APENDICE LA ACULTURACIÓN OCCIDENTAL EN EL ISLAM M ODERNIDAD CONTRA TRADICIÓN HUMBERTO MARTÍNEZ

*37 V W / APENDICE L A ACULTURACIÓN OCCIDENTAL EN EL ISLAM M ODERNIDAD CONTRA TRADICIÓN H U M B E R T O M A R TÍN EZ 169 La inclusión d e este

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EL FETO EN LA JURISPRUDENCIA CONSTITUCIONAL OCCIDENTAL Richard Stith Profesor de Derecho Universidad de Valparaiso y Va1paraf.w University (Indiana, U

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*37 V W /

APENDICE

L A ACULTURACIÓN OCCIDENTAL EN EL ISLAM

M ODERNIDAD CONTRA TRADICIÓN

H U M B E R T O M A R TÍN EZ

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La inclusión d e este ensayo del profr. H u m b e rto M artínez, que trata sobre el proceso de la aculturación y el problem a al que se e n fre n ta n las sociedades d e tipo tradicional a n te el im pacto d e la m o d e rn id a d , en este caso el Islam, cae fuera del ám bito al q u e este A n u ario se ha d ed icad o con exclusividad, es decir, la historia d e México. Sin em bargo, creem os q u e su reflexión invita tam bién a p e n sa r en lo n u estro , la problem ática nos atañe. Al m ism o tiem po, nos evita enclaustrarn os dem asiado en n u e stro tem a y enfoque, cosa q u e hoy p u d ie ra resu ltar infructuosa e n u n m u n d o d o n d e to d o se com unica e in terp en e tra . Por ello, ju n to a n uestros trabajos historiográficos sobre México, p re te n d e m o s en el fu tu ro ofrecer en este A nuario u n artículo q u e tra te parecidos problem as en otras latitudes y tradiciones; o bien, c u a n d o así lo considerem os, d a r cabida a u n ensayo filosófico q u e a y u d e a fu n d a m e n ta r m etodológicam ente n u estras investigaciones históricas.

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H oy en día hay en O ccidente, así com o e n el m u n d o islámico, u n a necesidad cada vez m ay o r d e e stu d ia r ta n to los principios com o las m anifestaciones del Islam d e sd e su p ro p io y a u té n tico p u n to d e vista y d e u n a form a co m p ren sib le p ara el h o m b re c o n te m p o rá n e o , o al m en o s p ara los q u e p o seen suficiente inteligencia y b u en as intenciones. Seyyed H ossein N a sr

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ntre nosotros, hispanohablantes de ori­ gen cristiano, el conocimiento del Is­ lam ha permanecido reservado, más o menos correcto, en una escasa élite o, vago e imaginario, en un saber p o p u ­ lar. Nuestro contacto con el O riente en ^ g e n e ra l ha sido más bien nulo. Sólo p o r acontecimientos cuyas implicacio­ nes rebasan sus fronteras y que p u ed en afectar al planeta en su conjunto, y aunado ello a los avan­ ces de los medios de comunicación, nos informamos de cómo son esas otras civilizaciones lejanas. Pero la información que recibimos está conformada, de m anera inevitable, a la m e n ta ­ lidad de la civilización occidental en que vivimos y enfocada a casos m uy particulares. La perspectiva global en la que los aspectos individuales deben encontrar su verdadero signifi­ cado no se contempla, por desconocimiento muchas veces o p o r omisión deliberada en otros. No es difícil caer en errores; la información, au n q u e sea correcta, nos confunde. Mucho 173

tiene que ver tam bién la formación cultural del sujeto recep ­ tor. No tenem os n in g ú n antecedente de relaciones ni de estu­ dios serios y constantes sobre el O riente y en especial el Islam que form en parte d e nuestra educación integral latinoam e­ ricana. Hasta m uy recientem ente se com enzaron a m encio­ n a r las culturas del m u n d o oriental en nuestras escuelas. Es necesario revisar co n tin u am en te este conocimiento. Hay que crear más interés p o r su estudio. En España ha habido y hay estudios de importancia, pero sus contactos con la civilización m u su lm an a q u e d a ro n m uy atrás y acabaron antes del inicio de la m o d e rn id a d . El saber posterior acerca del Islam ha sido siempre, no sólo e n tre nosotros, indirecto y mediatizado. Por su parte, los ingleses y los franceses, la E u ro p a colonialista y más tard e los Estados Unidos, han sido d u ra n te la m o d e rn i­ dad los más interesados en el medio, extrem o y lejano O riente. Su orientalismo tiene ya u n a larga historia. Sus relaciones, in­ tercambios e influencias, sus estudios, han sido numerosos. Para nosotros, a m enos que entrem os en contacto directo, el deseo de conocer hoy el Islam (y en general el O riente) tiene que atravesar p o r las lenguas e interpretaciones d e ingleses y franceses, en su m ayor parte. Hoy, desde luego, pod em os seleccionar críticamente -h a s ta d o n d e esto es posible- dichos estudios e interpretaciones que van, en sus inicios, desde j u i ­ cios detractores y apologéticos que contienen, n aturalm ente, una m ayor carga ideológica y de incom prensión sobre los f u n ­ dam entos (por desconocimiento) de lo que se critica, hasta las científicamente elaboradas monografías de corte positivista , sobre algún p u n to en especial, pero que, m uchas veces, eli­ m inan la v e rd a d e ra vida y compresión del asunto tratado. Tam poco dejan, p o r ello, de ser ideológicas. Nadie escapa a esta selectividad y pre-juiciada com prensión a m enos que se vuelva el otro o lo otro. 1 Las actitudes de p re -c o m p re n sió n en los estudios sobre el Islam (y d e todo el Oriente) se podrían clasificar en las si-

