Yuku Jeeka No. 55, Abr. Jun., 2009 Editada por Agrupación para las Bellas Artes, A. C.
Presidenta Irma Arana Rodríguez Editor Sergio Anaya Consejo Editorial Margarita Montoya Gregorio Patrón Juan Manz Lilia Navarro Colaboradores
Guadalupe Duarte, Mara Romero, Enrique Moya, Francisco Aranda Marco A. Campos, Alberto Macías, Eduardo Langagne José Escobar Z., José Ma. Patrón, Carlos J. Mávita, Patricia Mexía Ruiz, Lázaro Salas Carlos Bracho Portada “Jéssica y los lirios” Óleo de Teresa Gutiérrez Yuku Jeeka es una publicación cultural sin fines de lucro. Se distribuye gratuitamente y es editada con apoyo del Instituto Sonorense de Cultura, Secretaría de Educación y Cultura del Gobierno del Estado de Sonora, el Centro de Culturas Populares e Indígenas de Cajeme y el H. Ayuntamiento de Cajeme. Agrupación para las Bellas Artes Calles 200 y Colima Gimnasio Municipal Ciudad Obregón, Sonora. México Tel. y fax 416 55 53
Benedetti Lo llaman “poeta de época” o “poeta generacional”, no sé cuál definición es la más apropiada, pero no importa tanto, lo que sí me importa es la influencia enorme que ejerció Mario Benedetti en una generación, ésa que vivió su juventud en los años setenta. Una década romántica la llamaríamos ahora y no sería exagerado si recordamos los sueños y los ideales que movían a los jóvenes de aquellos años. Claro, no a todos los jóvenes pues no se trata de generalizar a partir de la experiencia propia y de quienes nos rodean; hablo de aquellos jóvenes que compartían referencias culturales como estudios universitarios, de preferencia en carreras humanísticas o sociales, música de rock y folklore latinoamericano, barba y cabellos desaliñados en ellos, y en ellas falda larga y blusas de manta estampada en flores. Todos de izquierda, solidarios con las luchas populares y creyentes en la justicia y la igualdad universales. Todos, o casi todos, lectores del boom latinoamericano, y junto a García Márquez y Cortázar, los poemas de Benedetti. En perspectiva podemos verlo y leerlo como autor de literatura light, constructor de metáforas que rozaban con lo burdo, lo simplista y sentimentaloide, poco creativo y, eso sí, panfletario. Un escritor prescindible. Pero esto no es cierto, no podemos prescindir de Benedetti porque su obra caló hondo en una generación que tuvo muchas y muy buenas opciones literarias, pero eligió como uno de sus favoritos a este uruguayo que contagiaba de ternura al más indiferente, un poeta para abrazar y festejar. Recuerdo ahora el llanto espontáneo y silencioso de una muchacha conmovida por los versos de Benedetti. Esto lo define todo. Imprescindible es su influencia cultural, pero también lo son su novela “La tregua” y algunos cuentos que recreaban el aliento vital sepultado bajo la máscara de los actos cotidianos y su implacable persistencia. Fue mejor narrador que poeta, sin duda, pero ni siquiera esto es más importante que su reciente muerte, que la tristeza y la nostalgia compartidas por miles de lectores alrededor del mundo. Como García Márquez en la muerte de John Lennon, podemos decir ahora en la de Benedetti: Fue un triunfo de la poesía. Sergio Anaya, editor
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CAUTIVADOS POR
Benedetti GUADALUPE DUARTE ESPINOZA
Sabía que tu ida se acercaba, se anunciaba cautelosa, hace solo unos días exclamé “salió del hospital, no se ha ido, su aliento sigue”
Dice don Juan Matus, brujo yaqui, personaje de las obras de Carlos Castaneda: “Los poetas tienen su punto de encaje hacia el universo”.
Pero el reloj avanza indetenible para llegar a ese tiempo del fin, al final del viaje.
Por eso, hombre o mujer, pies, manos, rostro, no importa, lo traduce por completo a poema. Se transforma en suelo que sostiene y desde los pies un paso, lo convierte en beso. Y desde las manos, el tacto, en “acordes cotidianos.”
Larga vida tuviste de 88 años, ternura eres, te has ido. Te fuiste de tus ojos, ellos que al mirar todo lo traspasaban, esos ojos bondadosos, sabios, contenían huellas de todo lo visto, tus sentidos lo filtraban hacia tu corazón, para después salvarlos por siempre. Conviertes lo trivial en importante con la palabra, se aleja el tedio, incendias las cosas, hasta las más sencillas e indiferentes se hacen indispensables.
Pero los rostros, los rostros para él eran resplandores, veía su hechizo en ellos, eran señales, un todo, que alberga miradas, un enigma descifrado con dulzura, con franqueza. Su elocuencia brillaba en cada letra. Y tu rostro sincero y tu paso vagabundo
Tu mirada lo penetra todo, las calles, las banquetas, las paredes, la gente, la pobreza, el dolor, el aire, los paisajes, el alba. Todo lo metes dentro de ti, para expulsarlos de regreso en poesía.
Y tu llanto por el mundo
Lograste hermanarnos, éramos tú, éramos todos, sabías descifrar el sentimiento, rescatabas verdades en olvido, bellas eran tus frases que nos traspasan y cimbran, colocabas los hilos en ellas, para tejer por dentro los sueños, la rabia, la esperanza, el horizonte, el amor.
Te quiero por tu mirada, que mira y siembra futuro.
¿Cómo puede un hombre contener en sí mismo esa inmensa inspiración?
Porque lo pinto en las paredes,
¿Cómo soportaba su corazón tanto amor? Estallaba en silencio en su soledad. Y es una soledad tan desolada Tengo una soledad tan concurrida, tan llena de nostalgias Rostro de vos Mario Benedetti dejó la tierra, y en ella quedaron lazos. Cuando un poeta describe con palabras eso que nosotros no podemos y devela algo indescriptible, enciende luces por dentro, enciende la vida. Era un genio de la poesía. 2
Porque sos pueblo, te quiero Tus ojos son mi conjuro, contra la mala jornada Te quiero Tu rostro es la vanguardia, tal vez llega primero con trazos invisibles y seguros. No olvides que tu rostro, me mira como pueblo, sonríe y rabia y canta como pueblo. Y eso te da una lumbre inapagable Bienvenida No lo creo todavía, estás llegando a mi lado y la noche es un puñado de estrellas y alegrías. Palpo, gusto, escucho y veo tu rostro, tu paso largo, tus manos y sin embargo, todavía no lo creo. Sin embargo todavía dudo de esta buena suerte, por que el Yuku Jeeka, No. 55
cielo de tenerte, me parece fantasía. Pero venís y es seguro y venís con tu mirada Y por eso tu llegada, hace mágico el futuro Y aunque no siempre, he entendido mis culpas y mis fracasos en cambio se que en tus brazos, el mundo tiene sentido. Todavía
Vivió el exilio, no menos doloroso que los mártires de la historia, con inquebrantable voluntad y alto costo, por eso dejo ver en su poesía sus ideales de justicia social. Su espíritu irreverente trepó la cumbre donde habitan las realidades y desde ahí esparció por el mundo su poema “No te salves” para romper de tajo, como Babel erguida, nuestras ilusorias conformidades, dejando un mensaje “ser o no ser”, tan gastada frase pero precisa. No te quedes inmóvil al borde del camino, No congeles el júbilo, no quieras con desgana No te salves ahora ni nunca, no te salves No te llenes de calma No reserves del mundo solo un rincón tranquilo No dejes caer los parpados, pesados como juicios No te quedes sin labios, no te duermas sin sueño No te pienses sin sangre, no te juzgues sin tiempo… No te salves Sembrado en nuestra vida quedó colocado cada fragmento, me refiero a “Chao número tres”. Entrañable emoción produce en el recuerdo, es como si los segundos se inflamaran, parecen detenidos, y solo un suspiro los mueve nuevamente. Te dejo con tu vida, tu trabajo, tu gente Con tus puestas de sol y tus amaneceres Sembrando tu confianza, te dejo junto al mundo Derrotando imposibles, segura sin seguro Estaré donde menos te esperes, por ejemplo En un árbol añoso de oscuros cabeceos, estaré en un lejano horizonte sin horas, en la huella del tacto, en tu sombra y mi sombra Yuku Jeeka, No. 55
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Y ojalá pueda estar, de tu sueño en la red, esperando tus ojos y mirándote. Chau numero tres Continuar podemos, son interminables, uno tras otro, son perfectos, exactos, maravillosos, poeta… Pequeña y dulce, corazón coraza Porque eres mía, porque no eres mía, Por que te miro y muero y peor que muero, si no te miro amor, si no te miro Por que tú siempre existes donde quiera
MARA ROMERO Al que se marcha, para siempre quedarse… Tú no te puedes Morir Benedetti, sabes por qué? Porque tu consigna con las letras te hizo nuestro eterno Traductor de realidades y en ellas mismas te esconderás…
Pero existes mejor donde te quiero Porque tu boca es sangre y tienes frío Tengo que amarte amor, tengo que amarte Aunque esta herida duela, como dos Corazón coraza Te vas, como lo hicieron Neruda, Sabines y otros grandes poetas generacionales que partieron por siempre dejando su inspiración como un tesoro que nos deslumbra y estremece. Y como dijera Silvio Rodríguez: “Ahora quiero hablar de poetas, de poetas muertos, y poetas vivos… y de la tortura de ser ellos mismos, por que hay que decir, que hay quien muere sobre su papel, pues vivirle a la vida su talla tiene que doler, nuestra vida es tan alta, tan alta, que para tocarla, casi hay que morir, para luego vivir…” Adiós Mario Benedetti, genio de la palabra, nos dejas cautivos en este mundo caótico que nos inventamos. Adiós, beso tu frente en la distancia con agradecimiento. Nos dejas tu poesía de la vida, pero no conoceremos tu poesía de la muerte, te la llevas inédita. Ya nuestra intimidad es tan inmensa que la muerte la esconde en su vacío Intimidad
Y por último: El amor es el único elemento que le sirve para enfrentar la muerte.
