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INTRODUCCIÓN Mucho ha sido lo escrito y publicado sobre la batalla de Stalingrado, para algunos una de las más importantes de la historia. Esta batalla ha suscitado una gran cantidad de leyendas y de opiniones sobre la actuación de unos y otros, sus tácticas, su armamento, el número de muertos, de heridos, etc. Sin embargo, en este trabajo pretendo realizar un recorrido por todos los acontecimientos acaecidos desde el inicio de la invasión rusa por parte del ejército alemán a través de los soldados de ambos bandos. Es decir, como evoluciona su moral desde unos instantes a otros, desde el optimismo alemán del primer dÃ-a hasta la incredulidad de los últimos en donde reinaba el fatalismo entre ellos, como iban equipados unos y otros, en que se entretenÃ-an, en quién pensaban, etc. En definitiva acercarnos al lado humano de Stalingrado pues considero que este es el más importante de todos cuanto se vieron envueltos en esta barbarie. CONTEXTO Nos encontramos en plena segunda guerra mundial. Los participantes principales son: Alemania, Italia y Japón, llamadas las potencias del eje, y del otro, las potencias aliadas, Francia, el Reino Unido, los Estados Unidos, la Unión Soviética y, en menor medida, China. La frustración alemana después de la derrota y los duros términos del Tratado de Versalles, junto con la intranquilidad polÃ-tica y la inestabilidad social que afectaron crecientemente a la república de Weimar, tuvieron como resultado una radicalización del nacionalismo alemán. De esta forma se produjo el advenimiento al poder de Adolf Hitler, jefe del Partido Obrero Alemán Nacional Socialista (NSDAP), o partido nazi, de ideologÃ-a totalitaria, ultranacionalista y antisemita. En 1939 con la invasión de Polonia por parte de Alemania, comienza la guerra. En un corto espacio de tiempo Hitler se hará con el control de gran parte de Europa invadiendo diferentes paÃ-ses como son Noruega, Holanda, Dinamarca, Bélgica, Luxemburgo e incluso entra en ParÃ-s. Ante estos éxitos se inicia la batalla de Inglaterra. Hitler, ante la imposibilidad de invadir Gran Bretaña por el Canal de la Mancha, decide la invasión aérea. Los británicos consiguen rechazar la ofensiva alemana gracias a la resistencia dirigida por su Primer Ministro, Churchill, por la ayuda de Estados Unidos, y por el descubrimiento del radar. Tras el fracaso de la batalla de Inglaterra, aparecen otros frentes como son Ãfrica, los Balcanes y la Unión Soviética, este último será el detonante de la derrota de los alemanes en esta contienda. EL EJÉRCITO ALEMÃN INICIO DE LA INVASION SOVIETICA En junio de 1941 el VI ejercito alemán inicia la ofensiva soviética con el único objetivo de conquistar estas tierras. Para esta misión también contará con el apoyo de tropas italianas, húngaras y rumanas. En un principio todo era optimismo para el soldado ario pues se creÃ-an los dueños y señores del universo y su maquinaria industrial y beligerante era la más potente del momento. Además habÃ-an cosechado victorias bastante fáciles en Polonia, Francia y los Balcanes. Incluso los servicios de inteligencia extranjeros daban por hecho que el Ejercito Rojo se desintegrarÃ-a. La Wehrmacht habÃ-a formado la fuerza de invasión más grande jamás vista con 3350 tanques, cerca de 7000 cañones y más de 2000 aviones. Estaban convencidos de ser una maquinaria perfecta que hundirÃ-a el bolcheviquismo en el este, aunque también hay que decir que muchos sentÃ-an un profundo temor por 1
cruzar la frontera de un paÃ-s desconocido del cual habÃ-an escuchado cosas terribles. Los oficiales les habÃ-an dicho que si dormÃ-an en casas rusas podÃ-an ser picados por insectos y coger distintas enfermedades. Con todo ello habÃ-a quienes se reÃ-an de sus camaradas preocupados por cortarse el cabello como precaución contra los piojos. En cualquier caso la mayorÃ-a creÃ-a a los oficiales cuando éstos decÃ-an que no habÃ-a que preocuparse por el invierno. En un principio estaba claro que se creÃ-a que la ofensiva contra Rusia durarÃ-a unas pocas semanas. A los pocos dias de iniciarse la ofensiva el ánimo de los comandantes alemanes habÃ-a comenzado a oscilar entre el engreimiento y la desazón pues estaban conquistando amplios territorios a una gran velocidad pero el horizonte parecÃ-a infinito. Asi a mediados de Julio la Wehrmacht habÃ-a perdido el impulso inicial ya que no era lo suficientemente fuerte como para montar ofensivas en tres direcciones a la vez. Las bajas habÃ-an sido muchas más de las esperadas y el desgaste de los vehÃ-culos bastante mayor. Los motores se obstruÃ-an con las nubes de polvo y se malograban constantemente, aunque los repuestos eran escaso. Las malas comunicaciones también añadieron pérdidas. Los ejércitos encontraron trochas y caminos que se convertÃ-an en un barro pegajoso con una corta lluvia de verano. En muchas zonas pantanosas las tropas alemanas habÃ-an edificado sus propios caminos de troncos juntando troncos de abedul. Conforme más se internaban en Rusia más difÃ-cil era aprovisionarse. Las divisiones de infanterÃ-a que formaban el grueso del ejército, estaban marchando hasta 65 kilómetros por dÃ-a, con sus altas botas achicharrándose en el calor el verano. El Landser o soldado de infanterÃ-a llevaba cerca de 25 kilogramos de equipaje, que comprendÃ-a un casco de acero, un fusil, municiones y útiles para abrir trincheras. Su mochila de cuero y lona contenÃ-a un servicio de campaña, una cantimplora, un hornillo plegable esbit, una cuchara−tenedor de alumnito, artÃ-culos para limpiar el fusil, una muda de ropa, varillas y estacas para la tienda de campaña, equipo de costura, una maquinilla de afeitar, jabón y condones Vulkan Sanez, aunque las relaciones sexuales con civiles estaban totalmente prohibidas. Los soldados de infanterÃ-a estaban tan agotados de abrirse paso con todo su equipaje que muchos se caÃ-an de sueño en la marcha. Incluso las tropas de los blindados estaban exhaustas. Después de reparar sus vehÃ-culos (el mantenimiento en el camino era el trabajo más pesado) y limpiar sus armas, se lavaban rápidamente en un cubo de lona en un vano intento de sacarse la suciedad y el petróleo que se les habÃ-an pegado en las manos. Con los ojos hinchados de fatiga, se afeitaban, parpadeando ante un espejo colocado por unos instantes en el soporte de una ametralladora. La infanterÃ-a solÃ-a llamarlos die schwarze a causa de los monos negros que llevaban. Los corresponsales de guerra se referÃ-an a ellos como los caballeros de la guerra moderna pero sus vehÃ-culos atorados por el polvo se malograban con monótona regularidad. Las masacres de judÃ-os y gitanos se multiplicaron y se realizaron todo tipo de atrocidades contra ellos. Desde el cuartel general del VI ejército se advertÃ-a de que cualquier persona en traje civil con la cabeza a rape era casi seguro un soldado de ejército rojo y debÃ-a por tanto ser ejecutada. Los civiles que se comportaran de una forma hostil, incluidos aquellos que alimentaran a los soldados del ejército Rojo ocultos e los bosques, también debÃ-an correr igual suerte. Los elementos peligrosos tales como los oficiales soviéticos, una categorÃ-a que luego se extendió desde le secretario local del partido comunista y el administrador de la granja colectiva hasta casi todos los empleados del gobierno, debÃ-an, al igual que los comisarios y los judÃ-os ser entregados a la Feldgendarmerie o al Einsatzkommando de las SD. Una orden subsiguiente requirió medidas colectivas (fuera ejecuciones o el incendio de aldeas) para castigar el sabotaje. La conducta de muchos soldados en el grupo de ejércitos del sur era particularmente grotesca. Algunos soldados incluso fotografiaban las ejecuciones y los cadáveres. A veces las atrocidades se interrumpÃ-an pero no por mucho tiempo. Se ejecutaban mujeres, niños, ancianos, etc. Los soldados alemanes tenÃ-an forzosamente que maltratar a los civiles después de casi nueve años de propaganda antieslava y antisemita del régimen, aun en el caso de que algunos de los soldados actuaran entonces conscientemente fuera de los valores nazis. La naturaleza de la guerra producÃ-a emociones que 2
eran a la vez primitivas y complejas. Aunque hubo casos de soldados reluctantes a cumplir la ejecuciones que se les ordenaban, la composición mas natural por los civiles se trasmutó en una rabia inocente sustentada por el sentimiento de que mujeres y niños no tenÃ-an nada que hacer en la zona de guerra. Los oficiales preferÃ-an evitar la reflexión moral. Se concentraban en cambio en la necesidad de un buen orden militar. Aquellos que todavÃ-a creÃ-an en las reglas de la guerra con frecuencia se horrorizaban con la conducta de sus soldados, pero las instrucciones de respetar los procedimientos tenÃ-an con frecuencia poco efecto. Por otro lado, pocos soldados ofrecÃ-an un pago a los lugareños por el ganado y las verduras, principalmente porque el gobierno alemán se negaba a proveerlos de raciones adecuadas. Los Landser iban a las huertas y se llevaban todo incluso los enseres domésticos, las sillas y las cacerolas. El soldado se ve forzado a tal extremo por el hambre. El saqueo de las reservas de alimentos condenó a la población civil a la muerte por hambre al llegar el invierno. Contrariamente a todas las reglas de la guerra, la rendición no garantizaba las vidas de los soldados del Ejercito Rojo. La propaganda nazi incitaba a matar al enemigo y el miedo más tremendo que azuzaba en las tropas era el miedo a ser capturado ya que sin duda lo ruso estarÃ-a sediento de venganza. Los prisioneros soviéticos fuero objetivos de toda clase de brutalidades. HabÃ-a soldados que separaban contra las columnas de prisioneros soviéticos avanzando penosamente e la retaguardia. Estas columnas infinitas de hombres derrotados y hambrientos eran consideradas poro más que un puñado de animales. La mayorÃ-a de ellos estaban heridos y no llevaban vendas ya que por lo general no reciben asistencia médica. Aquellos que no podÃ-an caminar o se desplomaban en el suelo eran ejecutados de inmediato. No se permitÃ-a que los soldados rusos fueran transportados en los vehÃ-culos alemanes por si los contagiaban de piojos u otras enfermedades. Para aquellos que llegaban a los campos de prisioneros con vida la oportunidad de sobrevivir era de uno por cada tres. Se les mataba también por el hambre. En los mejores dÃ-as recibÃ-an un poco de centeno con agua hervida y la carne de un caballo muerto era una exquisitez. Eran golpeados constantemente con la culata de los rifles sin ninguna razón aparente. Los muertos se contaban por centenas cada dia. La terrible verdad que muy pocos oficiales podÃ-an llegar a reconocer era que el ejército al defender estos ideales se estaba convirtiendo en una maquina criminal. En octubre todo seguia ideal para la maquinaria alemana. Moscú entro en peligro. Sin embargo será el clima el factor que se convertirá en el mayor enemigo de ejército alemán. La estación de lluvia y barro llego antes de mediados de octubre. A menudo los camiones alemanes con el rancho no podÃ-an llegar, de modo que fueron requisados carros de granja de un solo caballo, llamados panje de las comunidades agrarias de cientos de kilómetros a la redonda. En algunos lugares, donde no habÃ-a troncos de abedul para hacer un camino de troncos los cadáveres de los rusos muertos fueron utilizados en su lugar como tablones. Con frecuencia un Landser perdÃ-a una de sus altas botas pues se la tragaba el barro que le llegaba a las rodillas. Los motociclistas solo podÃ-an avanzar en ciertos lugares desmontando para empujar sus vehÃ-culos. Los comandantes se preguntaban como se podÃ-a hacer la guerra en esas condiciones. Sin embargo todos temÃ-an el hielo que pronto llegarÃ-a. Nadie olvidaba que cada dÃ-a contaba. Al iniciarse la helada a principios de noviembre, los alemanes pudieron utilizar los caminos nuevamente, pero enfrentados a la problemática de no estar bien equipados para la guerra invernal, puesto que Hitler habÃ-a previsto una rápida victoria en verano. Tanto la ropa de abrigo como el camuflaje blanco eran escasos, y más y más tanques y vehÃ-culos quedaban inmovilizados al descender las temperaturas por debajo del punto de congelación. HabÃ-a que encender hogueras bajo los motores antes de hacerlos partir, muchos tanques tenÃ-an sus orugas pegadas al suelo helado. 3
