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Teniendo en cuenta la calidad y localización de las distintas tribus indígenas poseedoras de alguna cultura artística dentro del extenso territorio colombiano, podemos, para su mejor es-

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tudio, dividirlas en cuatro grandes regiones, así: primera región o central, correspondiente al pueblo chibcha ocupante de la altiplanicie de Cundinamarca y gran parte de Boyacá (hasta 543

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Senderos Soatá y Sogamoso) y Vélez y Suaita en Santander del Sur. Segunda región o del norte, correspondiente a las civilizaciones extendidas a lo Íargo del litoral antillano desde el golfo de Urabá hasta el Cabo de la Vela en la península de Guajira. Comprendidos, pues, dentro de esta región hállanse los cunas, urabaes, sinúes, calamares, arhuacos, taironas y guajiros. La tercera región u occidental fórmanla aquellos pueblos que ocuparon las cuencas del río Cauca y sus afluentes, como los lilis, buchitolos, bugas, quimbayas y antioqueños (ebéjicos, tuangos, catios, etc.), y también a los chocoes en la alta cuenca del río Atrato y las tierras comprendidas entre las cordilleras del Chocó y Baudó. La cuarta región o del sur, correspóndeJes en primer lugar a los agustinianos o habitantes del Valle de San Agustín en las cabeceras del río Magdalena; a los COCOl1UCOS en las cercanías de Popayán, a los quillancingas y pastos. Aun podríamos establecer una quinta región u oriental formada con las tribus que pueblan aquellos territorios comprendidos entre los ríos Orinoco al norte, Meta en el centro y Guaviare al sur, como son los numerosos caribes, los achaguas extendidos hasta las costas de Venezuela, los caberres, guahibos y sálivas. Pero ya lo afirmamos, y el fenómeno es más notorio en este caso, que los pueblos establecidos en las regiones orientales de las Américas fueron siempre de inferior cultura o no tuvieron ninguna; aunque no se nos escapan, por ser muy brillantes, algunas noticias que sobre estos últimos nos han trasmitido los misioneros religiosos y los exploradores, según las cuales los achaguas son muy inteligentes, sentimentales y hábiles fabricantes de loza y otros objetos de cerámica, y de los sálivas se dice que sobresalen como grandemente aficionados a la música, tocando con relativa gracia la flauta y el violín. A decir verdad, por la rusticidad de los pocos objetos que hemos visto pertenecientes a los indígenas de los llanos orientales de Casanare y San Martín, reveladores de algún sentido artístico, su estudio comparativo y analítico sólo serviría para hacer resaltar mejor la calidad del arte obrado por las otras cuatro y bien distintas regiones. La clasificación que de ella hemos hecho obegece no sólo a condiciones meramente _geográfi-

cas, sino de modo muy especial a las características de la cultura de estas regiones, bien diferentes unas de otras y con gran semejanza entre sí mismas, de lo cual son un ejemplo perfecto las analogías existentes entre la cerámica de los quimbayas, ansermas, umbras y carrapas h,fobitantes de la misma región y cuyo arte es inepnfundible con el chibcha o el agustiniano. En l~ región del sur los menhires y demás piedras entallalias por los agustinianos son en mucho análogas a los guacos y vasos antropomorfos de los coconucos, unos y otros bien desemejantes de cuanto hicieron los sinúes, taironas y demás pueblos de la región del norte, los .que sí guardan entre ellos un tan grande parecido que frecuentemente se los confunde y unifica. Situada Colombia inmediatamente sobre la línea ecuatorial y a una distallcja intermedia entre Méjico y Perú, su cultura se halló influenciada en la época precolombina por la de ambos pueblos. No fue, en verdad, la tal influencia tan recia que convirtiera a nuestro suelo en un mero tributario de unos y otros, pero tampoco tan pequeña que no la advirtamos a poco que la busquemos. Así, la cultura de nuestra región del sur está toda ella tocada de peruanismo, ya que en el arte de los quillancingas, pastos y coconucos alienta un puro acento I incaico, y en las esculturas de los agustinianos la influencia de los remotos entalladores que esculpieron las piedras sagradas . de Tiahuanaco, a orillas del lago Titicaca, está bien a las claras; aunque conviene agregar que también en estas labras agustinianas advertimos un gran parentesco con los mejores ejemplares de estatuaria pertenecientes a las civilizaciones toltecas y aztecas de Méjico. De la misma condición de peruanismo se resiente gran parte de la mejor cerámica de nuestros quimbayas en punto de formas y técnica o manufactura. También la orfebrería de nuestros indios occidentales (la mejor que aquí se hizo) demuestra con precisión influencias de una y otra parte, es decir incaicomejicanas. En este punto la región que mejor libraga de influencias se nos presenta es la central o de los chibchas, poseedores, según parece, de un arte textil maravilloso, pues eran verdaderos maestros tejedore~. También como ceramistas fueron adl

