precisamente este tema: Dios no se cansa de perdonar, y cuando perdona, olvida. Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada (MV 22).

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capacidad de cambiar el corazón, de crear un corazón nuevo. El salmo 50 contiene algunos elementos que nos ayudan a entender esto. En la primera parte del salmo se habla de lavar, limpiar, borrar el pecado, como si fuera algo que nos afecta en lo exterior, y que pueda ser limpiado con el agua del hisopo. La segunda parte se abre con un versículo fundamental: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro". Se utiliza un verbo: crear, que en la Escritura es propio y exclusivo de Dios como sujeto gramatical. Sólo Dios puede crear. "En el principio creó Dios el cielo y la tierra". Es la misma acción que se evoca con el uso del verbo crear en el salmo. Un corazón puro es un corazón creado por Dios, es un corazón nuevo. Todo ello nos recuerda la Alianza Nueva que anunció el profeta Ezequiel: Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos (Ez 36, 2627). La misericordia de Dios tiene esa capacidad de crear la novedad insospechada e inesperada. El mal que hacemos, el mal que nos hacemos, el mal que soportamos o sufrimos, puede inmovilizarnos, dejándonos como sin salida. El amor misericordioso de Dios no es blandenguería ni debilidad, sino todo lo contrario. Si manifiesta su poder perdonando es porque sólo Él con su misericordia es capaz de vencer el mal, de anular el mal del corazón del hombre, que nosotros nos obstinamos en hacer que permanezca y dure. El ser humano, tú y yo, nos hundimos en la desesperanza cuando no encontramos remedio al mal que nos hemos hecho o hemos procurado al hermano: ‘No hay salida; no tengo remedio’. El ser humano, tú y yo, nos perdemos en el rencor y el desinterés por el hermano cuando no conseguimos quitarle la etiqueta que le adjudicamos por el mal que nos hizo: ‘Siempre será el mismo; no te esfuerces, no tiene remedio’. En la misericordia de Dios, todos tenemos remedio. - 11 -

La unión en Dios de poder y perdón, misericordia, compasión, es el tema de los capítulos 11 y 12 del libro de la Sabiduría, que merece la pena repasar. Tú, Señor, te compadeces de todos, no exactamente porque eres bueno (lo cual es evidente), sino porque todo lo puedes. Tú, dueño del poder, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia, porque haces uso de tu poder cuando quieres. Actuando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano. La oración de la Iglesia, y la doctrina de Santo Tomás parecen un eco directo de estas expresiones del libro de la Sabiduría, y el Santo Padre Francisco lo subraya en su Bula: «Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia».1 Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran que la misericordia divina no es en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Por esto la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar diciendo: « Oh Dios que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia»2 Dios será siempre para la humanidad como Aquel que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso (MV 6). En el caso de David y el castigo de Dios por el censo (2 Samuel 24) se pone de manifiesto la fuerza de la misericordia de Dios, que hace vivir en la confianza, en contraste con las decisiones de los hombres. El Profeta le propone tres cosas que son terribles dificultades: hambre, persecución y peste. David elige la tercera porque -dice-: pongámonos en manos del Señor, cuya misericordia es enorme, y no en manos de los hombres. El poder de Dios es su capacidad de vencer el mal del mundo, que anida en el corazón del hombre y brota de él, es su 1 2

Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 30, a. 4. XXVI domingo del tiempo ordinario. - 10 -

Gracias a Jesús, Dios carga sobre sí sus muchos pecados (los de la pecadora que unge los pies de Jesús, Luc 7), ya no los recuerda (cf. Is 43, 25). Porque también esto es verdad: cuando Dios perdona, olvida. ¡Es grande el perdón de Dios! Para ella ahora comienza un nuevo período; renace en el amor a una vida nueva (Francisco, Homilía 13 marzo 2015, anuncio del Año Jubilar). El tema aparece frecuentemente en la Sagrada Escritura, en la oración del creyente que le pide a Dios que recuerde su misericordia y que se acuerde de él, pero no de sus pecados: Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; no te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor (Salmo 25, 6-7). Y en la palabra de los profetas, que vinculan el olvido de los pecados a la esencia de la nueva Alianza de Dios con su pueblo: Así será la Alianza que haré con ellos después de aquellos días. Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente, y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus culpas (Jer 31, 33s). Así lo ve realizado en el sacrificio de Cristo el autor de la Carta a los Hebreos (Heb 10, 16-17). Tanto María en el Magníficat, como Zacarías en el Benedictus mencionan dos veces la Misericordia de Dios. Lo que ambos están viviendo como la realidad totalmente nueva es que Dios se acuerda de su misericordia, ésta llega a sus fieles de generación en generación, Dios está realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres. Uno de los ladrones crucificados con Jesús sabe que tiene muchas razones para estar allí sufriendo la ignominia, pero Jesús no. Su plegaria es bien sencilla, parece repetir la súplica del salmista que acabamos de recordar: Acuérdate de mí. -7-