Estarás siempre pues, de pie puntilla en cada “Táctica y estrategia que tomemos”; en la inocente vocación de poeta que siembras en todo aquél que lee tus sencillos versos; Esos que nunca aspiraron a una mal pretendida erudición, y que sin embargo, se han instalado como patrimonio universal de los que amamos y desamamos.
Porque tú, Benedetti, supiste prestarnos voz propia para edificar con tus letras nuestro paisaje, no importa de cuándo, ni de quién o de cualquier tramado recuerdo en este planeta inocente que nos tocó sentir. Nos heredas un basto universo de textos, legado de tu destino fértil que te guarda sombra, estancia del recinto de lo fragmentario de donde te recordaremos siempre; el mismo que nos hará fiel a tus versos; esos que repetiremos los que andamos en busca de este ardoroso conato de lucha que se llama vida y felicidad.
El Amor, las mujeres y la vida 4
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Repasando el círculo p
ENRIQUE MOYA
ara repasar el círculo, de Juan Manz, se nos presenta como un itinerario cuasi coral, en el cual la diversidad de voces y las diversas estrategias escriturales que dan vida a esas voces, permiten acercarse a un universo poético rico en imágenes, metáforas y complejas construcciones verbales. Voces o máscaras que van generando nuevas aristas discursivas de acuerdo con los temas o las preocupaciones estéticas del autor en un momento determinado. El territorio poético de Para repasar el círculo es muy amplio y en él convergen diversas geografías y diversos caminos para acceder a ellas. Son muchas las lecturas que sugiere esta poesía ligada a la naturaleza, al desierto (como se nos presenta en Recital en Fuga); o ligada a ciertos espacios de la herencia sagrada, (como podemos leer en Padre viejo, relectura de cosmos ancestral yaqui), o de los rituales de la oralidad del saber iniciático (como sucede en Panal de luces, que aunque se presenta como una bitácora poética de la urbana New York, lo hace desde los ojos místicos de quien ve la ciudad a través del espejismo, con las mismas ásperas construcciones de lo yermo; y, por oposición, el desierto es visto por Manz como construcciones de ciudades aún no fundadas, o fundadas en un pasado mítico o remoto. Sus poemas sugieren, como hemos dicho, diversos temas de análisis; sus construcciones verbales y el lenguaje se conectan, además, con otras áreas del saber humano y del lenguaje. Dicho lo anterior, hay cuatro aspectos de la poética de Juan Manz, que nos interesa destacar, y a los que vamos a referirnos brevemente. 1. En primer lugar, En la poesía de Juan Manz el lenguaje y la metáfora ocupan un lugar primordial. Pues el problema entre hecho objetivo y hecho narrado no siempre es posible a través del simple lenguaje. Así que el poeta Manz elige la arquitectura de la metáfora para encontrar la palabra a expresar. Así, su metáfora es más que un diseño de imágenes, una propuesta de palabra, una propuesta de nuevo signo, una propuesta de exactitud, que aproxima y al mismo tiempo expande significados. Yuku Jeeka, No. 55
Juan Manz.
Por otra parte, Juan Manz es, por decirlo de algún modo, heredero de un lenguaje que no se habla con simples palabras, o de un lenguaje difícil articular con palabras y que él intenta con sus poemas traducir. Si bien el mundo mítico yaqui y el habla ancestral han sido heredadas desde lo oral, el hecho de que ese conocimiento no se haya perdido del todo y que, además, tenga herederos 5
incluso entre los no yaquis (como es el caso del poeta Manz) se explica a través de la cosmogonía creada no sólo a través de las palabras, sino a través de las construcciones metafóricas.
Hay cierta poesía que asemeja a las construcciones de la geometría fractal, y la de Juan Manz es una de ellas. Desde varios ángulos y motivos.
Muchos pueblos indígenas han prolongado su saber ancestral a través de la metáfora, de las construcciones metafóricas matizadas o ampliadas con nuevas adquisiciones fonéticas y/o verbales del idioma invasor (o nuevo idioma, en este caso el español). Este concienzudo trabajo de Juan Manz se nota en Padre Viejo, que es, como se sabe, la forma yaqui para referirse a su más allá, a su cielo particular.
El principal de esos ángulos, es que la poesía de Juan Manz está ligada a las formas de la naturaleza; en este caso, a una naturaleza guiada desde el arbitrio de las palabras, desde el azar que dicta la imagen; desde los diversos modelos o experimentos entre adjetivo y sustantivo que Manz realiza para configurar la idea, esa metáfora que nos acerque al sentimiento de una observación, o de un sentimiento tomado desde la impresión que le causa al poeta una planta, el viento del desierto o el murmullo de de las aguas o el simple silencio.
La metáfora, las formas míticas del lenguaje y el silencio, son partes fundamentales del poema. La metáfora como prolongación del silencio o, al menos, una de sus formas concretas; la metáfora en oposición a la carencia misma del idioma. Y, por otro lado, el mito y la realidad se funden, en la poesía de Juan Manz, para crear la posibilidad de otro espacio, de otra geografía donde quepan de modo natural y con toda propiedad, todo sentimiento y emoción que mueve al poeta Manz al escribir. En la obra de Juan Manz la metáfora es el ars, el hilo rojo de la construcción escritural y vivencial. 2. Otro aspecto que nos interesa de la poética de Juan Manz, es la otredad y el significado de los opuestos que ya aparece, por cierto, en la obra de Heráclito, y que el poeta Manz lo trabaja desde una óptica especular (o dicho de otro modo, desde la alteridad, desde el espejo). Eso se puede observar, sobre todo, en los libros Contracareados y Tres veces espejo. En estos libros se puede percibir el diálogo de Manz con el Panta Rei heracliano, la síntesis poética del planteamiento de Heráclito que aparece en su Logos, sobre el significado de los opuestos y los mismos; es decir, lo que lo que el filósofo denomina: “camino hacia arriba los que lo ven desde abajo, y camino hacia abajo los que lo ven desde arriba”. “el camino abajo y arriba es uno y el mismo”. Con esto Heráclito nos afirma que los opuestos representan, al mismo tiempo, una unidad esencial. No una unidad inestable que fragmenta la realidad, sino una unidad conectada con la idea de rehacer el lenguaje, de construir formas distintas del yo personal y del yo narrador; del inconsciente, o yo, y la oralidad cotidiana (u oralidad exterior), o es decir, el otro. El libro Contracareados le entra a este difícil problema con gran habilidad. 3. El tercer aspecto que nos interesa es la relación de la escritura de Juan Manz con el comportamiento de la geometría fractal. 6
Por su parte, la naturaleza misma, a través de la diversidad de objetos que la pueblan, es geométricamente fractal, porque no puede configurarse a través de los modelos de la geometría euclidiana que son construcciones concretas. Y los poemas de Manz no buscan el compromiso con una forma determinada, sino con la deconstrucción de las formas establecidas para ofrecer otras lecturas, o mejor dicho, para permitir otras posibles lecturas basadas en otras posibles formas. Siendo así, la poesía de Juan Manz permite que sus poemas se reproduzcan en el lector y que vayan más allá de las palabras hasta el terreno impredecible y potencial de las imágenes, de la construcción fractal; de aquello que no es posible comprender sino a través del poema, del lenguaje del poeta con su forma de conectar lo irreal con lo real, o con su forma de conectar lo real que aún no tiene (y acaso nunca tendrá) palabra (o forma) que lo defina en la mente de un lector. 4. El último aspecto que vale destacar del trabajo de Juan Manz tiene que ver con la música. Sus poemas están escritos siguiendo el principio de una construcción musical. Son textos cuyo sentido persigue la armonía y cierto contrapunto entre las diferentes ideas que integran un mismo poema o una colección de ellos haciendo contrapunto entre sí, como las distintas voces que conforman una ópera. Es una poesía, además, atenta a la música del idioma, o de los idiomas, pues se nutre de otras sonoridades y musicalidades de las diversas lenguas (y matices de esas lenguas) de México, que de alguna manera son tonales, más que modales, en el sentido occidental del término. Así, la poesía de Juan Manz remite de inmediato a dos procedimientos de la forma musical: lo tonal y modal. Lo tonal se manifiesta en su poesía como juego de los contrarios (que ya hemos visto en el Heráclito que aparece en sus libros Contracareados y Tres veces espejo); esto es, una proposición y su resolución, una fuerte tensión que luego se resuelve con una especie de coda literaria que reitera el aspecto lúdico y secreto de la construcción sonora de sus poemas. Yuku Jeeka, No. 55
Y en otros textos, se manifiesta lo modal; es decir, una tensión que se mantiene y que no busca un efecto de resolución, sino que la resolución es la tensión misma que se diluye por sí sola en la idea y ritmo del poema. A modo de conclusión, estas son algunas de las posibles lecturas que ofrece una poesía rica en lenguaje, sugerencias lingüísticas, formas literarias e imágenes. Hemos intentado tomar aquello ante lo que hemos sido sensibles. Por supuesto, una poesía con tantas preocupaciones, tantas estrategias discursivas y formales, es difícil presentarla sin que se nos quede algo afuera. En todo caso sí hay que decir, que la poesía de Juan Manz, por su misma configuración, requiere de un lector entrenado. Es una poesía para ya iniciados, para personas que ya conocen los secretos…aunque haya, desde luego, versos de una transparencia y sencillez magnifica como éste de Parodia de agosto, que, con el permiso de su creador, Juan Manz, voy a leer: El espejo cepillaba sus dientes al mismo tiempo que los míos lavaba mi cara y hasta sobrepuso una sonrisa en mis labios como una especie de indulto Sólo cuando apagué la luz me supe solo Enrique Moya, Viena-Austria - Ciudad Obregón-México, noviembre de 2008
Para Juan Manz, condecoración en Perú El comité organizador del II Encuentro Internacional de Poesía “José Guillermo Vargas”, que se celebrará en Lima, Perú, bajo el auspicio de la Universidad Nacional de Cajamarca, decidió otorgar la Condecoración MIEMBRO DE HONOR y Medalla de Oro al poeta mexicano Juan Manz Alaniz. Los motivos de este reconocimiento, afirma el Comité Organizador en una carta, es “su brillante y generosa labor de promoción cultural y excelencia poética”. El evento se celebrará del 23 al 26 de septiembre en el teatro de la provincia de Bambamarca. La notificación concluye así: “Ratificando anteladamente nuestro aprecio y gratitud al generoso apoyo institucional, lo abrazamos no sin antes repetirle: VENGA A NACER CON NOSOTROS HERMANO.