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guientes cuatro formas básicas: 1) un historicismo académico y sociologizante, que hace a u n lado las realidades espirituales que son, p o r definición, ahistóricas; 2) un exclusivismo desde el p u n to de vista religioso, que presupone o toma una p o ­ sición dogmática que lo hace aparecer ingenuo a la mirada de otras religiones; 3) un universalismo sentimentalista que intenta minimizar, si no es que eliminar, los contornos d e m a ­ siado reales d e una religión y su correspondiente contexto tradicional; y 4) u n a mentalidad modernista, inconsciente o no, que proyecta su ideología democrática, individualista y cientificista en un marco esencialmente teocrático, co m u ­ nitario y tradicional. Y finalmente, em p aren tad a con la tres, podríam os agregar un tipo de actitud -sincera o no, y que se explica p o r la necesidad de llenar el vacío espiritual en el que vive el h o m b re m o d e r n o - que intenta apropiarse las llama­ das “vías d e realización” esotéricas trasladándolas a un a m ­ biente ajeno del que surgieron y les dio su existencia. Iodo esoterismo, islámico u otro, está siempre unido, práctica y doctrinalm ente, a una cadena (.silsila) de trasmisión espiritual d e n tro de la tradición en cuestión. Todo g ru p o opera m e ­ diante iniciación de sus miembros, y sus reglas (además de la Gracia) sólo p u e d e n ser transmitidas p o r la autoridad le­ gitimada de un sayj (o Imam) y realizadas p o r en tero dentro de u n a mentalidad y estructura específica, fuera de las cua­ les difícilmente p o d rían prosperar. Sería casi imposible -m á s en nuestros d ía s- protegerlas de posibles desviaciones y p e r ­ versiones. Doctrina y método, teoría y práctica, no pueden separarse, p ero un acercamiento intelectual y metafísico de com prensión doctrinal - y tal vez de realización- es posible en u n a dim ensión del esoterismo. Im porta, desde luego, la since­ ridad y la libertad (desprejuiciada de la vida m o d e rn a actual) de pensam iento. 2 Con todo, ha habido en este siglo pensadores (occidentales y orientales) que nos han ayudado a c o m p re n d e r mejor, 175

p o r su simpatía y participación, los principios fundam entales de los que e m a n a tanto la civilización islámica como toda civilización tradicional. E ntre ellos, quienes c o m p arte n el p u n to de vista tradicional d e las cosas, podem os m encion ar a René G uéno n, Frithjof Schuon, Titus B urckhardt, Martin Lings y Seyyed Hossein Nasr. Sus obras nos ofrecen una perspectiva clara y universal para el discernimiento en la lectura de los num erosos estudios del orientalismo occidental m o d e rn o . Como latinoamericanos también nos encontram os en u n a situación especial. Tal vez tengamos p o r ello otros elem entos con que entender, c o m p a ra r y acaso juzgar. Porque sabemos de u n orientalismo cargado de im com prensión y de opiniones que no p o d rían ser aceptadas p o r los mismos orientales, al menos p o r los que conocen su tradición. 3 Pero no todo orientalismo es criticable sin más. Hay un innegable valor científico e histórico en muchas obras como en las de los clásicos orientalistas como Goldziher, Caetani, Nicholson, Arberry, M ongom ery Watt, Sir H am ilton Gibb, Louis Massignon o Asín Palacios, y m ucho más en las más recientes d e H enry Corbin y Toshihiko Izutsu, p o r sólo citar algunos, con relación al Islam. Pero sólo con el p u n to de vista tradicional que e x p o n e n los prim eros autores podem os com pen sar deformaciones y reconocer d eb id am en te los verdaderos aportes de caracter científico y erudito. Desde el p u n to de vista de lo que podríam os llamar T r a ­ dición U nánim e, el aspecto esencial que consideramos nece- * sario to m a r en cuenta para el acercamiento a la com prensión y conocimiento del Islam, es saber y aceptar que éste nace como u n a civilización tradicional cuya estructura está f u n d a ­ m e n tad a principialm ente p o r una Revelación de origen d i­ vino. Todo estudio que no tom e en cuenta esto im pedirá su v e rd a d e ra co m p re n sió n . 4 Es necesario, p o r lo tanto, explicar lo que se entiende p o r Tradición y formas d e vida tradiciona­

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les, y sus diferencias con una civilización que ha dejado de ser tradicional, es decir, la civilización occidental m oderna. Esto es sólo tal vez recordar lo que se olvida, pero de importancia decisiva, creemos, para c o m p re n d e r más y no ju zg ar arbitra­ ria y prejuiciosamente. Es nuestro p u n to de vista: las claves sobre las verdades que son de siem pre sólo se renuevan.

II 1. A u n q u e el M und o es Uno, y ahora se vuelve uno, no todos vivimos en el mismo m undo. “Si Dios lo hubiese q u e rid o ”, dice el Corán, “hubiera hecho de los hom bres una sola c o m u n id a d ” (XI, 118). 2. En un m u n d o que tiende hacia la igualdad m o d e rn a (en térm inos de conocimientos y formas de vida profana), es necesario rec o rd ar las diferencias, y la necesidad de conservarlas. 3. La diferencia mayor (histórica y mentalmente) entre los habitantes del planeta es la que se ha producido e n ­ tre las formas de vida de las civilizaciones antiguas y orientales y la m o d e rn a de la civilización occidental. Por consiguiente, el problem a fundam ental que surge en la historia de la h u m a n id ad es el choque entre las distintas formas de vida de dichas civilizaciones. Todos los problemas y conflictos tienen una base de incom prensión no resuleta entre Tradición y m o d e rn id a d . La m odernidad y la Tradición se niegan m u tu am en te. La m o dernidad surgió de m an era natural en Occidente, p o r sus propias posibilidades inherentes. Esto no

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se p ro d u jo en los pueblos orientales, a quienes la m o d e rn id a d les llegó de afuera, ajena e impuesta. Por la imposibilidad de que las dos vivan ju n tas, se p ro d u c e u n a tragedia mayúscula en los ho m bres educados tradicionalmente, pues convertir­ se en m odernos, lo que el m u n d o occidental exige, es dejar de ser lo que son esencial e históricamente; es, prácticamente, negarse a sí mismos, n e g ar su razón de ser y existir. Esto representa u n a especie de genocidio, más fuerte, a u n q u e in ta n g ib le .5 4. La m entalidad m o d ern a, que se originó en Occidente, comenzó u n poco antes del periodo del Renacimiento y se consolidó en la Ilustración. Antes, el Occidente vivió, en su form a cristiana medieval, de m a n e ra tradicional. Ello se r e ­ cuerda, pero desde el p u n to d e vista “histórico” m o d ern o . En esencia se desconoce, p o rq u e el cambio rep resen tó p r e ­ cisamente algo contrario y la misma negación d e esa forma de vida, lo q u e im pide reconocer y valorar v e rd a d e ra m e n te lo que con ella se perdió. Desde Rusia a Australia, pasando desde luego p o r E u ro p a (donde se gestó) y América, la m e n ­ talidad en la que nacemos y nos educam os es p len am en te m o d e rn a (con especificidad en la región de América Lati­ na cuya población mestiza se estructura con dificultad en tre u n a tradición de origen p e rd id a e imposible de reco b rar y una m entalidad m o d e rn a en la que ahora vive p ero que no acaba de aceptar p o r completo. Sus poblaciones conservan vestigios tradicionales en mimorías étnicas obligadas a inte­ grarse o desaparecer, lo que en realidad es lo mismo). En O rien te ha habido y hay varias civilizaciones íntegras, p r i n ­ cipalmente tres: la china, la h in d ú y la m usulm ana. 5. En América Latina hubo conquista (que significa la eliminación d e u n a form a de vida p o r otra); en el O riente sólo hubo colonización d u ra n te u n d e term in a d o periodo: su form a de vida, p ro d u c to de sus propias tradiciones, sigue

