+Bayly. Johnny Depp Confesiones de un galán que odia mirarse al espejo. Little Once Una Babel de comercios a media hora del Obelisco

Año 2. Nro. 72. C . actualidad a diario, se entrega gratuitamente con el diario Crítica de la Argentina del 12 de julio de 2009. Prohibida su venta po

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Confesiones
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Año 2. Nro. 72. C . actualidad a diario, se entrega gratuitamente con el diario Crítica de la Argentina del 12 de julio de 2009. Prohibida su venta por separado.

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Bayly Cucurto Platos Vinos Moda Salidas

Johnny Depp actualidad a diario

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Confesiones de un galán que odia mirarse al espejo.

Little Once

Una Babel de comercios a media hora del Obelisco.

El precio de la pasión Los secretos de la gran vidriera televisiva de la cumbia.

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buscador

Pasajero en trance

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travesar la ciudad en transporte público suele ser una de las torturas de la vida urbana. Nada mejor que tener a mano un libro de cuentos cortos para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. Para estos lectores en tránsito, o los que aprovechan cada minuto de sus vidas para leer en cualquier parte y para los amantes de las historias breves acaba de publicarse Cuentos breves para leer en el colectivo II, una recopilación de 20 fascinantes relatos seleccionados por el periodista Maximiliano Tomas. Edgar Alan Poe, Mark Twain, Guy de Maupassant, Franz Kafka, Jack London, Katherine Mansfield, Antón Chéjov, Ambrose Bierce y Rubén Dar o, son algunos de los grandes autores clásicos que fueron incluidos en este segundo tomo. Los textos que Tomas eligió son poco conocidos y las traducciones fueron hechas especialmente para esta edición. Cuentos breves para leer en el colectivo II (Editorial Norma). $ 26

Queremos tanto a Mercedes

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ada de lo que se pueda decir de Mercedes Sosa es suficiente para estar a la altura. Siempre es emocionante reencontrarse con su voz y reconfortante saber que sigue intacta. El recién editado segundo volumen de Cantora (Sony) –que incluye 18 canciones a dúo con distintos músicos– es una muestra más de su grandeza. Si Cantora 1 tuvo su punto más alto con “Barro tal vez”, junto a su autor Luis Alberto Spinetta, este segundo volumen tiene, al menos, dos momentos increíbles: uno, con “Desangra y sangra”, que Mercedes canta a dúo con Charly García. El otro, es cuando la cantora recita la letra de “Canción para un niño en la calle” del poeta Armando Tejada Gómez y alterna con una improvisación del portorriqueño René Pérez, de Calle 13: “Soy, una sonrisa sin diente, lluvia sin techo, uña con tierra, soy, lo que sobró de la guerra, un

estómago vacío, soy un golpe en la rodilla que se cura con el frío”. Hay más para destacar: junto a Gustavo Cerati canta “Zona de sorpresa”; para “Razón de vivir” (Víctor Heredia) se sumó Lila Downs, con quien La Negra se complementa maravillosamente; también es perfecto el dueto armado con la brasileña Daniela Mercury en “O qué será” . Son valiosos los instantes que logra

junto a Vicentico en “Parao” (Rubén Blades); y claro, cuando suena la impresionante guitarra de Luis Salinas en “Insensatez” (Vinicius de Moraes). El arte de tapa, a cargo del diseñador Alejandro Ros, es simplemente bellísimo. La impecable producción es de Popi Spatocco y la dirección artística de Rafa Vila y Afo Verde. 2 Cantora 2 (Sony Music) $ 32,99

Todo se transforma

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ara los que logran ir por la vida con poca cosa, la nueva marca de diseño BePoket lanzó seis modelos de accesorios en cuero. La estrella de la colección es una riñonera con varias funciones: se pueden usar como bandolera, como sobre y hasta se puede transformar la tira en cinturón. La filosofía de BePoket es crear complementos funcionales, “inspirados en wallpapers de los años 70, con conceptos de refracción y caleidoscopio”, según las diseñadoras Gabriela Storka y Bárbara Rojkes. Información en www.bepoket.com. Precios: riñonera chica $ 320, riñonera grande $ 450.

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Zapatillas pop

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del sombrero Johnny Depp ama los sombreros. Viste varios en Enemigos públicos, la película sobre el gángster John Dillinger que se anuncia para fin de mes, y será el Sombrerero Loco en la versión de Alicia en el país de las maravillas que prepara Tim Burton. Es uno de los actores más requeridos de Hollywood y de los menos adaptados al canon de la industria. Actor atractivo y personaje irresistible, está, sí, un poco de la gorra. En el buen sentido.

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Por William Spark/IFA

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Se me ocurrió cómo tenía que lucir el Sombrerero Loco de Alicia en el país de las maravillas. Hice unos dibujitos raros y unas acuarelas y se las mostré a Tim (Burton). Y él me mostró sus dibujitos y sus acuarelas y no eran muy diferentes (risas)”.

i pudiera evitar los espejos cuando me lavo los dientes a la mañana, lo haría”, dijo durante la presentación de la película Enemigos públicos dirigida por Michael Mann (su estreno está anunciado en la Argentina para fin de mes) en Londres. A mucha gente le pasa que no le gusta nada ver su imagen reflejada en un espejo, pero si lo dice alguien que todavía es considerado uno de los actores más atractivos de Hollywood, es extraño. Aunque la cosa tiene una vuelta más si la dice Johnny Depp, un actor que aun permaneciendo en el mainstream se mantiene al margen de las convenciones. Junto a Christian Bale, Marion Cotillard y Channing Tatum, Depp protagoniza Enemigos públicos, la historia del agente del FBI Melvin Purvis (Bale), perseguidor de dos gángsters americanos, John Dillinger (Depp) y Pretty Boy Floyd (Tatum), en la lucha por frenar la escalada del crimen en el Medio Oeste norteamericano durante los años 30. Y pronto se lo verá como uno de los protagonistas de la versión de Tim Burton –aquel que lo hizo Manos de Tijeras– de Alicia en el país de las maravillas y en la cuarta Piratas del Caribe para el año que viene. Interesante actor y atractivo personaje, salió una vez más de su vida tranquila en Francia para promocionar una película, y aparece en jeans, camisa blanca y chaleco negro, luciendo su barba tipo chivita y su buen humor de siempre. Es divertido y fácil de tratar. –¿Por qué creés que nos divierte ver películas sobre criminales? –Bueno, ellos se manejan con asuntos con los que nosotros no podemos, especialmente Jesse James, antes de la época de John Dillinger. James fue una especie de precursor de Dillinger. Dillinger, en 1933, cuando los bancos eran el enemigo y J. Edgar Hoover se estaba convirtiendo él mismo en criminal, se plantó desde el lugar de hombre común y dijo “no, no voy a aceptar esto. Voy a tomar lo que creo que es mío”. ¿Está? No sé, ¿tendría que decir algo más? –La escena en la que Dillinger, el hombre más buscado en Norteamérica en ese momento, camina dentro del departamento de policía y pasa totalmente inadvertido, ¿ocurrió realmente? –Es verdadera. –Ok, ésa no es la pregunta. –(Risas) Ok, ésa no es mi respuesta. –Usted es uno de los actores más buscados en el mundo. –¿En serio? –Si tuviera la oportunidad de caminar por un lugar sin ser reconocido, ¿adónde iría?

–¡Aaah! Dios. Es una muy buena pregunta. ¿Adónde me gustaría ir y ser completamente anónimo? Caminaría por Disneylandia con mis hijos. Eso. Los haría vivir esa sensación, a ellos que no consiguen tener a su padre... papá camina por Disneylandia con ellos y las cosas se ponen raras (risas). –En otros reportajes habló sobre los sombreros, sobre lo mucho que le gustan, y dijo que son como amigos. Tuvo que ponerse unos cuantos en Enemigos públicos. ¿Hizo nuevos amigos? –Sí, hice nuevos amigos, nuevos amigos sombreros. –¿Cuál fue su favorito? –Hubo varios muy lindos. Un tipo en Chicago hizo sombreros para la película, un artista. La cuestión sobre los sombreros, los trajes, los sobretodos, el vestuario completo, lo que me gusta es lo que se supone que representan. Los tiempos eran tan diferentes. Todavía había cierta inocencia. Todavía había algunas posibilidades. Todos se esforzaban, con sus sombreros, sobretodos y corbatas. Siempre sentí como si debería haber nacido en esos tiempos; pero aparentemente no fue así. Y sin embargo no estuve lejos. –En la película, Dillinger se ve muy cómodo siendo el foco de los medios. ¿Se siente igualmente cómodo con ese escrutinio, en la vida real? –Bueno, con lo que me siento infinitamente más cómodo es con el esfuerzo de hacer el papel, y con el proceso de trabajo colectivo. Hacer la película, básicamente. Después, hay otras cosas que van con eso que creo que nunca voy a entender, pero lo entiendo como parte de la actuación. Hay cierta dosis de atención que se supone viene con eso. La alternativa es una resistencia real. John Dillinger, creo que como cualquiera con sangre americana, agarró la pelota y corrió con ella. No es muy diferente de lo que pasó conmigo hace mucho tiempo. Agarrás la pelota y vas lo más rápido que puedas hasta que alguien te dice “bueno, pibe. Estás hecho. Salí de la carrera”. Creo que eso es lo que pasó con Dillinger. Pero Dillinger sabía que el reloj corría. Su situación era muchísimo más grave que la mía. Él sabía que tenía muy poco tiempo y estaba en paz con eso. Fue una especie de figura existencial extrema. Se movía hacia adelante constantemente y nunca volvía hacia atrás. –¿Cómo trabajó su papel en Alicia en el país de las maravillas? ¿Usó el libro o tomó algo de afuera para su personaje? –Bueno, obviamente está el libro. Es la base para todo. Hay pequeños misterios, claves en el libro que encuentro fascinantes y que fueron llaves para al menos mi entendimiento del

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Sombrerero loco. Su personaje en Alicia en el país de las maravillas, que prepara con Tim Burton.

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El galán freak

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n paso importante para estar en el ojo público definitivamente, con cartel de ídolo de adolescentes incluido, fue protagonizar durante cuatro temporadas la serie Comando especial –21 Jump Street, para citar el nombre original– cuando finalizaba la década de los 80. La televisión siempre ayuda. Johnny Depp, joven galán nacido en el sureño estado de Kentucky y criado bajo el sol de Florida –su familia se mudó cuando él tenía siete años–, ya había sido una de las víctimas de Freddy Kruger. Pavada de admisión en la industria del cine. Corría el año 1984 y Pesadilla en Elm Street fue un éxito. Años después, ya con los títulos –de clásico, el film, y de estrella, el actor–, reapareció en la última entrega de aquella saga de terror. El dato anecdótico de sus comienzos es que Nicolas Cage fue quien lo convenció para ir a una audición de la película. Hasta ese momento Depp había integrado diversos grupos de rock, alcanzando con The Kids un éxito relativamente significativo. En aquellos jóvenes años 80, decidido a emprender el camino actoral, impresionó en una de tantas audiciones al mismísimo Oliver Stone. El director lo incluyó en el casting de Pelotón (Platoon). En 1990, Depp volvió al cine despertando la atención de la crítica con la película Cry Baby. Pero en ese año se encontró con el papel que lo catapultaría al rango de superestrella. Bajo las órdenes de Tim Burton interpretó a El joven Manos de Tijeras, un entrañable papel. Depp era el más joven de cuatro hermanos, el mimado; y continuaría siéndolo, pero esta vez por su labor en el cine. Mostró versatilidad y acumuló títulos como ¿A quién ama Gilbert Grape? o Sueños en Arizona de Emir kusturica. Eran tiempos en que Depp era muy solicitado. Volvió a colaborar con Burton en otras tres películas: Ed Wood, en 1994, La leyenda del jinete sin cabeza, en 99 y, en 2005, Charlie y la fábrica de chocolate. Ese año también participó de Descubriendo el país de nunca jamás con Kate Winslet. Promediando los 90 era común que las revistas del corazón llenaran sus páginas contando su relación con hermosas celebridades como Winona Ryder –se recuerda mucho el tatuaje con su nombre que Johnny se borró del brazo tras la ruptura– y Kate Moss. Su propia belleza era objeto de culto y sigue siéndolo. Prueba de ello es su permanente presencia a la vanguardia de listas como “los cien actores más sexies de Hollywood” y siempre estar peleando el título de “el hombre más sexy del mundo”. Aún hoy disputa el primer puesto frente a cualquier carilindo novato. Pero no es sólo de su apariencia de lo que vive Depp. Por ejemplo, debutó como director en 1997 con The Brave, una película que escribió junto a su hermano y que protagonizó. El film llegó a ser nominado a la Palma de Oro en Cannes. La larga lista de trabajos es vasta. A la hora señalada, con Christopher Walken (1995), se estrenó el mismo año en el que se lo vio encarnando a un romántico empedernido en Don Juan de Marco, con Marlon Brando a su lado. En el 98 apareció en el papel del creador del periodismo gonzo, Hunter Thompson, en Pánico y locura en Las Vegas protagonizada junto a Benicio del Toro. Gran interpretación, dijo la crítica, metiéndose en la piel de un personaje complejo. Como lo había hecho un año antes junto a Al Pacino en Donnie Brasco, haciendo de aprendiz de mafioso. El hábil actor de mirada franca y sonrisa esquiva para los fotógrafos elige papeles, en apariencia, hechos a su medida. En el memorable rol del capitán pirata Jack Sparrow, se “come” las películas de Piratas del Caribe tanto en La maldición del Perla Negra (2003), El cofre del hombre muerto (2006) como En el fin del mundo (2007). Vive en Francia con su hija Lily Rose y su hijo Jack– 10 y 7 años respectivamente–, junto a su esposa, la cantante francesa Vanessa Paradis. Filma dos secuelas de la exitosa Sin City, de Frank Miller y Robert Rodriguez, además de Alicia en el país de las maravillas con Tim Burton.

Sombrerero Loco, como cuando él dice “estoy investigando lo que empieza con la letra M”. Eso fue enorme para mí, porque cuando empezás a escarbar un poco en la historia de los sombrereros (hatter, en inglés), también conocés el origen de esa frase “mad as a hatter” (literalmente, “loco como un sombrerero“, pero se traduciría como “loco de remate”). Y hay una razón para eso y es el envenenamiento con mercurio (en el siglo XIX se usaban compuestos de mercurio en la fabricación de los sombreros de fieltro y piel, para eliminar bacterias y que no se pudrieran, por eso a la intoxicación con mercurio y las alteraciones que causaba se la conocía como “la enfermedad del sombrerero”). Encontré qué era M y por qué se volvían chiflados. Entonces esa pequeña clave se convirtió en algo grande. Y se me ocurrió cómo creía que el tipo tenía que lucir. Hice unos dibujitos raros y unas acuarelas

y se las mostré a Tim (Burton), y él me mostró a mí sus dibujitos raros y sus acuarelas, y no eran muy diferentes (risas). Podías ponerlos juntos y combinaban bien. Hay un montón de color y brillo, y después desaturación en el Sombrerero. Imagino que es como esos anillos que cambian de color con la temperatura del cuerpo y que dicen que refleja el estado de ánimo. –¿Qué es tan especial en su relación con Burton? ¿Es que lo deja hacer todo lo que te gustaría como actor? –Bueno, lo más especial es que por suerte él me dio unos siete trabajos. Eso es lo más asombroso. Y estoy pensando en el número ocho y el nueve. No hay una definición más concreta de lo que pasa entre nosotros que cierta clase de conexión, de entendimiento, que Tim y yo tenemos, en la mayor parte de los casos, sin hablar. La mayoría de la gente cuando escucha a Tim dirigiéndome o cuando charlamos sobre el personaje o algo en el set, se queda perpleja.

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Completamente desconcertada. No entienden de qué hablamos. De hecho, un tipo una vez se me acercó después de vernos hablar por diez minutos y dijo: “No entendí una palabra de lo que dijeron”. No sé. Es una de esas cosas sobre las que no te hacés preguntas, pero seguramente amo a Tim. –¿Alguna vez fantaseó con el papel de Robin Hood, robándoles a los ricos para darles a los pobres? –Es lo que estuve fantaseando por veinticinco años (risas). Es verdad. Empecé estampando remeras de seda. Vendí lapiceras. Trabajé en la construcción. En una estación de gas, en el surtidor. Fui mecánico por un tiempo. Entré por alcantarillas, bajé a las cloacas. Tuve montones de roles desagradables. En algún momento, alrededor de 1986, empecé a despojar al rico. –Hablemos de cuestiones relacionadas con la película... –¿De cuál película? –Mencionó antes algo así como que en el lugar y el tiempo donde Dillinger vivía los hombres eran todavía hombres. ¿Qué quiso decir sobre eso? ¿Y cuán involucrado está en la comunidad en la que vive en Francia? –Bueno... no necesariamente el lugar, pero sí aquel tiempo. Los años 20, 30, 40. De lo que sea que hables, sea moda, trabajo o arte, en cualquier cosa que hicieran los hombres, lo que hicieran las mujeres, había un fuerte sentido de quién era quién y qué era qué. Creo que como somos ahora… supongo que la mejor manera de decirlo es que había individuos en aquel entonces. Hoy parece que las personas son mucho menos individuos, mucho menos que lo que eran en aquel tiempo. La mayoría de los chicos se viste como el pibe de la otra cuadra y todos hablan con una especie de jerga. Pero después, tenías a Cab Calloway, Harry The Hipster Gibson, Mez Mezzrow. Hoy, hemos tenido nuestros distintos. Hemos tenido un Tom Waits, un Hunter Thompson y un Bob Dylan. Pero son infinitamente más esporádicos, en mi opinión. –Sorprende que haya vivido en Francia tanto tiempo y no haya hecho una película allí. ¿Tiene planes de filmar en Francia? –Bueno, mi tarjeta de baile (N. de la R: antiguamente, las damas anotaban en sus tarjetas de baile las invitaciones de sus pretendientes a bailar cada pieza) está un poquito llena, pero tengo planes de, algún día, trabajar más en Francia. Trabajé en una película que llamo “aquella impronunciable” (Ils se marièrent et eurent beaucoup d'enfants), de un tipo llamado Yvan Attal, con Charlotte Gainsbourg (la esposa de Attal). Tuve una parte chiquita. Fue divertido hacer escenas en Francia. En térmi-

nos de la comunidad en la que vivo, hemos hecho cosas, pero en la mayor parte de los lugares en los que estuve por un tiempo, no sé ni en qué huso horario estoy. De verdad. Podría estar en Puerto Rico ahora. Todavía tengo esas cosas (risas). –Dice que se sentiría cómodo en la era de John Dillinger. ¿Cree que él se sentiría cómodo en estos tiempos o como pato fuera del agua? –Probablemente saldría corriendo, gritando. Es tan grande el mundo, ahora. Estoy shockeado por las cosas que veo. Por las cosas disponibles en internet. Por las cosas que la tecnología promete para dentro de un par de años. Hay cosas fantásticas y cosas que dan miedo, las posibilidades que ofrecen. Puedo escuchar Albert Einstein en algún lugar de mi cabeza, diciendo: “No sé con qué se va a luchar en la tercera guerra mundial, pero sé con qué va a ser la cuarta, con palos y piedras”. Sí, creo que Dillinger saldría corriendo. –Su Dillinger es un hombre con sentido del



Fantaseé con ser Robin Hood durante veinticinco años (risas). Empecé estampando remeras, vendí lapiceras, trabajé en las cloacas. Tuve un montón de roles desagradables. En algún momento, alrededor de 1986, empecé a despojar al rico”. 11

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El enemigo público número uno

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a vida de John Dillinger era atractiva. Sus “ojos de serpiente”, también. No había un apodo más atinado. Mirada de vengador, rebelde contra el statu quo. Un rudo atractivo, con cientos de atracos y escapes encima. Todo esto sumado a la muerte joven, apenas a los 31 años, fueron ingredientes para una historia que lo tenía todo para ser película. Johnny Depp es Dillinger en Enemigos públicos, que se anuncia para fin de mes. Transformado en ícono de la cultura popular norteamericana, Dillinger ostentaba una pulcritud delictiva que generaba en la plebe un fuerte sentimiento de empatía. Muchos gángsters de los años 30 tenían ese aura. El periodismo los ensalzaba contando sus historias y a los lectores les encantaba y así se convertían en leyenda. Llevaban una vida

Estados unidos estaba hundido profundamente en la miseria de la Gran Depresión. Sin educación ni trabajo, Dillinger tuvo que ganarse la vida. Ya no tenía intenciones de enderezarse, y en charlas de calabozo había aprendido un oficio rentable. En los cuatro meses siguientes a su salida del presidio, robó incontables bancos y negocios. Pero los testigos lo identificaban fácilmente. Usaba siempre el mismo sombrero durante sus robos. Su deseo por el efectivo era fuerte. Necesitaba ayuda. Quiso liberar a sus compañeros de la penitenciaria. Falló, lo vuelven a encerrar. Y escapó. Y robó en la policía todas las ametralladoras que pudo. Armó su pandilla y empezaron a repetirse las escenas de escape con bolsas llenas de dinero y mucha adrenalina. En una de estas rutinas, por primera vez

aventurera en una época difícil para el bolsillo. En la crisis del 29 muchas familias perdieron los ahorros y el odio hacia los banqueros era común. De ahí la satisfacción morbosa cuando Dillinger les sacaba miles de dólares. No era Robin Hood, pero era un hombre común con agallas para serlo. El Jesse James de los años 30. El enemigo público número uno. Las víctimas de sus robos jamás fueron perejiles. Su especialidad: los bancos de la gente rica. Además Dillinger desarrolló una extraordinaria habilidad para escapar. Nació en Indianápolis el 22 de junio de 1903. Su padre era comerciante; su madre murió cuando el niño tenía cuatro años. Creció trabajando en una granja de un pequeño pueblo del nordeste norteamericano. A los 23 años rompió un fugaz matrimonio y fue cuando dio el primer paso en su larga carrera delictiva. Un ex convicto que dirigía el equipo de béisbol del pueblo lo reclutó como cómplice en un robo. Luego de un tiempo en su nueva actividad la policía lo detuvo y la justicia lo condenó a cuatro años de prisión. En el 33, luego de cumplir nueve años de condena, le dieron la libertad condicional.

mató a alguien. Un policía. Ahora el cargo era por asesinato y la condena, la muerte. En aquel enero del 34 el ambiente estaba cargado de excitación. Su vida como ladrón, escapista y asesino a sangre fría empezaba a gestar la leyenda. Todos querían verlo. Su risa provocadora, su mirada temeraria, hicieron que hasta el fiscal perseguidor y un comisario le pasaran la mano por el hombro para sacarse una foto. Las historias sobre él recorrían el país. Buscó de algo de tranquilidad. Se realizó una cirugía plástica, algo peligroso en esa época, y en junio del 34 volvió a la acción. Su cabeza valía 10 mil billetes. Se fue a Chicago. El 22 de julio del 34 asistió a un cine a ver una película de gángsters protagonizada por Clark Gable. A la salida, del brazo de su novia y de una rumana dueña de un burdel, escaparía por última vez. La rumana había arreglado con el FBI la entrega del hombre más buscado a cambio de que no la deportaran. Cinco tiros se escucharon. Tres impactaron en la espalda de John Snake Eyes Dillinger. El enemigo público cayó boca abajo. Las 22.50 marcaba su reloj. A la mujer rumana la deportaron igual.

