Arquitectura e Ingeniería. Una reflexión comprometida

Arquitectura e Ingeniería. Una reflexión comprometida Julio Martínez Calzón DESCRIPTORES ARQUITECTURA INGENIERÍA ESTRUCTURAL ESTRUCTURAS EDIFICACIÓN

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Arquitectura e Ingeniería. Una reflexión comprometida Julio Martínez Calzón

DESCRIPTORES ARQUITECTURA INGENIERÍA ESTRUCTURAL ESTRUCTURAS EDIFICACIÓN SINGULAR TÉCNICA REFLEXIÓN FORMA DOMINIO

Se viene hablando reiteradamente, desde hace algún tiempo, de la relación entre la Arquitectura y la Ingeniería, en lo que respecta a las estructuras, como de algo que no ha encontrado el ajuste o la coherencia que debiera para impulsar o trascender la actividad de la construcción edificatoria. En primer lugar, aunque resulte obvio, debe señalarse que esta circunstancia, caso de ser más o menos cierta, correspondería únicamente a la edificación singular: bien sea por su gran altura, sus dimensiones libres o sus complejas formas. Porque en la edificación normal, de enorme volumen y mucho más trascendente en los aspectos sociales y económicos, el tema apenas reviste interés, viniendo claramente fijado por las reglas genéricas del mercado y el desarrollo social y, desde luego, en ningún caso sus posibles desajustes y circunstancias son los que este escrito trata de evaluar. Consiguientemente, el tema al que nos vamos a ceñir está planteado en el ámbito de lo que podríamos llamar “relaciones entre la estructura y la gran arquitectura”; asunto en cierto modo especulativo, con caracteres filosóficos, estéticos y críticos, pero posiblemente también en parte algo mediáticos, de prestigio y de relaciones humanas. En segundo lugar, debe señalarse que esta inquietud no es en modo alguno circunstancial, de ahora, sino que viene estando alternativamente latente o candente desde finales del siglo XIX. Y lo que hoy en día sucede corresponde, probablemente, a un ciclo de intensidad motivado por el inmenso despliegue y la complejidad creciente que todos los campos y actividades humanas han experimentado recientemente a causa del ordenador y los procesos informáticos, que están dando lugar a un estado de conciencia muy exacerbado, que lleva en todos esos campos a buscar el adecuado replanteo de sus modos de acción. Finalmente, hay que decir también que en esta interacción Arquitectura-Ingeniería, el ingeniero solo está involucrado en una de sus facetas: las estructuras en la edificación; mientras que en el resto, puentes, hidráulica, transportes, energía, etc., su actividad es casi plenamente autónoma. 6

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Por el contrario, el arquitecto, en este tipo de edificios, se compromete de una manera total y profunda. Y no solo ha de conjugarse su tarea con las estructuras, sino que lo que aquí podamos analizar de esta faceta podría también argumentarse de la relación Arquitectura-Instalaciones, ArquitecturaFachadas y muy probablemente en poco tiempo de la nueva interacción Arquitectura-Electrónica, en el sentido de todo lo que, poco a poco, va generando en el edificio la tecnología de los sistemas informático-virtuales. Pero independientemente de todo lo antedicho, es cierto que la rapidez de transformación que las técnicas han experimentado están poniendo de manifiesto la necesidad de analizar en profundidad y pormenor qué es lo que realmente ha sucedido y está sucediendo en el ámbito de las estructuras en la arquitectura de los edificios singulares, para expresar en forma comprometida lo que cada uno considere o extraiga de este análisis.

Método La manera en que he planteado esta reflexión se basa en tratar de percibir, someramente, cuál es la posible trayectoria histórica seguida por estas dos líneas de acción: la arquitectura y las estructuras (o más simplemente la ingeniería, para facilitar el texto), buscando establecer los aspectos fundamentales que, a mi entender, enlazan con lo que aquí y en nuestro momento actual tratamos de discernir, para poder alcanzar un esquema sólido que permita conseguir un enfoque claro y preciso acerca de tal relación y que, casi con total seguridad, no estarán muy alejados de los procesos a los que cada línea sirve o se ve sometida.

