Benedicto XVI. Una mirada cercana

Cuadernos de pensamiento político Benedicto XVI. Una mirada cercana UIS VALVERDE PETER SEEWALD Benedicto XVI. Una mirada cercana Palabra, Madrid 2

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Cuadernos de pensamiento político

Benedicto XVI. Una mirada cercana UIS

VALVERDE

PETER SEEWALD

Benedicto XVI. Una mirada cercana Palabra, Madrid 2006, 315 págs.

No han sido pocos los que como consecuencia de muchos años de lucha, aparentemente teórica, contra las ideas del entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, se han olvidado de preguntarse y de saber quién es Ratzinger, cuál es su pensamiento, cómo es su vida. Se hablaba, se escribía, se regurgitaba sobre las acciones y la intención subyacente en las decisiones de quien consideraban la encarnación de una nueva forma personal de Inquisición. Paradójicamente, la edición de sus obras teológicas tardaba una media de diez años en traducirse al español. Ítem más, en no pocos círculos laicos, y también en los católicos, la lectura de su autobiografía y la repetición reflexiva de los argumentos de su libroentrevista –escrito eje en la recepción del Concilio Vaticano II– con Vittorio Messori, Informe sobre la fe, producían más de un sonrojo, al tiempo que solía ir acompañada de una acusación de integrismo y ausencia de pasión por una modernidad no certeramente definida

para quien era un fan del pensamiento del profesor Ratzinger. Durante demasiados años nos habían construido un imaginario social de y sobre la figura del responsable del dicasterio romano de la Doctrina de la Fe que, ahora, parece no corresponderse con la realidad. O nos estaban engañando o la persona ha cambiado sustancialmente después de aceptar el anillo del pescador. Parece más bien lo primero, dado que lo que la teología escolástica denominaba «gracia de estado» nunca modifica sustancialmente la naturaleza. Este libro de Peter Seewald, que no es propiamente una biografía sino un retrato-relato, nos ofrece una ayuda indiscutible para encontrarnos con Benedicto XVI desde otras claves y, así, darnos cuenta de que si podemos decir algo del hombre, del sacerdote, del profesor, del obispo, del cardenal y del Papa es que ha sido, y es, una sorpresa tranquila. En uno de los últimos números de la revista internacional 30 Días, cercana al movimiento Comunión y Liberación, hay JULIO / SEPTIEMBRE 2006

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una muy interesante entrevista al que fuera prefecto de seminario, compañero y amigo del Papa, el profesor alemán Alfred Läpper. De la época de estudiante del seminario de Freising, cuenta que nuestro Papa «era como un trapo seco que se empapa de agua casi con avidez. Cuando encontraba algo nuevo en el estudio, que podía corregir o abrir nuevos caminos con respecto a lo que ya sabía, se llenaba de entusiasmo, no veía la hora de podérselo comunicar a los demás». El Papa ha buscado, en la clave del pensamiento de los clásicos, el tránsito de lo que Aristóteles denominó «vida lograda» a lo que san Agustín delineó como «vida perdurable». Siempre quiso ser un maestro, porque había sido un buen discípulo: «El cardenal que yo conocí –asegura el autor– tenía una enorme paciencia, era un maestro espiritual que daba respuestas. Allí estaba, hablando conmigo, una persona que entiende a los hombres, que ha conservado la viveza de la juventud». La relación con el maestro Söhngen, el caso de la tesis doctoral con Schmaus, o su idea sobre la filosofía que les enseñaba Arnold Wilmsen son algunas de las cuestiones que aparecen en este libro, que coincide con las últimas declaraciones de la entrevista al profesor Läpper, a la que antes hacíamos referencia: «Él no sabe fingir. Lo que más le duele es cuando alguien no es sincero, cuando la gente finge. Esto le hace daño. Por eso le duele cuando la liturgia se reduce a teatro. Porque –dice él– no es así como se trata a Jesucristo», concluye Läpper. El periodista alemán Peter Seewald es un converso, en la acepción primera de la palabra y en una acepción, diríamos,

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simbólica. Es un converso a la fe católica desde la militancia comunista y desde la asimilación, acrítica, tal y como lo cuenta en este libro, de las ideas dominantes en el panorama intelectual y mediático europeo posterior a la revolución del 68. Y es un converso a Ratzinger. Su biografiado le ayudó a entender que la Iglesia tiene un proyecto de modernidad para nuestro tiempo, que nace de la gran tradición del pensamiento y de la vida de los seguidores de Cristo. Cuando Seewald dejó su trabajo en las revistas Spiegel y Stern para iniciar la aventura del Süddeuttsche Zeitung, la clave del periodismo de sentido le condujo a encontrarse con la realidad de Joseph Ratzinger sin más pretensiones que dejarse llevar por la memoria y el pensamiento del cardenal. Fruto de estos encuentros son los dos libros de entrevistas La sal de la tierra y Dios y el mundo, que, por otra parte, son unos magníficos segundo y tercer plato de este banquete intelectual en compañía del hoy Benedicto XVI. Este libro, que formalmente se pudiera encuadrar en los de género periodístico, con un lenguaje no especializado, con cierta estructura argumental cronológica en el desarrollo de los capítulos y temática respecto al contenido de las cuestiones abordadas, se lee con facilidad. Indudablemente, hay que referirlo a dos criterios que lo consolidan: la autobiografía del cardenal, que en España se editó con el título de Mi vida. Recuerdos (1927-1977) (Ed. Encuentro), y la experiencia del autor de la biografía durante el periodo anterior y posterior al cónclave. No está exento de ciertas repeticiones y de ciertas lagunas en los conecto-

Cuadernos de pensamiento político res argumentales, más propias de la inmediatez y de la presión del tiempo. Nos encontramos, por tanto, no ante un clásico de la biografía al uso, sino ante un boceto interpretativo, especialmente del pensamiento del hoy Benedicto XVI. Un esbozo que ofrece algunas claves significativas que hay que tener en cuenta a modo de hoja de ruta para acompañar este pontificado. ¿Cuál es, por tanto, para este periodista alemán el secreto de Joseph Ratzinger? Benedicto XVI tiene un sexto sentido para la verdad, para saber si alguien dice la verdad y para dar a conocer la verdad. Es el Papa de la verdad sin rupturas. Conoce y vive, vive y conoce lo que san Benito dejara como legado a sus monjes: «Por la exaltación se baja y por la humildad se sube». No en vano, cuando apareció en la logia de la Basílica de san Pedro, momentos después de ser elegido sucesor de Pedro, se definió a sí mismo como «un humilde trabajador de la viña del Señor». El teólogo William May dice en este libro que «los creyentes sencillos tienen un sexto sentido para reconocer cuándo alguien dice la verdad». Éste es el punto de conexión entre el pueblo, la gente sencilla, los hombres de fe y razón sincera con el Papa. Un ejemplo: llevó con mucha serenidad la humillación que sufrió cuando la coalición municipal de la ciudad donde ha sido obispo, Munich, rechazó nombrarle ciudadano de honor. El Papa Ratzinger es una persona muy popular. Lo era en su época como profesor, lo fue en la de Prefecto y, en otro sentido, lo es en su actual ejercicio de la misión de conducir la barca de Pedro. Recuerda el periodista Peter Seewald que «después de la conferencia que el