Alguna vez he comentado en alguna charla u homilía las ideas que hace muchos años escuché en un Retiro de mis años de estudiante. El que nos hablaba nos comentó que la memoria era la facultad que tenemos los humanos para olvidar. Y explicaba por qué le atribuía tal sorprendente finalidad. Continuamente estamos recibiendo estímulos de todo tipo: colores, formas, que perciben nuestros ojos; palabras, gritos, susurros, ruidos, que captan nuestros oídos; sabores, olores, texturas. Y además ideas, argumentos, etc. La invasión de tal cantidad de estímulos, y además continua, sería insoportable si tuviéramos que prestar atención a todos. Gracias a Dios estamos preparados para convivir con esta realidad. Tenemos una facultad que va clasificando los impactos, desecha los que no interesan y los olvida, selecciona los que pueden aprovechar y los guarda. Evidentemente son muchos más los que olvida que los que guarda, y por eso podía afirmar que la memoria es la facultad que nos permite olvidar. Esta misión de la memoria funciona como si se tratase de un filtro que permite o veta el paso a los numerosísimos elementos que intentan ocupar nuestra atención y nuestra vida. Pero, ¿y si el filtro se estropea, y no cumple bien su función? El efecto es realmente desastroso, y en verdad cualquiera de nosotros habrá hecho esta experiencia alguna vez: la experiencia de haber retenido en la memoria lo que deberíamos haber tirado a la basura desde el primer momento, porque nos hizo y nos sigue haciendo mal; y de haber olvidado situaciones, personas y vivencias que nos enriquecieron, nos hicieron crecer, nos llenaron de gozo y dieron sentido a muchos pasos de nuestra vida. A este trastorno o enfermedad del filtro de la memoria se debe que se produzca la globalización de la indiferencia, cuando olvidamos a las personas que nos necesitan; y la de los rencores, guardados a fuego en espera de encontrar la ocasión para -8-

explotar con reacciones absurdas; y la de las marginaciones y desprecios; y un largo etcétera que contamina la convivencia y hace árida tantas relaciones personales. ¡Cómo deberíamos pedir al Padre de la misericordia que sane nuestra memoria enferma o herida con el bálsamo del olvido de lo dañino y la recuperación de lo positivo que nos permite seguir creciendo en el amor y en la alegría! NO TENGO REMEDIO. NO TIENE REMEDIO EL PODER DE LA MISERICORDIA, EL PERDÓN En la homilía de este año en la solemnidad de la Virgen del Pino hice una reflexión sobre el poder de Dios y el poder de los hombres, que es bueno traer ahora a la memoria. María canta al Poderoso que hace obras grandes por ella, y manifiesta estar contenta con Dios porque ha mirado la humillación de su esclava, y hace proezas con su brazo. Los soberbios, los poderosos, los ricos, dominan y no hacen un mundo más humano. El verdadero poder -decía en aquella ocasión- no consiste en el dominio que se ejerce sobre el hombre o las cosas, sino en la capacidad de acabar con el mal que esclaviza el corazón humano. María fue testigo único del poder de su Hijo, de la capacidad de Jesús para sanar, para cambiar los corazones de los hombres, y testigo único del modo de actuar de Dios para cambiar el corazón de los hombres: asumir sobre los propios hombros el mal que oprime a los hermanos. La grandeza y el poder de Dios son la grandeza y el poder de su misericordia, es decir, de su capacidad de vencer el mal que domina el corazón humano y lo arrastra a dominar y no a servir.

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