Año Madrid-París-Glasgow I.- Situación política 1770

Año 1770. Madrid-París-Glasgow I.- Situación política 1770 ∗ ∗ ∗ ∗ ∗ ∗ ∗ Los grandes estados europeos siguen siendo los mismos que hace 100 a

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Año 1770. Madrid-París-Glasgow

I.- Situación política 1770















Los grandes estados europeos siguen siendo los mismos que hace 100 años, aunque con alteraciones tanto internas como en sus relaciones e importancia en la escena mundial: Francia, Gran Bretaña, España, Suecia, Rusia y un Imperio Germánico ahora dividido en dos grandes centros de poder, Austria y Prusia. En Francia se ha cambiado de monarca (de Luis XIV a Luis XV), pero sigue imperando un trasnochado absolutismo que entra progresivamente en crisis en toda Europa y que, en el país galo, cuenta con el interés de una pequeña burguesía que sigue y difunde las ideas de Montesquieu sobre separación de funciones del Estado. En el Reino Unido de Gran Bretaña existe desde 1707 un rey común para Inglaterra y Escocia, en la persona de un hijo de la reina escocesa María Estuardo (Jacobo I y VI, respectivamente). Ahora el rey es Jorge III y su reino ha tenido la evolución política parlamentaria más avanzada, en particular desde la Declaración de Derechos (Bill of Rigths) de 1689. La rivalidad entre Francia y Reino Unido es permanente, como corresponde a la lucha por el poder económico y político de las dos principales potencias del momento. En 1770 llevan siete años en paz después de una Guerra de los Siete Años (1756-1763) que les ha enfrentado como cabezas de dos grandes coaliciones: Inglaterra-Prusia frente a Francia-Austria-Suecia-Rusia (y España). Ahora gobierna en España Carlos III, también tercero en la nueva dinastía de los Borbones que ha sucedido a los Austrias. Al morir sin descendencia Carlos II se creen con derecho tanto la rama austriaca (archiduque Carlos, futuro rey de Austria) como la francesa (Felipe de Borbón, nieto de Luis XIV y casado con una hija de Felipe IV, la infanta María Teresa). Entre ambos pretendientes se había mantenido una lucha por el poder que sólo finaliza en 1713 con el tratado de Utrecht. Con el pretendiente austriaco estaban Austria, Inglaterra, Holanda y apoyos en Portugal y regiones como Cataluña, Aragón y Valencia. Con el finalmente victorioso pretendiente Borbón, Felipe V, Francia y el resto de las regiones de España. Pero la paz aun deja una secuela en el enfrentamiento de Felipe V con Cataluña (1714-16), que termina con el decreto centralizador de Nueva Planta impuesto a los derrotados. La guerra ha costado, además, la entrega de los Países Bajos y las posesiones en Italia (Milán, Nápoles y Cerdeña) al emperador austriaco y Menorca y Gibraltar a Inglaterra. Ni Felipe V, ni su hijo Fernando VI aportaron demasiado a la España de la primera mitad del siglo XVIII y, por ello, se nota más el contraste del reinado de un monarca ilustrado y eficaz. Carlos III llega al trono en 1759 con 53 años de edad y amplia experiencia como rey de Nápoles. Es hijo del segundo matrimonio de Felipe V con Isabel de Farnesio, hija del duque de Parma. Carlos III había llegado a España con algunos consejeros italianos y con la intención de poner al día la organización política y la vida social del país. Con el nuevo rey vienen, por ejemplo, Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache (responsable de un motín célebre) o el ingeniero y arquitecto Francisco Sabatini, nombrado Maestro de las Reales Obras, que transformarán en particular a la

capital. Entre los grandes cargos españoles, el Conde de Aranda, presidente del poderoso Consejo de Castilla y sus dos poderosos fiscales: Pedro Rodríguez de Campomanes (conde de Campomanes) y José Moñino (conde Floridablanca).