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existiendo hasta el presente y esto es algo que no debe olvidarse. 6. Más que diferencias geográficas la diferencia es de m e n ­ talidad, de concepciones del m u ndo. Aquí, en Occidente, so­ breviven los tradicionales; allá, ahora, conviven los occiden­ tal izad os. 7. Desdel el pu n to de vista tradicional, Tradición y civilización no son meros accidentes de tiempo y lugar, ni invenciones hum anas, ni m ucho menos respuestas mecánicas a un medio ambiente, es decir, productos de evolución en el sentido científico m o d ern o de la palabra. Su origen es de la clase de intervención divina directa que llamamos Revelación, y todas sus potencialidades están presentes, a u n q u e no manifiestas, desde su inicio. 8. Tradición, en el sentido correcto de la palabra, es el p u e n te que u n e a la civilización con la Revelación. Es algo más que meros lazos de hábitos o costumbres familiares, raciales o sociales; es la fuerza que m antiene a éstos últimos dentro de su legítima justificación p o r el contacto con su origen trascendente. 9. Las Revelaciones son adaptadas a las gentes a quienes fueron enviadas y de acuerdo con las circucnstancias que prevalecen en el tiempo de su aparición. “Dios ha enviado a cada pueblo un Mensajero que habla su propia lengua” (Corán, XIV, 4). 10. El Islam es una civilización que procede de una revelación divina. Es una religión, por su doctrina y método, y forma u n a tradición específica con sus ventajas y limitaciones particulares, su propio genio, su propio p u n to de vista y sus propias artes y ciencias. Es completa en sí misma y ofrece todas las respuestas a las dem andas hum anas sobre el sentido de la existencia. 11. La diferencia fundamental entre m u n d o m o d ern o y m u n d o tradicional es la Ausencia o Presencia - a u n q u e ahora

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se crea que sólo existe en la conciencia d e los sujetos cre y en ­ tes, lo q u e sin em bargo es suficiente p a ra darle u n a realidad fenomemológica e histórica in n e g ab le - de u n Principio tras­ c en d en te (Dios), de origen no h u m a n o y que p o r lo tanto so­ brepasa y n o rm a la m ente y las acciones de los creyentes. 12. La ausencia del Principio divino no lo anula (lo que sería imposible p o r su misma trascendencia; la “m u e rte de Dios” sólo p u e d e o c u rrir en la conciencia del sujeto h u m an o) pero lo cambia de divino a h u m an o . Nadie (nin gu na civili­ zación) p u e d e vivir sin principios. Los principios h u m a n o s son relativos, de cierta eficacia pero temporales. El m u n d o tradicional vive de acuerdo con u n a Verdad revelada, de ca­ racter absoluto. 13. Las civilizaciones antiguas fueron todas tradicionales. El corte histórico de la m o d e rn id ad en Occidente fue algo nuevo, único e irreversible. A los orientales, que n u n ca p r o ­ d u je ro n la m o d ern id ad , se les ha venido im p on iend o desde hace a p ro x im a d a m e n te dos siglos. Hoy, dos m entalidades conviven en el Oriente: la tradicional de la mayoría de la p o ­ blación y de sus élites ortodoxas y la m o d e rn a de las élites gobernantes, en su m ayor parte occidentalizadas, obligadas o no, p o r el impacto de la superioridad en térm inos materiales y de p o d e r del occidente m oderno. 14. Desde el p u n to de vista tradicional, u n a civilización cum ple su máxim a efectividad p o r la form a en que ofrece posibilidades para el desarrollo espiritual d e sus m iem bros o los apoya en el camino a la liberación o salvación. Este es el criterio d e base, su valor su p re m o y finalmente el único d eterm in an te. La estabilidad institucional o el confort individual, a u n q u e no sin valor, son secundarios. El llamado “e stá n d a r de vida”, en el sentido m o d e rn o de la palabra, no se lo considera en un plano prioritario y para el último y definitivo criterio no cuenta. Lo que no quiere decir que los bienes, la riqueza y el placer no sean considerados como tales.

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U na cosa es evidente: la civilización m o d ern a está construida sobre esa concepción distinta en que el estándar de vida ha venido a re p re se n ta r el único criterio que se toma seriamente. Todo lo demás, la Tradición, la religión, la salvación, se subord ina a ese pun to de vista. Trasladar, es obvio, ese criterio de valor a las otras civilizaciones del pasado y actuales, es un error. 15. El pu n to de vista m o d ern o es un p u n to de vista profano hacia todas las cosas; el tradicional, p o r el contrario, sólo p u e d e constituirse d en tro de un punto de vista sagrado y simbólico. 16. Los dos puntos de vista sitúan la realidad última de las cosas en dos polos opuestos: la Materia y el Espíritu, la Forma y la Sustancia. Consecuentem ente, estos polos se encuentran en conflicto en todos los campos del pensamiento y la acción. 17. La historia del m u n d o , desde la concepción tradicio­ nal, tiene un comienzo y un final divinos. La historia, pues, es cíclica. La v erd ad era historia, la metahistoria, no es la historia h u m an a. C ontrariam ente, desde el punto de vista profano, la historia es considerada como indefinida, sin comienzo ni fin, como una ilimitada matriz llena de sucesos y cosas que varían pero siem pre de importancia relativa, y en la que no se p u ed e e n co n tra r ningún lugar para las nociones de Creación, Ma­ nifestación, Revelación o Juicio. Mientras que en el p rim er caso, la realidad del m u n d o es contingente (sin negarle todo su valor relativo) con respecto a la realidad su p erio r de un Creador, un Preservador o un Juez, en el segundo, sólo el tiempo, el espacio y sus contenidos son reales y todo lo demás, incluyendo las concepciones religiosas y espirituales, son con­ jeturas. En el p rim er caso existe una verdad absoluta, sea de m a n era religiosa o metafísica, y sólo ciertas aplicaciones de ella son asunto de opinión; en el segundo caso, toda verdad es relativa e histórica (historicismo) y no existe n ad a excepto lo que p u e d e ser observado y medido, o racional y lógica4

