ARGUMENTOS A FAVOR DEL ESCEPTICISMO. El ser humano efectúa de forma natural y cotidiana una distinción entre aquello

ARGUMENTOS A FAVOR DEL ESCEPTICISMO 1. Presentación del problema. El ser humano efectúa de forma natural y cotidiana una distinción entre aquello qu

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ARGUMENTOS A FAVOR DEL ESCEPTICISMO

1. Presentación del problema.

El ser humano efectúa de forma natural y cotidiana una distinción entre aquello que sabe y aquello que sólo cree. Es la distinción entre saber y creer. Consideremos un ejemplo concreto: yo sé que estoy delante de la pantalla del ordenador. Parece claro que en este caso, y en casos análogos, tendemos a afirmar que hay algo que sabemos. En cambio, si me preguntan si sé si Mikel está en San Sebastián o no, puede responder que no lo sé, aunque sí creo que Mikel está en San Sebastián (porque he oído algún rumor fiable o por la razón que sea). Paradigmáticamente, entre las cosas que consideramos que sabemos están aquellas relacionadas con nuestras percepciones. Estoy viendo un árbol desde mi habitación, por lo tanto sé que hay un árbol ahí afuera. Aunque quizá quepa hablar de una distinción intuitiva entre estos dos conceptos, llegar a una definición (o caracterización o análisis o elucidación) precisa del concepto de saber no es una tarea sencilla. Esa es precisamente una de las tareas principales de la epistemología o de la teoría del conocimiento. Uno de los análisis clásicos del saber desemboca en la siguiente definición: saber-p es, por definición, creer-p y tener una justificación de dicha creencia. Además p debe ser una proposición verdadera. Así pues, los conceptos de creencia, justificación y verdad resultan ineludibles en el análisis del saber. No es mi objetivo en esta sección ocuparme de los problemas -que no son pocos- que surgen acerca de este análisis del saber.

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Independientemente de cuál sea la definición del concepto de saber, a lo largo de la historia de la filosofía se han presentado una serie de argumentos que tratan de mostrar que en realidad no sabemos eso que decimos (sinceramente) saber. Son argumentos escépticos. Estamos ante el escepticismo acerca del conocimiento. Según dicho escepticismo, siempre que yo afirme que sé algo, cabe argumentar para convencerme de lo contrario, esto es, cabe argumentar para convencerme de que en realidad no lo sé. A continuación voy a describir brevemente e informalmente dos de esos argumentos escépticos: el argumento cartesiano y el argumento de Agripa.

2. Descripción de los argumentos

2.1 El argumento cartesiano Este argumento está relacionado en cierta medida con el experimento mental que hace Descartes en sus Meditaciones Metafísicas, cuando plantea la posibilidad de la existencia del genio maligno (no hay que interpretar que Descartes sea un escéptico). La idea básica es la siguiente. Todos hemos tenido experiencias en las que hemos creído percibir algo, cuando en realidad lo que estaba ocurriendo era un proceso, digamos, anómalo, bien por haber sufrido alucinaciones o efectos ópticos, bien por encontrarnos en un estado febril, bien por estar medio dormidos. La cuestión es que en esos casos yo he llegado a la conclusión de saber-p, sobre la base de percibir-p, cuando en realidad he sido víctima de alguno de los procesos que acabamos de describir. Yo he llegado a la conclusión de que sé que hay un árbol ahí afuera, por el simple motivo de que he visto dicho árbol. Sin embargo, el escéptico ataca este argumento sobre la base de esos procesos que hemos denominado anómalos. Replica el escéptico: si en algunas

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ocasiones has creído percibir un árbol, cuando en realidad estabas soñando (es decir, cuando en realidad no había tal árbol), en este instante en el que afirmas que sabes que hay un árbol ahí afuera, ¿cómo sabes que no estas también soñando (o alucinando o en estado febril)? Y si no sabes que no estás soñando, ¿cómo te atreves a dar el salto que va de percibir-p a saber-p? Esta idea básica se ha extendido hasta límites que incluso algunas películas como Matrix han hecho populares. ¿Y si toda nuestra vida no es más que un sueño? ¿Y si resulta que no somos más que unos seres o unos cerebros que están conectados a un gran ordenador (o a Matrix) que es manipulado por seres terribles (genios malignos) que nos hacen creer que vivimos de una manera que poco tiene que ver con la cruda realidad? ¿Cómo sabemos que la situación real no es una de ésas? El problema es que cuando soñamos no sabemos que estamos soñando o cuando estamos conectados a Matrix no sabemos que lo estamos. Estas dudas escépticas caen sobre cualquier afirmación relacionada con el saber que podamos efectuar.

2.2 El argumento de Agripa En cierta medida se trata de un argumento bosquejado en los Esbozos pirrónicos de Sexto Empírico (libro I, 164 y siguientes). Hemos señalado al principio que intuitivamente parece haber una diferencia entre saber y creer. El saber goza de un estatus privilegiado frente al creer. Esto hace que los filósofos hayan tenido un especial interés en relación a dicho concepto. Sin entrar en aspectos técnicos, parece razonable pensar que una de las peculiaridades que se asocia indisolublemente con el saber es su carácter justificado. Saber-p requiere cuando menos creer-justificadamente-p, es decir, al saber-p subyace una justificación de

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dicho saber. ¿Cuál es la justificación de saber- p? La respuesta consiste en proporcionar alguna evidencia p1. Pero, ¿qué justifica p1? La respuesta es p2. Pero, ¿qué justifica p2? De esta manera, entramos en un proceso que en el mejor de los casos resultará problemático en relación a la justificación de p, y, por ende, en relación a saber-p. En el siguiente apartado veremos algunas posibles respuestas a este argumento escéptico.