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Poemas de Francisco Aranda Cadenas
Soy viento de la edad desdibujada, Soy mudanza de los campos, Soy fugaz edad tardía, Apenas amapola enrojecida,
La lengua del mar babea
Tan sólo azucena y desengaño,
Su ira en las arenas,
Sueño del girasol al mediodía,
Como mi corazón asalta
Fruta desgajada en las acequias,
Las terrazas del aire
Del otoño sola hoja entreverada,
Cuando la soledad es
La nieve en el valle deshelada.
Una ave desdichada Que yace bajo la oblicua longitud De las palmeras.
Tras la noche vencida, en esta bahía Sin nombre, hay un jazmín Muerto de ausencias y un toro
Se llena de tu ausencia mi escritura.
Helado bajo una sombra de sangre,
Regurgitando sombras, rumiando espinas
Y hay en la ventana rota
Voy junto al otoño que despeina a las muchachas.
Una niña que gime Sobre el alféizar.
De todos mis corazones, el más secreto Lo he perdido en una lenta bandada de gaviotas,
Es la soledad primera
Y los bolsillos se ensanchan de aturdida memoria
Y última
Como la tierra se dibuja de sepias y amarillos.
Cuando todo se reduce a un vago Recuerdo de la muerte.
Nacido en Málaga, España; pasé mi infancia y adolescencia entre provincias, allí donde nací, y por tierras de Almería (España), lugar en el que he trabajado la mayor parte de mi vida. Actualmente resido en Cd. Obregón, Sonora (México) donde deseo terminar la carrera de Psicología y colaborar en un proyecto de preservación lingüística de la lengua indígena yaqui. 8
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LOS HÜTTICH
y los Palmer MARCO ANTONIO CAMPOS
D
e mis ancestros ingleses y alemanes ignoro casi todo. Llegaron en el curso del siglo XIX y con la voluntad a cuestas fincaron en la tierra de los zacatecos. Hicieron los Palmer negocio de sombreros y los Hüttich o Hütting se llenaron de óxido y oro corrosivo en la hacienda minera de San Bernabé y miembros de las familias se unieron para formar descendencia. La abuela paterna, Juana Hüttich Palmer, se preciaba del árbol genealógico (aprecio que heredaron padre y mis dos tías mayores). Abuela desesperaba por la limpieza al límite, el orden maniático y con abuelo luchaba para no querernos. Cuando a su muerte padre quiso darme fotografías de ambos, volví la cabeza y miré por la ventana. Pero abuelo que traía desde Real de Catorce impregnados en la piel el olor de fosfatos y polvos ulcerantes, pintaba cuadros con pincel hábil, diría diestro, de escenas de mar, de bosques, de los grandes volcanes, de casas y calles de pueblos de miseria. La gloria artística representó para él lo mismo que los billetes usados que desechaba en el Banco de México en la década de los veinte. “Salud y pesetas”, me decía al fijar la ficha de dominó, y padre memorizaba aritméticamente al triple el juego de los jugadores para ganar casi siempre. Padre me legó del abuelo en el testamento tres cuadros y mi hermana me dio de la abuela un separador de libros. Cuando oigo el inglés de Inglaterra y el alemán de Alemania algo remueve la sangre pero desaparece pronto como señales luminosas que se apagan en el tablero electrónico a la partida del tren. Quizá, digo, quizá rayas sombrías del alma, el veneno parsimonioso de la atroz locura que sombrío cae gota a gota en el vaso del cerebro, un cierto regusto por el orden (que difícilmente aplico), provenga de esa estirpe oscura que a veces creía vérseme revelada en inviernos lluviosos de principios de los noventa en las ciudades de Salzburgo y Viena. Pero jamás visité Inglaterra, y Alemania, de pensar en sombras largas y en ciudades idénticas al color de la niebla o de la noche, me recorre de niebla un calosfrío, y prefiero oír cómo los pájaros rompen el mediodía y gorjean y trinan en los follajes de los plátanos de color de plata y aceituna en el soleado sur de Francia. Quizá por eso escribo en la pequeña terraza de un café de Saint-Rémy, en un julio de furioso sol, cerca del Mediterráneo y lejos del adiós trístido de las golondrinas. 1996
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La vida inquieta y revolucionaria de Aureliano Anaya ALBERTO MACÍAS
N
o será éste el estudio bibliográfico de un hombre que lo merece sobradamente, pues carecemos de los atributos para llevarlo a cabo, aparte de que ello implicaría una labor acuciosa y paciente, en que se tiene que hurgar datos de primera mano para poder desecar las lagunas inevitables. Será, por lo tanto, este trabajo la modesta semblanza de un ciudadano que conocimos y tratamos, lo que nos permitió palpar sus defectos y virtudes, su inquieto bregar y su obra, en fin. ¿Su nombre? Se llamó Aureliano A. Anaya. El hombre de las tres “A”, como solíamos decirle en Hermosillo, cuando por primera vez fue miembro de la legislatura sonorense, allá por lo años de 1924 a 1926, en la época de don Alejo Bay, otro amigo inolvidable que, como el que historiamos, ya devolvió “sus jugos a Deméter”. Físicamente don Aureliano era alto, bien formado, de arrogante porte y mirada penetrante y escudriñadora, Pulcro en el vestir, siempre, parco de palabras, pero contundente en sus afirmaciones, es decir, categórico pero sin asperezas, cuando defendía sus ideas. En otro aspecto, amable y servicial como pueden testimoniarlo tanta y tanta gente de la región del Yaqui que aún recuerdan, agradecidas, sus favores. Fue en ella la región del Yaqui- donde fincó sus afectos y dejó una huella profunda de su paso y de su ideológico afán. Por sus convicciones graníticas, su credo de luchador leal desde los inicios de la Revolución Maderista de 1910, sufrió persecuciones y cárceles. Su vida tuvo una odisea que irradia sacrificios y sobrados arrestos volitivos… Pero antes de referirnos a esta etapa llena de acechanzas y peligros, en que se puso a prueba el temple de don Aureliano y de quienes con él sufrieron los rigores del pretorianismo más cruel y odioso que registra la historia de México, hagamos una compilación rápida de los antecedentes de don Aureliano. Nació en la ciudad de El Fuerte, Sinaloa, el 16 de julio de 1897, habiendo tenido por progenitores a don Jesús Anaya y a doña Gabina Armenta de Anaya, noble ancianita que aun vive en la cercana población de Esperanza, con una carga de 104 años a cuestas. De ese matrimonio hubo seis hijos: Gilberto, Aureliano, Margarito, Feliciano, Pomposa y Teresa. En su juventud fue maestro de escuela y mantuvo una amis-
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tad estrecha con el coronel Plácido Vega, vástago del viejo republicano del mismo nombre, que fue compañero de armas del Héroe de San Pedro, general Antonio Rosales. Habiendo fallecido don Jesús, Aureliano y Margarito se vinieron a Sonora (1907) para establecerse en la ciudad de Álamos, habiéndose empleado en una panadería del señor Tomás Chávez. Allí, el joven Aureliano realizó sus primeras andanzas revolucionarias: militó en las fuerzas del entonces coronel Benjamín Hill hasta que, firmados los tratados de ciudad Juárez, volvió a la quietud de su trabajo. En 1911 ya tenemos a toda la familia radicada en el pueblo de Cócorit donde, ayudados por don Salvador Y. Campoy, ganadero de Fundición, los cuatro hermanos instalan una panadería por cuenta propia y no pasa mucho tiempo sin que Aureliano se incorpore a la vida pública. Lo sorprende la Decena Trágica al frente de la oficina subalterna del Timbre. El magnicidio consumado en las personas de Madero y Pino Suárez, desata nuevamente la tormenta revolucionaria y Sonora ocupa su puesto dignamente. En Cócorit, hasta donde se proyectaban los destellos de la famosa División del Yaqui, la conjura hace prosélitos y quienes arrojan leños a la hoguera son un puñado de hombres valientes y resueltos a jugarse el todo por el todo. La historia tendrá que recoger sus nombres: Aureliano Anaya, José Camalich (pionero de Cajeme y el único superviviente, cuyos pasos habremos de seguir en lo de adelante por su estrecha relación con esta parte de los sucesos que relatamos), Juan Álvarez, Ricardo Valenzuela, Crispín Acosta, Teodoro Guillén, Fernando V. Moreno y otros. Este último ocupaba, a la sazón, la presidencia municipal. Pues bien, todos ellos, acusados del “delito de conspiración contra el Supremo Gobierno” y de pretender entregar la plaza a los rebeldes merodeadores son aprehendidos por el teniente coronel Vildósola, el día… en tanto que en Bácum corrían igual suerte Eduardo Fierro, Felipe Vidaurrázaga, Timoteo Fuentes y Guadalupe Galindo, Presidente Municipal, el primero, y Secretario del Ayuntamiento, el segundo. Días antes, en Tórim, también habían sido capturados “por conspiradores” Roberto cruz, que era alcalde y Eduardo S. Muni, quien con un grupo de correligionarios se fueron de Guaymas en el lanchón “Náutilus”. Fue una hazaña temeraria. Yuku Jeeka, No. 55