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humor. ¿Estaba en el guión? ¿Era realmente un tipo con sentido del humor o lo agregó? –Sí, él era un hombre con sentido del humor y yo particularmente siempre absorbo el humor. Siempre que pueda escarbar en algo que encuentro potencialmente interesante o divertido, hago todo lo que puedo por hacerlo salir. Pero además él, definitivamente, tenía sentido del humor. Fue un tipo que podía ir a la Feria Mundial en la cima de su notoriedad, cuando era enemigo número uno, en 1933. Y fue a la Feria Mundial con su camarita automática Brownie, se la dio a un policía y le dijo: “¿Podría hacerme una foto con mis novias?” Eso es un tipo con sentido del humor. Y también, a la vez, tenía esa extraordinaria perspectiva que yo decía antes, sabía que el reloj daba vueltas, que su tiempo se iba, que no había mucho más para hacer. En todo caso, él iba a hacer lo mejor que pudiera. Era asombroso. –¿Qué puede decir del trabajo con cámaras HD, que es nuevo para usted? También querría preguntar en qué situación se encuentra (la remake fílmica de la famosa serie de los 60) Dark Shadows. –Se está haciendo. Tim está con Alicia en el país de las maravillas, que es obviamente mucho más trabajo. Entonces, cuando él termine con Alicia… y tengamos el guión, lo cual está muy, muy cerca, probablamente vamos a arremeter con eso, el año próximo. Me entusiasma mucho. Es un largo sueño para mí. –El productor Richard Zanuck dijo que usted es dueño de los derechos y que estuvo fascinado con esa historia toda su vida. –Adoraba ese programa cuando era chico, estaba obsesionado con Barnabas Collins. Tengo fotos abrazando los pósters de Barnabas Collins cuando tenía cinco o seis años. Estoy muy entusiasmado con hacerlo. Con respecto a la cámara HD, hace algunos años trabajé en la película de Robert Rodriguez, Érase una vez en México, que era con HD. Ésa fue mi primera experiencia. Lo que puedo decir es que la calidad es muy buena. Requiere mucha menos luz. Hay mucho bueno para decir. Es un tape de 52 minutos, te podés dejar llevar. Nadie tiene que decir que cortes. Podés inventar hasta quedarte dormido. Todo eso es bueno, pero yo todavía amo la textura del cine. Sea en 35 milímetros, o 16, 8 o súper 8, que lo amo. Amo el grano. Si me dieran a elegir, filmaría todo en Kodachrome. –Dillinger fue un signo de los tiempos durante la Gran Depresión. En este contexto de recesión, ¿siente que hay un lugar y un tiempo para un Dillinger, un bandido que alcanza un estatus heroico? Y, como estrella de Hollywood, ¿siente la recesión? ¿Cómo? –Sí, claro. Entra en tu mundo. Lo pude comprobar en varios niveles. Quiero decir que soy,

afortunadamente, un privilegiado y me siento muy afortunado de tener trabajo, y mis hijos no tienen que vivir el sufrimiento de tantas cosas horrorosas que ocurren hoy. Soy muy afortunado. –¿Y qué piensa de que haya lugar para algún tipo de Dillinger de estos tiempos? –No sé. No sé si podríamos generar la misma clase de personaje, nunca más. No creo que Dillinger saliera a matar a alguien. Creo que solo salía a tomar lo que sentía que era, con todo derecho, suyo. Quería su paga. Creo que hoy hemos ido tan lejos tecnológicamente y también emocionalmente y psicológicamente... quiero decir, hoy suceden un montón de crímenes y otro tipo de cosas. A la gente no le importa ir presa. No le importan las consecuencias.



La gente cuando escucha a Tim (Burton) dirigiéndome, o cuando charlamos en el set, se queda perpleja. Desconcertada. No entienden de qué hablamos”.

Van y hacen lo que hacen y no les importa si lastiman a alguien. Es un tiempo muy, muy diferente. No sé. Tiene que haber alguien por ahí con ganas de ponerse de pie e intentarlo, pero no sé si como especie somos lo mismo que fuimos. –Entonces, el mercurio era una enfermedad que afectaba a los sombrereros. –Envenenamiento con mercurio. Había mercurio en el pegamento. Y entonces se empezaban a caer un poco de costado (risas). –¿Se está haciendo Piratas 4? –Viene bien. Estamos tratando de tener el guión y estar seguros de lo que hay que hacer. –¿Algún comentario sobre Megan Fox, que dijo que quería ser su esposa? –¿En serio? ¿Dónde está? Eso fue muy dulce. Muy dulce.  13

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el canalla sentimental

Lola

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ola cumple catorce años. Con perdón por la cursilería, todavía quedo maravillado cuando la veo. Me parece inexplicable que una criatura tan bella haya salido en cierto modo de mí, que se haya desprendido de mis genes resbalosos. Eso es lo que más me sorprende de Lola: que, siendo mi hija, sea tan distinta a mí. Se llama Paola, pero yo le digo Lola, y en ocasiones, según mi humor o el suyo, también Paoli, Pao, Paulina, Loli o Lolita. Si tuviera que describir los rasgos más acentuados de su carácter, diría que es una mujer (porque ciertamente no es más una niña) que sabe bien lo que quiere y que no se complica la vida. Esto es algo que no deja de asombrarme: la porfiada certidumbre de sus deseos. Desde muy niña, supo siempre expresar lo que quería y defender obstinadamente aquello que deseaba conseguir. No es una mujer que duda, que no sabe lo que quiere, que pide consejo, que prefiere que otros elijan por ella. Lola da la impresión de haber nacido ya sabiendo exactamente lo que quería. En esto, y en muchas otras cosas más, no se parece, por suerte, a mí. No siempre una persona consigue lo que quiere, pero primero hay que saber lo que uno quiere para después intentar conseguirlo, y a Lola no le falla el instinto en lo primero (el objeto de su deseo) ni en lo segundo (el modo más eficaz de aproximarlo a ella). Puede

ser un perro, un hurón, un conejo, un caballo para montarlo y dar saltos con él: Lola sabe perfectamente lo que quiere y lo dice sin esperar a que se lo preguntes, lo dice con la distraída seguridad de que ha nacido para que las cosas que desea no le resulten esquivas y le sean concedidas bien pronto. Diría que Lola ha nacido programada para la felicidad, que sus genes sirven por fortuna a la causa de su bienestar y no conspiran contra ella. Porque no sólo es una mujer que sabe intuitivamente cuáles son las cosas que le procurarán felicidad, si no, y esto es casi tan importante como lo anterior o todavía más, sabe cómo conseguirlas, sabe cómo pedírtelas, sabe cómo vencer tus temores y reservas, sabe cómo seducirte, cómo convencerte, cómo defender porfiadamente (con una fe ciega en ella misma, en la sabiduría de sus corazonadas) lo que quiere conseguir. Así fue con el perro, con el hurón, con el conejo y con el caballo que da saltos bajo su mando. Ni si madre ni su hermana ni yo queríamos complacerla, pero ella se las ingenió para derribar nuestras resistencias y ganarnos las batallas y demostrarnos con el tiempo que tenía razón, que el perro, el hurón, el conejo y el caballo la harían feliz y, lo que no estaba para nada en nuestros cálculos, nos harían felices también a nosotros, que tanto nos habíamos opuesto a incorporar a esos

animales a la vida familiar. Esas son dos cosas (me niego a llamarlas virtudes o defectos) que admiro de Lola: la certeza de sus deseos y la terquedad para conseguirlos. Aunque uno nunca puede estar muy seguro de estas cosas (o yo nunca he sido bueno para distinguir quién tiene lo de quién, quién ha sacado la nariz del padre, las manos de la madre o las orejas de la abuela), creo que Lola debe sus rasgos más conspicuos y estimables a su madre, a la familia de su madre, una familia en la que abundan las mujeres con carácter, que saben bien lo que quieren y que saben mejor cómo conseguirlo. Son mujeres prácticas, listas, seguras, exitosas, que no se complican la vida en andar filosofando o en poner trabas a sus ambiciones, que siempre encuentran la manera de que alguien les facilite con el mayor gusto sus más peculiares capri-

chos y extravagancias. Me atrevería por eso a decir (sabiendo que es temerario lo que voy a decir, porque todo es incierto, por ejemplo que este avión llegará a su destino y me permitirá estar mañana con mi hija celebrando sus catorce años) que a Lola le aguarda una vida plácida y confortable, quiero decir que no creo que se prive de nada bueno o placentero y que seguramente encontrará la manera (espero que legal, pero eso no es tan importante) de darse la gran vida, de pasarla realmente bien y hacer lo que le dé la gana. Es tan bella y adorable (ya sé que los padres siempre vemos bellos y adorables a nuestros hijos, pero en su caso parecería un hecho indiscutible) que me cuesta trabajo no imaginarla acompañada siempre de personas que encontrarán inmenso regocijo en amarla y en expresarle ese amor en cosas bien concretas, en cosas bellas y convenientes, esas cosas que

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una mujer como ella suele necesitar para sentirse querida y a gusto. No siendo tan aplicada ni académicamente competitiva como su hermana mayor, y no sabiendo qué es lo que acaso querrá estudiar cuando termine el colegio, uno puede presagiar que Lola no ha nacido para estudiar y que ya encontrará la manera de cortar camino y ahorrarse esos disgustos (y en esto sí se parece a mí, que terminé el colegio de mala manera y fui expulsado de la universidad, y que nunca encontré placer en leer y memorizar lo que ciertos profesores se empeñaban en hacerme leer y memorizar: a menudo, los libros que ellos mismos habían escrito). Puede que me equivoque, pero creo que mi hija está genéticamente programada no para hsesos ni quedo cosas densas e inútiles, sino para vivir una vida espléndida, una vida llena de pasiones, viajes, lujos y aventuras, una estupenda vida feliz, una vida tan bella y luminosa como la serenidad angelical que irradian su mirada y su sonrisa. Ya sé que no parece razonable creer que nas nacen con tas marcadas y que unas nacen para ser felices y otras no y que no está al alcance de ninguna de ellas la posibilidad de torcer su destino. Pero en el caso de Lola creo que, sin hacer mayores esfuerzos, simplemente siendo ella misma, dejando que

deberán fluir, vivirá una vida no exenta de grandes amores y luminosas felicidades, una vida definitivamente menos contrariada que mía o la de su madre. Ninguna palabra puede describir completamente el carácter de una persona, pero si me viera forzado a elegir una palabra para decir cómo es Lola o cómo recuerdo ahora (ahora que voy en este avión tembloroso para celebrar su cumpleaños), diría que es, ante todo, en cualquier caso, en las buenas y en una mujer relajada. Nada le preocupa demasiado: no le interesa ser la primera de clase (pero tampoco la última) ni la más lista o la más graciosa ni la que más llama la atención. No recuerdo haberla visto angustiada, estresada o seriamente preocupada por algo. Todo le resbala, le da igual y le parece bien o regular. Cuando digo que ecuerdo siempre relajada, quiero decir que ecuerdo despreocupada, tranquila, confiada en su buen porvenir, en su buena fortuna, contenta y a gusto de ser exactamente ella misma, de ser hija de su madre y de tener un padre tan impresentable como yo, un padre que, sin embargo, ella encuentra curioso o divertido y al que quiere con el mismo amor que prodiga a sus animales indefensos. Relajada, así es Lola, no como su hermana, no como pregunto qué está haciendo, su madre, no como su suele decirme nada, pero en padre, precisamente como palabra,esnada, nosotros no podem4(hser)9(2 .)-2(0 )]Tesa T*J ([ Relajada y cr)18yo (eosiento que será)-2(0 )]T13J .367 .6 76 Td[(siempr)18(e Lola, por)18(que ella)-2(0 )]TT*J ([ que se esconde una felicia salir bien, y esa seguridad dad tranquila, relajada. en su buena estrella hace Cuando le pregunto qué que, en efecto, 15 quiere estudiar, me dice que salgan bien, o le salgan nada. Cuando le pregunto como ella quiere, ni tan bien qué planes tiene para su ni tan mal, en el justo medio

Primera y segunda

moda real

Desde marcas hasta estilos logrados en ferias americanas, en esa zona de Villa Crespo que ahora llaman Palermo Queens. Fotos: PatriCio Pidal ProduCCiÓn: marÍa Fernada mainelli

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ViCtoria, 16 años Saco (alrededor de $ 300) y pollera (unos $ 180), todo de Cómo Quieres que te Quiera; borceguíes Paruolo (arriba de $ 400) cartera Prüne ($ 350, aproximadamente).

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Belén, 16 años, y Clara, de 15 Belén: remera de Paula Cahen D’Anvers ($ 60), saco Tilt (unos $ 260), jean Wanama (unos $ 300) y zapatillas Converse ($ 180). Clara: buzo Gap (unos u$s 40), jean Rapsodia (arriba de $ 320) y cartera XL (alrededor de $ 100).

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Rodrigo, 18 años Saco, pulóver y gorra de ferias americanas de Villa Crespo y cerca del Once; pantalón “de la época rockera de mamá” y zapatos de Zara (unos $ 200).

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Adriana, 22 años, colombiana Todo lo que tiene lo compró en Colombia.

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Carlota, 33 años Suéter Akiabara (unos $ 300), remera-vestido viejo de Gap, calzas básicas, cartera Prüne (alrededor de $ 300) y gafas sin marca. No recuerda dónde compró las botas.

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Lourdes, 27 años Campera Complot (arriba de $ 400), pulóver vintage, medias tramadas Cocot ($ 30) compradas en el subte, borcegos de un local de Villa Crespo y gafas de todo por dos pesos.

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vidrieras

Sale, todo sale La crisis y la gripe A se combinaron en una mala temporada para la industria de la moda, que está adelantando las liquidaciones. Del lado del consumidor, cómo aprovecharlas.

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o fue una buena temporada para la industria de la moda local. Las tiendas todavía tienen en stock buena parte de las prendas que presentaron dentro de sus colecciones de invierno 2009, las mismas que ahora ya están en liquidación. Una marca que impuso el estilo hippie chic colocó en sus vidrieras un sale enorme con letras de molde forradas con las estampas de la temporada, una diseñadora ofrece en sus tiendas “todo para Chebar“, otra invita a un “carnaval” de descuentos y en el nuevo local de un importante shopping porteño, una marca que comulga con la moda, invita a pecar sin culpas; todo vale cuando se trata de ofrecer hasta un 50 por ciento de descuento. Pero hay que buscar lo más conveniente de estas nuevas liquidaciones porque muy lejos de los increíbles descuentos que hacen las casas de indumentaria de las grandes capitales de la moda, en la Argentina, los precios, siguen estando demasiado altos y hay que “patear” para encontrar, lo que se dice, una verdadera ganga. El sentido común indica que en tiempos de liquidación es conveniente comprar prendas básicas, de buena calidad y confección que, por lo general, son caras, pero que duran varias

temporadas y hasta suelen ser eternas. Los sacos y abrigos de invierno entran dentro de esta categoría y por estos días, por ejemplo, Jazmín Chebar ofrece un tapado largo de paño suave (una vendedora asegura que no hace pelotitas) con jabot a $ 1.200 (antes estaba a $ 1.770) y otro, un poco más corto, a $ 1.050 (antes $ 1.650). Dentro de esta línea, Ayres tiene sacos escoceses a $ 688 (antes $ 818); Zara, uno hasta la rodilla con vivos en cuero que cuesta $ 299 y más modelos en $ 399; en Chocolate un montgomery corto cuesta $ 890 (antes $ 1.290) y para las que quieran hacerse de una vez y para siempre de un buen saco de cuero y estén dispuestas a que la tarjeta de crédito desangre un poco, también en Chocolate tienen uno entallado, de corte Princesa y con tablas a $ 2.200 (antes $ 2.900). El diseñador Mariano Toledo bajó una campera impermeable tipo parka de $ 1.400 a $ 1.120 (viene en magenta, negro y azul). Pesqueira, por su parte, tiene un saco escocés a $ 394 (antes $ 515) y otro en terciopelo a $ 360 (antes $ 515). Otra diseñadora, Mariana Dappiano, que siempre utiliza tejidos exclusivos, bajó de $ 900 a $ 710 sus tapados largos de jacquard. Kostüme tiene

tapados de $ 900 que antes estaban a $ 1.300. Class Life liquida camperas infladas de plumas a $ 345 (antes $ 690) y camperones hasta la rodilla a $ 370 (antes $ 740); Markova tapados de paño a $ 329 (antes $ 549) y Ver, chaleco de microfibra inflado con capucha a $ 178 (antes $ 218). Para hombres, Giesso ofrece sobretodos a $ 818 (antes $ 1.166) o trajes a $ 1.418 que estaban a $ 1.934 y Prototype camperas de gabardina a $ 320 y campera de náilon a $ 340, un 30 por ciento menos de su valor original. Pero también estas liquidaciones son buenas para buscar ropa de noche. Trosman bajó a $ 345 un vestido de su clásico tul de forma asimétri-

ca, que incluye enagua de modal, que antes estaba a $ 690; María Cher tiene un vestido largo azul con estampa engomada y breteles con elástico a $ 330 (antes $ 660); Zara (que liquida bien, al estilo europeo) tiene el vestidito Jackie de encaje (el ítem de esta temporada, que se seguirá usando) a $ 159, una ganga si se piensa que su precio original era de $ 459; para las más jóvenes, también Pesqueira tiene un vestido a lunares $ 205 que estaba a $ 262 y Dappiano, vestidos a $ 350 (antes $ 460).