3. Descripción analítica de los argumentos

3.1 El argumento cartesiano El argumento cartesiano, desde un punto de vista lógico, tiene una estructura muy sencilla. Se trata de un Modus Ponens. Volviendo al caso del árbol que está ahí afuera y que estoy viendo desde esta habitación mientras escribo estas líneas.

(P1) Si no sé que no estoy soñando, entonces no sé que hay un árbol ahí (P2) No sé que no estoy soñando Por lo tanto, (C) No sé que hay un árbol ahí

Caben diferentes reformulaciones escépticas

(P1) Si no sé que no soy un cerebro en una cubeta conectado a un ordenador, entonces no sé que hay un árbol ahí (P2) No sé que no soy un cerebro en una cubeta conectado a un ordenador Por lo tanto,

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(C) No sé que hay un árbol ahí

O

(P1) Si no sé que no soy víctima del genio maligno, entonces no sé que hay un árbol ahí (P2) No sé que no soy víctima del genio maligno Por lo tanto, (C) No sé que hay un árbol ahí

En general,

(P1) Si no sé que no estoy en una situación anómala (de las que el escéptico trae siempre a colación), entonces no-sé-p (P2) No sé que no estoy en una situación anómala (de las que el escéptico trae siempre a colación) Por lo tanto, (C) No-sé-p

El argumento es correcto desde un punto de vista lógico, por lo que el antiescéptico deberá argumentar en aras a concluir la falsedad de (P1) o (P2), para así no comprometerse con la verdad de (C). Sólo así podrá superar este reto escéptico. Hay que tener en cuenta que p es cualquier proposición, en particular, p es cualquier proposición de entre las que normalmente consideramos que sabemos.

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3.2 El argumento de Agripa El argumento escéptico de Agripa tiene una estructura muy diferente. Cuando el escéptico nos pregunta por la justificación de p (dicha justificación parece a todas luces necesaria para saber-p), respondemos, por ejemplo, p1. A continuación el mismo problema se plantea con respecto a p1. Y así sucesivamente. Es decir, p, p1, p2, … El escéptico, ante esta situación, vislumbra tres posibles alternativas, todas ellas prima facie favorables a su tesis.

i.

La cadena de justificaciones no alcanza ningún final. En este caso, difícilmente podremos aceptar que hayamos justificado p, y, en consecuencia, difícilmente podremos decir que sepamos p.

ii.

La cadena de justificaciones sí tiene un final, ya que hemos llegado a una proposición q que no requiere de justificación alguna. Es decir, al justificar p, acabamos en una proposición q que no se justifica (al menos, no se justifica como se justifican el resto de las proposiciones p, p1, p2,…).

iii.

La cadena de justificaciones sí alcanza un final, ya que hemos llegado a una proposición q, a la que anteriormente ya habíamos llegado. Es decir, la cadena tiene la siguiente forma: p, p1, p2,… q, pi, pi+1,…q (pi, pi+1,…q, pi, pi+1,…q,…) Es decir, nos encontramos con una cadena de justificaciones que en realidad más que una cadena sin fin, es un círculo (al menos, lo es a partir de q, esto es, q, pi, pi+1,…q).

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El escéptico considera que las tres salidas juegan a su favor. La primera implica una cadena infinita de justificaciones, con lo cual la justificación de la primera proposición no se consuma. La segunda implica poner como fundamento de la justificación algo que no se justifica. La tercera es una justificación circular que tampoco satisface a nadie ya que para justificar q recurrimos a la misma proposición q, y no parece que ninguna definición del concepto de justificación tolere tales circularidades.

Algunos filósofos han considerado que (ii) y (iii) no son alternativas tan dramáticas, y que el triunfo del escéptico es sólo aparente. Por ejemplo, los fundacionalistas aceptan un grupo de proposiciones que no necesitan justificación ya que, por ejemplo, se autojustifican: son, en definitiva, el punto y final de la cadena de justificaciones. Hay diferentes tipos de fundamentalistas en el sentido de que caben discrepancias a la hora de identificar ese conjunto de proposiciones que se autojustifican. En cualquier caso, los fundacionalistas, todos ellos, no ven mayor problema en asumir los riegos que (ii) entraña. Con relación a la posibilidad (iii), también hay filósofos que no ven en dicha posibilidad una victoria del escéptico. Son los coherentistas. Un coherentista asume, con las reservas debidas, justificaciones circulares, siempre que no conformen círculos viciosos.

4. Bibliografía básica

Textos fundamentales: Descartes, R. (1641), Meditaciones Metafísicas. Madrid: Alfaguara, 1977.

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Sexto Empírico, Esbozos Pirrónicos. New York: Madrid: Gredos, 1993.

Otras referencias: Gascoigne, N. (2002), Scepticism. Chesham: Acumen. (Estas páginas están en deuda con el capítulo 1 de este texto) Stroud, B. (1984), The Significance of Philosophical Scepticism. Oxford: Clarendon Press.

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