El grupo de rebeldes cocoritenses fue llevado al mismo puerto y se les puso bajo custodia, con centinelas de vista. A ellos no tardó de reunirse otra “cuerda” de reos traídos de Santa Rosalía: Eduardo Casillas, Alfredo Ceballos, Patricio Aguilar, Leoncio Dórame, Salvador M. Osuna, Aureliano Medina, Gumersindo Montoya, Manuel Bonifant, Teodomiro Meza, Federico Arquega, Cecilio Gutiérrez, Germán Macedo, Manuel Ramos, Francisco Carlón y Diego Montoya, complotistas como los anteriores. La noche del 26 de mayo de 1913, días después de los sangrientos combates de Santa Rosalía, 62 reos políticos, incluyendo al periodista Carlos F. Koerdell, corresponsal de la Prensa Asociada y en cuya detención no mediaron más que intrigas, ya que era afecto al gobierno de Victoriano Huerta, eran remitidos a México, a bordo del “Morelos”, por órdenes del general Pedro Ojeda y a disposición del general Aureliano Blanquet, comandante militar de la citada metrópoli azteca. Fueron tratados peor que criminales y hasta Manzanillo hicieron la travesía amarrados. Por alimentación se les daba galletas; pero sin dejarse abatir por la desgracia, se daban “el lujo” de lanzarse puyas recíprocas. De ese modo, el sufrimiento aflojaba sus ataduras. En los primeros días de junio de aquel año trágico, ya se encuentran convenientemente instalados en el Cuartel de San Idelfonso de la ciudad de México, donde habrán de sufrir no solo las embestidas de las malpasadas, sino de los parásitos que casi los volvían locos. La pujanza que Anaya y él (Pepe Camalich) demostraban en el durísimo trance, tenían una
explicación: el uno cuenta 26 años y el otro 28. Ambos en plenitud de los impulsos nobles, en que el mismo temor de la muerte no los arredraba. Pronto los dos amigos, unidos por tan entrañable afecto, tendrían que separarse; pero antes de que tornemos a seguir el viacrucis de Anaya, diremos que Pepe Camalich había sido incorporado a un batallón de reclutas que iba a la campaña contra el zapatismo, al Estado de Morelos,. Por su preparación lo habían ascendido a cabo y aquello alivió un tanto su situación. El día que los embarcaban, logró comunicarse con una prima suya, quien se puso al habla con don Luis A. Martínez, el conocido armador guaymense y a la sazón senador de la República. Este poderoso de entonces movió sus hilos y por lo pronto se consiguió que fuese devuelto al Cuartel de Canoa. El relato de Camalich abunda en pasajes patéticos y a veces regocijados. Al poco tiempo pudo regresar al pueblo de los chiltepines para reanudar y ensanchar sus actividades. Hoy vive en Ciudad Obregón y es feliz con sus recuerdos, aunque aquéllos tiempos hayan sido matizados de negro por el infortunio. Sigamos ahora la figura central de este bosquejo. De la prisión militar de Santiago Tlatelolco, mandaron a don Aureliano y 38 compañeros más a Cayo Culebra, en el lejano territorio de Quintana Roo, donde se les relegó como si no existieran; pero en aquellos hombres seguía alentando el amor a la libertad y el odio al pretorianismo imperante que los había hecho sus víctimas (continuará). *El presente texto lo escribió Alberto Macías para el primer número de la revista “Rumbos”, que habría de circular en octubre de 1952. Sin embargo, Macías murió antes y sólo alcanzó a escribir la primera parte de este texto sobre Aureliano A. Anaya.
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El eterno motivo, de Alberto Macías Meza
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Beethoven o Vivaldi EDUARDO LANGAGNE Después de la comida, la pareja de ancianos se acomodó en sus lugares habituales; ella, en el sillón de dos plazas, una de las cuales ocupaba su canastilla de mimbre y sus estambres, además del tejido a medio hacer; él, en la vieja mecedora que rechinaba al moverse sobre la duela del piso de la habitación. Aún era temprano y detrás de la ventana ambos podían ver un parque repleto de niños cuyos gritos a veces alcanzaban a cruzar la calle y llegar hasta ellos. El viejo encendió la radio acomodada encima de un antiguo mueble, junto a la mecedora. La música apareció suave, a medio volumen, como siempre. Por la ventana podían verse algunas nubes, acaso las mismas de siempre, pasar. El viejo entrecerró los ojos para concentrarse mejor en la música. ¿Que es eso? preguntó la mujer, rutinariamente. Supongo que Beethoven respondió el hombre, sin convencimiento. Música de Beethoven había escuchado muchas veces por ese mismo aparato, pero también de Vivaldi y de otros, ¿quién puede reconocer uno de otro? La vieja tomó sus agujas y reanudó el tejido parsimoniosamente. Ya está cerca el fin de año, dijo. Mmh, murmuró el viejo, como asintiendo. ¿Tú crees que vengan Alberto y Felisa? No lo creo, mujer, no lo creo respondió el viejo intentando ser al mismo tiempo dulce y convincente. Nuestros hijos están siempre llenos de cosas por hacer. El año pasado no vinieron reprochó la mujer . ¿Estarán otra vez tan ocupados? El viejo estaba oyendo simultáneamente la música y las palabras de su esposa. Podía hacerlo. Después de tantos años de práctica lo había logrado. Los hijos no vendrían a fin de año, ninguno de los dos. Sus familias, sus ocupaciones, la distancia, en fin. Ambos vivían en otras ciudades, lejanas sin duda, muy lejanas. ¿Si no vienen cenaremos con los Garcés? comentó la mujer, como si hubiera escuchado las reflexiones del hombre. ¿Sí, mujer, cenaremos con ellos respondió el viejo. La tarde caía plomiza sobre el parque de enfrente que poco a poco se iba quedando sin niños. Conforme el tiempo avanzaba se marchaban también los adolescentes y las parejas de novios comenzaban a ocupar las bancas. La música de la radio continuaba; era otra obra ahora la que se dejaba oír. Un violín tocaba varios pasajes solo y luego dejaba espacio a la orquesta; a ratos se oía la orquesta a plenitud, y en otros momentos se escuchaba el violín tocando una melodía solitaria y algo triste, mientras oscurecía paulatinamente. 12
La vieja avanzaba con su tejido. En la memoria del viejo pasó la imagen de Carmen, la Carmen de hacía treinta años, como una película, se sabe. Carmen con su vestido gris, tarde de lluvia, un café de la calle Madero. El viejo tomándola de la mano, ambos mirándose a los ojos. Carmen con un vestido floreado. Carmen con un tapado tejido a mano. Carmen con peineta. Carmen joven, sonriente. El viejo alegre, joven. ¿Dónde estará Carmen ahora, tantos años después? Carmen y el viejo charlando en un café de Dolores. Una mesa del fondo. Carmen sonriendo. Carmen y el viejo besándose en un parque. El violín tocaba en ese momento una melodía muy suave y la orquesta, en segundo plano, acompañaba. La vieja mantenía un ritmo muy lento con su tejido y el viejo continuaba recordando. Carmen desnuda en una habitación en penumbras. Carmen riendo. El viejo intentó recordar cuántos años había durado su relación con Carmen: diez o doce, intuyó. Para un viejo es lo mismo diez o doce; o veinte, o treinta. Recordó de pronto el último día que vio a Carmen, cuando se despidió para siempre de él porque no quería seguir así; llegar a vieja, estar sola mientras el hombre pasaba las Navidades con la familia. Ella entendía; entendía muy bien. Todos esos años incluso lo había aceptado, pero había tomado la decisión: lo dejaría, lo decía llorando. El violín parecía ahora más sentimental. Había logrado dejar al viejo con un sentimiento profundo. El instrumento sonaba igual que el llanto de un hombre solo. La vieja comenzó a deshacer su tejido sin perder su tranquilidad. No haré un suéter para Alberto dijo convencida. Te tejeré una bufanda para que la estrenes el año nuevo. Sí, mujer, es buena idea, iremos a cenar afuera en el año nuevo indicó el viejo amorosamente mientras el violín tocaba con mayor intensidad otra vez junto con la orquesta. ¿Qué es eso? volvió a preguntar la mujer. Supongo que Vivaldi dijo el hombre. Detrás de la ventana podía verse el parque solo, la habitación estaba en penumbras. El violín daba las últimas notas mientras la orquesta esperaba la entrada final. La vieja iniciaba las vueltas de la bufanda cuando el viejo se levantó de la mecedora, encendió la luz y se acomodó entre la canastilla de mimbre y su esposa. Me haces mucha falta le dijo, y le besó la frente. La vieja le acarició la mejilla. Mañana será un bonito día para salir al parque comentó, mientras la música sonaba plena y brillante.