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Senderos mirables, aunque de menor inventiva que los quimbayas y mucho menos buenos orfebres que éstos o que los norteños. Divididas nuestras tribus en regiones para mejor estudiarles lafl condicione del arte que

provechosas nos serán para la idea formal qUe sobre estos pueblos debemos tener. Gracias a la curiosidad y diligencia de más de cuatro cronistas, no escasean las noticias historales sobre lOf; pueblos que a su paso fue-

Esculturas agustinianas. Pilastras con imágeiles de guerreros asistidos por divinidades. (Museo Etnográfico de Berlln).

nos legaron, e insinuadas las diferencias principales existentes entre unas y otras, antes de abordar su estudio haremos algunas anotaciones sobre la historia de cada una de ellas, anotaciones que dentro de su gran laconism'Q muy

ron encontrando los conquistadores. Por ellas sabemos, algo al menos, sobre el lugar en que cada una hallábase asentada, sobre los ritos que practicaban, las leyes que las regían y las virtudes y defectos que les eran peculiares o 545

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Senderos comunes. Industriosos y buenos traficantes fue·· ron los chibchas y como ellos los guanes y cí· tareros de Santander ; ricos y disolutos los quimbayas y sinúes; a un tiempo aguerridos y hospitalarios los cunas y catíos; libérrimos y hermosos los guajiros; irreductibles y feroces los andaquíes, panches, m.otilones y pijaos. De les primeros de estos pueblos, el chibcha, sa· bemos que a su nación sólo faltóle unidad para. alcanzar el carácter y la preponderancia que a un imperio distingue; pues hallábanse di v:· didos en señoríos tales como los de Iracá, hoy Sogamoso; Hunza, hoy Tunja; Guatavita, cuyo nombre se conserva así como el de Susa y Bacatá, el principal y más poderoso de todos. Este linajudo señor, llamado el Zipa, heredero del trono, ascendía a él tras largos años de encierro en el cuca o seminario, donde los sacerdotes, llamados jeques, lo instruían en el buen gobierno de su pueblo, en el curso y predicciones de los astros, en el culto a sus dioses tutelares y en la historia gloriosa de sus antepasados. Cumplida la luenga etapa de estos estudios, mediante la observancia de un ayuno cuasi consb:mte y de una castidad no desmentida. tenía lugar la ceremonia de la entronización, celebrada con toda magnificencia y cuya fama llegó hasta Ecuador y Panamá, con el nombre maravilloso de "El Dorado": allá en lo alto de la cordillera está la laguna de Guatavita, la más famosa entre tantas como en las tierras del Chibcha se hallaban; de aguas heladas y oscuras, trasparentes e inmóviles, los nativos la habían escogido para tal ceremonia, quizá porque el silencio y misterio que señorea aquel paraje les sobrecogía de manera supersticiosa. En medio del pueblo, que desde la orilla circundaba el lago tañendo instrumentos y entonando himnos, penetraba, de pie sobre la balsa regia y en compañía de los viejos jeques preceptores, rumbo al centro del lago, el príncipe resplandeciente, sin más ni mejores atavíos que el oro en polvo que lo recubría literalmente y el encanto de su íntegra desnudez juvenil y armoniosa. Llegados al centro mismo, cesaban los himnos, las danzas y las mil atronadoras músicas de los fotutos, ocarinas, tam~ bores y chirimías; entonces los centenares de objetos de oro y pedrería con que la balsa iba lastreada y en cuya confección los mejores ar-