En efecto, los aceites, los lÃ-quidos hidráulicos y los anticongelantes no resistÃ-an el frÃ-o extremo, las armas se atascaban; también el tocar un tanque o superficie metálica con la mano desnuda significaba quedar pegada como piedra al metal, debiendo amputársele. Los motores no partÃ-an ni aun prendiendo hogueras bajo ellos y habÃ-a que abandonar las máquinas. El pan, la grasa y mantequilla eran como piedra, no se podÃ-a comer, se agripaban las armas automáticas y era necesario quitarles las armas a los cadáveres rusos pues éstas sÃ- funcionaban y bien. Para lograr camuflarse se derramaba sobre las máquinas pintura blanca conseguida en algún granero o bien, llegada desde la intendencia. El sufrimiento del soldado de infanterÃ-a frente a ese extremo escenario llegó a cotas difÃ-ciles de vencer. Además, el invierno de 1941−1942 fue inusualmente frÃ-o incluso para los estándares rusos (de −40 a −55 °C). Muchos hombres caminaban con los pies envueltos en papel y habÃ-a una gran escasez de guantes. Excepto por sus cascos en forma de cubo muchos soldados alemanes eran apenas identificables como miembros de la Wehrmacht. Sus propias botas, altas, ceñidas y forradas de acero aceleraba el proceso de congelamiento, de modo que recurrieron a robar ropa y zapatos a los prisioneros de guerra y a los civiles. De este modo al iniciarse diciembre no quedaban esperanzas de un éxito estratégico. Sus ejércitos estaban exhaustos y los casos de congelamiento (que legaron según algunas fuentes a más de 100.000 en Navidad) estaban superando rápidamente al número de heridos. Hitler estaba convencido de que si aguantaban todo el invierno, romperÃ-an la maldición histórica de los invasores de Rusia. Este intento de hacerse con Moscu fue fallido pues los rusos aprovecharon el frÃ-o para atacar. La ofensiva rusa se generalizó para aprovechar los efectos del invierno. Hitler dio orden de resistir a toda costa y las tropas sostuvieron, a costa de sacrificios, la mayorÃ-a de sus posiciones; finalmente, permitió resplegarse a los centros de aprovisionamiento. OBJETIVO: STALINGRADO En enero de 1942 Paulus asumió el mando del VI ejército. PoseÃ-a un exagerado respeto por la cadena de mandos. Su trabajo como oficial del estado mayor era concienzudo y meticuloso. Disfrutaba trabajando tarde por la noche, inclinado sobre mapas, con café y cigarrillos a mano. Era aficionado a dibujar mapas a escala de la campaña de Napoleón en Rusia. Más tarde, a lo colegas oficiales de su hijo de la 3ª división blindada les pareció mas como un cientÃ-fico que un general, al compararlo con Rommel o Model. Paulus era un admirador incondicional del genio militar de Hitler, militar educado para el estricto cumplimiento del deber, no tenÃ-a la capacidad de cuestionamiento de las decisiones superiores. Siempre y aun en las condiciones más inhóspitas Paulus cuidaba mucho su apariencia usando guantes blancos y siempre estando en actitud de "parada militar". De personalidad algo reservado pero muy honesto, se ganó la estima de quienes trabajaban bajo su mando. Paulus abrazaba siempre los conceptos que parecÃ-an cumplir con el orden y el deber a la patria. No profesaba el sentimiento antisemÃ-tico nazi que tuvo su antecesor en el VI Ejército, Walter von Reichenau, y de hecho apenas asumió el mando y se enteró del grado de cooperación con la Feldgendarmerie y los Einzastgruppen−sonderkommand dio terminantes instrucciones de no involucrarse con las actividades de estos grupos de exterminio. Ante las atrocidades cometidas por estos grupos, Paulus adoptó la actitud de "mirar hacia otro lado" y no interferir en su autonomÃ-a. Después del intento fallido de tomar Moscú y de la contraofensiva rusa Hitler se enfocó en los pozos petrolÃ-feros del Cáucaso. La Operación Azul tenÃ-a como objetivos la captura de puntos fuertes en el Volga primero y, posteriormente, el avance al Cáucaso. En el último momento, Hitler cambió el plan, y ordenó que se dividieran las fuerzas disponibles para iniciar la captura del Volga y del Cáucaso al mismo 4
tiempo. El retroceso de Semión Timoschenko hacia el Volga en dirección a Stalingrado convirtió a esa ciudad en objetivo. Para esta época las divisiones tenÃ-an poco interés en los chismes de la plana mayor pues su preocupación más inmediata era abastecerse y rearmarse. QuerÃ-an borrar los terribles recuerdos del invierno que acababan de pasar. Una vez pasó el frió la moral de nuevo se elevó y todos los soldados estaban esperanzados en finalizar con éxito su misión. Estos parecÃ-an dÃ-as de gloria para este ejército ya que avanzaban a un paso muy rápido a través de las estepas. Los comandantes iban de pie erectos en las torretas de sus tranques, un brazo en alto, señalando a sus compañÃ-as el avance. Sus orugas revolvÃ-an el polvo y lo levantaban como una estela de nubes de humo. Las divisiones alemanas avanzaban cruzando inmenso trigales y campos de girasoles. Los soldados no solo se apropiaban de las cebollas y nabos de los campos sino que saqueaban casi toda la huerta por no decir toda. El botÃ-n de guerra favorito eran los pollos, patos, gansos pues eran muy transportables y fáciles de preparar en la olla. Sin embargo si que habÃ-a una preocupación creciente entre los soldados, y era la de tener agua potable. Las lluvias no servÃ-an para aliviar la escasez de agua. El Ejercito Rojo contamino los pozos durante su retirada, mientras que los edificios de las granjas colectivas destruidos, y los tractores y el ganado llevados a al retaguardia. Se estropeaban las provisiones que no podÃ-an ser trasladadas a tiempo. Loa bombarderos soviéticos lanzaban bombas de fósforo por la noche para incendiar la estepa. Además comenzaron a aumentar los casos de disenterÃ-a, tifus y fiebre paratifoidea. Alrededor de las ambulancias de campaña, cocinas y especialmente la sección de carnicerÃ-a la plaga de moscas era horrible. Eran más peligrosas para los que tenÃ-an las heridas abiertas, como las quemaduras de algunos soldados. El avance continuo hacia muy dificultoso cuidar correctamente a los enfermos y heridos. Uno de los principales peligros que afrontaban provenÃ-a de los soldados del Ejercito Rojo que, aislados por el rápido avance, atacaban desde la retaguardia o el flanco. En muchos casos en que los soldados alemanes respondÃ-an disparando, los rusos se desplomaban y yacÃ-an sin moverse fingiendo estar muertos. Cuando los alemanes se acercaban a investigar, los soviéticos aguardaban casi hasta el último momento y entonces les disparaban a quemarropa. Los alemanes llegaron finalmente a Stalingrado que fue duramente bombardeada y tomada en parte por este ejército. Los obuses arrojaban la tierra por los aires. Esas nubes de tierra pasaban entonces a través del tamiz de la gravedad, los trozos más pesados caÃ-an directamente al suelo, mientras que el polvo subÃ-a hasta el cielo. Los alemanes estaban llenos de confianza durante estas primeras semanas de la batalla y creÃ-an que la ciudad tardarÃ-a poco en caer en sus manos. Nada más lejos de la realidad. El 14 de septiembre los alemanes entraron a Stalingrado. El objetivo era atravesar la ciudad y apoderarse lo antes posible de la ribera oriental del Volga. Sin embargo los alemanes empezaron a ser frenados por la acción de los soldados rusos. Los cadáveres de la batalla en las ennegrecidas laderas eran desenterrados y luego enterrados otra vez en el incesante y revuelto fuego de los obuses. Los alemanes llamaban en ruso a los soldados diciéndoles que desertaran ya que les alimentarÃ-an y le tratarÃ-an correctamente, mientras que si se mantenÃ-an en su lado morirÃ-an con total seguridad. De este modo algunos soldados se marcharon. Las condiciones en que continuaron luchando en los dÃ-as siguientes fueron terribles. Los asfixiaba el humo y el polvo, incluso el grano en el silo se habÃ-a incendiado, y pronto no tuvieron nada para beber. También 5
estaban escasos de agua para llenar el cañón de las ametralladoras Maxim. La defensa de los edificios semifortificados del centro de la ciudad costó a los alemanes muchas vidas durante esos dÃ-as. Las guarniciones de soldados del Ejercito Rojo de diferentes divisiones resistÃ-an desafiantes, sufriendo también terriblemente por la sed y el hambre. Los soldados alemanes con los ojos rojos por el cansancio de la dura lucha, y lamentando la muerte de mas camaradas de los que habÃ-an imaginado, habÃ-an perdido el ánimo triunfalista de apenas una semana antes. Todo parecÃ-a perturbadoramente diferente. Encontraron que el fuego de artillerÃ-a era más terrible en una ciudad. El estallido de las bombas no era el único peligro. Siempre que atacaban un edificio alto, la metralla y la mamposterÃ-a caÃ-an desde lo alto. El landser habÃ-a ya comenzado a perder la noción del tiempo en este extraño mundo, con su paisaje destruido de ruinas y escombros. Incluso la luz del medio dÃ-a tenÃ-a una cualidad rara y fantasmal a causa de la constante neblina de polvo. En un área tan concentrada un soldado tenÃ-a que hacerse más consciente de la guerra en tres dimensiones, con el peligro de los francotiradores en los edificios altos. También debÃ-a observar el cielo. Cuando venÃ-a los ataque de la Lufwaffe, un landser se abrazaba a la tierra exactamente del mismo modo que lo hacia un ruso. Estaba siempre el miedo de que los Stukas no distinguieran las banderas rojas y blancas con la esvástica negra extendidas para identificar sus posiciones. Con frecuencia, disparaban bengalas de reconocimiento para marcar el punto. Los bombarderos rusos también volaban bajo, lo suficientemente bajo como para mostrar la estrella roja en la cola el avión. Mucho más alto en el cielo, los pilotos de combarte centelleaban al sol. Un observador decÃ-a que se movÃ-an y giraban más como peces en el agua que como aves en el aire. Los ruidos atacaban los nervios sin cesar. El aire estaba llenó de ruidos que se confundÃ-an unos con otros (Stukas, el estruendo de la artillerÃ-a y el fuego antiaéreo, el rugido de los motores, el traqueteo de las orugas de los taques, el de las metralletas, etc.). En tales circunstancias la añoranza de la familia se volvÃ-a mas fuerte pues se echaba de menos el hogar de cada uno. Los defensores rusos, por su parte, consideraba la añoranza del hogar un lujo que no se podÃ-an permitir. Los soldados de la infanterÃ-a alemana odiaban la lucha casa por casa. Estaban de mala suerte puesto que Stalingrado presentaba las caracterÃ-sticas idóneas de esta forma de lucha. Encontraban este combate tan cercano que rompÃ-a los convencionales lÃ-mites militares, psicológicamente desorientador. Durante la última fase de los combates de septiembre ambos bandos habÃ-an luchado por tomar un gran almacén de ladrillo. Se parecÃ-a a una especie de pastel con los alemanes arriba, en medio los rusos, y más alemanes debajo de ellos. Con frecuencia el enemigo era irreconocible pues todos los uniformes estaban impregnados por el mismo polvo de color pardo. Los generales no parecÃ-an haberse imaginado lo que les esperaba a sus divisiones en la ciudad arruinada. Se vieron obligados, por ejemplo, a responder a las tácticas soviéticas reinventando las cuñas de asalto introducidas en enero de 1918: grupos de asalto de diez hombres armados de una ametralladora, mortero y lanzallamas para despejar bunkers, sótanos y alcantarillas. De este modo, retrocedÃ-an a tácticas militares de la primera guerra mundial. A su manera la lucha en Stalingrado era incluso más aterradora que la impersonal carnicerÃ-a de Verdún. El combate a corta distancia en edificios, bunkers, sótanos y alcantarillas en ruinas fue apodado rattenkrieg (guerra de ratas) por los alemanes. PoseÃ-a una salvaje intimidad que espantaba a sus generales que sentÃ-an que rápidamente estaban perdiendo control sobre los acontecimientos. Los comandantes alemanes admitÃ-an abiertamente la pericia rusa para el camuflaje, pero pocos reconocÃ-an 6