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Cajeme, tierra de acción JOSÉ ESCOBAR ZAVALA, CRONISTA DE CD. OBREGÓN. Sabido es que esta región del Valle del Yaqui comenzó a cobrar vida a partir del inicio de los trabajos, en las postrimerías del siglo diecinueve, del proyecto de riego concebido por el empresario guaymense don Carlos Conant Maldonado, tendiente a convertir esta inhóspita zona en un emporio agrícola. Para esto promovió en el vecino país del norte, con capital norteamericano, la empresa “Sonora and Sinaloa Irrigation Company”. Sin embargo, las raíces de lo que hoy es Ciudad Obregón, cabecera del Municipio de Cajeme, se plantaron a raíz de la llegada del ferrocarril, en 1907, previa construcción de un depósito para abastecer de agua a la locomotora. El lugar se identificaba como Estación Bandera. En 1920, ya con el rango de Congregación y con el nombre de Cajeme, adoptado desde el principio, esta localidad contaba aproximadamente con 500 habitantes, y funcionaban los siguientes negocios: Almacenes Comerciales, de Jimmy Manson, en donde se compraban cereales (fungía como gerente el señor Próspero G. Cota; “Maderera de Guaymas”, de la cual era gerente don José Camalich; la firma “Manuel Y. Loaiza”, vendedora de implementos agrícolas. El gerente era don Lamberto R. Díaz, que era propietario además de la “Quinta Díaz”, terreno que ocupan actualmente las casas de la colonia Chapultepec. Estaban también las tiendas de abarrotes de Francisco Esceverri (griego), Abraham Ayala, John Erhandi, y las tiendas de chinos Fu Pau, Cinco Hermanos, Juan Apo y Jesús Cinco, entre otros. Para finales de la década antes mencionada, las principales cantinas eran “La Minerva” de los hermanos Pablo y Vicente Kuraica; “El Bacatete”, de Mike Kordich; “El Gato Negro”
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Paseo campestre alrededor de Cd. Obregón.
de Cayetano Portugal; “El Salón Sur”, de Toncho Gil; “Salón Victoria” de los hermanos Arturo y Tomás Valenzuela; y “The Jockey Club”, regenteado por Lamberto R. Gaxiola, creador del saludo con el dedo meñique. En talleres mecánicos funcionaba el de la agencia Ford, y los de los señores Manuel Icedo, Felizardo Salido, Manuel López Rivera, Jesús Cardona, Cirilo Zavala, José María Villanueva, Pánfilo Rábago, José Clemente Escobar Sagrera, Emilio Manzanilla Siast y Roy Coffey. En carpinterías, la más grande era la de don Pomposo Soto; y en herrerías, la de don Aureliano García. En peluquerías, las más sobresalientes eran las de don José Quintero, Epigmenio Rizo, Plutarco Gastélum, Enrique Cruz y Pablo Urbina. De los taxistas pioneros figuran Basilio Montoya, Diego Castro, Tony Genestas, Vicente Monares, Evodio Espinoza, Gustavo Ramírez, Loreto Madrigal, José Inzunza y los hermanos Juan y Ramón Blanco, así como Jorge Amonategui (Moniati). Este último fue esposo de la maestra Guadalupe Bernal Meza. Entre 1924 y 1926 se establecieron en la todavía llamada Cajeme, entre otras personas, los señores Flavio F. Bórquez, quien dedicado a la agricultura llegó a ser Presidente Municipal; J. Dolores Cuevas, que también fue Alcalde; Adalberto Arvizu, Ramiro Ruiz, Ing. Crisógono Elizondo, Constantino y Ricardo Laborín, Antonino y Fortunato Esquer, Carlos Feutcher, Julio César Arvizu, Pablo Nestler, Federico Wholer y Herman Bruss, llamado “Tata Bruss”. Fundó el primer molino arrocero. A fines de 1924, en cuanto terminó su gestión como Presidente de México, el general Álvaro Obregón, gran Caudillo de la Revolución Mexicana, decidió radicar con su familia en Cajeme, específicamente en la Hacienda del Náinari, para dedicarse a la agricultura y a crear una serie de negocios y empresas industriales. Abrió innumerables fuentes de trabajo, 14
y siguiendo su ejemplo arribaron de todas partes del país, y del extranjero, numerosos inversionistas. Reactivó de manera impresionante la economía regional, y con esta actitud de vertiginoso desarrollo y progreso, Cajeme pasó a ser de comisaría a cabecera municipal, a finales de noviembre de 1927. Días después del trágico final del Gral. Obregón, asesinado en el restaurante “La Bombilla” de la Ciudad de México, el 17 de Julio de 1928, por unánime consenso ciudadano le fue impuesto su nombre a nuestra ciudad, quedando Cajeme, apodo del legendario caudillo de la Tribu Yaqui, como nombre del Municipio. Durante su febril estadía en estas tierras, el Gral. Obregón instaló la primera planta de luz eléctrica en la zona centro, para abastecer de este servicio a numerosas viviendas del sector. Esto fue en 1926. Un año antes, don José Camalich perforó el primer pozo para extraer agua destinada a uso doméstico, la cual hasta entonces era traída penosamente desde el canal principal de riego. El pozo en cuestión, de cuyo cuidado y funcionamiento estaba a cargo de don Matías Méndez Limón (tiempo después también fue Presidente Municipal) sigue funcionando en la Plaza Lázaro Cárdenas, antes “18 de Marzo”. Posteriormente el mismo señor Camalich perforó otro pozo en la parte oriente de la Plaza Morelos (hoy Plaza Álvaro Obregón), que dejó de funcionar durante la administración de don Abelardo Sobarzo en 1942. Volviendo al barrio pionero de Plano Oriente, fue en 1925 cuando se construyeron las primeras fincas de material, ya que antes solo habían humildes viviendas de adobe, madera y láminas de cartón. Una de esas casas fue de don Clemente Grijalva, famoso pitcher de la época, y otra de Don Vicente Monares, propietario de automóviles de alquiler. En ese tiempo era delegado de policía el señor Basilio Montoya. Ese año Cajeme pasó a ser comisaría. Yuku Jeeka, No. 55
Pequeñas
AVENTURAS
JOSÉ MARÍA PATRÓN Un sábado fuimos en una mula a traer leña de encino y de ocote. Amarramos una mansita mula en el tronco de un frondoso mezquite, sin darnos cuenta que estaba colgado un panal lleno de avispas en una de sus ramas. Andábamos buscando leña, cuando nos tocó la suerte de ver una “ilamacoa”, echándo el vaho a un sapito, que luchaba por su vida, tratando de librarse del imán que lo arrastraba hasta las fauces de aquella serpiente. Poco a poco el sapo se fue acercando, ya que cada intento de alejarse lo acercaba más, hasta ser tragado por la serpiente, y ésta lentamente lo fue engullendo, pero de pronto, se formó una bola en el cuello del reptil, era el sapo que se fue hinchando cada vez más hasta que le reventó el cuello, dejando a la ilamacoa moribunda con el cuello abierto. Entonces, el sapo ya libre, se sintió feliz y empezó a dar pequeños saltos, pero antes de continuar, con sus manos se limpió de sus ojitos las inmundicias que le había dejado el interior de la serpiente, quedando nosotros admirados de los poderes de éstos animales.
