Boletín del Archivo Arquidiocesano de Mérida Archivo Arquidiocesano de Mérida
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ISSN (Versión impresa): 1316-9173 VENEZUELA
2003 HOMENAJE AL SR. ARZOBISPO BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO EN SUS 20 AÑOS ESPICOPALES. MÉRIDA, 19 AL 21 DE SEPTIEMBRE DE 2003 Boletín del Archivo Arquidiocesano de Mérida, enero - diciembre, año/vol. VIII, número 023 Archivo Arquidiocesano de Mérida Mérida, Venezuela pp. 40 - 56
Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal Universidad Autónoma del Estado de México http://redalyc.uaemex.mx
Arquidiócesis de Mérida. Boletín del Archivo Arquidiocesano de Mérida. Tomo VIII. Nº 23. Enero-Diciembre 2003. Mérida-Venezuela. ISSN: 1316-9173.
HOMENAJE AL SR. ARZOBISPO BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO EN SUS 20 AÑOS EPISCOPALES Mérida, 19 al 21 de septiembre de 2003 En la ocasión de estar cumpliendo el Arzobispo Metropolitano de Mérida Mons. Baltazar Porras Cardozo 20 años de habérsele conferido la ordenación episcopal como Obispo Titular de Lamdia y Auxiliar de Mérida, le fue tributado un homenaje, organizado por instituciones y feligresía merideña, a través de la realización de diferentes actos, que duraron del 19 al 21 de septiembre. Se inició la celebración con un Acto Solemne llevado a cabo en el Salón de Sesiones de la Academia de Mérida, en la Casa de los Antiguos Gobernadores, el día viernes 19 de septiembre, en el cual estuvieron presentes académicos, autoridades municipales, universitarias y eclesiásticas, además de un concurrido público compuesto por diferentes personalidades. Hubo discursos por parte del Presidente de la Academia Dr. Mario Spinetti Berti, quien dio la bienvenida a la Sesión y del Dr. Endilberto Moreno Peña, Individuo de Número de la citada corporación, encargado de llevar la palabra de orden, expresando en su discurso la admiración por quien considera uno de los prelados mejor preparados. El siguiente día, central de la efemérides, en horas de la noche, fue brindado el Arzobispo con una serenata en el patio central y pasillos del Palacio Arzobispal, donde concurrieron, amigos, familiares y personas allegadas tanto profesionalmente como de amistad a Mons. Porras. El último día, domingo 21, en horas de la mañana, se realizó en la Catedral Basílica Menor de Mérida, la concelebración eucarística en acción de gracias por el Arzobispo, la cual estuvo bien concurrida, y en la que se le otorgaron al Sr. Arzobispo varios reconocimientos por parte de las Instituciones y la feligresía merideña. El Dr. José Mendoza Angulo, ex-rector de la Universidad de Los Andes y ex-ministro, llevó la palabra de honor en esta ocasión.
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Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo Nació el 10 de octubre de 1944 en Caracas. Después de sus estudios de Bachillerato y Filosofía en el Seminario Interdiocesano de Caracas, fue enviado a la Universidad Pontificia de Salamanca, en España, donde obtuvo la licenciatura en Teología, en 1966. Posteriormente, consiguió el Doctorado en Teología Pastoral en la misma Universidad de Salamanca en 1977. Ordenado sacerdote el 30 de julio de 1967 en la Catedral de Calabozo. Fue Vicario Cooperador, Párroco, Asesor Diocesano de Cursillos, Profesor en el Seminario y otros institutos públicos y privados de la Diócesis de Calabozo. Director del Colegio Nuestra Señora del Rosario y Profesor del IUT de Los Llanos. En Caracas, fue Vicerrector del Seminario Interdiocesano y Director de Estudios (19781979); desempeñó el cargo de Rector del Seminario de San José del Hatillo, de 1979 a 1983. Preconizado Obispo Titular de Lamdia y Auxiliar de Mérida el 30 de julio de 1983. Fue consagrado Obispo el 17 de septiembre del mismo año. Preconizado como VI Arzobispo de Mérida el 30 de octubre de 1991. Tomó posesión el 5 de diciembre de 1991 en la Catedral Basílica Menor Inmaculada Concepción de Mérida. Recibió el Palio Arzobispal de manos de Su Santidad Juan Pablo II en Roma, el día 29 de junio de 1992. El 2 de marzo de 1998, fue nombrado Administrador Apostólico “Sede Vacante” de la Diócesis de San Cristóbal, hasta el 8 de junio de 1999. Actualmente es Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana (2003-2006), Miembro de la Pontificia Comisión de Bienes Culturales de la Iglesia y de la Comisión Postsinodal del Sínodo de América.