El Sacro Imperio Germánico está ahora dividido en dos grandes zonas de influencia, aunque los Habsburgo de Austria eran investidos ininterrumpidamente con la dignidad imperial desde 1486. En 1770 Austria era gobernada en una corregencia de José II y su madre María Teresa, en pleno estilo de despotismo ilustrado. La otra gran potencia del Imperio era Prusia, con una amplia zona de influencia, ahora en manos de Federico II, empeñado en reforzar su posición a expensas de Austria-Hungría. En Rusia, Catalina II, ha accedido al poder tras un golpe de estado frente a su propio marido, Pedro III. Refuerza incluso la autocracia del soberano, la servidumbre campesina y el predominio de la nobleza. La nueva Rusia unificada años atrás por Pedro I (en 1703 traslada la capital a San Petersburgo, su salida al Báltico) ha llegado a su máximo esplendor. En las colonias inglesas, sólo faltan 6 años para que en 1776 se produzca la Declaración de Independencia de las trece colonias de Norteamérica y 13 años más tarde se integrarán en un país único con un presidente común (George Washington). En marzo de 1770 se ha producido un enfrentamiento en Boston entre paisanos y soldados ingleses en el se han producido varios muertos. El suceso contribuye a fomentar el sufrimiento antibritánico de los norteamericanos. El imperio colonial español alcanza su mayor extensión territorial: gran parte de América Central y del Sur; posesiones en el norte del virreinato de Nueva España, que incluye México, California, parte de Luisiana, Texas y Florida. En 40 años más, todas estas tierras habrán conseguido su independencia, quedando en América sólo Cuba y Puerto Rico, que se perderán un siglo más tarde. En sólo 35 años la armada española de Carlos IV sufriría el desastre de Gibraltar frente a los ingleses. La política del favorito Godoy de alianza con Francia (antes con la monarquía y ahora con la república napoleónica) va a sufrir su más duro revés.

II.- Sociedad 1770







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El XVIII en su conjunto se ha considerado como el Siglo de las Luces y se etiquetan como ilustración sus nuevas ideas de primacía de la razón, papel esencial de la ciencia, afirmación del derecho a la libertad y a la felicidad terrena, rechazando una explicación providencialista de la historia y abrazando un laicismo de pensamiento y vida. Aunque continuaba el estilo barroco, la mayor parte de Europa se movía hacia el placer estético del hedonismo rococó, diluyendo las formas barrocas en búsqueda de la gracia y la elegancia. Incluso se estaba iniciando ya un retorno al gusto de la cultura clásica: el neoclasicismo. En Europa primaba la novela en literatura, el retrato en pintura y la música profana o incluso la ópera bufa, como símbolos estéticos del papel central del hombre, la primacía de la razón y la desacralización. Emmanuel Kant tiene en 1770 cuarenta y seis años y faltan once para que publique su Crítica de la razón pura. Hace solo dos años, en 1768, que el pícaro seductor veneciano Giacomo Casanova ha visitado Madrid y Barcelona. París podía considerarse que era la capital cultural del mundo en un torbellino intelectual que encaminaba a Francia hacia la Revolución de 1789, cuyos efectos se notarían progresivamente a escala global. El barón de Montesquieu (muerto hace 15 años) había expuesto sus ideas de la necesaria división entre los tres poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial). Rousseau había publicado hace ocho años El Contrato social. Voltaire criticaba los abusos e injusticias de la sociedad del momento. D’Alembert y Diderot ya habían publicado hace una década su monumental Enciclopedia que resumía en siete volúmenes el saber científico del momento. Ideas muy avanzadas e incluso revolucionarias convivían con un reformismo moderado propio de absolutismo ilustrado de la mayor parte de las monarquías europeas. Las diferencias entre las formas de vida de unos países a otros y de unas clases sociales a otras, resultaban llamativas. El París de Luis XV imponía su propio estilo con grandes palacios, nuevos monumentos y hasta un mobiliario para los más pudientes que conducía hacia las rebuscadas exquisiteces del rococó. Mientras, el Madrid de Carlos III estaba en plena transformación intentando añadir monumentos, organizar la limpieza de sus calles y arreglar el saneamiento o la iluminación de una ciudad que se había quedado atrasada en comparación con las principales ciudades europeas. Hasta en el vestir la España de 1770 era diferente. El vestir femenino habitual era falda larga, incluso doble, corpiño y mantón. El abanico era un complemento habitual y en las castizas “majas” o “manolas” se acentuaban los colores vivos, se ampliaba el escote y el pelo se recogía con una redecilla adornada con cintas. El hombre seguía utilizando pantalones hasta la rodilla y medias, aparte de levita con faldones hasta la rodilla, chaleco y camisa con lazo de corbata tipo pajarita en las clases más pudientes. En todo caso, variantes de amplias capas y sombreros, que compartían ricos y pobres.