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m en te dem ostrado, lo que no es m ateria de opinión, con la implicación de u n a libertad individual de creencia y de p e n ­ samiento. En el p rim e r caso, un hom bre, en tanto piensa en un m ayor o m e n o r grado, sigue su tradición, se atiene a u n a sabiduría que se postula como la fuente divinam ente conec­ tada con su tradición; en el segundo caso, todo h o m b re debe p e n sar p o r sí mismo, al menos hasta que decida permitirles a otros ho m b res pensar p o r él, ya que considera no h a b er guía más confiable que lo que procede de la actividad del cerebro h u m a n o , a pesar del hecho de que el resultado de tal activi­ dad, en la forma de las opiniones de los filósofos, científicos o expertos que se aceptan como autoridades, sea tan variada y conflictiva. 18. Tradicionalmente, la historia de la h u m a n id ad es la historia de un descenso de un estado edénico acom pañado con la posibilidad de un re-ascenso; m o d ern am en te, es la historia de un progreso desde un estado primitivo o atrasado hacia u n o avanzado (materialmente, p o r supuesto). 19. Tradicionalmente, el h o m b re es un instrum ento en las m anos de Dios; desde el p u n to de vista m o d ern o , él es un ser in d e p en d ie n te con el control de su propio destino. De esta m anera, él se coloca en el lugar de Dios, tanto como o r d e n a d o r de su propia vida como alguien a quien se le debe todo servicio. La tradición ve las m anos de Dios en todo; la m o d e rn id a d no ve n ad a sino fuerzas ciegas, que llama naturales. 20. En u n m u n d o tradicional, d o n d e se acepta la existen­ cia del mal, no se intenta n in g u n a clase de perfeccionismo terrestre; el m u n d o m o d ern o , que p re te n d e que el h o m b re es b u e n o de origen o p u e d e serlo educativa y socialmente, trata de ig n o rar el mal, y con su intento de perfeccionismo deja las p uertas abiertas a los males más grandes, pues cierra la posibilidad de conquistar lo que la Tradición llama los más gran des bienes.

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21. Desde el p u n to de vista tradicional la civilización m o ­ d e r n a es una civilización desviada. Por su parte, la civili­ zación m o d e rn a considera a las tradicionales como d e c a d e n ­ tes. Desde cierta perspectiva, todo el m u n d o tradicional, la religión misma, la misma espiritualidad, han en trad o en d e ­ cadencia con la aparición del m u n d o m o d ern o y p o rq u e ello c o rre sp o n d e a u n a etapa del ciclo y signos del T iem po. Pero la decadencia es un debilitamiento, un p érdida de p o d e r y efi­ cacia; la desviación, p o r el contrario, es un alejamiento irre ­ versible del Principio y un desperdicio del poder. Podemos considerar a estos dos procesos, si se m antienen en sí mismos, como todavía ineficaces, pues representan una negación p a ­ siva frente a la Tradición, y p u e d e n llevar a cualquier parte o a ninguna. Sin embargo, la desviación en trañ a un grave p e ­ ligro, del que no ha podido sustraerse, pues abre la p uerta a la perversión, lo que constituye un abuso de p o d e r y una negación activa de la misma existencia, volviéndose anti­ tradicional. La decadencia conserva una cierta protección al p e rm a n e c e r todavía unida al Principio; es decir, existen p o ­ sibilidades de resurgim iento que se pierden en los casos de desviación. 22. Al no h a b er ya en el m u n d o m o d e rn o ninguna instancia superior al hom bre, éste se mueve en un camino de libertad obligada y anárquica, de p o d e r (sobre la naturaleza y los dem ás hombres), de competencia científica y tecnológica, creando necesidades irreversibles, p o r el dominio del Planeta, sin n in g u n a causa o justificación que su propia ambición desordenada. No está ubicado, ha perdido el conocimiento de la centralidad, no sabe qué papel le corresponde d en tro del Todo de la Creación. 23. Según la Tradición sería un error, una grave caída, hacer desaparecer, consciente o inconscientemente, a las sociedades tradicionales — lo que equivale a integrarlas al m u n d o m o d ern o — , pues perderem os todo contacto con el 183

Cielo. Sólo quienes todavía lo tienen nos p u e d e n ayudar. Sin él la h u m a n id a d seguría p o r un camino descendente, sin dirección, sin referencias, sin posibilidad de restablecer el equilibrio necesario al final de un ciclo, sin posibilidad de verificar, rectificar o contrastar los em p eñ o s hum anos dejados al libre arbitrio. 24. Entre la civilización occidental m o d e rn a y las civiliza­ ciones d e origen tradicional no hay nada más que r u p t u r a y alejamiento. Sólo en tre civilizaciones de origen tradicional p u e d e h aber un v erd ad ero diálogo en base al respeto de dife­ rencias y en cu en tro planetario futuro en u n a Unidad trascen­ dente. Sólo entre sostenedores de valores superiores, espiri­ tuales y no materiales, p u e d e n h aber un diálogo ecuménico y u n a v erd ad era comparación. 25. El Islam, es, pues, u n a civilización tradicional: así se considera. Nadie q u e no tom e en cuenta esto p u e d e e n te n d e r qué es el Islam ni c o m p re n d e r todas sus dimensiones, potencialidades y perspectivas. Las opiniones que lo ignoran son sólo proyecciones equivocadas de sus puntos de vista occidentales m odernos. 26. U na cosa es que sea un hecho que el m u n d o vaya en tal o cual dirección, y otra distinta que lo consideremos lo m ejor y lo aceptemos. 6

III Mientras el occidente m o d e rn o se enfrenta a su p ro p ia crisis moral e intelectual, producto de su propio desarrollo, los 184

países orientales, m odernizados a medias, se enfrentan con el dilema de rescatar su identidad a través de un retorno a sus propias raíces y rechazar la m odernidad que la destruye, o aceptar esta última y a b a n d o n a r su tradición. Los efectos d e la m o d ern id ad en los países islámicos son de u n a gravedad q u e difícilmente podem os e n te n d e r la mayoría de los occidentales. En Occidente, la filosofía m od erna secularista que acom paña a los desarrollos de la ciencia y la tecnología, fue asimilada p o r completo y considerada p arte integrante de su estructura mental. Las ideas del liberalismo, d e igualdad y progreso, de separación de Iglesia y Estado, de creencias religiosas y vida civil; la separa­ ción y secularización de todas las áreas d e conocimiento, las ideas filosóficas como invenciones particulares y propuestas como “sistemas de vida”, las ideologías políticas surgidas del proceso secularizador de antiguas teologías, todas forman parte de la mentalidad m o d e rn a que desde hace un buen tiem po ha sido cuestionada y puesta en crisis. Occidente -c ó m o podem os hoy olvidarlo- vive ya la época más aguda de su nihilismo, de su devaluación de los valores supremos. Etapa de escepticismo, de incredulidad y desesperanza por u n a desesperada autocrítica que conduce cada vez más al a h o n d am ie n to de ese sin sentido de una vida cada día más anodina y a la imposibilidad de d a r marcha atrás y re c u p e ra r lo perdido. Vida cambiante y acelerada que se diluye en la conquista de bienes y placeres materiales, tan efímeros como los éxitos de moda, y cuyos frágiles y relativos valores nada im portan, po rqu e son constantem ente sustituidos. La democracia m anipulada y el libre mercado, el librepensam iento y el American way o f life, las ideas y las hechos mismos del fracaso de la mentalidad m o d ern a quieren im ponerse, paradójicam ente, sobre el resto del m u n d o como los únicos y mejores valores a seguir. Pero Occidente no tiene ya n in g ú n valor moral, político, social, filosófico, cultural o