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Invitación La comunidad merideña en unión del clero, religiosos, congregaciones religiosas, autoridades, profesores, estudiantes y empleados de la Universidad de Los Andes, Academia de Mérida y la Cámara de Comercio e Industria, se honran en invitar al homenaje y reconocimiento que se le rinde a su Excelencia Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo, en la grata ocasión del vigésimo aniversario de su ordenación Episcopal como Obispo Titular de Lamdia y Auxiliar de Mérida.
Programa I- Viernes 19 de septiembre 5:00 pm. Acto Solemne en la Academia de Mérida. Antigua Casa de los Gobernadores. Av. 3 esquina calle 21. II- Domingo 21 de septiembre 11:00 am. Concelebración Eucarística en la Santa Iglesia Catedral Basílica Menor de Mérida. 12:00 m. Salutación del pueblo merideño. Palacio Arzobispal. Brindis.
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Discursos Palabras pronunciadas por el Dr. Mario Spinetti Berti en el Acto Solemne celebrado por la Academia de Mérida con motivo de la celebración de los 20 años de episcopado de Monseñor Dr. Baltazar Enrique Porras Cardozo. Mérida, 19 de septiembre de 2003 Señores: La Academia de Mérida, la comunidad merideña, el clero venezolano y el grupo de amigos de uno de los hombres más descollantes de esta generación, estamos de fiesta, pues el Ilustrísimo Monseñor BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO esta celebrando el vigésimo aniversario de su Ordenación Episcopal como Obispo titular de LAMDIA y Auxiliar de Mérida. La Academia de Mérida se siente regocijada por esta efemérides y rinde homenaje de afecto, respeto y admiración al colega académico y al distinguido levita en una de las horas más brillantes y fructíferas de su vida. La amplia labor desarrollada por Monseñor Porras Cardozo, tanto sacerdotal, medulosa, recta, clara y profusa, como social y cultural, unida a su admirable formación humanística, nos lo presenta como una de las figuras más refulgentes e ilustres no solo del clero emeritense, sino de la Venezuela de todos los hombres y de la Venezuela de todos los tiempos. Monseñor Luis Alfonso Márquez Molina, Obispo Auxiliar de Mérida, nos dice: Le damos hoy gracias a Dios por nuestro Arzobispo, por sus actitudes sinceras y claras como pastor sucesor de los apóstoles y como Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana. Ha sabido ser la voz de los que no tienen voz. Sus actitudes valientes y signadas por una crítica constructiva le han valido muchos dolores de cabeza y muchas angustias pero recordemos que la cruz de Cristo estará siempre presente en nuestras vidas. En este Acto Solemne que realiza la Academia de Mérida, nuestro colega académico, Dr. Edilberto Moreno Peña, tendrá a cargo el discurso de orden. Que el Dios Todopoderoso conceda a nuestro Obispo muchos años de vida, para que siga dispensando un torrente de bondades, de acciones apostólicas y de realizaciones trascendentes. Señores
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Palabras de Edilberto Moreno en la Sesión Solemne, convocada para rendir homenaje al Arzobispo Metropolitano de Mérida, S.E. Monseñor Dr. Baltazar Enrique Porras Cardozo. Mérida, 19 de Septiembre de 2003.