tífices del reino habían extremado los primores de su arte, eran arrojados a las profundidades del agua; y cuando, acto seguido, el silencio e inmovilidad eran absolutos, obrábase la ablución del joven Zipa, quien sumergiéndose todo, quitábase el 01'0; luégo, nuevamente de pie "obre su balsa, era investido del boyacá o manto regio, corona, cetro y pectoral áureos, amén de los collares, cintillos y otras joyas. Ya jamás sys pies tocarían el suelo ni sus vasallos le mirarían el ro tro. En adelante él sería el ejemplo más acabado del valor, de la justicia y la liberalidad. Muchas eran sus esclavas, pero una ola su esposa y señora; muchos jayanes había en sus dominios que prestaban el servicio militar, que era obligado, pero sólo los máf. leales, esforzados y valientes podían en 1a: guerras disputarse el alto honor de pelear a su lado; a tales guerreros les daba él el nombre de güechas, es decir, matones, premiándoles con títulos nobiliarios y con algunas mantas. Pues no sabía el Zipa hacer mejor regalo a sus vasallos que el de una de estas piezas de mucho lujo y necesidad, entr~gada por sus propias manos; ni sabía castigar a los cobardes y dañinos de peor manera que mostrándoles la severidad y continencia de su rostro. Cerca de cinco siglos antes de la conquista había hecho su aparición en esta altiplanicie cundinamarquesa un anciano barbudo y extraordinario por todos los conceptos. Como era bueno y misericordioso, pronto ganó el corazón de los nativos, quienes amándole llegaron a acatarlo como el enviado de Chiminigagua, su dios todopoderoso. Varios nombres le dieron los chibchas a este hombre iluminado que tantos y tan buenos oficios y tan sabias y humanitarias doctrinas les enseñaba, pero entre tales denominaciones primó la de Bochica, con la cual pasó a la historia. Predicó este apóstol al pueblo chibcha las nobilísimas virtudes de la caridad, del desprendimiento y del amor al prójimo; enseñóles cómo el alma es inmortal y cómo después de esta vida terrenal y mezquina, otra venturosa y eterna espera a los justos. Además de estas doctrinas tan consoladoras como idealistas, enseñóles a amar la belleza, a practicar con mayor actividad y gusto las artes textiles, y a embellecer sus burdas telas y su cacharrería con graciosos y bien com-

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S ender Os binados motivos ornamentales; en prueba de gratitud, algunos tribus llamáronle también Nernterequeteba, que quiere decir maestro de los tejedores. Aun después de su muerte siguió el espíritu

teras, y la algidez y esterilidad de los páramos mataron de hambre y frío a millares de inelios, los sobredvientes invocaron el espíritu de su maestro y éste aparecióseles en el cenit del arco iris, desde donde descendió al boquerón del

Esculturas agustinianas en piedra. Derecha : guerlero; izquierda: cacique asistido por un dios tutelar. (Museo Etnográfico de Berlín.)

de Bochica, según leyendas chibchas, velanctü sobre su pueblo y haciéndole bien. Cuando PO! espacio de varios meses diluvió en la altiplanicie y las aguas inundaron hogares y semen-o

Tequendama golpeando sus rocas y precipitando por aquella garganta las aguas estancadas. Con la presencia de Bochica solvió para los chibchas la alegría y la prosperidad, y desde 547

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Senderos entonces continuaron invocándole y hasta lo exaltaron a la categoría de divinidad muy principal entre las varias que constituían su Olimpo. Eran éstas: Chiminigagua, el dios invisible que todo lo había creado y todo lo regía. Súa, el sol, que con su luz embellecía la tierra y fecundaba los campos, era la obra maestra de Chiminigagua y el espejo en que se miraba, irradiando su luz. Chía, la luna, esposa de Súa; bajo su tutela estaban los huérfanos, las viudas, las doncellas, los enfermos y las mujeres en trance de maternidad; y Cuchavira o el arco iris, adorado desde la reaparición de Bochica. Tras estas divinidades astrales venía la madre Bachue, doncella que triste y solitaria deambulaba por estos prados cuando oyó llorar bajo las aguas de la laguna de Iguaque a un niño; librándolo del frío y del agua, llevólo a su vivienda, 10 crió y cuando ya fue hombre se des · posó con él y hubieron tantísimos hijos, nietos y bisnietos que a su muerte hallábanse poblando gran parte de estas tierras. Sintiéndose ya muy viejos, Bachue y su esposo congregaron su prole en torno a la misma laguna, y despidiéndose y aconsejando a todos, adentráronse en ella hasta desaparecer; de allí eleváronse al punto dos grandes serpientes, por lo cual los circunstantes las tuvieron por sagradas, alegando que sus progenitores habían reencarnado en aquellos reptiles. En adelante, el agua en todas sus manifestaciones y los reptiles y batracios que en ella habitan fueron tenidos por sagrados; especialmente la rana, símbolo para ellos de] movimiento y de la vida, de la fecundidad, de la libertad y de la paz. La veneración del indio por la rana es muy {:le tenerse en cuenta, pues la representación de este animalito, hecha de manera naturalista y algunas veces estilizada, constituye un motivo con que frecuentemente topamos en el arte chibcha de aquel entonces. Otras divinidades tuvieron, como Chibchacún, dios que sustentaba el mund,) sobre sus hombros; Chaquén, joven y fuerte que velaba sobre los predios y fronteras librándolas de entrometidos y ladrones. N erncatacoa, dios de la danza y la embriaguez, del compañerismo y la democracia; aparecíaseles en medio del trabajo cuando estaban fabricando sus casas, ayudándoles a cargar y acondicionar los maderos, y