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religioso que exportar. Tal vez sólo el rescatar las verdaderas propuestas - q u e las hubo y todavía h a y - de nuestra tradición, de rescatar la co rd u ra y no abandonar, con los recursos que tenemos, las buenas intenciones d e un p ro fu n d o cambio. La civilización de Occidente está desde hace tiempo en bancarrota. No conduce a n in g u n a parte. No ofrece n in g u n a esperanza. Lo que queda vivo, p o rq u e ha adquirido vida p o r sí mismo, es el desarrollo tecnológico y científico que se ha creado, con sus economías concomitantes, que dan p o d e r y confort material a quien lo posee, y ha dem o strad o ser un v e rd a d e ro peligro de destrucción en las m anos del hom bre. N ada más. Todas las naciones del m u n d o conviven hoy en el orga­ nismo de las Naciones Unidas. U na unidad de pluralidades. Pero todos sabemos que esta unidad (establecida y no n a ­ tural) es resultado de u n criterio occidental que sustentan las potencias del llamado p rim e r m u ndo. La unidad se basa - p o r las necesidades actuales de interrelación- en un su­ puesto d e re c h o internacional que regula las relaciones políti­ cas y económicas de los pueblos d en tro de las ideas de justicia y libertad occidentales m odernas. Se respetan supuestam ente las tradiciones y culturas particulares, como cosa aparte, de folklor ( U N E S C O ) . Pero en las bases de dichas norm as existe el criterio de separación m o d e rn a de los valores de vida cul­ tural, social y religiosa (relegando estos últimos a la concien­ cia individual) y la supuesta organización occidental pública y política que se p re te n d e necesaria para convivir. Sin e m ­ bargo, este tipo de criterios no co rrespo nden a los de otras civilizaciones, d o n d e su cultura general difícilmente p u e d e separarse de su cosmovisión religiosa del m u n d o . Su forma de vida se p ro d u ce en u n a totalidad de principios diferentes. Esto ha planteado muchos problemas a los países o rie n ­ tales en su integración a la modernización occidental pla­ netaria. Para ellos, dicha integración ha venido a significar

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la aceptación de los valores y forma d e vida occidentales y, consecuentem ente, el rechazo de los suyos. La modernización, como lo dijo hace ya tiem po Ham ilton Gibb, significa occidentalización. 7 La diferencia, para p o n e r un caso, con América Latina, es que hoy debem os luchar d en tro de lo que ya esta­ mos p ara lograr un respetuoso lugar; sólo estamos (por p a r ­ ticularidades especiales d en tro del todo occidental) atrasados en la producción y continuación de esos valores occidentales, lo que no quiere decir, obviamente, que no tengamos u n a es­ pecial identidad cultural, que no debemos p e r d e r . 8 Pero los orientales tienen que to m a r esos valores de principio y en con­ tra de los que tienen. En ellos ocurre un verdadero choque de culturas y tradiciones. Si son p o r completo diferentes, ¿por qué habrían de tomarlos? Tal vez po rqu e ya no parece exis­ tir otra posibilidad en este m undo. Occidente se ha impuesto, ha vencido. Pero, ante la situación occidental antes descrita, q u ed a la pregunta: ¿cuál es el criterio para decidir que una tradición o anti-tradición es mejor? La verdad es que, en el curso de la historia, no se es consciente, todo sucede. Hay e x ­ plicaciones que sólo p u e d e n estar en un nivel cósmico. Ello no quita, con todo, que si ahora se sabe que hay algo equivocado tengam os necesariamente que consentirlo. cEn qué resulta difícil la integración de los países islámicos al m onopolio occidental? En pocos y precisas palabras, es como pedirle a alguien que cambie su m anera de ser, de creer y vivir, p o r otras. Podemos aceptar que todo cambia en este m u n d o d e la manifestación en el tiempo, pero los cambios d en tro de u n a tradición son normales y de n in g u n a m a n e ra p u e d e n ser iguales al cambio hacia afuera de la tradición. Esto último, que es prácticamente de esencia, no deja de cuestionar su sentido: ¿para qué? ca cambio de qué? También es cierto que todo p u e d e cambiar, pero ello requ iere su tiempo y es cuestión de educación y generaciones, y en ocasiones se cambia inconsciente u obligadamente.

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La conversión de m usulm anes a la m o d e rn id a d liberal o socialista ha crecido desde el siglo pasado a través de la introducción de la educación m o d e rn a occidental y p o r los mismos m usulm anes que han estudiado en Occidente para ap ro p iarse de los nuevos conocimientos y técnicas científicos. 9 Las élites burguesas y las gobernantes se han occidentalizado en su m ayor parte. Esto no es u n tipo de conversión religiosa (lo que en el Islam sería apostasia, y ha o cu rrid o en un m ínom o grado en su historia), es un tipo de conversión que supuestam ente no toca la religión - y desde un p u n to d e vista no debiera tocarla-, las creencias vitales, p e ro digo supuestam ente, p o rq u e en el fondo es algo más peligroso que la conversión a otro credo. Esta conversión conduce, más sutilmente de lo que se piensa, al ateísmo, al secularismo de la vida, y m ina toda creencia en lo trascendente, cosa contraria para un m usulm án. 10 Muchos en el Islam son ya agnósticos y educan a sus hijos en la m a n e ra de pensar occidental. Pero muchos, la gran mayoría de la población, sigue viviendo plenam ente su tradición (con ciertas contaminaciones inevitables de la vida actual influida p o r el tiempo en que se vive: la ciencia, los productos del comercio y la tecnología occidentales que invaden todo). Hay, desde fines del siglo XIX, es im portante saberlo, dos poblaciones de m usulm anes conviviendo. 11 Es p o r ello tam bién im portante saber, cuando se habla, lee o escucha, a un árabe, iraní, turco, indio o chino, si es occidentalizado o tradicional. Esto cambia todas las cosas. Hay ' una com prensión diferente del m undo. Q uienes en Occidente no se han dado cuenta del estado de vida en que se en cu e n tran desde que se asumió la m o d e rn id a d , desconocen un corte fundam ental (el mayor) en la historia d e la h u m a n id ad . Inm ersos en ella es imposible detectar su v e rd a d era esencia que se co ntrapo ne a todo lo anterior. Y es difícil p o rq u e toda nueva forma que