Señor Presidente de Ia Academia Distinguidos Colegas Distinguido Homenajeado, Su Excelencia Monseñor Doctor Baltazar Enrique Porras Cardozo Su Excelencia Monseñor Luis Alfonso Márquez, Obispo Auxiliar Señores Invitados Especiales Señoras Señores En estos tiempos difíciles donde hasta los guindajos conceptuales se confunden con los de las palabras, permítame ustedes, respetable auditorio, recurrir al auxilio de la semántica para proteger las breves mías con una perífrasis que le sirvan de cápsula envolvente. Ya se sabe que la semántica como disciplina científica trata de los cambios de significación de las palabras y es lo que ha pasado con el vocablo circunloquio. Originalmente, ya salido de sus casillas etimológicas, el circunloquio termina siendo una perífrasis verbal gramaticalizada pero siempre encerrada en su cápsula para protegerla de la audacia multívoca de expresiones que alegremente se apoderan de patronímicos para sembrar confusión en el ambiente. De casta le viene al galgo, si nos remontamos a la picaresca española, retratada magistralmente en obras clásicas de nuestra madre patria. Ahí están dos ejemplos exegéticos: El Burlador de Sevilla y el múltiple asesino de Fuenteovejuna que dispuso pasar a mejor destino al tristemente célebre Comendador, quien se creía dueño universal de vidas y haciendas de sus súbditos. En este sitial que hoy nos congrega se reproduciría ipso facto el mismo escenario para hacer de este homenaje el trasplante espiritual y solidario convertido en la Fuenteovejuna vengadora de agravios sin sentido que, por supuesto, se convierten en boomerang certero, por aquello de que no agravia el que quiere sino el que puede y tiene cómo hacerlo. Si se tratara de retaliaciones para aplicar la Ley Penal del Talión, habría que pedir permiso a Su Excelencia, antes de colocarlo en el otro lado de la diatriba,
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sabiendo de antemano que Monseñor Porras nos negaría el permiso, casi en forma airada. Porque los caminos de nuestro ilustre homenajeado son distintos y todos conducen a la concordia y a la paz, al entendimiento consensual que ahoga los ímpetus del odio inducido y tiende mano amiga y generosa a sus gratuitos detractores. El viejo apotegma latino SI VIS PACEM PARA BELLUM, si quieres la paz prepárate para la guerra, él lo ha moldeado conforme a las luces del Concilio Vaticano II y dentro del espíritu de las deliberaciones de la Conferencia Episcopal Venezolana que brillantemente preside, en un distinto acorde con los nuevos tiempos: SI QUIERES LA PAZ PREPÁRATE PARA LA PAZ. Y a esa preparación está consagrando todas sus energías para imprimir al apotegma el sentido filosófico elaborado con recia vocación de servicio y de profunda espiritualidad. Encaminado por otra vía no impetro el consentimiento de Su Excelencia para señalar que a nuestro Ilustrísimo colega le ha tocado en suerte ser el albacea testamentario de un paisano egregio como lo es José Humberto Quintero Parra, el Primer Cardenal venezolano. Mandato expreso en letras testamentarias o en diálogos frecuentes, lo cierto es que nuestro admirado Monseñor Porras ha venido haciendo de mandatario fiel, con noble lealtad, para cumplir singularmente el honroso encargo de ejecución sucesiva y con riguroso acatamiento a las doctas instrucciones recibidas de su mandante. En un símil que nos viene forzadamente a la memoria, tengo que glosar la feliz ocurrencia de Andrés Eloy Blanco cuando escribió su magistral ensayo sobre el sabio Vargas, Llamándolo EL ALBACEA DE LA ANGUSTIA. Ni más ni menos ese albaceazgo de alto coturno lo ha venido ejerciendo nuestro homenajeado a lo largo de una veintena tormentosa, aparentemente apacible, en su ejercicio como eximio Arzobispo Metropolitano. Paradójicamente es él uno de los más jóvenes que ha recibido la Mitra merideña y uno de los más talentosos, brillando con luz propia, sin el menor intento de poner al margen a quienes fueran sus ductores, y por quienes siente profunda admiración y está presto a rendir tributo de filial estima porque ve en ellos, como vertederos que son de luz perenne, prosapia y vocación paradigmática. Siempre serán sus guías, lo cual no significa que deba imitarlos como copia al carbón de sus afanes y de sus conductas, porque Monseñor Porras es un acucioso historiador y filósofo de la historia y sabe discernir con entera propiedad los momentos disímiles de épocas distintas y la acción concurrente que demanda cada circunstancia diferente. En nuestro homenajeado, por
