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LAS TORRES GEMELAS Teruel era para mí una de esas ciudades cuya existencia conocía, pero que nunca había sentido la necesidad de visitar, y por lo ta

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Teruel era para mí una de esas ciudades cuya existencia conocía, pero que nunca había sentido la necesidad de visitar, y por lo tanto desconocía. Hasta que un buen día todo cambió. El asunto empezó en domingo, cuando bajé, como siempre, a comprar el periódico para devorar, con avidez de mujer parada, o mejor dicho y puntualizo, de trabajadora en obligada situación de desempleo, las ofertas de trabajo. No sé si es bueno o malo pero yo soy mujer de costumbres, así pues, como siempre, lo leí desayunando y después de apartar las migas de la tostada y los restos de la mantequilla, pasé a lo verdaderamente importante para mí, las ofertas de empleo. “Empresa de ámbito nacional dedicada a la transformación de plásticos precisa licenciados en psicología. Indispensable vehículo propio y disponibilidad para viajar”. Obtuve el empleo, fue muy sencillo, la mitad del puesto la consiguió mi curriculum vitae impecable; la otra mitad, el modelito super sexy y despampanante que compré especialmente para entrevistas de índole laboral, con generoso escote que realzaba mis turgentes y adustos senos, escasez manifiesta de tela en la zona de la falda, y ceñidísimo al sur del ombligo, precisamente allí donde la espalda pierde su digno nombre. En los primeros dos meses no fue necesario viajar, sólo tuve obligaciones contractuales en la provincia de Madrid, es decir dentro de mi lugar de residencia. Pero, cuando adquirí la necesaria experiencia comenzaron los desplazamientos. Cáceres, Gijón, Málaga, y sobre todo Zaragoza y Valencia, eran los destinos más frecuentes en mis desplazamientos. Lo recuerdo muy bien, fue durante un viaje a Zaragoza cuando cambió mi vida. Estaba en nuestra delegación de Aragón, el trabajo había concluido antes de lo previsto, para variar, estaba ya a punto de emprender el regreso hacia Madrid cuando recibí una llamada urgente, como todas las suyas, del gran jefe. Debía ir a Valencia, había surgido un imprevisto y era necesaria mi

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presencia allí con carácter de extrema urgencia. En estas ocasiones me pregunto: ¿Cómo funcionaba esta empresa antes de que yo llegara a ella? Subí al coche cargada de maletas y de resignación. Odiaba aquella carretera de doble sentido, que atravesaba un millón de pueblos y me obligaba a jugármela adelantando a miles de camiones. Agravó mi mal humor una lucecita roja, que intermitente e impertinente se encendía en el salpicadero. La temperatura, el coche se calentaba en exceso, no era de extrañar, llevaba lustros circulando detrás de un vehículo longo, demasiado longo y lento para esa carretera demasiado estrecha y sinuosa. Allí estaba, enfadada, cansada, nerviosa, circulando a cincuenta kilómetros por hora y sin poder adelantar. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI existan provincias como ésta de Teruel, sin un solo kilómetro de autovía?, ¿acaso los políticos del partido en el poder no viajan por esta zona? La luz impertinente dejó de ser intermitente y pasó a ser fija y persistente, sería pertinente detener la marcha ante la insistencia e impertinencia del aviso. ¡Debía comprarme otro coche! Llegué a la ciudad de Teruel contra todo pronóstico, busqué un taller, después llamé al jefe. _ ¡Cuatro días! ¿Has dicho cuatro días?- Gritó al otro lado de la línea aunque pareció estar muy próximo a mis tímpanos-, ¿qué pieza se te ha roto? _ A mí ninguna, ha sido al coche. _ Bueno, da igual ya no tiene remedio, enviaré a otra persona a Valencia, cuando esté reparado tu cacharro vuelve a Madrid, y por favor, ¡cómprate otro coche! _ Con el sueldo que me pagas imposible-. Estuve a punto de decir pero me callé a tiempo. Perfecto, el coche en el desolladero, el jefe enfadado, y yo, cuatro días sola en una pequeña ciudad desconocida y con aspecto de matar de puro aburrimiento. Busqué alojamiento por ir haciendo algo positivo, en el hotel me atendieron con gran amabilidad, me regalaron un folleto turístico, le eché un vistazo durante la cena, opíparo condumio por cierto compuesto principalmente de suculento jamón de Teruel y regado con un exquisito vino de Cariñena.

