ARDE AÚN SOBRE LOS AÑOS

ARDE AÚN SOBRE LOS AÑOS Novela de Fernando López 1 Y aquí quedará escrita aquella sangre, aquel amor aquí seguirá ardiendo, no hay olvido señores
Author:  Jesús Moya Segura

1 downloads 14 Views 45KB Size

Recommend Stories


AN
Group Health Cooperative: Core Bronze HSA AI/AN Summary of Benefits and Coverage: What this Plan Covers & What it Costs Coverage Period: 1/1/2015 to

Creating an adversiting campaign
Marketing Mix. Promotion. Business. Bathroom. Succesful. Legality. Products # Mercadotecnia

There was an armchair
What a mess! There was a party / Were you at work this morning? / A flat to rent / There was an armchair VOCABULARY A while April Armchair Attic Augu

Starting an Exercise Program
Starting an Exercise Program Regular exercise is a part of a healthy lifestyle. Talk to your doctor about what type and how much exercise to do if you

Story Transcript

ARDE AÚN SOBRE LOS AÑOS

Novela de

Fernando López

1

Y aquí quedará escrita aquella sangre, aquel amor aquí seguirá ardiendo, no hay olvido señores y señoras, y por mi boca herida aquellas bocas seguirán cantando.

PABLO NERUDA

2

I

3

Cerrado por vacaciones, decía un cartel, adherido a la cortina metálica de la panadería. Toqué timbre en el pasillo y no contestó nadie. Me llamó la atención que los familiares del Moro se hubieran ausentado todos juntos. Vista en perspectiva, no parecía ser la misma, había demasiada tierra acumulada sobre los pliegues de la cortina. Cargué mi bolso al hombro y seguí camino a casa por la avenida principal, a pie, gozando de la nueva situación de no ser reconocido. Llegué al Centro Cívico, me senté en un banco y encendí un cigarrillo. Ya no tenía presente que a esa hora Ibáñez cruzaba la avenida y la plaza para ir a almorzar. Lo vi salir, detenerse a esperar el cambio de semáforos y venir después en dirección al kiosco de revistas con la mano echada al bolsillo como si fuera a comprar algo. Sólo verlo, me trajo el recuerdo de tantas cosas vividas en San Tito que se me llenaron los ojos de lágrimas. El tiempo de las películas, de algunos amores importantes y una amistad como hasta entonces no había conocido. El tiempo en que nos dimos cuenta de que estábamos creciendo a tranco de noria sin atrevernos a cortar la cincha. El tiempo en que empezaron a morir los nuestros sin saber que antes habían muerto los de antes y todo estaba igual o peor que entonces. El tiempo de la bronca contenida, porque no sabíamos qué golpear ni adónde para sacárnosla de encima. El pueblo seguía limpio y ordenado, la gente, el tránsito, los autos brillantes; daba la impresión de que la historia no había pasado por allí. Algunas canas se dejaban ver en el pelo y la barba del amigo bancario. Tiré el cigarrillo y tomé otro. Si no lo llamaba para pedirle fuego iba a seguir de largo, leyendo los titulares del diario, sin reparar en ese muchacho despatarrado sobre el asiento de madera. Pulsó el pedernal del encendedor y me miró a los ojos. A medida que la llama se convulsionaba por el soplo de la brisa, su 4