Qué comprar, casa por casa En Zara ya bajaron los precios en dos oportunidades; en las etiquetas pegaron dos stic-

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kers anaranjados superpuestos que indican precios distintos, siempre en baja. En esta cadena de tiendas se pueden encontrar remeras a $ 39 (para dar con las lindas hay que tener paciencia), básicos económicos de los que siempre conviene tener un par: calza animal print a $ 39 o jogging para ir al gimnasio a $ 59. Un pantalón de jean para embarazada cuesta $ 199, unos $ 70 menos de lo que costaba antes, y unas calzas de montar, $ 159. También tienen pulóveres a $ 159, cardigan de lana y vestidos de fiesta desde $ 159 hasta $ 199. Los accesorios en liquidación dan ganas de llevárselos a todos, pero hay que ir rápido porque se venden como alcohol en gel: una cartera negra enorme de gamuza con flecos (un ítem de la moda que seguirá vigente) cuesta $ 299; una carterita para fiesta en metal con incrustaciones de piedras negras, $ 139, y hay varios modelos en cuero ecológico desde $ 59 hasta $ 200, muy lindos y que sólo se nota que no son, como suele decirse, de “cuero cuero”, cuando se los mira de cerca. Entre las marcas de shopping, la que mejor está

liquidando es Uma, que rebajó casi todos sus precios al máximo del 50 por ciento: un saco impermeable que costaba $ 1.180 ahora está en $ 680 y hay carteras de gamuza a $ 480 (antes, $ 760). Chocolate, por su lado, recién sumada a la ola de descuentos, tiene pulóveres entre los que se destaca un polerón (viene en varios colores) con cintura ancha y entallado por la espalda a $ 315 (antes $ 630), otros de mangas bien anchas a $ 190 (antes $ 330) y camisas amplias de poplín en blanco o negro y con tablas a $ 159 (antes a $ 229). Wanama se jugó con pulóveres desde $ 249 hasta $ 285. En Ayres, vale la pena un cardigan de lana estampado en $ 279 (antes $ 369). Complot (siempre primera a la hora de liquidar) ofrece remeras rayadas a $ 59, vestidos a $ 198, sacos de $ 360 o faldas estampadas desde los $ 129. En Vitamina se destacan los accesorios: bota chata de caña alta a $ 518 (antes $ 648) y cartera negra de cuero a $ 588 (antes $ 698). En cuanto a las marcas con firmas de diseñadores, Jessica Trosman fue de las primeras en salir con des-

cuentos. Hace pocas semanas empezó con un tímido 20 por ciento pero ya casi llega al 50. Una buena oportunidad para clientas que quieran tener por primera vez en sus roperos una etiqueta de la diseñadora. Trosman tiene cardigan de viscosa con aplicación a $ 315 (antes $ 450), top también de viscosa a $ 192 (antes $ 320) o un suéter estampado a $ 285 (antes $ 595). Por el lado de María Cher, también hay buenas noticias para las fanáticas de sus prendas cómodas: camisola a $ 181 (antes $ 278), palazzo a $ 245 (antes $ 350), jean a $ 270 (antes $ 360), pulóver que se puede usar como vestido a $ 322 (antes $ 460), camisa con jabot y voladitos en las mangas a $ 191 y pantalón de algodón pata de elefante a $ 295 (antes $ 360). En Jazmín Chebar es difícil evitar su pulóveres con detalles de diseño aniñados y divertidos: un suéter largo de manga corta cuesta $ 190 (antes $ 265) y otro con moño $ 260 (antes $ 320). Mariana Dappiano, con sus estampas y tejidos únicos, rebajó pantalones con bocamanga ancha a $ 370 (antes $ 410), remeras con volumen a $ 280 (antes $ 380) y faldas a $ 290 (antes $ 360). Kostüme: pantalones a $ 240 (antes $ 330), camisas a $ 315 (antes $ 4a ds

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El precio de la pasión Cómo funciona la maquinaria de Pasión de sábado: si hace unos años convocaba con las figuras más taquilleras de la cumbia, hoy les cobra a todos los artistas y grupos que tocan en el programa, que buscan estar allí para que los vean y los contraten en los bailes. La trastienda del programa, los “códigos” de los camarógrafos y los que se juegan los ahorros por diez minutos de vidriera. 24

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Por Nahuel Gallotta Fotos Diego Sandstede

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Pasa muchas veces que viene un padre que vendió un kiosquito o cobró una indemnización y plantea que su hijo tiene un grupo de cumbia; piensan que se van a salvar y no es así de fácil.” Pablo Serantoni, director de la productora.

a fila es larga; llega a la esquina y pega la vuelta. Faltan minutos para el mediodía y aquí, en Avellaneda, sobre la Avenida Pavón, está por empezar el programa de televisión Pasión de sábado, que transmite América durante siete horas, como quien calienta los motores para el baile del sábado a la noche. Dos patovicas de esos que sólo dejan el gimnasio para comer e ir al baño palpan a todo el que quiera ingresar. La imagen de la puerta podría ser la del after, que le falta de cumbia y tiene de sobra la electrónica. Pero adentro pasa al revés que en una bailanta: el público entra gratis y los que pagan son los músicos. En la misma manzana, por Maipú, la paralela a Pavón, ingresan los grupos. En la calle hay unas cuantas Trafic blancas. Algunas están baqueteadas; se parecen a esas camionetitas truchas que salen de Liniers y te llevan al Oeste por monedas. En la pared azul de afuera se ven mensajes para los artistas: “Miguel Ángel no te mueras nunca”, “Nestor en Bloque manda”, “Pablito Lescano sos lo más”. Son con letra de mujer, esa letra que los hombres nunca podríamos hacer. Es bien redondita; la misma que se lee en las carpetas y mochilas de la secundaria. Adentro todo sigue siendo azul. Las escaleras, el estacionamiento, las paredes. El pasillo es en forma de curva. Hay que esquivar unos cuantos instrumentos y carritos de supermercados sembrados por todos lados. Pareciera que todos los que esperan hubieran llegado por un aviso del diario ofreciendo empleo. Las caras de la mayoría no superan los 25 años y no deja de ser raro verlos vestidos con traje. Todo es por menos de diez minutos que no son diez minutos cualquiera, de los que a uno le sobran. Lo que harán ellos más tarde, durante esos pocos minutos, les puede generar mucho trabajo.

Inversiones El negocio de la cumbia y del programa fue cambiando. Hace algunos años el convenio era con las compañías discográficas y la venta de discos. Sus grupos iban, cobraban unos pesitos por cantar y se mostraban. La piratería, internet y la tecnología hicieron que todo tiempo pasado fuera mejor, y que haya habido que ejercer el ingenio para buscarle la vuelta al asunto. Hoy los managers saben que el mercado a ganar son los bailes, las presentaciones. La plata se junta así. Un show en una bailanta se está cobrando entre dos mil y seis mil pesos, según el poder de convocatoria del artista. Estar en Pasión de sábado ayuda a que los dueños de los boliches se fijen en ellos. Pero no es gratis, ni por invitación, ni por contactos; hay que pagar. Todos los

grupos que usted ve en la televisión deben hacerlo, hasta los más convocantes. “Vos pensá que nosotros no tenemos grandes auspiciantes y uno va detrás del negocio, necesitamos recaudar. Es todo una cadena, es una vidriera importante. El grupo se difunde acá y así llegan las contrataciones”, dice Pablo Serantoni, el director de la productora Ser TV, en su oficina. Pero no es tan así que uno va, pone la plata, canta, y se da el gusto de mandarle saludos a la vieja o de dedicarle una canción a una ex, se graba y después se ve una y mil veces en televisión. Hay filtros. Los grupos nuevos deben presentar audios con los temas que harían el sábado; se ven fotos, se piden videos. Muchos son rechazados o se les comenta que el ritmo es bailable, que va, que está bueno, pero que la letra debe mandarse a revisar. Es que para la productora el negocio es que vuelvan; no que estén dos semanas, se queden sin más dinero para invertir y dejen de estar en el programa. “Pasa muchas veces que viene un padre que vendió un kiosquito o cobró una indemnización y plantea que su hijo tiene un grupo de cumbia; piensan que se van a salvar y no es así de fácil. Para hacer las cosas bien tenés que invertir entre 40 y 60 mil pesos en concepto de vestuario, sonido, instrumentos, publicidad”, dice Serantoni. Mario Luis y Amistad o Nada es el grupo que más trabajo tiene, el que más convoca. Estuvo en Pasión de sábado al principio, en los inicios de Mario Luis como solista. Tiempo pasado. Hace tiempo que no se lo ve más en el programa. “No estoy más por algunos productores. Ellos pactan con Pasión por varios grupos, entonces plantean, sabiendo que soy el que más bailes hago, por qué me dan lugar a mí si ellos ponen mucho dinero por unos cuantos artistas. La última vez me quisieron cobrar 15 mil pesos; yo puedo pagarlos, pero me parece una falta de respeto”, cuenta el artista por teléfono, desde su casa. No volvería al programa, afirma, por más que le ofrecieran cien mil pesos, porque dice que al trabajo es uno el que debe ponerle el precio y no otro. Mario Luis dice que hay dos formas de trabajar. Están los que buscan resultados rápidos, que suelen ser los más jóvenes. Según él, son artistas de televisión, de afiches y de bolsillos vacíos. A costa de aparecer en los medios y en las paredes, dice, se olvidan de recaudar dinero. Recomienda que si tenés 100 mil pesos los inviertas, que sepas esperar, que si hacés las cosas bien el trabajo va a llegar. Y los que no cuentan con ese capital, dice Mario Luis, pueden recorrer radios barriales, difundir el material y jamás de los jamases creer que si no estás en la televisión no existís. Este artista no es el único que le escapa a la televisión. Otros que están a su altura también dejaron de hacerlo. Como la Nueva Luna y Leo Mattioli. “Depende mucho de la filosofía de cada uno. No todos necesitan aparecer acá, son clá-

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sicos y trabajan mucho, pero yo… yo eh… creo que estando acá podrían laburar más”, dice Serantoni.

El programa

Carlos Donato es productor de Pasión de sábado. Se conoce con los hermanos Serantoni de toda la vida. La idea de un programa de cumbia surgió allá por 1989, cuando sonaban Alcides, Lía Crucet, Ricky Maravilla, Sombras, Los Charros y algunos grupos santafesinos. Hasta el presente tuvo varios nombres: Sábados de la bondad, Sábados de todos, Sábados musicales, Siempre sábado y ahora Pasión. Cada emisión mide entre tres y cuatro puntos de rating. Sentado frente a su computadora, dice: “Tenemos que ir mechando a los grupos. Generalmente, en las primeras horas están los de desarrollo y en la última hora los consagrados. Siempre los mezclamos porque si no, todos cambiarían de canal”, dice. Ser TV le compra el espacio al canal América 2 y se encarga de producir el programa, de sus costos y ganancias. Se filma con ocho cámaras y les da trabajo a doscientas personas por sábado. “Gracias a esto salen pibes de la esquina, de la plaza, de las drogas. Hay muchos indigentes, pobres, que encontraron en la cumbia una fuente de trabajo. Vienen acá y empiezan a vivir de la música. Además hicimos un montón de eventos solidarios. Eso sí, nunca pero nunca nos ternaron para el Martín Fierro, no sé qué más tenemos que hacer”, apunta Serantoni.

En el estudio hay instrumentos para prestar. Muchas veces ocurre que no hay tiempo para armar y desarmar escenarios. Otra cosa que se prestan son músicos, se los llama comodines. Salen para el conjunto al que le faltó un integrante y hacen que tocan la guitarra o el teclado. Algunos aparecen con más de uno o dos grupos durante la tarde. Suelen ser familiares de los productores. Donato –raya al medio, pelo hasta los hombros y anteojos para leer– cuenta que más de una vez ha sacado grupos del aire o les ha cortado el micrófono, cuando dicen cosas como “el que no salta es policía” o buscan fomentar la vagancia, el robo y las drogas. –¿Cómo fueron los tiempos en los que sonaba mucho la cumbia villera? –Esa movida fue en 2001. Siempre tratamos de evitarlo porque es ir en contra del producto. Perdés a las familias, uno se da cuenta en los comentarios que te hacen por la calle, en el target de gente que tenemos en la tribuna. A veces les pregunto a los grupos: “¿Por qué escribís que salió a robar y no a trabajar?”. Tratamos de no dar ese mensaje. En los programas de Rial y Canosa se habla de la cámara cómplice a Ricky Maravilla, de la trompada a mano abierta que pegó el Petiso a un productor, del diente que le rompió a El Mago de Pasión. Todos en la pantalla de América aluden a ese episodio como antes se hablaba de los arranques de Samantha y Natalia en el programa de Mauro Viale. Nadie sabe si fue ficción o no. Pero

Inversión. Los grupos pagan por ir a Pasión de sábado, para entrar –o crecer– en el circuito de boliches.

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Yo sé que todos tienen la ilusión de cantar, aunque a veces presento a un grupo que pienso ‘ah, bueno’, pero no me puedo reír de nadie. Nunca sabés, hubo grupos que pintaban mal y la rompieron y al revés.”

el momento de mayor tensión fue cuando tocaron en vivo Damas Gratis y Pibes Chorros. “Fue fuerte. Sabíamos que era como poner juntos a La Doce y a Los Borrachos del Tablón. Fuimos precavidos y el personal de seguridad actuó a tiempo. No se llegaron a agarrar a las piñas pero tuvimos que mandar al corte”, comenta Marcelo Bassi, el director del programa, al lado de Donato. Antes en el ciclo se podían ver artistas con mucha trayectoria en la movida, que se mantenían en el tiempo, que sacaban buenos discos. La Nueva Luna, Leo Mattioli, Daniel Agostini, llegaron a otros programas, como el de Mirtha Legrand o el de Tinelli. Los que se ven hoy arrancaron hace poco y no salen del ambiente de la cumbia. Suelen tener el mismo estilo, vestirse igual, usar el mismo corte de pelo, buscar que el fanático se sienta identificado por eso y no tanto por la música. Generalmente los siguen jóvenes que no pasan los 21 años.

De abajo Gastón dice que se sintió un boludo, que es una cagada, pero que al menos la careteó cantando; lo había pensado, preparado y repetido varias veces, pero se olvidó todo. Hoy es la segunda vez que viene a cantar con su grupo, Doctor Reggaeton, y apenas lo saludaron los conductores no supo qué decir, se trabó y mandó saludos en lugar de contar de la próxima gira. Juan Costa, el manager, cuenta que tuvo que desembolsar más o menos tres mil pesos por viáticos y las dos canciones, pero que la televisión ayuda mucho, que sirve. En dos shows ya recuperará el dinero. Gastón y varios de sus músicos estudiaron Medicina. Poco. Dejaron la carrera y se hicieron músicos. Por eso salió el nombre de Doctor Reggaeton y por eso están vestidos con guardapolvos; los barbijos son por el temor a la gripe A. La mayoría de sus colegas están en condiciones similares; necesitan de la televisión para generar bailes y todavía no pueden vivir de la

el show sigue afuera. Entre banderas, graffitis y vendedores de fotos y pósters.

música. A Pasión de sábado muchos llegan en colectivos de línea y se encuentran en la puerta. “Te ayuda a despegar, es verdad, pero si no hacés las cosas bien, ni estando en Tinelli te van a contratar”, dice Gastón, que salió del aire y sigue con anteojos oscuros, parado en unas escaleras. –¿Cambian las exigencias del público con el paso del tiempo? –La gente de afuera piensa “están en la bailanta, hacen la plata fácil” y no es así. Tiene que haber un laburo previo para que el artista trabaje. Antes eran cinco pibes lindos y listo; con eso bastaba. Hoy todos tocan en vivo, se profesionalizó mucho. Me gustaría ver a los del rock haciendo seis, siete, ocho shows como hacen acá y tocar en los lugares que se presentan nuestros artistas –responde Serantoni. A Rama le dicen que es parecido a Daddy Yankee y que tiene las manos suavecitas de no hacer laburos forzados. Él se ríe y dice que es un “ladri Yankee”. Es ése que estuvo en el programa Cuestión de peso. Se le nota el paso por ahí, para bien. A los 14 años limpiaba baños en Tentación Bailable de San Martín. Así empezó en la movida tropical. Luego fue operador, DJ, presentador, locutor y hoy es notero y tercer conductor del programa. Cree que tuvo suerte, que cada ascenso se debió a la ausencia de un superior. A diferencia de Hernán Caire y Marcela Baños, llegó al programa desde el palo de la cumbia. Hay muchos que trabajan en radios de bailantas como él lo hizo. Trabajar en Pasión puede llegar a ser la única posibilidad para éstos locutores/presentadores de no sólo vivir de lo que les gusta, sino también de cobrar un sueldo mejor. Es el puesto a conseguir. “Yo sé que todos tienen la ilusión de cantar, los entiendo, aunque a veces me pasa que presento a un grupo y pienso ‘ah, bueno’, pero no me puedo reír de nadie porque soy malísimo cantando. Nunca sabés en qué puede terminar todo, hubo grupos que pintaban mal y la rompieron y al revés”, dice.

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Hablando de decir “ah, bueno”, justo se está presentando en el escenario Las Primas. El representante está ahí detrás de cámara, como una mamá babosa del nene; no para de sacarles fotos a las cuatro. También le saca al televisor con ellas en pantalla. Lo ve a Oggi Junco, que está detrás de cámara y le pide que baile con las chicas; Oggi dice que no, que no hasta que no lo presenten los conductores y el manager vuelve con cara de pucherito. A su lado está el solista Leo García, que demuestra libremente, sin pudores, que bailar cumbia no es lo que mejor hace. Las Primas tienen un promedio de ocho shows por fin de semana, que incluye un sketch en vivo. Héctor Marrone es el representante, con el que hay que hablar para contratarlas. “Está flojo, pero salen laburos para cumpleaños, eventos privados y boliches. Las inversiones en publicidad en radio y televisión tienen que ver con el momento de tu artista. Un lanzamiento con frases y todo cuesta como 70 mil pesos, aunque algunos gastan hasta 300 mil. Venir acá nos representa, más o menos, cuatro mil pesos entre los equipos de sonido, la camioneta y el espacio; qué se le va a hacer, está todo muy caro”.

La popular La tribuna del estudio es parecida a esas populares de clubes de fútbol como Riestra, Sacachispas o Claypole; no entran más de 400 personas, a las que a veces les tocan ver a artistas o jugadores que viven de trabajar de otra cosa. Cada pausa viene a ser el entretiempo; es para sentarse a descansar. Al costadito, a la derecha, hay una especie de VIP con asientos para diez personas, cómodas, sentadas. Son muy valientes los que vienen temprano y se bancan ahí, parados, las primeras horas del programa con esos grupos que apenas conocen los familiares. A veces les tiran besos, se acercan a ellos y ponen la mano para que se la toquen o les regalan compactos que nadie quiere tener. Cuando aparecen

los más convocantes, se sacan banderas, carteles y las chicas de suben a caballito de los chicos. Todo el mundo saca fotos con el celular. Algunas lloran desconsoladamente. La cámara los enfoca y ponen cara de estar contentos, por más que el que cante lo haga como un loro. Pero el que está siempre ahí, en el mismo lugar y no falta nunca pero nunca es Osvaldo, que hace diez años que no se pierde un programa. Viste un jean gastado, un suéter gris y una barba de dos días. Tiene los teléfonos de varios artistas, dice que charla con ellos. Su ídolo es Rodrigo. Los sábados se levanta a las 5 y a las 8 se sube al 328 que lo lleva de Billinghurst a Villa Bosch. Después el tren a Federico Lacroze y el 93, que lo deja enfrente del estudio. “Yo me siento mal durante la semana, es como que me falta algo, Pasión es lo que me hace sentir bien toda la tarde. Lo siento mucho, de adentro, me pone contento venir y que me saluden. En la calle y en el barrio todos me conocen”, dice. En medio de la charla le suena el celular y pide que lo llamen más tarde, porque le están haciendo una nota y en este momento no puede hablar. No tiene un trabajo estable, hace changas repartiendo volantes y les saca fotos a los grupos y las ofrece en la fila para entrar a la tribuna. Hoy juntó quince pesos pero ha llegado a recaudar 130. “A lo mejor es un error, pero creo que no agarraría un trabajo que me impidiera venir un sábado acá. Porque en este lugar soy alguien, me hace feliz la cumbia y el ambiente que hay”, dice. Como productor, Donato sabe que estaría mejor que ahí adelante se vieran chicas lindas o algo más vistoso que Osvaldo, pero no puedo sacarlo a él y a los que siempre están ahí paraditos en el mismo lugar. No puede ser ingrato con los que estuvieron, están y estarán. A ellos los llaman La 12. El programa se hace en vivo. El director sabe que la gente no siempre salta, agita y saca banderas por el que se presenta en el escenario, por

Conductores. Hernán Caire y Marcela Baños. A la izquierda, el tercero, Rama, que viene del ambiente.



A lo mejor es un error, pero creo que no agarraría un trabajo que me impidiera venir un sábado acá. Porque en este lugar soy alguien, me hace feliz la cumbia y el ambiente que hay.” Osvaldo, habitué desde hace diez años. 29

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backstage. La producción para un sketch, el peinado de las bailarinas. Son siete horas de show televisivo en vivo.

eso trata de no quemar al artista cuando la tribuna no le presta atención. Intenta buscar a alguien que conozca el tema y le hace un plano corto cantando, como si todos lo supieran. –¿Y con las bailarinas cómo te manejás con los planos? –Nosotros sabemos que hay mucha gente que mira el programa por los culos. El Comfer nos ha retado más de una vez; ahora fijate que enfocamos más sus caritas sonriendo. Queremos que sea atractivo y que no llegue a guarango, no tenemos que pasarnos porque el programa es para la familia –cuenta Bassi, el encargado de los planos.