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esos altos designios que se cumplen en las trascendentales estructuras espirituales, se hacen patentes realidades concretas que queremos poner de relieve: se ha dado en él el cambio generacional sin traumas que ni siquiera son concebibles en la vida profunda de las criaturas superiores. La excepcional espontaneidad de traspaso de funciones movería a hondas reflexiones a quien quisiera detenerse a repensar el decurso de la humana existencia; la ocasión nos permite solamente observar que ese relevo generacional compagina las edades sin apelar a los distanciamientos porque el joven da de sí los ímpetus de su temprana biología con alegría de entrega, sin contabilizar edades en el calendario porque los años son un accidente existencial. Referida esta juventud a un Pastor de almas, cobra sentido ecuménico este multiplicar de horas que operan en una parábola bíblica como si se tratara de multiplicar los panes de LA ÚLTIMA CENA campesina que tuviera Jesús con sus discípulos. Ya de antemano el sabía que uno de ellos lo estaba traicionando, pero no tenía por qué empañar la simbología que hoy lleva dos mil años de secuencia, con un accidente, trivial en el contexto, que habría roto el vigor místico con que continuó imperturbable aquella homilía postrera que sigue repitiéndose, día por día, en todo el mundo de la cristiandad. Tal vez como ninguno que yo sepa, Monseñor Porras sabe multiplicar el tiempo en su misión apostólica y ese privilegio no es común en los líderes espirituales. Por ejemplo, un día cualquiera desaparece después de tomar el desayuno en el Palacio Arzobispal y se sienta a manteles en Acequias para el almuerzo y para estar presente en un acto de solidaridad con el sacerdote oriundo de aquella población que allí celebra un festejo conmemorativo. Sigue su peregrinar por esas escarpadas rutas y lo espera una ligera colación en Mucutuy, donde ha comprometido su presencia y no le puede fallar al seminarista que allí dice su Primera Misa. De regreso a Mérida consulta su agenda y constata que hay palabra empeñada y no puede soslayar su deber contraído en Guaraque y hace un alto en esta población para cumplir evangélicamente el cometido. Sabe llegar a tiempo a la ciudad emeritense porque en las aulas del Seminario lo requieren los promotores de una Fundación en ciernes para salvar la Institución, a la cual el gobierno le ha quitado los fondos aprobados en el presupuesto oficial en una actitud inexplicable que se revierte contra los Comendadores del momento. Allá interviene con parca y clarificadora orientación en el debate y anuncia que debe retirarse antes de terminar la
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reunión porque tiene que poner en orden algunos documentos que necesita llevar a Caracas para presentarlos ante la Conferencia Episcopal que decimos nosotros- él preside con lujo de aptitudes. Y en las primeras horas de la mañana del día siguiente lo vemos, fresco y jovial como siempre, en el aeropuerto Alberto Carnevali presto a tomar el primer avión que lo conducirá a la capital de la República. Este itinerario, sintéticamente descrito, lo hemos tomado al azar. Aunque no se compadece con la rutina, la cual no encaja en un alma hiperkinética que asume el movimiento como reposo; esto representa una normal jornada del trabajo cotidiano que cumple Monseñor Porras con vocación de servicio a tiempo completo. Servidor a la causa de la paz, repetimos, es su misión. Y para hacerlo tiene que concentrarse en la clarificación de los escenarios que existen en la diversidad del pueblo de Dios, alejándose instintivamente de los conflictos que ofician y lo desafían desde la acera del frente. Mas la iglesia de hogaño sabe leer y discernir lo que significa, en pose de humildad y recogimiento, poner la otra mejilla. Y poner la mejilla es enviar un mensaje y pregonar con entereza diáfana y transparente el pensamiento de la Conferencia Episcopal. A su nombre asume la responsabilidad de todos sus miembros al emitir una declaración o hacerse presente en las oficinas del Consejo Nacional Electoral para dar a sus rectores un voto de confianza que la iglesia en el ámbito político condiciona a la responsabilidad que tienen de ser árbitros confiables para que puedan despertar confiabilidad en la población en torno al Referendo Revocatorio, de cuyo éxito depende el que podamos enrumbarnos constitucionalmente hacia un futuro bien cimentado. No es, como se observa, la actitud de un ser que se alimenta con las prédicas panglosianas de un optimismo irracional. Al contrario, suele señalársele como una de las figuras más beligerantes de la iglesia. Pero el tiempo se ha encargado de darnos la razón, explica nuestro homenajeado, y sigo leyendo entre comillas su explicación, porque lo que en principio pudo parecer una actitud beligerante o cercana a la oposición, en realidad fue la defensa de valores cristianos fundamentales, como la libertad, los derechos humanos y la justicia. Yo sigo hablando y manteniendo los principios que siempre he mantenido. Aquí cierro las comillas y pido a este auditorio que estemos pendientes de un libro que nos ha anunciado y que sabemos que allí desgranará la coherencia que siempre preside su brillante estilo de atildado maestro de las letras.