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Teruel, leí, obtiene su nombre tras mezclar las tres primeras letras de la palabra TORo, con las tres últimas de la palabra actUEL, que significa estrella. El toro y la estrella presentes y visibles en el escudo de la ciudad. Y ¿por qué precisamente esas dos palabras?, preguntó mi curiosidad. Unas líneas más abajo estaba la respuesta en forma de leyenda. En el año1171, los moros se disponían a atacar a los ejércitos de Alfonso II Rey de Aragón, cuyo objetivo era crear una villa desde la cual contener el avance de los musulmanes tras la caída de Valencia. Las huestes sarracenas eran más numerosas que las aragonesas, entonces como única y desesperada posibilidad de defensa, urdieron un ingenioso plan. En un rebaño de toros bravos vieron un imaginario baluarte, así pues, colocaron estopas y ramajes impregnados de brea, entre las astas de los morlacos y les prendieron fuego. Los toros corrieron desbocados, espoleados por el calor producido en su testuz. Semejante estampida causó el pánico en las tropas enemigas que se batieron en desconcertada retirada. No resultó difícil tarea al ejército de Alfonso II vencer a un adversario en desbandada, y de paso, hacer numerosos prisioneros, posteriormente, durante la noche, los arqueros aragoneses, abatieron a las reses que les habían salvado la vida, con sus certeras flechas. Al iluminarse el campo de batalla con las primeras luces del alba, se oyó mugir a un toro, todos miraron en la dirección de donde provenía la llamada y vieron, en el Alto de la Muela, el perfil altanero de un toro joven, la cabeza altiva y erguida, y entre sus amenazadoras astas una estrella de fuego rielaba y cabrilleaba todavía encendida. Decidieron entonces los aragoneses construir allí mismo la villa de Teruel, pues sin duda, era aquél un buen presagio que así lo aconsejaba. _ ¡Vaya!, una ciudad con leyendas atractivas-, pensé en voz alta para sorpresa de mis vecinos de mesa-. Quizá, después de todo, no sea tan aburrido pasar aquí cuatro días. Al día siguiente madrugué, en realidad me levanté temprano para desayunar dentro del estricto horario de comidas del hotel, no por propia convicción, pero esa decisión me permitió aprovechar la jornada. Después del desayuno, pude ver una muchedumbre arremolinándose

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ruidosa en torno a un guía, decidí, con un acto reflejo, unirme a ellos y visitar la ciudad, al menos aquella caterva de turistas atenuaría momentáneamente mi soledad. Conocí así la Catedral con su retablo del Altar Mayor y el artesonado de su cubierta; visitamos la Torre de San Pedro y la capilla anexa con el mausoleo de los Amantes de Teruel, cuyas verdaderas momias pude ver a través de los cristales bajo el alabastro del sepulcro. Visitamos el acueducto de los arcos y los dos viaductos paralelos. Estaba ya un tanto cansada de tanto ajetreo, cuando llegamos a la Torre del Salvador. _ Patrimonio de la humanidad-. Dijo el guía con orgullo-. No se conoce con exactitud la fecha de su construcción, se trata de una torre-puerta con paso de calle por debajo y utilizada de campanario de la iglesia anexa. La puerta es de arco apuntado, el interior se cubre con bóveda de crucería . . . _ Este guía no tiene ni remota idea de la historia de esta torre-. Susurró una voz en mi hombro, una voz cálida, sensual, envolvente, una voz que a punto estuvo de asustarme y no obstante me atrajo. Se trataba de un hombre joven, alto y delgado, moreno con el cabello muy corto y cuidado, y una perilla impecablemente recortada en su rostro, su tez era morena como si tomara regularmente baños de sol. Todas esas características le proporcionaban un aspecto de jeque árabe elegante, de magnate del petróleo o similar. No le hice ningún caso, claro está, no suelo prestar atención a seductores aficionados en busca de un ligue fácil por muy buen aspecto que tengan, pero reconozco que captó mi atención. De allí nos fuimos a la torre de San Martín, era idéntica a la anterior, eran gemelas. _ Esta torre también es patrimonio de la humanidad, se construyó a principios del siglo XIII. Al igual que la del Salvador, cumple funciones de torre-puerta y campanario de la iglesia anexa, tiene la disposición característica de los alminares almohades, es decir, consta de dos torres, una dentro de la otra y con un complejo de escaleras entre ellas, que permite el acceso a las tres salas y al campanario.