Pasitos



A veces ni sabemos quién está cantando y bailamos igual. La guía es la que está en el centro, tiene que estar atenta a la coreógrafa y el resto a ella.” Silvana Soler, bailarina.

Detrás de cámara hay unos cuantos asistentes de dirección con carteles que dicen lo que los conductores anunciarán. Cuando no hay grupos en el escenario, se publicitan artistas, cedés, fechas de recitales y los shows de los boliches. Piden que mandes mensajes de texto para participar del sorteo de una moto o para que se lo lean a tu músico preferido. Yendo de acá para allá están los dos personajes que se hicieron conocidos por la pelea con Ricky Maravilla. Uno ve al fotógrafo de C y posa sin que se lo pidan. Después se le acerca y dice “soy al que le pegó Ricky Maravilla, si quieren charlamos”. El otro, El Mago, mira con ganas de que le pregunten cosas. Se acerca a cada rato y se queda ahí, a la espera de algo que nunca llegará. La coreógrafa tiene pinta de profe de gimnasia. Es morocha y se llama Marcela. Todo el programa está sentada en una banqueta mirando a sus bailarinas; por momentos se baja y les da indicaciones, como cuando los técnicos de fútbol se levantan del banco de suplentes para gritar. Les hace señas y ellas cambian el pasito. “Nos juntamos a ensayar en la semana. Siempre hacemos una rutina nueva para el sábado. Tenemos quince coreografías que según el estilo de música vamos cambiando. La cumbia

norteña es la más complicada, porque se baila más rápido”, cuenta. Cuando uno se topa con mujeres como Silvana Soler se pregunta cómo puede haber hombres a los que no les gusten las chicas. Silvana es la bailarina con más experiencia en el programa. Se acerca a charlar en los cortes, el momento que más espera, el único que tiene para descansar durante siete horas de baile. Es cantante, actriz y le gustaría hacer comedia. En YouTube se la puede escuchar cantar. En la web también hay una página dedicada a las chicas. Ninguna sabe quién es el que la hace. Debe ser un fanático de verdad; analiza cada programa y hace críticas. Ésta es la del programa del 4 de julio: “Un solo pero hermoso y sexy vestuario el que usaron. Unos culotes muy chiquitos color lila haciendo juego con la parte de arriba. En cuánto a imágenes, hubo buenas, pero se notó una merma en cantidad con respecto al sábado anterior a pesar de que no había tribuna y que esos planos podrían haber ido a las chicas”. De acá salieron las vedettes Evangelina Anderson y Gabriela Mandatto. Silvana cuenta que es difícil olvidarse de los problemas y venir a bailar toda la tarde pero se acostumbró. A las bailarinas también les salen contrataciones para hacer shows en boliches. –¿Cómo hacen para bailar tanto tiempo? –Lo único que puedo decirte es que a veces ni sabemos quién está cantando y bailamos igual. Llegamos a las diez de la mañana y no tenemos tiempo para comer bien. La guía es la que está en el centro, tiene que estar atenta a la coreógrafa y el resto a ella. El paso arranca a la par de la letra de la canción. Me gusta estar en Pasión pero me gustaría progresar, dedicarme a lo que estudié. A las bailarinas las llama Pablo Lescano para cerrar el programa bailando con él. Pablito mandó saludos a la gente de Estados Unidos y España, pronto estará allá. Irá y cobrará en dólares y euros, pero acá, por más que hace diez años que está en la movida, debe pagar. 2

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“La libertad económica ayuda a salir del clóset” Pablo Simonetti era un ingeniero con antecedentes universitarios brillantes y un futuro promisorio. Pero rompió el mandato familiar por vía doble: renunció a todo para dedicarse a la literatura y asumió públicamente su homosexualidad. Con una prosa admirable, cada libro que saca es un boom de ventas en Chile comparable al que genera Marcela Serrano.

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Por bruno bimbi

D

ueño de una prosa extraordinaria, Pablo Simonetti desnuda en sus historias las vidas de personajes que están siempre al límite. Sus novelas se leen de un tirón, ya que le impone a su escritura un ritmo atrapante que no permite interrupciones. Su carrera comenzó en 1996 cuando el relato “Fornoni” obtuvo el segundo premio en el prestigioso concurso de cuentos de la revista Paula. Al año siguiente ganó el primer premio con “Santa Lucía”, su cuento más reconocido. Ambos formaron parte de la recopilación Vidas vulnerables. En 2004 se publica su novela Madre que estás en los cielos, en la que se mete en la piel de una mujer anciana que está muriendo de cáncer y narra su vida en primera persona, incluyendo una manera inédita de contar la salida del armario de un hijo homosexual desde el punto de vista de la madre. En 2007, Simonetti publica La razón de los amantes, la historia de una pareja cuyo matrimonio empezaba a volverse cada día más monótono hasta que se involucran en un complicado triángulo pasional con un joven bisexual, mientras Chile se debatía entre el pasado pinochetista y el nuevo milenio. Cada libro de Simonetti es un boom de ventas. –Tu historia sorprende: eras un ingeniero al que le iba muy bien. ¿Qué pasó? –De niño, yo tenía una gran afición por las matemáticas y también por el lenguaje. Vivía



Como ingeniero, empecé a sentir nostalgia de mí mismo. Me perdí. Y la idea de escribir se fue volviendo cada vez más urgente.”

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dividido. Mi padre, que es industrial, nos inculcó desde niños que teníamos como destino ser ingenieros, en ese momento una carrera de mucho prestigio en Chile y con una aplicación directa en el mundo laboral. Entonces, esta afición por la matemática más la corriente submarina de la familia hacían imposible que yo eligiera otra cosa. Las matemáticas siempre me gustaron mucho, por varias cosas. Una de ellas, porque tienen una ambición estética enorme. Son un lenguaje que gana en sentido de abstracción, para poder tener más alcance en sus interpretaciones, pero siempre tú buscas llegar a algo a partir de axiomas simples y bellos. Al mismo tiempo, el estado del alma con el que uno se aproxima a las matemáticas es muy parecido a aquel con el que uno se aproxima a la literatura. Es un estado de máxima concentración y abstracción. Todo lo que te rodea, la pesadez, lo lento, lo difícil, lo farragoso de la existencia queda afuera, y tú entras en un mundo sobre el cual tienes mayor control, pero también mucha libertad. En ese estado de desapego es donde yo me siento mejor como ser humano. Es un estado de trance. –¿Cómo llegó la literatura? –Yo estudié dos másteres después de recibirme, porque no quería abandonar ese mundo. Pero cuando empecé a trabajar, fue como pararse en Buenos Aires en medio de la 9 de Julio: se llenó de tráfico, de ruido, de humo y esa vida dejó de ser una abstracción y se convirtió en un problema tras otro para solucionar. Empecé a tener nostalgia de mí mismo, me perdí. Mi vida dejó de ser algo placentero, que me apasionara. Ahí, la idea de escribir, que ya estaba de antes, se fue volviendo más urgente. Y en medio de eso, pasó algo que terminó de desencadenar el cambio: mi salida del clóset. –¿En qué medida eso te influenció? –Al salir del clóset, fue mi primera lucha de artillería contra la convención, contra las expectativas que los demás tenían de mí mismo, contra lo que el clan familiar había pensado para mí. Fue la primera vez que dejé de ser la persona que se suponía que tenía que ser y que todos esperaban que fuera. Había muchas expectativas puestas sobre mí: era el hijo menor, me había ido muy bien en la universidad y tenía que convertir mis talentos en oro y poder. Cuando salí del clóset, que fue una lucha dura de un par de años intensos, me di cuenta de que podía decidir sobre mí. Decidir que iba a dedicarme a la literatura fue mucho más fácil. Así que renuncié a mi trabajo, me puse a estudiar en un taller literario con un escritor chileno y la vocación, gracias a Dios (¡ya no debería decir “gracias a Dios” a esta

altura!), resultó que era verdadera. El primer cuento que escribí ganó un premio importante en un concurso prestigioso. Yo pensaba que tenía que pasar por lo menos por cinco años de aprendizaje, de búsqueda, pero a los dos meses me sorprendió el premio. Al año siguiente, gané el primer premio de la revista Paula con “Santa Lucía”. Yo creo que esos premios le sirvieron más a mi familia (fundamentalmente a mi madre) que a mí. Llegaron a la conclusión de que no estaba tan equivocado con esa idea de dedicarme a la literatura. –Volviste a ser el chico exitoso... –No lo había pensado en ese sentido, pero tienes razón. –En “Santa Lucía”, presentás un lugar simbólico del mundo gay, que es el lugar del sexo casual, impersonal, furtivo. De alguna manera, inaccesibles al resto. ¿Qué te parece que simbolizan? –El cerro Santa Lucía, en Chile, es el lugar donde se fundó la ciudad. Allí, Pedro de Valdivia dijo: “Aquí se funda Santiago de Chile”. Durante muchos años, además, fue el límite sur oriente, desde donde se protegía la ciudad de la amenaza de tropas. La patria nueva se defendía desde allí del avance de los españoles. Y este cerro se ha ido construyendo, a lo largo de los siglos, desde la colonia hasta la actualidad, caded no Tf[( nre4(tiente Tc (-)Tj-0.015 Tc T*([ vieron

to, necesitamos conseguir que la expresión privada del afecto entre hombres sea respetada y que sea, también, amparada y reconocida por las leyes. –¿Podríamos decir que el título de tu primer libro de cuentos, Vidas vulnerables, es casi un título de toda la obra que luego desarrollaste? –Para mí, hablar de vidas vulnerables es hablar de personas que están en una frontera de sí mismas. Personas que están a punto de darse cuenta de quienes son o bien de que los demás lo descubran. O por el destino o por la imposibilidad de seguir conteniéndose, estas personas enfrentan esa situación. No son personas que estén fuera del margen, están dentro, pero cayéndose hacia afuera. Son vulnerables porque la sociedad en la que viven no les da el sentido de inclusión suficiente y necesaria para sentirse firmes. –En tus dos novelas aparece como trasfondo la historia de Chile, la primera con el gobierno de Allende y el golpe de Pinochet, la segunda con la victoria de Lagos, que aparece como un momento fundacional. ¿Qué importancia tienen esos contextos en las vidas de los personajes? –Estoy convencido de que las pequeñas historias son capaces de iluminar nuestro entendimiento de la gran historia, y en estos casos es evidente. Además, la gran historia condiciona mucho a las pequeñas historias. Muchas veces, las decisiones de las personas dependen del momento histórico en que viven, aunque parezcan autónomas. En La razón de los amantes, los personajes se enfrentan a su destino justo cuando la sociedad se está enfrentando al futuro que significa el cambio de milenio. Hay una misma ansiedad, expectativas del mundo por una

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vida mejor y también los miedos que eso produce. El cambio de milenio está rodeado por el fantasma del apocalipsis y eso se ha ido colando a lo largo de la historia. Y al mismo tiempo, el optimismo que todos sentimos cuando llegó el siglo XXI y al fin nos sacábamos esa mochila que fue el siglo XX, con todas sus atrocidades. En el ámbito político, Chile estaba enfrentando por primera vez una idea de futuro en una elección francamente bipolar: un socialista agnóstico frente a un derechista del Opus Dei. Y hubo apenas dos puntos de diferencia en la segunda vuelta. Para el 49% de Chile, Lagos era una fuerza del mal y, para la otra mitad, en la que me incluyo, Lavín significaba la Inquisición y un futuro ominoso.



Pinochet no se empecinó especialmente contra los homosexuales. A veces había redadas, pero no escarnio público, prisión o torturas.”

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El cerro santa Lucía es el lugar fundacional de Chile, pero allí donde está lo más formal de la patria, está también lo más oscuro: el sexo furtivo, anónimo.”

–¿Cómo se explica esa polarización, que no se ve en la mayoría de los países de América Latina donde hubo dictaduras que casi nadie reivindica? –En ese momento, había una parte de Chile, representada en la novela por la madre de Laura, que seguía reivindicando a Pinochet. Hay gente así hasta el día de hoy, aunque en ese momento eran más. Luego, Pinochet cae preso en Londres y, al volver, se lo desafora. Salen a la luz los casos de corrupción y lo que más le duele a la derecha es darse cuenta de que Pinochet robó, se llevó plata para su casa. Eso los desmorona. Pero creo que sigue habiendo en Chile un 30% de derecha dura que aún apoya la memoria de Pinochet. Y lo que estaba en juego en aquella elección, luego de los gobiernos de transición de la Democracia

Con el pico y con el cuerpo POR OSVALDO BAZÁN

Ú

ltimamente la literatura ha ido olvidando un poco eso de que lo que se dice con el pico, se sostiene con el cuero. Bueno, la literatura y casi todos, pero acá se habla de un escritor. La literatura aparece como un apéndice estético de valor en el mercado de las vanidades. Pero el mercado es una hoguera y ahí terminan las ansias de la mayoría de los escribas: experimentos de vanguardia que ya eran viejos en los 60, masturbación onírica y señores que como no saben dónde poner un punto o una coma, arrecian con una subversión gramática que no lleva a ningún puerto, no es un viaje, es sólo una deriva. Lo bueno de Pablo Simonetti es que lo que dice con el pico, lo sostiene con el cuero. Y eso, en Chile, no es menor. Y lo asombroso, lo que suena a tiro para el lado de la justicia, es que Pablo se haya convertido en un fenómeno popular en las letras chilenas. Eso es magnífico, porque se ubica en el lugar del best seller a fuerza de honestidad –y buena escritura, claro–. No hay una búsqueda deliberada de venta. No hay una negociación con los suplementos literarios ni con las capillas académicas. Hay un tipo que escribe bien y tiene historias para contar. Y que tiene la intención de ser leído. Y un montón de gente a la que las revoluciones literarias tienen sin cuidado, con ganas de leer. Mientras escribo esto chateo con él y nos reímos –es fácil, tiene el “ja ja” de tecla fácil– de la posibilidad de organizar una gran orgía de escritores latinoamericanos gays. Hacemos una lista de nombres y entonces, sí, decidimos que mejor no. Que mejor seguir escribiendo.

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Cristiana, era empezar a pensar en el futuro. –¿Cómo fue tu experiencia de vivir la adolescencia, siendo homosexual, en dictadura? –Yo salí del clóset en 1987, cuando vivía en Estados Unidos, donde estaba haciendo un máster. Cuando volví, Pinochet se estaba yendo del poder. Entonces no viví mi homosexualidad públicamente en Chile. Pero según me han contado amigos mayores, Pinochet no se empecinó contra los homosexuales. Había un bar donde la gente se juntaba, que era seguro. A veces había redadas de Carabineros, pero nunca hubo escarnio público ni se los llevó presos o se los torturó. –Todos sabemos que hay políticos, jueces, cantantes, actores, deportistas, periodistas que son gays o lesbianas, pero están en el armario. ¿En qué medida la invisibilidad de las personas públicas dificulta la visibilidad de los anónimos? –Estoy totalmente de acuerdo contigo. Hay espacios, a los que agregaría la empresa privada, que son refractarios a la diversidad. Eso hace que para un joven que está estudiando una carrera o que quiere salir adelante en alguno de los espacios que tú nombrabas, la disyuntiva que se le produce sea muy grande y dolorosa. Pero esto también tiene un lado bueno, que es que los hombres y mujeres gays, en la medida en que nos afirmamos en nuestra identidad, encontramos la manera de ser independientes. Somos emprendedores, porque la vida nos obliga a serlo. Eso hace más difícil el camino, pero a veces es un beneficio a largo plazo. Yo siempre que alguna persona que está en el armario me pide un consejo, le digo: “Tu trabajo, bien hecho”. La libertad económica es lo que nos deja seguir nuestro propio camino. –¿Por qué la mayoría de los escritores gays contemporáneos son un tanto autobiográficos en sus novelas? –Quizá tiene que ver con la importancia que le asignamos a la vida privada como una proyección de los tiempos y también porque nuestra vida privada es un lugar donde se está dando una lucha constante. –¿Qué escritores son tu fuente de inspiración? –Creo que en La razón de los amantes hay una influencia muy clara de dos novelas de Graham Greene. Por otro lado, Forster me hizo perder el miedo a lo cotidiano y en apariencia trivial como entrada a situaciones más profundas. –¿De qué va la proxima novela? –Es la historia de una mujer que está, como decía Jane Austen, en una “situación interesante”. Se acaba de separar, lleva un par de meses alejada de su ex marido y la idea del libro es ver cómo ella enfrenta ese proceso.

los libros de adrián iaies*

“Si fuera escritor, elegiría ser Capote” Por Nicolás E. Peralta

diego levy

¿

Le dedicó un tema a algún escritor? –En mi último disco (Esa sonrisa es un santo remedio) hay un tema dedicado a Sándor Márai. Lo descubrí hace dos años. Siempre tengo esos libros, o mejor dicho esos autores, que descubro y me hacen reflexionar; me impresionan, me dejan pensando. –¿Libros sobre música? –Hay un libro muy interesante de Stravinski, al cual vuelvo siempre, que se llama Poética musical. Lo leí por primera vez a los 17 años y me dejó una marca. Otro que también recuerdo con cariño es Free Play de Stephen Nachmanovitch. Es un libro muy interesante sobre la improvisación, pero no es sólo aplicable a los músicos. Habla de la libertad como una herramienta. Cada tanto vuelvo a algún capítulo; ahora no, porque lo regalé. Me gusta cómo escribe sobre música Diego Fischerman. Acaba de salir un libro nuevo suyo, sobre Piazzolla, que se llama El mal entendido. Es un libro muy riguroso y además echa luz sobre algunos mitos que se construyeron alrededor de Astor. Por ejemplo: su música no tiene nada que ver con el jazz. El libro está muy bien escrito y documentado. –Si fuera un escritor, ¿quién sería? –Si pudiese contar una historia como lo hace Truman Capote en A sangre fría, sería feliz. Si tuviera que elegir ser un escritor, sería él.

Contundente. Escribiría de esos libros que empiezan y no querés que terminen. –¿Le gusta leer en idioma original? –Me cuesta leer en inglés. Pero está bueno. Las traducciones ya no son como eran antes, son muy gallegas: mucho “venga”, mucho “vale”. Un libro interesante, y que sí leí en idioma original, a paso de carreta, es una biografía sobre Charles Mingus escrita por su viuda, Sue Mingus. Se llama Tonight at Noon. Busco traducciones que aunque sean menos llevaderas sean más rigurosas. En castellano leí la biografía de Miles Davis o el libro de Mastroianni que se llama Sí, ya me acuerdo;

Sándor Márai. “Me lo regaló una amiga y me encantó”.