Pseudohistoria El hecho arquitectónico, en su más alta valoración, ha estado siempre adaptado y acoplado, paso a paso, a la evolución social, de onda más amplia, alcanzando muy diferentes modos y soluciones en función de las diversas culturas en las que se produjo, aunque quizás hoy, y debido a la enorme globa-

lización alcanzada por el mundo actual, tienda a una especie de “unificación variada”. Y dicha adaptación creo que fue siempre muy inmediata, porque la demanda social ha sido siempre extremadamente exigente en lo que respecta a los lugares en que llevar a cabo los diferentes actos sociales: habitar, reunirse, comerciar, desplazarse, etc. Desde fases muy primitivas de la construcción, el creador y/o director de los trabajos tomó el nombre preciso de arquitecto,1 separándose del constructor o artesano que, efectivamente, llevaba a cabo el trabajo, la acción. Y todos los sistemas que empleó en su quehacer imaginativo, luego puesto en acto, en su doble vertiente del material y de la forma de disponerse, fueron extraídos de la observación de la naturaleza, intuyéndolos a través de la mirada y reproduciéndolos con las adaptaciones necesarias. Así, el arco puede ser la roca horadada; la bóveda y la cúpula, las cuevas y hendiduras en la montaña; el dintel y la columna, los troncos de los árboles vivos o caídos; el tirante, la liana, etc. Tal vez el muro, la pared, de la mano del barro –origen primigenio de los objetos y utensilios humanos–, sea el primer acto arquitectónico humano, que, junto a una cubierta hecha con cañas y el mismo barro, determinarían el primer refugiovivienda no natural sino realizado por la propia mano del hombre. También el iglú, la tienda piel roja, el uso de pieles en los huecos de puertas, están próximos a esos primeros pasos del logro espacial humano, que sustituirían a la cueva o el bosque en otros confines. ¿Captarían esos arquitectos primitivos, incluso los muy posteriores, algunos de los conceptos estructurales: la compresión, la tracción, la flexión? Resulta muy dudoso, pero posiblemente algo intuitivo, cercano, les sirviera. Estos conceptos, muy posteriores, que serían precedidos de artificios apropiados para lograr espacios mediante elementos que se oponen a la gravedad y se mantienen en pie, constituyeron sin duda esa conexión profunda arquitectura-ingeniería, y que, surgiendo de la naturaleza, se expandirían durante siglos, utilizando diversos materiales y adaptaciones, para crear las formas, estilos y, más trascendentalmente, el arte de la Arquitectura. Pero aunque hay en este proceder signos inherentes del concepto de resistencia, utilizados por supuesto, y tal vez padecidos en infinitas ocasiones, la cuestión inicial, vibrante, no era esa; la exigencia era espacializar, refugiar, reunirse, comunicarse, y para todo ello bastaban las capacidades naturales de los elementos y materiales tomados en las dimensiones adecuadas y probadas. Cómo las transferencias de formas, y la utilización de unos materiales y elementos para suplir a otros, fueron produciéndose, engarzándose, expandiéndose, lo narra bien la historia de la Arquitectura y sus estilos hasta casi finales del siglo XIX, en una maravillosa senda de búsqueda y encuentro, realizada en paralelo por diversas razas y culturas. El espacio y la luz, sin duda básicos e iniciáticos, categorías superiores y definitivas de la arquitectura, se complementarían luego con la forma2 –el demiurgo del proceso– y el color y la textura, arcángeles de esa creación, para, más tarde, con el relieve y la pintura, alcanzar su desiderátum.

Fig. 1. Panteón de Agripa en Roma (s. I d.C.).

Fig. 2. Hagia Sofia en Estambul (s. VI. Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto), sin incluir los minaretes, como era en su origen.

Esta amalgama de factores, de alcance y dimensiones casi infinitas, una y mil veces explorada, imaginativamente realizada, constituirá un arte pleno y grande; no todas sus obras, por supuesto, sino tan solo una proporción pequeña, aunque siempre, eso es cierto, en todo lo popular y originario dicha exploración parece percibirse como arte, aunque sea de pequeño voltaje. En esos 25 ó 30 siglos de prueba y error hasta alcanzar el siglo XIX citado, apenas hay evolución en lo resistente, en lo técnico –me resisto a decir en lo estructural, porque creo que no se daba este concepto en tales actuaciones–, incluso en lo tipológico. No obstante, pueden señalarse algunos ejemplos de suma perfección y logro que estuvieron a punto de producir saltos específicos: el Panteón de Roma (Fig. 1), Santa Sofía (Fig. 2), el Kailasanatha excavado indio (Fig. 3), la catedral gótica francesa (Fig. 4); Santa María dei Fiore en Florencia (Fig. 5), la Mezquita del sultán Selim en Estambul (Fig. 6), incorporan sistemas resistentes excepcionales, muy “estructurales”, pero su influencia fue escasa en el desarrollo de los nuevos campos abiertos por aquéllos. Únicamente lo geoméI.T. N.º 78. 2007

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Fig. 3. Kailasanatha en Kanchipuram (s. VIII).

Fig. 6. Mezquita del Sultán Selim en Estambul (s. XVI. Alí).