luégo emborrachábase con ellos. También adoraban ]03 indios algunos espíritus malignos, como Guahaioque y Fu, más por temor que por respeto, pues eran grandes los males que e3tas divinidades sombrías les hacían cuando de ellas se olvidaban. Muy inteligentes y bastante industriosos eran los chibch'a s; explotaban sus minas de sal, que elaborada convenientemente constituía e] principal renglón de su comercio U1 las lejanas plazas de Zorocotá (hoy Puente Nacional) en Santander, y de Aipe y Coyaima en el Tolima. A aquellas ferias asistían llevando sus mantas finísimas de tejido, durables de calidad y vistosamente decoradas, y su sal en panes y sacos, para cambiarlas por guacamayas, caracoles, piedras preciosas, y especi~lmente por 01'0, metal necesarísimo para la fabricación de los chunzos o tunjos (figuritas en forma humana o de animal) para propiciar a las divinidades y para hacer las joyas de que tanto gushtban aquí todos. Además de inteligentes e industriosos, eran nuestros indios del altiplano de carácter dulce y pacífico, manteniéndose en sus guerras siempre a la defensiva, pues jamás sintieron, como los incas, avidez de dominil) y de expansión territorial. Muy de sentir e.~ que éstas y otras buenas partes que al indio chihcha adornaban se hubieran manchado CNJ los ritos sanguinarios de su culto solar, por la embriaguez frecuente y por su fanatismo rayano en la misma ferocidad, pues el chibcha en punto ·de religión era exaltado y por extremo supersticioso. Por lo demás, diremos que no andaba desnudo como tantos otros amerindio", sino decentemente vestido, con sencillez y hasta con cierta elegancia vistosa: recortados llevaban los cabellos hasta la altura de los hombros por detrás, y al nivel de las cejas por delante; sujetábanselos con una banda decorada y anudada en la parte posterior, de donde salían algunas bonitas plumas; también tocábanse con gorras de algodón o monteras de lo mismo; aros de metal les adornaban las orejas y la nariz y muchas gargantillas el cuello. Una camiseta de cortísimas mangas y faldellín hasta la rodilla, les cubría el tronco y las pier.nas y estaba sujeto a la cintura por una faja con muchas estilizadas pinturas. Un :':loncho o manta larga y no muy ancha les pendía d~l hom-

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bro, teniendo para asegurarla un broche de oro de esmerado trabajo. Igualmente de oro era la medialuna que les adornaba la frente de manera tan vistosa como los dibujos de bija estampados sobre sus brazos y carrillos. Por pertenecer a la llamada familia andina,

tudes características eran poco comunes entre los otros pueblos colombianos, poseían sin excepción las buenas condiciones que el indio pudo ostentar en todas las latitudes de América: porque entre los chibchas no hubo locos ni tontos, ciegos ni sordomudos, calvos, desden-

Orfebrería quimbaya. Representaciones del demonio.

el chibcha tenía rechoncha la talla, cortas y fuertes las piel'nas, bien desarrollado el tórax, dilatadas las ventanas de la nariz, menudo el andar y queda y monótona el habla. Y para fi .. nalizar esta breve noticia sobre los naturaleF\ del altiplano, diremos que a la par que sus vir-

(COlección Arango. Medellín).

