Archidiócesis de Valencia. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. El tiempo del cumplimiento

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A r c h i d i ó c e s i s d e Va l e n c i a

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

El tiempo del cumplimiento

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros El tiempo del cumplimiento

ARCHIDIÓCESIS DE VALENCIA

© Arzobispado de Valencia Edita: Arzobispado de Valencia Diseño y producción gráfica: Medianil Comunicación www.medianil.net Portada: Fra Angelico, La Anunciación, entre 1430-1432. Temple sobre tabla. 154 x 194 cm. Museo del Prado. Madrid, España.

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Carta del Arzobispo Celebración: Jesús, cumplimiento de las promesas Tema 7. María, la mujer que acoge y engendra la Palabra Tema 8. El nacimiento de Jesús Tema 9. Jesús nace para todos y le encuentran los que le buscan Tema 10. La vida oculta de Jesús Celebración: Jesucristo, nuestra salvación Propuesta de cantos

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

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Queridos hermanos y hermanas, “Bona gent”: Os presento este segundo volumen para los encuentros de nuestro Itinerario Diocesano de Renovación. Se trata de la continuación del anterior, “El tiempo de las promesas”, y que lleva por título “El tiempo del cumplimiento”. Si en la primera etapa nos acercábamos, desde el inicio, a la Historia de la Salvación, ahora lo haremos al momento culminante de esa historia del amor de Dios a los hombres. Empezaremos contemplando la figura de María, la mujer capaz de acoger y engendrar la Palabra como hombre. Os decía el día de la Inmaculada: “¡Qué hondura más extraordinaria se alcanza cuando uno contempla cómo Dios amó al mundo y le regaló a esta mujer perfecta! ¡Qué maravilla poder descubrir en María Inmaculada que la victoria sobre el mal está asegurada! ¡Qué esperanza trae a la existencia humana descubrir a través de María que, con la gracia de Dios, todos podemos ser santos!”. Nuestro Itinerario nos llevará, después, a contemplar el misterio del Nacimiento de Jesús. La Palabra eterna del Padre tomará nuestra carne, compartirá nuestra vida y nos hará hijos de Dios. Un nacimiento y un anuncio a los pastores que, a través del tiempo, no ha perdido actualidad. Quizá más que nunca, necesitemos vivir este nacimiento como un acontecimiento fundamental de nuestra vida, un acontecimiento que cambió radicalmente el modo de entender nuestra vida y la misma historia. Pero un nacimiento que está llamado a ser anunciado a “los pastores” y a cuantos viven “a la intemperie”, sin Dios.

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El Itinerario que estamos haciendo nos llevará a reconocer que Jesús nace para todos pero que hay que salir a buscarlo. La figura de los Magos, que el evangelio nos muestra cómo venidos de lejos, de Oriente, nos ayudará a reflexionar sobre nuestro camino de fe, sobre la universalidad de la salvación. Los magos, que volvieron a sus casas por otro camino, nos muestran como el encuentro con aquel niño “envuelto el pañales y acostado en un pesebre” cambió, definitivamente, el destino de sus vidas. Por último este ciclo, nos llevará al templo de Jerusalén en el que Jesús se ocupaba en “estar en las cosas del Padre”. La vida oculta de Jesús, nos muestra los rasgos peculiares de su identidad y vocación: ser Hijo de Dios y estar llamado a ocuparse de la misión que su Padre le tiene encomendada. Os animo a participar vivamente en los grupos del IDR, escuchar y contemplar con atención la Palabra de Dios en cada una de las sesiones, donde tenéis la oportunidad de vivir una experiencia de Iglesia, de reuniros para celebrar la Eucaristía cada domingo, de vivir con intensidad que somos hijos de Dios y que tenemos, en medio de este mundo, la misión, la tarea de anunciar y vivir el evangelio, Buena Noticia de salvación para todos. Con gran afecto os bendice

+Carlos, Arzobispo de Valencia El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

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Jesús, cumplimiento de las promesas “Cuando vino la plenitud de los tiempos” (Gál 4, 4)

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La presentación en el Templo. C. Procaccini. S.XVII. Óleo sobre lienzo. Museo del Prado, Madrid.

Jesús, cumplimiento de las promesas

Celebración de la Palabra Para preparar la celebración En un lugar destacado se coloca un atril para la Biblia, rodeado de flores y luces. Sólo están encendidas las luces del templo necesarias para poder ver y leer (el resto se encenderán en el Aleluya). En la procesión de entrada, uno de los fieles lleva en alto la Sagrada Escritura y la deposita en su lugar preparado. En su momento, quien va a proclamar la primera lectura tomará la Biblia y la llevará al ambón para que de ella se hagan las lecturas. Después del Evangelio se devuelve a su lugar de honor. Es importante crear un ambiente que favorezca la escucha y la oración, guardando un silencio sagrado antes y después de cada lectura y de la homilía. Los representantes de cada grupo llevarán escrita la frase con expresión de ofrenda que dirán en la “Oración de los fieles”.

Canto de entrada Saludo del celebrante El celebrante se signa junto con todos los presentes y saluda de la forma acostumbrada. Luego él mismo u otra persona dice la monición con estas o semejantes palabras: Muchos hermanos y hermanas nuestras están caminando juntos, siguiendo un Itinerario de renovación cristiana, para responder a la llamada de Jesús, que quiso que estuviesen con él, lo conociesen bien y así los pudiera enviar para anunciar a todos la Buena Noticia. Ahora, cuando hemos terminado la primera parte del Itinerario, hacemos memoria y recordamos todo lo que Dios ha hecho por nosotros desde la El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

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creación del mundo, preparando a los hombres para recibir al Salvador. Nosotros ahora respondemos a la llamada de Jesús y nos ponemos en presencia de su Palabra, escuchando con mucha atención lo que quiere decirnos, de forma muy personal, a cada uno de nosotros.

Oración Oremos, pidiendo a Dios que nos abra el corazón a su palabra y nos ilumine para comprenderla mejor: Habla, Señor, que tu siervo escucha. Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Hágase en mí según tu Palabra. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.

Monición a la primera lectura Dios nuestro Padre creó el mundo por medio de su Palabra y lo llenó de vida y bendición con su Espíritu Santo, pero el hombre fue orgulloso y desobediente, de modo que se apartó del hermoso plan de Dios y comenzó una historia de pecado y de muerte. Para volver al mundo la forma que Dios quería, prometió un Mesías salvador, que trajese al mundo de nuevo la esperanza y la unión con Dios de todos sus hijos en el Espíritu de amor. Esto es lo que oyeron los israelitas por boca de los profetas y es lo que vamos a escuchar nosotros ahora. 12

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Primera lectura Lectura del profeta Isaías 60, 1-2. 19-61, 1-3 Primer lector: ¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor y su gloria se verá sobre ti. Ya no será el sol tu luz de día, ni te alumbrará la claridad de la luna, será el Señor tu luz perpetua y tu Dios tu esplendor. Segundo lector: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza de nuestro Dios, para consolar a los afligidos, para dar a los afligidos de Sión una diadema en lugar de cenizas, perfume de fiesta en lugar de duelo, un vestido de fiesta en lugar de duelo, un vestido de alabanza en lugar de un espíritu abatido. Los llamarán “robles de justicia”, “plantación del Señor para mostrar su gloria”. Palabra de Dios. R/. Te alabamos, Señor.

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Monición al Salmo responsorial La primera señal de que el Mesías estaba a punto de llegar fue el nacimiento de Juan el Bautista, que tenía que preparar el camino del Señor. Cuando nació este niño, tan esperado y querido, su padre Zacarías entonó este cántico que nosotros vamos a decir también ahora, aclamando a Jesucristo, el Sol de justicia que viene de lo alto.

Canto responsorial. Lc 1, 68-79 V/. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo. R/. Bendito sea el Señor... Suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo; según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. R/. Bendito sea el Señor... Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza. R/. Bendito sea el Señor... Y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. R/. Bendito sea el Señor... 14

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Jesús, cumplimiento de las promesas

Monición a la segunda lectura El Hijo de Dios vino al mundo naciendo de la Virgen María, que había sido preparada por Dios, como una mujer nueva, libre de la historia de pecado que no dejaba a los hombres escuchar la Palabra divina con pureza de corazón. Ella respondió con total libertad y así su Hijo pudo hacernos también a todos nosotros hijos de Dios.

Segunda lectura Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 4, 1-7 Hermanos: Mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo siendo como es dueño de todo, sino que está bajo tutores y administradores hasta la fecha fijada por su padre. Lo mismo nosotros, cuando éramos menores de edad, estábamos esclavizados bajo los elementos del mundo. Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abba, Padre!”. Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios. Palabra de Dios. R/. Te alabamos, Señor.

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Monición al Evangelio Después de su nacimiento, Jesús fue recibido en el pueblo de Israel y fue presentado por José y María en el templo de Jerusalén. Allí fue acogido por un anciano piadoso que toda su vida había meditado en la Palabra de Dios y reconoció en aquel niño al que tenía que salvar el mundo. Lo mismo nosotros, ahora, cantamos el Aleluya y escuchamos la Buena Noticia que es el Evangelio, haciendo nuestras las palabras de agradecimiento del anciano Simeón. Nos ponemos de pie. (Se encienden las demás luces del templo)

Aleluya Tú eres la luz que ilumina a las naciones, Jesucristo. Tú eres la gloria de tu pueblo Israel.

Evangelio Lc 2, 21-22. 25-32 Celebrante u otro sacerdote o diácono: El Señor esté con vosotros. R/. Y con tu espíritu. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor.