Foto: PHILIP MAYE

trico es trascendentalmente utilizado para alcanzar formas, detalles, perfiles, encuentros que llevan a estas realizaciones a la belleza y a lo que denominamos arte de la Arquitectura. El flujo del construir arquitectónico a lo largo de estos siglos se enmarca exclusivamente en los estilos y en sus contactos trascendentales con la escultura y la pintura, para apenas emplear conceptos estructurales porque, simplemente, éstos no habían realmente nacido sino que los utilizados lo eran solamente a la manera de un estrato profundo, subliminal, que otorgaba su estabilidad a las construcciones, en un proceso lento y complejo, de prueba y error, exploración y tradición. Sin embargo, en el mismo período hay obras ingenieriles admirables: puentes, presas, canales, acueductos, diques, calzadas, etc. Son obras de ingeniería, también adaptadas a esas posibilidades resistentes básicas descritas, análogas a las empleadas en los edificios. Y fueron realizadas por arquitectos, único título y común para todos los hechos constructivos realizados.

Aparición de la ciencia y la técnica

Fig. 4. Catedral de Chartres (s. XIII).

Fig. 5. Santa María dei Fiori en Florencia (s. XV. Brunelleschi).

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En el último tercio del siglo XVII, en pleno alto Barroco, en el que se descubriría el concepto de infinito que abriría la mente humana de manera impredecible, se produce la formidable eclosión matemática encabezada por Newton y Leibnitz, que darían nacimiento, ipso facto, a la Ciencia, en la acepción precisa que queramos otorgarle,3 y de inmediato, a innumerables y trascendentales aplicaciones técnicas. En el ámbito que nos ocupa, la Resistencia de Materiales y el comienzo de la comprensión fenomenológica de la Teoría de Estructuras, cuyo conjunto podemos denominar, de manera simplista, como ciencia de la construcción, aún se llevarían un siglo largo de tanteos hasta dar con las líneas de fuerza apropiadas: conceptos energéticos de Castigliano y Menabrea (1875); el control real de las celosías por Culmann y Ritter (1866); la flexión con Navier (1826); y poco antes las innovaciones de la fundición en escalas apropiadas (1792) y el redescrubrimiento de los cementos hidráulicos y el hormigón (1796). Todo este conjunto, en combinación e impulso con la técnica del vapor (Watt 1776) –salto verdaderamente cuántico en el logro de disposición energética inmensa y barata para la sociedad–, establecerían de forma casi instantánea, comparada con el larguísimo período precedente, y en

total correspondencia con lo que se estaba produciendo como transformación industrial, una técnica del transporte de materiales y personas potenciadora de las aplicaciones de la ingeniería civil a alturas absolutamente impredecibles. El término ingeniero, de origen básicamente militar, y luego encargado de la implantación de las infraestructuras sociales que el desarrollo técnico e industrial propiciaron (minería, química, mecánica, etc.), pasó, en su versión civil, a hacerse cargo de las estructuras –puentes, estaciones, depósitos, etc.– que el transporte demandaba. Aunque en los siglos precedentes podamos hablar de algunas figuras cuyo pensamiento podría ser catalogado aparentemente como técnico o ingenieril, como Brunelleschi, Leonardo, Descartes, Galileo, Tycho Brahe, Copérnico, etc., la técnica, en su versión real, profunda y trascendentalmente apoyada en la matemática y en el contraste empírico de lo real, no les fue dada, en verdad. Es curioso constatar en este período de casi dos siglos que, así como la ingeniería emprendió su carrera de forma impresionante, la arquitectura se quedó prácticamente insensible, sumergida en sus propios problemas y conceptos, sin apreciar el gran salto que se estaba produciendo, la revolución formo-estructural que se avecinaba. Hay que señalar incluso que muchos arquitectos se integrarían en ese mundo ingenieril de la creación iniciática técnica.

Fig. 7. Acueducto de Pontcysyllte (1805. Thomas Telford).

La ingeniería estructural Los últimos años del siglo XVIII y las primeras tres cuartas partes del XIX constituyen el período fundamental de eclosión de la ingeniería civil. Trabando dialécticamente los nuevos conocimientos de la ciencia de la construcción, con los nuevos materiales surgidos de la técnica metalúrgica –la fundición muy especialmente; los procesos de abaratamiento de los aceros: Bessemer y Martin Siemens (1870)–, junto con las necesidades del transporte y la naciente industria, fueron llevadas a cabo soberbias obras de ingeniería, a escala del territorio (como muy bien señala J. Manterola4), con una intensidad absoluta en los planteamientos, el riesgo y el compromiso creativo con esas nacientes técnicas. El diseño y la ejecución de grandes obras se acoplaron mágicamente con el período romántico de la cultura en la que se encontraban, para conformar uno de los grandes momentos, épico incluso, de la ingeniería civil. No es que hubiera acierto en todas las obras, incluso muchas fueron deficientes o desaforadas, pero el espíritu del tiempo fue –al contrario que en la arquitectura– interpretado en clave de dominio por estos pioneros de las grandes obras de fábrica. En esos años se desarrollan prototipos estructurales muy importantes: — la chapa plana y las vigas de alma llena — la viga cajón — las celosías reales, complejas — las cadenas y cables portantes que llevarían al logro de obras imperecederas. Y no es, ni mucho menos, que estas obras fueran realmente muy influyentes o determinantes en el proceso real del desarrollo de las estructuras, porque les faltaba el ajuste, la