tados ni canijos. Ni les molestaron jamás las enfermedades venéreas ni nerviosas. Era, pues. ésta una raza sana, bien acondicionada al medio y digna de mejor suerte. Mucho menos bien informados nos hallamos sobre la historia de los pueblos que habitaron

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Se n , d . e r .o S los departamentos de Caldas y de Antioquia, unos y otros dignos de estudio cuidadoso. Fue de todos el más importante el de los quimbayas y con ellos los ansermas y umbras, sus inmediatos colindantes, y cada vez más al norte los ebe~jicos, tuangos y catíos. Poseyeron todo::; éstos costumbres muy semejantes y el arte qu~ practicaron tiene, cón ligeras variantes, idénticas cualidades y defectos. La más antigua noticia que sobre los quimbayas poseemos, nos la dio Pedro Cieza de León, el cronista soldado y uno de los primeros conquistadores que anduvieron por aquellas márgenes del río La Vieja, afluente del Cauca. La noticia de De León dice a la letra: "de Quimbaya a Caramanta se extendía un pueblo indígena de más de cien mil almas; grandes agricultores y tejedores dI} manta, dedicados al comercio de sus artículos por el de oro, metal que ellos empleaban en la manufactura de tunjos y adornos, pues eran hábiles orfebres." Agrega luégo el mismo cronista, que "uno de los caciques de aquella región obsequió al capitán español Jorge Robledo con una gran copa de oro, capaz de contener dos azumbres de líquido y cuyo peso era de 1,380 gramos". Menos industriosos y bien organizados que los chibchas y mucho más que éstos dados a la embriaguez y a las supercherías fueron, sin embargo, muy superiores a todos por el gusto y habilidad para las artes y labores cuidadosas. Iban completamente desnudos, con el cuerpo todo embijado o primorosamente ornamentado, merced a los rodillos que les estampaban dibujos de mucho arte y exactitud. Los caciques, los ricos y principales si no se mostraban desnudos del todo era por el recargo de primorosas joyas que de todas sus formas les colgaban, o por los altqs tocados de plumajes con que pretendían acrecer su pequeña estatura. Toda su liturgia se redujo a temer y reverenciar al demonio, cuya imagen, de tamaño natural, entallada en madera y de facciones espantables, no faltaba a la puerta de sus casas. Como creyeron al igual de las otras tribus colombianas, en la supervivencia del espíritu. construíanles a sus muertos, según sus condiciones y riqueza profundas sepulturas, muchas de ellas de gran amplitud, de paredes bien estructuradas y pulidas, con el suelo cubierto

de baldosas y con diversas depepdencias; verdaderas obras de arquitectura subterránea eran estos sepulcros, hoy conocidos con el nombre de guacas, de muy diversas formas y dimensiones. La búsqueda de estas necrópolis cons tituye entre nosotros una profesión muy lucrativa y antigua, pues los primeros conquistadores españoles que entraron por el golfo del Darién y la cuenca del río Sinú fueron topando y vaciando multitud de estas guacas que les producían muchos castellanos de buen oro. Nosotros osaríamos afirmar que la guaquería es' anterior a la conquista misma, ya que los indios solían robarse unos a otros sus sepulcros. Muy yodiciadas en verdad son algunas de las guacas, pues al enterrado se le acompañaba de sus esclavos y mujeres con todo cuanto ellos hubieran poseído, y todos eran ricos en metales, mantas y vajillas. Algunas veces los restos mortales de los caciques y muy principales señores se encuentran reducidos a cenizas y dentro de vasos cinerarios, pues los indios antioqueños practicaban la cremación de los difuntos. La tribu antioqueña más importante fue la de los Catíos, los cuales, a semejanza de los igorrotes de las Filipinas, construían sus casas en los árboles, adornándoles las puertas y ventanas con cráneos de sus enmigos; eran muy valientes, pero nada feroces, y guerreando contra los conquistadores, cada uno de ellos se convirtió en un héroe. Así describe fray Pedro Simón en sus noticias a este pueblo admirab!e: "Escribían los catíos sus histori¡:ts con jeroglíficos pintados sobre mantas. Usaban de peso y medida y no ponían veneno en sus flechas y dardos. Querían mucho a sus hijos y mujeres que eran más blancas que ellos y de buen parecer y se adornaban con arracadas y otras joyas de oro. No tenían santuarios; adoraban a las estrellas; tenían confusa idea del diluvio y creían en un dios único y en la inmortalidad del alma". Al sur de los quimbayas hallábanse los lilis, en las inmediaciones de Cali y poblando buena parte de la cuenca del Cauca; más rústicos, activos y guerreros que los quimbayas, poseían un arte muy semejante al suyo en 10 tocante a la cerámica. En las mismas condiciones que los Iiles estaban los chocoes y buchilotos, hombres de costumfbres montaraces, entregados a las