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Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Palabra del Señor. R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

Homilía

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Plegaria de alabanza Celebrante: Nos ponemos de pie. Vamos a responder a la Palabra de Dios con una plegaria de alabanza y acción de gracias en la que haremos memoria de todo lo que Dios ha hecho a favor nuestro, y responderemos a cada momento de esta historia de salvación: Gloria a ti, Señor, porque nos amas. El mismo celebrante o uno o varios fieles dicen las intenciones a las que todos responden: R/. Gloria a ti, Señor, porque nos amas. Te damos gracias, Señor. Tú nos has creado para que vivamos para ti y nos amemos los unos a los otros. Tú quieres que nos miremos y dialoguemos como hermanos, de manera que podamos compartir las cosas buenas y también las difíciles. R/. Gloria a ti, Señor, porque nos amas. Muchas veces has ofrecido a los hombres tu amistad y por medio de los profetas nos has enseñado a esperar en tus promesas. Cuando llegó el tiempo, que tu pueblo había deseado tanto, nos mandaste a tu único Hijo como hermano mayor de nuestra familia, para que todos pudiéramos vivir como amigos tuyos. Cuando él vuelva al fin del mundo nos invitará a la fiesta de la vida en la felicidad de su casa. R/. Gloria a ti, Señor, porque nos amas. 18

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Jesús, cumplimiento de las promesas

Te damos gracias, Señor, porque en tu amor creaste el mundo y no abandonaste en el mal a los hombres que habían pecado, sino que viniste a su encuentro. Ahora nos has mandado a tu querido Hijo Jesús, como luz que resplandece en las tinieblas. Él era rico y se hizo pobre por nosotros, para que nosotros fuéramos ricos con su amor. Te damos gracias, Señor, porque haces cosas maravillosas para darnos a conocer lo bueno que eres. No sólo a los buenos sino también a los malos les concedes días repletos de flores, de frutos y de muchas cosas buenas, para que las admiremos y juntos gocemos de ellas. R/. Gloria a ti, Señor, porque nos amas. Señor, tú eres santo. Tú eres siempre bueno con nosotros y misericordioso con todos. Te damos gracias, sobre todo, por tu Hijo Jesucristo. Él quiso venir al mundo porque los hombres se habían separado de ti y no lograban entenderse. Él nos abrió los ojos para que veamos que todos somos hermanos y que tú eres el Padre de todos. Por eso, Padre, estamos contentos y te damos gracias. Nos unimos a todos los que creen en ti, y con los santos y los ángeles te cantamos con gozo:

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Canto del “Santo” Oración de los fieles Como signo de nuestra escucha de la Palabra de Dios, hemos alabado y dado gracias a Dios, y ahora expresamos la ofrenda de nuestras vidas con las frases que dirán los representantes de cada grupo y a la que responderemos todos: “Hágase en mí según tu Palabra”. Un representante de cada grupo del Itinerario se acerca al ambón u otro lugar apropiado y lee la frase a la que todos responden: R/.“Hágase en mí según tu Palabra”.

Bendición y despedida (De pie) Vamos a terminar esta celebración de la Palabra pidiendo la Bendición de Dios. El Señor esté con vosotros. R/. Y con tu espíritu. Inclinaos para recibir la bendición. El Señor, que os ha concedido escuchar su Palabra y responderle con la alabanza y el ofrecimiento de vuestras vidas, os acompañe en el camino de renovación que habéis emprendido. R/. Amén.

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Jesús, cumplimiento de las promesas

Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre  , Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. R/. Amén. Id y Anunciad a todos el Evangelio. Podéis ir en paz. R/. Demos gracias a Dios.

Canto final

Basílica de La Anunciación. Nazareth.

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Tema

María, la mujer que acoge y engendra la Palabra

“Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38)

Tema 7 María, la mujer que acoge y engendra la Palabra El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

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El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

Oración inicial Habla, Señor, que tu siervo escucha. Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Hágase en mí según tu Palabra.

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Tema

María, la mujer que acoge y engendra la Palabra

1. Escuchamos

Lectura del texto bíblico

En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando a su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se turbó grandemente antes estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible”. María contestó: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra”. Y el ángel se retiró. (Lc 1, 26-38)

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Breve análisis del texto, situación El Evangelio según san Lucas Es el tercero de los Evangelios, el más largo y también el mejor escrito, desde el punto de vista literario. Constituye la primera parte de una obra más amplia, que continúa en el libro de los Hechos de los Apóstoles. La tradición ha atribuido esta gran obra a san Lucas, médico y compañero de san Pablo (cf. Col 4, 14; Flm 24; 2Tim 4, 11). Se escribió en la década de los setenta o de los ochenta del siglo I; en cualquier caso, después de la destrucción de Jerusalén en el año setenta, ya que el autor muestra conocer este acontecimiento. Aunque este Evangelio sigue a grandes rasgos la estructura de Marcos y aprovecha sus materiales, comparte también otros materiales con Mateo y aporta otros nuevos, fruto de la investigación del autor sobre fuentes orales y escritas sobre la vida de Jesús, como nos lo hace notar en su Prólogo. Se preocupa por narrar los hechos tal como sucedieron, pero vistos desde una perspectiva teológica, que viene marcada por el plan salvador de Dios, la voluntad de Jesús y la acción del Espíritu Santo. Algunas características propias de este Evangelio: son su insistencia en la universalidad de la salvación, el acento sobre la misericordia y el perdón hacia los pecadores, el papel sobresaliente que ocupan las mujeres, y sobre todo el protagonismo de María la madre de Jesús, y el anuncio del protagonismo del Espíritu Santo, preparando su acción dominante en los Hechos.

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Tema 7

María, la mujer que acoge y engendra la Palabra

Después de un breve y significativo Prólogo (1, 1-4), este Evangelio se estructura en seis grandes unidades o partes: 1. Evangelio de la infancia (1, 5-2, 52). 2. Comienzo del Evangelio en Jerusalén (3, 1-9, 50). 3. Camino de Galilea a Jerusalén (9, 51-19, 28). 4. Actividad de Jesús en Jerusalén (19, 28-22, 38). 5. La pasión (22, 39-23, 56). 6. Resurrección y ascensión (24). Destacamos dos originalidades de la obra de Lucas.

El Evangelio de la infancia Ocupa los dos primeros capítulos y es aportación propia de este autor, que pudo contar con informaciones orales o con documentación ya elaborada. Es como una introducción teológica, en la que se anuncia ya lo que será la obra de Jesús y se ofrecen noticias sobre su origen y sobre su Madre, María. Está compuesto como en dos cuadros paralelos, protagonizados por Juan el Bautista, que precede en el tiempo, y por Jesús, que precede en dignidad. Y en los dos cuadros se van sucediendo las escenas también paralelas: dos anunciaciones, dos nacimientos, dos himnos de acción de gracias, una madre estéril y una madre virgen, el encuentro entre las dos madres, que es encuentro prenatal entre Juan y Jesús. Además, el autor tiene interés en resaltar que estos hechos son prolongación de la historia sagrada que nos narra el Antiguo Testamento.

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La anunciación a María Este conocidísimo pasaje es exclusivo de Lucas —el evangelista que más datos nos aporta sobre María—. Y lo primero que nos llama la atención es el doble saludo del ángel a la virgen de Nazaret pues entrando en su presencia la llama: “Llena de gracia”. El término griego, kejaritomene, significa literalmente “la agraciada”, la que ha sido colmada de gracia. María es la criatura humana redimida por Dios de modo radical, perfecto. A continuación el ángel le dice: “El Señor está contigo”, usando la expresión tan frecuente en el Antiguo Testamento y que ha acompañado el caminar del pueblo elegido a lo largo de los siglos. El Señor siempre ha estado con su pueblo, aunque el pueblo no siempre ha estado con su Dios. Frecuentemente se alejó, dudó, se sintió abandonado, como en aquella ocasión emblemática de la rebelión en el desierto: “¿Está Dios con nosotros o no?” (Éx 17, 7b). Aquí estas palabras asumen un sentido pleno, como si el ángel le dijera: “Tú estás siempre con el Señor; tú estás unida a él en la medida que es posible a una criatura”. No se trata, además, de un momento de gracia particular, que en ocasiones se debilita, como sucedía con los elegidos de la historia de Israel; al contrario, es una unión que se va haciendo más y más íntima. La reacción de María fue, en primera instancia, de turbación (cf. 1, 29). Pero no se trata del temor que tuvo Adán, consciente de su pecado; aquí se trata del temor del Señor, de la reverencia ante el misterio. Jesús se presenta como el “signo” de la fidelidad de Dios, que mantiene las promesas hechas a David (cf. 1, 32-33). La casa de Jacob,

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Tema 7

María, la mujer que acoge y engendra la Palabra

encuentra finalmente en Jesús al rey que lleva a cabo el verdadero ideal del Reino de justicia, paz y fraternidad. Pero el evangelio narra las cosas observando la actitud de María, como la que hace posible este don con su “sí”. Su “hágase” resuena como respuesta de alabanza, el eco fiel del “aquí estoy para hacer tu voluntad”(Sal 39, 8) con el que el mismo Jesús se adhiere a la voluntad de Dios. En el encuentro de estas dos obediencias se cumple el plan de salvación.

Gruta de La Anunciación. Nazareth.

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La palabra nos interpela No nos ha de faltar la gracia de Dios, el Señor está con nosotros y por nosotros, ¿cómo respondo a sus llamadas? ¿Soy de responder “no” por sistema, de poner objeciones, de decir a todo que “sí” y luego no cumplir con la palabra dada? ¿Vivo consciente de que Dios tiene para mí un proyecto personal e intransferible que puede no coincidir con mis planes de futuro? ¿Cómo voy de humildad, receptividad, docilidad, obediencia…? ¿Has probado a buscar a Dios haciendo silencio exterior e interior? Para grupo adulto: ¿Dejo un espacio de oración para el Señor al empezar y concluir el día? ¿Descubro cada día la llamada de Dios en mi familia, en mi parroquia, en mi comunidad, en mi trabajo? ¿Cómo voy de humildad, obediencia y alegría? ¿Cómo digo “sí” a Dios en mi vida cotidiana? Para grupo joven: ¿Busco el encuentro con Dios haciendo silencio exterior e interior todos los días? En casa, en los estudios, en el trabajo, con los amigos… ¿Soy de los que responden “no” por sistema, de poner objeciones a todo, o soy de los que dicen a todo que “sí” y luego no cumplo con la palabra dada? ¿Cómo voy de capacidad de acogida y de compromiso? ¿Vivo consciente de que Dios tiene para mí un proyecto personal e intransferible, que debo descubrir para poder decirle ¡sí!?