Fig. 8. Puente del Firth of Forth (1890. Benjamin Baker y John Fowler).

decantación, la optimización, y fueron muy pronto desplazadas por otras líneas más eficientes, aunque mucho menos impresionantes. Lo que las eleva sobre todo es el entusiasmo, la fuerza y el espíritu aventurero que las impulsó para alcanzar esos logros descomunales que han dejado en la ingeniería una huella de coraje y pasión, que aún se mantiene en ciertos casos –no tan fuertemente desde luego– y que debemos considerar como aleccionadoras. Se incluyen como ejemplo dos obras a las que tengo especial aprecio: el Acueducto de Pontcysyllte en Gales (1805. Thomas Telford) (Fig. 7) y el Puente del Firth of Forth en Escocia (1890. Benjamín Baker y John Fowler) (Fig. 8).

La dualidad ingeniería-arquitectura Hemos podido comprobar cómo la dualidad hoy existente entre estas dos ramas de la actividad constructiva tuvo su origen en esos momentos finales del siglo XVII en los que, en occidente, se produce la separación, totalmente nueva y decisiva, entre el pensamiento creador humanista, perfectamente trabado a lo largo de la historia, y el nuevo pensamiento científico-técnico, que habría de desplegarse en el futuro. Resulta muy claro discernir que en esos momentos se crea una especie de corte, o superficie de referencia, que separará dramáticamente lo que se haya de hacer desde el pensamiento del convenio humano, el orden subjetivo, el Humanismo –cuyas verdades se determinan por la aquiesciencia interpersonal I.T. N.º 78. 2007

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acordada, más o menos temporalmente, por la sociedad–, de lo que se llevará a cabo mediante el pensamiento del conocimiento humano, el orden objetivo, la Ciencia –cuyas verdades están sujetas al control y su reiteración, cada vez más precisamente contrastado, de los fenómenos de la naturaleza–. A partir de entonces el mundo de la actividad constructiva experimentará un desdoblamiento muy dilemático: Por una parte, el ámbito de la arquitectura cerró filas en la vertiente de la sensibilidad, con sus categorías fundamentales del espacio, la luz, el color y la forma, para mantener la realización cualificada de lo que podríamos llamar la edificación del hábitat humano. Por otra, el nuevo sentido científico-técnico creó la ingeniería, abriendo insospechados campos a partir del conocimiento analítico y empírico, que fue desplazando al artesanal, derivado del tradicional criterio de la prueba y el error. Este desdoblamiento y separación, que se mantendría prácticamente hasta finales del siglo XX, determinó, sin duda, un estado de necesidad en relación a las demandas edificatorias de la sociedad de su tiempo, que se resolvería –también por necesidad–, gracias a la aparición de nuevas técnicas, materiales y procesos, mediante el acercamiento y colaboración de ambas profesiones en un nuevo y vigoroso despliegue de la construcción urbana y social.

Vinculación entre la arquitectura y la ingeniería estructural Hemos podido ver cómo la ingeniería civil llevó a cabo una serie de extraordinarias nuevas estructuras capaces de resolver los retos que el avance industrial y técnico demandaban, e impulsar el desarrollo de la sociedad. A finales del XIX tiene lugar, adicionalmente, un conjunto de circunstancias, no concatenadas pero sí, en cierto modo, lógico-previsibles, que darían lugar a una impresionante transformación en la manera de ser planteadas las nuevas edificaciones singulares: En primer lugar, la aparición en la Exposición Universal de Londres del Crystal Palace (1851) (Fig. 9) –curiosamente fruto de la colaboración de un jardinero, John Paxton, y los ingenieros Charles Fox y W. Henderson– desencadenó en el ámbito de la arquitectura un verdadero vendaval de durísimas críticas,5 pero también de no menores adhesiones entre los arquitectos. El impacto de esta sensacional obra de ingeniería estructural y

Fig. 9. Crystal Palace de Londres (1851. John Paxton; Charles Fox y W. Henderson).