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Senderos faenas de la caza y de la pesca, pero que en su frecuente trato con los antioqueños habían aprendido de ésto el trabajo del barro en la fabricación de sus vajillas. Todos Jos pueblos que formaban la región del norte, a aber: cunas, urabaes, sinúes, calamares y taü'ona', pertenecían a la gran familia de lo chibchas, y eran como ellos muy inteligentes e industriosos, distinguiéndose de modo muy especial como orfebres de gusto refinado; parece que la principal entre aquellas tribus del litoral, fue la de los taü'onas, de quienes se sabe que poseían forjas para el trabajo de todos los metales. Con ellos y con macanas fabricaban sinnúmero de armas para \'enderlas en su ciudad marítima ele Posigüeica, de muy antiguo famosa por esta particularidad. Sus forjas eran numerosas, y las obras que en ellas se hacían tan acabadas, que a este hecho debió aquel pueblo su nombre de tairona que en lenguaje indígena significaba fragua. Sobre este pueblo de artífices de la forja y guerreros indomables nos dejó el obispo Pieelrahita esta noticia que hace muy al caso: "El valiente capitán don Pedro ele Ursúa, por Jos años de 1552 para servir honrado a su monarca católico, qui o emprender la conquista de los taironas, una de las nacione. más belicosas de las Indias. Oyó la voz que celel>raba las riquezas del Tairona, del cerro y valle en que estaban los minerales de oro y platería en que se fundían primorosas joyas de filigrana en varias figuras de águilas, sapos y culebras, chaguala s, medias lunas y canutillos de que tan vistosa y ricamente se arreaban las naciones que corren desde el cabo de la Vela hasta 1 golfo de Ural>á". No in sobra de razón y basados en esta noticia, podríamos afirmar que muchas de las joyas encontradas en el Sinú se deben a los magníficos orfebres taironas, cuya sede se hallaba en las faldas del nevado de Santa Marta. Y también podrían tenerse por taironas muchos dijes hallados en tierras de los chibchas, pues remotamente tuvieron ambos pueblo frecuentes relaciones de comercio, surtiendo los indios de la altiplanicie a los del litoral de sus preciosas mantas a cambio de perlas, caracol e y oro. Por último debemos, al referirnos a los pueblos que integran la región del sur, afirmar que su historia es aún más insuficiente y oscura que la de las otras tres ya

consideradas. Son estos pueblos los poincos y natagaimas en el Tolima, los agustinianos en el Huila, los coconucos en el Cauca, los quillancjngas en Nariño y los huitotos y omaguas en los afluentes del río Amazonas. Sobre el arte del último de estos pueblos, seguramente de origen caribe, no conocemos ningún testimonio, pero de grado lo catalogamos aquí, merced a la aserción de fray Gaspar de Canajal, compañero de Gonzalo Pizarro, quien refiere cómo en una casa omagua topó "mucha loza de diversas hechuras, así de tinajas como de cántaros muy grandes, de más de 25 arrobas, y otras vasijas pequeñas como platos y escudillas y candeleros de loza de la mejor que se haya visto en el mundo, porque la de Málaga no se iguala con ella, porque es toda vidriada y esmaltada de todos colores, y tan vi,'os que espantan". Pobres y muy descuidados con sus personas eran los pastos y quillancingas, aunque excelentes agricultores y muy industriosos. Larga guerra sostuvieron con los vasallos del inca Huayna Cápac, cuando vencidas las tribus ecuatorianas, el expansivo imperialismo peruano e extendió sobre todas las regiones del sur y' parte de la occidental del suelo de Colombia, cerca de cinco lustros antes de la llegada de los conquistadores. Entre irónico y compasivo, el inca limitóse a imponerles por todo tributo la obligación periódica de hacer entrega de un canuto de plumas colmado de piojos, a lo cual quedó obligado cada uno de los nuevos súbditos, propendiendo así el XII inca a la higiene de gran parte de aquello nuestros lejanos conterráneos. Numerosos eran los quillancingas tenidos en el Ecuador como oriundos de aquel país; el nombre con que se les conoce se lo dieron los peruanos, pues bien sabido es que quillancigua quiere decir en quechua media luna; esa forma tenían las narigueras ostentosas de que iban todos ello provistos. Del más interesante de todo los pueblos de que aquí nos venimo ocupando, y sin duda el más remoto, ninguna noticia histórica nos queda, quizá porque a la llegada de los españoles ya hacía muchos años que había desaparecido del lugar en que estuvo asentado, donde tanta, y admirables pruebas dejó de su cultura y a la cual debe el gentilicio con que en nuestra historia se le conoce: nos referimos a los agusti-