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En la perspectiva del tiempo estos VEINTE AÑOS de su consagración episcopal como Arzobispo Metropolitano de Mérida son apenas un momento fugaz que nuestra ciudad universitaria espera ver multiplicados y que la Academia de Mérida, ventanal abierto a las mejores inquietudes intelectuales, brazo de nuestra Alma Mater, toma como un mero punto de partida para la obra social que habrá de cuajar en este entorno de multifacéticas actividades programadas y que nuestro peregrino pastor lleva en sus alforjas de viajero impenitente, donde nada tiene que ser extraño, porque la iglesia somos todos y hay conciencia plena de que todos los caminos conducen a Roma. Con esta bandera como estandarte no hay equivocaciones posibles sin que pretendamos alzar consignas infalibles, porque hay opciones para la escogencia de la mejor ruta que evite extravíos inconvenientes. El talento prodigioso de nuestro homenajeado hace mucho tiempo que tomó la suya con firmeza de convencido para impulsar dinamismo a la res communis, cosa de la comunidad, iglesia comunitaria, debate abierto con la gente, torciendo el cuello a la res nullius, cosa de nadie, iglesia de sacristías, dobles taciturnos de campanas que tocan a difunto, sin repiques de resurrección. En los intersticios de esta ruta la pluma del periodista que bulle en las inquietudes de nuestro insigne pastor, hace incursión en los medios de comunicación social para potenciar el turismo religioso como una palanca de desarrollo regional. Por allí vemos como en el inventario de la Arquidiócesis hay más de cuatrocientas iglesias y capillas, descontando más de cien templos que fueron desgajados para anexarlos a la Diócesis de El Vigía y San Carlos del Zulia, hace más de nueve años, cuando ocurrió la división jurisdiccional. Muchos de ellos, nos dice Monseñor, son de una belleza y esplendor sin parangón. En las antípodas de este largo recorrido de siglos que ha marcado el auge del cristianismo, bien caben los cantos gregorianos que dieron acento llano y popular a la liturgia de los tiempos del Papa Gregorio I, la cual data del año 582. Otro Gregorio, el Papa Gregorio XIII, llevó estos cantos al calendario reformado, sin barajas escondidas bajo la manga, con sorprendente transparencia y entusiasmo, a pesar de que este excelso personero movía su pontificado en un clima enrarecido por los cismas y la expansión luterana del protestantismo alemán. Remontándonos a aquellos lejanos tiempos podernos afirmar que los cantos gregorianos significaron en el lenguaje del pentagrama, una verdadera revolución que transformó los ritos hace mas de 400 años y dejó intactos los
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dogmas teológicos y la doctrina de la iglesia. Esa es la línea que brota con fluidez en esta fecha, sin asomos de propaganda subliminal, para cantar honores a lo antiguo. Sus veinte años de Consagración Episcopal, celebrada con violines campesinos en todos los campos de nuestro entorno rural, pudieran asociar notas gardelianas con las rimas de la conocida canción tanguera de veinte años no es nada. El que siembra recoge, Monseñor. Nuestro Obispo Auxiliar es a Su Excelencia, lo que Su Excelencia fuera a los recios pilares que le dieron apoyo a su llegada a Mérida. Monseñor Luis Alfonso Márquez Molina, Obispo Auxiliar de Mérida, con vigor juvenil sorprendente, remata una de sus crónicas, titulada Impresiones sobre el Pueblo de Los Nevados, de la siguiente forma: Yo he subido a los Nevados unas 54 veces; siempre a compartir con su gente los días de Semana Santa y Navidad. Nos habla luego de los encantos del pueblito; recomienda a todos los que no conocen este inigualable y bello pueblo Merideño, que lo visiten para que disfruten de sus encantos, de la paz y tranquilidad que transmite su entorno y del calor humano y gentileza de sus habitantes. En esta llave de responsabilidades compartidas solidariamente, el balance final de la obra realizada no puede ser otro que exitoso. Así lo evidencian las estadísticas y así se palpa en el ambiente de nuestro Estado y en todas las poblaciones del entorno andino. Así lo sienten profesores y estudiantes de nuestra Alma Mater y así se percibe en los gremios profesionales y en los Sindicatos y Ligas Campesinas que hacen vida activa en nuestra sugerente geografía. Las congregaciones religiosas han aumentado y las Casas de Misericordia amplían sus espacios físicos y espirituales animadas de una pasión de compromiso que pareciera jugar a la emulación estimulante. Los Colegios de Monjas brindan educación abierta porque en sus aulas la ración de cupos no le cierra a los educandos la oportunidad de cultivarse, sin distingos ni denominaciones que achican ha misión educadora. Y por eso Mérida es un escenario para que a su regazo vengan las juventudes de otras partes, confiados en que esta tierra no tolera las deformaciones e infunde confianza en los padres para enviar a sus hijos a los múltiples colegios públicos y privados que hacen vida común cabe la imponente vigilancia de nuestros picos nevados, guardianes de los tesoros morales que Mérida lleva en sus