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aparece, una vez que ocurrió el desarraigo, no sólo la aceptamos, sino que la exaltamos, considerándola la mejor, la útlima, la única, al m enos m om entáneam ente. 12 Sólo los pueblos que hasta el m om ento viven u n a auténtica vida tradicional podrían m ostrarnos la diferencia. Porque nuestra historia del pasado es digerida y dirigida desde la m entalidad m o d e rn a . Sim plem ente estamos incapacitados p ara cuestionarla. Hoy estamos en vías de hacer desaparecer todo vestigio de forma tradicional en el Planeta. Pronto tal vez nadie sabrá qué significa la Tradición (con mayúsculas) y las formas d e vida tradicional. Acaso los occidentales m odernos tengamos la posibilidad de secretar el antídoto del mismo veneno que hemos creado. Pero los pueblos tradicionales, el Islam en este caso, dificil­ m ente lo p o d rían hacer, p orque el veneno les llega de afuera y las premisas de esa ideología le son extrañas. Es p o r esto p o r lo que digo que la secularización que en trañ a la m entali­ dad m o d e rn a de progreso y desarrollo es un peligro mucho m ayor y como nunca antes se dio para el Islam. El Islam se en cu en tra ante la disyuntiva de m odernizarse y dejar de ser Islam o seguir siendo Islam y rechazar la m od ern id ad , con todo lo que esto implica, su p on iend o que fuese posible en este m u n d o internacionalizado y cuya dirección la determ ina el mismo occidente m oderno. El resurgimiento del fundam entalismo o integrismo (por lo alto y p o r lo bajo) no es más que una expresión de esta conciencia de posible pérdida. Porque después de tres o cuatro generaciones de impacto occidental, sólo hasta hace poco se ha venido revelando el verdadero p e ­ ligro y la am enaza que para la civilización islámica acarrea la filosofía m odernista secular de Occidente. U n testimonio d i­ recto y revelador nos p u e d e ay u d ar a c o m p re n d e r m ucho de lo que he venido diciendo. U na persona m usulm ana de J o r ­ dania, árabe sunita, se expresaba, d u ra n te u n a entrevista, de la siguiente m anera:

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C om o vivo e n mi tiem p o y h e recibido una educación occidental, el p ro g re so n o m e parece posible m ás q u e fuera d e la tradición. En J o rd a n ia som os n u m e ro so s los q u e pensam os así, in te n ta n d o síntesis imposibles. C om o todos nuestros h e rm a n o s árabes y m u su lm an es del m u n d o c u a n d o se p o n e n a pensar, vivimos u n d ra m a atroz. ¿Es posible n o m a ta r a Dios, in te n ta n d o aislar a la religión d e u n sistema social c o n d e n a d o p o r el p ro g re so técnico y científico? En n u e stro Islam , la religión y la sociedad están co n fu n d id as, u n a y otra n o existen m ás q u e p o r la u n ió n in sep arab le d e las dos. ¿Es posible m o d e rn iz a rn o s sin co n d en a rn o s?

Publicadas en 1960, en Le Figaro 13, de Francia, el co nte­ nido d e estas palabras probablem ente se habrá agravado y generalizado. Por lo pronto, resultaría inaceptable la unilateralidad y uniform idad planetaria p o r una civilización a costa de todas las otras. No creemos, ni sería deseable, que el Islam, como fuente espiritual de vida, desaparezca.

IV Hace cuarenta años, en la prim avera de 1951, el destacado orientalista inglés, Sir Hamilton A. R. Gibb I4, dio u n a conferencia en la Universidad de París sobre “La reacción en el Medio O rien te contra la cultura occidental”. El tema ya entonces p reo cu p ab a a los orientalistas y todavía hoy, los planteam ientos de Gibb, p u e d e n ayudarnos a e n te n d e r los problem as de la civilización islámica. En esta conferencia, 15 Gibb nos aclara que sería u n e rr o r considerar que el conflicto a q u e se en frenta la civilización islámica ante el impacto de la cultura occidental es igual al que se dio en la Edad Media e n tre la cultura árabe y las culturas persa y griega.

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La situación es p o r completo diferente p o r la calidad de las influencias. Una lista de las más im portantes y que han incidido irreversiblemente en las antiguas instituciones de la sociedad m usulm ana nos lo p u e d e hacer ver con claridad. Gibb e n u m e ra tres grandes áreas con sus respectivas subdivisiones: Asuntos económicos. 1) En la ag ricu ltu ra, ha hab id o u na especialización e n técnicas industriales y u n a u m e n to d e irrigación p e rm a n e n te ; 2) en la in d u stria, se h a n in tro d u cid o técnicas m o d ern as y hay u n ap o y o estatal p a ra nuevas industrias m an u factu reras; 3) e n tran sp o rtes y com unicaciones u n considerable cam bio, y 4) com o consecuencia del d esarro llo d e recursos petroleros, la inm ediata disponibilidad d e considerables réditos y, al m ism o tiem po, d e una fu tu ra solución a los p ro b lem as d e p o d e r p re p a ra rs e para u n a industria pesada. Asuntos sociales. 1) En la esfera del o rd e n público, la reorganización d e las fuerzas a rm ad as e introducción d e nuevas disciplinas y técnicas militares; ad em ás, la reform a d e la policía; 2) en la esfera d e la adm inistración d e justicia, la in tro d u cció n d e códigos legales occidentales y d e cortes d e leyes y p ro ced im ien to s legales copiados d e m odelos occidentales; la creación d e b arras d e abogados profesionales; la d eterm in ació n del d e re c h o d el E stado para hacer leyes; 3) e n educación, la idea d e u n sistem a d e educación pública m a n te n id o p o r el E stado y sujeto a su control; la creación d e escuelas prim arias, secundarias y universidades d e estilo occidental; la ad o p ció n d e la educación p rim aria obligatoria p a ra todos los niños, h o m b res y m ujeres igualm ente; 4) en organización social, el reem p lazo d e las antiguas corporaciones a las q u e pertenecía la an tig u a población d e pueblos, adeas y regiones, p o r el concepto occidental d e individualism o; el relajam iento d e tradiciones sociales y familiares; la libertad q u e las m ujeres y los jó v en es d e am bos sexos co m en zaro n a a d q u irir en la vida económ ica y social y en d e m a n d a s en la vida política; 5) en relación a la población en general, el ráp id o , co n tin u o y a u n excesivo in crem en to en las tasas d e nacim iento, favorecido p o r la organización d e servicios d e salud pública, con su a u m e n to d e prácticas d e higiene y precauciones contra epidem ias fatales, ha te n id o resu ltad o s d e sobrepoblación (especialm ente en Egipto d o n d e el n ú m e ro d e habitantes se duplica cada quince años); m ovilidad y d en sid ad e n co n stan te a u m e n to en g ra n d e s pueblos y el a h o n d a m ie n to d e la discrepancia q u e siem p re ha existido e n tre la ciudad y el cam po; adem ás, el caso especial p re se n ta d o p o r la acum ulación d e u n g ra n n ú m e ro d e trab ajad o res en ciudades d o n d e existe industria pesada y el im pulso