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Aún faltan mas décadas para que se introduzca el gas como sistema de alumbrado público (Londres en 1823; Paris hacia 1830). La alimentación en una ciudad como Madrid tenía como base el pan y se complementaba con garbanzos y tocino para el cocido, huevos, chocolate, algo de carne y poco pescado, más mucho vino, aceite y escaso consumo de leche. La prensa periódica se convierte en un vehículo eficaz de difusión de ideas e información. En España, después de algunas iniciativas elitistas (p. ej. el Diario de los Literatos, 1737), se inicia una etapa de publicaciones de más amplio público (Diario Noticioso-Erudito y Comercial, Público y Económico, 1758; El Pensador, 1761; El Censor, 1781; El Mercurio de España, 1784, con antecedentes en un Mercurio Histórico y Político de 1738 o la oficialista Gaceta de Madrid dependiente de la Secretaría de Estado). En 1770 las dos publicaciones más difundidas eran El Mercurio de España (alrededor de 5.000 ejemplares de tirada) y la Gaceta de Madrid (unos 10.000 ejemplares). La estructura social de los finales del Antiguo Régimen seguía siendo piramidal, con la familia real en la cima; seguían los grandes nobles y alto clero; por debajo la burguesía compuesta de comerciantes, industriales y financieros, algunos de ellos en busca de un status mobiliario, más el clero medio; y en la base, sucesivamente, los pequeños propietarios y el pueblo llano (oficiales, peones, arrendatarios, jornaleros, campesinos, ...). La nobleza era un grupo muy amplio y, a su vez, jerarquizado. En nuestro país, en la cúspide se situaban unos pocos grandes de España (los linajes de los Alba, Medinaceli, Osuna, Medina Sidonia, ...). Después, el resto de la nobleza titulada (sucesivamente, duques, marqueses, condes, vizcondes y barones); en total algo más de 1.000 familias. A continuación en prestigio y poder, se encontraban los caballeros, en particular aquellos que poseían un hábito de las órdenes militares (Santiago, Alcántara, Calatrava,...). Por último, los hidalgos simples o de aldea, despreciados por unos y otros por sus privilegios de exención de impuestos y que podían ser algo más de 700.000 en la España de 1770. En conjunto, sólo unos 30.000 nobles eran señores con vasallos y un mayorazgo establecido, en que el poseedor (el hijo mayor) administraba la propiedad, pero no podía venderla o hipotecarla, ni siquiera por partes. La jerarquía eclesiástica en España estaba presidida por arzobispos y obispos (más de 50) nombrados por el rey entre nobles, militares o la más alta burguesía. A continuación unos 8.000 miembros del clero capitular (unos 2.000 canónigos en catedrales y colegiatas, más racioneros, y otras dignidades múltiples como arcediano, deán o arcipreste). Las casi 20.000 parroquias eran atendidas por unos 22.000 curas. Además, el clero regular estaba compuesto por unos 60.000 religiosos (las congregaciones más numerosas las de franciscanos, unos 15.000, dominicos, unos 3.000, y jesuitas, unos 3.000) y cerca de 30.000 monjas (9.000 franciscanas clarisas). La importancia económica de la Iglesia era tal que se ha calculado que en Castilla poseía algo más de una cuarta parte de la renta total, principalmente proveniente de la propiedad de la tierra, servicios parroquiales y rendimientos de inversiones financieras (censos y juros). La última ejecución de la Inquisición en España tuvo lugar en 1826, aunque durante el siglo XVIII vivió una clara decadencia, limitándose prácticamente a

vigilar la introducción de ideas progresistas. El Santo Oficio se suprimiría por las Cortes de Cádiz en 1813, sería restaurado temporalmente por Fernando VII y se cerraría definitivamente en 1834.





En la España de 1770 podían existir unos 100.000 pobres que vivían con sus familias, sin trabajo y casi sin ingresos. Aparte de los que rondaban la pobreza (hasta un tercio de los habitantes en algunas ciudades), estaban los vagabundos que corrían de pueblo en pueblo en busca de trabajo o caridad y los mendigos que había hecho de la petición de limosna casi un oficio. Para los pobres “legítimos” (huérfanos, ancianos, viudas y enfermos) la sociedad buscaba socorrerlos con beneficencia; pero a los mendigos, vagabundos y gente sin empleo ni arraigo social se les trataba con dureza, incorporándoles obligatoriamente al trabajo en obras públicas o al servicio milita, que desde 1779,duraba hasta ocho años. Las organizaciones masónicas se extienden por diversos países a partir de los ideales de solidaridad de los ilustrados franceses, con tintes progresivamente más racionalistas y republicanos.