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entrañas desde tiempos remotos. Allí esta la labor de las Hermanas religiosas en el Hospital Sor Juana Inés de la Cruz, donde dejaron huella perdurable. ¿Qué más decir en esta difícil coyuntura que Mérida no sepa y no padezca? Un rasgo final que no podemos silenciar: los pueblos del páramo y entre ellos el mío, sufrieron los embates de la Madre Naturaleza recientemente; antes de que los personeros oficiales equiparan los grupos de salvamento con la velocidad que la tragedia demandaba, nuestro admirado colega, vis a vis con la tragedia de un patronímico que del otro lado se acercaba y se alejaba en un si-es-no-es de actitudes que no tienen justificación sensata, procedió a consagrar la tierra castigada, en presencia de la contraparte confundida, como un Campo Santo para que las víctimas recibieran cristiana sepultura. Un muerto o muchos muertos, cristianos o paganos, musulmanes, ateos o fervorosos creyentes, en aquel contrito acto de recogimiento solemne que agigantó la figura de nuestro Arzobispo haciendo de Mensajero del Señor, recordó a los familiares y damnificados que, salvando las distancias comparativas, ante aquella hecatombe de una ecología maltratada, recordó, digo, a las catacumbas romanas que fueran los primeros cementerios de los cristianos aferrados al sacrificio de su fe. Cuando hay fuerza interior poderosa, ésta transmite serenidad a los rostros. Fue lo que captamos todos en el ataque absurdo que hordas programadas pretendieron escenificar en los salones de nuestro Consejo Legislativo. El gesto que honra a su presidente, nuestro colega académico y poeta Adelis León Guevara, desbarató el fallido intento de saboteo y el acto se realizó con la brillantez que puso en su discurso final nuestro querido homenajeado, quien ni siquiera se refirió a los gritos de jauría que contrastaron con el paso pausado, a ritmo de caravana, que acompañaron por las calles el acto final de la programación que se cumplió en esta Academia con la develación del retrato del Cardenal Quintero, entonces Obispo Coadjutor de la Arquidiócesis, artísticamente logrado en técnica y esplendor por el maestro merideño Francisco Lacruz, retratista de reconocidos méritos, a quien debemos asociar en este homenaje, porque ya recibió cálido recibimiento en el Museo Arquidiocesano; otra faceta que está haciendo prodigios de presencia masiva e ilustrativa bajo ha dirección de la Licenciada Ana Hilda Duque, experta antropóloga y museísta, quien ha puesto su celo profesional al servicio de Mérida y de todas sus clases sociales, abriendo sus puertas a un público que admira a diario la facundia pluralista de un trabajo nuevo rendido en equipo,
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bajo la sabia dirección de nuestro homenajeado, quien hoy honra con su presencia esta Academia, a la cual enaltece de verdad con su membresía destacada. Señores: Lejos están los tiempos de grandeza en que los genios de la expresión patrocinaban con igual bizarría la pluma y la espada, la ciencia y el arte, el talento y el valor, pero en los anales de nuestra Mérida hay antecedentes notables que nos obligan a desempolvar viejos infolios para estimular el retorno a sus ancestros de hidalguía. Echemos mano a estos recursos salvadores. Y así podemos captar que los méritos no se han de computar solamente por las canas, puesto que la persona humana es un ente complejo: Dios la creó a su imagen y semejanza y por esa química formativa, sin clonación posible, el hombre es un trasunto del soplo divino. En la arcilla humana no todo fue una perfección y no todo fué paradisíaco; sin embargo, Hobbes le descubrió una falla funcional que fisiológicamente lo convirtió en un gladiador de bajos instintos: el hombre es lobo para el hombre; ese Leviatán que anda en sus entrañas es demoníaco y reparte el odio que lleva envuelto en apariencias de fidelidad, como si llevara un infierno portátil en el pecho. Hay lucha desigual en sus adentros. Hay lucha desigual en las afueras. Pero hay un pensamiento que sigue vigente desde los tiempos de Rivadeneira, en busca de la nivelación: Se deshacen las tinieblas con los rayos esclarecidos de la verdad. Con la verdad como faro de luz empujaremos todos por muchos años más esta bendición que nos ha otorgado el Altísimo, de contar con una Sede Episcopal altiva y vigorosa, llevada por la mano tesonera de nuestro Homenajeado. Colegas Académicos, Señoras, Señores: Aquí están con nosotros distinguidas personalidades honrando este homenaje. Nombrarlos a todos seria poner a riesgo una omisión. Pero no podemos dejar de citar a Monseñor Miguel Antonio Salas, cuyo nombre ostentan los salones del Museo y en cuya compañía conocimos esos rincones, en visita de aprendizaje memorable.