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Tema 7

2. Reflexionamos

Exposición del tema

El proyecto de Dios La Carta pastoral de nuestro Arzobispo, que trazaba este Itinerario de Renovación, nos invitaba a ponernos en camino porque urgía salir de la situación de desesperanza en la que nos encontrábamos como Iglesia diocesana. Como aquellos discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13ss.), necesitábamos recuperar la alegría de la fe. Después de dar los primeros pasos de reorientación durante el primer curso de conversión, necesitamos ahora intimar, entrar en comunión con este Dios que nos ama, para que nuestra dicha de criaturas, de hijos, sea completa. Esta comunión de vida y amor con Dios es inalcanzable por medios humanos. Nos viene dada por el mismo Dios, que se ha hecho el encontradizo a lo largo de la historia de la salvación, hasta dirigirnos la Palabra en persona. Dios mismo entra en diálogo con el hombre, nos busca y nos encuentra errantes y necesitados del gozo de la salvación. La íntima relación entre la Palabra de Dios y la alegría se manifiesta claramente en la Madre de Dios, destinataria singular de esa voluntad divina de comunión. Recordemos las palabras de santa Isabel: “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1, 45). Así la había saludado el ángel en la Anunciación: “Alégrate, llena de gracia” (Lc 1, 28). María es dichosa porque

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tiene fe, porque ha creído, y en esta fe ha acogido en el propio seno al Verbo de Dios para entregarlo al mundo. La alegría que recibe de la Palabra se puede extender ahora a todos los que, en la fe, se dejan transformar por la Palabra de Dios. El mismo Evangelio de Lucas nos presenta en otros dos textos este misterio de escucha y de gozo. Jesús dice: “Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra” (8, 21). Y, ante la exclamación de una mujer que entre la muchedumbre quiere exaltar el vientre que lo ha llevado y los pechos que lo han criado, Jesús muestra el secreto de la verdadera alegría: “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (11, 28). Así Jesús muestra la verdadera grandeza de María, abriendo así también para todos nosotros la posibilidad de esa bienaventuranza que nace de la Palabra acogida y puesta en práctica y vivida.

La Palabra de Dios Esta plenitud personal con la que de Dios nos obsequia, es posible gracias a su propio don personal, a la insuperable condescendencia de la Encarnación. La Palabra ahora no se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre “nacido de una mujer” (Gál 4, 4). La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas, aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la Palabra definitiva que Dios dice a la humanidad. Así se entiende por qué, en palabras del papa Benedicto XVI “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran

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Tema 7

María, la mujer que acoge y engendra la Palabra

idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est 1). Ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret. Dios, que no habita en las piedras, habita en el sí de María, dado en cuerpo y alma. Aquel al que el mundo no puede contener, sin embargo puede hacer morada plenamente en un ser humano. Dios no está ligado a las piedras, sino que se compromete con hombres vivos. El sí de María le abre el espacio donde puede plantar su tienda. Ella se convierte para él mismo en tienda. “Recibir” y “consentir” no tienen por qué ser algo pasivo; respecto a Dios son siempre, cuando se realizan en la fe, suprema actividad. En Nazaret estaba lo peculiarmente neotestamentario: la fe en la carne . La renovación en cada uno de nosotros de este encuentro y de su comprensión, produce en nuestro corazón de creyentes una reacción de asombro ante una iniciativa divina que nunca habríamos podido soñar. Se trata de una novedad inaudita y humanamente inconcebible: “Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros” (Jn 1, 14a). Esta expresión no se refiere a una figura retórica sino a una experiencia viva. La narra san Juan, testigo ocular: “Y hemos contemplado su gloria; gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14b). La fe apostólica testifica que la Palabra eterna se hizo Uno de nosotros. De este modo La Palabra divina se expresa verdaderamente con palabras humanas.

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Dios para articular su palabra definitiva, ha querido contar con la voz de María. La plenitud de la revelación pide la integridad de la recepción. Al hilo de la narración de los Evangelios, es como comprendemos que en Jesús se alcanza una comunión sublime con la Palabra de Dios. Sólo en su perfecta armonización personal entre divinidad y humanidad, llegamos al entendimiento definitivo en este diálogo entre todo lo que Dios puede decir al hombre y todo lo que el hombre puede decir a Dios.

La respuesta del hombre Pero no podemos pensar en este diálogo, que tiene como fundamento la autocomunicación de Dios, sin tener en cuenta la libertad de aquella joven mujer, que con su consentimiento cooperó de modo decisivo a la entrada del Eterno en el tiempo. En el instante de su sí, María es Israel en persona, la Iglesia en persona y como persona. Por eso María es la figura de la Iglesia a la escucha de la Palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de vida. Esta familiaridad de María con la Palabra de Dios resplandece con particular brillo es en el Magníficat. (cf. Lc 1, 46-55). En cierto sentido, aquí se ve cómo ella se identifica con la Palabra, entra en ella; en este maravilloso cántico de fe, la Virgen alaba al Señor con su misma Palabra: “El Magníficat —un retrato de su alma, por decirlo así— está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagra-

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da Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada” (Deus caritas est 41). Así, contemplando en la Madre de Dios una existencia totalmente modelada por la Palabra, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en nuestra vida. Todo cristiano que cree, concibe en cierto sentido y engendra al  Verbo de Dios en sí mismo. Si, en cuanto a la carne, sólo existe una Madre de Cristo, en cuanto a la fe, en cambio, Cristo es el fruto de todos (cf. san Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam 2, 19). Así pues, todo lo que le sucedió a María puede sucedernos ahora a cualquiera de nosotros en la escucha de la Palabra y en la celebración de los sacramentos. En la ruta de la fe, podemos decir que María está detrás de nosotros en el tiempo pero, en el misterio de la comunión de los santos, está también sobre nosotros. Por su exclusiva conexión vital con el Señor nos precede en todo y se mantiene, generación tras generación, como referente constante para todos los llamados a participar de la obra de la salvación. Por todo ello podemos afirmar que sus coordenadas no son sólo de pasado y de futuro, son también

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de presente como discípula perfecta y madre amorosa que nos enseña y procura la comunión con Dios. Mirando a María comprendemos con más familiaridad la Palabra Divina, tenemos más posibilidad de ajustarnosa la voluntad de Dios. A mayor aceptación y cumplimiento de la voluntad de Dios, más alegría que nadie nos podrá arrebatar, (cf. Jn 16, 20ss. ), gozo que brotará interiormente como un surtidor que salta hasta la vida eterna y que llenará a nuestros contemporáneos sedientos (cf. Jn 4, 14ss.). Cuando uno responde amorosamente al requerimiento de Dios, entra ya a formar parte de ese proyecto de comunión que trae la paz y la alegría inconmensurable al corazón del hombre. Sólo con esta cobertura gozosa, se comprende cómo el mensaje de salvación es en verdad la Buena Noticia que merece ser acogida, creída, vivida y compartida.

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Preguntas para el diálogo Para grupo de adultos: María, VIRGEN de la ESCUCHA: la Sagrada Escritura no contiene sólo un cúmulo de verdades y preceptos que debemos custodiar y transmitir, es también portadora de acontecimientos salvadores. ¿Qué presencia tiene la Palabra de Dios en nuestras celebraciones litúrgicas, reuniones, acontecimientos relevantes de la vida cotidiana, en la oración personal, en la vida familiar…? María, MUJER de la PALABRA: la eficacia de la Palabra de Dios no es mágica; no se da sin un personal y específico empeño de responsabilidad por parte de quien la escucha, ¿somos conscientes de que la Palabra de Dios es una palabra viva y actual que no deja de interpelarnos, y aguarda cada día una respuesta por nuestra parte? María, MADRE de la ALEGRÍA: al cumplir la voluntad de Dios, aun en situaciones de desconcierto, oscuridad o duda ¿has experimentado alguna vez la fuerza de sus mandatos, su frescor, su vigor por encima de toda palabra humana, que ilumina la mente y enciende el corazón, como el oxígeno que regenera el espíritu? Compartir ese momento de Gracia con el grupo es ser testigo de la acción de Dios en tu vida.

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Para grupo de jóvenes: María, VIRGEN de la ESCUCHA: ¿Qué apuesta personal hacemos por el diálogo en todos los ámbitos de convivencia, sobre todo con nuestros padres y hermanos, amigos, comunidad cristiana, compañeros de estudio o de trabajo, especialmente con aquellos que piensan diferente? ¿cómo es el diálogo con nuestros padres? María, MUJER de la PALABRA: ¿Somos gente de palabra en nuestras afirmaciones? Respetar, aportar, perdonar, corregir, cumplir… ¿son verbos que conjugamos habitualmente? María, MADRE de la ALEGRÍA: ¿Qué situaciones de tu vida te satisfacen y cuáles te alegran profundamente? Piensa cómo celebras, festejas, te diviertes…¿Es coherente tu manera de divertirte, de pasar tu tiempo libre o de mostrar alegría, con el estilo del evangelio?