Pasado este acontecimiento, nos pusimos a juntar varios tercios de buena leña para cargarlos en la mula, la cual respingaba furiosamente, tirando colazos por todas partes. Los “jicotes” la tenían bien piqueteada. Quise desamarrarla, pero los jicotes me lo impidieron, picándome en la cabeza y en la cara; corrí lejos, espantándome las avispas. Al ver a la mula toda hinchada, que continuaba espantando los jicotes con la cola, sentí compasión, corté una rama para cubrirme con ella la cabeza, me acerqué poco a poco al mezquite y de un machetazo corté la soga, que la sujetaba; corrí con el avispero detrás de mí, que trataban de picarme sin piedad. Gracias a esto, la mula quedó libre y se alejó del panal. Esperamos que se apaciguara el enjambre. Cargamos los tercios de leña en el aparejo de la mula y regresamos a casa completamente piqueteados, contando a todos lo sucedido. Mi padre curó al animal con jugo de limón y a nosotros nos pusieron una mascarilla de lodo para quitarnos lo hinchado. Esa noche la pasamos en vela. Pero para buena suerte de nosotros, tuvimos la oportunidad de ver el aerolito más grande de nuestra vida. De pronto se iluminó el cielo como si fuera de día y se oía en el espacio un largo silbido. Nos asomamos por la ventana para ver lo que sucedía. Buscamos en el cielo y vamos viendo una enorme bola de fuego que venía cayendo en dirección de nosotros. Abandonamos la casa, despavoridos, para evitar que nos cayera encima. El aerolito cruzó vertiginosamente las nubes y cayó cerca de ahí, haciendo una enorme explosión, al tocar tierra. Yuku Jeeka, No. 55
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El otro yo MARIO BENEDETTI Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo. El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo. Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado. Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó. Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el proposito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando.Y pensar que parecía tan fuerte y saludable». El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo
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UN RETORNO Y DOS ADIOSES VARIAS DÉCADAS DESPUÉS, cuando volvió a El Polvorón, aquel pueblo no era más que un terrón de greda en medio del valle. Se quitó el sombrero con la mano izquierda y la diestra le secó la frente. Agachó la vista, vio sus huaraches cruzados Goodrich Euzkadi, de sus dedos resbaló la fotografía en sepia que conservaba desde el día en que partió a buscarse la vida en la ciudad. Los recuerdos agridulces de su infancia estaban ya lejanos y borrosos como la nube de sus ojos tristes. Toda la nostalgia de los años se desparramó por su rostro convirtiéndose en lástima al ver la choza en que nació, desvanecida a tierra dura y palos de mezquite. Meditabundo se sentó bajo la higuera que plantara su padre aquella remota tarde de verano en que los niños comían sandía hasta tener cursera, cuando los hombres arriaban el ganado y la prosperidad era lo único que pintaba al salir el sol detrás de los maizales. Tenía entonces siete años, los últimos de su niñez. A solas consigo mismo y sus memorias, Efrén Espinoza evocó el prodigioso día en que fue a Ciudad Obregón con su papá a comprar vino. Salieron desde temprano en la vieja carreta tirada por el jamelgo azabache del tío Tino, el más simpático regordete del pueblo. En la calle Meridiano se pararon a comprar unos refrescos de la Mister Q y cuando salieron de la tienda vieron en el suelo un boleto de lotería, el infante lo levantó entregándolo a su padre. -¿Pa’ que quiero ese papel?- le dijo al pequeño mientras se lo guardaba en la bolsa de su camisa Mariscal menos rota que tenía, la que usaba para salir. -Es del sorteo del radio, dicen que un señor se hizo rico con uno de esos y ya no tuvo que trabajar nunca, apá- respondió con seguridad como todo un conocedor. -Mejor vámonos, que se hace tarde y parece que va a llover, las nubes están muy negras- le ordenó a su hijo. Subieron al rodal y prosiguieron el rumbo. Al llegar al mercado municipal, Efrén sería espectador de un evento que los incrédulos después convertirían en leyenda. Caminaban hacia la vinatería cuando el cielo se partió en dos y cayó un banco de mariscos en media calle: mojarras, lisas, pargos y hasta langostas, que al caer no se hicieron ni un rasguño y que ambos aprovecharon para llevar al poblado en una cubeta. -¿Ya ve apá? Se me hace que hoy andamos de suerte- comentó feliz cuando iban de vuelta a El Polvorón, con el balde de peces recolectados y dos toneles de vino para vender al triple de precio. -Tal vez sí, morrito- y se sonrió con un dulce gesto de progenitor que quedaría intacto por siempre como una imagen indeleble en el corazón de Efrén. Yuku Jeeka, No. 55
CARLOS J. MÁVITA CORRAL
Llegaron a la aldea cuando el sol rayaba el horizonte estrechándolo en suaves matices garzos y rosados; cuando las palmeras eran sombras que parecían gigantes y los quinqués empezaban a prenderse. Entonces sus seis hermanos pequeños corrieron a recibirlos, el padre sacó de una bolsa paletas para darles. Luego, cuando los otros se habían ido, prendió la radio de pilas a un volumen que nadie, excepto él, escuchara. Estaba el sorteo de la lotería, sacó el billete desdoblándolo con cautela, y prestó atento oído. El niño gritón de la bocina dijo el primer número, que correspondía al que habían encontrado; nombró el segundo y la suerte le sonreía; el tercero, igual; así llegó hasta el último. Dio un salto de su silla de madera, subió todo el sonido y llamó a la familia con él, quería que presenciaran aquel milagro. -¿Por qué no? Ya vi caer peces del cielo este día, y en la mañana un centenar de mochomos se subió por el chorro cuando estaba orinando y me picaron por todos lados. Se me hace que hoy es mi día- le declaró a su esposa que no entendía lo que pasaba. -¿Te volviste a tomar la mercancía, verdad? Ya te dije que eso es para venderse- luego guardó silencio para oír el escándalo del aparato. Los tambores del radiorreceptor hicieron redoble y el chiquillo gritón dio el último número. Con el pulso agitado en las sienes escuchó que no era el esperado. Apagaron el audio, se quedaron serios por un momento. Efrén fue con su papa pidiéndole que entraran a la casa a comer los mariscos. Eso pareció reanimarlo. Pusieron el disco con aceite y todos cenaron lisas fritas. Nadie preguntó nada, nunca comentaron de dónde las trajeron, fue un secreto que, aunque querían contarlo a todo el mundo, no lo platicaron por ser un lazo sin voz que los mantenía unidos en un pacto especial de camaradería. Esa noche, mientras los demás dormían, Efrén y su papá seguían despiertos. El niño pensaba en ese como el mejor día de su vida, al lado del viejo, además de que el alimento le había caído mal y no le permitía descansar. Mientras tanto, el padre se retorcía aún del dolor por culpa de las hormigas. Con una lágrima en su mejilla, el añoso Efrén Espinoza se levantó, dio una palmadita a la higuera, se colocó el sombrero con la zurda y secó la lagrimilla con la derecha. Se fue del pueblo, esta vez para siempre, como llegó, caminando por la vereda en que anduvo con su padre antes de que muriera cuando él estaba a punto de cumplir ocho años. El viento sopló, y una fotografía en sepia quedó sepultada por el polvo de un pueblo fantasma. 17
En las comunidades yaquis, frente a cada casa se localiza una cruz hecha de corazón de mezquite, misma que protege la entrada de los malos espíritus. En diversas celebraciones frente a esa cruz el abogado (1) da un sermón a las personas que amarran para comprometerlas a formar parte de los fiesteros que integran una fiesta patronal. Los matrimonios se celebran enfrente de la cruz de la casa del novio y sus familiares del novio reciben a la novia y a su familia. También frente a la cruz, el maestro de iglesia (2) da consejos a los contrayentes de una boda tradicional frente a los parientes de ambos; además se entregan y reciben los alimentos que se elaboran exclusivamente para los familiares del novio. En el bautizo de los niños, los papás y padrinos, además de los padres de ambos, se presentan frente a la cruz, se dan las gracias y el saludo formal ceremonial; papás y padrinos tienen cada uno un abogado que hablará en nombre de ellos.
La cruz: Símbolo de identidad yaqui PATRICIA MEXÍA RUIZ
En la época de la Colonia se implantaron nuevas formas de vida, así como una nueva religión. Los nativos perdieron parte de sus elementos culturales y otros más se fueron fusionando con los nuevos que fueron introducidos por los españoles. Con el paso de los años, sus formas de vivir se fueron transformando y tuvo lugar una fusión entre los antiguos patrones culturales y los nuevos elementos simbólicos traídos de Europa, lo que dio por resultado un sincretismo o amalgama de rasgos culturales que actualmente se encuentran presente, en mayor o menor grado, entre todos los indígenas del país. El valor simbólico de la cruz entre los yaquis, es un claro ejemplo de este sincretismo religioso y cultural 18
El día primer de noviembre, fecha en la que se celebra a los difuntos adultos casados por la iglesia en la tribu yaqui, se les brinda el alimento que consumían en vida, y para ello colocan un tapanco o mesa hecha con horcones de mezquite y la base de arriba con varas de batamote, mismo que se coloca entre la casa y la cruz y sobre de él se instalan los alimentos que le gustaban al difunto. Cuando un padrino acompaña a un fariseo, ante la cruz que se encuentra frente a la iglesia se agradece a los padrinos de los fariseos por haber acompañado al ahijado por estos primeros tres años. Esta acción de dar gracias se realiza en un inicio porque los yaquis piensan que no saben si los padrinos estarán vivos para el siguiente año (*); el bolo lo prefieren entregar en vida al padrino, pues si este muere se le tiene que entregar a los parientes más cercanos que son los hijos de los padrinos. Durante la fiesta de la Pasión, en Cuaresma, frente a la cruz de cada casa se reciben imágenes que los fariseos exhiben ante cada una de las familias de su comunidad. En ese proceso la persona de la familia que se encuentre ahí tiene el compromiso de recibirlos colocando una cobija inmediatamente frente a la cruz y es donde se colocan las imágenes y se dan los saludos formales. Bienvenida y agradecimiento por haber vuelto a verse y continuar con la tradicional fiesta de la Pasión de Jesucristo, porque después de haberse cumplido los doce meses estaban de nuevo ahí y con la licencia de Dios esperan volverse a ver el próximo año. Después de esto los fariseos se retiran para visitar otras casas. Los danzantes pascolas y de venado empiezan a bailar en el ________________ El abogado es la persona que se encarga de representar a un grupo de personas, a los fiesteros en una fiesta tradicional o patronal, danzantes. Es una persona mayor que sabe hablar, conoce el discurso tradicional y ha tenido algún cargo dentro de la tribu yaqui. 2 El maestro de iglesia tiene su cargo impuesto de por vida desde pequeño y se encarga de dirigir las ceremonias religiosas tradicionales dentro de la comunidad Yaqui. (*)Datos aportados por Domitila Molina Amarillas, Pueblo de Pótam. 1