teólogo Schillebbeckx pronunciara sobre el nuevo camino de la Iglesia, al día siguiente se celebró una mesa redonda en la que participaron los profesores Küng, Seckler, Ratzinger y Neumann. En la apasionada discusión, Ratzinger no abrió la boca. De repente comenzaron los asistentes, al unísono, a gritar: «¡Que hable Ratzinger!, ¡que hable Ratzinger!». Cada una de las páginas de este texto es una sorpresa, como sorpresa y novedad es siempre el encuentro con la vida de otra persona. No sólo por la significativa aportación de algunos detalles más o menos curiosos –sirva de ejemplo el dato de su relación con su director espiritual, el benedictino Frumentius Renner, del monasterio bávaro de St. Ottilien am Ammersee–, sino por el respeto con que siempre se dibujan los perfiles y los contornos del alma humana y espiritual de Joseph Ratzinger. Por más que se empeñe el escritor en poner sobre la mesa su experiencia con el Papa, podemos decir, sin rubor, que el biografiado acaba invadiendo al autor de la biografía. Puede ser cierto que Benedicto XVI es un Papa para ser leído y no tanto para ser visto y oído. Lo que está claro, como se recuerda en el libro, es que si hemos «salido más o menos ilesos de las crisis de la última década no es mérito de los profesores de teología, sino del pueblo llano, que sabe poner las cosas en su sitio». Y quien esto dice es, al mismo tiempo que cabeza del colegio apostólico, probablemente el teólogo vivo más serio y acreditado. No olvidemos que cuando la Sorbona organizó un ciclo de conferencias sobre el futuro de las religiones, a quien llamó fue a Ratzinger; que cuando Jürgen Habermas quiso dialogar con el

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pensamiento creyente, en la Academia de Teología de Baviera, en presencia, entre otros de Robert Spaemann y Jürgen Moltmann, con quien lo hizo fue con Ratzinger; y que cuando el otro presidente del Senado italiano, Marcello Pera, se planteó escribir un libro sobre cuestiones comunes que afectan a la definición del Occidente, lo hizo junto con Ratzinger. Ya en el libro de su vida confesaba que este tiempo es «un tiempo que me conmueve tanto más profundamente cuanto más vivo en él y con él». Un tiempo que no facilita la maduración de lo personal y que, sin embargo, ha permitido, y valorado, que nuestro Papa haya sido siempre el más joven de entre los de su generación, como docente en el seminario –con 24 años–, como catedrático –con 31–, como cardenal –con 50. En Benedicto XVI. Una mirada cercana nos encontramos un diagnóstico certero del presente mediante el método de la teoría de los espejos. Las opiniones de Ratzinger dan forma al reflejo de las grandes tendencias y preocupaciones del pensamiento contemporáneo. En su opinión, la sociedad tiende a hacer, en los más variados campos de la política social, experimentos ajenos no sólo a la fe sino al raciocinio. De los múltiples testimonios, habría que destacar el del teólogo de Munich, Eugen Biser, quien señaló mucho antes de que el cardenal bávaro fuera elegido Papa: «Quedará el recuerdo de una persona que ha sacrificado a su cargo gran parte de su sentimiento, de su vida y de su felicidad. Que ha sabido impedir situaciones perniciosas, más de lo que ha salido al dominio público. Quedará el recuerdo de un teólogo que ha sido capaz de hacer

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algo que nadie esperaba ya: el redescubrimiento de la Iglesia. Que ya antes ha sabido sentar las bases para el futuro, a fin de superar la crisis de la Iglesia». Hablar de Joseph Ratzinger es hablar de la Iglesia. En 1970, en un artículo sobre la «Iglesia en el año 2000», escribía el hoy Papa: «El futuro de la Iglesia sólo puede venir y sólo vendrá de la fuerza de aquellos que tienen raíces profundas y que viven de la plenitud pura de su fe. No vendrá de aquellos que sólo hacen recetas. No vendrá de aquellos que sólo eligen el camino más cómodo. De los que esquivan la pasión de la fe y declaran falso y superado todo aquello que exige esfuerzo del hombre, que le cuesta superarse y que exige que se dé a sí mismo. Digámoslo de modo positivo: el futuro de la Iglesia estará marcado, también esta vez, como siempre, por los santos. Por personas, pues, que captan más que sólo frases huecas que están de moda». JOSÉ FRANCISCO SERRANO OCEJA

Vecinos alejados IGNACIO CEMBRERO

Vecinos alejados. Los secretos de la crisis entre España y Marruecos Galaxia, Gutenberg/Círculo de Lectores, Madrid, 2006, 277 págs.

Marruecos es capital para España, pero el desconocimiento que de este país hay entre las élites nacionales es inmenso. Como prueba de lo dicho está la afirma-

Cuadernos de pensamiento político ción de que Marruecos se encuentra a 14 kilómetros de España, en alusión a la distancia del estrecho de Gibraltar, cuando entre ambos países hay frontera terrestre en Ceuta y Melilla. Es decir, muchos periodistas, juristas, catedráticos y políticos reconocen, de manera consciente o no, que las dos ciudades no constituyen parte de la nación española. Entre nosotros viven, legal o ilegalmente, cientos de miles de marroquíes que no pueden sobrevivir en su país; con Marruecos España mantiene diversos contenciosos como la reivindicación de parte de nuestro territorio, la delimitación de las aguas territoriales, el contrabando, el control de la inmigración y la descolonización del Sáhara Occidental, pendiente desde 1976. También es Marruecos el último país con el que el Ejército español ha tenido combates en el siglo XX. Para colmar el desconocimiento sobre nuestro agitado vecino es adecuado el presente libro de Ignacio Cembrero, veterano corresponsal del diario El País en Rabat. El prestigio del que disfruta el autor entre las clases dirigentes de España, Marruecos y Francia le ha permitido el acceso a personalidades y testimonios con los que ha elaborado su libro, excelente tanto por su documentación como por su objetividad. Prueba de lo que decimos es la diversidad de fuentes que cita, desde una entrevista al rey Mohamed VI en enero de 2005 a un cuestionario respondido por el ex presidente del Gobierno y presidente de la FAES José María Aznar. El tópico entre los españoles es que Marruecos es un coto francés, pero Cembrero subraya que España es cada