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Bibliografía complemetaria María en la Escritura: DE LA POTTERIE, I. María en el misterio de la Alianza, BAC, Madrid 1993. MARTINI, Carlo M. Y el discípulo la acogió en su casa, Ed. Verbo Divino, Estella 1996. María en la fe de la Iglesia: Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 484-511. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, “Lumen Gentium”, nn. 52-69. PABLO VI, Exhortación Apostólica Marialis Cultus, 1974. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris Mater, 1987. CANTALAMESSA, R. María Espejo de la Iglesia, Edicep, Valencia 2004. Joseph RATZINGER-Hans Urs VON BALTHASAR, María, Iglesia naciente, Ed. Encuentro, Madrid 2006. SESBOÜÉ, B. Qué dice la fe sobre María, Ed. Claret, Barcelona 2008. María en la tradición de la Iglesia: San Alfonso Mª DE LIGORIO, Las Glorias de María, Ed. PS., Madrid 1992. San Luis Mª GRIGNION DE MONTFORT, El secreto de María, Ed. Casals, Barcelona 1997. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

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3. Actualizamos

Sugerencias para la actualización 1. Al recordar la relación inseparable entre la Palabra de Dios y María de Nazaret, el papa Benedicto XVI nos invita a promover, sobre todo en la vida familiar, las plegarias marianas, como una ayuda para meditar los santos misterios narrados por la Escritura. Un medio de gran utilidad, por ejemplo, es el rezo personal y comunitario del santo Rosario, que recorre junto a María los misterios de la vida de Cristo, y que el beato Juan Pablo II quiso enriquecer con los misterios de la luz. Es conveniente que se acompañe el anuncio de cada misterio con breves pasajes de la Biblia relacionados con el misterio enunciado, para favorecer así la memorización de algunas expresiones significativas de la Escritura relacionadas con los misterios de la vida de Cristo. 2. Además, también hemos de promover el rezo del Angelus Domini. Es conveniente que el Pueblo de Dios, las familias y las comunidades de personas consagradas, seamos fieles al rezo del Angelus, que la tradición nos invita a recitar por la mañana, a mediodía y en el ocaso. Es una oración sencilla y profunda que nos permite rememorar cotidianamente el misterio del Verbo Encarnado. En ella pedimos a Dios que, por intercesión de María, nos sea dado también a nosotros el cumplir como Ella la

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voluntad de Dios y acoger en nosotros su Palabra. Esta práctica puede ayudarnos a reforzar un auténtico amor al misterio de la Encarnación. 3. Merecen también ser conocidas, estimadas y difundidas algunas antiguas plegarias del oriente cristiano que, refiriéndose a la Theotókos, a la Madre de Dios, recorren toda la historia de la salvación. En particular, el venerable himno a la Madre de Dios, llamado Akathistos, que es el más antiguo. Orar con estas palabras ensancha el alma y la dispone para la paz que viene de lo alto, de Dios, esa paz que es Cristo mismo, nacido de María para nuestra salvación. 4. Además, la acogida-maternidad de María nos hace ver que a mayor recepción y obediencia a Dios, mayor filiación divina y por lo tanto mayor fraternidad humana. El libre y amoroso cumplimiento de la voluntad de Dios nos identifica como hijos suyos y nos entraña felizmente a todos como hermanos. La maternidad espiritual de María sobre nosotros refuerza y visibiliza gozosamente esta verdad. Ésa es la verdadera devoción a la Virgen: a más filiación, más fraternidad. Hemos de revisar las estructuras de acogida y de integración en el seno de la comunidad cristiana, de modo que haya siempre un ambiente de unidad-diversidad familiar en el que nadie se sienta extraño. Y sería interesante renovar amablemente esta oferta del Itinerario a cuantos se han quedado por el camino por rigideces absurdas o incomprensiones a revisar, perdonar y evitar en lo sucesivo.

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4. Oramos juntos a) Para un grupo de adultos Animador: Los cristianos rezamos como, con e incluso a María. En cualquier caso, sabemos que en sentido estricto dicha plegaria, a través de su poderosa y singular intercesión, se dirige siempre a Dios. Él es el único capaz de obrar maravillas, merecedor de toda súplica y alabanza. A la Virgen acudimos con la confianza que nos inspira su maternidad espiritual y su proverbial solicitud. Así le pedimos siempre que “ruegue por nosotros” al Señor, en el rezo del avemaría, en las letanías y en el versículo que precede a las oraciones litúrgicas. Hoy vamos a orar a María con las plegarias más antiguas y venerables de la tradición de la Iglesia, auténticas joyas llenas de veneración, confianza y amor a la Madre de Dios. Y lo haremos, además, acompañados por nuestros grandes santos valencianos.

1. Oración de gratitud Lector: Nuestro santo arzobispo Juan de Ribera (S. XVI-XVII) nos anima a agradecer todo lo que le debemos a la Virgen con estas palabras: “Estábamos miserables, afrentados, deshonrados. Ahora nos vemos hijos

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de Dios y hermanos de Jesucristo Nuestro Señor. ¿Qué debemos a la que nos trajo el médico que nos había de resucitar de muerte a vida; a la nave que nos trajo el trigo, al sol que nos dio la luz, a la planta que produjo el árbol de la vida, a la paloma que nos aseguró que había cesado la ira de Dios? ¿Qué debemos a la tierra de donde salió este tesoro de bienes? ¿Qué debemos los hijos a tal madre? Todos: “Salve, llena de gracia y de fe, Virgen Madre. Salve, miembro extraordinario de la Iglesia. De ti nació la salud, Cristo el Señor. Para ti fue gran felicidad llevar a Cristo en tu seno virginal; pero lo fue mayor llevarle en tu corazón. Te aclamamos, Madre nuestra, porque somos miembros de Cristo. Te bendecimos, Madre de todos, porque tú colaboraste para que naciésemos miembros de Cristo en la Iglesia. Imitarte, Virgen humilde, es nuestra gran ilusión. Haz que hagamos siempre, como tú, la voluntad del Señor. A ti nos encomendamos hoy, para que seamos una sola alma y un solo corazón en marcha hacia Dios” (San Agustín, S. IV-V).

2. Oración de admiración Lector: Los cristianos admiramos la santidad de María, nos fascina su perfección. Así lo expresa Santo Tomás de

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Villanueva (S. XV-XVI): “En María nuestra condición miserable consiguió una paz perfecta, libre del más mínimo asalto de los vicios; porque la plenitud de la gracia no dejó en Ella enfermedad espiritual ni imperfección alguna, y de tal modo la asentó en toda bondad, que no pudiera jamás recaer sobre Ella el más ligero defecto ni cualquier sombra o pretexto del mismo… María fue purísima, sin la menor inclinación al mal, de donde le nació una perfecta paz, porque no hubo en ella rebelión contra el bien. La justicia no se da en nosotros sin la guerra, en Ella existió junto a la suprema paz”. Todos: “Te saludamos María, Madre de Dios, tesoro venerable en el mundo entero, luz jamás extinguida. Templo jamás destruido, que contienes al que no puede ser contenido. Madre y Virgen, por ti es santificada la Trinidad. Por ti es venerada la cruz en el mundo entero. Por ti se alegran los cielos. Por ti se alegran los arcángeles. Por ti son alejados los demonios. Por ti es precipitado del cielo el demonio tentador. Por ti es elevada al cielo la criatura caída. Por ti ha llegado al mundo entero, poseído por la idolatría, el conocimiento de la verdad. Por ti llega el santo bautismo a los que creen. Por ti el óleo de la alegría. Por ti se han fundado las iglesias del mundo entero. Por ti son llevados los pueblos a la conversión” (San Cirilo de Alejandría en la clausura del Concilio de Éfeso, S. V).

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3. Oración de alabanza Animador: Vamos a orar a María con el himno mariano más antiguo y célebre de la Iglesia bizantina y de la Iglesia de todos los tiempos, obra maestra de la literatura y de la teología, el Akathistos, obra de un poeta anónimo del siglo V. Su nombre griego significa “estando en pie”. Es decir, es un himno que, como el Evangelio, debe ser cantado estando en pie, como signo exterior de atención reverente. Y así lo vamos a hacer nosotros. Es un himno largo, ya que va siguiendo todas las escenas de la vida de la Virgen y sus misterios. Aquí sólo recitaremos algunas estrofas, en la traducción del carmelita valenciano Jesús Castellano Cervera. Y lo haremos a dos coros, como se indica. Lector: Un arcángel excelso fue enviado del cielo a decir “Dios te salve” a María. Contemplándote, oh Dios, hecho hombre por virtud de su angélico anuncio, extasiado quedó ante la Virgen, y así le cantaba: Coro 1º: Salve, por ti resplandece la dicha; salve, por ti se eclipsa la pena. Salve, levantas a Adán, el caído; salve, rescatas el llanto de Eva.

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Coro 2º: Salve, oh cima encumbrada a la mente del hombre; salve, abismo insondable a los ojos del ángel. Salve, tú eres de veras el trono del Rey; salve, tú llevas en ti al que todo sostiene. Coro 1º: Salve, lucero que el Sol nos anuncia; salve, regazo del Dios que se encarna. Salve, por ti la creación se renueva; salve, por ti el Creador nace niño. Todos: Salve, ¡Virgen y Esposa! Lector: Deseaba la Virgen comprender el misterio y al heraldo divino pregunta: “¿Podrá dar a luz criatura una virgen? Responde, te ruego”. Reverente Gabriel contestaba, y así le cantaba: Coro 1º: Salve, tú guía al eterno consejo; salve, tú prenda de arcano misterio. Salve, milagro primero de Cristo; salve, compendio de todos los dogmas. Coro 2º: Salve, celeste escalera que Dios ha bajado; salve, oh puente que llevas los hombres al cielo. Salve, de angélicos coros solemne portento;

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salve, de turba infernal lastimero flagelo. Coro 1º: Salve, inefable, la Luz alumbraste; salve, a ninguno dijiste el secreto. Salve, del docto rebasas la ciencia; salve, del fiel iluminas la mente. Todos: Salve, ¡Virgen y Esposa! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

4. Oración de súplica Animador: Ahora vamos a presentar nuestras súplicas a la Virgen María, Madre nuestra. Cada uno puede ir diciendo en voz alta una petición, y todos responderemos: Te rogamos, óyenos. Animador: Para finalizar nuestra oración, vamos a recitar juntos la plegaria a la Madre de Dios más antigua: aparece ya en un papiro egipcio del siglo III. Y hasta hoy la recitamos muchas veces antes de irnos a dormir todos los que rezamos la Liturgia de las Horas. Todos: Bajo tu protección nos acogemos santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.