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inicio de la fiesta dibujando en el suelo con el dedo gordo de su pie derecho una cruz que señala a los cuatro puntos cardinales; lo hacen para protegerse y no caer en manos del mal, porque la actuación de ellos es distraer a los presentes, danzar y bromear con objetos o personas que se encuentren observando la fiesta y aunque sean compadres de alguno que ahí se encuentre se les permite hacerle o decirles bromas bruscas o graciosas. Las danzas de pascola y venado son de origen prehispánico, sus máscaras eran elaboradas de madera en color natural con formas particulares, pero a partir de la Conquista se impuso el color sobre las máscaras y le agregaron el dibujo de una cruz y las cerdas de caballo que forman ceja y barba. Otro accesorio de los danzantes es el collar hecho de chaquira y conchas de abulón o concha nácar. A esta concha se le dio forma de cruz también a partir de la Conquista. Ante la presión de los españoles de modificar una fecha impuesta por el calendario solar, y la compulsión de sembrar el maíz en el momento establecido por una experiencia de siglos, los pueblos indígenas optaron por celebrar el 3 de mayo la Fiesta de la Santa Cruz, pero atribuyéndole el antiguo sentido agrícola y acompañándola de los ritos tradicionales de los campesinos de Mesoamérica. Entre luna llena y cuarto menguante se podía cortar un mezquite. Frente a la amenaza de que los santos y ritos cristianos pudieran afectar las antiguas identidades indígenas, estos reactivaron sus mecanismos integradores y sobrepusieron a la ceremonia católica el ritual de las comunidades campesinas. La fiesta de la Santa Cruz, en lugar de someterse a los dictados Yuku Jeeka, No. 55
del ritual Cristiano, siguió siendo un rito campesino que se verificaba en la cima de los cerros, en los campos de cultivos, y actualmente es un rito campesino de petición de lluvias. En el cambio de autoridad tradicional, que se desarrolla el 6 de enero en cada uno de los ocho pueblos, primero se efectúa una ceremonia en la guardia tradicional para seleccionar a las mejores personas que deben gobernar al pueblo. En este proceso del nombramiento los elegidos tienen que estar descalzos para tener un contacto directo con la tierra; eso significa que cumplirán y respetarán su cargo; si no lo hicieran serán juzgados por su gente ante la misma cruz (pena máxima para un miembro de la comunidad que traiciona la confianza del pueblo) después de ahí los gobernadores salientes y los entrantes se trasladan al templo. Los gobernadores salientes entregan la vara de mando a los nuevos gobernadores mediante unas palabras del maestro, frente al altar del templo y con los pies descalzos. Nuevos gobernadores sumen así la responsabilidad que les transfieren no los hombres sino su cultura milenaria. 19
Son ocho los pueblos yaquis y visitamos siete de ellos en cuatro días durante esta Semana Santa 2009. Con asombro pudimos ver cómo en cada uno se hacen al mismo tiempo las mismas ceremonias. Pero en Vícam pasando la vía del tren nos esperaba una tremenda experiencia. Cada día ocurrió algo inesperado y nos impactó mucho el Sábado de Gloria. Todo estaba listo. Algo importante seguía. Por que hasta ahí iniciaban las danzas. El Conti es un lugar alrededor del templo, lleno de gente al que llegan los danzantes descalzos, cuatro de ellos ataviados como pajkóolas (pascolas), y uno como venado con un lienzo blanco que cubre sus ojos y cabeza. Con el dorso descubierto, con cinturón de pezuñas de venado y en los tobillos “tenebois”, sonantes capullos de mariposas. En medio del Conti se abre una cortina en el momento que la Gloria está ahí y la fiesta empieza. Quizás 200 yaquis participaron formados en dos filas al interior y fuera del templo con diversos rangos que van desde pilatos, capitanes, cabos, fariseos, sosteniendo en su mano derecha ya sea un estandarte, lanzas simuladas con palos y espadas de madera. Cada uno con sus vestiduras para la oración, la mayoría con el rostro cubierto o con máscara de fariseo. Al acabarse las oraciones se corre la cortina y entran en júbilo sus maracas, comienzan a sonar sus bules. Simulando los movimientos de un venado cual si fuese en realidad, danza con vigor junto a un torrente de guerreros yaquis, que entran a saltos veloces gritando “Gloria Gloria” y el venado salta, danza, con vigor majestuoso al ritmo del tambor, de la flauta y de otros instrumentos de sonido. Todo ya es alegría, después del luto del jueves y viernes, lanzan pétalos de flores rojos, y confetis de colores, es un torbellino de felicidad que inunda. Los Yaquis sí saben vivir la Gloria La emoción espontánea que se vive en ese momento es a tal grado de lágrimas de felicidad que se tienen que retener porque ni ellas sepueden distraer esos momentos. Lloro por dentro, con la sonrisa en los labios, sin creer lo que estaba viendo.
Cuatro días en territorio yaqui GUADALUPE DUARTE ESPINOZA
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Entonces comprendí ese día tan simbólico. Por qué Cristo entró en la Gloria. Es como si todos los presentes viviéramos momentos de otro mundo, de otro plano, un mundo real traído aquí a nosotros pero que no lo merecemos, porque somos una sociedad contaminada por absurdos, alejados de las cosas sencillas de la naturaleza, de la pureza que tiene la flor de venado. Y me pregunto: ¿Quién eres tú, Yaqui, que puedes tocar la gloria y traerla aquí por instantes a la tierra? ¿Qué fuerza tiene tu linaje que lleva desde la pureza de un venado, la dulzura de una lengua, hasta las cualidades de un guerrero: voluntad, Yuku Jeeka, No. 55
indescriptible, ahí no hay tiempo, no existe, es la misma danza ancestral, mágica. Y sólo los Yaquis pueden danzarla así Cómo lograron traerla desde tan lejanas distancias del tiempo a este tiempo de nuestra cargada “civilización” tan miserable, tan desprovista de valores reales y con una aplastante indiferencia resultado de un egoísmo e individualismo en el que estamos inmersos. La respuesta es: La trajeron intacta por el túnel de la tradición, custodiada por ellos. Y sólo los Yaquis pueden hacerlo Y sólo los Yaquis pueden lograrlo En la enramada, la tarde del Sábado de Gloria comienza con la danza de los pajkóolas y del venado a la puesta del sol. Suenan los bules con semillas del danzante y las flautas y el tambor de un anciano yaqui, muy anciano y enfermo por cierto, y sin embargo como un guerrero yaqui marca la melodía, su espalda erguida y con increíble experiencia salen sus notas venidas de tiempos ancestrales. Y con la mirada perdida de los danzantes en el horizonte, brilla el sol que se va dentro de sus negros ojos, tras El Conti ubicado al otro extremo, a menos de 100 metros de donde bailan también los ejecutantes de la Danza de los Matachines con sus gorros cónicos de listones coloridos. Con devoción bailan sin parar, suenan sus bules durante las largas horas de la oscura y fría madrugada. Sorprende el venado, semidesnudo, soportando el frío bajo la enramada a la intemperie, ejecutando la manda diez, veinte o más veces, durante la noche hasta el medio día siguiente. Espera su turno, inmóvil sin hablar, con los ojos cubiertos por el lienzo blanco, erguido, sereno; tiene esa maravillosa capacidad de asumir “El Ser” no humano, sublime, un ser venido de la magia, presente en la alabanza. Y cuando danza, todo vibra, chispeante, con movimientos exactos de venado, y golpea el suelo para que la tierra no duerma, mientras en el cielo las estrellas son testigos. No es una noche cualquiera. Es la noche del Sábado de Gloria y la madrugada del Domingo de Resurrección. Y solo los Yaquis pueden hacer eso Danzan durante la madrugada, incansables, con devoción de guerreros, una y otra vez lo hacen como si fuera la primera vez. Mientras al pie de la enramada, en la llanura, duermen más de 100 yaquis que hacen manda sin sus ataviajes. Días antes participaron como fariseos, cabos, capitanes, chapayecas, todos duermen en el suelo separados de sus familias, envueltos en cobijas; apenas les llega el calor de una fogata, pero no están solos, un venado los acompaña a la nota de la flauta y el tambor y les enseña el camino al infinito. Se lo merecen por que durante muchos, muchos días, cumplieron y sobre todo en los últimos días. El venado danzante vela sus sueños. Yuku Jeeka, No. 55
II Nuestra estancia con los yaquis fue del jueves al domingo de Semana Santa como huéspedes de la guardia tradicional de Vícam estación. Fuimos testigos de todas sus actividades religiosas llenas de seriedad, voluntad, devoción, firmeza, templanza, sencillez. Son humildes con carácter guerrero. No duermen en esos días y celebran sin descanso. Recorren los pueblos a pie, erguidos, altivos, con inmenso respeto. Realmente son momentos de duelo, reflexión y recogimiento. Desfilan formados cual si fueran un ejército con estandartes religiosos, y sobre todo con una oración interior en silencio, hacen una cruz con los pies en sus pasos y sus sandalias de tres correas simbolizan la triada divina. En su pecho llevan colgado un símbolo que representa la flor roja del venado, el espíritu. Todo es simbólico, aquí los símbolos cobran vida, llevándolos no sólo por sus ritos si no haciéndolos realidad con la acción. Si se trata de la noche de tinieblas realmente se vive eso, porque se castiga con tres chicotazos. Lo que se siente es real porque saben que no solo son los latigazos que recibió Jesús hace dos mil años si no por que internamente cada uno de nosotros los recibimos. Con las oraciones del viernes y en un duelo que realmente existe, se impregna la atmósfera de esa tristeza del alma porque hubo y hay una crucifixión y con ella viene la reflexión. En la procesión yaqui no hay una ceremonia de crucifixión a diferencia de otros actos religiosos, sin embargo, en ese lugar cada quien tiene un estado interior en sintonía con esa veneración. Una por una, centenas de veladoras, cirios y flores se ofrendan mientras que un “maistro” anciano junto a otros integrantes de la tribu, mujeres y hombres, consagrados a la oración, hacen los rezos en latín, español y en lengua yaqui. Y las cantoras, mujeres con rebozo de varias edades, la mayor parte ancianas, entonan cantos tristes en lengua por el duelo; su mística es sencilla porque ya de por sí son humildes, con sus manos morenas trabajadas por la leña de la cocina donde tantas veces alimentaron a sus familias, ternura da verlas postradas ante el altar, con sus rostros serios de mujeres yaquis. Los yaquis no cuentan con diáconos o clérigos oficiando, no los necesitan. Sus ceremonias son absolutas. Practican la enseñanza, no lo enseñado y sintetizan, son prácticos. Ahí no hay palabra muerta, sus acciones viven. Ahí no es solo recordar un Cristo histórico, si no hacer vivo en ellos el sacrificio que cada uno ofrenda, en los actos encuentran la enseñanza, por eso su conocimiento es grande, saben ver.