que su aviación habÃ-a creado las condiciones ideales para los defensores ya que no habÃ-an dejado prácticamente ni una casa en pie. Otro aspecto, era la debilidad de los aliados puesto que la moral de los italianos, rumanos y húngaros habÃ-a sido sacudida por diversos ataques aislados de partisanos y por los diferentes ataques aéreos que recibieron de los rusos. Uno de los grandes problemas con estos ejércitos era la confusión. Las unidades de lÃ-nea de frente con continuamente eran tiroteadas o bombardeadas por sus propios aliados. Para los alemanes el soldado italiano era diferenta ya que se cansaba fácilmente y son más eufóricos y manifestaban una falta de entusiasmo total hacia esta guerra. Los alemanes que establecÃ-an contacto con sus aliados con frecuencia se sentÃ-an consternados por la manera en que los oficiales rumanos trataban a sus hombres pues tenÃ-an una actitud de señores y vasallos. Los hiwis (ayudante voluntario) eran voluntarios genuinos aunque la mayorÃ-a eran prisioneros de guerra soviéticos reclutados e los campos para compensar la escasez de hombres, principalmente como trabajadores, pero cada vez más incluso en tareas de combate. Para algunos oficiales esto era preocupante ya que se convertÃ-an en auténticos pistoleros. Era una situación extraña que las personas a las que habÃ-an estado combatiendo ahora se pasaran a lucha con ellos. Los rusos en el ejército alemán pueden dividirse en tres categorÃ-as, primero los soldados movilizados por las tropas alemanas, las llamadas secciones cosacas, que están adscritas a las divisiones alemanas. En segundo lugar, los hilfswillige, que son los lugareños y prisioneros rusos voluntarios, o aquellos soldados el Ejército Rojo que desertan para unirse a los alemanes. Esta categorÃ-a viste el uniforme alemán completo con sus propios rasgos e insignias como los soldados alemanes y están adscritos a los regimientos alemanes. Por último, están los prisioneros rusos que hacen el trabajo pesado, las cocinas, los establos y demás. Estas tres categorÃ-a reciben diferente trato, el mejor como es natural es el dado a los voluntarios. La mayorÃ-a de unidades alemanas del frente parece haber tratado bien a sus hiwis, aunque con un cierto grado de afectuoso desprecio. Para el Ejercito Rojo la idea de que sus ex soldados estaban combatiendo en las filas del enemigo era claramente inquietante. Estaban obsesionados con el uso de hiwis para infiltrar y atacar sus propias lÃ-neas. El nombre ex ruso iba a servir para sentenciar a muerte a cientos de miles de hombres durante los tres años siguientes. El gran asalto alemán contra el distrito fabril del norte de Stalingrado habÃ-a comenzado el 27 de septiembre, pero aun quedaba el combate más duro. El complejo octubre rojo y la fábrica de armas Barricada se habÃ-an convertido en fortalezas letales. Pronto se llamo el barranco de la muerte. Los siberianos no perdieron el tiempo pues cavaban la tierra pedregosa con sus picos, en los muros de los talleres cortaban troneras, hacÃ-an refugios subterráneos, búnkeres y trincheras de comunicación. Los rusos atacaban cada dÃ-a con la primera y la última luz del dÃ-a, aunque las divisiones estuvieran maltratadas, exhaustas y escasas de municiones. Paulus y su estado mayor estaban consternados por el número tan grande de bajas, que cada vez aumentaba más y más. Batallones y brigadas alemanas que intentaron llegar a los muelles fueron prácticamente aniquiladas al 50% de sus efectivos, estuvieron los alemanes a un paso de llegar a los embarcaderos llenos de civiles. Los cañones de 88 mm, los Stukas y la artillerÃ-a alemana competÃ-an en hundir las barcazas que traÃ-an soldados del otro lado del Volga, el mar Caspio empezó a recibir cadáveres.
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Para octubre, los alemanes no habÃ-an conquistado la totalidad de la ciudad, pero si ya llevaban ocupada el 80% de ella. En ese octubre, los alemanes capturaron las fábricas de tractores Octubre Rojo y de cañones Barricady, las bajas rusas se incrementaron a razón de 4.000 soldados diarios.Lo que los rusos no podÃ-an notar era que los alemanes estaban al borde de su capacidad ofensiva, de hecho no tenÃ-an las suficientes fuerzas para conquistar la ciudad, pues la lÃ-nea de abastecimientos era insuficiente y estaban muy cansados. LOS RUSOS CONTRAATACAN Durante la primera semana de noviembre los alemanes comenzaron a instalar redes de alambre en las ventanas y agujeros de bombas de sus casas fortificadas de modo que las granadas de mano rebotaran, mientras que los rusos comenzaron a improvisar ganchos en sus granadas para que se prendieran en las redes. El fuerte invierno estaba a punto de producirse y las temperaturas empezaban a bajar a cotas enormes, unos 18 grados bajo cero por ahora. El Volga, que a causa de su tamaño era uno de los últimos rÃ-os en congelarse, comenzó a dejar de ser navegable. Durante estos dÃ-as (primeros de noviembre) la presión alemana se mantuvo. Los rusos preparaban su contraofensiva (operación Urano). En la vÃ-spera de la batalla, los alemanes no se daban cuenta de que el dÃ-a siguiente serÃ-a muy diferente. El suelo comenzó a temblar como en un terremoto de baja intensidad. El hielo en los charcos se quebraba como si fueran viejos espejos. HabÃ-a empezado los bombardeos. Las sacudidas de los tanques eran tan fuertes que los tripulantes sólo se libraban de caer sin sendito por sus cascos de acero acolchados. Muchos se rompieron alguna extremidad, principalmente brazos, en las torretas y los cascos, pero las columnas de tanques no se detenÃ-an por ninguna baja. Detrás podÃ-an ver los reflejos y explosiones. Eran los rumanos los que estaban soportando casi todo el ataque. AsÃ- pues muchos rumanos huyeron dejando tras de sÃ- sus armas. Esto era un falco favor para Alemania. Durante su retirada los alemanes se encontraron al descubierto. Su mayor problema era el transporte, principalmente debido a la escasez de caballos. En algunos casos la solución fue brutalmente simple ya que se cocÃ-a a una serie de rusos y se utilizaban como animales de carga. Los prisioneros que no podÃ-an arrastrar las cosas como se querÃ-a eran directamente ejecutados. Los prisioneros enfermos fueron dejados en el camino hasta que murieron de hambre y de frÃ-o en la nieve. Pese a las duras condiciones del año anterior los alemanes parecÃ-an no haber aprendido bien la lección puesto que aun muchos soldados no habÃ-an recibido el uniforme de invierno. La mayorÃ-a de los soldados tenÃ-an poco más que sus uniformes. Los más afortunados, en su mayorÃ-a estos eran los oficiales, llevaban gorros de piel de oveja de los Balcanes. VehÃ-culos incendiados o tiroteados eran abandonados en los caminos y barrancos. En algunos puntos hubo embotellamientos de trafico de camiones, autos del estado mayor, jinetes con mensajes tratando desesperadamente de pasar, etc. Algunas de las escenas más horrorosas tuvieron lugar en las cercanÃ-as de estos lugares pues los soldados se empujaban y gritaban e incluso se peleaban por cruzar al margen oriental. Los débiles y heridos pisoteados. A veces los oficiales se amenazaban mutuamente por no dejar pasar primero a sus respectivos hombres. Incluso un destacamento de la Feldgendarmerie con metralletas no pudo restaurar cierta apariencia de orden. Un considerable número de soldados para evitar el caos y la congestión trataron de cruzar a pie el don congelado. El hielo era grueso y fuerte cerca de los márgenes pero en el centro habÃ-a partes débiles. Aquellos que caÃ-an a través del hielo estaban condenados. Nadie pensó siquiera en ir en su ayuda. En el margen oriental del Don todas las aldeas estaban ocupadas por los alemanes que habÃ-an perdido sus divisiones buscando alimento y cobijo del terrible frÃ-o. Los rumanos exhaustos y medio muertos de hambre recibieron poca simpatÃ-a de sus aliados y fueron obligados a pasar la noche fuera. Los soldados saqueaban cualquier desecho que encontraban. De las montañas de latas llenaban mochilas y bolsillos hasta que estaban repletas. Al no disponer ninguno de abrelatas, en algunos casos utilizaron bayonetas sin saber lo que 8
la lata contenÃ-a. Si se trataba de granos de café, los vaciaban en un casco de acero y los aporreaba con la empuñadura de la bayoneta como si fuera una tosca mano de mortero. Cuando los soldados que no habÃ-an recibido ninguna ropa de invierno veÃ-an a las tropas del almacén lanzar los trajes nuevos a las llamas, corrÃ-an a sacarlos de allÃ- para ellos mismos. Escenas mucho mas terribles se vivieron en los hospitales de campaña donde todo estaba desbordado pues los enfermos y heridos leves debÃ-an buscar lugar por sÃ- mismo. Muchos estuvieron horas a la intemperie con los muñones de los brazos y piernas vendados y muertos de frÃ-o. Nadie les ofrecÃ-a nada de comer ni de beber y los doctores en el interior estaban demasiado ocupados. Los enfermos fingidos y los heridos que caminaban que trataban de obtener un lugar en el hospital de campaña se encontraron llevados ante un suboficial encargado de reunir a los rezagados para reorganizarlos en compañÃ-as sobrantes. A los que sufrÃ-an de congelamiento, a no ser que se tratara de casos graves, se les dio ungüentos y vendajes, y después también se les envió al servicio. En el interior los pacientes dormitaban apaticamente. Quedaba poco oxÃ-geno en el aire húmedo y pesado, pero al menos estaba caliente. Los camilleros sacaban vendas muchas ya infestadas de piojos grises, limpiaban las heridas, ponÃ-an inyecciones contra el tétanos y las volvÃ-an a vendar. Las posibilidades de supervivencia de un hombre dependÃ-an básicamente del tipo y lugar de la herida. El proyectil importaba menos que el punto donde habÃ-a penetrado. La selección era sencilla pues aquellos con heridas graves en la cabeza o el estómago eran puestos a un lado para dejarlos morir, puesto que esas operaciones requerÃ-an para realizarlas un equipo de cirujanos completo durante noventa minutos o dos horas y aproximadamente solo uno de cada dos pacientes se salvaba. Se daba prioridad a los heridos que caminaban pues podÃ-an ser enviados de nuevo al combate. Las camillas ocupaban demasiado espacio y demasiado personal. Las costillas rotas podÃ-an tratarse con rapidez. Los cirujanos con delantales de caucho, escalpelos y sierras, trabajando en parejas, ejecutaban rápidas amputaciones con extremidades que sujetaban un par de camilleros. La ración de éter se reducÃ-a para hacerla durar más. Los miembros cortados eran tirados a los cubos. El suelo alrededor de la mesa de operaciones se habÃ-a vuelto resbaladizo con la sangre, pese a la ocasional pasada con una fregona. Para estos dÃ-as el mensaje de Paulus era claro, el ejército estaba cercado, aunque este no estaba todavÃ-a cerrado. Paulus no pudo proponer un firme curso de acción. Los oficiales rumanos estaban furiosos porque el alto mando alemán habÃ-a ignorado todas sus advertencias. Entretanto lo alemanes acusaron a los rumanos de haber causado el desastre al haber huido. Esto dio a muchos incidentes desagradables entre los grupos de soldados de diferentes nacionalidades. Hay que saber que, sin embargo, la moral del ejército se mantuvo sólida pues la mayorÃ-a creÃ-an que esto era una situación pasajera y tenÃ-an la garantÃ-a de que Hitler harÃ-a por ellos cualquier cosa para salir de esa situación. Las raciones fueron pronto reducidas drásticamente, pero los oficiales y suboficiales les aseguraron que la situación no durarÃ-a mucho. La Lufwaffe traerÃ-a todo lo necesario y entonces la gran fuerza de relevos avanzarÃ-a para romper el cerco. Muchos soldados se convencieron, o quizás se dejaron convencer. Los responsables de administrar la operación de suministro aéreo eran bastante menos optimistas pues decÃ-an que según sus predicciones el ejército en esas condiciones solo podÃ-a aguantar hasta el dÃ-a 18 de diciembre, por lo que los caballos tendrÃ-an que ser sacrificados. Además no contaban en que los suministros que se suponÃ-an tendrÃ-an que venir de manos de la aviación no estaban garantizados, pues estaban en invierno y los dÃ-as de visibilidad nula eran muchos por los que los aviones no podÃ-an volar. Además aunque hubiera visibilidad las dificultades eran abundantes debido a las enormes heladas que hacÃ-an congelarse el agua de los motores. De estos aviones se dependió enormemente en estos momentos pues además de traer los suministros de comida, municiones y combustible, deberÃ-an de trasladar a los heridos.