gesto comenzó a cambiar de la indiferencia a la alegría y cuando gritó mi nombre, nos estrechamos en un fortísimo abrazo. ¡Cachito, Cachito!, repetía, como si no creyera lo que estaba viendo. ¡Qué cambiado estás, por Dios, es increíble! La gente que transitaba por la vereda parecía no entender el revuelo que armaban esos dos extraños, que se soltaban y volvían a abrazarse a los gritos sin importarles lo que pudiera decirse, en pleno centro, a la vista de todos. ¡Es increíble! Estás más alto, más fuerte, ¡barbudo! No sos el mismo de hace dos años. No dudé un instante en aceptar su invitación. De todos modos no me era urgente llegar a casa, quería encontrar algunos rastros perdidos en el tiempo que a lo mejor Ibáñez conservaba. Comencé a preguntarle mientras comíamos, temeroso de que el tiempo no nos alcanzara para hablar lo suficiente. A la familia del Moro no la veo desde hace unos meses. Me da la impresión de que se han ido, dijo. Quedaron mal después de la guerra. Creo que todos estábamos mal en ese tiempo, incluso yo, que no pude terminar mi Antología del agua porque me quedé sin poesía. ¿Te acordás? Encendió la pipa en el segundo plato como si no fuera a comer más. Dijo que estaba escribiendo una novela que pensaba terminar a fin de año. ¿Y vos? Yo también estoy escribiendo una novela. Lo miré sonriendo y agregué: No sé si no es la misma, quién sabe. Mirá, me dijo, la mía es una novela de los veinte años escrita a los cuarenta, si nos ponemos a verlas seguro que se parecen. A no ser por las crisis de cada uno. Comimos el postre, tomamos café y entramos al recinto de la biblioteca, mucho más desordenada y repleta de papeles que la última vez que estuve allí. Era como si un viento furioso hubiera entrado a sacudir la modorra demasiado bien acomodada por los años. Es una novela de amores, me dijo. Hablando de otras cosas, ¿no has vuelto a filmar? No. Todavía no. Mirá que ahora es tiempo de hacer la de guerra, Cachito. Sabemos un poco más de las cosas, se nos metieron adentro y hay que sacarlas para que no nos sigan doliendo. ¿Te acordás del policial? Al fin y al cabo fue un gol que nadie se esperaba en San Tito. ¿Y la campaña que le jodieron al Turco? Me acuerdo, dije, y nos reímos a carcajadas. ¿Cómo me voy a olvidar? Mientras volvíamos al centro me contó que al Mensajero lo hicieron casar con una vecinita que quedó embarazada, gran escándalo por medio. El Fuin estuvo preso, dijo, calando en mi gesto de asombro. Por matar a un policía. Parece que en defensa propia, o algo así. Fue en pleno proceso electoral. ¿Y Margarita? Se fue, dijo. Está viviendo en Santa Fe. No supo decirme si se había casado y no adiviné lo que calló con esa sonrisa maliciosa. El enano trabaja con el padre. Anda de novio con una pendeja que le lleva una cabeza. El otro amigo tuyo, el flaquito con asma, tiene un negocio de service de equipos de música y gana la mosca 5

que quiere. O sea todos bien, comenté cuando llegamos a la esquina de los semáforos. Me miró como diciendo qué gran hijo de puta que sos. Sonrió. ¿Qué será de nosotros dentro de veinte años?, pregunté sin esperar respuesta. Nos dimos un abrazo. Él entró al banco y yo enfilé para mi casa.

6

I

-Vos, tomá la sal -dijo el Moro, y llenó las manos abiertas del Mensajero-. Cuando salgan de la fábrica la tirás al fuego, y vos -le dijo a Tablita- enfocás la cara de la gente. Es decir, primero enfocá las llamas amarillas, la sal gruesa estalla y eso los va a asustar. ¿Me entendés? Van a pensar que son tiros, y lo que yo quiero es que captés el gesto de temor, ¿estamos? Tablita dijo que sí. La cámara estaba calzada sobre el trípode apuntando hacia el portón por donde iban a salir los obreros. -Ayudame con esto -dijo el Moro al Patita e’ropero, que estaba sin hacer nada. Le pidió que armara un montoncito de leña y papel y rociara con kerosene las puntas del diario que asomaban entre la madera, sentándose luego sobre el cordón. -Dame un pucho -pidió con voz firme. Tablita le acercó la colilla moribunda que le dio Margarita. -Che, Moro -preguntó después-. ¿Quién te dijo que la sal estalla? -La vida, pibe, la vida. Uno aprende las cosas en la vida, ¿me entendés? Lo que dicen los libros no es igual que la vida, es parecido pero no es igual -siguió fumando-. Yo sé que estalla y punto. El fuego se pone amarillo y después rojo de nuevo. Yo nunca he visto captar ese instante. En ninguna película, pibe. Esta va a ser la primera. Echó el humo hacia arriba y sonrió. Estuvo un rato largo mirando el montoncito de leña, con la suerte de cariño que parecía nacerle cuando hablaba de esos temas. Era capaz de estar horas bajo el sol del mediodía buscándole la vuelta a las cosas, para que