Free Play. “Un libro sobre la improvisación, pero no es sólo para músicos”. Murakami. “Tengo un montón de afinidades con él. Le gusta el jazz, tenía un club”.

esta buenísimo, muy entretenido. –¿Cuál es el autor que más leyó? –Haruki Murakami. Empecé por Tokio blues. Me impresionó el título y pensé que me iba a gustar. Me encantó. Después empecé a hurgar y tengo un montón de afinidades con él. Le gusta el jazz, tuvo un club no sé dónde. Tiene una personalidad fascinante y el jazz influyó en su forma de escribir. After dark, Kafka en la orilla, Sauce viejo, mujer dormida, Al sur de la frontera, al oeste del sol, todos librazos. Ahora estoy leyendo Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. También sigo a Sándor Márai, me encanta; el que más me gustó de sus libros es La mujer justa. Es una novela de una gran originalidad y tiene algo en la forma de contar la misma idea a través de la visión de los tres personajes. Buenísima, te atrapa. –¿Cuentas pendientes? – No sé si pendiente, pero hay mucho que me gustaría leer. Hay una gran literatura en la que no me da para meterme. No tengo huevos para leer el Ulises. Sé que es al pedo. –¿Tres libros para salvar del incendio? –Los cuentos te dan un placer inmediato. Me encantan los cuentos de Woody Allen, Cuento sin plumas. Pero mejor me llevaría los cuentos de Saer: Palo y hueso. Obvio, Tokio blues; lo leería varias miles de veces. Poética musical de Stravinski, también.  37

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tras cartón

La pelea

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engo un amigo muy querido, un amigo de la época en que escribía poemas. Nos íbamos a la terraza de su casa y hacíamos competencias pa’ ver quién de los dos (inminentes poetas) escribía más rápido los poemas más largos y desastrosos de la literatura argentina de los años 90. Muchas veces mi amigo me decía: “Cucu, somos los dos únicos poetas negros de la ciudad. La literatura está copada por los blancos y los conchetos. O las estudiantes de Letras re boludas. Los vamos a destruir a todos, hay que escribir como si tuviéramos un palo en el culo”. Mi amigo se convirtió en el poeta más grande de mi país, mas admirado por los jóvenes que Juan Gelman o Mario Benedetti. Mi amigo, para mí, siempre ha sido el mejor. Mi amigo (que ya no es más mi amigo) tenía una vieja Macintosh classic, suya. Muy suya. Y sólo me la prestaba cuando terminaba de escribir sus roñosos cuentos donde un payaso asesino de Balvanera se garchaba a todas las chicas del barrio. Nunca me dejaba leer nada de lo que escribía. “Si te muestro mis obras maestras inéditas, me vas a currar porque sos un negro muerto de hambre”. Y algo así pasó, algo le afané. También es cierto que por esos años entré en un restaurante

de lavacopas y, gracias a mí, mi amigo podía comer siempre en la cocina del restaurante. Yo decía “es mi querido primo, un panza verde que recién llegó de Entre Ríos”. Mi amigo sigue como siempre, no recuerda las cosas y es un desagradecido de mierda. El mundo de la bailanta se lo hice conocer yo. El superconsti bailable lo conoció gracias a mí. Conoció un montón de tickis bailanteras gracias a mí. Yo conocí a Viel Temperley, Edgar Lee Masters, Ashbery, Alberto Girri, John Fuller, la poesía de Lezama Lima gracias a él. Y gracias a él conocí al maldito Titán Trolo de nuestra pésima literatura: O. L. No importa lo que pasó hace un par de décadas, lo que importa es lo que pasó el sábado pasado. Mi amigo tiene una pequeña editorial, suya, muy suya, “su proyecto”, preciosa editorial. Con cada libro obsequia a los lectores una chapita de gaseosa o cerveza o lo que vaya. Le junté una bolsa llena de chapitas para la prosperidad de su preciosa editorial colorinche. Estuve en Portugal, estuve en Grecia, estuve en Madrid. No me garché una gallega por salir una noche por el centro de Madrid a juntarle sus chapitas. Chapitas que veía en el sopi, me las guardaba en

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Washington Cucurto

el bolsillo. Lo llamé emocionado, con la bolsa llena de chapitas para contarle. A cambio, me descerrajó una tremenda puteada y me cortó. Me calenté, nos cruzamos mails violentos y quedamos en encontrarnos en la placita El Triangulito, de Lambaré y Guardia Vieja, a unos metros de Estado de Israel. La verdad es que no me peleo desde los 15 años, se corrió la bola en el barrio de la pelea estipulada para el sábado 5 de julio. Lo llamé: “La verdad es que no importa lo que te pasa, te llamo para que arreglemos esto como hombres”. “El sábado no puedo, tengo un compromiso. Pero si querés lo arreglamos para el domingo. Yo también tengo ganas de cagarte bien a palos”. Y me cortó. Mi hijo tiene unos amiguitos que son montos o defienden esas ideas de antes, no sé. “Viejo, tengo unos amigos que son montos pesados que te van a acompañar, por si la cosa se pone pesada”. A las diez de la noche, clavadas, de ese domingo demencial me senté en la placita a esperar a mi amigo para fajarlo. Hacía un frío del carajo y no pasaba ni un pájaro. De pronto, por Estado de Israel, vi que un auto negro estacionó en medio de la calle y pren-

dió las luces. Un tipos me miraron y me hicieron un gesto de que estaban conmigo. ¿Serían los montos? ¡Me asusté! No quería que unos montos de antes liquidaran a mi amigo poeta. De pronto, dueño de la sorpresa como siempre, mi querido amigo irrumpió con su bicicleta y un palo para darme. Tuvo tan mala suerte que se cayó y se deslizó unos metros por el asfalto. Quedó arrodillado frente a mí, a sólo unos metros, me lanzaba puñetazos que nunca acertaba porque estaba muy lejos. Me di cuenta enseguida de que mi amigo no le puede pegar a nadie. Los montos miraban desde la otra vereda. Nos quedamos frente a frente con mi amigo en medio de la placita. Me dijo: “Sos un paralizador cultural, un comerciante de la cultura, puto petroquímico, te entregaste al mercado, al sistema, a nuestros enemigos. Ahora sos un negro concheto más…” Me tiró un gargajo que pude esquivar, pero me enloquecí y comencé a correrlo. “Vení, cagón, no corrás, te voy a meter el palo en el culo”. Mi amigo se cruzó a la otra vereda e hizo algo increíble (no paraba de tirar golpes al aire, fuera de sí y con la cara desarmada como si le hubiera agarrado un golpe psicótico). Amigos, es increíble cómo puede terminar de mal una amistad. Esto

tiene que servir de ejemplo, no se puede lastimar a un amigo, a un ser querido. A los cuarenta años no te podés ir a pelear a una placita, es poco serio. Mi amigo, el mayor poeta vivo de la ciudad, se bajó los pantalones en medio de Estado de Israel y Guardia Vieja y les dijo a los montos: “Montoneritos de mamá, montonenas, chupenmé ésta”. Coleó con su bicicleta directo a arrollarme, me subí arriba de un banco de la plaza y cuando quiso dar la vuelta me le tiré encima y ambos caímos y nos raspamos todo. Agarré el palo que él trajo para rompérselo en la cabeza, fue entonces que uno de los montoneros me agarró del brazo y me dijo “basta, largalo, dejalo ir”. Mi amigo nos escupió a ambos y salió rajando en su bicicleta. Lo corrí un par de cuadras y entonces se dio vuelta y me dijo: “Dale, gordito, corré más fuerte”. Hasta en la locura total mi amigo me gastaba, me tomaba el tiempo. Lo último que me dijo fue poético: “Te vamos a destruir, negro de mierda”. “Pero si estás vos solo”, le dije. “El plural va por dentro”, me dijo el guacho. ¡El plural va por dentro! Llegué a mi casa cansado, los montos habían desaparecido para siempre. Encendí la luz de casa y agarré mi cuadernito cartonero y le afané la frase. Una vez más.  39

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La fuerza del cariño Como si fuera el amor a la camiseta, la pasión por La guerra de las galaxias se transmite de padres a hijos. Todos recorren como niños la exhibición sobre la saga que llegó a Buenos Aires y se emocionan frente al traje original de Darth Vader, las maquetas y las espadas usadas por los actores, hasta terminar el paseo en una escuela de jedis.

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Por Federico Kukso fotos diego paruelo

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gustina no tiene gripe. Ni A ni B ni C. Pero algo le pasa: desde hace más de media hora no pestañea. Tampoco cierra la boca y parece no respirar. Sólo alcanza a extender el brazo derecho y proyectar el dedo índice al infinito mientras corea una y otra vez: “¡Mirá, mirá!”. Tampoco parece estar ciento por ciento segura de llamarse como dice que se llama. Hace unas horas, cuenta, se acostó y durmió como Agustina para despertarse ocho horas después como una princesa de 1,50 m de altura llamada Leia Organa. Sólo las zapatillas Topper blancas que asoman debajo de su túnica (también blanca) y los rodetes prensados con dos lápices la distinguen de la original, la senadora imperial por Alderaan, líder de la Alianza Rebelde, hermana gemela de Luke Skywalker y esposa de Han Solo (en el universo de George Lucas) y primer amor inalcanzable de millones de fanáticos (en el universo que se expande de este lado de la pantalla). “Mi casa siempre fue Star Wars. Vimos todas las películas antes y las vemos ahora –dice prestándole atención a todo y a nada al mismo tiempo–. La enfermedad de los padres se transmitió a los chicos”. Porque Agustina-Leia (o Leia-Agustina) no está sola. La acompaña un minisoldado de asalto imperial (o Stormtrooper) de no más de un metro de altura, con casco, pechera y piernas blancas marfil al que llama “hijo”. Si no fuera porque ambos están en el corazón de la exhibición de La guerra de las galaxias en el Centro Cultural Recoleta, alguien –un fanático ortodoxo– podría decir que hay algo mal en la escena. Porque, según se ve en Star Wars: A New Hope (1977) –el inicio de la leyenda, el big bang de un universo de una sola galaxia (muy, muy lejana)–, son las tropas imperiales las que llevan presa a Leia y no viceversa. Pero acá la ficción se inmiscuye en la realidad, la da vuelta como una media y la vuelve a resignificar.

El museo galáctico Para llegar exactamente adonde está parada –a un centímetro y medio de la mesa de los sables de luz usados por los actores Mark

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se trata de un parque de atracciones, ni de una juguetería, ni de una convención de fans (aunque por estos pasillos y rincones de la sala Villa Villa paseen en trance los miembros de clubes locales como Fuerza Imperial, The Force, SW-Game Chamber, Star Wars Fan Club Argentina y Renegados de la Fuerza). Star Wars: The Exhibition es, por donde se la vea (y cómo se la vea), una exposición artística, un museo galáctico con curaduría (de Kyra Bowling y Laela French, de LucasFilm Ltd. Archives), guión (Vasco Caldeira y Flavia D’Amico), iluminación (Eli Sirlin) y un montajista (Andrés Toro) que, juntos, dispusieron en un espacio, casi como si se trataran de obras de Picasso y Da Vinci, los modelos de naves espaciales de Nelson Hall, maquetista estrella de la saga, técnico de efectos especiales de Industrial Light & Magic e incluso el mismo hombre que le puso el cuerpo por dos segundos a Boba Fett en la edición especial de Star Wars Episode VI: Return of the Jedi. “Me acuerdo perfectamente. Tardamos –con otros tres colegas– tres semanas en hacer esto”, cuenta con orgullo y señala con el dedo la maqueta más detallista de la muestra, el hoyo de Utapau, planeta que aparece en Episodio III: la venganza de los Sith y donde se desarrolla la gran batalla que conduce a la destrucción de la orden jedi y la caída de la República.

Darth Barbijus



Mi casa siempre fue Star Wars. Vimos todas las películas antes y las vemos ahora. La enfermedad de los padres se transmitió a los chicos.”

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Hamill (Luke Skywalker), Bob Anderson (Darth Vader en las escenas de lucha), Ray Park (Darth Maul) y Christopher Lee (el Conde Dooku), entre otros–, Agustina-Leia tuvo que entrar por algún lado (no vaya a decir que tiene algo que ver con el Enterprise y Star Trek y que usó el transportador para llegar desde su casa). Como lo hizo desde el 2 de julio cada uno de los visitantes de esta exposición hiperpatrocinada (se lee Arnet en la pared, RGB en el techo, Cartoon Network en la columna), la Leia argenta –una de las tantas– siguió a la manada, a la tribu starwarsera al fondo del Centro Cultural Recoleta, giró a la izquierda dos veces para atravesar después una cortina. La misma separación frente a la cual Justo posa con su casco y su sable láser como un granadero. Aunque ahí, detrás de ella, no esté la Casa Rosada sino la exhibición de 250 piezas originales, trajes, maquetas y bocetos de las seis películas que comenzó a dar vueltas por el mundo en Lisboa, Portugal, en 2006, y que aterrizó en Londres, Bruselas, Örnsköldsvik (Suecia), Madrid, Nueva York, Tokio, París, San Pablo, Santiago (Chile) y ahora Buenos Aires. La primera placa aclara, advierte y explica: no

Sin proponérselo, los organizadores de la muestra lograron una circunstancia insólita: que Star Wars: The Exhibition sea el único lugar del planeta, además de hospitales y clínicas, en el que las personas con barbijo no parecen del todo ridículas. Más bien, se trata de un look del montón bajo los acordes en loop del compositor John Williams (con temas como la Fanfarria rebelde, Tema del imperio, La batalla de Yavin, la Marcha imperial o el Tema de Darth Vader), entre tanto grande y chico disfrazado de Obi Wan Kenobi. Los visitantes no vienen a verse a sí mismos o ni siquiera entre ellos. No pagan la entrada de 35 pesos para evaluar la precisión del dobladillo de cada traje armado más con querer que con saber. Ellos vienen a ver lo que hace 30, 20, 10, un año o hace una semana vivieron en el cine, en las pantallas: los vehículos Anakin Skywalker’s Podracer (utilizado en el episodio I y conducido en una carrera por un todavía infantil Darth Vader en potencia); Imperial Speeder Bike (moto voladora de los soldados del Imperio en El retorno del Jedi) y el Anakin’s Airspeeder (de El ataque de los clones). Quizá por haber sido tantas veces idealizados y disfrutada su bidimensionalidad en las películas, es que su volumen, sus contornos y sombras los vuelvan casi intrascendentes, poco especiales. Aunque, obviamente, sigan siendo merece-

dores de ser bañados por los flashes de las cámaras y celulares antes de pasar a la próxima sala: la de la oscuridad. Estrictamente, no es su nombre. Pero podría haberlo sido: a fin de cuentas, es las más intimista y oscura, misteriosa y central, tanto como El imperio contraataca, por lejos, la mejor de las seis películas, el episodio de la confrontación Luke/Vader, con el mejor giro argumental –la revelación– y el intraducible –no porque no se pueda, sino porque no se debe– “No Luke, I am your father”. En lo que parece un laberinto, un museo de cera con maniquíes iluminados y encapsulados en vitrinas, se suceden las piezas que, combinadas, le otorgaron una dimensionalidad extra al típico relato de aventura, del bien contra el mal en clave espacial y algo japonesa. Quieta y petrificada pero con cierto halo fantasmal, la maqueta del Millennium Falcon es la primera que atrae a la mirada. “¿Has llegado en esa cosa? Tienes más coraje de lo que pensaba”, le había dicho Leia a Han Solo al ver este carguero destartalado después de tantos saltos al hiperespacio. La trivia del texto explicativo grabado en el vidrio, aquel que frena la respiración de los fanáticos, le agrega a la pieza su veta mitológica: “Algunos de sus detalles fueron hechos con piezas de motor de una Ferrari de Fórmula Uno y kits de réplicas de motocicletas –se lee–. Por extraño que parezca, George Lucas se inspiró para su formato en una hamburguesa”. Luego hay un Ewok (uno de esa especie parecida a los ositos cariñosos que aparecen en El regreso del Jedi), el imponente y malhumorado Darth Maul y un guardia imperial, el chaleco de Han Solo y el traje invernal de una Leia con el brazo en la cintura en posición de espera, mirada atentamente por el gutural Chewbacca. Su epitafio (o lo que eso parece) cuenta: “En su primera versión, fue inspirado en Indiana, la perra de George Lucas. El actor Peter Mayhew, que lo interpretó, mide 2,20 metros de altura”. Dos datos que se vuelven minúsculos ante la maqueta más imponente y recordable de toda la

exhibición: la del Imperial Star Destroyer, aquel coloso de más de 1,5 kilómetro de extensión que abre la saga con uno de los planos más recordados en la historia del cine.

El llamado de la religión “Para la mayoría, Star Wars es sólo una película, ¿cierto? Para nosotros, no.” Aunque mala, la película Fanboys (2008) retrata y se ríe del fanatismo exacerbado por La guerra de las galaxias, aquel film que mutó de película a mito en tres década con pasajes de liturgia religiosa. Históricamente ridiculizados e incomprendidos, los fanáticos de Star Wars que recorren esta exhibición festejan cada aparición de un minúsculo y holográfico Yoda, se congelan ante los storyboards de las batallas, no creen la evolución gráfica de C3PO (al principio, parecido al robot Maria de Metropolis) ni el tamaño de R2D2 y se preguntan por qué no aparece ni una sola vez Luke ni un C3PO dorado (aunque agradecen la ausencia de Jar Jar Binks). Del fanático adulto que le transmitió la pasión a su hijo (como si Star Wars fuera un equipo de fútbol) al chico que adoctrina a su padre, cada uno de los que recorren y dan vueltas en silencio



Para la mayoría, Star Wars es sólo una película, ¿cierto? Para nosotros, no”. Aunque mala, la película Fanboys retrata y se ríe del fanatismo exacerbado por La guerra de las galaxias.

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Hemos recorrido varios sistemas estelares en busca de grandes concentraciones de la fuerza”, dice en tono neutro, más bien en una especie de acento mexicano, el Jedi que se da a conocer como “maestro Jiu”.

o a los gritos por estos pasillos y salas que recrean los ambientes de los planetas de las películas buscan capturar con sus dos pares de ojos (los naturales y los lentes de las cámaras y celulares) cada rincón, cada bosquejo. Sobre todo cuando enfrente está el traje original que David Prowse utilizó para representar a Darth Vader en la trilogía original. Gran parte de la historia del cine está ahí, detrás del vidrio inundado de luces rojas. No se dice en ninguna parte, pero los fanáticos ortodoxos saben que el verdadero padre de este Lord Sith es Ralph McQuarrie, cuyas ilustraciones siguen asombrando en la web (Ralphmcquarrie.com). “Todos los chicos conocen bien los términos –mete como bocadillo un guía jedi de zapatillas All Star marrones–. A la tarde están más despiertos y hablan más. Están los chicos que le tienen miedo a Darth Vader pero son más los que le tienen admiración”. “¿Sabías que vader en holandés significa padre?”, se escucha en un costado. “Según el American Film Institute es el tercer villano más famoso después de Hannibal Lecter y Norman Bates”, alguien retruca del otro lado. Hasta que la conversación e intercambio de información se detienen. Un Jedi barbudo y decidido aparece de la nada. Viene, dice, a reclutar. La escuelita jedi está por comenzar. Y hacia ahí todos disparan.

La galaxia está en orden La escena es plenamente teatral: dos gradas grises repletas de chicos y padres, dos columnas, la música omnipresente de Williams de fondo, humo y ansiedad que se corta cuando ingresan lo que parecen ser tres Jedis encapuchados, serios, ceremoniosos. –Hemos recorrido varios sistemas estelares en búsqueda de grandes concentraciones de la fuerza –dice en tono neutro, más bien en una especie de mexicano, el Jedi que se da a conocer a sí mismo como “maestro Jiu”–. Este viaje nos

ha traído aquí donde hemos percibido una gran concentración de fuerza en ustedes. Nuestro objetivo es encontrar personas que sólo tengan la dedicación y destreza de un Jedi. –Nuestros enemigos son los Sith, que creen en el poder de la fuerza para su propio beneficio –explica el maestro Karim–. Ustedes son nuestra única esperanza. Debemos juntar jóvenes y entrenarlos. Formarlos como Padawans y guardianes y así salvar la orden. Aquellos que deseen ser entrenados levanten la mano. Como era de esperar, todos levantan la mano. –Jóvenes, ¿creen en la fuerza? –pregunta Jiu. –Sí –grita hasta el padre con nene en brazos. –Con más convicción. ¿Creen en la fuerza? –Síiii. –Entonces, les damos la bienvenida. –Lo primero que aprenderán aquí es a manejar el arma de todo caballero jedi, el sable láser –cuenta la maestra Poleri–. Requiere mucha habilidad y destreza. Pero por sobre todas las cosas, de una gran sabiduría. Todo caballero jedi debe antes hacer un juramento para respetar y obedecer. Así que por favor repitan conmigo con convicción: “Yo juro lealtad al gran consejo jedi. Un caballero jedi utiliza su fuerza sólo para el conocimiento y la defensa. Jamás para atacar. Un caballero jedi se porta bien en el colegio. Hace la tarea y obedece a sus padres. Mantiene la calma y obedece siempre a sus maestros”. Espero que lo hayan entendido. –Un fuerte aplauso a los Padawans para alentarlos –exige el maestro Karim. –Muy bien, jóvenes. Les enseñaré una posición meditativa que todo caballero jedi debe saber –dice Jiu–. Pongámonos de rodillas en el piso. Levantemos nuestras manos hacia el infinito y respiremos profundo. Ahora, llevamos nuestras manos hacia el centro. Sólo una vez que silencien su mente podrán oír la voz de la fuerza en su interior. ¿Sienten el calor entre sus manos? Es la fuerza y lo que nos da el poder. –Un momento. Hay una perturbación en la fuerza– interrumpe de repente Karim. –¡No te llevarás a ningún joven! –grita desesperada Poleri–. Permanezcan en sus posiciones y mantengan la calma. Es Darth Vader. Algunos se asustan, otros lo enfrentan. Sablazo va, sablazo viene, los nuevos aprendices logran hacer retroceder al aprendiz del emperador. –Muy bien Padawans. Hemos vencido a Darth Vader –felicita el maestro Jiu–. Gracias a ustedes la galaxia está en orden. Los nombramos caballeros jedi, guardianes de la nueva república. Acuérdense de honrar el juramento jedi que hicieron hoy. Y sobre todas las cosas sepan que la fuerza está dentro de ustedes. ¡Siempreee! 2

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autos

renault mÉgane II sport

Pura facha

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a serie limitada Sport del Mégane II está a la venta con motor naftero 2.0. Es un 16 V de 138 CV y con caja manual de 6 velocidades. Con todas las condiciones de su antecesor directo de la serie Black –sobre todo en lo que tiene que ver con modificaciones mecánicas–, pero con una silueta mucho más agresiva. Algo de espíritu deportivo para este sedán que demuestra por qué Renault es experto en ediciones especiales de sus representantes más atractivos. Tal como lo hizo en Europa en otras oportunidades con el Twingo o el Clio, llega a esta región un diseño exclusivo de 200 ejemplares del Mégane llamado II Sport. Una opción válida para clientes fanáticos de la marca del rombo. Sirve, a su vez, como bálsamo para los

ansiosos que no pueden aguantar la espera de la llegada la tercera versión del Mégane. Seguramente el III estará desembarcando en la Argentina a fines de este año o principios del próximo, según rumores en el ambiente automotor. Este auto buscará revolucionar el mercado como lo hizo, a principios de los 80, la cupé Fuego, con su look futurista y vertiginoso. Mientras tanto, se va preparando el paladar con este modelo, ya reconocido por los usuarios por su confort de marcha y su comodidad interior. Su atractiva parrilla cuadriculada se combina con los paragolpes más grandes –el delantero, igual al europeo– que los anteriores modelos Mégane. Su alerón de la cola –chico, sin exageraciones– termina por definir una figura

deportiva junto a los espejos retrovisores exteriores color gris, que están a tono con las llantas de aleación de 16 pulgadas. Se suman faldones laterales, una gran toma de aire con rejilla y los faros rompeniebla. Fabricado exclusivamente en color negro café, es una figura deportiva pensada y diseñada en el Renault Design América Latina, en una de las plantas de Brasil. Incluye un alto nivel de equipamiento que se nota en detalles como los cromados en los aros del velocímetro y del tacómetro, palanca de cambios, las manijas de las puertas, en la parte central del panel, alrededor de la radio, en el freno de mano y en la pedalera deportiva. El pomo de la palanca de cambios y el volante están revestidos en cuero. Un detalle que caracteriza a

esta edición limitada son las costuras en color rojo de los asientos. Además, incorpora climatizador digital, sensor de lluvia y llave inteligente que contiene botones para dar arranque, para abrir las puertas y el tanque de combustible. Además tiene dirección eléctrónica variable. Esta función reduce la asistencia a medida que aumenta la velocidad, volviéndola más dura para que no halla movimientos bruscos y haciéndola muy maniobrable a bajas velocidades, por ejemplo al estacionar. El Sport de Mégane II tiene un doble airbag frontal, frenos a disco en las cuatro ruedas con ABS y repartidor electrónico de frenado, y encendido automático de balizas en frenado de urgencia. Su precio, bonificado, es de 75.300 pesos. 