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La construcción de trincheras y búnqueres variaba según las circunstancias de cada división. Aquellos que habÃ-an sido forzados a retirarse o a tomar nuevas posiciones tenÃ-an por delante un trabajo duro que en buena parte era realizado por los hiwis y otros prisioneros rusos. Los alemanes habÃ-an aprendido de la lucha en las calles de Stalingrado. Cavaron búnkeres bajo los tanques inutilizados e hicieron un uso mejor de las carácteristicas existentes. Pero en los primeros dÃ-as después del cerco, el suelo estaba todavÃ-a congelado, e incluso las hogueras surtÃ-an poco efecto en ablandar la tierra antes de comenzar a cavar. Los soldados habiendo demolido las casas de los civiles, manifestaron un deseo instintivo de convertir sus refugios en un nuevo hogar. Las trincheras de comunicación revestidas y los terraplenes alrededor de las entradas a los búnkeres no permitÃ-an hacerse una idea de lo que uno podÃ-a encontrar dentro. Construyeron bastidores para postales o fotos entrañables. Algunas cosas eran siempre respetadas pues, por ejemplo, nadie tocaba o insultaba la fotografÃ-a de la esposa o hijos de un compañero. Los oficiales se aseguraban de que tenÃ-an bancos y también una mesa. Como se ha dicho antes, muchos soldados todavÃ-a no habÃ-an recibido la ropa de invierno adecuada antes del cerco, de modo que recurrieron a la improvisación con diferentes graos de éxito. Bajo sus uniformes, cada vez más soldados utilizaron prendas del uniforme soviético: túnicas sin botones y pantalones bombachos acolchados. En las heladas fuertes, un casco de acero era como el compartimiento de una nevera de modo que utilizaban polainas, bufandas e incluso vendajes rusos para el pie enrollados alrededor de la cabeza como aislantes térmicos. Su desesperación por obtener guantes de piel los llevo a matar a perros vagabundo y a desollarlos. Algunos trataron incluso de hacerse túnicas de piel de caballo del matadero curtida chapuceramente, pero la mayorÃ-a de estos artÃ-culos eran incómodos, a no ser que pudieran comprar la ayuda de un antiguo talabartero o zapatero. En estos momentos comenzó la infestación de la ropa ya que la plaga de piojos fue terrible ya que no tenÃ-an la oportunidad de lavarse ni de matarlos. Durante las largas noches de invierno habÃ-a muchas oportunidades para hablar sobre cuanto mejor habÃ-a sido la vida antes de venir a Rusia. Otros pensamientos iban más atrás, a la triunfante bienvenida al regresar a casa en el verano de 1940. Las multitudes que los saludaban, los besos y la adulación, habÃ-an sido inspirados en gran parte por la idea de que la lucha estaba concluida. Con frecuencia, cuando se producÃ-an estos pensamientos las armónicas tocaban melodÃ-as sentimentales en el búnker. HabÃ-a una gran cantidad de rumores en trono a cual era su situación ya que ni los propios oficiales la sabÃ-an con exactitud. Los alemanes sitiados suponÃ-an que los soldados del Ejercito Rojo frente a ellos casi no carecÃ-an de nada, se tratara de racho o de abrigo, pero esta imagen con frecuencia era inexacta. HabÃ-a poco combustible para los vehÃ-culos, y los caballos que arrastraban los carros con el rancho estaban tan famélicos que su fuerza tenÃ-a que economizarse. Por estas fechas los soldados empezaban a morir por inanición. Al no haber suficiente comida los soldados eran muchÃ-simo mas vulnerables tanto en el campo de batalla como frente a las distintas enfermedades y heridas. Mientras los rusos recibÃ-an con agrado las bajas temperaturas, los doctores del ejercito alemán las temÃ-an enormemente pues la resistencia de sus pacientes se veÃ-a reducida. El congelamiento de una herida abierta podÃ-a volverse rápidamente mortal. La dureza del suelo cuando las bombas y cohetes explotaban parecÃ-a ser la causa de las enormes heridas producidas en el estomago. Los casos graves de congelamiento aumentaban por estas fechas con gran rapidez. No solo habÃ-a pies hinchados y amoratados sino pies ennegrecidos y potencialmente gangrenados que con frecuencia requerÃ-an una rápida amputación. Durante la segunda semana de diciembre los médicos habÃ-an observado un gran aumento de muertes súbitas. Por lo visto esto se debe a una combinación de cansancio, tensión y frió que desequilibró el 10
metabolismo de los soldados. HabÃ-a una obsesión por la navidad. Los preparativos empezaron muy pronto. Desde prácticamente los principios del mes los soldados comenzaron a apartar pequeñas cantidades de comida para una fiesta navideña o para regalos. Algunos decoraron el búnker con árboles de Navidad y se repartÃ-an regalos entre unos y otros. Daban un paquete de cigarrillos, pan, etc. La canción tradicional y favorita de estas fechas era la de noche de paz que los soldados cantaban en sus refugios con voces roncas a la luz de las velas. En las posiciones que no eran atacadas los hombres se agolpaban en un bunker que tenÃ-a una radio para escuchar la transmisión navideña. La mayorÃ-a de lo hombres cuando tenÃ-an oportunidad se sentaban aparte para escribir una carta navideña a sus familias en que expresaban sus deseos. El contraste entre las cartas alemanas y rusas cada vez era más marcado pues mientras las cartas de los alemanes tendÃ-an a ser sentimentales doliéndoles por el hogar y la familia, las cartas de los rusos revelan que la patria tenÃ-a prioridad. Por otro lado, Hitler nombró a Paulus Mariscal de Campo, ya que ningún mariscal alemán se habÃ-a rendido en la historia militar alemana y esperaba que Paulus no le fallara sin antes entregar su vida. Pero los informes de las penurias que soportaban los soldados y que el mismo Paulus observo al revisar las tropas del frente, lo tranquilizaba al pensar que se habÃ-a dado todo en la lucha y lo eximia de las obligaciones con este "cabo" que dirigÃ-a al paÃ-s. Los generales de la Luftwaffe se precipitaron al obedecer la orden de Hitler de abastecer al VI ejército por aire, destinado aviones inadecuados para tal fin. Además, los rusos lanzaban bengalas desde posiciones recién tomadas para hacer creer a los aviones de abastecimiento que en ese emplazamiento todavÃ-a quedaban fieles al Reich que solicitaban suministros. La mercancÃ-a caÃ-a en manos soviéticas dejando a los alemanes desprovistos de todo pertrecho. Stalingrado se convirtió en un caldero (kessel). En la ciudad los alemanes esperaban el ataque final ruso. Mientras se comenzaron a divulgar rumores como que un cuerpo blindado de las SS se aproximaba o que una división aerotransportada estaba viniendo en camino. Eran ya pocos los soldados que tenÃ-an esperanzas en este tipo de bulos. Si habÃ-a alguna madera para quemar en los refugios se echaba. ServÃ-an tablones, mesas, sillas todo aquello que pudiera arder para mitigar el frÃ-o aunque fuera por unos instantes, pero aún asÃ- los hombres solÃ-an tiritar. El calor relativo servia para poco mas que para estimular la actividad de los piojos, que los enloquecÃ-an con su picazón, con frecuencia dormÃ-an dos en una litera tapándose las cabeza con una manta en un intento lamentable de compartir el calor corporal. La población de roedores aumento rápidamente con la dieta de caballos y hombres muertos. En las estepas los ratones se volvÃ-an voraces en su búsqueda de alimento, incluso hay noticias de que se comÃ-an dedos congelados de las extremidades. Cuando llegaban las raciones en un trineo tirado por un raquÃ-tico poni, unas figuras desgarbadas, envueltas en harapos, salÃ-an a achuchar los últimos rumores. No habÃ-a combustible para deshacer la nieve para lavarse o afeitarse. Sus rostros con las mejillas hundidas estaban blanquecinos y sin afeitar, con las barbas patéticamente enmarañadas debió a al deficiencia de calcio. Sus cuellos estaban delgados y esqueléticos como los de los ancianos y plagados de piojos. Un baño y una muda de color limpia eran un sueño tan lejano como una comida decente. La temperatura era tan baja que la carne no podÃ-a ser cortada con cuchillos y solo una sierra de zapador era lo sufucientemente fuerte como para hacer esta tarea. La combinación de frÃ-o e inanición supuso que los soldados cuando no estaban de guardia, se limitaran a estar tendidos en sus refugios, conservando la energÃ-a. El bunker era un refugio que difÃ-cilmente podÃ-an abandonar. Con frecuencia estaban con la mente en blanco a causa de que la frialdad de sus sangre hacia muy 11
lenta tanto la actividad fÃ-sica como la mental. Los libros habÃ-an circulado hasta que se desintegraban o se perdÃ-an en el barro y la nieve pero ahora poquÃ-simos conservaban energÃ-a como para leer. La falta de alimento en algunos casos llevó a ilusiones enloquecidas, como la de los antiguos mÃ-sticos que escuchaban voces a causa de la desnutrición. Es imposible evaluar el numero de suicidios o muertes como resultado de la tensión de la batallas. Los hombres deliraban desaforadamente en sus literas, algunos yacÃ-an aullando allÃ-. Algunos soldados temÃ-an la crisis nerviosa y la locura de los demás como si fuera contagiosa. Pero la mayor alarma la suscitaba un camarada enfermo que tuviera la nariz dilatada y los labios negros mientras que el blanco de los ojos se volvÃ-a rosado. También se tenÃ-a mucho miedo a las distintas enfermedades infecciosas como el tifus. La sensación de aproximarse a la muerte también podÃ-a estimular una intensa conciencia de todo lo que estaban a punto de perder. Hombres duros soñaban con imágenes del hogar y lloraban en silencio por la idea de no ver nunca más a su esposa e hijos. Algunos desesperados consideraron las heridas autoinfligidas como una solución, pero aquellos que lo hacÃ-an no solo se arriesgaban a ser ejecutados ya que podÃ-an morir a consecuencia de su propia acción. Una herida leve en la piel no era suficiente para conseguir un vuelo hacia el hogar. Un tiro en la mano derecha era demasiado obvio y con los pocos soldados que quedaban en la lÃ-nea del frente la herida tenia que causar impedimento si habÃ-an de ser liberados de sus obligaciones de combate. Desde inicios de enero un creciente numero de soldados alemanes comenzó a rendirse sin resistencia o incluso a desertar al enemigo. Los desertores tendÃ-an a ser