vez más importante para el régimen alauí por tres motivos: la postura española en la descolonización pendiente del Sáhara Occidental; las crecientes inversiones españolas (incluido el contrabando en la frontera con Ceuta y Melilla); y la condición de los medios de comunicación españoles de «puerta informativa de entrada» a Marruecos para el mundo occidental (pág. 173) por delante de los franceses, excesivamente sumisos a los intereses de Rabat... y de París. Desde la independencia de Marruecos, en 1956, todos los Gobiernos españoles han tratado de llevarse bien con la monarquía alauí, en la creencia de que así contribuyen a mantener la estabilidad y a controlar su política exterior. La realidad es que la monarquía, que asumió el proyecto imperialista del Gran Marruecos, nunca ha aceptado las fronteras con que nació y ha intentado acrecentar su territorio a costa de sus vecinos; el único de éstos que ha cedido a la coacción ha sido España. En los primeros años de los Gobiernos de Aznar se mantuvo esta regla de la política exterior española. El libro comienza analizando los acontecimientos que condujeron a la crisis entre ambos países. A lo largo de 2001 y 2002 se acumularon diversos conflictos: la postura española sobre el Sáhara en la ONU y el referéndum organizado por la Junta de Andalucía; la no renovación del acuerdo de pesca; la inmigración ilegal; el recrudecimiento de los controles (sic) en torno a «las ciudades ocupadas»; la opinión de la prensa española sobre Marruecos (págs. 24 y 25); la sustitución de Marruecos por Argelia como aliado preferente

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en el Magreb (pág. 53); etcétera. El rey marroquí primero retiró su embajador sin dar ninguna explicación y luego, en julio de 2002, en vísperas de su boda, ordenó la ocupación del islote de Perejil; ambos actos se pueden considerar vulneraciones del Acuerdo de Amistad y Buena Vecindad vigente desde 1991 entre las dos naciones. Seis días más tarde, en una operación militar impecable, el Ejército español recuperó el islote y capturó al destacamento de gendarmes allí establecido. Un acto aparentemente tan nimio para los civiles supuso para la OTAN y el norte de África que «junto con Francia, España era la única potencia del Mediterráneo occidental capaz de proyectar sus fuerzas más allá de sus fronteras» (pág. 47). Según Cembrero, Aznar está convencido de que había algún otro país detrás del golpe marroquí: «Aquello era un intento de quebrar la voluntad de España y, en segundo lugar, de intentar averiguar cuál sería nuestra reacción ante un supuesto mayor», como una «reivindicación global» sobre los demás islotes, Ceuta y Melilla (págs. 50 y 51). De manera más cercana, añade Aznar, se trataba de presionar a Madrid para que modificase su posición en el conflicto del Sáhara en la ONU y apoyase la anexión, disfrazada de autonomía, que propugnan Marruecos y Francia. Las fuentes francesas consultadas por Cembrero niegan alguna intervención. En otro capítulo, Cembrero analiza los vínculos de Chirac con Hasán II, Mohamed VI y la hermana mayor de éste, Lalla Meryem. Hasán II, el alcance de cuyas atrocidades empieza a conocerse ahora,

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apoyó siempre a Chirac desde que se lo presentaron en los años 70. Al presidente francés se le apoda el alauí y su afinidad con la familia real es tan profunda que cuando la prensa de su país publica algún reportaje molesto para ésta, llama al rey para consolarle o quejarse juntos (pág. 251). Aparte de conveniencias personales, la adhesión de Chirac a la teoría de la marroquinidad del Sáhara se debe a la amenaza que para la francofonía constituiría la aparición de «un micro Estado cuya lengua cooficial sólo podría ser la del antiguo colonizador, el español» (pág. 65). Ante semejante riesgo, los derechos humanos de los saharauis y los marroquíes son bagatelas. En Marruecos, palacio y la prensa recibieron con alegría la victoria del PSOE después de los atentados del 11 de marzo de 2004. «Las autoridades marroquíes son conscientes de que nunca desde la transición ha habido en España un gobierno tan sensible a sus intereses como el de Zapatero» (pág. 259). El PSOE mantiene, con más insistencia ahora, su habitual política de buenas relaciones con Rabat y de apuntalamiento de la monarquía. Una de las primeras órdenes de Zapatero al entrar en La Moncloa fue «quitar la foto con la bandera rojigualda ondeando sobre Perejil que Aznar había dejado en el despacho presidencial» (pág. 121). Tanto Rodríguez Zapatero como Miguel Ángel Moratinos tratan de no irritar a Marruecos; por ello, aceptan la tesis franco-marroquí sobre el Sáhara, aunque suponga la desobediencia a la doctrina de la ONU y las protestas del Polisario; dedican la diplomacia nacional en Bruselas a obtener fondos comunitarios para Marruecos y ocultan los abusos

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sobre los derechos humanos. A cambio, sostiene Cembrero, Rabat ha controlado en parte la inmigración ilegal. Algunos analistas califican este comportamiento de erróneo: «Antes que en construir un futuro común con nuestro vecino del sur, la política española parece concentrada en no irritar a la monarquía marroquí» (pág. 133). Cabe hacerse la pregunta que los dirigentes españoles no se atreven a plantearse: y si la monarquía cae, ¿cómo tratarán a España los nuevos gobernantes? Encima, «por muchos méritos que se haga a los ojos de Mohamed VI, Chirac irá siempre por delante» (pág. 66). Vecinos alejados abarca otros aspectos de la vida marroquí, como la inmigración, la economía y las libertades. Sobre la inmigración, Cembrero insiste en un punto fundamental: el primer interesado en que se mantengan las salidas es el régimen; así hay menos descontentos, sobre todo cuando los emigrados envían dinero a sus familiares. «Sin este fenómeno es probable que la historia reciente de Marruecos estuviera salpicada de revueltas sociales» (pág. 160). La pésima situación económica no es la única causa de semejante sangría demográfica; también pesa el agobiante con-

trol social. Como le explicó una filóloga «que se ganaba muy dignamente la vida» deseosa de escapar a Europa, «quiero poder respirar fuera de este ambiente opresor» (pág. 161). Para completar la descripción exacta del tipo de régimen que gobierna Marruecos basta leer el capítulo en el que Cembrero cuenta cómo fue acosado por la Policía marroquí y difamado por algunos medios de comunicación como «espía español»; por último, los tribunales fallaron en su contra. Una muestra del Estado de derecho que hay en Marruecos. Resulta un poco risible que para defender al corresponsal de El País de esa campaña, un alto cargo del Ministerio de Asuntos Exteriores adujese que el periódico «no ha dudado en criticar a José María Aznar por su política, consistente en acometer cada vez con más fuerza contra Marruecos» (pág. 244). A principios de los años 90, varios miembros de la carrera diplomática española, algunos de ellos muy conocidos en los últimos años, como Moratinos y Jorge Dezcallar, elaboraron la teoría del colchón de intereses, según la cual a mayor volumen de negocios entre Marruecos y España, más sosiego en las relaciones políticas entre ambos. La flamante teoría, reconoce Cembrero, ha sido desmontada por los hechos. Los empresarios españoles, sobre todo los que dirigen pymes, vacilan mucho antes de introducirse en un país corrupto, pobre, xenófobo y cuyo jefe del Estado es propietario del 60% de los títulos que cotizan en la principal Bolsa. Un diplomático español le dijo al autor «aquí no hay mercado, hay privilegios» (pág. 192).