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espacio arquitectónico, puso de manifiesto la escasa entidad conceptual de los conceptos arquitectónicos clásicos existentes hasta entonces, incapaces de incorporar las nuevas posibilidades ofrecidas por la ciencia y la técnica del momento. En segundo lugar, la aparición del acero, nuevo y formidable material en el desarrollo estructural, seguido no mucho después por el hormigón armado, determinaron un ámbito de acción que definitivamente señalaba unos campos de actuación absolutamente impredecibles. En tercer lugar, y no menos trascendental, la presencia de nuevos sistemas y maquinarias, tales como el ascensor, el bombeo de líquidos a grandes alturas y distancias, la calefacción central, etc., propugnó la posibilidad de la edificación de gran altura y la realización de grandes espacios y construcciones, con apropiados acondicionamientos. Frente a esta serie de circunstancias y otras semejantes, los arquitectos reaccionaron fuertemente y su catarsis fue espléndidamente aprovechada para, constatando que todas estas novedades no podían ser llevadas a cabo con los procedimientos tradicionales, solicitar la colaboración de los ingenieros estructurales, pero manteniendo ellos el control y el dominio de las propuestas constructivas, aceptando en casi todos los casos el ingeniero un simple papel ancilar, aun cuando en muchas ocasiones su tarea fuera la más relevante de la obra. Esta forma de actuación, con excepciones muy contadas, ha continuado prácticamente sin cambios hasta nuestros días, y se ha vuelto a repetir de análoga manera en otros campos, tales como el de las instalaciones primero y, más adelante, en la ingeniería de fachadas –de enorme trascendencia en las grandes obras del presente, al ser la piel uno de los sistemas fundamentales del confort de los grandes edificios–; y recientemente, de nuevo, con la incorporación de sistemas industriales estructurales: cables, membranas, telas, láminas, vidrio, etc., otorgados comercialmente con todo un knowhow y desarrollo tecnológico extraordinario. Y sucederá análogamente en breve con todo el bagaje técnico de los sistemas de asistencia electrónica inteligente que los nuevos edificios están, poco a poco, integrando en gran medida. Aquí se ha puesto en juego una característica muy dramática e intensa de la personalidad humana: el protagonismo social del arquitecto ha ocultado, conscientemente, muchas de las aportaciones ingenieriles y de las otras actividades colaboradoras de aquél. Lo contrario también podría haber sido cierto si se hubiera dado la colaboración arquitectónica en puentes, presas, centrales, etc., y de hecho así ha sucedido en ocasiones. También el ingeniero ha obtenido enormes réditos de la colaboración no mencionada de los maestros de obra, artesanos y técnicos. La condición humana siempre actúa. Pero estas peculiaridades no deben reducir o desmerecer en nada el verdadero papel de la arquitectura, que creo que es, y debe ser, el plantear los fundamentos amplios y complejos que deben darse en toda edificación o hábitat singular, en la más amplia y consistente colaboración posible con el ingeniero consultor de estructuras y con los otros técnicos participantes en tales obras. Otra cosa será la manera en que tales colaboraciones sean mostradas o reseñadas.

Finalmente, para cerrar este recorrido histórico-crítico, se debería hablar extensamente de la fuerte incidencia que la aparición del ordenador ha introducido en el proceso del planteamiento, diseño, análisis y construcción de las estructuras en los grandes edificios singulares actuales, pero sobre ello he llevado a cabo un largo estudio, también histórico y filosóficamente combinado con los aspectos estrictos de la interrelación entre Arquitectura e Ingeniería, y al mismo, por tanto, me remito.6 Establecidas ya plenamente cuáles son las características principales que reflejan la actuación de la arquitectura y la ingeniería estructural actual, podemos centrarnos en analizar la manera en la que cada una de estas ramas entiende y plantea los aspectos fundamentales en los que puede basarse esta colaboración y tratar de perfeccionar su manera de actuar, para lograr la mejor síntesis y resultados posibles para esta colaboración en una construcción singular.

Las posiciones fundamentales de la arquitectura y la ingeniería respecto a los aspectos esenciales de la edificación singular Hemos señalado que el espacio, la luz y la forma son los aspectos claramente constitutivos, intrínsecos, inherentes a la arquitectura de su fase clásica; y considero que en gran medida siguen siendo ciertos para la fase contemporánea, actual y próximo-futura, con la única, pero profunda, diferencia de que en la edificación singular de hoy el hecho estructural adquiere una importancia dominante, independientemente de que dicha estructura resistente quede vista u oculta. La dimensión de la obra singular de nuestro tiempo requiere, y requerirá cada vez más, sistemas capaces de hacer frente a la gravedad y a las acciones climáticas, telúricas y dinámicas de manera económica, constructiva y duradera; y la técnica estructural que aporta estas posibilidades incluye muchas condiciones nuevas y específicas que el arquitecto debe conocer, reconocer y considerar, para que su obra responda a las crecientes exigencias espaciales, funcionales y sociales, independientemente de los aspectos superiores de carácter estético, de imagen, de prestigio o incluso de poder.7 La integración compleja de los muchos aspectos que el edificio singular actual reclama, exige decididamente un rector, y nadie puede serlo mejor que el arquitecto; pero si, a su vez, éste requiere la necesidad inalienable de un creador estructural para sus propuestas de carácter espacial, de estabilidad, constructivas, coherentes y consistentes con sus criterios, esa colaboración debe ser exigida en plano de igualdad, aunque sea parcial, para que otras ingenierías y técnicas obtengan asimismo su reconocimiento. Esa concepción arquitectónica profunda del espacio-forma trascendente que el arquitecto quiere lograr determina, inexorablemente, un ingeniero estructural de su mismo rango, obviamente supeditado a dicho objetivo prioritario del espacio y función arquitectónicos, pero manteniendo la excelencia estructural y no degradándola, ni en el caso de que tal estructura resistente fuera a quedar oculta.