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Son valientes, invencibles, en sus tradiciones está la fuerza oculta. La gente les llama “ritos paganos”, pero ¿qué son “paganos”? ¿Acaso la fuerza crística o de Dios es de alguien en particular? A los yaquis eso no les importa, ellos van más allá.
En la conquista hace siglos los españoles venían a hablar de Dios, un Dios que existe lejos en las alturas para supuestamente evangelizar a los indígenas mesoamericanos y estos lo aceptaron por que ese si era el Dios pero con el que se comunicaban aquí cerca directamente y se lo demostraron entonces a los conquistadores, y con asombro y envidia, estos trataron de destruir esas creencias indígenas.
Los yaquis lo demuestran con hechos. ¿Cuáles paganos? Mientras que los yoris los llaman paganos, durante Semana Santa ellos, los yoris, se embriagan en las playas acompañados de música a todo volumen
Con los yaquis no pasó esto por que nunca fueron conquistados y nunca les destruyeron sus creencias. A diferencia de hace siglos, a nosotros no nos da envidia y si asombro, nos da esperanza.
Los yaquis guardan esos días y no tocan ni el tambor ni la campana ni cantan ni danzan ni beben alcohol, apenas comen, no duermen, para ellos son días de duelo. El conocimiento religioso no se queda en teoría lo llevan en su vida a cada momento, lo viven.
Yo no soy quién para hablar de la tribu yaqui, solo se que podemos asomarnos a ella, a tal grado que deseaba quedarme con ellos en la tierra del Bacatete, con un techo inmenso de estrellas.
Y mientras en las playas algunas personas yoris quizá celebran alguna misa provisional para cumplir con su religión, después continúan con la diversión en sus supuestas vacaciones. Por otro lado los yaquis oran de día y de noche, días y días continuamente sin parar, caminando largas distancias en sus procesiones y no lo hacen solo por ellos y por su gente y por su tribu, si no también por todos nosotros. Se dan, ellos dan.
Santos García Wíkit, escritor poeta yaqui y traductor de la lengua yaqui, prefirió quedarse en su tierra hasta su fin aunque fuera en completa soledad y con fuertes inclemencias antes de morir, pudo haber fallecido en otros países con comodidades y elogios pero prefirió aquí donde se quería quedar. Su cuerpo fue enterrado en Loma de Bácum frente al Bacatete. Su palabra no está enterrada, está libre, en pleno vuelo.
Los yaquis lo equilibran todo, por que saben manejar las fuerzas, conocen la dualidad, ellos saben de donde vienen y saben dirigir sus actos por eso saben a donde van. Mientras los de la ciudad somos ignorantes, débiles, vulnerables, no sabemos manejar nuestra energía, la perdemos en emociones negativas, absurdas, vamos de prisa a todos lados sin llegar a ninguno, estamos lejos, muy lejos de tener su temple y valor. Los que vivimos en la ciudad un solo día cualquiera no soportaríamos pasar por lo que ellos viven con sacrificio. Si cualquiera de nosotros tuviéramos que estar sin dormir, casi sin comer, casi sin descanso, marchando en las procesiones y orando al mismo tiempo, vigilando su entorno, alerta hacia adentro y hacia fuera, sin quejarse, concentrados con devoción durante muchas horas, muchas noches, con frío con viento, con lluvia, ni un solo día aguantaríamos, saldría la queja, la debilidad mental y física. Los yoris no cuentan con esa fortaleza, ese espíritu. Nos hemos debilitado con tanta diversión barata, televisión, cine, internet, celulares, con tantas impresiones cotidianas, charlas vanas que no dejan nada, nos hemos mecanizado tanto hasta quedarnos vacíos por que no dejamos lugar a la reflexión y nos olvidamos de la naturaleza. Al contrario la tribu yaqui forja a sus niños incluyéndolos. Los hacen participes, por que son integrados sabiamente a sus tradiciones. Les infunden fuerza que los templa, conforme van creciendo hasta convertirse en hombres yaquis con todos los atributos que lleva su sangre, memorias depositadas con luz. 22
Yuku Jeeka, No. 55
Con sueños errantes convoco sus voces con signos inciertos apreso su aliento. Tres calaveras En noche cerrada Después del inicio El cero se aclara... Convoco la antigua estrofa Sobre mármol de luna Y espejos... En el tinto del claro De amores galantes Platiqué con los muertos. De rosas marchitas anhelos difuntos suspiros ahogados y dalias perdidas secretos contaban penas añejas. Yuku Jeeka, No. 55
LÁZARO SALAS LAPIZCO
Ayer platiqué con los muertos En vidrio pulido Y plata engarzada.
Poemas malditos de la rosa negra De roces de pieles Y mustios desdenes De ayeres amargos Hablaba con ellos.
Tres pasos en noche cerrada Tálamo de luna Tinta escarlata Formen la triada
En medio de ellos Salitre de siglos Herrumbre de ensueños Se encuentra.
un “veritas” coloco y tres animas danzan en mi claro
Sentado en el frío Platico con ellos Entre bruma de cieno Y tierra agotada Las piedras coloco Advierten la entrada voces lejanas susurran... prohibido es relatar misterios... secretos...
en vidrio pulido plata engarzada sus descarnados rostros encuentro voces malditas amores galantes almas perdidas
una advertencia colocan...
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v CARLOS BRACHO
v
ienen los vientos del norte y barren la superficie del Valle de México. Caen las aguas de las lluvias julianas. Las tormentas dejan caer las gotas del líquido vital. Todo luce lustroso. El campo reverdece, las flores aparecen por todos los rincones, los árboles absorben desesperados el néctar de las nubes; en la ciudad, las calles tienen un halo distinto, las paredes de las casas, las fachadas se lavan y reviven sus colores, las banquetas se libran de los polvos cotidianos, los prados toman nueva vida y las plantas se alzan orondas y ecuménicas. Es el concierto de primavera y los cantos del verano, son los meses del gozo, los meses del baile y de las vacaciones infantiles, son los días largos y fastuosos, plenos de sol que también coopera con sus rayos candentes y cargados de calor, es la época amable y dulce del año, son los tiempos de la risa, del amor y del placer, de los días de campo, de la visita a los lugares elegidos, del paseo por la Alameda tumultuosa, del festín visual de los palacios del México de antaño, de la gira familiar a los Dinamos, de la caminata por el pueblo de Contreras, y de la salida a los canales y vericuetos xochimilcas, sabrosos días en que los precavidos sacan del armario añoso el paraguas señorial y la gabardina inglesa y el impermeable inconfundible. Todo bien. Todo perfecto. Sí, señores. Sí, lectores inconfundibles, bullangueros y paseadores, la naturaleza no falla, los elementos cíclicos cumplen su labor ancestral y hacen su tarea de siglos: los calores se presentan con categoría meridiana, los fríos se presentan en el momento preciso, y no antes ni después, sino justo cuando el reloj lo marca, las lluvias aparecen por los cielos sin faltar a la cita, sin fallar, pasan los días, los meses, los años, los siglos y ellas aparecen siempre nuevas, siempre gratificadoras, siempre puntuales, y los otoños y las primaveras, acuden como amantes primerizos a una cita añeja y milenaria…Bueno, se preguntará el lector puntilloso y pluscuamperfecto: ¿qué es lo que empaña esta fiesta ecológica, qué hace que las estaciones renovadas no nos lleguen con los frutos y los parabienes y los regalos que dicen encerrar qué es lo que provoca que el bien que traen se trastoque en signos funestos, qué es lo que hace que los dones de la naturaleza pródiga no nos colmen plenamente, qué determina que el maná se convierta en hiel? Creo, lector enjundioso y no panista, que la respuesta la tenemos usted y yo, y es fácil: lo que empaña todo, lo que echa a perder esos dones, y los trastoca, lo que no permite que se goce a cabal plenitud de los tesoros que la naturaleza nos manda, son por ejemplo, “los errores de diciembre”, los robos, los asaltos, la impunidad, el doble lenguaje de los meros meros, la indecisión, la falta de dirección política, la insensibilidad, el dichoso discurso oficial que dice una cosa y en la realidad, en los hechos, representa otra, el desacato a los mandatos de ley, la violación sistemática a los derechos ciudadanos, el engaño, el olvido, el entierro de los anhelos populares de tener en la cárcel a los grandes autores del desastre financiero, moral y político de la nación mexica. ¡En fin, son tantos y tantos los motivos del lobo en el poder para agredirnos y para faltarnos al respeto! Ese conjunto de violaciones es el que da al traste con la belleza y la carga beatífica de la señora naturaleza, ¿no? Creo, pienso…Vale. Abur.
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