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_ Lo ve usted, no tiene ni idea-. Insistió sobre mi hombro el susurrante Don Juan-. Esta torre la construí yo entre los años 1316 a1317, por tanto su construcción, al igual que la del Salvador, data del siglo XIV. Me giré con intención de mirarle de soslayo y choqué contra dos ojos azules de increíble atractivo que realzaban la tonalidad del rostro fuliginoso. Sonreí por toda respuesta viéndome desarmada, y suponiendo que el comentario se trataba de una broma ingeniosa cuyo objeto únicamente era el flirteo. _ No se lo tome a guasa por favor, pero no deje de sonreír, cuando sonríe usted, su rostro se ilumina como el de ella, esa sonrisa suya es idéntica, es la misma del rostro de la bella Zoraida. Un escalofrío me sacudió al escuchar el nombre, aquél nombre, precisamente ese nombre entre tantos nombres de mujer existentes. Intuí un ápice de amargura en la frase y descubrí con sorpresa una lágrima rodando por la mejilla del joven. Y las tres sílabas del nombre continuaron dando tumbos por mis oídos. Zoraida. _ Pero ¿qué le ocurre?, acaso ¿quiere asustarme?, ¿pretende qué me ponga a chillar presa de la histeria o algo parecido? _ No, disculpe señorita, jamás me hubiera atrevido a hablarle a usted, pero se parece tanto a ella como una torre a la otra, no he podido evitarlo. Todos los días desde hace siete siglos, sea verano o invierno, haga calor o frío, llueva o abrase el sol, al amanecer subo hasta este pequeño refugio, me paseo por la ciudad, acompaño a grupos de turistas, no hablo con nadie, nunca lo había hecho, no molesto, no permito que nadie me vea, pero tú -, de repente me apeó el tratamiento -, tú eres demasiado hermosa, casi tan bonita como ella, casi perfecta. Nos habíamos separado del resto del grupo, tuve miedo de aquel hombre extraño y del halo misterioso en el cual flotaba, sin embargo parecía sincero, candoroso, sin malas pretensiones. Estábamos solos en aquella pequeña sala cuadrangular escasamente iluminada que producía ecos extraños y la situación me desconcertaba.

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_ Usted me desconcierta -. Dije con toda mi sinceridad -. ¿A quién me parezco? _ A Zoraida, la propietaria de esta torre y su gemela, la dueña de mi corazón. Ambas torres, la de San Martín y la de San Salvador se construyeron en su honor, se levantaron para ella, con el único propósito de conseguir el preciado tesoro de su amor. _ Me toma el pelo, usted se ríe de mí o es un conquistador con demasiada imaginación. _ Siento haberla molestado, le ruego me perdone no era mi intención, no volverá a suceder; el grupo está finalizando la visita y se dirigirán al hotel, si me lo permite la acompaño junto a ellos. Nos unimos al grupo, amalgamados con el resto de turistas perdí su pista, llegamos al hotel, esperé a que la muchedumbre se difuminara, pero definitivamente él no estaba. Pregunté en recepción y sufrí una decepción, nadie lo conocía, nadie lo había visto. _ ¿Con perilla y ojos azules dice usted? No, hay pocos clientes alojados en el hotel en esta época del año, y desde luego, con esa descripción no hay ninguno. _ Mañana ¿hay de nuevo visita turística a las torres mudéjares? _ No, hasta la semana que viene no es posible, sin embargo las torres permanecen abiertas al público, puede usted visitarlas, pero sin guía. Transcurrió el resto del día y me descubrí envuelta en un hálito de melancolía. ¿Por qué? Al día siguiente, por la mañana temprano, fui al taller mecánico. En dos días podría recoger mi coche reparado. Después de recibir esa buena noticia mis pasos se encaminaron casi involuntariamente a la Torre del Salvador. No había nadie en su interior, y en el exterior tan sólo una pareja de japoneses haciendo fotos a pie de calle. Llamó mi atención la cerámica que sirve de ornamentación a la torre, la forma en que el astro rey hacía brillar los discos cóncavos morados y las mágicas estrellas verdes y blancas, estrellas de ocho puntas, como la del escudo de la ciudad. Salí de la torre con un sentimiento de vacío en mi corazón, me sentía defraudada, pero ¿por qué?, ¿qué o a quién esperaba encontrar en aquella antiquísima construcción?, ¿acaso buscaba