Otra cosa podría darse con ocasión de que el sistema estructural requerido para la obra arquitectónica fuera estándar, porque tal edificio o espacio no requiriera procesos específicos. En tal caso la presencia ingenieril sería puramente ordinaria y su creatividad innecesaria. Lo que podemos atrevernos a postular es que la arquitectura singular, creativa, trascendente del próximo futuro vendrá hermanada a la ingeniería estructural –y posiblemente a otras tecnologías– de manera constitutiva y esto debe ser éticamente considerado por ambas partes. Yo considero que son aspectos esenciales de las estructuras: — La forma significativa, de percepción intelectual, y no solo de reacción emotiva o estética, que puede y debe acompañarla. — Una función cognitiva, no expresiva en sí, sino a través de la propuesta dimensional proporcional. — El concepto de dominio del campo y la materia, basado en la tensión interna de su constitución. Debe ser compositivo, analítico y constructivo. Son, pues, esquemas muy abstractos, porque todos ellos provienen del control energético intrínseco que la estructura ha de cumplir con respecto al medio gravitatorio y telúrico, que no apuntan hacia una morfología dada sino a una distribución ajustada de la materia a través de las propiedades de los materiales que la conformen y en el ámbito del campo gravitatorio. Considero que una gran parte de la grandeza de lo resistente es ese aspecto latente, solo subliminalmente perceptible, de la superación de la solicitación gravitatoria en las grandes dimensiones, con elementos relativamente mínimos; percepción que se categoriza en superior belleza, a poco que tales elementos estén proporcionados y acoplados con una mínima armonía. Así pues, la invención estructural, tanto en la creación de puentes, o en otros sistemas exclusivamente ingenieriles, como en su integración en los sistemas arquitectónicos singulares ha de responder basalmente a ese compendio imperativo de raíz energética y de orden superior frente al campo gravitatorio y, subordinadamente, a los requerimientos profundos arquitectónico-sustentadores. Esa tensión dialéctica forma visual-forma significativa, bien contrastada y considerada, debe ser el vector dominante, del citado orden superior, que determine la solución decididamente perseguida.

Lo visible y lo invisible de las estructuras en la arquitectura singular La posición establecida en el apartado anterior determina un grado importante de la estructura resistente en la conformación de cualquier arquitectura singular de nuestro tiempo. Esto creo que es verdadero, pero ello no implica, ni mucho menos, que dicha estructura tenga que ser ni plena ni parcialmente perceptible en la imagen del edificio. El arquitecto, y solo él, debe ser quien establezca y designe el grado de percepción que debe presentar dicha estructura, y esta decisión debe responder plenamente al concepto fundamental creativo que preside el proyecto arquitectónico. I.T. N.º 78. 2007