7

fueran más lindas que de verdad, porque en la vida -lo dijo muchas veces- es difícil encontrar la belleza. Los demás nos fuimos debajo de un paraíso a esperar que sonara la sirena. No compartíamos la tenacidad del Moro para aguantar que se nos fuera el agua del cuerpo a la camisa, como vimos, desde la sombra, que estaba ocurriendo sobre su espalda. Ninguno habló, pero era seguro que pensábamos lo mismo. Tuvimos tiempo de fumar otro pucho antes de que viniera a sentarse con nosotros. -Entonces -dijo- lo importante es captar el miedo, ¿entendés, Tablita? -Más o menos. -¿Cómo que más o menos? -Sí, no entiendo qué tiene que ver el fuego con el miedo. -Nada, boludo, nada. El fuego lo voy a usar para los títulos. -¡Ahhh...! -dijimos todos juntos. -¿Me entienden, manga de boludos? -¡Ahora sí! -dijo Tablita. -Quiero que estés atento porque es cuestión de segundos. Cuando yo te diga, girás la cámara y enfocás la cara de la gente. -¿Y si salen corriendo? -Mejor. Vos seguí filmando hasta que yo te diga. -Che, Moro -dijo el Mensajero-, me pica la nariz. -Vení que te rasco. ¿Adentro o afuera? -Adentro. -Pará un momento -sacó el pañuelo, envolvió el dedo índice y se lo metió en la nariz, casi hasta el fondo-. No largués la sal que yo te rasco. -Ay, me duele. -No seas maricón. -¡Ay! -Rascale vos, Margarita. -Tengo las uñas largas. El Moro sacudió la cabeza. -Teneme la sal que yo me rasco -propuso el Mensajero y se la pasó al Moro. Justo sonó la sirena. Tiramos los puchos y salimos corriendo en dirección a la cámara. -¡Dale -gritaba el Moro-, tomá la sal, apurate! Teníamos un par de minutos, hasta que se abriera el portón, para alistar el encuadre. Estaba todo preparado, pero había que asegurarse de que la lente no se 8

hubiera movido del montoncito de leña, que la luz roja de la cámara nos diera vía libre para oprimir el obturador y capturar el movimiento del fuego. El Moro arrojó el fósforo y las llamas abrasaron la leña. -¡Acción! -gritó-. ¡Acción! ¡Dale, Tablita! Estábamos demasiado nerviosos y ansiábamos que todo saliera bien, aun cuando no entendiéramos el significado concreto de cada escena. El nos decía que estaba conforme si cumplíamos con lo justo en el momento adecuado, pero era tan difícil como comprender la sucesión de imágenes que aún no tenía título ni final, y apenas un esbozo en borrador que hacía las veces de guión. La gran fe del grupo en el resultado final nos mantenía detrás de la cámara un poco al azar de lo que él nos dijera, gozando el momento con verdadera alegría a pesar del calor. Escuchamos el murmullo de la cámara que empezó a registrar el nacimiento del fuego y eso nos llenó de orgullo una vez más. Mientras se abría el portón de la fábrica adivinamos, entre las dos hojas, el enjambre de bicicletas que a pocos segundos invadiría la calle frente a nosotros, atornillados al piso, a la espera de descubrir el miedo que el Moro deseaba capturar a través de la lente. Confiados en que todo estaba bien, ninguno pensó que el fuego iba a largar tanto humo, negro y espeso, ni que el suave viento del norte lo iba a llevar en dirección a la cámara como a propósito, como si acaso supiera del asma de Tablita y su irritable propensión a ahogarse en los momentos sublimes. Empezó a toser. Primero con suavidad, como restando crédito a esa niebla repentina que vio venir por la lente y que ocupó sus fosas nasales casi imperceptiblemente. Después, con esfuerzo, a medida que la entrada de aire a los pulmones se cerraba, como una tranca pesada, en el instante en que la sal debía ser arrojada por el Mensajero para asustar a la gente y cambiar el color de las llamas. Y por último, con una desesperación que, además de contagiarnos, detuvo la marcha de las bicicletas, porque los hombres querían enterarse de lo que estaba ocurriendo alrededor de la cámara. Margarita tomó un cartón para pantallar a Tablita, el Moro puso los brazos en jarra dejándonos saber de su bronca, delante de mí y del Patita e’ropero que no atinábamos a nada porque él tampoco atinaba. Y el Mensajero, que seguía con las manos ocupadas esperando la orden, tan deseoso como nosotros de intervenir en la tos del amigo. Cuando el Moro salió de su quietud para golpear la espalda de Tablita, ayudamos a sostenerlo porque empezó a quedarse sin fuerzas. Se le doblaron las piernas. Algunos hombres se acercaron a sugerir que lo lleváramos a la Asistencia Pública. -Se está quedando sin aire, pibe -nos dijo uno. 9