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Senderos nianos o primitivos pobladores del Valle de San Agustín en las cabeceras del río Magdalena y sus primeros afluentes, los ríachuelos Sombrerillo, Lavapatas, Mazamorras y Matanzas. La más antigua noticia que sobre aquellos lugares conocemos, nos la da Francisco José de Caldas

Reconstrucción de una estatua agustiniana.

en su "Geografía del Virreynato de Santa Fe de Bogotá", y dice así: "San Agustín está hab,itado por pocas familias de indios y en sus cercanías se hallan vestigios de una nación artística y laboriosa que ya no existe. Estatuas, columnas, adoratorios, mesas, animales y

una imagen del sol desmesurada, todo de piedra, en número prodigioso, nos indican el carácter y las fuerzas del gran pueblo que habitó las cabeceras del Magdalena. En 1797 visité estos lugares y vi con admiración los productos de las artes de esta nación sedentaria de que nuestros historiadores no nos han trasmitido la menor noticia." Muchas y muy arriesgadas hipótesis se han lanzado sobre la existencia, edad y procedencia de este pueblo sin igual entre los otros precolombinos por el enigma que le rodea y por las características del arte extraordinario que tan alto testimonio nos da de su laboriosidad y misticismo. También nosotros arriesgaremos sobre el pueblo agustiniano nuestra tesis que es como sigue: Pediódicas emigl'aciones venidas del Norte fueron asentándose en diversos lugares de Colombia (familias chibchas, caribes, etc.). Una de aquellas migraciones, procedente acaso del suelo mejicano e íntimamente emparentada con los toltecas, entrando por las bocas del río Magdalena continuó subiendo hasta dar casi en su nacimiento con un valle cito fértil, pintoresco y de clima agradable; acimentado en él, su primer cuidado sería entallar las formas de sus divinidades totémicas en formas de monumento magalíticos (primera etapa de su cultura) ; pero pasados muchos años, aumentada la tribu, mejoradas las labranzas, formadas sus tradiciones e historias en largos períodos de adaptación al medio o guerreando con tribus salvajes que les disputarían el terreno, tendrían sus propios héroes que honrar o nuevos dioses tutelares que esculpir y reverenciar, provocándose así una segunda época de florecimiento plástico en aquel pueblo de escultores intuitivos. Bien definidas se nos presentan las características de esta segunda época progresiva, en la cual los temas frecuentemente tratados son guerreros formidables que embrazan sus escudos y blanden la maza, mientras sobre sus cabezas el dios de la guerra o el espíritu de algún antepasado glorioso vela sobre ellos, les infunde valor e inspira proezas. Dicho sea de paso, y al referirnos a estas figuras superpuestas, que cuando en 1919 el arqueólogo alemán Preuss visitó el valle de San Agustín y estudió de la manera más científica estos testimonios de la civiliza-

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Senderos clOn agustiniana, catalogó estas estatuas duales como las representaciones del otro yo. Nosotros insistimos, no obstante la aserción del erudito alemán, en que esas imágenes representan llanamente entidades asistidas por sus dioses; otras veces parecen poseídos por un espíritu maligno o a traición atacados por las fieras, simbolizando de. esta última manera algunas de sus guerras . Y asimismo nos atrevemos a afirmar que donde Preuss vio la estatua de un individuo que extrae de su boca una alimaña, sólo existe la representación de un músico, o del genio de la música que lleva a sus labios para tañerl0 un instrumento zoomorfo, siendo muy de tener en cuenta que los indios daban a sus trompas, ocarinas, fotutos y flautas la forma de muy diversos animales.