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El arquitecto podrá recibir la influencia, la intensidad, el orden canónico, la armonía, etc., que esa estructura puede aportar, pero corresponde a él, únicamente, el decidir su expresión en el conjunto. Obviamente, esta decisión se supone que es estética y profundamente sometida al rigor intelectual y artístico con el que todo gran arquitecto siente y sueña para su obra. Pero este dilema de lo visible y lo invisible puede plantearse de muchas maneras; incluso debe tenerse en cuenta que, en todo momento, solo resulta en sí parcialmente válido, puesto que requiere la obligada presencia de la luz para que no todo quede absolutamente anulado.8 Tales maneras podrían establecerse, atendiendo a factores muy variados, con las siguientes parejas contrapuestas: Exterior-Interior, Verdadera-Aparente, Sensorial-Conceptual, Presente-Compresente, Real-Virtual, Resistente-Decorativa, Activa-Inactiva, Conocida-Desconocida, Atemporal-Histórica, etc. Y, además, las premisas básicas de este análisis se sitúan, de manera muy concreta y precisa, dentro de los siguientes límites: — Situación en el ámbito terrestre, y sobre suelo apropiado. No son, por tanto, objeto de esta clasificación eventuales sistemas de barcos, aviones, globos o dirigibles; así como eventuales estructuras en el espacio o en el ámbito lunar, marciano, asteroides, etc. — Criterios cuasi-estáticos. No se consideran, pues –salvo excepciones–, aspectos cinemáticos o dinámicos, es decir, sin movilidad apreciable, tanto independientemente del tiempo como dependiente del mismo. — Temporalidad limitada, sin consideración de procesos relativos a la durabilidad, historicidad, etc. Es decir, ceñidos a un lapso de tiempo inactivo. Se eliminan, por tanto, aspectos relativos a las fenomenologías de conservación o durabilidad, estructuras biológicas, etc. También creo que resulta oportuno establecer una tesis o criterio adicional que late en todas las construcciones del hombre, pero que no se explicita usualmente, y que podríamos incluirlo dentro de lo que suele definirse como Weltanschaung, “espíritu del tiempo”. Consiste en la sensación o situación anímica que se produce en los usuarios de una construcción –y que afecta, por tanto, a los proyectistas como usuarios, que lo son también– y que determina una especie de límites o “sensaciones de borde” durante su permanencia en tales edificios. Para intentar expresar este concepto de una forma más precisa y relativamente cuantitativa defino el factor “actitud” anímica del usuario, oscilante entre los extremos opuestos de dominio y sumisión, respecto al edificio, y su correlación con la categoría “tamaño” de dicho edificio, en relación a su situación de empleo entre los ámbitos internos o profundos, por un lado, y externos o elevados, por otro. El gráfico que relacionaría estos parámetros tendría una forma del tipo representado en la figura 10. Ante este tipo de factores de sensación, la presencia de la estructura puede adquirir un cierto valor variable, vinculado a factores del tipo iluminación, agentes atmosféricos, etc., que puede proyectarse en cambios significativos en la valoración del tema que nos ocupa ahora de la visibilidad u ocultamiento –reales o aparentes– de los elementos estructurales vincu12

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Fig. 10. Relación entre la “actitud” anímica del usuario y el “tamaño” de la construcción en función de los ámbitos internos o profundos y los externos o elevados.

lados a la resistencia /seguridad psíquica del edificio por los diferentes usuarios. Aspecto que ha sido, directa o implícitamente, empleado, y manipulado, en muchas ocasiones en ese sentido básico de muchas construcciones: poder, misterio, sacralidad, dominio… Que están profundamente vinculados con el comportamiento y la ética de las personas. Deliberadamente se establece así una intensa amplificación del tejido mental en el que nos debemos situar al ponderar el factor estructura dentro del orden arquitectónico y poner de relieve la densidad entitativa y la dificultad de simplificar acerca del usual tema de la interacción estructura-arquitectura en los edificios singulares cuando se contempla en toda su amplitud la fenomenología de estos procesos. Así pues, seguidamente se anotarán ciertos comentarios relacionados con las diferentes vertientes dilemáticas que la dualidad visible-invisible puede englobar y que afectan a todo ese importante juego de vínculos que conforman la correlación arquitectura-estructura. Visible-Invisible

En una consideración inmediata estas diferencias son claras: zonas presentes a la vista y zonas ocultas. Sin embargo esta diferencia puede complicarse cuando se plantean aspectos o contrastes tales como interior y exterior, accesible e inaccesible, etc. Así, por ejemplo, es evidente que tenemos la idea de que cualquier construcción posee una cimentación capaz de permitir el apoyo de la estructura en el terreno y normalmente no se considera necesario explicitarla de ninguna manera, perdiéndose en gran parte la intensa sensación de estabilidad que esta parte del sistema estructural aportaría al conjunto. Sensorial-Conceptual

Apela al empleo de ideas y conceptos profundos de la tipología estructural conocidos por el observador: el arco y su equilibrio, la biela como apuntalamiento, el tirante suspensor; etc., frente a los más intuitivos de masa, equilibrio, esbeltez, proporción, etc. Así, una estructura puede ser extraordinariamente sensorial si propone una configuración de elementos muy intuitivos y obvios. Por el contrario, puede ser asensorial, conceptual, si sus soluciones se basan en el empleo de vinculaciones ocultas, presolicitaciones complejas, que impidan la intuición del proceso resistente o estabilizante.

Verdadera-Aparente

Una estructura consideramos que es verdadera si se da “adecuación” entre su cometido y su imagen –en línea con la bien conocida proposición escolástica “Veritas adequatio intelectus et re”–, o bien estar falseada para ofrecer otras propuestas o sensaciones en la valoración y comprensión del usuario y observador. Presente-Compresente

Para contrastar lo intuitivo inmediato o directo proporcionado por lo presente, que permitiría captar la totalidad de la estructura de una vez, y no en el sentido netamente contrario de lo latente, por oculto, pero intuido o supuesto, propone Ortega el rico concepto de lo compresente: lo que al estar detrás –oculto por la perspectiva o la masa del sistema– no es inmediatamente visible, pero sí inmediatamente accesible si nos desplazamos a verlo. Requiere, por tanto, en una especie de proceso de carácter discursivo, recorrer totalmente el edificio e ir almacenando las sucesivas imágenes (compresentes a la que en cada momento se percibe) para, finalmente, hermenéuticamente, integrarlas en un único sentido estructural comprensivo y clarificador. Este tipo de propuestas suele presentarse en edificaciones complejas y de grandes dimensiones, y se ha venido dando con profusión en las arquitecturas deconstruidas, que se califican a veces con el matiz adicional de confusas, y suelen ser opuestas a los sistemas de carácter claramente dominado por las simetrías y el orden. Activo-Inactivo