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d a d o a la creación d e sindicatos o g rem io s d e obreros; 6) la creación d e p ro fesio n es burguesas; so b re to d o el p erio d ism o , cuya influencia y re n d im ie n to s es alg u n as veces e x a g e ra d a p o r aquellos q u e d esco n o cen los p o d e re s intrínsecos d e resistencia d e la g e n te o rien tal, p e r o q u e in c o n tro v e rtib le m e n te ha e n sa n c h a d o la perspectiva social g en eral; 7) las recreaciones, d e p o rte s y en trete n im ie n to s: foot ball, el m o v im ien to scout, radio, y so b re to d o el cine, q u e ha p ro b a d o ser u n a d e las m ás e x te n d id a s d e todas las influencias occidentales. Asuntos políticos 1) La a d o p c ió n d e form as d e m aq u in aria constitucional q u e se d e sa rro lla ro n e n E u ro p a occidental bajo la p re sió n d e la filosofía rev o lu cio n aria liberal y francesa, y d e otros conceptos o rig in ad o s en las m ism as fuentes, especialm ente la idea d e q u e todos los c iu d a d a n o s tien en igual p a r te e n d erech o s y d eb eres, sin to m a r en cu en ta sus c o m u n id a d e s y creencias religiosas, y d e su ig u ald ad a n te la ley; 2) el nacionalism o, esto es, el co n cep to d e u n e sta d o nación so b eran o e in d e p e n d ie n te q u e d isfru ta d e absoluta su p rem acía d e n tr o d e fro n teras lim itadas, y q u e reclam a a u to rid a d sobre todos sus h ab itan tes co m o u n d e re c h o . 16

Obvio p o d ría resultar, desde la perspectiva occidental, que todo ello es un bien, un “ad elanto”. Lo que se sustituyó o subsanó, como p u e d e d esp ren d erse de lo e n u m e r a d o p o r Gibb, era u n mal, un “atraso”. Es difícil ah o ra que se nos o cu rra p e n sa r que lo sustituido p u d ie ra te n e r alguna virtud, algún valor positivo p o r sí mismo y d e n tro de la tradición en cuestión. Eso lo estamos p e rd ie n d o tal vez para siempre, y ni Gibb ni m uchos otros orientalistas se lo plantean. Se intuye, se sabe, p ero es algo del pasado. El cambio “hacia lo m e jo r” tiene que seguir su curso. ¿Quién desearía quedarse en formas de vida anticuadas, en la “p o breza”, en el “atraso m aterial”, en lo insano e “indecoroso”, en ideas contrarias al b u e n desarrollo y al “p ro g r e s o ” histórico que se ha im puesto ah o ra en nuestra h u m a n id a d ? Con los años, la influencia ha au m en tad o , p ero tam bién ha crecido la reacción, p o rq u e Gibb nos recu erd a que después de los prim eros impactos deslum brantes de desarrollo material de Occidente, vino la g ran ban carro ta moral y social (dos g uerras mundiales, totalitarismos) del siglo XX y con ello desilusión y conciencia.

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Las cosas, desde luego, no son simples y tienen más de u n a causa. La lista de Gibb nos m uestra que esas influencias, a diferencia de encuentros culturales anteriores, d o n d e p u d o h aber afinidad espiritual e intelectual, acarrearon una completa revolución social. Gibb nos hace ver que la introducción (en parte impuesta, pero también solicitada) de nuevas instituciones económicas, sociales y políticas, no p u d o dejar de ten er implicaciones en las ideas, las actitudes y los valores. ¿Hasta qué p u n to las influencias culturales, en sentido estricto, esto es, ideas filosóficas, literarias y estéticas del Occidente han penetrado igualmente? A unque no es fácil distinguir entre las ideas y sus manifestaciones, separar dichas influencias con precisión y distinguir entre aquellas que son materiales y las que son culturales, no obstante, nos dice Gibb, sería casi imposible creer en la eficacia de instituciones basadas en valores positivos -leyes civiles y constitucionales, servicios de salud pública- sin una simultánea y más o menos transferencia visible de las ideas culturales que las justifican y las confirman. Vemos así que surgió un cuerpo de firmes y convencidos adherentes de los valores occidentales entre las clases burguesas y profesionales educadas, el cual se fue reforzando p o r periodos de residencia y estudios en países occidentales. Un caso extrem o de partidismo (o claudicación) extranjerizante es el ejemplo que Gibb nos cita del Dr. Taha Husain (Pasha) de Egipto, al menos en su prim era época, quien abiertam ente dijo que si su país deseaba crear un camino independ iente de vida en el m u n d o m oderno, la única forma era “com partir la civilización occidental en sus buenos aspectos y en sus malores, en lo que nos gusta y en lo que no nos gusta”. Pero este tipo de actitudes era impensable para la gran mayoría, las grandes masas que no han p erd id o su identidad, sus raíces m usulm anas y que, por supuesto, no se han occidentalizado, y que piensan, además, que sería m ejor seguir viviendo en su propia civilización, con