infantes en el frente en parte porque tenÃ-an más oportunidades. Para los verdaderamente incapacitados la única esperanza de ser evacuados a un hospital de campaña era un trineo o en ambulancia. Sus conductores eran ya conocidos como los héroes del volante debido a su alta tasa de bajas. Llegar al hospital cerca del aeródromo no era una garantÃ-a de evacuación ni de ser atendido en las enormes tiendas que apenas servÃ-an para protegerse del frÃ-o. Las heridas y el congelamiento representaban solo una pequeña parte del trabajo, que amenazaba con superar a los doctores. Los heridos también quedaban bastante más expuestos a los ataques aéreos soviéticos de lo que lo habÃ-an estado en el frente y muchos soldados que estuvieron apunto de ser salvados perdieron la vida después e haber sido subidos al avión, mientras esperaban el despegue. La evacuación por aire de los heridos era igual de impredecible que la llegada de vuelos de suministro. Hasta el comienzo de la ofensiva soviética final el 10 de enero la principal preocupación del ejército alemán seguÃ-a siendo el hambre. Los alemanes comenzaron a correr grandes riesgos, aventurándose en la tierra de nadie para buscar en los cadáveres de soldados rusos una corteza de pana o una bolsa de lentejas. Su mayor esperanza era encontrar un envoltorio de papel con sal, por cuya carencia sus cuerpos sufrÃ-an. Todos sabÃ-an que debÃ-an enfrentarse a los rusos en unas Ã-nfimas condiciones pues estaban muy débiles y apenas tenÃ-an municiones, por ello, reinaba el fatalismo entre la tropa aunque también habÃ-a un deseo de creer. El dolor del hambre en el kessel era durÃ-simo. Varios oficiales alemanes se sintieron profundamente conmocionados al descubrir que algunos prisioneros rusos se vieron obligados a realizar prácticas de canibalismo. La operación anillo comenzó temprano el domingo 19 de enero. A este ataque los alemanes casi ni podÃ-an responder. Los landser apenas podÃ-an meter sus dedos hinchado por el frÃ-o en el gatillo de las armas y disparaban desde hoyos sin profundidad contra los fusileros que avanzaban por los campos nevados con las largas bayonetas. Los fuertes vientos que traspasaban la ropa habÃ-an hecho volar la nieve, descubriendo la 12
punta del pasto descolorido de la estepa. Los morteros rebotaban en el suelo helado y explotaban como neumáticos, causando muchas bajas. La resistencia del VI ejercito considerando su debilidad fue asombrosa. Pero las esperanzas alemanas por estos dÃ-as murieron para la práctica totalidad de los hombres. Los oficiales sabÃ-an que este ejército estaba realmente sentenciado. Las salas de los herido en estos momentos estaba tan repletas que los pacientes compartÃ-an las camas, con frecuencia cuando un hombre gravemente herido era traÃ-do por sus camaradas, un doctor les hacia señas para que se retiraran porque tenia ya demasiados casos desesperados. La escasez de escayola hacia que los médicos recurrieran al papel APRA juntar las extremidades rotas. Además los piojos abundaban por todas partes y las infecciones estaban a la orden del dÃ-a. En algunos hospitales los cadáveres yacÃ-an en montones al lado del camino donde los hombres habÃ-an caÃ-do y expirado, nadie se preocupaba ya por ello y no habÃ-a vendas de ningún tipo. Un aviso le llegó el 30 de enero de parte de Hitler a Paulus, le sugerÃ-a que se suicidara ya que le habÃ-a nombrado Mariscal de Campo y bajo las órdenes de Hitler ningún Mariscal se podrÃ-a entregar vivo al enemigo. Un tanque ruso se acercó al cuartel general de Paulus, en el venÃ-a un intérprete que habÃ-a sido enviado por Paulus. Al dÃ-a siguiente, Paulus se rendÃ-a con cerca de 30.000 soldados, los restos de un ejército de 250.000 hombres. Es asÃ- como se convierte en el primer mariscal en capitular en la historia alemana, desobedeciendo asÃ- a Hitler, atenazado por las tropas soviéticas, la falta de alimentos y el frÃ-o polar de la estepa rusa, para el que sus tropas no tenÃ-an material suficiente. Todo habÃ-a acabado para los alemanes, los rusos habÃ-an ganado. EL EJERCITO ROJO LA DEFENSA DE MOSCÚ El Ejercito Rojo estaba formado por un total de 1700000 hombres repartidos por el frente de Stalingrado, el frente del Don y el frente suroeste. Al principio del ataque alemán recibieron ordenes de no replicar por lo que no supieron responder a tal situación. Los tres ejércitos soviéticos nunca tuvieron una oportunidad y sus brigadas de tanques fueron destruidas por un ataque aéreo antes de que se presentara la ocasión de utilizarlas. En este comienzo de la ofensiva hubo una gran cantidad de bajas tanto humanas como materiales. Hay que decir que en el sur el avance alemán fue mucho menos rápido. Todas las personas conscientes tenÃ-an que aceptar que el fascismo era malo y que por lo tanto, debÃ-a de ser destruido. Pero el verdadero estÃ-mulo de los soldados rusos venia de un patriotismo desacerbado. El cartel de reclutamiento ¡la patria os llama! mostraba a una mujer rusa tÃ-pica haciendo el juramento militar con el trasfondo de un haz de bayonetas. La meta era defender algo más grande que millones de vidas, la patria. Para el Ejército Rojo era casi seguro que los miembros de las SS y más tarde otras categorÃ-as como los guardas de los campos y miembros de la policÃ-a secreta serÃ-an ejecutados después de su captura. Los tripulantes de los blindados y los pilotos de la Luftwaffe también se arriesgaban a un linchamiento, pero en general la ejecución de prisioneros era esporádica antes que calculada, mientras que los actos de crueldad desenfrenada eran localizados e incoherentes. Las autoridades soviéticas deseaban desesperadamente conseguir prisioneros, especialmente oficiales, para interrogarlos.
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Los partisanos consideraban que los trenes−hospital eran blancos legÃ-timos y muy pocos pilotos o ametralladoras perdonaban a alas ambulancias o a los hospitales de campaña. Conforme la guerra siguió la indignación rusa y un terrible deseo de venganza se encendió mucho más por las noticias de los actos alemanes en los territorios ocupados: aldeas incendiadas hasta los cimientos en represalia, y civiles muriéndose de hambre, masacrados o deportados a campos de trabajo. Esa prueba de genocidio contra los eslavos suscitó, junto con el deseo de venganza, una implacable determinación de no ser derrotados. Para estos inicios de la ofensiva alemana la situación del Ejercito Rojo era dramática. En uno par de meses llegarÃ-an a Moscú. Zhukov estableció tres lÃ-neas de defensa principales, previendo un ataque en forma de pinzas. El Gobierno Soviético fue evacuado hacia el este, a la ciudad de Kuybyshev, la actual Samara, aunque el lÃ-der soviético, Stalin, permaneció en Moscú para dar un ejemplo de determinación para los soldados y los cada vez más desesperados civiles. Stalin ordenó realizar en la Plaza Roja el tradicional desfile militar del 7 de noviembre conmemorando la Revolución de octubre, a pesar del peligro que representaban los bombardeos alemanes. Después de marchar sobre la Plaza Roja, las tropas se dirigieron directamente al campo de batalla, los tanques T−34 que desfilaron iban incluso sin pintar, saliendo directamente de las fabricas hacia el frente. El miedo de que la capital estaba a punto de ser abandonada al enemigo llevó a miles a intentar dejarla, asaltando los trenes en las estaciones. Los motines por la comida, los saqueos y las borracheras hicieron pensar a muchos en el caos de 1812 que culminó en el incendio de Moscú. Sin embargo al hacer su aparición el hielo todo cambió debido a que el ejército alemán no estaba preparado mientras que el Ejercito Rojo estaba perfectamente equipado para ello, con chaquetas acolchadas y trajes blancos de camuflaje. Se abrigaban la cabeza con ushanki, gorros redondos de piel con orejeras a cada lado, y los pies con grandes valenski( botas de fieltro). También tenÃ-an cubiertas para las partes funcionales de sus armas y aceite especial para impedir la acción del congelamiento. Por este motivo incluso se pudo contraatacar en Diciembre. Las divisiones siberianas, incluidos muchos batallones de esquiadores, eran sólo una parte de esta fuerza preparada secretamente. Por primera vez gozaran de una superioridad en el aire ya que habÃ-an sabido proteger a sus aviones del frÃ-o mientras que la Luftwaffe, operando desde pistas de aterrizaje improvisadas, tenÃ-a que descongelar cada maquina encendiendo hogueras bajo los motores. Stalin se mostraba convencido de que los alemanes estaban al borde de la desintegración pues habÃ-a habido estallidos de pánico en la retaguardia alemana. Las tropas auxiliares estaban conmocionadas. Los soviéticos consolidaron sus posiciones en abril de 1942, habiendo repelido la amenaza alemana fuera del alcance de Moscú. La victoria en la batalla de Moscú proveyó de un importante empuje para la moral soviética, en tanto que el ejército alemán habÃ-a perdido su aura de invencibilidad. No habiendo podido derrotar a la Unión Soviética en un rápido ataque, los alemanes tuvieron que prepararse para una larga y sangrienta guerra de posiciones. LA DEFENSA DE STALINGRADO En mayo Vasili Chuikov fue nombrado comandante del ejército de Stalingrado y su misión era salvar la ciudad de las garras del enemigo. Sus arranques de genio eran comparados a los de Zhukov. Su fuerte rostro campesino y su espeso cabello eran tÃ-picamente rusos. TenÃ-a también un sólido sentido del humor y una risa de bandido que descubrÃ-a sus dientes con coronas de oro. La propaganda soviética posteriormente lo retrataba como el verdadero producto de la Revolución de Octubre. Chuikov se habÃ-a perdido los meses iniciales de la guerra pues habÃ-a estado o en china como agregado militar acreditado ante Chiang Kai−shek. Al llegar al cuartel general de Stalingrado se mostraba preocupado tanto por el avance alemán como por la moral de sus soldados pues habÃ-a interceptado un camión lleno 14