Se utilizan o remarcan zonas del edificio muy esbeltas o fuertemente estructurales, compensadas o unidas colateralmente a otras muy masivas o amorfas, que contrarresten, equilibren o compensen visualmente a aquéllas y totalmente alejadas de cualquier esquema estructural propiamente dicho y perceptible. Resistente-Decorativo

En una línea semejante a lo verdadero-aparente, pero aún más decididamente manipulador, pudiendo llegar a considerarse como una especie de “trompe-l’oeil” estructural, se utilizan a veces estos esquemas para crear estados de interrogación, de duda o sorpresa, capaces de superar el desinterés o distanciamiento de muchos usuarios cuando el edificio presenta una configuración usual.

se en nuevas condiciones, ofrecen una especie de revival o neoposibilidad de carácter historicista, frente a otros esquemas de total abstracción y alejamiento de cualquier conexión con la historia o la evolución de las estructuras en el tiempo.

Todas estas contraposiciones no quieren en ningún caso plantear aspectos negativos o juicios de valor: son únicamente consideraciones de carácter enunciativo que permiten resaltar cómo, según la estrategia, idea o condiciones de un encargo, el arquitecto puede –en su empleo de la estructura, más o menos aparente, y más o menos armónicamente integrada en la propuesta arquitectónica– establecer extraordinarias variaciones en la estimación intelectiva y emocional de un edificio y requerir por tanto de las estructuras muy diferentes aportaciones.

Resumen y conclusiones Aunque obligadamente ceñidos a unir sus actividades para el logro de la mejor solución posible en una edificación singular, los papeles del ingeniero estructural y del arquitecto pueden y deben estar interconectados en muy diversa medida, que va desde la simple condición de sistema estructural mostrenco, sin ningún valor ni gracia, para una extraordinaria propuesta arquitectónica, hasta justo lo contrario, una sofisticada, maravillosa, creativa estructura en un edificio sin espíritu, que anule o degrade la aportación estructural. Por consiguiente, parece claro que toda esa magnífica posibilidad colaboradora depende más de las personas involucradas que de las profesiones o técnicas. Pero dicho esto y bien entendido lo que se quiere manifestar, la cualidad de la colaboración, su intensidad y creatividad han de venir dadas por ese compromiso de cada uno de los técnicos con los criterios y categorías fundamentales que se han señalado, que enmarcan y definen el rigor y la intensidad con la que debe ser llevada a cabo la búsqueda de la solución cabal y armónica en una gran obra edificatoria. ■

Julio Martínez Calzón Doctor Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos Director de MC2 Estudio de Ingeniería

Notas

Conocido-Desconocido

Utiliza los recursos técnicos novedosos, de forma que o bien no sean inmediatamente perceptibles, o que permitan dar lugar a importantes novedades frente a los esquemas estructurales más convencionales. Obviamente, al cabo de un cierto tiempo, estas novedades se incorporan al acervo general y el efecto se anula en gran medida. Atemporal-Histórico

Consideración o inclusión de procedimientos o sistemas perdidos en el tiempo, al verse superados los esquemas o conceptos estructurales que los determinaban, y que al reutilizar-

1. Proveniente del latín architectus, y éste del griego arkitecton, que a su vez podría enlazar los términos ρχ, arqui = primero, antiguo; y τεκτονικ ς, tectonicós = perteneciente a la construcción o estructura. 2. Guardián del ser, en palabras de Heidegger. 3. La filosofía de la ciencia y los propios acontecimientos posteriores indican que debemos ser muy cautos en la definición de conceptos estables, permanentes. 4. En su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (“ROP”, nº 3.476). 5. Entre las que se encontraban incluso las de John Ruskin, que demostró claramente su pertenencia al ciclo pasado, aunque con una enorme valía. 6. Los sistemas estructurales en la arquitectura actual. Arquitectura e Ingeniería, Fundación COAM y Universidad Europea de Madrid (mayo 2007). 7. No es nada menor ni mucho menos esta consideración. Ver a este respecto Arquitectura y Poder (Deyan Sudjic, Ariel, 2007). 8. Se resume aquí una parte del trabajo realizado para su exposición en el Taller del Curso de Postgraduados llevado a cabo en la Escuela de Arquitectura del Vallés (Barcelona) en julio de 2000, con Juan Navarro Baldeweg como director del curso. I.T. N.º 78. 2007

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