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inconscientemente a mi misterioso torrero? Subí por la calle del Salvador y recorriendo la calle de los Amantes me dirigí a la Plaza del Seminario, allí, majestuosa, se erigía la torre de San Martín. Tampoco había nadie en ella, excepto la aburrida empleada que me vendió la entrada y me comunicó que en quince minutos, a las doce en punto del mediodía, se produciría el tañido de las campanas, el aviso era por si sentía curiosidad de presenciarlo desde el campanario, o simplemente, por si me sorprendía allí, para que no me asustara y fuera a caer por un lateral del muro. Subí directamente al campanario por las angostas escaleras, quería asistir al espectáculo. A la hora convenida, las campanas fueron volteadas enérgicamente por una mano invisible, el sonido fue ensordecedor, tras las doce campanadas se hizo el silencio más absoluto, aunque en mis tímpanos persistía un zumbido molesto. _ Sabía que vendrías- Dijo una voz masculina a mi espalda y el murmullo sensual se elevó justo por encima de mi hombro. Era él, el hombre misterioso. _ Hola - Saludé todavía no repuesta de mi sorpresa, vestía con una túnica larga que le cubría hasta los tobillos y un turbante ocultaba su cabello - Te busqué ayer en el hotel, pregunté a todos los empleados, ninguno de ellos te conocía y pensé que te alojarías en otro lugar. _ Te dijeron la verdad, no me conocen, yo no me hospedo en ése ni en ningún otro hotel, ¿de verdad no has entendido la historia?, o quizá te da miedo comprenderla, yo no existo querida niña, yo estoy muerto y los muertos no nos hospedamos en hoteles, lo hacemos en sarcófagos. Te lo explicaré, es decir, si tú así lo deseas. _ He venido hasta aquí para eso - Aduje sin dar crédito a mis propias palabras. _ Hace muchos años, 685 para ser exactos, ¡cómo pasa el tiempo! Casi siete siglos han transcurrido ya, vivían en la ciudad de Teruel dos alarifes, ambos eran amigos, los dos eran jóvenes, jactanciosos, se llamaban Omar y Abdalá. Yo soy Omar. _ ¿Quieres decir que tú eres Omar redivivo, pretendes hacerme creer que tú vivías ya en el año 1316?- Dije sonriendo con incredulidad y temiendo una respuesta afirmativa.

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_ Sí - Mis temores se convirtieron en realidad y la respuesta que temía se materializó en cruda y ruda certeza - Nací en 1296, en el año 1312 me trasladé a la ciudad de Teruel, en ella conocí al amor de mi vida, la bella Zoraida. Abdalá y yo nos enamoramos de la misma mujer. Era perfecta, de cabellos morenos largos y rizados, su cuerpo delgado se cimbreaba como un junco, su sonrisa iluminaba la tierra, era la joven Zoraida, la preciosa hija de Mohamed y de Zulema, la más bella mujer que jamás pisó este planeta. Abdalá y yo tratamos de atraer su atención, de enamorarla, al principio seguimos siendo amigos, mas poco a poco nos fuimos distanciando, pronto comenzaron las disputas, creo que nuestros corazones rozaron la frontera del odio, hubo ocasiones en las cuales llegamos a pelearnos y golpearnos como animales, fue curioso, entre la amistad mas pura y el odio más impetuoso sólo medio un amor ciego y apasionado por la misma mujer. El viejo y sabio Mohamed, cansado de la situación, pidió a Zoraida que terminase con las disputas eligiendo a uno de nosotros por esposo, debía decidir entre uno u otro antes de que la situación empeorase sin remedio y ocurriese una desgracia. Pero la bella Zoraida no fue capaz de elegir, no supo decantarse por uno y renunciar al otro. Entonces, Zulema sugirió a su esposo la solución. _ Son alarifes, cada uno construirá una torre, quien primero concluya la obra y logre la mayor perfección y belleza en su construcción, conseguirá la mano de Zoraida. Todos aceptamos el reto, se aprobaron los planos. Abdalá construiría una torre, cuya misión sería servir de campanario a la iglesia de la calle de la Albardería, yo, construiría la torre que serviría de campanario al templo del barrio de la Morería Chica. Fue en octubre de 1315, Mohamed nos citó en su palacio, nos obligó a estrecharnos las manos y cuando lo hicimos, las tomó ambas entre las suyas y dijo: _ Os he encomendado la construcción de las dos torres más bellas del universo cuya principal misión será honrar a mi hija y a esta encantadora villa de Teruel, quien más deprisa y mejor cumpla con mi encargo obtendrá como premio el amor de la esposa más hermosa del