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b) Para un grupo de jóvenes Para ambientar la oración: en la reunión anterior se habrá pedido que cada miembro del equipo traiga una flor blanca. La oración puede celebrarse alrededor de una imagen de la Virgen. Dos miembros del grupo van leyendo la monición: Lector 1: Quien quiera adentrarse en el misterio de la revelación divina, tiene que recurrir necesariamente a este conocidísimo pasaje de la anunciación, exclusivo de Lucas –el evangelista que más datos nos aporta sobre María–. Y lo primero que nos llama la atención, es el doble saludo del ángel a la virgen de Nazaret. Lector 2: Entrando en tu presencia te llama “Llena de gracia”, porque tú, María, eres la criatura humana redimida por Dios de modo radical, perfecto. Hoy nos sentamos en torno a ti, sabiéndonos hijos bajo la mirada de su Madre, y desde el silencio de nuestro corazón cada uno de nosotros nos unimos al saludo del Ángel. Hacemos silencio. Lector 1: Luego el ángel le dice: “El Señor está contigo”, usando la expresión tan frecuente en el Antiguo Testamento y que ha acompañado el caminar del pueblo elegido a lo largo de los siglos. Es como si el ángel le dijera: “Tú estás siempre con el Señor;

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tú estás unida a él en la medida que es posible a una criatura”. No se trata además de un momento de gracia particular que en ocasiones se debilita, como sucedía con los elegidos de la historia de Israel o con las infidelidades y abandonos de la historia del pueblo; al contrario, es una unión que se va haciendo más y más íntima. Lector 2: (Un lector lee despacio el texto del evangelio de Lucas) Rezamos juntos: María, con tu sí hiciste posible este don. Tu hágase resuena hoy en nuestro itinerario como respuesta de alabanza, el eco fiel del salmo “aquí estoy para hacer tu voluntad” con el que el mismo Jesús se adhiere a la voluntad de Dios. En el encuentro de estas dos obediencias se cumple el plan de salvación. Hoy ponemos nuestras flores a tus pies: con este gesto queremos unirnos a tu “si” acogiendo en nuestra vida la mirada amorosa de Dios sobre nuestra historia. AMÉN. (El animador invita a dejar las flores a los pies de María, de uno en uno, diciendo “hágase en mí según tu palabra”). Como despedida, invocamos a la Santísima Virgen María con la oración del Itinerario.

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Mare de Déu dels Desamparats, Madre de Misericordia, haz este camino con nosotros. Enséñanos a proclamar al Dios vivo y verdadero. Ayúdanos a ser testigos de Jesucristo, el único Salvador del mundo. Mare de Déu, vela por la Iglesia que peregrina en Valencia. Que sea hogar auténtico de comunión y servidora ilusionada de la misión; para que contemplando, viviendo y anunciando el amor de Dios, mostremos a todos los hombres el Evangelio de la esperanza. Amén.

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5. Preparamos la jornada siguiente El próximo tema, “El nacimiento de Jesús”, representa el centro vital de este ciclo. Porque nos explica cómo “El Verbo se hizo carne”, que es la frase bíblica que sirve de título al ciclo. Todos los temas anteriores preparaban este acontecimiento, que es también el centro de la historia humana. Y los dos temas que nos quedan servirán para comprender mejor todo el alcance y significado del mismo. Conviene, pues, prepararlo con esmero. Cuanto menos, todos los componentes del grupo debíamos leer antes el texto de Lucas y el análisis del mismo. Es un texto muy conocido, porque lo escenificamos en los belenes. Pero quizá no lo hemos entendido en profundidad. Pero, además, convendría que los más posibles leyeran también antes la “Exposición del tema” y las “Preguntas para el diálogo”. Los que puedan hacer esto contribuirán mejor a que el intercambio en el grupo sea más rico.

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“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14)

El Nacimiento de Cristo. Vicente Masip (S. XVI). Temple y óleo sobre tabla. Catedral Metropolitana de Valencia. 52

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Iglesia de la Natividad. Belén.

Oración inicial Habla, Señor, que tu siervo escucha. Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Hágase en mí según tu Palabra.

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Tema

1. Escuchamos

Lectura del texto bíblico

Sucedió en aquellos días que salió un decreto del César Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: “No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.

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Y sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros: “Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado”. Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. (Lc 2, 1-20)

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Breve análisis del texto, situación 1. El relato del nacimiento de Jesús y la adoración de los pastores en el conjunto del Evangelio de la infancia de S. Lucas En el tema precedente se ha señalado que san Lucas dedica los dos primeros capítulos de su Evangelio a los orígenes de Jesús y a los años de su vida oculta. Debido a estos contenidos, esta parte del primer libro de Lucas se conoce como Evangelio de la infancia, un mismo nombre que se da también a los capítulos 1 y 2 del Evangelio según san Mateo. Pero, a diferencia de lo que hace este evangelista, san Lucas incluye en esos dos capítulos algunos relatos sobre los orígenes de Juan Bautista, que introduce en claro paralelismo con los que se refieren a Jesús. Ese recurso narrativo, nada infrecuente en la literatura de la época, sirve para acentuar la relación entre Juan y Jesús, pero también para señalar la diferencia entre el que es presentado como “profeta del Altísimo” (el Bautista) y aquel a quien más de una vez se le da el título de “Señor” (Jesús). El relato del nacimiento de Jesús se inserta perfectamente en esta orientación general del Evangelio de la Infancia, de modo que, tanto en su conjunto como en los detalles del mismo, el lector puede descubrir la superioridad de la persona y la misión del hijo de María frente al hijo de Zacarías e Isabel: él, Jesús, es el Mesías de Israel y el Señor del mundo, el Salvador de toda la humanidad. Se puede afirmar que san Lucas proyecta en los relatos de los orígenes de Jesús un motivo, que tanto en su obra como en la de los otros evangelistas precede al relato de El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

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la vida pública de Jesús, y se concreta en el anuncio de la venida de este último. De acuerdo con las citadas palabras de Zacarías, Juan presenta a Jesús como “el Señor” cuya llegada invita a preparar adecuadamente (cf. Lc 3, 4-6) como alguien que es más fuerte que él, como el esposo, que bautizará con Espíritu Santo y fuego (cf. Lc 3, 15-18). Todas estas dimensiones del ser de Jesús, anunciadas por Juan, se confirman y concentran en la revelación que hace la voz del cielo en el momento del bautismo mientras el Espíritu bajaba sobre él: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco” (Lc 3, 22).

2. Dinámica del texto De acuerdo con lo dicho, el conjunto del Evangelio de la infancia de san Lucas y, en particular, el texto sobre el nacimiento de Jesús, debe ser considerado como Evangelio, es decir, como “anuncio de la Buena Noticia” sobre Jesús de Nazaret; sobre su ser, pero también sobre su misión. Esta consideración es sumamente importante para superar no sólo la lectura excesivamente folklorista y edulcorada a la que nos ha acostumbrado la comercialización de las fiestas navideñas, sino incluso el acercamiento más piadoso, que tiene en cuenta sin duda aspectos muy significativos del texto (los ángeles, los pastores, el pesebre, el niño envuelto en pañales), pero no siempre los lee según la clave ya señalada del Evangelio proclamado en Nazaret, Belén y Jerusalén. Leerlo en esta clave de Buena Noticia puede ayudar igualmente el conocimiento de la dinámica narrativa del texto lucano.

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En este sentido parece evidente una división en dos partes, que están claramente diferenciadas pero también muy unidas entre sí: la primera narra el nacimiento propiamente dicho (2, 1-7) y la segunda el anuncio del ángel a los pastores y la reacción de estos ante este anuncio (2, 8-20).

3. El nacimiento Por lo que respecta a la primera parte, cabe notar la repetición de la forma verbal “sucedió”, que parece marcar un doble movimiento en el relato 2, 1-5 y 2, 6-7. Ese “sucedió” tiene un fuerte sabor bíblico, y san Lucas lo usa abundantemente a lo largo de toda su obra como una forma de recordar al lector que lo que está leyendo no es el simple relato de unos hechos, sino “historia de salvación”. Ésta acontece en el corazón de la historia del mundo, de cuyos avatares participa: es precisamente lo que expresa el primer movimiento del relato al dar cuenta del censo decretado por Augusto, emperador romano, de los términos concretos de dicho censo y de las consecuencias que tuvo para José, María e, indirectamente, para el niño concebido en ella por obra del Espíritu Santo: el viaje “a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea”. El relato explica, además, el por qué de dicho viaje, especificando que José pertenecía a “la casa y familia de David” tal y como se había indicado indirectamente en Lc 1, 27. Además de esto, la doble mención del gran rey de Israel ayuda a entender las palabras dirigidas por el ángel Gabriel a María en la anunciación, afirmando que Jesús es el hijo de David que se sentaría en “el trono de David, su padre” (1, 32). El lector queda así suficientemente pre-

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parado para escuchar y entender lo que dirá el ángel del Señor a los pastores en la continuación del relato: “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (2, 11). Desde la referencia a Belén, indirecta pero clara (“mientras estaban allí”), la austeridad narrativa se descubre inmediatamente cargada de significado en cada uno de los detalles: el nacido de María es “su hijo primogénito”, a quien su madre “envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada”. La humildad del pesebre y la indicación de que “no había sitio para ellos en la posada”, crea un nuevo contraste con la condición real del recién nacido, proclamada en el anuncio del ángel a María (2, 31-34) y reiterada aquí afirmando sus lazos con el gran rey de Israel.

4. El anuncio del ángel y la reacción de los pastores El contraste que acabamos de señalar no es el último del relato, que en su segunda parte vuelve a referirse al “niño (envuelto en pañales y) recostado en un pesebre”: esa fue la señal que dio el ángel del Señor que se presentó a los pastores, y lo que de acuerdo con lo dicho también por el ángel, encontraron en Belén. Los primeros compases del nuevo relato los marcan los protagonistas que se introducen sucesivamente en él: los pastores y el ángel del Señor. De entre ellos, resalta el papel de los primeros, con quienes se relaciona abiertamente la aparición del ángel del Señor y de quienes se seguirá hablando en el resto del relato hasta su conclusión.