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Estas circunstancias de miseria y opresión («el mar de injusticia universal» del que habló Rodríguez Zapatero después de los atentados islamistas cometidos en Londres en 2005) crean un caldo de cultivo en el que se genera el terrorismo islámico. Parte de la responsabilidad, señala Cembrero, corresponde a la monarquía por vetar las reformas imprescindibles y haber dado facilidades «al wahabismo radical saudí para expandirse por el reino» (pág. 158). Cuando no podemos seguir al autor es en su aceptación completa de la versión oficial española sobre los atentados del 11-M: una red local de islamistas que respondió a la proclama de yihad hecha por Bin Laden. Para apuntalarla cita a personalidades españolas, como Dezcallar, y marroquíes, a la vez que trata de restar crédito a las opiniones que implican a los servicios secretos marroquíes difundidas por El Mundo y la COPE; hasta incluye en ellas al valido de Hasán II, el antiguo ministro de Interior Driss Basri (pág. 147). De los aciertos de Vecinos alejados ya nos hemos ocupado en las páginas anteriores; entre los defectos tenemos que citar una tendencia a disculpar los comportamientos ofensivos marroquíes equiparándolos a otros por parte de los españoles y con un lenguaje caricaturesco («Frente a tanta renuencia marroquí a cooperar con España, el ejecutivo de Aznar fue propenso a blandir el palo», pág. 167); y, también, los elogios a su periódico en detrimento del resto de la prensa española. PEDRO FERNÁNDEZ BARBADILLO

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Los musulmanes en Europa JOSÉ MORALES

Los musulmanes en Europa Eunsa, Madrid, 2005, 152 págs.

Cuando la inmigración acapara la atención de los medios de comunicación y se cuela en los primeros puestos de la agenda política, conocer de cerca los modos de pensar y obrar de quienes cruzan nuestras fronteras resulta, cuando menos, esencial para intentar adelantarse y prevenir, si es posible, los desafíos del futuro. Si EE.UU. mira con recelo a la población hispánica, Europa lo hace hacia la islámica. Con Los musulmanes en Europa, José Morales, teólogo de la Universidad de Navarra y máximo conocedor del Islam, elabora un documento descriptivo y aséptico de las particularidades del asentamiento «creciente e irreversible» de los seguidores de Allah en suelo europeo. Es una lectura precisa, didáctica, pero no excesivamente académica, que aporta datos reveladores en torno a cuestiones clave para el debate: las características de la diáspora musulmana, el peso de la identidad religiosa, los jóvenes como categoría aparte y el euroislam, entre la solución y la utopía. Características de la diáspora. Con la autoridad que le otorga su condición de profesor de Teología Dogmática, Morales vincula las actitudes de los inmigrantes musulmanes en el Viejo Continente

Cuadernos de pensamiento político con las particularidades de la diáspora. La idea de la casa del Islam golpea las cabezas de los musulmanes como si de un martillo se tratase, alimentando, así, un sentimiento de culpa generado por la transgresión que supone la no vuelta a sus países de origen. Ante esta tesitura, los musulmanes alivian el peso de esta carga con una continua afirmación de lo propio frente al otro e intensas actividades de proselitismo. Morales, al hilo de estas consideraciones, explica cómo la resistencia de la diáspora a un cruce de valores culturales representa un auténtico cuello de botella para que los musulmanes participen, a todos los efectos, en el contrato silencioso que implica la ciudadanía europea. Los musulmanes, en consecuencia, sufren una existencia desdoblada, propia de quien habita en mundos distintos y difícilmente reconciliables. Tienden, entonces, a la automarginación, a relacionarse en guetos, al margen de lo considerado natural para las sociedades que los acogen. Así las cosas, Morales advierte de la abstención de compromiso verdadero por parte de la comunidad musulmana con una civilización que no es la suya, «ni lo podrá ser nunca», sentencia. En un esfuerzo didáctico, el autor ahonda en la diferencia entre asimilación e integración, –dos conceptos no intercambiables aunque ciertos expertos, léase a Fukuyama, los confundan– para teorizar sobre esta incapacidad de adaptación absoluta del musulmán en territorio europeo. Para Morales los seguidores del Islam consiguen integrarse,

pero no asimilarse a las sociedades occidentales. ¿Por qué? Considera que, si bien el musulmán alcanza una inserción equilibrada en el tejido social, la fusión o absorción total de éste en el entorno brilla por su ausencia. Habrá que esperar, avisa, a que el musulmán pierda su condición islámica para que se dé esta armonía. En sus páginas, Morales asevera que la mentalidad islámica posee rasgos propios e irreductibles que la práctica religiosa se encarga de cristalizar en actitudes y costumbres características de una civilización arcaica. Viven un Islam fundamentalmente tradicional donde lo espiritual y lo temporal se asocian, y el hecho religioso se extiende a la totalidad del fenómeno social. El dogmatismo y el autoritarismo dominan el quehacer cotidiano. El Islam, subraya, codifica cualquier aspecto de la vida por mínimo que sea. Lo religioso se extiende como una mancha de aceite por los ámbitos de la sociedad, la educación, el descanso y la salud. Aunque los musulmanes aparenten adaptarse a las estructuras sociopolíticas del país europeo, Morales advierte que su acatamiento es más bien de boquilla. Pese a las notables diferencias, el Islam y las sociedades modernas occidentales se comportan recíprocamente como mundos interpenetrables, produciendo, en consecuencia, un choque sordo de civilizaciones que, en opinión del autor, no tiene por qué manifestarse en forma de conflicto dramático o violento (Huntington). Es más, afirma que hasta la fecha el encuentro se ha dado en términos pacíficos.