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mundo, mi hija Zoraida, y esa unión dará por zanjada toda disputa entre vosotros. Podéis comenzar las obras en este preciso instante. _ Y ¿qué ocurrió? - Me atreví a interrumpir sin saber si debía o no creer la historia. _ Contratamos a cuantos trabajadores fuimos capaces de encontrar. A los pocos días de iniciar la obra Abdalá ocultó su construcción con un tupido muro de cañizos, yo hice lo mismo, la escondí y comencé una frenética carrera. Obligué a mis obreros a trabajar hasta la extenuación, los exprimía hasta la última gota, los dejaba descansar lo imprescindible y cuando los recuperaba los volvía a exprimir, y así un día y otro. Me llegó un rumor, Abdalá, inteligente y previsor, había divido a sus trabajadores en tres grupos, de esa forma siempre había un grupo, al menos, trabajando en el proyecto de su torre, no se detenían para descansar ni para comer. Yo, sólo podía ir más rápido que él si era capaz de mantener actividad en mi torre por la noche. Conseguí contratar los servicios de otro alarife y dividí a mis obreros en dos turnos, cuando yo descansaba el otro arquitecto me relevaba. Aquella estrategia era buena, la obra marchaba muy deprisa, demasiado deprisa y las prisas nunca fueron buenas consejeras. A principios del año 1316, Mohamed vino a visitar mi construcción, me informó de que íbamos muy avanzados respecto a nuestros competidores, ya estábamos comenzando el tercer tramo y Abdalá iba a mitad de la segunda altura. Eso suponía dos semanas de ventaja. Ya veía a Zoraida entre mis brazos, sentía el dulce calor de su cuerpo en el mío y percibía el sabor almibarado de sus labios en mis labios. En el mes de febrero de 1316 pusimos la última piedra, mi torre estaba acabada. Fui, lleno de contento a casa de Mohamed y le comuniqué con el pecho henchido de orgullo: _ Al amanecer del día siguiente destruiré el muro de cañizos que oculta la torre. Me felicitó y me dijo que a Abdalá le restaba al menos una semana para finalizar su obra. Fue entonces cuando mi mirada se encontró con la de Zoraida, una sonrisa cómplice iluminó su rostro y para mí se encendió la chispa de la ilusión, ella deseaba que yo ganara, me amaba.

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Al día siguiente, apenas las primeras luces del alba iluminaron la ciudad, ordené destruir el armazón protector, había una muchedumbre expectante congregada en los aledaños de la torre, en primera fila Mohamed, Zulema y como no, Zoraida. Oculto entre la multitud, pude ver el rostro defraudado de Abdalá. Los cañizos fueron desapareciendo, cuando por fin quedó al descubierto la torre, los turolenses prorrumpieron en vítores y exclamaciones admirativas, era sencillamente majestuosa. Paseamos bajo el arco de bóveda de cañón apuntado que conducía directamente a la morería, volvimos a subir calle arriba, compungido entre la turba estaba Abdalá, se nos acercó y me dijo: _ Te felicito, es hermosa como la mujer en cuyo honor se ha construido, has ganado. Le rogué que se uniera a nosotros, que volviéramos a ser amigos, aceptó sin abandonar su gesto contrito y todos juntos decidimos alejarnos para apreciar la belleza de la torre desde el alto del Tozal, desde la Cuesta de San Pedro, desde los cuatro puntos cardinales de la ciudad. Fue entonces cuando el mundo se derrumbó bajo mis pies, conforme nos alejábamos, y a cada dos pasos nos volvíamos para descubrir cada nueva perspectiva, la torre se deformaba, parecía caer desmayada a un lado, ¡estaba torcida! La prisa me había jugado una mala pasada, la imprecisión de trabajar en la penumbra de la noche me había derrotado. Definitivamente, la torre estaba torcida. Abdalá salió corriendo como un poseso para reiniciar su obra, en una semana estaría acabada, y más acabado estaba yo, no tenía tiempo de derrumbar mi torre y reconstruirla de nuevo corrigiendo su inclinación. Nueve días después, Abdalá derribó el muro de cañizos que ocultaba su obra. La construcción era perfecta y se alzaba en dirección al cielo recta y erguida como una vela. Mohamed y Zulema otorgaron a Abdalá la mano de Zoraida. Yo estaba acabado. Asistí a la ceremonia que unió a Zoraida y Abdalá para siempre, para ellos fue una boda, para mí un sepelio. No mucho después, un día cuyo crepúsculo me pareció más triste aún de lo habitual, decidí terminar con mi suplicio. Subí aquí, a este mismo lugar donde nos hallamos, al campanario