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Gracias a todos por esta presencia significativa. Pasan como raudales de entusiasmo los momentos estelares que conforman el Curriculum Vitae de un Pastor de Almas, nacido para alumbrar conciencias y dar toques de alerta ante lo que viene desarrollándose en nuestro país con signos preocupantes. Ayer no más fue alumno brillante de la Universidad Pontificia de Salamanca en España, después de sus estudios de bachillerato y filosofía en el Seminario Interdiocesano de Caracas. En Salamanca recibió Licenciatura en Teología y más tarde el Doctorado en Teología Pastoral. Cuando regresa a Venezuela ya es un maestro, nutrido de sapiencia. Fue Vicerrector del Seminario Interdiocesano de Caracas con muchas etcéteras que harían copiosa la enumeración. Y cuando la Santa Sede lo preconiza como VI Arzobispo de Mérida, vuelve a Roma para recibir el Palio Arzobispal de manos de Su Santidad Juan Pablo II, el día 29 de Junio de 1992. Allí tuve eh honor de conocerlo y desde entonces me honra con su amistad. Coincidimos en muchos actos públicos donde su verbo y su presencia prestigia las programaciones de la ciudad y en la Academia de Mérida se renuevan afectos recíprocos, que para mi son fanales de luz orientadora. Sabiéndolo así el honorable presidente de esta Academia, Dr. Mario Spinetti Berti, me distinguió con el honor de decir estas palabras en nombre de nuestra Institución. Gracias de nuevo por vuestra paciencia benedictina de escucharme.
Mérida, 19 de Septiembre de 2003.
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Palabras pronunciadas por el Dr. José Mendoza Angulo en la Concelebración Eucarística de la Catedral Basílica Menor de Mérida, el día 21/09/2003, a las 11:00 am., con motivo del homenaje rendido al Arzobispo Baltazar Enrique Porras Cardozo en sus 20 años de ejercicio Episcopal En el acto testimonial y de fe que nos reúne hoy para celebrar, juntos, el vigésimo aniversario de la ordenación episcopal de Monseñor Baltazar Enrique Porras Cardozo, como Obispo Auxiliar, primero, y, luego, como Arzobispo de la Arquidiócesis de Mérida, el Comité Organizador del evento nos encomendó la tarea de pronunciar estas palabras, sometidas a dos comedidas y respetuosas condiciones: decirlas en su nombre y en representación de toda la colectividad merideña y hacerlo, además, con brevedad. No sabemos si somos merecedores de la distinción que hemos recibido pero, en todo caso, permítasenos declarar, públicamente, ante tantos testigos, que nos sentimos inmensamente honrados y profundamente conmovidos por el gesto de confianza con el que se nos ha señalado. Esta es la tercera vez que nuestro destino personal se cruza con el de Monseñor Baltazar Porras Cardozo en condiciones particulares. Hace ya dos décadas, ejerciendo el Rectorado de la Universidad de Los Andes, nos correspondió abrirle de manera fraternal las puertas de la Institución y recibirlo en sesión especial del Consejo Universitario. De esa manera, la más Alta Casa de Estudios de los Andes venezolanos confirmaba ante el recién ordenado Obispo Auxiliar de Ia Iglesia Merideña, el reconocimiento histórico de haber nacido, dos siglos atrás, a partir de una iniciativa exitosa del Primer Obispo de la Diócesis, Fray Juan Ramos de Lora. Años después, habiendo sido designado Ministro de Justicia de la República, cumplimos nuestro primer acto oficial ante la Iglesia Católica de Venezuela, rindiendo una visita especial a Monseñor Porras Cardozo en la sede de la Conferencia Episcopal, en Caracas, oportunidad en la cual le trasmitimos, por su conducto, al episcopado y luego cumplimos con satisfacción, la voluntad política del Gobierno que representábamos, de reconocer el profundo sentimiento católico del pueblo venezolano mediante el más celoso respeto por las actuaciones de la Iglesia y la consideración justiciera y debida a la labor pastoral y social cumplida por Obispos, clero y feligreses. En la libre interpretación que intentamos dar del orgullo, del respeto y del afecto que la comunidad católica de Mérida y la colectividad del país, en general, sienten por la persona y las actuaciones de Monseñor Baltazar