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En la calle

Cincuenta años de un motor

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a marca escandinava Scania, ubicada entre los líderes mundiales en la fabricación de camiones y ómnibus, mira una foto y recuerda su llegada al mercado latinoamericano. Fue en 1959, cuando se inauguró en Brasil la primera fábrica de la marca fuera de Suecia. Y ahora celebra los cuarenta años de aquel hecho. El primer motor producido

por Scania Brasil fue el modelo D10, de 6 cilindros y 165 HP de potencia, que impulsaba los camiones L75 y los ómnibus B75. Hasta ahora, fueron producidos más de 300 mil motores en las instalaciones latinoamericanas. Una de las cuatro mayores plantas de montaje integral de la marca en el mundo comenzó con 250 empleados y una capacidad de sólo 200 motores por mes. Hoy, emplea a casi 3 mil personas y está preparada para producir cerca de 20 mil vehículos completos y 5 mil motores por año. En Europa, Scania está estrenando los primeros colectivos de pasajeros y transporte urbano con motores híbridos. ¿Llegará la línea 60 a tener ese motor?

–¿Hace cuánto trabajás en el rubro? –Desde el 93. Alineación y balanceo, cambio de cubiertas, rotación y vendemos llantas. Hacemos los cambios necesarios para dejar el auto a pedido del cliente. –¿Cuáles son esos cambios? –Bajarlo, hacerle espacio a la rueda. El Gol, como viene de fábrica, no puede ir con llantas 16” sin modificaciones hasta 15”. Le podemos poner amortiguación de rally o ponerle separadores para que la llanta quede más para afuera. Muchas veces pasa que te da el diámetro pero no te da el ancho. Puede tocar en el amortiguador o en el guardabarro, y tenés que hacer que la rueda salga un poco. –¿Cuál es el rodado más grosso? –Las marcas premium vienen con llantas de 18” o 20”. A los que vienen con una de 14 no se les puede poner. Pero algunos lo piden. –¿Qué es lo primero que preguntás al cliente? –Qué es lo que está buscando: los viajeros necesitan una cubierta que no dure mucho pero que tenga buena adherencia en asfalto mojado; los remiseros buscan resistencia. Los productos se adecuan a las necesidades. Al que busca facha nomás, lo asesoro con lo último en llantas. –¿Es como la moda? ¿Por temporadas? –El tema del diseño, mucho rayo o poco, es como un jean: depende del gusto del cliente. Uno lo puede orientar. Pero es una moda, la modas las traen las revistas de tuning. Pasa que hay modelos que quedan viejos; se busca innovar, una que está muy vista no la vendés ni loco. Son como los zapatos, te dan personalidad. –¿Cada cuánto recomendás cambiar las cubiertas? –Al costado de la goma se indica cada cuánto hay que cambiarla. Es según el uso, depende. Hay que verlas. Cada cinco años, el caucho pierde las cualidades de fábrica, se reseca. Se recomienda rotar las cubiertas cada 10 mil kilómetros. Hay gente que lo hace cotidianamente, otros se acuerdan cuando se van de vacaciones. Mal hecho.

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Gabriel, 33 años, especialista en ruedas

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Little Once Es una especie de Babel a media hora del Obelisco. En el límite entre Flores y Floresta, los comercios textiles de la calle Avellaneda convocan multitudes de compradores. Los hay chics, del interior y del conurbano. Los vendedores son coreanos, árabes, israelíes, bolivianos y argentinos. Es el triángulo del consumo económico que se completa con La Salada y Once. Crónica de un territorio increíble.

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POR NATALIA GELOS fotos diego sandstede esa altura, en el final de Flores y el comienzo de Floresta –o viceversa–, la calle Avellaneda y sus aledañas no son para fóbicos. El roce está a cada paso, sobre todo al mediodía, cuando cientos de personas se amontonan alrededor de algún perchero que sobre la vereda exhibe un cartel que grita “oferta” y algún vendedor, parado sobre un banquito, muestra su mercadería desde las alturas. No, no es para cualquiera el andar pegoteado, a la espera de que quien camina delante avance en el mar de gente. Los carritos azules de los que compran al por mayor contribuyen al embrollo. Sus ruedas muerden los talones, los golpean. En el medio, filtrados por los resquicios que a veces se producen entre cuerpo y cuerpo, como vacíos gloriosos para los que pueden escabullirse, aparecen algunos vendedores que caminan al chillido de “repasadores”, “chipa, chipa”, y –el último grito de la moda– “barbijos”. Son trece cuadras desde Condarco hasta la plaza Vélez Sarsfield. Un tendal de locales se despliega. Allí se fabrica, se estampa, se cose y se vende. En silencio, se mueven las manos que trabajan todos los días. En la zona se localiza uno de

calles una y mil veces para comprar al por mayor y vestir a la gente de sus pueblos. En las veredas, todos ellos son los que se cruzan con los vendedores ambulantes de chucherías, de fatay, de ropa interior, de jugo recién exprimido. Barullo en demasía, amontonamiento y detrás de todo eso, un colchón de historias que se ocultan en cada baldosa. A poco de llegada de Corea, Celeste Kim se puso un objetivo: aprender e incorporar cinco palabras en español por día. Tenía 13 años y asumía la responsabilidad de ser el nexo idiomático entre su familia y ese nuevo mundo que se llamaba Argentina. Ahora, con 24 años, Kim toma un cortado en la esquina de San Nicolás y Felipe Vallese y repasa con orgullo el recorrido. Cerca, en la misma cuadra, está su taller de indumentaria donde el fuerte es la confección de remeras: “Modal, algo de gabardina”, dice. La calle San Nicolás es un pasillo de fachadas metálicas; persianas bajas se suceden sin interrupciones. Hace un año que Kim incursionó en el mundo de la confección textil y se abocó a la venta para mayoristas. Antes de recalar en el mundo textil de la calle Avellaneda, ella pasó por el sur de la provincia de Buenos Aires. Dejando atrás su Corea natal, su primer destino fue Bahía Blanca. Luego vino Punta Alta. Kim recuerda con cierto pesar

los principales centros mayoristas de indumentaria del país. Algunos lo llaman el Little Once, aunque de pequeño no tiene nada. El 80% de los vendedores de la zona confecciona también sus prendas. “Si querés ganar en serio, tenés que vender a mayoristas –explica Celeste Kim–. Para venderles a ellos, tenés que fabricar la ropa.” En sus negocios trabajan coreanos, judíos, árabes, bolivianos y argentinos que les venden a “gente bien” de Recoleta, que remarcan la mercadería a altos precios y la exhiben con velones, cañas de bambú y antigüedades en locales fashion; negocian con gente del interior que llega temprano y con carritos ruidosos que recorren las

aquellos primeros días. El idioma era una barrera importante, pero la saltó. Con los días, los Kim ingresaron en el negocio de la ropa. En consecuencia, vinieron los tratos comerciales. “Tenía dieciocho años y debía tratar con abogados, contadores, y luego traducía todo para mi padre”, recuerda la chica. La comunidad coreana comenzó a instalarse en el barrio a partir de los años noventa. Si bien en sus orígenes, la zona de indumentaria fue fundada por la comunidad judía, con el tiempo, éstos comenzaron a alquilar sus locales en especial a la colectividad oriental. Por eso es común ver carnicerías, inmobiliarias y restaurantes con inscrip-

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Entre la clientela hay ‘gente bien’, de Recoleta, que remarca la mercadería a altos precios y la exhiben con velones, cañas de bambú y antigüedades en locales fashion.

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“ ciones en coreano. En los lugares de comidas recalan los miembros de la colectividad que encuentran ahí un oasis de lenguaje y consiguen comer sopas y carnes mechadas con una charla en coreano como fondo. La comida es una de las maneras en las que se evidencia el cruce cultural en esta parte del barrio de Flores. Hay restaurantes bolivianos, casas de comidas árabes y, por supuesto, no falta el típico café argentino, donde para la mayoría de los compradores que llegan del interior. Al mediodía el paisaje se altera y esos rincones que a veces se esconden en la construcción menos pensada, reciben a los trabajadores de las tiendas. Alguna

ventana que asoma inesperada en la calle Campana para vender sándwiches de milanesa, un puesto de chipá en una esquina, las empanadas norteñas en la calle Cuenca, justo en las cercanías de donde estacionan los micros que traen a la gente en tours de compras. Es que no sólo es internacional el encuentro en estas cuadras. También se mezclan pisadas de vendedores del interior. Kim explica: “Los lunes generalmente vienen los del conurbano, que buscan reponer ropa después del fin de semana. Los viernes también vienen, ya que las ventas levantan porque las chicas se compran ropa para ir a bailar”. Los sábados, el centro comercial funciona

Celeste Kim se puso un objetivo: aprender e incorporar cinco palabras en español por día. Tenía 13 años, había llegado de Corea y asumía la responsabilidad de ser el nexo idiomático entre su familia y ese nuevo mundo que se llamaba Argentina. Desde 2008, Kim incursionó en el mundo de la confección textil y la venta para mayoristas.

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En las veredas, los compradores se cruzan con los vendedores ambulantes de chucherías, de fatay, de ropa interior, de jugo recién exprimido. Barullo en demasía, amontonamiento y, detrás de todo eso, un colchón de historias que se ocultan en cada baldosa.

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hasta pasado el mediodía. Ése es el día de los minoristas, que se acercan a aprovechar las ofertas. El territorio se modifica y los carritos que abundan en la semana dan paso a bolsas negras y miles de paseadores que buscan el codiciado local que ofrezca: “Dos prendas al por mayor”. Kim cuenta, en perfecto español, que detrás del mostrador aprendió a prestar atención a los detalles. Apenas entra un cliente ya sabe si es un mayorista o va a comprar al por menor. “La manera de pararse es diferente. Generalmente el minorista viene con una carterita al hombro, más tímido –dice–. También aprendés a distinguir a los extranjeros. Acá viene mucha gente de Chile y de Uruguay. Vienen familias enteras que se vuelven con bolsones de ropa para vender en sus países. Acá siempre es muy barato”. En ese cruce con el público, la muchacha reconoce que a veces se viven situaciones difíciles: “El otro día vino un hombre para cambiarme una remera que había sido usada y se notaba mucho. Le dije que no podía cambiarla, porque estaba usada. Se fue enojadísimo diciendo: ‘Estos chinos son todos iguales. ¿Por qué no se vuelven a su país?’. Si yo hubiera sido argentina, seguro que él habría reaccionado diferente”. Lucía Jung, amiga de Celeste, aparece con una sonrisa. Tiene 28 años, pero aparenta muchos menos. “Es la ventaja que tenemos las mujeres orientales”, bromea. Su trabajo, en un taller de la zona, consiste en estampar prendas. “Los coreanos siempre buscan tener a otro coreano en el local, les da seguridad y facilitan el tema del idioma”, explica. Lucía tiene 28 años y llegó a la Argentina cuando era muy niña y era aún novedad la inmigración coreana en Capital. Su primer destino fue el barrio coreano, en el Bajo Flores. De aquellos años recuerda las cargadas, los sobrenombres obvios (“China, vení”,

por ejemplo). Ella estudió Diseño y le gusta la fotografía, cosas lejanas a las estampas que realiza. “Los coreanos no somos tan unidos. Los bolivianos se organizan y si pasa algo salen a protestar. Nosotros no hacemos eso. Muchos se quejan, pero nos quedamos al margen”, se queja Lucía. Y Celeste coincide. Ambas dicen que hay mucha competencia entre los locales de la zona, especialmente en las tiendas que se asientan sobre Avellaneda entre Helguera y Cuenca. “Se copian los modelos, hacen las mismas ofertas. Si uno baja un peso, el otro también”, cuenta Kim. Esas cuadras son las más preciadas y, por ende, las más costosas. Las inmobiliarias de las cercanías coinciden en que el alquiler de un local allí cuesta cerca de $ 14.000. Luego, a medida que el radio se abre de ese punto, los precios bajan. Las cifras descienden a partir de los $ 7.000. Por eso mismo, se amplía la zona comercial. De a poco, las construcciones van absorbiendo metraje. Caminar por las calles aledañas a la avenida Avellaneda es internarse en un mundo de ladrillos, carteles de alquiler, locales y talleres próximos a ser habitados. También por esas calles laterales se estacionan los micros que vienen por tours de compras. Es que en estas cuadras se produce un gran porcentaje de la indumentaria que luego viste a la gente del interior del país. Un viaje desde Santa Fe, sin hotel y en coche semicama, cuesta unos noventa pesos ida y vuelta. El triángulo de compras comprende la calle Avellaneda, Once y La Salada. Pero es aquí donde todos coinciden en encontrar la ropa de mejor calidad. Así, a la mañana temprano, cuando los vendedores aún se desperezan y suben las persianas, el ruido metálico de los carritos para bolsos se esparce por las veredas y se distribuye a lo largo de nego-

cios. Como hormiguitas obreras, las personas, en su mayoría mujeres, arrastran sus bolsos en fila. Es fácil saber quienes vienen por primera vez: paran en cada local, hablan en voz alta, tardan varios minutos en recorrer una cuadra. Los más expertos, los que tienen más experiencia, caminan decididos hacia los lugares que ya conocen. En los micros, mientras tanto, los choferes aguardan hasta la tarde, cuando cierran los locales. La siesta y la radio se vuelven sus aliadas para el paso de las horas. La gente se vuelve al finalizar el día con las valijas llenas de novedades para el pueblo. En varias localidades la situación se repite: alguien se anima a viajar a Buenos Aires. Invierte unos pesos y vuelve al pueblo con novedades. Una línea para sortear la uniformidad de las tiendas más tradicionales de la localidad. En cierto sentido, los mayoristas deciden de manera indirecta lo que el resto de sus paisanos va a usar: lo que usará la señora para la fiesta del colegio, lo que vestirán las adolescentes para levantar suspiros en la noche del sábado, en el boliche. También hay quienes viajan solos. Lidia Godoy es una de ellos. Cada diez o quince días, según las necesidades, parte de Nueve de Julio. “Empecé yendo a Once. Después, con el tiempo, pedí instrucciones y me animé a ir a Flores. Desde entonces, compró ahí. Me gusta la mercadería, la confección. Hay siempre más modelos y adelantos de temporada. Además, es más cómodo para andar. Tal vez por las veredas que son más anchas”, dice. Dos o tres veces por mes, entonces, Godoy viaja a la Capital con carrito y bolsón a cuestas. “Hay mucha competencia, por eso camino mucho para encontrar los mejores precios –explica–. Además, a veces tenés que pelear para que te den la boleta. Es cansador pero me gusta”.

En junio, Magdalena Bernat y su mamá, Gladis, abrieron su tienda en Bahía Blanca. “Se nos ocurrió la idea de poner un localcito para que atendiera mamá y cortara con la rutina de ama de casa de 51 años –explica Magdalena–. Le metimos para adelante y nos asesoramos de cómo era eso de comprar ropa en Buenos Aires”. Un día entonces, madre e hija se arriesgaron. La bahiense admite: “Al no conocer, no sabíamos dónde comprar, si meternos en todos los lugares o seguir recorriendo más cuadras. Lo bueno era que sentíamos que todos estábamos en la misma”. Para muchos que arriban a Buenos Aires por primera vez, el sentimiento más extendido es el miedo. Los medios generalmente construyen una idea de ciudad violenta; un lugar amenazante, que a cada paso pone en riesgo la vida de quienes lo habitan. “Íbamos un tanto sugestionadas por el tema de los robos, así que tratábamos de no perder contacto con los bolsos. Enseguida empezaba a oscurecer y el consejo que habíamos escuchado de los mismos comerciantes y de los conocidos era que a partir de las seis de la tarde ya había que volverse porque se ponía más peligroso”, la chica cuenta esa experiencia que se repite entre los “primerizos”. Aquí el universo kitsch hace su nido. En las vidrieras, en los objetos que venden en las calles, sobre las lonetas que desafían el embate de la policía, que a veces obliga a los vendedores a levantarse. Entre ellos está Freddy, que es de Bolivia y confecciona muñecos con yeso. Shrek y su burro, Homero Simpson, varios son los personajes que miran desde el pañuelo que extiende en la vereda. También se encuentra Isaac, que llegó de Ghana hace nueve meses. Durante los tres primeros trató de estudiar (tiene 19 años), pero pagar la comida y la habitación en la pensión se hizo difícil. Debió cam-



Desde Helguera hasta Cuenca van las cuadras más preciadas. El alquiler de un local cuesta unos $ 14.000, coinciden las inmobiliarias

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Los lunes generalmente vienen los del conurbano, que buscan reponer ropa después del fin de semana. Los viernes también vienen, ya que las ventas levantan porque las chicas se compran ropa para ir a bailar.