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Morales, no obstante, no va más allá y deja para otros la valoración de las repercusiones de este tipo de actitudes en la fisonomía europea. Pese a ello, a nadie se le escapa que estas comunidades paralelas al orden social no sólo pueden dañar su cohesión, sino que pueden poner en peligro la propia identidad. Con todo, el autor disecciona la religión musulmana en Europa. Explica que, si bien las comunidades musulmanas destacan por su carácter heterogéneo, es la umma (colectividad de creyentes en el mensaje de Mahoma) lo que funciona como un elemento unificador. Aun así, existen distintos grados de acercamiento al Islam. Hay quienes lo hacen de un modo tradicional y pacífico; la mayoría según el teólogo. Mientras otros cultivan un Islam ideológico. Son grupúsculos que llevan al límite el sentido de la identidad islámica y sueñan con la islamización futura del país europeo que los acoge; éstos son los minoritarios, apostilla Morales. Teniendo en cuenta que el Islam es una religiosidad colectiva, convendría conocer dónde están los límites entre ambos extremos para no llevarnos a engaño. Otros elementos destacados por Morales y que suscitan un gran interés son las mezquitas y los imanes. Dado que el Islam es una religión colectiva, las mezquitas constituyen espacios más simbólicos y sociales que centros de culto. Cumplen, también, labores de educación, convirtiéndose, en ocasiones, en lugares de auténtica agitación política y social. A modo de ilustración, el autor explica que un apartado del sermón del viernes se

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reserva para tratar de cuestiones de interés nacional e internacional, entre las que se encuentra la yihad. La nostalgia por su tierra les lleva a una mayor dependencia de estos centros (aunque no siempre); a un mayor seguimiento de la doctrina y, muy especialmente, de las sentencias jurídicas de la Ley revelada (fatwas). Los imanes constituyen otro de los aspectos sin los cuales no se puede analizar la práctica de la religión en Europa. Se les considera los moldeadores de las mentes y los corazones de los musulmanes europeos y se les teme por su condición de mensajeros de las corrientes lejanas de Arabia Saudí, como el wahabismo. Es tan curioso como revelador conocer los orígenes de estos predicadores. La gran mayoría, apunta el autor, no procede de las comunidades a las que sirve, ni está siempre identificado con ellas. Son intermediarios de los saudíes, con el encargo de alimentar un islamismo fundamentalista y arcaico. Es por ello una obligación urgente para los Gobiernos conocer la cualificación doctrinal, así como la actitud humana y espiritual hacia la comunidad de feligreses. Hasta ahora, precisa Morales, los intentos por parte de las autoridades europeas de controlar a los imanes y sus mensajes han caído en saco roto, dejando el camino libre para los príncipes del oro negro. La identidad religiosa. Morales no vacila al afirmar que el principal asunto de la población islámica en Europa es la defensa de su identidad. Ésta se presenta crucial para la construcción del «yo global». Los inmigrantes musulmanes, argu-

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menta, ven en la identidad religiosa una filiación heredada, un símbolo de dignidad y de personalidad diferente. Se convierte, en consecuencia, en un mecanismo de compensación psicológica en respuesta consciente o inconsciente a la discriminación que sufre el musulmán. Esta construcción del «yo», según el autor, está estrechamente ligada con los aspectos estéticos que, añade, no deberían subestimarse. Jóvenes. Para el autor de El Islam (2001) los musulmanes jóvenes en Europa empiezan a configurar una categoría de la población islámica con características propias. «El Islam constituye para ellos un componente nuclear de su identidad y de su autodefinición, así como una fuente interpretativa principal en su visión del mundo», afirma Morales. Se muestran obsesionados por la idea de un retorno anímico al Islam que, en ocasiones, puede adquirir manifestaciones muy intensas. También, el escritor destaca una minoría significativa que se ha identificado, en un grado considerable, al estilo de vida europeo y no siente nostalgia alguna por la patria islámica de origen. Ninguno de estos dos modos de

existencia, sin embargo, responde a tipos puros de psicologías, sino más bien a gradaciones diversas. Lo que sí es seguro, según el autor, es que los musulmanes de segunda o tercera generación viven la religión de forma diferente a como lo hicieron sus padres. Apunta, además, una tendencia de crecimiento acelerado de las minorías practicantes que, por el momento, no parece estancarse ni mucho menos disminuir. Euroislam. ¿Es el Islam reductible a una modernización o secularización? La respuesta parece ser un no rotundo, al menos, a día de hoy. Los círculos islamistas, tanto los moderados como los radicales, ven con temor una secularización o modernización del Islam y susurran sin descanso la consigna de «vuelta al Islam». Así las cosas, el euroislam entendido, según Morales, como un reconocimiento de la libertad individual, unido al respeto de los derechos fundamentales, está más cerca de la utopía que de la realidad. Actualmente, el Islam es una religión anclada en un pasado ideal y paradigmático, desinteresada por el futuro. En definitiva, Los musulmanes en Europa nos ofrece una fotografía detallista del estado de la cuestión en el Viejo Continente que a muy buen seguro servirá para ilustrar una segunda reflexión sobre las consecuencias de esta «revolución silenciosa» en una Europa que parece negarse a sí misma. ROCÍO COLOMER FLORES

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Yo acuso AYAAN HIRSI ALI

Yo acuso. Defensa de la emancipación de las mujeres musulmanas Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2006, 196 págs. Traducción de Natalia Fernández Díaz

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Civilización frente a barbarie; modernidad frente a premodernidad; ciudadanía frente a tribus; Ilustración frente a superstición; pensamiento crítico frente a absolutismo; progreso frente a estancamiento; equidad frente a dominación; el individuo libre frente a la tiranía colectiva, estas preferencias marcan, sin duda, la obra de Ayaan Hirsi Ali, constituyen el eje de su pensamiento y de su crítica al islam. Aunque en el título del libro la acusación parezca caracterizar la obra, debería entenderse más bien como una petición de auxilio, como la búsqueda del apoyo de Occidente para permitir el avance y el progreso de una quinta parte de la población mundial. Su frase «Permitidnos un Voltaire» implica un «tratadnos como iguales, como individuos libres y con la capacidad de pensar y razonar como vosotros». Era consciente, ya antes de empezar esta obra, de que aquel musulmán que se plantee críticas sobre su religión será tachado de renegado, pero su convencimiento de la necesidad de buscar nuevas fuentes de conocimiento más allá del Corán, la llevó a lanzarse en esta búsqueda que le acarrearía amenazas y la incomprensión de su familia. Educada en el islam, tras el 11 de septiembre de 2001 se fijó como objetivo

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buscar las raíces del odio en esta religión, que es mucho más que eso, pues es también la ideología, la moral, la política, el derecho y la identidad de quienes la profesan. Ayaan Hirsi Ali nació en Somalia, en 1992 pidió asilo en Holanda tras huir de la boda que su padre había concertado para ella con un familiar en Canadá. Comenzó una intensa actividad política, primero en el PvdA (socialdemócrata) y luego en el VVD (liberal), marcada por su recio ataque a la sumisión de las mujeres en el seno del islam. En 2003, ya en el VVD, fue elegida diputada al Parlamento holandés y siguió con su lucha por la emancipación de las mujeres. Hoy ya no es diputada, ni tiene pasaporte holandés; hace ya cuatro años que era público que había mentido en su petición de asilo: escribió mal su fecha de nacimiento y su apellido para evitar que su padre (un líder político somalí) la localizase y la obligase a un matrimonio que ella no quería, pero ahora su compañera de partido y Ministra de Inmigración, Rita Vermonk, se ha encargado de retirarle la ciudadanía holandesa. Podría entenderse Yo acuso como un canto a la libertad individual y una crítica brutal, no ya al fanatismo religioso o al sometimiento de la mujer en el islam, sino al relativismo cultural y al multiculturalismo, modelos que condenan a permanecer rezagadas a las sociedades no occidentales. Manteniendo ajenas a la crítica a las culturas no occidentales, o a los representantes de éstas en Occidente, se las encierra en el subdesarrollo; parece que el lema es «tienen derecho a su propio atraso», en lugar de