III.- Demografía 1770









La población mundial en 1770 debía ser de unos 800 millones de personas, unos 200 millones más que hace cien años, lo que supone un fuerte incremento, del orden de un tercio de la población en un siglo. La zona de más población es Asia con unos 500 millones sin contar Rusia. Europa, con Rusia, debía estar alrededor de los 170 millones, de los que unos 120 millones corresponderían a los países de Europa Occidental, que habrían aumentado su población en unos 40 millones, es decir casi el 50% en 100 años. Rusia superaba ya los 20 millones de habitantes. España en 1770 estaría en más de 10 millones de habitantes, con relación a sólo 8 hace 100 años. Francia alcanza los 25 millones, 5 más que hace un siglo. El Reino Unido presenta al crecimiento más espectacular, consecuencia del inicio adelantado de su revolución industrial, con cerca de 20 millones de habitantes, que más que duplica la población de 1670. Las grandes ciudades del mundo occidental siguen siendo Londres (con casi un millón de habitantes y el crecimiento más explosivo de Europa), París (medio millón), Nápoles (400.000, cerca del doble de hace 100 años), Viena y Amsterdam (unos 200.000 cada una). Claramente por encima de las 100.000 personas se encuentran Lisboa, Roma, Milán, Venecia, Madrid y Barcelona. Ahora hay en Europa unas 50 ciudades con más de 50.000 habitantes, aproximadamente el doble que hace un siglo. Madrid debía tener en 1770 más de 150.000 habitantes. Barcelona y Valencia rondaban los 100.000. Cádiz estaba en plena expansión (al relevar a Sevilla en el monopolio legal del comercio americano desde 1717) y su población era de unos 70.000 habitantes, similar a la de Sevilla. Córdoba no superaba los 35.000 y Toledo estaba por debajo de los 15.000.

IV.- Gobierno 1770

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Las ideas de gobierno predominantes en toda Europa eran las propias de un reformismo moderado compatible con el absolutismo ilustrado de la época, con predominio de la centralización y la uniformidad administrativa. En España la administración de los asuntos públicos descansaba en unos 30.000 funcionarios, dirigidos por una selección de nobles ilustrados con estudios universitarios pero que no formaban parte de la alta aristocracia, que había conservado los privilegios del poder de la corte durante siglos; eran los nuevos “golillas”, que sustituían a los “manteístas” becados en los colegios mayores en razón de su alta cuna. El gasto normal de toda Administración Pública era de unos 450 millones de reales anuales, de los que más del 50% iban a gastos de defensa, en particular en los años de la guerra con Gran Bretaña. Para completar los ingresos corrientes se emitieron vales reales (un antecedente de los bonos del Estado), que se utilizaban de hecho como papel moneda para pagos importantes. Para redimir esos vales se estableció en 1782 el Banco Oficial de San Carlos. La administración Central va progresivamente complementando los Consejos colectivos con secretarías personales y ministerios, en particular Estado, Justicia, Hacienda y Guerra, como antecedente de los futuros gabinetes de Gobierno.

V.- Dinero 1770





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El oro y la plata se han convertido en el gran signo del poder, no sólo para individuos sino también para las naciones. Para las ideas “mercantilistas” aún extendidas, aunque en decadencia, un estado poderoso debe tener grandes reservas de metales preciosos. Aparte del dinero metálico, van añadiéndose nuevos instrumentos financieros como vales reales con garantía del Estado o los créditos (en especial a campesinos) en forma de positos que suministraban semillas y provisiones o de censos con garantía hipotecaria. Estamos a pocos años de la emisión de billetes por la banca central de los países. Es España el Banco Oficial de San Carlos se constituye en 1782. El escudo de oro y el real de plata siguen siendo las monedas habituales en España, como hace ya más de dos siglos. Aún faltan 100 años (en 1868) para que se implante la peseta como unidad monetaria en oro y plata. Un buen puesto en la administración pública puede tener una remuneración del orden de 2.00 reales de plata al mes. Una cátedra universitaria algo menos de la mitad. Un soldado de infantería podía cobrar unos 45 reales al mes, más complementos en pan y permisos pagados para acudir a la cosecha. Un jornalero del campo percibía unos 20 / 25 reales por mes. El pan habitual de una persona por día (casi un kilo) venia a costar más de un real; y medio kilo de carne de vaca o tocino casi dos reales. Un sueldo mensual por debajo de los 100 reales apenas permitía comer a una familia.

VI.- Actividad económica 1770







La producción agrícola-ganadera sigue siendo predominante. Aún estamos en los inicios de la revolución Industrial que se concentrará en Gran Bretaña medio siglo más tarde. En Rusia, como caso extremo, el 90% de la población era campesina. En España, en particular, la gran batalla económica es entre la ganadería trashumante (la Mesta) y la agricultura. En pocos años la elevación de los precios de los cereales y las dificultades en el comercio de la lana, inclinarán la balanza hacia la producción y exportación agraria. Frente a las ideas mercantilistas precedentes y aun aceptadas en muchos ambientes, empiezan a introducirse nuevas teorías de fisiócratas y partidarios del libre mercado. La “mano invisible” de Adam Smith está en esas fechas consiguiendo sus primeros adeptos.

Antonio Pulido, Momentos estelares de Econolandia

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