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causante de mi desdicha, y me arrojé al vacío, salté en dirección al barrio de la morería, en la dirección contraria a la cual la torre se inclinaba. _ ¿Tú eres Omar?, ¿te suicidaste, estás muerto? _ Sí, pero todavía hay algo más. Mi peor oprobio lo sufrí después de mi muerte, en el año1551, en esa fecha, y temiendo que la torre, debido a su manifiesta inclinación, pudiera llegar a derrumbarse, construyeron un muro de piedra sillar para sujetarla, aún hoy lo puedes ver en el lateral de la torre que da a la Plaza. Por otra parte mi único consuelo fue el hecho de que Zoraida, mi amada, fue plenamente feliz junto a Abdalá, él fue mejor arquitecto que yo, mereció el premio de su cariño, pues su torre honró la belleza de la joven Zoraida, y además fue un buen esposo. _ Esta historia me resulta increíble. _ Lo sé, no debí entrar en tu vida, pero no pude evitarlo, cuando te vi la vi a ella, eres tan parecida a ella como una gota de agua a otra, y se trata de una afinidad atávica, esa similitud tiene una explicación, una relación de parentesco, si viajamos por tu árbol genealógico en sentido ascendente a través de quince generaciones, llegaríamos hasta Abdalá y Zoraida. _ ¿Quieres decir que yo desciendo de la bella mora y el alarife a cuya construcción se debe la torre del Salvador? _ Así es, bueno, ahora debo irme y tú también, debes descansar, mañana tu coche estará reparado y te espera un incómodo viaje. _ ¿Cómo sabes lo de mi coche? Yo no lo he mencionado. _ Sé todo cuanto ocurre en esta ciudad, soy parte de su historia, formo parte de las tinieblas de su hechizo, de su magia y de su encanto. _ Me dijeron que tardaría dos días. _ Ve mañana a buscarlo, estará listo, ahora perdona, debo dejarte, ya te he causado demasiada molestia. Saltó.

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Saltó del campanario con rapidez y agilidad y lo hizo en dirección al barrio de la morería, en la dirección opuesta a la ignominiosa inclinación de la torre, yo corrí desconcertada y horrorizada hacia el lugar por donde se arrojó, miré hacia abajo temiendo ver su cuerpo esparrancado. Nada. Había desaparecido. Al día siguiente el coche estaba reparado tal y como él dijo, emprendí el regreso de inmediato, pero algo de mí quedó en esa ciudad, o tal vez ya había en Teruel una importante parte de mi persona y yo no lo sabía. Algunas cosas cambiaron en mi vida desde aquella visita accidental y accidentada a la hermosa villa de Teruel. Hoy, Teruel es para mí una ciudad que evidentemente existe y que me hechiza, siento la necesidad de visitarla periódicamente y tengo allí muchos y muy buenos amigos. Me gustaría decir lo contrario, pero en honor a la verdad debo admitir, respecto a Omar, que desafortunadamente no volví a verlo ni oírlo jamás, aunque en muchas ocasiones pude sentirle, intuirle. Averigüe que la historia por él narrada a mis incrédulos oídos, es una leyenda popular cuya existencia y veracidad nadie ha podido demostrar, aunque tampoco nadie ha podido demostrar lo contrario. Yo sé que no es leyenda, yo sé que aconteció tal y como él lo contó, ocurrió realmente, es historia y además es parte de mi historia. Otra circunstancia cambió en aquella corta estancia en la ciudad de los amantes, hasta entonces, siempre me había avergonzado de mi nombre, trataba de ocultarlo difuminándolo bajo una abreviatura o un diminutivo y firmaba en todas partes con una rúbrica ilegible, incluso estuve a punto de cambiármelo, y ¡menos mal que no lo hice! Desde entonces, y gracias a Omar, comprendí el significado de mi nombre, de aquel nombre que mis padres eligieron de entre todos los nombres posibles, de aquel nombre que pronunciado por labios de Omar heló mi sangre y trastornó mis sentidos, desde entonces, y gracias

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a Omar y a una accidental y accidentada visita a una ciudad maravillosa, estoy por completo orgullosa de mi apelativo, y presumo de llamarme . . . ZORAIDA.

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