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sus propios bienes y males que con los ajenos. Un ejemplo contrario a esa postura de Taha Husain, y antecedente en este siglo de los actuales integrismos islámicos, lo rep resen tó el movimiento de la “H e rm a n d a d m u su lm a n a ” (Ikhwan a lMiislimin), que en el mismo Egipto surgió p o r inspiración p o p u la r y cuyo p ro g ra m a intentaba b a rre r con todas las influencias occidentales. Pero según Gibb, en ambas actitudes el principal problem a se pasa en silencio. T o m an d o en cuenta que la adquisición de las técnicas occidentales es necesariam ente inseparable de la adopción de la filosofía y la m entalidad m o d ern as que las sustenta, y si esta adopción contraría a la que se sustenta en la civilización islámica, el terrible dilema que se presenta es el de cómo o b ten er esos préstam os occidentales que parecen inneludibles y d e fe n d e r y p ro te g e r al mismo tiem po sus valores y sus tradiciones culturales, esto es, sin p e rd e r su propia identidad. “Después de tres cuartos de siglo”, escribía el intelectual m a rro q u í Abdallah Laroui en 1967 17, “los árabes se hacen la misma y única p reg u n ta : ¿quién es el otro y quién soy yo?”. El “o tro ”, evidentem ente, es el occidental. A nouar Abdel-Malek, el destacado sociólogo egipcio, se p reg u n ta b a también, en 1970: “¿Cómo hacer para continuar siendo u n o mismo en un m u n d o d o m in a d o p o r el “o tro ”?” 18 H am ilton Gibb, p o r su parte, afirmaba categóricamente: “si dicha sociedad falla en esa tarea, está p e rd id a como sociedad m u su lm a n a ”. Es un hecho que hoy es imposible, como lo p rete n d ía la “H e rm a n d a d m u s u lm a n a ”, b a rre r con todas las aportaciones ' occidentales; la vida pública entera y una b u e n a p arte de la vida económica están e n g ran ad as al sistema occidental. Individual, p ero a la vez socialmente, entonces, la cuestión es esta: “¿Cómo, en un m u n d o en que la tecnología hace progresos a un ritm o sin precedentes, d o n d e la industria es organizada en u n a vasta escala, p u e d e n los valores sociales y los ideales culturales del Islam ser reafirm ados en tal 194

forma que reconstruyan una sociedad estable dotada con un vigoroso y hom ogéneo o rd e n social capaz de ju g a r un papel activo v constructivo?” 19 Tal vez hoy, la oposición y la tarea, resultan más d ram áti­ cas. Con el “nuevo o rd en internacional” se forzará a todas las naciones, no sólo islámicas, a acabar de integrarse a la occidentalización m oderna. Pero las mentalidades, las formas de ser y concebir el m u ndo, son distintas. De hecho incom par­ tibles. Sólo e n tre Valores se p u e d e establecer una auténtica relación y es difícil que las bases constitutivas de la m entali­ dad accidental m o d e rn a entren en relación con algo tan dife­ rente como el pensam iento tradicional del Islam. Gibb no es­ peraba que la solución se completara en un espacio de tiempo corto. Hablaba de las nuevas generaciones de líderes, surgi­ das de estratos de la población que había perm anecido m u ­ sulmana, que p u d ie ra n m an ten er sus vínculos con la vieja cultura islámica, y que serían capaces de percibir y e n te n ­ d e r los valores latentes en la civilización occidental, y llegar a engarzarlos, en términos concretos, con el avasallador p r o ­ blema de los pueblos árabes. “Es de esta m anera, y sólo de esta m a n e ra ”, concluye Gibb, “que el pensamiento m usulm án será capaz de restablecer su posición en esta edad de revo­ lución tecnológica, e im poner sus propios valores sobre las nuevas instituciones de la vida social. Esto será realizado en un tiem po largo y apenas ha comenzado. Pero ha comenzado, y hasta que logre u n éxito completo no habrá solución para los problem as sociales y culturales del m u n d o árabe.” Sólo desearíamos agregar al Sr. Gibb que la tarea no sólo es del m u n d o árabe. Es el “otro” de los m usulm anes el que también está e n ju e g o , el que debiera reconsiderar su posición de intervención y ser capaz de dejar libre curso a la volun­ tad de los otros de autodeterm inarse. J

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V Sostener un p u n to de vista tradicional no implica rechazar sin más los signos de los tiempos. Hay el nivel de los hechos y el de la inteligencia. Hay que inteligir siem pre los hechos, interpretarlos. Pero la vida en la com prensión intelectual p u e d e al mismo tiem po rechazar y vivir los hechos. Todo d e p e n d e del nivel del ser del individuo. Se en tra n a tu ra lm e n te en u n a élite. Pero, ¿puede el m usulm án, como pueblo, seguir viviendo en este m u n d o en el que es imposible p e rm a n e c e r aislado y ajeno a la m o d e rn id a d so p en a de desaparecer? U na de las grandes inteligencias de origen y convicción m u su lm an a y, más aún, tradicional, Seyyed Hossein Nasr, p r o p o n e arm onizarse sin p e r d e r la esencia, que sería p erd erlo todo. C onocedor de los dos m undos, la tradición oriental y el occidente m o d ern o , Nasr nos ha p ro p o rcio n ad o en más de una veintena d e libros, las claves para c o m p re n d e r con generosidad y acierto lo que realm ente ocurre, colocando las verdaderas e insustituibles aportaciones de la civilización islámica en su justo valor y ante la perspectiva histórica general. Sus valiosas contribuciones, sus valiosos estudios, nos esclarecen las fáciles confusiones que hoy se dan. La actitud del Islam desde el p u n to de vista tradicional, podem os decirlo con Nasr, no cede - n i d e b e - ante la m o d ern id ad ni claudica ante lo que tiene d e esencial y verdadero. Pero, como toda civilización, el Islam tiene u n a dimensión en el tiem po y es en éste que sufre su inevitable deterioro y cambio. No es p arte de la inteligencia el no verlo. Sin embargo, el Islam distingue entre Principios inmutables y cuestiones de caracter secundario que p u e d e n adaptarse a los tiempos. C am biar es inevitable, lo q u e p u e d e ser evitable es p erecer con y el cambio, si se conservan los Principios que son inmutables.

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Digamos que sólo es posible partir de la intención, b u e n a y correcta, pues más allá de esto, inquirir p o r la posible realidad de los actos, es e n tra r en el terreno de la metahistoria o la escatología. Nasr nos aclara que en contextos diferentes hay diferentes significados p ara las ideas, sobre todo cuando se trata de ci­ vilizaciones distintas. Este es el caso de conceptos tales como “religión”, “secularismo”, “libertad’, “ley social y personal”, y “educación”, en un m u n d o tradicional y de acuerdo con sus principios fundamentales. Si no com prendem os estas di­ ferencias, difícilmente podrem os e n te n d e r la historia y la si­ tuación actual del Islam; difícilmente, también, podríam os in­ te n ta r c o m p re n d e r los problemas que se suscitan a raíz de la occidentalización planetaria. 2

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