de oficiales con latas de gasolina sobrantes que escapaban a la retaguardia sin permiso. Para Julio de 1942 Stalin sentÃ-a que el momento crucial se acercaba. Las fuerzas soviéticas que retrocedÃ-an ante el empuje de Paulus se enfrentaban a la aniquilación a oeste del Don. La Unión Soviética estaba a punto de ser estrangulada. Para los soviéticos todo estaba muy claro, nunca abandonarÃ-an, antes la muerte que entregar nada al enemigo alemán. Quien quiera que se quitara la insignia durante la batalla y se rindiera serÃ-a considerado un desertor malicioso cuya familia debe ser arrestada como familia de uno que falta a un juramento y traidor a la patria. Tales desertores debÃ-an ser ejecutados en el acto. Aquellos que cayeran en un cerco y que prefirieran rendirse debÃ-an ser privados de toda asistencia y estipendio del estado. Los que siembran el pánico y los cobardes de debÃ-an ser destruidos en el acto. La mentalidad de retirada debe ser eliminada. Los comandantes del ejército que hayan permitido el abandono voluntario de las posiciones deben ser relevados y ser sometidos a un juicio inmediato por un tribunal militar. Estaba claro: quien se rindiera era un traidor a la patria. Las autoridades soviéticas eran despiadadas. Aquellos que no apoyen a este ejecito en todas sus formas y no apoyen el orden y la disciplina son traidores y deber ser ejecutados como tal. Todo sentimentalismo era rechazado. En esta ciudad no habÃ-a sitio para los cobardes. Pese a los desastres y el caos de las malas comunicaciones las unidades del Ejercito Rojo continuaron resistiendo. Actuaron principalmente con incursiones nocturnas pues un tanque a la luz del dÃ-a provocaba inmediatamente una respuesta de la Lufwaffe. Las tropas rusas eran jóvenes y frescas y tenÃ-an una gran capacidad de resistencia. Los rusos enviaron fuerzas desde todas las direcciones hacia Stalingrado. En toda la región se movilizo a la población. Todas las mujeres y hombres disponibles entre dieciséis y cincuenta y cinco años fueron movilizados en columnas de trabajadores, organizadas según los consejos de distrito del Partido. Las mujeres con pañuelo y los niños mayores recibieron palas de largos mangos y canastas para cavar fosos antitanque de mas de seis pies de profundad en la tierra arenosas. Mientras las mujeres cavaban, los zapadores del ejército colocaban pesadas minas antitanque en el margen occidental. A los escolares más jóvenes, entretanto, le pusieron a trabajar construyendo paredes de barro alrededor de los tanques de almacenamiento de petróleo en los márgenes del Volga. La defensa antiaérea era la prioridad principal, pero muchos de los cañones no habÃ-an recibidlo aún proyectiles. El consejo de defensa de Stalingrado emitÃ-a un decreto tras otro. Se ordenó a las granjas colectivas entregar sus reservas de grano al Ejército Rojo. Se establecieron tribunales para procesar a los que faltaran al deber patriótico. Para los habitantes de Stalingrado el domingo 23 de agosto fue un dÃ-a que nunca olvidarÃ-a pues se convirtió en un infierno ya que fue bombardeada. La gente comenzó a correr en busca de refugió y las baterÃ-as antiaéreas no daban abasto. Las bombas incendiarias llovÃ-an sobre las casas de madera en el lÃ-mite sudoeste de la ciudad. Se quemaban hasta los cimientos pero en la humeante ceniza, sus espigadas chimeneas de ladrillo permanecÃ-an en pie en filas como en un camposanto surrealista. Un soldado escribió: una masa de stukas caÃ-a sobre nosotros y después de ese ataque, uno no podÃ-a creer que ni un ratón quedara vivo. Las calles derruidas eran apenas transitables y los diferentes trayectos se interrumpÃ-an numerosas veces. Dentro de los bunkers, la tierra fina, como la de un reloj de arena, se escurrÃ-a entre las vigas que formaron el techo. Los oficiales del estado mayor y los encargados de las señales estaban cubiertos de ella. Os obuses y las bombas también destruÃ-an el cable de la lÃ-nea telefónica con lo que se dificultaba enormemente las 15
comunicaciones. Los técnicos enviados para reparar estas averÃ-as tenÃ-an pocas posibilidades de trabajar a cielo abierto. Los soldados sentÃ-an que habÃ-an luchado mucho y muy duro durante los primeros dÃ-as de la batalla. En un corto espacio de tiempo la mayorÃ-a de los soviéticos que luchaban en Stalingrado sentÃ-an un enorme orgullo de hacerlo pues sabÃ-an que los pensamientos de todo el paÃ-s estaban con ellos. No obstante, tenÃ-an pocas ilusiones sobre la desesperada lucha que les aguardaba. Sus ataques eran espantosamente inútiles e incompetentes, pero estaba claro que no dejaban duda sobre su determinación de defender la ciudad hasta la última gota de sangre, costase lo que costase el soldado ruso nunca dejarÃ-a caer en manos enemigas este lugar. Antes preferÃ-an la muerte. Lucha en Stalingrado era diferente. Representaba una nueva forma de guerra, concentrada en las ruinas de la vida civil. Los desechos de la guerra (tanques quemados, casquetes y bombas, cables y cajas de granadas), se mezclaban con los escombros de los hogares: catres de hierro. Lámparas y enseres domésticos. En un puesto de observación, en lo alto de un edificio arruinado, un observador de la artillerÃ-a podÃ-a buscar objetivos con un periscopio colocado en un agujero idóneo hecho por una bomba. Gran parte de la lucha consistÃ-a no en ataques importantes, sino en pequeños conflictos letales e implacables. En la batalla intervenÃ-an escuadrones de asalto, generalmente de seis u ocho hombres que e armaban con cuchillos y espadas afiladas para matar silenciosamente, asÃ- como con ametralladoras y granadas. Las espadas eran tan escasas que los hombres grababan sus nombres en el puño y dormÃ-an con la cabeza sobre la hoja para asegurarse de que nadie se las robara. Chuikov ordenó acentuar los ataques nocturnos, principalmente por la razón practica de que la Lufwaffe no podÃ-a reaccionar ante ellos, pero también porque estaba convencido de que los alemanes estaban más asustados durante las horas de oscuridad, y que se fatigarÃ-an. El landser alemán llegó a abrigar un miedo especial hacia los siberianos de la 284ª división pues eran considerados auténticos cazadores naturales de cualquier tipo de presa. Los dÃ-as y las noches se hacÃ-an interminables para todos los contigentes participantes en esta batalla. No existÃ-a la tranquilidad desde hacia muchas semanas y nadie podÃ-a estar tranquilo en estas circunstancias. Los soldados al pequeño roce apretaban el gatillo pues ya temÃ-an cualquier tipo de movimiento. TenÃ-an la compulsión de disparar a todo lo que se moviera en la noche. Esto contribuyó al gasto alemán de más de 25 millones de balas durante sólo el mes de septiembre. Los rusos mantenÃ-an la tensión encendiendo bengalas en el cielo nocturno de vez en cuando para dar la impresión de un ataque inminente. Los soldados alemanes pedÃ-an a la Lutwaffe que actuara de alguna manera para contrarrestar le enorme ventaja que la aviación rusa habÃ-a alcanzado por la noche. Los alemanes no dejaban de escuchar los silbidos de los diferentes tipos de bombas lanzados por los rusos y eso aumentaba aún más el temor que ya tenÃ-an. Como he indicado con anterioridad, en Stalingrado no habÃ-a descanso, eso dejo de existir desde el momento en que se tiró la primera bala. En vez de decirse buenas noches se deseaban una noche tranquila ante las peligrosas horas de la oscuridad. En la mañana gélida se levantaban con todas las articulaciones entumecidas, buscando un trozo asoleado en el fondo de la trinchera como lagartos que tratan de absorber los rayos calidos. Chuikov pronto reconoció que las armas clave para la infanterÃ-a serian la metralleta, la granada y el fusil del francotirador. Las granadas estaban a manos apiladas en hornacinas excavadas en las paredes de las trincheras. No es de extrañar que hubiera muchos accidentes de soldados que no tenÃ-an la preparación adecuada. Otra arma muy eficaz era el lanzallamas que era aterrador cuando despejaba túneles de alcantarillado y escondrijos inaccesibles. Los soldados del Ejercito Rojo disfrutaban inventando artilugios para matar alemanes. Ideaban trampas explosivas, cada una al parecer más ingeniosa e impredecible en sus resultados que la última. Fastidiados 16
por su incapacidad para responder a los ataques de los Stukas, un soldado ruso construyó su propio cañón antiaéreo. Ataron un fusil antitanque a los radios de una rueda de carro que a su vez estaba montada sobre una gran estaca clavada en el suelo. La fama podÃ-a ser obtenida incluso con armas convencionales. Por ejemplo, el soldado Bezdiko el mejor lanzador de morteros de la división de Batiuk, era famoso por haber logrado lanzar seis bombas en el aire a la vez. Estas historias eran aprovechadas en un intento de difundir el culto del experto entre los soldados. El lema del 62ª ejército era: cuida tu arma con tanto celo como tus ojos. Las guarniciones que defendÃ-an los edificios fortificados tan esenciales en la estrategia de Chuikov, y que incluÃ-an jóvenes camilleros o encargadas de señales, sufrÃ-an grandes privaciones cuando quedaban aisladas durante varios dÃ-as sin interrupción. TenÃ-an que soportar el polvo, el humo, el hambre, y lo peor de todo, la sed la ciudad habÃ-a estado sin agua potable desde que la estación del bombeo fue derruida por los ataques de agosto. Sabiendo las consecuencias de beber agua contaminada. Los soldados desesperados disparan a las tuberÃ-as con la esperanza de extraer unas cuantas gotas. El suministro de alimentos a las posiciones de vanguardia era un problema constante. Los puestos de mando eran casi tan vulnerables como las posiciones de avanzada. Durante las treguas en la batallas, los soldados rusos también buscaban rincones asoleados lejos del alcance de los disparos de francotiradores enemigos. Las trincheras eran a veces como un taller de calderero, con los cascos de las bombas convertidas en quinqués, con un rapo como mecha y cajas de cartuchos como encendedores de cigarrillos. La ración de rústico tabaco majork, o su carencia, era una preocupación constante. Los más entendidos entre la tropa decÃ-an que no se diva utilizar papel especial para enrollar los cigarrillos gordos y mall liados de majorka, sino sólo los periódicos. Se suponÃ-a que la tinta aumentaba el gusto. Los rusos fumaban constantemente en la batalla. Más importante incluso que el tabaco era la ración de vodka teóricamente cien gramos diarios. Los hombres