biar la tarea por la venta: anillos sobre la avenida Avellaneda fue la opción. Habla poco español y un inglés fluido. Una señora se le acerca y le pregunta por anillos búlgaros. No hay suerte. Ella quiere piedras de colores. Isaac sigue y dice que vivir aquí se hace difícil, a veces, porque se da cuenta de que los blancos no están acostumbrados a ver negros; que algunos lo ven y se alejan, se cuidan de no tocarlo; otros se le acercan y le dicen: “¡Eh… negro, quiero ser tu amigo!”. La venta a veces alcanza, otras no. Los sábados es el mejor día, por eso aprovecha y se planta junto a su paraguas de felpa que exhibe las alhajas. Se ve de todo en la calle: barbijos a cinco pesos, alcohol en gel (porque la actualidad siempre está al pie del cañón), ropa para perro, pelucas con pelo sintético, calzoncillos con inscripciones más cercanos a lo grotesco que a lo sexy, entre los que se destaca un slip verde agua con la inscripción “Hacela tuya”. Y carteles entre los que asoman los rostros de Wanda Nara y Matías Ale. Hay además otros carteles, más pequeños, más improvisados. Son los que se pegan a las vidrieras y se multiplican de diez por cuadra (de las dos manos): se buscan encimadores, overlockistas, vendedores. En algunos casos, el papel, escrito con letra apurada, aclara: “Con documentación completa”. Según datos de la Asociación Obrera Textil, la categoría más baja de trabajadores de la industria debería recibir $ 6,49 por hora, más bonificaciones por antigüedad y presentismo. Quienes ofrecen los trabajos no dicen cuál es el sueldo, pero sueltan algunos detalles: el horario es en general de 8.30 a 18.30, con media hora para el almuerzo. Un páramo de treinta minutos que se disparan y que obligan a los comensales a buscar barato, rico y rápido. Comida hay por doquier. Los días de semana, cuando viene la mayor cantidad de gente del interior, las bocas se duplican. No sólo los trabajadores de los locales se vuelven clien-

tes deseados. También los compradores. Y entonces brotan de los rincones preparaciones de todo tipo: fatays, empanadas fritas, chipa, en verano el jugo de naranja, en invierno el café en jarritos. Sin embargo, no todo es trabajo bienaventurado. Es en este rubro, el de la indumentaria, que la muerte plantó bandera en 2006, cuando un incendio en un taller clandestino del barrio de Caballito puso en evidencia el sistema de explotación y esclavitud que se escondía tras la rentabilidad de las telas. Seis trabajadores bolivianos murieron y varios terminaron heridos. Fue entonces cuando surgió La Alameda, la organización que nuclea a trabajadores textiles y defiende los intereses de los obreros bolivianos, que muchas veces se encuentran en desigualdad de condiciones por su situación de ilegalidad en el país. Hoy, luego de la visibilidad del problema y si bien no hay encuestas específicas, varios talleres persisten en la ilegalidad. “Se estima que en la Ciudad de Buenos Aires habría unos 5.000 talleres clandestinos de confección de indumentaria, en el que trabajarían no menos de 30 mil personas; el dato puede estar desactualizado, porque se calcula sobre la base de un relevamiento que hicieron algunos nucleamientos de talleristas (es decir de los dueños de los talleres) en el año 2006. En términos generales este dato es consistente con la información que obraba en el GCBA”, dice Ariel Lieutier, ex subsecretario de Trabajo de la Ciudad de Buenos Aires y miembro de La Alameda. En “La economía de los talleres clandestinos: tercerización y estructura de costo”, uno de los trabajos de Lieutier, se informa sobre el proceso de venta del producto y la distribución de las ganancias. Una prenda que al público se vende a $ 100 tiene un gasto de producción de $ 19,50, que se reparte en trabajadores, dueño del taller clandestino, materias primas e intermediarios. Esta zona es también un escalón más en la carrera de quienes se dedican a la venta de ropa. Un recorrido que muchos repiten: primero el puesto, preferentemente en La Salada. Luego, el localcito en la calle Avellaneda. Eso hizo Graciela Gino, que ahora dirige tres locales en las galerías de la zona. Gino empezó hace más de cinco años con la venta en el Mercado Central. Luego vino La Salada y, tiempo después, la galería Tres Elefantes, que sobre Avellaneda reúne a los vendedores de la feria. “Uno ya se hace la clientela y los que me compran en La Salada vienen acá, porque es más cómodo. En especial ahora, con la ropa de invierno, que ocupa más lugar. Allá es más difícil para entrar”, dice. Mientras dobla camperas de friza, cuenta que las ventas han bajado este

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año y que, con la gripe, la gente no sale de compras por lo que la situación se hace más difícil. “Y me preocupo por todos los que dependen del negocio. Hay muchas madres solteras, costureras, estampadores, los que me venden los cierres”, enumera con los dedos mientras alguna clienta pregunta el precio de alguna de las camperas que cuelgan de la puerta del pequeño local que asegura preferir porque “en las galerías hay más seguridad para las vendedoras”. Es que donde hay gente, plata y confusión, el terreno se vuelve propicio para las mecheras, como las llaman en el rubro. Son grupos de unas seis mujeres que se organizan para distraer a las personas que llevan carritos. Les hablan, se acomodan y salen con la mercadería. Una vez que se alejan una cuadra, ya es imposible verlas porque el mar de gente estandariza las figuras. Algunos vendedores, que no dan sus nombres para no meterse en problemas, aseguran que la policía las ve, pero las deja. Son unos personajes más en este mundo donde no están exentos los odios y los prejuicios. Porque las broncas y las culpas se asientan por grupos de una manera que si se ve por arriba suena a infantil y si se analiza habla del eterno prejuicio ante el otro. Así, los argentinos culpan a los coreanos de haber transformado al lugar, antaño paraíso de casonas pacíficas y perfume de barrio, en un polo industrial que todo lo afea. Los dueños de locales, a su vez, se enfrentan a los vendedores ambulantes por trabajar sin pagar impuestos. Los ambulantes deben soportar los embates de la policía. Los dueños de los talleres son criticados por sacar bolsas a las

calles. Los dueños de los locales acusan a los cartoneros de romper las bolsas que ellos tiran y ensuciar las calles. Todos en el mismo lodo. Todos manoseados. Todos enfrentados. Es a las seis de la tarde cuando de los talleres salen bolsas con retazos de tela. Pocos minutos después, unas nuevas manos abren nudos e investigan el interior de las bolsas. Son cartoneros que reciclan los retazos, como Carlos (prefiere no dar su apellido, ya que asegura que no le gusta “andar figurando”), que cuenta: “La selección es después, cuando llego a casa y elijo”. Entre los que exploran los bolsones también está Diego Carloretto. El muchacho, bajo pero morrudo, primero le pregunta al grupo que lleva un carro si puede revisar un poco. “Me compré una bolsa de boxeo y me dijeron que los retazos de tela servían para rellenarla. Mi señora me mandó para acá”, cuenta, mientras enfila rápido para su camioneta tuneada. Para cuando cae el sol, son pocas las personas que aún caminan por las calles. De pronto, ese inmenso mundo se vuelve solitario y las persianas bajas dan un aspecto fantasmal, se vuelven pura fachada y recuerdan a los decorados del viejo Hollywood. Hacia la noche, la soledad se asienta aún más y sólo el rugido de la línea 99 o de algún que otro automóvil rompe con el silencio sepulcral de ese mundo que hasta unas horas antes era la antesala de Babel. Son sólo unas horas nomás las que dura esa tranquilidad. Al otro día, temprano, las persianas vuelven a subir y de a poco, desde distintos rincones, la gente aparece. La rueda, entonces, se echa a andar otra vez. 



Los micros llegan tipo tour de compras, que se completa luego en Once y en La Salada. La competencia es feroz: se copian los modelos, hacen las mismas ofertas. Si uno baja un peso, el otro también.

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platos

Por Silvina Pini

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patricio cabral

ilagros Padilla ha hecho con este restaurante su pequeño milagro: ha pasado de ser una sibarita a una restauranteur, un paso que muchos sueñan, pero pocos se animan a concretar. Esta tucumana elegantísima ha conocido los mejores restaurantes de la mano de su profesión de traductora de inglés, mientras acompañaba a celebrities internacionales como la reina Rania de Jordania. Los hoteles cinco estrellas, los vinos con precio de tres dígitos y los bocados exquisitos eran cosa de todos los días hasta que un día se cansó de tanto lujo y decidió abrir un restaurante que le permitiera también ayudar a un comedor para chicos de la calle que su madre tiene en Tucumán. Se asoció con Martín Baquero, chef de Almanza y de extenso currículum, y el resultado es El Almacén de los Milagros, un espacio donde apenas caben treinta y cinco personas. La cocina de Baquero es la de un buen autor que combina con criterio influencias de su abuela italiana con inspiraciones francesas y toques criollos para acordar con las raíces camperas de su socia. Martín Ritson, jefe de cocina, implementa a la perfección todas las instrucciones de su jefe y tocayo.

Grandes ventanales sobre la paqueta calle Quintana, mesas con mantelería de primera, un gran espejo –para agrandar– y una pared con cuadros de Milagros sobre su Tucumán querido, son los estímulos exactos para que toda la atención se centre en los platos. Por empezar, en la panera con panes y grisines caseros para leer la carta que es breve. Sorprende la sopa de ortiga ($ 30), receta

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de la abuela Regina de Baquero, deliciosa, hecha con ortigas de cultivo y aceite de oliva frantoi. Otra opción afrancesada para empezar es la terrina de campo con mezclum de hojas y hierbas frescas y mostaza a la antigua ($ 36). Pero no se imagine un revoltijo guarango de hojas verdes, acá son hojitas tiernas, preciosas, casi que tienen nombre de pila. Para seguir, son increíbles los canelones de novillo

patricio cabral

La mano de Dios

estofado, portobellos, mejorana en su propio jugo y queso taleggio ($ 43), delicados rollos cortos y crocantes de masa, rellena de

carne vacuna y con jugos de cordero. Inolvidables. Más liviano es el poisson du marché ($ 47), pesca del día a la salamandra, con hinojos braseados con naranja, coriandro y espinaca a la italiana, de punto perfecto y sabores armoniosos. Para compartir, se puede pedir el tajine d’agneau marroquí ($ 92), típico plato de Marruecos preparado en una especie de ollita de barro cónica, con aceitunas negras, damascos turcos y limón en conserva y tabule. Milagros todavía dice estar “haciendo casting” de

el almacÉn de los milagros Público: a la mañana, señoras paquetas del barrio; al mediodía, elegantes señores de negocios; a la noche, extranjeros y parejas sibaritas. Tucumán: está presente en las mermeladas, las empanadas y panes que la dueña compra a mujeres que cocinan0 -1.304-280(en D 1 428(me

imperdibles Morfi y chupi del Día del Amigo

Taj Mahal: entrada, plato principal (Naan o Basmati Rice), postre y bebida, $ 70 por persona. Nicaragua 4345, Palermo, 4831-5716. Sicario: nueve variedades de pizza libre: muzzarella, calabresa, fugazza, albahaca, pizzaoila, rúcula americana, jamón, y napolitana, $ 16 por persona sin bebida. Av. Avellaneda 201, Caballito, 4958-7750. La Retirada: carnes a la parrilla y al horno de barro, hay una botella de espumante de regalo por mesa. El Salvador 4945, Palermo, 4833-9376. Novecento: tres platos, una bebida y una botella de vino cada dos personas, $ 95. Báez 199, 4778-1900. Rëd: entrada, plato y postre a elegir entre varias opciones, con vinos de Zuccardi, $ 130. Juana Manso 1691, 5776-7676.

La aceituna es un mundo

Datos Quintana 210. Tel. 4814-0533, Retiro. Imprescindible reservar. Abierto de lunes a sábados desde las 8. Precio promedio por persona a la noche, $ 130 tres platos y media botella de vino de precio bajo.

al mostrador Lucía Arias, 23 años, seis meses en Pájaro que Comió, Voló –¿Cuánto hace que trabajás de moza? –Hace un año y medio más o menos. –¿Por qué elegiste este trabajo? –Porque no quería encerrarme en una oficina o hacer un trabajo administrativo, siempre preferí el contacto con la gente. Y además odio el centro, el tránsito, las multitudes. Acá es todo más tranquilo y se dialoga. –¿Estudiás también? –Sí, cine y fotografía. A veces se me complican los tiempos porque estudio de noche y trabajo de día. –¿Le encontrás algún punto en común con tu trabajo? –Sí, los restaurantes están llenos de historias y son buenos disparadores, por eso también elegí estar acá. Tomo nota mental de todo en forma de imágenes para futuros cortos. –¿Cuántas parejas atendiste que se pelearon durante la comida? –Había una pareja que venía todos los domingos. A la altura del postre la relación se pudría y la mina se iba.

eduardo carrera

pasteleros y buscando una carta definitiva. Mientras tanto, se puede disfrutar del shot de cítricos ($ 20), sorbet de maracuyá y naranja con gajos de cítricos y coulis de frambuesas, entre otros postres igual de bien hechos. La carta de vinos elaborada con la ayuda de Marías Balbuena, eficiente mozo, equilibra con criterio las etiquetas conocidas y accesibles, como el San Felipe roble ($ 32) con otros de alta gama y precios de tres dígitos, como el Chacra o poco conocidos como los de la bodega 25/5, elaborados en La Pampa. El Almacén de los Milagros es un restaurante para ir con todo el tiempo del mundo y comprobar que pagar y quedar satisfecho es un milagro que, cada tanto, se puede dar. 2

Ya es un secreto a voces: el aceite de oliva argentino es un gigante que despierta, probablemente no alcanzará la dimensión de los vinos nacionales, pero sigue su camino. Ahora no sólo se distinguen los varietales de aceitunas –varía mucho el sabor de una a otra– sino que empieza a declarar el año de cosecha. Es por eso que Alfredo Tanús, de www.mondoliva.com, organizó un curso de cata para septiembre, que lo dictará Enrique Tittarelli. El gran cocinero Hubert O’Farrell lanzó su propio aceite de la variedad arbequina catalana y La Acequia anunció que este mes se podrá conseguir el de arbequina producto de la molienda de este año y una partida limitada de botellas de 500 cc de varietal changlot.

Esto pasaba todos los domingos. –¿Les habían puesto un nombre? –Decíamos “uy, llegaron los que se pelean siempre”. Nadie quería llevarle la cuenta al tipo porque no sólo no

dejaba propina, sino que estaba de muy mal humor. Pájaro que Comió, Voló, Humboldt 1962, Palermo.

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copas

Vinos bien nacidos En su pequeña bodega, uno de los winemakers de culto, Roberto de la Mota, elabora vinos únicos. En qué se nota la mano del autor. Por Elisabeth Checa

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oberto de la Mota, durante años en Chandon y autor de un vino de culto, Cheval des Andes, es hijo del gran gurú don Raúl, a quien la enología argentina debe tanto. En su pequeña bodega de Luján de Cuyo elabora vinos grandiosos. Es uno de los mejores winemakers de la Argentina. Después de trabajar en Chandon durante muchos años, en 2006 se instaló junto su socia Annabelle Sielecki en Luján de Cuyo, con una antigua bodega mínima y apenas reciclada. Cuentan con viñedos propios: 25 hectáreas de malbec de cincuenta años, cinco de cabernet sauvignon de diez años y una de petit verdot. Como ingeniero agrónomo, otra estrella: Santiago Mayorga (h). Con este equipo y estas uvas, los vinos resultaron extraordinarios. Luego de la presentación, en 2006, de Mendel Malbec y Unus, se sucedieron las cosechas, pero nadie las presentó. De la Mota tuvo un accidente del cual apenas zafó, por eso fue emocionante probar hace unos días las últimas cosechas de la añada 2007 de Mendel Malbec y de Unus 2006, un corte de 70% cabernet sauvignon, plus Finca Remota 2006 (sólo 1.159 botellas), un malbec 100%, con uvas de un antiguo viñedo descu-

bierto en Altamira. Un emocionante reencuentro con el hombre y sus vinos. Respecto al Finca Remota, la sorpresa sucedió cuando probaron los dos toneles en que el vino se estaba criando sin un destino preciso. Lo encontraron tan bueno que lo traspasaron a otras barricas; es decir que tuvo una crianza en el mejor roble francés y un destino definido: muy pocas botellas de un gran vino. Los viñedos están ubicados en Perdriel –Finca de los Andes– y en Mayor Drummond –Finca M–, entre los 900 y los 1.100 metros sobre el nivel del mar, en las mejores y más altas tierras irrigadas de Luján de Cuyo. De allí salen el Mendel –del cual ya hay cuatro cosechas– y el Unus, con tres cosechas. Como introducción a la cata del Unus y del flamante Finca Remota, su hacedor trajo un blanco que aún no tiene nombre, pocas botellas de un varietal “nada comercial”, recalcó. Al semillón, aun ahora que se conocen sus virtudes, nadie le da

demasiada bola. A estas uvas las descubrió De la Mota entreveradas en un viñedo de malbec. Este semillón sin nombre, de la cosecha 2009, estaba glorioso, recién nacido, aún de color opalescente. Tuvo fermentación en barrica, un blanco diferente, con aromas a pasas, almendras, y otros frutos secos, mezclados con los aromas del roble; un vino untuoso, con muy buena estructura y alma de tinto. Fue una buena introducción a estos dos grandes tintos que responden al nuevo estilo de la vinicultura argentina. Pasó la onda de los vinos oscuros luctuosos, sobremadurados, mermeladosos, muy alcohólicos y pesados. La dialéctica también pasa por los vinos. Hace muchos años, don Raúl de la Mota aconsejó, cuando acá se hacían vinos a imagen y semejanza de los franceses, cosechar más tarde

La botella Doña Paula Doña Paula Estate Pinot Noir 2007 ($ 45) Lo reewncontré junto a bocados de luxe en el restaurante Chila. Emociona encontrar ciertos vinos de esta bodega que escapa a los lugares comunes. Prueba irrefutable es este cepaje difícil y con tantos matices. Con uvas de Ugarteche, tiene un raro color rubí algo grisáceo, muy pinot noir, aromas a hongos, a cerezas y a rosas marchitas, como le gusta a Colette. Es sutil y complejo, características siempre atractivas de la variedad. Bien integrados los 14,5 grados de alcohol y el roble.

para obtener mayor madurez y expresión. Claro, por qué seguir una receta en otro clima que el europeo. Se exageró con la madurez, la concentración, la mermelada, Ahora, con el retorno a un estilo más elegante que concentrado, se retomó la cosecha más temprana para evitar la sobremaduración. No sólo la romántica degustación en el viñedo señala el momento de cosechar, hay nuevas técnicas para apreciar el punto óptimo y a ellas recurren los buenos enólogos, aunque siempre sigan probando las uvas en las hileras. El resultado entre viñedos viejos, técnicas nuevas y sensibilidad son estos vinos deliciosos y equilibrados. El nombre, Mendel, es el del padre de Annabelle, un homenaje que se extiende a otras herencias familiares, los vinos son hijos (o nietos) también de don Raúl y de Santiago Mayorga padre, grandes hacedores del vino. Estos milagros surgen no sólo de las 20 hectáreas de malbec de 80 años y de dos hectáreas de cabernet sauvignon de 10 años; nacieron, sí, de la buena tierra, pero también de la pasión de sus hacedores, de la amistad y de la herencia paterna. 2

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el dato snob

Escapada boutique Rosario tiene su primer hotel boutique y es nada menos que el centenario Savoy, rescatado y con piezas de decoración de Martín Churba y obras de arte del grupo Mondongo. Para el miniturismo cool.

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ue de los primeros hoteles importantes de Rosario, inaugurado el 30 de abril de 1910, cuando la ciudad se preparaba para los festejos del Centenario. Tuvo décadas de esplendor en las que se alojaban personalidades ilustres, se organizaban banquetes de la alta sociedad y su confitería, durante décadas, fue epicentro de reuniones de personalidades del arte, la cultura y la política de la ciudad. Pero la competencia hotelera lo relegó y cuando su imponente edificio neofrancés se estaba por convertir en un castillo de cuentos de terror, lo compró el Grupo Fën junto al Grupo Rosental (de capital rosarino) y se transformó, como manda la tendencia mundial en la materia, en el primer hotel boutique de Rosario, casi un siglo después. El Savoy a secas, el histórico hotel ubicado en la esquina de San Martín y San Lorenzo, ahora tiene un nombre más sofisticado: Esplendor Savoy Rosario. La fachada y gran parte de sus interiores fueron recuperados por el estudio de arquitectura Plan y al estilo original se le agregó uno de corte minimalista; las obras de arte pertenecen al vanguardista grupo El Mondongo (los artistas plásticos elegidos por los reyes de España, que realizan obras con elementos no tra-

dicionales, como el retrato de Jorge Luis Borges que está en el lobby, hecho con hilos de algodón) y algunos objetos de decoración son del diseñador top Martín Churba. Las crónicas periodísticas de los días de la apertura de este centenario edificio dan cuenta de una gran fiesta organizada por la Sociedad Damas de Caridad, para juntar fondos. En el Savoy se alojaron Federico García Lorca, Luigi Pirandello, Lola Membrives, Aníbal Troilo y Edmundo Rivero, y también en la confitería se reunían nombres de la cultura. Durante las décadas del 60 y 70 fue el lugar elegido de escritores, actores de teatro, políticos, que se alternaban todos los días entre El Savoy y el otro bar histórico, El Cairo. El escritor y periodista Reynaldo Sietecase escribió en su libro Los bares. Barcos en tierras a orillas del Paraná que “en la esquina de San Lorenzo y San Martín se gestaron conspiraciones, revistas culturales, amores, golpes de timón en diarios y empresas imposibles. Todo ante la boca silente de un vermú o un vino blanco”. Pero en las últimas dos décadas, la esquina del hotel se convirtió en un cementerio de recuerdos de épocas más esplendorosas. El 15 de febrero de 2007 el

Savoy cerró su puertas y poco después los arquitectos Mauro Bernardini y Cecilia Timossi, quienes restauraron el Hotel Boutique Esplendor Buenos Aires (San Martín y Córdoba), empezaron una minuciosa reconstrucción. El edificio, que es parte del Patrimonio Histórico de la Ciudad, estaba en buen estado, pero hubo que hacer íntegras las instalaciones de luz, gas y electricidad y los baños de las habitaciones, que antes eran compartidos. “Trabajamos las nuevas intervenciones con un diseño contemporáneo neto que conviva con lo antiguo, porque un porcelanato traído de China le cae muy mal a un edificio de más de 100 años”, explica Bernardini. Se reutilizaron los revestimientos que se encontraban en los baños o se agregaron otros simples, para no opacar a los que habitaban en el antiguo Savoy, como granitos blancos o los mármoles de Carrara pulidos

sin brillo que se asemejan a los preexistentes en las escaleras del hotel. Las mayólicas de marfil biseladas que estaban en los viejos baños ahora se aprecian en las paredes de la pileta climatizada. Y se recuperaron otros elementos que son históricos, como la escalera principal de mármol de Carrara, molduras, muebles, las piezas de iluminación de estilo art nouveau, aberturas, detalles en yesería, un apoyavalijas que ya no se fabrica y hasta los cuadros de 1950 del pintor rosarino Greppi fueron restaurados y reenmarcados. Es deslumbrante el desayunador vidriado en el último piso que da a un roof garden en el que sobresale la imponente cúpula original. El costo de las habitaciones es de 59 dólares la más barata y 89 la más cara. Una noche en el nuevo Savoy es como un viaje al pasado y el esplendor rosarino.  59

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Cristo, mafia & sports Michael Franzese era un gángster de alto nivel. La revista Vogue lo puso al nivel de Al Capone. Y su especialidad era los arreglos en competencias deportivas: el tenis, el boxeo, la NBA y el béisbol padecieron su influencia. Cayó preso y la religión lo reconvirtió. Ahora da charlas motivacionales con consejos antimafia.

promoción. "Imagine tener a Tony Soprano o Michael Corleone hablando en su evento. Ellos son de ficción, Michael es real", se lee en su web. 60

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“Cuando pensaba que ya estaba afuera, me vuelven a meter”. Michael Corleone, en El Padrino III.