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Pero, como había ocurrido muchas otras veces en el pasado, también en esta la manifestación de Dios estaba marcada por el contraste: pese a esas circunstancias y a la condición del recién nacido, la señal de esta última ofrecida por el ángel a los pastores se sitúa dentro de la más llamativa normalidad e incluso más allá de esta última: ya que los pastores encontrarán al niño “envuelto en pañales”, es decir, como cualquier recién nacido; pero además “acostado en un pesebre” (2, 10). La importancia de este contraste lo resalta el hecho de que, al dar cuenta en el siguiente movimiento (2, 15-20) de lo que encontraron los pastores al llegar a Belén, se repite literalmente esta parte del mensaje del ángel (2, 16). Ahora bien, junto al mencionado contraste y a la confirmación del mensaje celeste, el movimiento narrativo que comienza en 2, 15 acentúa desde sus mismos comienzos la actitud de los pastores: acogen el mensaje del ángel como palabra del mismo Señor y deciden ponerse rápidamente en camino; tras comprobar la verdad de las palabras del mensajero divino, ellos mismos se convierten en transmisores del mensaje angélico sobre el recién nacido (2, 17) y, en definitiva, acaban haciendo lo mismo que habían hecho los ángeles: dar gloria y alabanza a Dios (2, 20). Como debe hacer todo creyente. Además de estos acentos primeros y principales del relato, su lectura descubre en él algunos otros que son igualmente importantes: el primero es la indicación de que, al ir a Belén, los pastores encontraron, además del niño recién nacido, a José y a María; además de recoger cuanto se había dicho de ambos y, sobre todo, de María

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precedentemente, la referencia expresa a ambos, antes incluso de hablar del niño, en orden a resaltar la verdadera humanidad del “Hijo del Altísimo” (1, 32) que ha nacido como Salvador, Mesías y Señor (1, 11). El segundo detalle corresponde al papel especial que ha tenido en Lc 1-2 la figura de María (1, 26-38 y 39-56); de acuerdo con ese papel, la humilde “esclava del Señor” es presentada ahora reteniendo vivamente en su memoria lo ocurrido –hechos y palabras– y ahondando en su significación. La misma actitud debe tener todo creyente.

Gruta de los pastores. Belén. 62

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2. Reflexionamos

Exposición del tema

1. Jesús es el Salvador, el Mesías, el Señor De cuanto se ha visto en la lectura del texto evangélico, resulta claro que el centro del mismo lo constituye el mensaje del ángel a los pastores: el hijo que María había concebido por obra del Espíritu Santo y que ha nacido en Belén de Judea es “Salvador, Mesías y Señor”, tres títulos que, como se ha indicado, tienen hondas resonancias bíblicas. De hecho, a cualquier conocedor de la Biblia, y los primeros cristianos lo eran ciertamente, el de “salvador” le recuerda inmediatamente las muchas actuaciones que Dios había realizado a lo largo de la historia de la salvación en favor de su pueblo, bien directamente (cf. Sal 10, 19; 24, 5; Lc 1,) o bien a través de mediadores; entre estos últimos sobresalen los jueces que se fueron sucediendo al frente de Israel una vez llegado a la tierra prometida y en relación con los cuales el autor sagrado dice que “Dios llama expresamente “salvadores” (cf. Jue 3, 9.15; 2, 16.18). Pero los lectores del Evangelio de san Lucas sabían además que ese título se le daba entonces a los dioses que llenaban los panteones griegos y romanos, a los gobernantes y, muy especialmente, al Emperador. Y tal vez sea este uso lo que explique que el ángel abra con él la serie de los tres títulos que aplica al recién

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nacido: él es el verdadero y único salvador, a través de cuya actuación Dios librará a su pueblo de toda clase de mal y, especialmente, del pecado, que es la raíz de todos ellos (Lc 1, 77). El nombre “Jesús” significa exactamente eso: “Dios salva” (cf. Mt 1, 21) y lo hace a través de su Hijo, nacido de María. La dimensión fundamentalmente religiosa de la obra que realizará el hijo de María lo ponen más de relieve el segundo y el tercer título que le aplica el ángel: además de salvador, es “el Mesías”, es decir, “el Ungido” del Señor. Este término se aplicaba en el AT a cosas y, sobre todo, a determinadas personas, como los reyes o los sacerdotes, que eran “ungidas” con aceite y quedaban, por dicha unción, consagradas a Dios y en una relación singular con él. “Ungido del Señor” era sobre todo el rey de Israel (cf. 1 Sam 24, 7) y con el paso del tiempo el descendiente de David esperado para los tiempos futuros. Los cristianos creyeron que esa esperanza de Israel se había cumplido realmente en Jesús, el “hijo de David” (Lc 18, 38-39; cf. 1, 27.32.69; 2, 4), nacido en Belén, la ciudad del primer gran rey de Israel (2, 4-5.15). Y así lo dice expresamente el ángel a los pastores, acentuando mediante este título que el hijo de María daría cumplimiento a las promesas hechas por Dios en favor Abrahán, de David y de su descendencia. El tercero de los títulos aplicados a Jesús ratifica ulteriormente el referido valor religioso de los anteriores y los eleva, además, a un nivel de significación inusitado. En efecto, frente a la forma habitual de referirse al rey de Israel o al descendiente de David como “Ungido del Señor”, el ángel dice a los pastores que el salvador y mesías

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que ha nacido es “el Señor”, aplicándole así un título con el que los judíos de habla griega traducían el nombre de Dios, revelado a Moisés desde la zarza ardiendo (cf. Éx 3, 14). Al presentarlo a los pastores como “Señor”, el ángel proclama la condición divina de Jesús y confirma y ahonda en el título que le había aplicado Gabriel en la anunciación: es el Hijo del Altísimo (1, 32; cf. 8, 28), y lo es de tal modo que comparte el señorío de su Padre (2, 49).

2. Una salvación para todos Como se ha indicado, el título de “Señor” que da el ángel expresa la condición más íntima del que “ha nacido en la ciudad de David” (2, 9); pero además pone de manifiesto que la salvación que ha venido a traer Jesús alcanza a toda la humanidad. Esta apertura a la universalidad la apuntaban ya las primeras palabras del ángel, al afirmar que la Buena Noticia que iba a transmitir a los pastores sería también una “gran alegría para todo el pueblo” (2, 10). Pero diciendo de Jesús que es “Señor” lo deja todavía más claro; de hecho, el señorío que la Biblia afirmaba del Dios de Israel alcanzaba a toda la tierra (cf. Sal 47, 4) e incluso al cielo y a la tierra, que son hechura de sus manos (cf. Sal 134, 3) y a los que, por ello mismo, puede convocar cuando él quiera (cf. Sal 50, 4). También el señorío de Jesús abarca a toda la creación y, aunque por el momento sólo sea reconocido en la Iglesia, finalmente todos acabarán proclamando que él “es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 11). Ahora bien, conviene recordar que el ángel llama a Jesús “Señor” después de haber dicho que es “Salvador”; ello

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significa que el suyo es un señorío de salvación. Y tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles san Lucas acentúa que la salvación ofrecida por Jesús alcanza a todos. Lo muestran, entre otras muchas, las palabras de Simeón al tomar a Jesús en sus brazos: el salvador que habían podido contemplar sus ojos había sido presentado por Dios ante todos los pueblos, de modo que, a la vez que gloria del pueblo de la primera Alianza, era también luz para alumbrar a todas las naciones (cf. Lc 2,32).

3. El privilegio de los marginados Jesús es sin duda el Salvador de todos; pero ya desde su propio nacimiento se pone de manifiesto que su misión va dirigida de un modo particular a los pobres, a la gente insignificante, a los humildes. Se puede decir que el hecho de que los destinatarios del anuncio del nacimiento de Jesús fueran “pastores” tiene que ver con la figura de David, que se dedicaba al pastoreo cuando el Señor lo escogió de entre sus hermanos para ser rey de Israel (cf. 1 Sam 16, 1-13). Sin embargo, también es cierto que en algunos escritos judíos se refleja una visión no muy positiva sobre los pastores. En todo caso, el hecho de que san Lucas los presente en pleno desarrollo de su actividad cuando nace Jesús, parece sugerir cierta marginalidad no sólo física respecto del resto de la población de Belén y de quienes habían venido a ella con motivo del censo. La repetida referencia expresa a los pastores en nuestro texto parece orientarse en esa línea, como si san Lucas quisiera insistir en el hecho de que fue precisamente a ellos, que se encontraban al margen de cuanto ocurría,

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a quienes el ángel reveló el misterio del que había nacido en Belén; y fueron ellos precisamente los que, acogiendo con disponibilidad y prontitud el mensaje divino, comprobaron la verdad de la palabra angélica y se convirtieron, a su vez, en mensajeros de la buena noticia de la salvación. Resulta difícil no descubrir en la entera escena de los pastores un cumplimiento anticipado del evangelio que Jesús anunciaría a los “pobres” en los comienzos de su vida pública (cf. Lc 4, 18), y una representación viva de la bienaventuranza que el Maestro proclamaría sobre ellos cuando bajó de la montaña (cf. Lc 6, 20). Por otra parte, este significado no parece ajeno al conjunto del Evangelio de la infancia, salpicado todo él de personajes insignificantes, comenzando por Zacarías e Isabel, terminando por Simeón y Ana, y pasando por las figuras preclaras de José y María, los esposos de la desconocida Nazaret que en la escena de la presentación ofrecen en el templo la ofrenda de los pobres (Lc 2, 24; cf. Lev 12, 8).