se quedaban en silencio cuando aparecÃ-a el vodka, mirando cada uno la botella, la tensión de la batalla era tan grande que la ración recibida nunca se consideraba lo suficiente, y los soldados estaban dispuestos a ir bastante lejos para satisfacer esta necesidad. El alcohol medicinal era rara vez utilizado para su propósito medicinal. El alcohol industrial e incluso el anticongelante era bebido después de ser pasado a través del filtro de carbón activado de una mascara de gas. Muchos soldados se habÃ-an deshecho de sus máscaras de gas durante la retirada del año anterior, de modo que los que aún las tenÃ-an podÃ-an negociar. El resultado podÃ-a ser muy catastrófico. La mayorÃ-a se recobraron porque eran jóvenes y saludables y no consumÃ-an con frecuencia, pero aquellos que lo probaban demasiadas veces se quedaron ciegos. Los servicios médicos del Ejercito Rojo rara vez eran considerados una prioridad por los comandantes. Un soldado gravemente herido quedaba fuera de combate y los altos oficiales se preocupaban ante todo por reemplazarlo. Sin embargo esta actitud no disuadió a las figuras más valientes del campo de batalla de Stalingrado, que eran las camilleras, principalmente muchachas estudiantes de la universidad con una preparación muy básica de primeros auxilios. Estas camilleros tenÃ-an que superar el terror y avanzar arrastrándose hasta donde fuera seguro cargárselos a la espalda. TenÃ-an que ser fÃ-sica y espiritualmente fuertes. Algunas camilleras también mataron a un gran número de soldados alemanes. Los sacrificios de estas camilleras con frecuencia se desperdiciaban por el trato posterior dado a los pacientes. Los heridos que llevaban o arrastraban eran dejados sin cuidados hasta que, mucho después, eran cargados como sacos de patatas en las lanchas de suministro, vacÃ-as para el viaje de vuelta. Cuando los heridos eran descargados en alguna zona, las condiciones podÃ-an ser incluso peores. Los supervivientes de un regimiento de aviación que pasaron la noche durmiendo en los bosques del Volga se despertaron al amanecer escuchando una serie de sonidos. Cuando se acercaron al lugar de proveniencia se dieron cuenta de que se trataban de cientos de soldados heridos, que estaban pidiendo agua o gritando o llorando, al haber perdido 17
brazos o piernas. El sobrevivir distaba de estar garantizado incluso al llegar a uno de los hospitales de campaña pues las condiciones en que estaban les hacia parecer una fábrica de procesamiento de carne. Los soldados con frecuencia se encerraban en sÃ- mismos y no deseaban entrar en contacto con nadie, y deseaban volver al frente. Los amputados no mostraban ninguna sensación de alivio al estar fuera de combate de hecho la mayorÃ-a de los amputados o marcados por cicatrices permanentes sentÃ-an que ya no eran verdaderos hombres. Las malas raciones no ayudaban ni a la recuperación ni a la moral. La lógica soviética dictaminaba que las mejores raciones debÃ-an de ser para las tropas que estaban combatiendo y no para los enfermos. Los heridos, si tenÃ-an suerte, recibÃ-an tres porciones de kasha, o papillas de alforfón, un dÃ-a nada más Por otro lado, establecer una fuerte disciplina fue bastante duro al principio. Hasta mediados de octubre no parecÃ-a eliminado el sentimiento derrotista y el número de incidentes de traición estaba bajando. El régimen soviético era tan implacable o mas que su enemigo con sus propios soldados como asÃ- lo demuestran la cifra de 14000 ejecuciones durantes la batalla de stalingrado. AllÃ- se cuentan crÃ-menes clasificados por los comisarios como incidencias extraordinarias, desde la retirada sin recibir ordenes hasta las heridas autoinfligidas, la deserción, el pasarse al enemigo, la corrupción y las actividades antisoviéticas. Los soldados del Ejercito Rojo también eran considerados culpables si no disparaban de inmediato contra cualquier camarada que tratara de desertar o de rendirse al enemigo. Muchos, sino la mayorÃ-a e desertores eran de las filas de refuerzos civiles reclutados para hacer números. Estos hombres carecÃ-an completamente de entrenamiento y algunos no tenÃ-an ni uniformes.− A veces los desertores eran ejecutados ante una audiencia de unos doscientos soldados de su división, aun que era más habitual que el hombre condenado fuera llevado por una cuadrilla del destacamento de guardias del departamento especial de la NKVD a un lugar apropiado tras las lÃ-neas. AllÃ- se decÃ-a que se desnudara de modo que su uniforme y sus botas pudieran ser vueltas a utilizar. La familia también podÃ-a ser perseguida como castigo adicional, pero sobre todo, como advertencia. Los comisarios y los oficiales de los departamentos especiales en el frente de stalingrado consideraban las represalias contra los parientes cercanos como absolutamente esenciales para disuadir a otros que pudieran estar tentados de escapar. Como se ha indicado anteriormente, las heridas autoinfligidas eran consideradas como deserción. Los doctores examinaban y declaraban quien se habÃ-a producido las heridas y quien no. Los que fingÃ-an una enfermedad entraban en la misma categorÃ-a. La herida autoinfligida más extrema era el suicidio, que era claramente un signo de cobardia. El interrogatorio soviético de los prisioneros alemanes de guerra, que generalmente tenÃ-a lugar un dÃ-a después de la captura, seguÃ-a un patrón bastante establecido. El primer objetivo era identificar su formación y evaluar su fuerza actual, la condición de los suministros y la moral. También se les preguntaba a los prisioneros alemanes cosas como si habÃ-an pertenecido a las juventudes hitlerianas, que sabÃ-an del comunismo, etc. Por instinto de supervivencia los prisioneros decÃ-an lo que suponÃ-an que los rusos deseaban escuchar. En algunos casos por casualidad era también la verdad. Hacia mediados de septiembre los soldados alemanes capturados estaban admitiendo abiertamente a sus interrogadores que ellos y sus compañeros temÃ-an el invierno que se aproximaba. Cuando los soldados se sentaban en un rincón de sus trincheras o en un subterráneo mal iluminado a escribir a sus familias, con frecuencia tenÃ-an dificultades para expresarse. La hoja, que seria más tarde doblada en un triangulo, porque no habÃ-a sobres, parecÃ-a a la vez demasiado grande y demasiado pequeña para sus propósitos. La carta resultante se ceñÃ-a a tres temas principales: preguntas por la 18
familia en casa, tranquilidad y preocupación por la batalla. Los rusos eran muy conscientes de que los ojos de toda la nación estaban puestos sobre ellos, pero muchos debieron de haber arreglado parte de sus cartas porque sabÃ-an que los departamentos especiales censuraban ruidosamente el coreo. Incluso si deseaban escapar escribiendo a sus esposas o novias, la batalla permanecÃ-a siempre con ellos. En parte porque la vida de un hombre se definÃ-a por la opinión de sus camaradas y del comandante. La mayorÃ-a de los soldados rusos parecÃ-a haber subsumido sus sentimientos personales dentro de la causa de la gran guerra patria. Escribir a casa era difÃ-cil ya que los soldados en el frente nunca enviaban malas noticias a casa y, por tanto, era imposible decir la verdad. En general una carta familiar comenzaba con buenas noticias, es decir, diciendo el soldado que estaba bien que no estaba herido, y luego decÃ-an que estaban listos para sacrificar sus vidas por la patria. El estudio sobre las cartas escritas por los soldados es bastante ilustrativo. En muchas cartas de alemanes en Stalingrado de esta época, hay una nota herida, desengañada e incluso incrédula sobre lo que esta pasando, como si no fuera esta la guerra en la que al principio se habÃ-an embarcado. HabÃ-a también un gran número de soldados rusos que no estaban contentos. Muchos se avergonzaban de admitir que estaban muy hambrientos y estaban en unas Ã-nfimas condiciones que les podrÃ-as constar un gran números de bajas por enfermedades. También aparecieron fuertes signos de derrotismo. Algunas de las cartas contenÃ-an fuertes consignas antisoviéticas alabando al ejército fascista. Los comisarios se sorprendieron al descubrir cuanto odio les tenÃ-an los soldados. Se decÃ-a que los oficiales de los regimientos de aviación fueron particularmente insultantes. Otros comisarios vieron como disminuÃ-a su nivel de vida ya que fueron obligados a comer con los soldados. Los principales premios comunistas (héroe de la unión soviética, la orden de la bandera roja, la orden de la estrella roja) eran todavÃ-a tomados muy en serio y respetados por las autoridades polÃ-ticas. Los soldados, por otra parte, tenÃ-an una actitud mucho más vigorosa hacia estos sÃ-mbolos de valor. Cuando uno de ellos recibÃ-a una condecoración, sus camaradas la ponÃ-an en una jarra de vodka, que tenÃ-an que beber, atrapando la medalla entre los dientes, hasta la última gota. Las autenticas estrellas del ejercito ruso eran los francotiradores. Se promovió un nuevo culto de su actividad y se estableció que un francotirador que llegara a los cuarenta muertos recibirÃ-a la medalla al valor y el tÃ-tulo de noble francotirador. El francotirador más famoso de todos, aunque no el de la mayor marca, fue Zaitsev quien tenia una cuenta de 149 muertos alemanes. El de mayor puntuación mató a 224. Todos los francotiradores tenÃ-an sus propias técnicas y sus escondrijos y secretos. A veces utilizaban viejas tuberÃ-as para esconderse. DebÃ-an esconderse lo mejor posible y no permitir bajo ningún concepto ser descubiertos por el enemigo. LOS RUSOS CONTRATACAN Para primeros de noviembre el Ejercito Rojo preparaba una gran contraofensiva denominada operación Urano. Su gestación fue muy larga. El plan consistÃ-a en un inmenso cerco de todo el VI ejército, irrumpiendo en la retaguardia alemana por dos flancos, atacando allÃ- donde las fuerzas del eje fueran más débiles. Si bien en un primer momento Stalin se negaba a desviar recursos del propio combate urbano, vio en estos planes la mejor oportunidad de cambiar el frente sur, y de revertir toda la situación de Stalingrado, por lo cual apoyó la idea del cerco, aunque esto significara reducir el cupo de municiones del 62º ejercito rojo que defendÃ-a por sÃ- solo la ciudad.