na, dispersándose luégo sobre las costas de ambos océanos. Y cuando en punto de tiempo y lugar queremos divagar sobre nuestros agustinianos, recordamos las palabras del profesor Preuss, cuando con una prudencia y aciel'-

Muchos años debió durar aquel largo período que comprende la segunda y bien definida época de la civilización agustiniana, hoy apreciable gracias a los monumentos de que ese vallecit0 p.Rtá atestado. Existe en todo el arte precolombino un cierto carácter de unidad, a veces muy notorio aun entre regiones de latitudes opuestas; ya señalámos las analogías existentes entre las esculturas toltecas y agustinianas; no llegamos a creer que una y otra florecieran a un tiempo mismo, por imaginar a la nuéstra posterior, mas si un posible sincronismo tuvo lugar, éste dataría de las cinco primeras centurias de la era cristiana, guiándonos en lo tocante a la cronología tolteca por los cavilosos estudios de Seler, el que a su vez se apoya en los escritos del padre Sahagún, Escultura agustiniana. Imagen votiva. (Museo Etnográfico de Berlín). para quien el viejo imperio tolteca, con sus to muy hijos de su mucho saber, despué de grandes centros intelectuales Tollan y Teoestudiar detenidamente y con todos los recursos tihuacan, debió de desaparecer del suelo mede su ciencia arqueol6gica los monumentos de San Agustín, en la imposibilidad de establecer jicano hacia el siglo sexto de la era cristia-

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Sen de ros

Motivos del Repertorio Ornam'e ntal de los Agustinianos.

sobre ellos ningún dato seguro, así se expresó: "En pocas palabras: un espíritu verdaderamente creador, de un sentimiento nacional muy unificado, dejó quizás en esta región los rasgos de una estada milenaria. Difícilmente podemos imaginamos que ste pueblo haya estado limitado a un territorio tan exiguo, y asimismo parece seguro que el estilo de las figuras tan propio de esta ci\'i1ización, y tan fácil de reconocer, surgirá un día más allá del Magdalena, en las selvas vírgenes del sur de Colombia, apenas los habitantes actuales de aquella región emprendan el desmonte de los bosques impenetrables, a los cuales ya desde épocas remotísimas no volvió a penetrar el pie de ser viviente." Prosiguiendo la reconstrucción muy hipotética sobre la historia de los agustinianos, ya para finalizarla, volveremos a insinuar, como en el principio de este estudio, que sólo una guerra sin tregua ni cuartel pudo haber destrllído aquel pueblo del que ningún otro rasgo vuelve a hallarse en nuestro suelo y que desapareció como por arte de encantamiento. Serían SUR presuntos contendientes y destructores algunas de aquellas tribus caribes que siguiendo el curso Ide nuestros grandes ríos tributarios del Atlántico se internaron en este suelo en épocas aun no establecidas fijamente. Aparece en la carta geográfica la pequeña región aguRtiniana circundada 1 01' las tribus de los yalcones, andaquíeR y pijaos, todos de origen caribe y,

como tales, guerreros y ladrones por idiosincrasia, sin más dios que el espíritu del mal de que venían poseídos, ni más ley que la rapiña; valientes hasta la desesperación e insaciables en la carnicería, eran por añadidura voraces antropófagos; diestros en el arte de guerrear, estratégicos, esforzado y muy numerosos, bien pronta y completa sería su victoria sobre los sitiados; y como no daban cuartel a los vencidos y solían encerrar a sus prisioneros de guerra dentro de cercados que eran verdaderag piara donde los engordaban para devorarlos en sus festines, ya podemos imaginar el fin nada envidiable de aquel pueblo de artHices a manos de los yalcones, andaquíes y pijaos. Cuando consideramos lo que fue la admirable cultura alcanzada por los pueblo a que nos hemos referido, lamentamos que para su mayor esplendor y pujanza, a la vez que para su unidad y beneficio, no hubiera exi tido entre ellos una más grande inteligencia e intercambio en todos los campos de sus actividades. Sin duela que tan adversa circunstancia se debió a la presencia de muchas y feroces tribus entromet idas entre los pueblos adelantados; panches, entre los chibchas y quimbayas, pijaos y yalcones entre aquéllos y los del sur; y entre las regiones del norte y occidente los peberes, guantecos y nitanos, formidables cortadores de cabezas.

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LUIS ALBERTO

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