4. El Dios que se hace pequeño Ya hemos señalado que, en el conjunto del pasaje sobre el nacimiento de Jesús, se establece un claro contraste entre la condición del que nace y las circunstancias que rodean su nacimiento: es el que es, pero no sólo nace como el resto de los mortales, sino que lo acuestan en un pesebre. En esos términos exactamente lo presenta el ángel a los pastores, como signo de la verdad de la Buena Noticia que les había anunciado; y así, como niño acostado en un pesebre, lo encuentran aquellos

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tras recorrer el camino que los llevó desde el lugar donde habían recibido el anuncio del nacimiento de Jesús a la ciudad de David. Signo y significado se funden en el recién nacido: el hijo de María es el Salvador, el Mesías, el Señor; la pequeñez y la debilidad del niño es precisamente el signo de su grandeza, de la grandeza de su condición. Así es Dios, el Dios grande que se hace pequeño; así actúa Dios, haciendo obras grandes en la pequeñez de su esclava. Y así hay que aceptarlo. Junto a la paradoja del Dios que se hace niño, en el pasaje que concentra nuestra atención en la reunión de hoy, impresiona la actitud de los pastores: comentan entre ellos la experiencia vivida y van corriendo a ver lo que ha ocurrido, encontrando el signo que se les había prometido. Y creyeron. No lo dice el texto expresamente, pero hay que suponerlo sobre todo por lo que hacen, tanto al llegar a Belén y descubrir el signo (“contaron lo que les habían dicho de aquel niño”) como al final (“… se volvieron dando gloria y alabanza a Dios”). Su reacción es la del que ha visto su vida conmovida y sobrepasada por el misterio: ir a contarlo a los hermanos.

5. María, la esclava del Señor En el relato del nacimiento de Jesús, María, su madre, no ocupa el primer plano, y tampoco lo ocupa José. En el primer plano está Jesús, el Salvador, Mesías y Señor; y junto a él los pastores. Pese a todo, san Lucas no olvida en su relato ni a José, el descendiente de David con el que estaba desposada María, la virgen de Nazaret, ni a esta última, pues tras la llegada de los pastores a Be-

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lén, habla de aquellos antes incluso de referir el signo: “Encontraron a José y a María, y al niño…”. Y es que, al querer Dios que su Hijo se hiciera hombre, quiso también que naciera en una familia, que recibiera el cobijo de un padre, aunque José lo fuera sólo a los ojos de los hombres, y de una madre. Que en este caso es una madre singular y lo es sobre todo por su apertura y disponibilidad ante lo que Dios quiere de ella, ya lo habíamos leído en el relato de la Anunciación del nacimiento de su hijo y en el de su visita a Isabel. Ahora guarda silencio. Lo importante es su Hijo, el misterio de su Hijo y la nueva obra grande que Dios acaba de realizar: su Hijo, su primogénito, nacido como un hijo de mujer y, además, acostado en un pesebre. Por eso guarda silencio, un silencio activo, que rumia las palabras escuchadas y los hechos contemplados, intentando leerlos desde Dios, descubriendo así su sentido más profundo para retenerlos en la memoria como contenidos vivos de su fe. Madre y creyente sierva humilde del Señor. María modelo de creyentes, que oyen y escuchan cuanto Dios les va diciendo con hechos y palabras, conservándolos y saboreándolos en lo más íntimo, lo que Dios les dice y lo que hace en favor suyo.

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Preguntas para el diálogo Para grupo de adultos: En el evangelio de la infancia, lo mismo que en el resto del Evangelio de S. Lucas, los pobres ocupan un lugar sobresaliente y muy positivo. Ante este dato podemos preguntarnos si tenemos realmente “corazón de pobres”, es decir, si vivimos “al aire libre”, a la intemperie, sin falsos apoyos, cosas o incluso personas, sabiendo que sólo así podemos acoger en nuestras vidas el gozo de la salvación que Dios nos ofrece. Por otra parte, no estaría mal que revisáramos cómo acepta nuestra comunidad a los que viven al margen, a “los pobres” de todo tipo que nos rodean y ante los cuales nos mostramos a veces insensibles. El Dios que es Señor del universo se ha hecho pequeño, indefenso. ¿Eres consciente de esta dimensión del Dios en quien creemos? ¿Vives la fe como invitación a la pequeñez, la insignificancia? ¿O buscas “grandezas que superan tu capacidad” (cf. Sal 131, 1) y que no son, en definitiva, la forma para que se manifieste la grandeza del Dios que se ha hecho pequeño? Como María, también nosotros somos invitados a vivir el misterio: dejando que ocupe el primer plano, que aparezca por encima de todo, y, sobre todo, por encima de nosotros mismos; además, contemplándolo en silencio, conservándolo y meditándolo en lo más íntimo de nuestro ser.

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Esta vivencia, esta imitación de la esclava del Señor, es, en definitiva, el objetivo fundamental de cualquier forma de devoción a María. ¿La vives así? ¿Es María en tu vida un modelo de vida en apertura y disponibilidad silenciosa al misterio y a la obra de Dios? En el texto de san Lucas sobre el nacimiento de Jesús, éste es presentado como Salvador de todos; lo cual lleva consigo la afirmación de la dimensión universal de la fe y de la comunidad cristianas: ¿en qué medida vive nuestra Iglesia, nuestra comunidad cristiana parroquial, religiosa, la universalidad de la salvación que vino a ofrecer el Hijo de María? ¿Somos realmente una familia abierta a todos los que aceptan a Jesús? Para grupo de jóvenes: Cuándo dices “Creo en Jesús”, ¿eres consciente de que esa fe supone reconocerlo como Salvador, único salvador; como cumplimiento de las promesas de Dios; como Señor, es decir, como Hijo del Altísimo? ¿O cuáles son “tus señores”? Imaginar alguna situación en la que alguien es salvador, ¿qué significa “salvar”? ¿o quiénes son los “salvadores”? ¿Crees que una imagen perfecta, los amigos o la seguridad económica son suficientes para salvarte?

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Bibliografía complemetaria BROWN, R.E., El nacimiento del Mesías. Comentario a los relatos de la infancia, Cristiandad, Madrid, 1982, 411-451. FITZMYER, J.A., El evangelio según Lucas, Vol. II, Cristiandad, Madrid, 1987, 195-234. GEORGE, A., El evangelio según san Lucas, Verbo Divino, Estella, 1989 (Cuadernos bíblicos, n. 3), 16. PERROT, CH., Los relatos de la infancia de Jesús. Mt 1-2. Lc 1-2.,Verbo Divino, Estella, 1987 (Cuadernos bíblicos, n. 18), 36-40 y 50-54. STÖGER, A., El Evangelio según san Lucas, Vol. I, Herder, Barcelona, 1979, 70-88.

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3. Actualizamos

Sugerencias para la actualización Pocos misterios de la vida de Jesús nos resultan tan cercanos, a nosotros e incluso al mundo occidental, como el de su nacimiento en Belén, la patria de David, invadida por las muchas personas que habían tenido que ir a empadronarse a su lugar de origen, los ángeles, los pastores, José y María, el recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Cualquier actualización del relato evangélico pasa necesariamente por esta imagen creada en nuestras mentes, grabada en nuestros corazones por la celebración de la Navidad un año tras otro; pero, sin negar el valor de esa imagen e incluso aprovechando sus elementos más positivos, la actualización de esta Palabra nos exige abrirnos a su significación más profunda, en la que hemos intentado ahondar en los pasos precedentes de nuestra reunión de hoy: Dios nos ofrece la salvación en Jesús, su Hijo eterno nacido de María la Virgen, indefenso como un niño, pobre entre los pobres, reconocido en su condición más íntima por unos pastores. A la actualización puede ayudarnos la siguiente página extraordinaria de S. Bernardo de Claraval (1090-1153), uno de los grandes místicos de la historia de la Iglesia y, al mismo tiempo, un gran reformador, es decir, un ejemplo palmario de que la mística, la interiorización de la Palabra no está reñida con la vida; todo lo contrario, sólo si

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nos dejamos transformar interiormente por la Palabra, podremos transformar la vida, la nuestra personal y la del mundo que no rodea. “Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Fíjate en el detalle. No nace en Jerusalén, la ciudad de los reyes. Nace en Belén, diminuta entre las aldeas de Judá. Belén, eres insignificante, pero el Señor te ha engrandecido. Te enalteció el que, de grande que era, se hizo en ti pequeño. Alégrate, Belén. Que en todos tus rincones resuene hoy el cántico “Aleluya”. En todo lugar, repito, se anuncia y se proclama que Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá…”. Con todo, lo importante no es saber si Belén es grande o pequeña. “Lo que sí nos interesa saber es la manera como desea ser acogido el que quiso nacer en Belén. Quizá alguien hubiera pensado prepararle fastuosos palacios, para acoger con realce al rey de la gloria. No es ese el motivo de su venida desde el trono real. En la izquierda trae honor y riquezas, y en la derecha largos años. En el cielo había abundancia eterna de todas estas cosas, pero no pobreza. Precisamente esta última abundaba y sobreabundaba en la tierra, y el hombre ignoraba su valor. El Hijo de Dios se prendó de ella, bajó, se la escogió, y revalorizó su encanto para nosotros. Engalana tu lecho, Sión; pero con humildad y con pobreza. Le agradan estos pañales. María nos asegura que le gusta que lo envuelvan con estas telas… Por último, fíjate que nace en Belén de Judá. Procura tú mismo llegar a ser Belén de Judá… Belén es la “casa del

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pan”. Judá significa confesión. Tú sacia tu alma con el alimento de la palabra divina. Y, aunque indigno, recibe con fidelidad y con la mayor devoción posible a este pan que baja del cielo y que da la vida al mundo: el cuerpo del Señor Jesús. De este modo, la carne de la resurrección renovará y confortará al viejo odre de tu cuerpo. Así, mejorado por este sedimento, podrá contener el vino nuevo que está en el interior. Y si, en fin, vives de la fe, nunca te lamentarás de haber olvidado de comer tu pan. Te has convertido en Belén, y digno, por tanto, de acoger al Señor; contando siempre con tu confesión. Sea, pues, Judá tu misma santificación. Revístete de confesión y de gala… Para concluir, el Apóstol te pide estas dos cosas en breves palabras: que la fe interior alcance la justicia y que la confesión pública logre la salvación. La justicia en el corazón, y el pan en la casa. Ese es el pan que santifica. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque quedarán saciados. Haya justicia en el corazón, pero que sea la justicia que brota de la fe. Únicamente ésta merece gloria ante Dios. Aflore también la confesión en los labios para la salvación. Y ya, con toda confianza, recibe a aquel que nace en Belén de Judá, Jesucristo, el Hijo de Dios (BERNARDO DE CLARAVAL, Sermón 1 en la vigilia de Navidad, 4-6: Obras completas de san Bernardo, III, BAC 469, Madrid 1985, 131-135). La lectura y meditación del texto evangélico del nacimiento de Jesús, así como el precioso texto de S. Bernardo que acabamos de leer, nos han situado ante el misterio del Dios que se ha revelado en Jesucristo, y nos han