Por Alejandro Wall

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l tipo inclina lentamente su cuerpo hacia adelante, la cara seria, mira hacia los costados, como si algo –o alguien– de su pasado aún lo persiguiera, y recién ahí, cuando fija sus ojos en el otro, lanza las palabras. –Mujeres y alcohol. Michael Franzese, 58 años, habla siempre dejando algún lugar para el misterio. Será un tic de otros tiempos, de cuando era capo del clan Colombo, una de las cinco familias más poderosas del crimen organizado de Nueva York. Franzese era un mafioso. Ahora es un arrepentido, un quebrado, un hombre convertido al cristianismo, que aconseja a empresarios, deportistas, dirigentes, estudiantes, políticos, religiosos, y a todo aquel que quiera oír sus andanzas en la Cosa Nostra. Hace lo que se llaman “charlas motivacionales”, un rebusque muy cercano a la chantada. En su página web –a un ex mafioso no debe faltarle una página web– se dice que Michael es perfecto para programas deportivos, actividades estudiantiles, eventos de negocios, de leyes, escuelas de justicia criminal o iglesias. Es que Franzese admira al Rey Salomón, de quien conoce todas sus

citas, y conduce Breaking Out, una fundación desde la que combate la adicción al juego, un terreno que conoce de cuando solía manipular partidos de tenis, de básquet o de béisbol para llenarse de dinero con las apuestas. Ahora, según cuentan, cobra diez mil dólares por cada charla. “Imagine tener a Tony Soprano o Michael Corleone hablando en su evento. Ellos son de ficción, por supuesto. Michael es real”, dice la web. El morbo pega. ¿A quién no le gusta tener cerca esa clase de personajes para contar historias? Franzese tiene muchas. Escribió algunos libros. Blood Covenant (Pacto de sangre) es su autobiografía. Su última obra lleva como título una frase bien mafiosa, casi un homenaje al Vito Corleone de El Padrino: I'll Make You an Offer You Can’t Refuse (Te haré una oferta que no podrás rechazar). El ex capo de la mafia, el duro de Nueva York, vende sus libros rodeado de su familia, sentado a un escritorio improvisado bajo el techo de la catedral de Coventry, en Inglaterra. Un lugar sacro, tal vez ajeno a sus ex amigos bandidos, pero tan reconfortante para él, admirador de Salomón. No podía estar más cómodo. Allí participó en la conferencia Play the Game que se realizó el mes pasado, a la que asistió gratis porque, como él dice, generar conciencia es su misión. Con la imagen de Cristo a sus espaldas, Franzese explicó cómo por el negocio de las apuestas se pueden arreglar resulta-



Su vida es tan de película, que Martin Scorsese le hizo lugar a un personaje con sus características en el film Buenos muchachos.

Don King, el amo del boxeo, con el que Franzese hizo negocios.



Su último libro es casi un tributo a El Padrino. Se titula: Te haré una oferta que no podrás rechazar.



Un gángster puede oler la debilidad por el juego de una persona igual que un tiburón huele la sangre.”

dos en el deporte. Y fue tan potente tenerlo ahí que el orador que le siguió a su exposición cometió una confusión letal: “... porque como dijo Michael Corleone...”. I'll Make You an Offer You Can't Refuse no se consigue en la Argentina. Luego de haber pagado doce libras por un ejemplar, uno no sabe de quién desconfiar más, si de un mafioso hecho y derecho o de un ex mafioso cristiano. La literatura de estas pampas no se está perdiendo de gran cosa. La obra parece un texto de autoayuda, en donde el ex mafioso describe algunos de sus antiguos negocios sucios mientras aconseja a los empresarios seguir las enseñanzas de Salomón. La mafia, contrapone, sigue la filosofía de Nicolás Maquiavelo: “El fin justifica los medios”. Eso lo desaconseja. Pero hay algo en Franzese que cae simpático. Quizá por la fórmula que utiliza para dedicar todos sus libros. “To Alejandro. Amico nostro!“, le escribió al cronista de C con tinta negra. –¿Y usted le teme a algo, Michael? –se le pregunta. Franzese mira hacia los costados, impone algo de misterio, hasta que responde. –No es fácil dejar la mafia, pasé algunos años difíciles, debí mudarme varias veces. Ahora, algunos de los hombres que formaban parte de esa vida están muertos, fueron asesinados, y otros están en prisión. Yo estoy aquí. Y sólo me preocupa mi familia.

El príncipe Franzese no era un mafioso cualquiera. Era uno bien posta: juntaba paladas de dinero. Tenía mucho poder. Se llevaba entre seis y ocho millones de dólares a la semana evadiendo impuestos con la venta de nafta, operaciones

por las que recibía todo tipo de elogios, que él ahora recoge como cuando los anuncios de las películas enumeran las buenas críticas. La revista Vanity Fair lo llamó “uno de los más grandes ganadores de dinero desde Al Capone”. Fortune Magazine lo ubicó a mediados de los ochenta en el puesto dieciocho entre los “cincuenta jefes de la mafia más pesados y poderosos”. El periodista Tom Brokaw lo denominó “El Príncipe de la Mafia, tan rico como la realeza”. Michael estaba en la gloria. “Tenía intereses en los sindicatos, en la construcción, los entretenimientos, el deporte”, escribe en su libro. Vivía una vida de película. Y de hecho su figura se hizo un lugar en Buenos muchachos, de Martin Scorsese, donde Joseph Bono lo interpretó. Franzese controlaba corredores de apuestas, usureros, boliches, restaurantes, y en su agenda figuraban vicepresidentes y los CEO de las mayores compañías de Estados Unidos. Y hasta produjo dos filmes, Calles salvajes y El caballero de la ciudad. Su padre, Sonny Franzese, estaba orgulloso. “Él fue quien propuso a la familia que me convirtieran en miembro”. Sonny, jefe de los Colombo durante mucho tiempo, cumple largos años de arresto en una prisión estadounidense. Tiene 92 años. Será difícil que vea la luz más allá de esos muros y alambradas. En sus épocas de mafioso mas no de cristiano, Franzese tenía una especialidad: manipular resultados deportivos. Tenía un total manejo del béisbol, el tenis, el boxeo y el fútbol americano. “Entraba a los vestuarios cuando quería”, se jacta. Se infiltraba entre los Yankees de Nueva York, pactaba con la mafia rusa cuando los deportistas de la ex Unión Soviética

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Tim Donaghy (debajo del reloj), el árbitro de la NBA acusado de arreglar partidos.

viajaban a Estados Unidos, y negociaba con Don King si necesitaba que una pelea terminase a su medida. Todo lo podía: “Éramos dueños de los boxeadores”. Y si alguien quería escapar del negocio, Franzese ponía su peor cara de neoyorquino: “¿Querés que le vaya a decir a tu entrenador, a los periodistas, a tu familia?”. Pero un día, sobre el final de los ochenta, todo ese poder se terminó. Decidió entregarse. Rudolph Giuliani, entonces fiscal federal de Nueva York, prometió una condena de un siglo. Le dieron sólo diez años, apenas una década, aunque Franzese sólo cumplió ocho bajo la promesa de educar a los jóvenes sobre los males del crimen organizado. Michael, volcado de lleno a su fe cristiana, se reinventó. “No estaba muy seguro, pero mi esposa me convenció y así pude empezar de cero”. Camille García, su actual mujer, fue quien lo ayudó a salir de donde –como enseñó Michael Corleone– nunca se sale. Con todos los secretos del negocio bajo el brazo, Michael comenzó con sus charlas, especialmente las dedicadas al deporte. En los Estados Unidos, trabajó para las Grandes Ligas de béisbol, la NBA y la NFL recurrieron a sus servicios. Hace dos años, la ATP lo contrató para llevar adelante un programa de educación que alertara a sus estrellas sobre los problemas que traen las apuestas. Durante el Masters Series de Miami, de 2007, habló con Roger Federer, Rafael Nadal, Novak Djokovic, y algunos argentinos, entre muchos otros tenistas de elite. –¿Cómo se convence a un tenista para arreglar un partido? –pregunta el cronista de C, en el atardecer inglés, luego de que Franzese

le estampara la dedicatoria en el libro. –Mujeres y alcohol –dice, y comienza a detallar la metodología– Es muy fácil. Lo invitás a salir, le conseguís chicas, le das tragos, y en el momento justo le hacés la propuesta. Es una cuestión psicológica. Y en el tenis es mucho más sencillo porque es un deporte individual, una sola persona tiene el control. En el básquet, según Franzese, hay que ir por otro camino: los árbitros. Ellos pueden acomodar un resultado. No se trata de ganar o perder. La forma de apuesta más popular, al menos en los Estados Unidos, es el spread betting (apostar por la diferencia), en la que la mafia convence a un equipo para que gane por menos de lo que se espera. Así se hacen millones de dólares.



Sonny, su padre y ex jefe del clan Colombo, tiene 92 años. Cumple una condena tan larga que ya es seguro de que no volverá a ver la luz fuera de los muros de la prisión.

Deportistas apostadores Pero con tanto para decir, recién en la página noventa de las 155 de su libro Franzese se refiere al deporte. El ex mafioso recuerda el escándalo que estalló en la NBA durante 2007 cuando el árbitro Tim Donaghy fue acusado de arreglar partidos: “He hablado con él, y por alguna razón, sentí pena”. Donaghy, explica Franzese, era adicto al juego, por lo que no pudo –no

Thurman Munson, capitán de los Yankees de Nueva York, en 1979, cuando Franzese entraba a los vestuarios como si nada. 63

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Los invitás con tragos y mujeres y en el momento indicado hacés la propuesta. En el tenis es más facil, porque una sola persona tiene el control y la decisión.

supo– desechar las ofertas que le llegaron para hacer dinero. Para muestra, cuenta que el ahora ex juez de básquet apostó en más de cien partidos que él mismo dirigió desde 2003 hasta la temporada de 2007, cuando debió renunciar. Al año siguiente, fue sentenciado a quince meses de prisión. “Los gángsteres pueden oler la debilidad por el juego en una persona como un tiburón puede oler la sangre”, describe Franzese en su libro. “Las apuestas no sólo las hacen los espectadores, sino que también las hacen los de adentro, y ése, como se podrán imaginar, es un problema”. Los deportistas, arriesga, son grandes tahúres. –Lo sé muy bien porque los conozco, está en su naturaleza. Son una raza muy proclive al juego: una vez que entran no pueden salir–

dice el ex chico malo devenido en predicador. Esto sucede hasta hoy. Ahora mismo, en alguna parte del mundo, un enviado de los tantos clanes que manejan apuestas intenta reclutar un tenista. “Algunos jugadores me contaron historias sobre cómo recibieron ofertas”, le confió Franzese al periodista Nick Harris del diario inglés The Independent. Pero quien fuera el Príncipe de la Mafia ahora está para abrirnos los ojos. El hombre que acumulaba millones evadiendo impuestos, el que negociaba peleas de boxeo con Don King, el de Buenos muchachos, el hijo de Sonny Franzese, el que ahora cita a Salomón, recomienda a los deportistas alejarse de las apuestas, y jura que el pacto con Jesús, como se lo dice Marcos 14:24, lo ha liberado del pacto con la mafia. 

En la red de la corrupción

“E

Davydenko y Vassallo Argüello. Un partido bajo sospecha.

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sto aún ocurre”, dice Franzese sobre los arreglos de partidos en el tenis, que están más vigentes que nunca. En una investigación publicada semanas atrás por el diario inglés The Independent, se supo que la ATP puso en la mira varios partidos de Wimbledon por los extraños movimientos en las apuestas. Incluso, en un artículo anterior del mismo medio, el periodista Nick Harris aseguró que la asociación observó con detenimiento a entre seis y doce tenistas que participaron del torneo. Según escribió, en el listado había argentinos. Las sospechas nacen a partir de los movimientos que observan en las apuestas. De hecho, la agencia Betfair alertó a los organizadores del certamen londinense sobre lo que sucedió en un encuentro de primera ronda entre Jürgen Melzer y el norteamericano Wayne Odesnik. Según publicaron tanto The Times como Daily Mail, en ese partido se registró una apuesta insólita de más de medio millón de dólares a favor del austríaco, que terminó ganando el partido. Betfair avisó a la Unidad de Integridad de Tenis para que determine si esos patrones son sospechosos debido a que la apuesta supera por mucho el promedio de 150 mil dólares que suele jugarse en instancias iniciales. A lo largo de 2009 son cerca de cinco los encuentros que están bajo la lupa de la ATP, aunque en total son 45 los encuentros investigados. Por cuestiones como éstas, en 2007, el ex mafioso Franzese inició su trabajo con los tenistas más importantes del circuito. En ese año, un partido se llevó todas las miradas. Fue el que protagonizaron el ruso Nikolay Davydenko y el argentino Martín Vassallo Argüello en el Abierto de Sopot. Ese encuentro ya es un símbolo. Tres apodos fueron clave: “Djults”, “Sgenia” y “Ruster”. Eran clientes rusos que apostaban sumas exorbitantes a favor del argentino, incluso cuando éste ya había perdido el primer set. Finalmente, bajo el argumento de una lesión, Davydenko se retiró del partido, que obviamente ganó Vassallo Argüello. Betfair tomó, entonces, una decisión histórica al anular todas las apuestas. Pero la investigación quedó en la nada: Davydenko fue absuelto. Para Franzese la solución de esta problemática está en educar a los deportistas, alejándolos del juego. “Sólo de ese modo se terminará con este mal”, remata.

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mi vida y yo por carolina balducci

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iego tiene valijas tan grandes que no entran por la puerta y tenemos que abrirlas en el hall de entrada del departamento. La mujer de al lado, que tiene una perra enorme, se queja porque les interrumpimos el paso. Diego me pasa bultos de ropa doblada y yo los voy acomodando en perchas que van a parar a la mesa del comedor y, después, cuando la montaña de ropa vuelve a hacerse grande, llevo todo al placard. Este pibe tiene más ropa que yo, es increíble. Tuve que vaciarle tres cajones y embutir mi ropa en los dos restantes. Tuve que darle más de la mitad del placard para que colgara sus camisas. La verdad es que no se lo digo, pero habría quemado mi ropa porque él trajera por fin la suya. Es la primera vez que viviré con un chico y no sé muy bien qué hay que decir y qué no. Ahora me pasa una camisa de tafetán azul que no entiendo en qué evento de su vida pudo lucirla. La pongo en un montoncito de otras camisas y las entro a casa, saco nuevas perchas y empiezo a colgarlas. Abrazo toda la ropa de Diego, huele a Woolite clásico. Alguna vez me dijo que su madre le lavaba la ropa con Woolite clásico. Creo que fue el día en que lo conocí. Me pareció un maricón, ahora me encanta. Necesito doparme con algo, se me nota demasiado la felicidad y hasta yo empiezo a hartarme de mi sonrisa pedorra de minita enamorada. “Linda, ¿qué hacés? Te estoy esperando en el pasillo, la perra de al lado se robó mis medias...” Diego me encuentra oliendo su camisa azul de bailarín de salsa. La despego de mi nariz, la pongo en una percha y, haciéndome la distraída, le pregunto: –¿Ésta la usabas cuando eras tarjetero en El Summun? Diego dice: ja. El Summun era un boliche de moda en Quilmes, en nuestra adolescencia. –Los tarjeteros eran lindos, mi amor. –También eran putos. Lo dice mi hombre que hace lavar sus camisas con Woolite. Amo a mi hombre. Volvemos al pasillo, lo abrazo, me abraza. “Qué felicidad”, digo. Debo haber dicho eso un millón de veces en los últimos días. Desde el día en que nos encontramos en ese bolichito al que mi madre me arrastró para “afrontar mi destino”, de mi boca han salido muchas, muchas frases. Al principio no tenían nada que ver con la felicidad. Le decía cosas como: “Apartate de mí, demonio”. Eso lo hacía a la mañana, cuando lo encontraba a mi lado, después de haber pasado la noche en casa. Me replegaba en la cama y me daban ganas de llorar porque no entendía cómo era que otra vez estaba enamorada de una posibilidad tan incierta. Diego, oh sorpresa, tenía que pensar las

ilustracion fidel sclavo

Diego en casa cosas; porque mi actitud de la noche aquélla, cuando él supuestamente me pediría que viviéramos juntos, lo había “aterrado”. Yo le decía que si eso lo había aterrado entonces no estaba preparado para vivir conmigo, y él me decía “puede ser”. Yo le explicaba que, a veces, una se ataca y se vuelve loca y que la cosa con las minas era así: como el Hombre Lobo en la luna llena, punto. Pero todas las noches volvíamos a discutir; llegué a pensar que estábamos desahuciados, que esto no tenía arreglo y si seguíamos juntos era porque no teníamos a nadie más a quien cogernos. Es lo que le pasa a la mayoría de personas, después de todo. Pero entonces llegó ese día. Eran las siete treinta, yo estaba llegando de la oficina y encontré a Diego parado en la vereda de mi edificio, respirando humo por la boca, rociado de garúa. Le pregunté qué hacía, cuánto hacía que estaba allí y él me abrazó sin contestarme. Estaba helado, pobre. Subimos, todo el tiempo abrazados, y cuando entramos a la casa, calentita como estaba, Diego me tomó por los hombros, me miró y me dijo: “Allá afuera, el mundo es un lugar hostil”. Yo no dije nada, pensé que se le había congelado alguna función neuronal y por eso estaba diciendo incoherencias. Él me sacó el abrigo, me dijo que me sentara en el sillón. Preparó dos tazas de té y se sentó a mi lado. Traía una frazada en la mano y me tapó con ella, le dio un sorbo a su té y me dijo: “Caro, la vida es muy corta para pasarla lejos de vos”. Lo miré sin decir nada. Tomé un sorbo largo de té que me quemó la garganta. “¿Qué querés hacer?”, le pregunté. Diego me miró: “Lo mismo que vos”. Asentí, y no hubo escándalos, ni saltos entusiastas. Me sentí, por primera vez en la vida, tomando una decisión madura, en un estado de serenidad absolutamente impropio de mí. Y eso, pensé, debía ser síntoma de algo. Y acá estamos ahora, tratando de embutirnos en un solo espacio, el nuestro. Diego rescindió el contrato de alquiler en su depto y su plan, dice, es despertar todos los días a mi lado y comprarse un… –¿Un perro? –reacciono. Él juega con la perra del lado, como un pendejito, se revuelven en mi living. Esto sí que es el síntoma de algo. Diego me mira. –¿Sos feliz, hermosa? Claro que estoy feliz. Puede traer perros, gatos y víboras que igual voy a estar feliz… Creo. –Soy feliz –le digo. Él se saca la perra de encima y viene hacia mí, me abraza, me besa. Tiene un penetrante olor a perro húmedo. Tiene una camisa de tafetán azul. Tiene demasiada ropa… Me tiene a mí. 2

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