Cuadernos de pensamiento político ofrecer a los inmigrantes aquello que les falta en su cultura, dignidad como personas. Una de las primeras conclusiones a las que llega la autora cuando analiza el fracaso de las sociedades regidas por el islam es la desventaja de no haber tenido una Ilustración, la poca o nula importancia otorgada a la razón frente a los excesos de la religión. En su mensaje deja claro que no es una religión secuestrada por una minoría terrorista, sino secuestrada por sí misma, ajena por completo a la autocrítica y a la evolución, que necesitaría un fuerte proceso de renivelación entre razón y religión para dejar de representar una amenaza. La libertad individual o la igualdad entre hombre y mujer son vistos como valores occidentales por los musulmanes; los derechos universales no lo son para el islam, pero sería un gran avance que éstos se adoptasen y en el mundo islámico se constituyesen instituciones que los protegiesen y alentasen. Dado que los musulmanes sí recogen los avances científicos de Occidente, se benefician del progreso tecnológico, ¿por qué no cambian su contexto moral? ¿Por qué éste no avanza y sigue anclado en el siglo VII? Para Hirsi Ali, el punto del que parte el islam, el sometimiento a la voluntad de Alá, es en sí mismo paralizante, así como la fuente única de conocimiento supone poner vallas a la mente de los musulmanes. Las palabras de la escritora canadiense-ugandesa Irshad Manji recogidas en este libro muestran una vez más la crítica del relativismo y de la tolerancia mal entendida que sufren los, en

teoría, beneficiados con estas tendencias: musulmanes y no musulmanes tienen derecho a ser respetados si a la vez respetan a los otros, no se deben utilizar dos criterios distintos cuando se trata de derechos humanos. La situación de los inmigrantes musulmanes en Holanda es una de las preocupaciones más acuciantes para Hirsi Ali. Al presentar los diferentes modos y políticas empleados para la integración, analiza cómo actúa cada uno y sus fallos. No se cansa de repetir la importancia de la educación, que representa un punto clave para una integración real de los inmigrantes; dado que las mujeres son quienes educan a los hijos, cuando éstas tienen una formación escasa o deficiente, va creándose un círculo vicioso de ignorancia y desconocimiento. Una de las muestras más flagrantes de la coerción sufrida por las mujeres es la ablación de clítoris. Si bien no se practica en todos los países musulmanes, tiene un origen preislámico, no deja de ser una de las demostraciones más atroces de la dominación a la que están sometidas las musulmanas. Hirsi Ali, que sufrió esta ablación cuando era una niña, presenta como solución a esta lacra que

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padece Holanda que se realice un seguimiento de las niñas procedentes de países de riesgo. Analizando los pros y los contras de lo que podría ser considerado una intromisión por parte del Gobierno en la intimidad de los individuos, considera que el control obligatorio tendría justificación ante el atentado contra los derechos humanos que constituye esta mutilación. Acabar con la ablación sería importante para ir acabando también con la moral sexual que impregna el islam y que afecta sólo a las mujeres, con unos códigos de conducta exclusivos para que las mujeres salvaguarden su virginidad. Los hombres pueden encargarse de velar por el honor de su familia, que depende en gran medida de la moral sexual, del control que los hombres tengan de las mujeres a su cargo; pero no tienen responsabilidad para controlar su libido, se constituye una sociedad en la que llegan a no tener ni siquiera esa capacidad. Esta idea del honor está relacionada intrínsecamente con la identidad de grupo, con la falta de individualidad, con los valores tribales propios de una sociedad premoderna para la que una persona no es nada si no está incluida en el clan. El libro se cierra con una carta dirigida a Theo Van Gogh, el cineasta asesinado en 2004 por el uso de su derecho a la libertad de expresión, a manos de Mohammed Bouyeri. La autora y el director de cine habían colaborado en Submission Part 1, una película que denunciaba la opresión de la mujer en las sociedades islámicas. CARMEN IGLESIAS CAUNEDO

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Fidel. El tirano favorito de Hollywood HUMBERTO FONTOVA

Fidel. El tirano favorito de Hollywood Ciudadela libros, Madrid, 2006 «Los apologistas de Castro son cómplices de los sangrientos crímenes del tirano». Eusebio Peñalver (El prisionero político negro que más tiempo ha estado en prisión en el siglo XX).

Humberto Fontova, un cubano-americano hijo de exiliados de la dictadura castrista, ha escrito un libro en el que no sólo se relata la fascinación de la progresía estadounidense por el tirano Fidel Castro, sino que nos revela aspectos poco conocidos del terror revolucionario en Cuba. También describe, con emoción apenas contenida, los actos de resistencia heroica y desesperada de aquellos cubanos que, sin ningún apoyo exterior (tampoco desde los Estados Unidos), supieron defender su dignidad al precio de su vida, y sentirse libres dentro de las celdas del gulag caribeño. Este libro rebosa parcialidad, vehemencia e indignación, sí, pero bendita indignación. Porque, tras más de cuarenta años de dictadura comunista, la vehemencia en la denuncia es una virtud y no un defecto. Porque, además de soportar las consecuencias de la tiranía, Humberto Fontova, y todos los que resisten dentro y fuera de Cuba, tienen que asistir a las loas a la dictadura que se lanzan desde la izquierda «democrática».

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El fenómeno de la adoración «romántica» a la revolución comunista (en países ajenos al propio, claro) viene de antiguo, pero permanece incólume con el paso del tiempo, sin apenas matices ni rubor. Sin ir más lejos, Ignacio Ramonet, insigne progresista-antiglobalizador-otromundoesposible, acaba de escribir un libro relatando sus encuentros con el tirano Fidel Castro. Con el agravante de que se ha demostrado que esas supuestas transcripciones son falsas, siendo, en realidad, fragmentos de los tediosos discursos de Castro aparecidos en el diario Granma. La foto de portada de ese libro muestra la sumisa actitud de Ramonet junto al dictador, muy parecida a otra famosa fotografía en la que se ve la genuflexa postura de Sartre ante el asesino «Che» Guevara. Humberto Fontova nos descubre aspectos nuevos de un tema, Cuba, que parece manido o suficientemente conocido. En primer lugar demuestra, con datos, cómo los Estados Unidos han tenido, a lo largo de los años, una actitud condescendiente o al menos indiferente hacia la dictadura cubana. Ni siquiera parece reaccionar hoy ante las abrumadoras evidencias de