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El clima estaba cada vez peor, con nieblas y tormentosas lluvias de lluvia helada. Se hacÃ-a difÃ-cil las marchas forzadas de las formaciones soviéticas. La lluvia helada fue seguida por fuertes y súbitas heladas. Muchas unidades, con las prisas de preparar la operación Urano no habÃ-an recibido los uniformes de invierno. No sólo escaseaban los guantes y los gorros, sino incluso elementos básicos tales como los escarpines utilizados en vez de los calcetines. Muchos soldados murieron por congelamiento debido a la irresponsable actitud de los comandantes. Una vez mas se veÃ-a lo que importaba una vida humana en esta guerra. Los rusos comenzaron la contraofensiva. El entusiasmo de casi todas las tropas era patente pues era visto como un momento histórico, ya que creÃ-an los defensores de Stalingrado de que habÃ-a llegado la hora tan esperada de hacer correr la sangre del enemigo por la sangre derramada de los rusos. Se sentÃ-an muchÃ-simo mejor puesto que habÃ-an comenzado a destruir a los alemanes. La patria violada estaba por fin siendo vengada, pero eran las divisiones rumanas y no las alemanas las que soportaban lo más duro. Los prisioneros rumanos fueron organizados en columnas pero antes de ser llevado a los campos, muchos fueron ejecutados por soldados del Ejercito Rojo por su cuenta. Los rusos iban dejando un panorama desolador tras de sÃ- pues los cadáveres se amontonaban en los caminos. Los caballos vagaban a sus anchas en busca de alimento y arrastraban con ellos los ronzales deshechos por el suelo, grises espirales de humo ondeaban desde los camiones destruidos por las bombas, los cascos de acero, granadas de mano y cartuchos de fusiles llenaban los campos. Las tropas soviéticas que avanzaban encontraban mujeres, niños y viejos expulsados de sus casas por el ejército alemán, con sus posesiones en pequeños trineos. A muchos les habÃ-an robado la ropa de invierno. Los rusos al buscar el botÃ-n se enfadaban al encontrarlos vacÃ-os ya que faltaba todo lo que habÃ-a en sus casas (sabanas, manteles, ropa, etc.). Les habÃ-an quitado las vacas, las gallinas y los sacos de grano que pudieron encontrar. Los viejos habÃ-an sido flagelados hasta que dijeron donde habÃ-a ocultado el grano. Las casas rurales habÃ-an sido incendiadas. Muchos civiles se los llevaron para que trabajaran como esclavos y al resto se les dejó morir de hambre o de frÃ-o. Pequeños grupos de tropas rusas ejecutaron la venganza en los alemanes que encontraban, especialmente cuando se embriagaban. Algunos de los prisioneros alemanes gritaban ofensivas contra Hitler y decÃ-an que no querÃ-an la guerra, alo que los soldados rusos contestaban con risas y burlándose de ellos. Durante la primera semana de diciembre, los rusos realizaron ataques decididos para dividir el VI ejército. Los soldados mejor equipados de todos eran los francotiradores ya que casi nada se les negaba. En los campos nevados de la estepa con sus trajes de camuflaje, operaban en parejas, unos con telescopio y el otro con un fusil de largo alcance. Se arrastraban por la noche en tierra de nadie, donde abrÃ-an huecos en la nieve y escondrijos desde los cuales observaban y disparaban. Su tasa de bajas era más alta que en la ciudad porque tenÃ-an pocas opciones para ocultarse y lÃ-neas de escape. Pero el movimiento de francotiradores todavÃ-a atraÃ-a más voluntarios de los que podÃ-a entrenar o utilizar. Todo problema dilatado de la moral de las tropas usualmente reflejaba la indiferencia de las autoridades soviéticas hacia el soldado individual. La obsesión por el secreto hizo que a los hombres no implicados directamente en la operación Urano no se les dijera nada de ella sino hasta cinco dÃ-as después de su inicio. Un aspecto que llama la atención de estos dÃ-as es el elevado número de desertores del Ejercito Rojo que continuaron pasándose a las lÃ-neas del enemigo rodeado entrando asÃ- en una trampa. Esto se debÃ-a a la desconfianza y a al desconocimiento. Los soldados provocaban a sus enemigos. Algunas noches enviaban una patrulla con un espantapájaros elegantemente vestido de Hitler. Entonces lo izaban en tierra de nadie y colocaban un cartel invitando a los 20
landser a dispararle. El espantapájaros contenÃ-a una trampa explosiva de un par de granadas, para el caso de que un oficial alemán enviara a una patrulla a retirarlo la noche siguiente. Afortunadamente para las tropas rusas, las deficiencias de ropa de invierno que habÃ-an sido bastante serias, fueron subsanadas después de la exitosa culminación de la operación Urano. Casi todos los soldados recibieron guantes de piel de conejos, chaquetas forradas, chalecos de piel de oveja y una ushanka de piel gris a la que trasfirieron la estrella roja de su gorra de verano. Para esta etapa de la batalla el riesgo de ser denunciado en el frente era realmente Ã-nfimo ya que un soldado sentÃ-a que habiendo pagado con sangre tenia el derecho a la libre expresión. Tenia que ser más cuidadoso si se le evacuaba en un hospital de campaña, donde los informadores y funcionarios polÃ-ticos vigilaban cualquier crÃ-tica del régimen. Los soldados se atormentaban ablando de sus comidas caseras asÃ- como con sus ensoñaciones. Algunas patrullas tenÃ-an algún contador de historias que inventaba modernos cuentos de hadas. Jugaban a las cartas, al ajedrez. Ahora que estaban en posiciones fijas valÃ-a la pena tallar las piezas apropiadas y confeccionar un tablero. La mayorÃ-a de ellos se complacÃ-an recordando el pasado. Los moscovitas hablaban constantemente de su ciudad natal. En las patrullas habÃ-a anécdotas, bromas, burlas pero estas raras veces eran crueles entre los que tenÃ-an el mismo rango. No reinaba la groserÃ-a. Hablaban de muchachas solo cuando estaban de un humor especial, lo que significaba cuando sus sentimentalidad se veÃ-a estimulada por el vodka o algunas canciones. Se suponÃ-a que cada compañÃ-a tenÃ-a al menos una concertina con el propósito de mantener la moral. La canción favorita del Ejercito Rojo en las ultimas semanas era Zemlianka ( refugio subterráneo). Las fuerzas soviéticas adoptaron una táctica deliberada para aprovechar su superioridad en equipamiento invernal ya que empezaron a realizar ataques de sondeo. Si rompÃ-an la lÃ-nea ningún alemán estaba fÃ-sicamente fuerte como para abrir nuevas trincheras. El Ejercito Rojo tenia todo para ganar la batalla puesto que contaba con ventaja tanto en municiones como en aprovisionamiento y tenÃ-a a todo el ejército cercado. Los soldados rusos comenzaron la ofensiva final y desataron su furia contra los prisioneros alemanes, esqueléticos y piojosos. Algunos fueron muertos en el acto mientras que otro los obligaban a marchar en pequeñas columnas, al alcanzarlas las ráfagas de ametralladora que los soviéticos disparaban. Los soldados que estaban en la ciudad esperaban que los rusos aparecieran en cualquier momento. Encañonándolos con sus metralletas ordenaron a los alemanes que lanzaran sus armas en un rincón y salieran en fila. Los vencidos se preparaban para la cautividad envolviendo los andrajos de uniformes despedazados alrededor de sus botas. Todo habÃ-a acabado para los alemanes puesto que Paulus se habÃ-a rendido. Los rusos se felicitaban los unos con los otros, y les resultaba difÃ-cil de creer que todo hubiera acabado. Cuando pensaban en ello y recordaban a los muertos, su propia supervivencia les asombraba. La rendición de Stalingrado genero una atmósfera volátil en la que el destino de un alemán era completamente imprevisible. Los soviéticos fuera deliberadamente o por accidente, incendiaron el hospital improvisado lleno de heridos en las barracas de zapadores cerca del aeródromo. La búsqueda de hiwis era implacable pues cualquier hombre con uniforme alemán incompleto se arriesgaba a ser muerto en el acto. Un considerable número de hiwis se mantuvieron fieles a los alemanes. Se dice que los soldados rusos de las unidades de la lÃ-nea del frente, especialmente las divisiones de guardias, fueron mas correcto en su trato que las unidades de segunda lÃ-nea. Pero algunos soldados bebidos que celebraban la victoria mataron a prisioneros, pese a las órdenes contrarias. Incluso los miembros de las 21
formaciones de elite rápidamente despojaron a sus prisioneros de relojes, anillo y cámaras, asÃ- como de las apreciadas latas de aluminio con racho de la Wehrmacht. Muchos de estos objetos serÃ-an luego intercambiados por vodka. En algunos casos se les quitaban un par de botas buenas a un prisionero, para darle a cambio un par de botas deterioradas. Las mantas también les fueron arrebatadas de la espalda, a veces solo por la satisfacción de venganza ya que los alemanes habÃ-an tomado las ropas de abrigo de tantos civiles rusos. Cuando los prisioneros salÃ-an tambaleándose de los sótanos y bunkers, con las manos en alto en señal de rendición, sus ojos buscaban una pieza de madera que pudiera servirles de muleta. Muchos sufrÃ-an de un congelamiento tan extremo que apenas podÃ-an caminar. Casi todos habÃ-an perdido no solo las uñas de los pies sino los dedos también. Los oficiales soviéticos observaron que los rumanos estaban en peor estado que los alemanes. Al parecer sus raciones habÃ-an sido reducidas antes en un intento de mantener la fuerza alemana. Los prisioneros se mantenÃ-an cabizbajos, sin atreverse a mirar a sus guardas. Por todas partes disparos esporádicos rompÃ-an el silencio del antiguo campo de batalla. Estos soldados alemanes, sin armas ni cascos, encasquetándose gorros de lana o usando incluso solamente harapos envueltos alrededor de la cabeza para evitar el congelamiento, temblando con sus abrigos inadecuados con cables que habÃ-an las veces de cinturón, fueron conducidos en largas filas. CONCLUSIÓN Sin duda alguna esta fue la batalla que más bajas causó en toda la historia de la humanidad. Por parte del ejército alemán se calcula que fueron unos 740.000 muertos, mientras que por parte del Ejercito Rojo fue aproximadamente entre 760.000 muertos entre sus filas. A estas cifras hay que sumar más de un millón de civiles muertos en Stalingrado. La ciudad quedó completamente destruida, tan solo quedó un mar de escombros. Unos 500.000 prisioneros sumados entre alemanes y aliados partieron rumbo a Siberia y una parte de ellos fue utilizada para reconstruir la ciudad, no sin antes sacar los cadáveres alemanes para ser incendiados en una pira en las afueras. Oficialmente 91.000 fueron los prisioneros de las batalla final de la Ciudad de Stalingrado, de estos muy pocos estaban vivos para el comienzo de la primavera (solo 5.000 a 6.000 alemanes sobrevivieron hasta el fin de la guerra). Unos 400.000 prisioneros murieron en los meses siguientes, en muchos casos de hambre. Otros 25.000 se quedaron para reconstruir la ciudad, no más de 10.000 sobrevivieron. Los mercenarios rusos y ucranianos que lucharon al lado de los alemanes, unos 50.000 al inicio de la batalla, fueron ejecutados inmediatamente. Con este panorama no hay mucho más que decir sobre la crueldad de esta batalla y de toda la II Guerra Mundial en donde el respeto por la vida humana desaparece. La vida de un soldado aquÃ- no vale absolutamente nada pues todo se supedita a la labor de defender la patria y de derrotar al enemigo. Fue llamada la gran guerra patriótica en Rusia. Como hemos podido comprobar a lo largo de este trabajo, todos los soldados estaban dispuestos a dar su vida por esta misión y estaban atraÃ-dos por la idea de defender su nación a toda costa, y eso fue lo que hicieron. Todos lo soldados eran conscientes (o sino todos la mayorÃ-a) de que estaban viviendo el momento más importante de esta guerra, un momento crucial que cambiaria el curso de la historia. Como todos sabemos, a partir de este momento los nazis pierden la iniciativa de la guerra y ya no tendrán más remedio que retroceder hasta la caÃ-da final de BerlÃ-n en 1945 que pondrá punto y final a la guerra. Los rusos consiguieron resistir el ataque alemán a toda costa y salieron muy reforzados lo que les permitió aumentar enormemente sus fuerzas y moral y destruir a su enemigo finalmente. Hitler habÃ-a fracasado completamente 22
y su caÃ-da ya no tendrÃ-a remedio. El triunfo de esta batalla trascendió los limites de la Unión Soviética e inspiro a todos los aliados e incentivó a la resistencia en todas partes, El rey Jorge VI de Inglaterra regalo a la ciudad una espada forjada especialmente en su honor, y hasta el poeta Pablo Neruda escribió versos celebrando la victoria, lo cual transformo esta lucha en un sÃ-mbolo y en un punto de quiebre para toda la guerra. De esta manera Stalingrado pasará a los anales como sÃ-mbolo de la lucha contra el fascismo Por otro lado, fueron muchas las crueldades realizadas por uno y otro bando contra todo lo que significara algo del lado contrario. Fueron numerosas las masacres contra los civiles, enfermos, etc. No se respetaba absolutamente nada. Aunque hay que decir que esto ocurre en todas las guerras, incluso en pleno siglo XXI se sigue viendo esta tendencia. Parece que no hemos aprendido mucho de nuestros errores cuando a dÃ-a de hoy seguimos viendo en televisión esas imágenes que nos conmueven de niños muriéndose por las calles de las ciudades en guerra, o hasta hace unos pocos de años el genocidio llevado a cabo en Ruanda por el simple hecho de ser de un grupo étnico distinto. A raÃ-z de la II Guerra Mundial se adoptaron diferentes medidas para que esto no se volviera a repetir jamás, pero mucho me temo que todavÃ-a queda mucho camino por recorrer. Aunque bien es cierto que pienso que es imposible que se repita otra masacre como la perpetrada por la Alemania ha quedado comprobado que se siguen haciendo enormes fechorÃ-as a lo ojos de todo el planeta y de todas las organizaciones creadas, a priori, para no permitirlo. Solo hay que mencionar el caso de Irak. Cuando los EE.UU. decidieron invadirlo nadie se lo impidió y camparon a sus anchas por dicho paÃ-s sin hacer caso de nada ni de nadie. Aun hoy la mortalidad es enorme con una media de entre 40 y 50 civiles por dÃ-a solo en la capital. Con estas cifras sobran las palabras. Por lo tanto, queda mucho camino por recorrer pues siguen siendo muchos los errores que realizan los gobiernos de algunos paÃ-ses que están dispuestos a todo con tal de hacerse con un mayor dominio económico y polÃ-tico y a los que les sigue sin importar mucho la vida humana. Algo hemos cambiado pero no lo suficiente.
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