El Moro echó una puteada por lo bajo. Después, al ver a Margarita con las rodillas juntas y las manos cruzadas, se le acercó y la trajo a la rastra. -Hacele un boca a boca -dijo, y le indicó lo que tenía que hacer. Margarita intentó negarse, pero el Moro insistió: -¿Querés que se muera? Se arrodilló y nosotros estaqueamos a Tablita para evitar sus convulsiones. Tardó unos segundos en decidirse. Al fin se acercó y echó unas bocanadas de aire en su boca. -Tiene mal aliento -dijo Margarita, y nos reímos. Entre arcadas, siguió soplando hasta que el flaco se recuperó. Lo dejamos descansando mientras el Moro hablaba con los obreros, tratando de explicarles lo que había querido hacer aprovechando la salida de la fábrica. Lo escucharon extasiados, con la misma emoción que sentimos nosotros cuando vino a proponernos integrar el grupo de cine. -Y ustedes, al escuchar los estampidos, se iban a asustar, pensando que eran tiros. ¿Y después? Después iban a salir corriendo a esconderse. Eso es lo que quise captar – dijo, remarcando las palabras-: la mueca de terror, el miedo... Ese miedo profundo a la muerte. -¡Qué lindo, pibe! -dijo un ciclista-. ¡Qué lindo tener esas inquietudes! Contá conmigo cuando quieras. -¿Ahora están apurados? -Tenemos hambre, pibito. ¿No puede ser mañana? El Moro asintió, decepcionado. -Ahora decíme -insistió el hombre-. ¿Por qué no tirás unos tiros, para hacerlo más real? -¡No! -dijo el Moro, haciendo gestos de que bajara la voz-. La cana no lo permite. Dicen que vamos a alterar el orden público. ¡Noooo! De pedo que nos dejan hacer la película. Usted sabe... Los vimos pedalear encima de sus sombras y alejarse en dirección a los barrios. Fumamos un pucho debajo del paraíso mientras Tablita terminaba de recuperarse, el Moro guardaba la cámara en el estuche y el trípode en la bolsa de lona, y Margarita daba sus quejas por todos los contratiempos. -¿Sabés lo que pasa? –le dijo el Moro cuando vino a sentarse-. Éste es un boludo. -¡Eh, che! ¿Por qué? –saltó el Patita e’ropero. -Sos un boludo –insistió. 10

-¿Por qué, por qué? Echó un par de bocanadas mientras nosotros aguardábamos la sentencia, impacientes, ansiosos. -¿Cómo vas a juntar leña verde, boludo? ¡Boludo!

11

Get in touch

Social

© Copyright 2013 - 2024 MYDOKUMENT.COM - All rights reserved.