la implicación de la dictadura castrista en el tráfico mundial de drogas. También describe las múltiples actividades de la dictadura castrista contra los Estados Unidos y los norteamericanos. Actividades terroristas en territorio norteamericano y torturas, como las sufridas por soldados americanos en Vietnam por parte de agentes castristas, que demuestran el odio permanente del castrismo al primer país que nació siendo una democracia. Actos de terrorismo, como el intentado en 1962, cuando el FBI descubre un complot de agentes castristas para detonar 500 kilos de explosivos en las estaciones del metro de Nueva York. Y también la implicación de la dictadura castrista en el asesinato de Kennedy. Por último, y no menos importante, relata ejemplos de heroica resistencia de muchos cubanos que no se resignaron a la llegada de la dictadura comunista y que se enfrentaron a la misma a lo largo de los años desde dentro y fuera de la isla. Por poner un solo ejemplo está Eusebio Peñalver, el prisionero político negro que más años ha estado en las prisiones en el siglo XX, más que Nelson Mandela, que fue torturado, pero se negó a la «reeducación» por parte de sus carceleros. Apenas se sabe nada de la desesperada resistencia a las tropas comunistas por los campesinos sin tierra y escasamente armados en la llamada «Rebelión Escambray». Ninguno recibió apoyo desde Estados Unidos, como tampoco lo hicieron los que desembarcaron en Bahía Cochinos, porque Kennedy se negó.

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Pero no todos los actos son de resistencia activa. En la actualidad Cuba tiene el índice más alto del mundo de suicidios de mujeres entre quince y cuarenta y ocho años de edad y en los años ochenta más de cien rockeros se inocularon voluntariamente el virus del Sida para que les mandasen a sanatorios en el campo donde se les dejara morir «en paz», que es lo más parecido a la libertad que podían conocer. Pero nada de esto parece importar a la imagen que la progresía internacional tiene de Fidel Castro: para Dan Rather «¡Cuba tiene su propio Elvis!»; para Oliver Stone es «muy moral y muy desinteresado» y «uno de los hombres más sabios del mundo»; para Jack Nicholson es «¡un genio!»; según Noman Mailer es «el primer héroe y el más grande surgido después de la Segunda Guerra Mundial»; Francis Ford Coppola dijo «Fidel te quiero, ambos tenemos las mismas iniciales. Los dos tenemos barba. Ambos tenemos poder y queremos usarlo con buenos propósitos». Harry Belafonte agregó «¡si creéis en la libertad, si creéis en la justicia y en la democracia no tenéis otra opción que apoyar a Fidel Castro!». Y ¡qué decir de la imagen que tiene el asesino Che Guevara!, el propio autor nos lo expone muy bien: «el asesino a sangre fría que ejecutó a miles de personas sin juicio previo, que proclamó que la evidencia judicial era un detalle burgués innecesario, que afirmó que los revolucionarios debían ser frías máquinas de matar motivados por el odio, que durante meses permanecía hasta el

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amanecer firmando condenas a muerte de hombres inocentes y honorables, que tenía una ventana en su despacho de La Cabaña desde la cual podía observar las ejecuciones, en la actualidad es un héroe para la izquierda de Hollywood y para los universitarios». Armando Valladares fue testigo en sus años de prisión de cómo cientos de personas eran asesinadas cada mes en una lúgubre fortaleza. Pero la estaca ensangrentada en la que tantos cubanos eran ejecutados tras serles extraída la sangre para venderla no aparece en la imaginería izquierdista, no, es más estética la foto del asesino Guevara. ¿Por qué sucede esto entre la progresía de medio mundo? Pues, como bien se afirma en el libro, «Castro sale impune de todas sus carnicerías, represiones y actos de terrorismo porque desde hace medio siglo su imagen barbuda y vestida con traje militar ha simbolizado el antiamericanismo en su más virulenta expresión (de ahí su encanto)». La excusa que suele utilizar la izquierda para justificar su inmoralidad genocida es que antes de Castro se vivía peor en Cuba. Intentemos obviar el hecho de que, aunque eso fuera cierto, no se puede vivir bien sin libertad. Pues bien, Humberto Fontova cita un informe de la UNESCO en el que consta que el salario medio en Cuba en el año 1957 (antes de la llegada de Castro al poder) era superior al de Bélgica, Dinamarca y Alemania. En 1958 tenía el tercer nivel de consumo de proteínas del hemisferio occidental. En 1842 la ración de carne diaria para los esclavos era de 227

Cuadernos de pensamiento político gramos y en la cartilla de racionamiento de Castro cada cubano recibe 56 gramos. La izquierda también quiere creer que Cuba antes de Castro era un sórdido ámbito de prostitución y juego sometido a explotación por compañías norteamericanas. Pues bien, sólo el 5 por ciento del capital invertido en Cuba era norteamericano y menos de un tercio de las exportaciones de azúcar cubano correspondían a empresas norteamericanas. En 1957 apenas recibió 270.000 turistas y hubo más cubanos de vacaciones en Estados Unidos que norteamericanos en la Isla. Y sólo había 9 casinos en la Isla. Y en cuanto a la prostitución, no hace falta explicarle al amable lector la situación de las «jineteras» en el «paraíso del comunismo». El negocio del turismo sexual en la Isla, del que hoy vive la dictadura cubana aprovechándose de la desesperación de tantas mujeres y niñas cubanas, es una ignominia. Y todos esos turistas, particularmente españoles, que se aprovechan de esa miseria y falta de libertad, arrostrarán el merecido rencor cuando la Isla vuelva a ser libre. Causa desesperanza ver estos ejemplos de indigencia moral y ser testigo de cómo los periodistas llaman a Castro «presidente», «comandante» o «jefe de Estado», pero nunca «dictador». Causa desesperanza, pero el ejemplo de todos los que resisten al tirano dentro y fuera de la Isla nos impulsa a seguir denunciando sin descanso a una de las peores tiranías de la Tierra. MOISÉS RUBIAS BARRERA

Cuentos chinos ANDRÉS OPPENHEIMER

Cuentos chinos. El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de América Latina Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2005, 350 págs.