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ofrecido alguna pista para actualizar el mensaje en nuestras vidas. Como hacemos en todas nuestras reuniones, es el momento de concretar las cosas un poquito más asumiendo algunos compromisos concretos. Algunos a corto plazo; otros a un plazo algo más largo. Para grupo adulto: 1) Dejar que Dios sea Dios: dicho así, puede parecer algo teórico y abstracto, pero es muy importante tenerlo claro teóricamente, para que se haga vida en nuestro día a día. A ello te puede ayudar repetir con frecuencia la oración de aquel hombre que pidió a Jesús la curación de su hijo: “Señor, yo creo, pero ayuda mi falta de fe”. 2) “No pretendo grandezas que superan mi capacidad”: según hemos visto en el desarrollo del tema, así oraba el salmista. Y así debe orar el creyente. Ante el Dios que se hace pequeño, que nace sin nada, y se manifiesta además a los humildes, a los que no eran nada, debemos esforzarnos en concreto por valorar lo pequeño, lo que parece no tener valor a los ojos de la gente, como por ejemplo la tarea callada y humilde del ama de casa. ¿Cómo vivo estas tareas? He de intentar con paz y sin victimismo valorar a la gente humilde, sencilla, a los que no cuentan en la sociedad, a los pobres de todo tipo: son los preferidos de Dios. Y deben serlo en la comunidad creyente. Podrías comprometerte a entablar conversación con alguna persona necesitada del entorno en donde vives, interesante por su vida y dejarte interpelar.

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Para grupo joven: 1) “Los ángeles contaron lo que les habían dicho de aquel niño”. Nos cuesta hablar de Dios a la gente; nos cuesta reconocer incluso que somos creyentes. Intenta superar esta dificultad. Y habla de Dios, de Jesús, en la primera ocasión oportuna; piensa en tus primos, amigos, compañeros de trabajo, de universidad... (O menos oportuna: no hay que olvidar lo que decía san Pablo a Timoteo: 2 Tim 4,2; “Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina” y lo que enseñó Jesús sobre la sencillez y la sagacidad: Mt 10,16; “Mirad que yo os envío ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas”). 2) No sé si, en tu caso, hace falta mencionar este compromiso, porque ya lo habéis asumido como normal en la celebración de la Navidad en tu hogar. Pero no está mal recordarlo, por si a alguien se le ha escapado: comprométete a instalar siempre el Belén en un lugar importante, e incluso a poner en el balcón o en una ventana de tu casa una colgadura con la imagen del Niño Jesús. Puedes invitar a que otros amigos lo hagan, o en tu facebook puedes cambiar tu foto de perfil por un belén o un niño Jesús.

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4. Oramos juntos 1. Comenzamos escuchando la Palabra de Dios Lector: Cuando nació Jesús, “había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: “No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.” De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 8-14). Todos guardamos unos momentos de silencio, para dejar que estas palabras penetren en nuestro corazón.

2. Alabanza al recién nacido Animador: Vamos a recitar juntos, despacio, este bello poema, que se utiliza como himno de las II Vísperas en el tiempo de Navidad:

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Todos: Te diré mi amor, rey mío, en la quietud de la tarde, cuando se cierran los ojos y los corazones se abren. Te diré mi amor, rey mío, con una mirada suave, te lo diré contemplando tu cuerpo que en pajas yace. Te diré mi amor, rey mío, adorándote en la carne, te lo diré con mis besos, quizá con gotas de sangre. Te diré mi amor, rey mío, con los hombres y los ángeles con el aliento del cielo que expiran los animales. Te diré mi amor, rey mío, con el amor de tu madre, con los labios de tu Esposa y con la fe de tus mártires. Te diré mi amor, rey mío, ¡oh, Dios del amor más grande! ¡Bendito en la Trinidad que has venido a nuestro valle!

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Para grupo joven se puede tomar “El tamborilero” o el “Adeste fideles” y cantarlo meditando la letra. Invitarles a cantarlos “en primera persona”, disfrutando de como dialogan con su vida. El tamborilero El camino que lleva a Belén baja hasta el valle que la nieve cubrió los pastorcillos quieren ver a su Rey,
 le traen regalos en su humilde zurrón
 al redentor, al redentor.
 ha nacido en un portal de Belén el niño Dios.
 Yo quisiera poner a tus pies, algún presente que te agrade, Señor. más, tú ya sabes que soy pobre también, y no poseo más que un viejo tambor, viejo tambor, viejo tambor. en tu honor frente al portal tocaré, con mi tambor.
 El camino que lleva a Belén, yo voy marcando con mi viejo tambor. nada mejor hay que yo pueda ofrecer, su ronco acento es un canto de amor, al redentor, al redentor. cuando Dios me vió tocando ante Él, me sonrió.

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Adeste fideles Adeste, fideles, laeti, triumphantes, Venite, venite in Bethlehem: Natum videte Regem Angelorum: Venite adoremus, venite adoremus Venite adoremus Dominum. En grege relicto, humiles ad cunas, vocati pastores approperant. Et nos ovanti gradu festinemus. Venite adoremus, venite adoremus Venite adoremus Dominum. Aeterni Parentis splendorem aeternum, Velatum sub carne videbimus Deum Infantem, pannis involutum. Venite adoremus, venite adoremus Venite adoremus Dominum. Pro nobis egenum et foeno cubantem, Piis foveamus amplexibus: Sic nos amantem quis nos redamaret? Venite adoremus, venite adoremus Venite adoremus Dominum.

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3. Oración de acción de gracias Ante el misterio del nacimiento del Hijo de Dios, ante lo que significa este misterio, el creyente se abre espontáneamente a la acción de gracias: gracias a Dios Padre, que nos ha enviado a su Hijo único; gracias al Hijo, que quiso compartir todo lo que somos, menos el pecado; gracias al Espíritu, que hizo fecundo el seno de María, la Virgen, para que de ella naciera en la carne el Rey de la eterna gloria; y gracias también a María, que escuchó y obedeció las palabras del ángel, haciendo posible que el Hijo de Dios se hiciera “Dios con nosotros”. La acción de gracias la hacemos primero de manera personal, intentando reconstruir antes mentalmente la escena de Belén. Tras unos minutos de silencio, ponemos en común los principales sentimientos que le inspira a cada cual el misterio del nacimiento del Hijo de Dios. El animador intenta recoger luego los sentimientos expresados por los miembros del equipo y decirlos en forma de acción de gracias a Dios.

4. Oración de suplica Animador: Con la misma actitud contemplativa de María, dirijamos ahora nuestra súplica a Dios Padre, diciendo: Escúchanos, Señor. Lector: Tú que has enviado a tu Hijo en la plenitud de los tiempos para que fuera nuestro Salvador, haz que lo acojamos con corazón abierto y espíritu humilde. R/. Escúchanos, Señor.

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Tú que llenaste al mundo de alegría por el nacimiento de tu Hijo en Belén, haz que todas las gentes crean en él y lo acepten como Mesías y Salvador. R/. Escúchanos, Señor. Tú que anunciaste la paz a todas las personas de buena voluntad, haz de nosotros constructores de paz en los ambientes donde transcurre nuestra vida: en el hogar, en el trabajo, en nuestra parroquia… R/. Escúchanos, Señor. Tú que en tu Hijo nacido en Belén te hiciste pequeño y te revelaste a los sencillos, concédenos la gracia de que en nuestra vida, en nuestros hogares y en nuestras comunidades cristianas hagamos sitio a la gente que no cuenta, a los pobres, a los marginados y rechazados de la sociedad. R/. Escúchanos, Señor. Tú que quisiste que los pastores fueran los primeros en recibir la Buena Noticia del nacimiento de Jesús y en hablar a los demás de lo que les había revelado el ángel, haz de todos nosotros mensajeros humildes y valientes del misterio de tu amor. R/. Escúchanos, Señor. Tú que escogiste a María, la Virgen humilde de Nazaret, para que fuera la Madre de Jesús, “Salvador, Mesías y Señor” del mundo, concédenos imitarla en su actitud silenciosa y contemplativa del misterio. R/. Escúchanos, Señor.

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Animador: Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza, y de un modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo: concédenos compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con nosotros la condición humana. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos” Todos: Amén. Si la reunión la preside un sacerdote o un diácono, nos da a todos la bendición. Si no es así, el animador puede concluir con la bendición de Aarón: “Que el Señor, nos bendiga y proteja, ilumine su rostro sobre nosotros y nos conceda su favor. El Señor nos muestre su rostro y nos conceda la paz” (Núm 6, 24-26). Todos: Amén. Como despedida, invocamos a la Santísima Virgen María con la oración del Itinerario:

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Tema 8

El nacimiento de Jesús

Mare de Déu dels Desamparats, Madre de Misericordia, haz este camino con nosotros. Enséñanos a proclamar al Dios vivo y verdadero. Ayúdanos a ser testigos de Jesucristo, el único Salvador del mundo. Mare de Déu, vela por la Iglesia que peregrina en Valencia. Que sea hogar auténtico de comunión y servidora ilusionada de la misión; para que contemplando, viviendo y anunciando el amor de Dios, mostremos a todos los hombres el Evangelio de la esperanza. Amén.

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

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El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

5. Preparamos la jornada siguiente El próximo tema, “Hemos visto su estrella”, nos presenta una escena evangélica que hemos convertido en fiesta popular, “los Reyes Magos”. Pero es una escena que contiene grandes mensajes. Sobre todo, intenta responder a tres grandes preguntas: ¿Quién es Jesús? ¿Para quién ha nacido? ¿Cómo podemos encontrarlo? Conviene, pues que lo preparemos bien, leyendo el texto evangélico, la exposición del tema y las preguntas que nos servirán para el diálogo en el grupo.

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Itinerario Diocesano de Renovación

2010-1014

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