Dos importantes estudios sobre cómo será el mundo en 2020 coinciden en señalar que para esa fecha América Latina será prácticamente irrelevante en el contexto económico y político mundial. De seguir así las cosas, Latinoamérica corre un alto riesgo de africanizarse, sobre todo ante la imponente competencia que viene de Asia y de Europa del Este. Ambos informes chocan de frente con la versión optimista de la mayoría de los gobiernos de la región, que afirman que América Latina está gozando de una recuperación económica y vislumbran un futuro esperanzador. Estas dos posturas encontradas le sirven a Andrés Oppenheimer para plantear la tesis de su última obra. Este periodista argentino, co-ganador del Premio Pulitzer, ve necesario hacer profundas y drásticas reformas económicas en América Latina para no sucumbir ante el espectacular crecimiento de algunos países, encabezados por China. Pero al mismo tiempo, Oppenheimer tampoco coincide con el pesimismo de los informes que determinan el inevitable estancamiento latinoamericano. Sobre estos estudios, afirma que son más acertados como «diagnóstico del presente que como augurios del futuro». El primero de estos trabajos es el informe que elaboró en 2005 el Consejo Nacional de Inteligencia

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de Estados Unidos (CNI), el departamento de estudios a largo plazo de la CIA. El otro estudio fue escrito en 2004 por el eurodiputado socialista alemán Linkohr en su condición de presidente de la Comisión de Relaciones con Sudamérica del Parlamento Europeo. El autor describe con un análisis acertado la conducta de alguno de los principales líderes de América Latina, asociando las argumentaciones de su discurso con las prácticas populistas que detienen el crecimiento de sus países. La mentira populista atribuye los males de la sociedad a causas que no responden a lo que sucede en la realidad. Oppenheimer observa que en la actualidad existen experiencias de países que recorrieron caminos diferentes partiendo de situaciones de pobreza similares, obteniendo resultados exitosos que brindan prosperidad a sus pueblos. Para argumentar este discurso se detiene en la experiencia de Irlanda, China, República Checa y Polonia. Así mismo, describe cómo la China comunista de partido único abre sus mercados y atrae inversiones para reducir la pobreza. Atribuye al engaño populista ser la causa de la irrelevancia o el aislacionismo que padece, como bloque, Latinoamérica. Entre los indicadores que enuncia para describir las amenazas y dificultades que atraviesa la región encontramos la inseguridad, la falta de inversión destinada a ciencia y tecnología, y el permanente cambio de las reglas de juego en su copiosa legislación. Uno de los denominadores comunes de aquellos países que tuvieron éxito económico en los últimos años fue el de

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consensuar políticas duraderas en el tiempo que brinden seguridad jurídica. Evidentemente, dentro de un marco jurídico sólido que evite bandazos de gobernabilidad, los capitales y las inversiones aterrizan con mayor facilidad. Con inversiones se genera empleo, con empleo se reduce la pobreza, y a menor pobreza, mayor prosperidad. Oppenheimer afirma que se están contando muchos «cuentos chinos» sobre América Latina. El más grande de ellos es que el capitalismo está condenado al infierno y que la globalización hace aumentar la pobreza. La realidad demuestra que está ocurriendo lo contrario. En los últimos veinte años, la pobreza extrema descendió del 40% al 21% de la población mundial. En China han salido 250 millones de personas de la pobreza desde que se abrió al mundo. En la India 100 millones de personas. Utilizando el sentido común, aconseja imitar aquellas políticas que siguieron los países exitosos: Fortalecimiento institucional, seguridad jurídica, respeto al Estado de derecho, consensos básicos y apertura de los mercados. Estas son las variables que reconoce como ineludibles para salir de la pobreza.

Cuadernos de pensamiento político Los países exitosos son los «capta-capitales», y los no exitosos son los países «espanta-capitales». A esta conclusión llega Andrés Oppenheimer. Aplicado a los países de Latinoamérica, la ideología y el sistema de gobierno puede llegar a ser irrelevante. No importa tanto la tendencia ideológica del partido que gobierne, cuanto que el país mantenga un rumbo constante, evitando bandazos. Un ejemplo de esta estabilidad, y a la vez una excepción en América Latina, es Chile. Los competidores de Latinoamérica están mejor situados, son más competitivos económicamente, y cada vez lo serán más. China «le gana por varios cuerpos en la fabricación de productos manufacturados de poco valor agregado» a América Latina, Europa del Este lo hace «en productos sofisticados, e India e Irlanda en todo lo que tenga que ver con servicios y computación». Por otro lado, la dependencia de las materias primas, un denominador común en casi toda la región, es un pasaporte a la pobreza, insiste Oppenheimer. El siglo XXI es el siglo del conocimiento. Los servicios se cotizan mucho más que las materias primas en el mundo de la economía del conocimiento. Fiel a su profesión de periodista, el método de trabajo que utilizó para elaborar este libro fue viajar por China, Irlanda, Polonia y la República Checa, entre otros países, y entrevistarse en ellos con altos funcionarios de sus gobiernos, y con quienes han tenido una mayor responsabilidad en el despegue económico de sus naciones. Esta labor, junto con su profundo conocimiento de América Latina da como

resultado Cuentos Chinos. El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de América Latina. En realidad todo el libro es un gran reportaje. No se trata de un trabajo con un perfil netamente académico ni basado en una amplia bibliografía, sino una obra con un carácter más divulgativo. El análisis de la situación que hace Oppenheimer es brillante y constituye una herramienta muy útil para quien quiera conocer la región, sin embargo, el lector no encontrará en Cuentos chinos una agenda propositiva. Destaca, eso sí, la originalidad de incluir a China en la foto global, como una de las causas del declive latinoamericano. Andrés Oppenheimer, uno de los periodistas más influyentes en América Latina y EEUU, es columnista de The Miami Herald, analista político de CNN, conductor del programa de televisión «Oppenheimer presenta», y sus columnas sobre política internacional aparecen semanalmente en más de cincuenta periódicos de todo el mundo. Otro de los «cuentos chinos» que el autor denuncia se refiere a la actitud de Estados Unidos hacia Latinoamérica. El 25 de agosto de 2000, George Bush dijo en un discurso de campaña que éste podía ser «el siglo de las Américas». Y añadió: «de llegar a la presidencia, miraré hacia América Latina no como un tema tangencial sino como un compromiso fundamental de mi gobierno». Sin embargo, tras el 11-S Latinoamérica desapareció literalmente de la agenda estadounidense, que se centró por completo en la lucha contra el terrorismo islamista en Oriente Medio. Oppenheimer piensa que

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Cuadernos de pensamiento político EE.UU. se equivoca en su estrategia de acercamiento a América Latina, al hacer del libre comercio su única bandera. También es necesario la lucha contra la corrupción, mejorar la competitividad y la educación. A pesar de este escenario, el periodista argentino se muestra reservadamente optimista sobre el futuro de la región. El ejemplo de la milagrosa recuperación económica irlandesa es uno de los motivos para ello. «Las semejanzas entre la Irlanda de hace dos décadas y la Amé-

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rica Latina de hoy son mucho mayores que las diferencias». A pesar de reconocer el gran impulso que supuso la entrada de Irlanda en la UE y la llegada de ayudas europeas, Oppenheimer afirma que si Irlanda pudo, Latinoamérica puede. No hay razones «biológicas por las cuales los países latinos no puedan copiar varias de sus recetas» y convertirse en éxitos económicos parecidos. RICARDO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

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