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Enrique Porras Cardozo, nos hemos tomado la licencia de retener cinco referencias que, según nuestro parecer, pueden ayudar a explicar Ia formación y el soporte de esos sentimientos. El primero tiene que ver con el nacimiento y el marco exterior que ha rodeado el periplo vital de Monseñor Porras. Dentro de diecinueve días, Baltazar cumplirá 59 años de edad. Esto quiere decir que nació en 1944 y que sus casi seis décadas de vida, salvo el período de la última dictadura militar del siglo XX, han transcurrido y se han desarrollado en el ambiente cultural de la democracia y de la libertad, entorno formador de la Venezuela y de los venezolanos que identifican a la historia nacional contemporánea. El pensamiento, las acciones y el compromiso de Monseñor Porras Cardozo con el país y con su iglesia no pueden ser otra cosa que el producto de los alimentos que ha recibido su espíritu. El segundo está relacionado con el ambiente humano y el contexto territorial de su actuación y de su vida. Nació en Caracas, allí se inició su formación y en la ciudad capital ha llegado a cumplir destacadísimo papel en la primera institución formadora de sacerdotes de esa Arquidiócesis, pues durante cuatro años fue Director del Seminario de San José de El Hatillo. Pero sus padres, una guayanesa y un tachirense, seguramente le inculcaron la forma de ser de los habitantes de dos porciones de Venezuela tan distantes y tan disímiles, pero al mismo tiempo tan integradoras de la nacionalidad y con tanto peso en la vida republicana de nuestra Patria. El inicio de su vida sacerdotal tuvo como escenario a los llanos venezolanos del Estado Guárico y su ejercicio episcopal se ha cumplido fundamentalmente en los Andes. Quienes nos quejamos, junto con el eminente médico y distinguido compatriota Doctor Otto Lima Gómez, del desarraigo como uno de los principales males que han afectado el cuerpo y el alma de los venezolanos sobre todo en el transcurso de los últimos setenta y cinco años, casi miramos con envidia las raíces nacionales sobre las que descansa la vida y la obra de Monseñor Baltazar Porras Cardozo. Todo pareciera una predestinación. La tercera referencia podríamos inscribirla dentro de su vocación compartida con la consagración religiosa: nos referimos a su respeto y a su amor por el estudio de la historia. Nos merece la más elevada valoración y reconocimiento la iniciativa cumplida por Monseñor Porras, consistente en la indagación de la vida y obra y en la búsqueda, identificación y traslado desde México hasta Mérida, con la colaboración del joven diplomático José Manuel Quintero
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Strauss, de la única imagen fiel del primer Obispo de Mérida, Fray Juan Ramos de Lora. Tarea que, por cierto, no supimos cumplir ninguno de los Rectores de la Universidad, a pesar de que honramos la memoria del prelado como el fundador de la Casa de Estudios que, establecida en 1785, fue la semilla de la Universidad. En ocasión del breve discurso pronunciado por el entonces Obispo Auxiliar de Mérida en uno de los actos que organizamos para anunciar el año jubilar del Bicentenario de la Universidad de Los Andes, el 29 de marzo de 1984, Monseñor Porras... Y Mérida, su Universidad, su intelectualidad pensante, tienen una deuda con Fray Juan Ramos de Lora. Su biografía es, todavía hoy, muy incompleta. Apenas si conocemos su actuación al frente de la sede emeritense. Pero de su vida anterior, de joven en Sevilla, de misionero en California, y de experimentado fraile en Ciudad de México, apenas si contamos media cuartilla de datos. Si los días últimos de su vida fueron tan fecundos, bien vale la pena ahondar en los primeros sesenta de su existencia. La mejor ofrenda a su memoria, es unir la fragancia perecedera de estas flores al suave olor de sus buenas obras. Así su patronazgo será más real y más completo. Pues bien, haciendo gala de una responsabilidad y una tenacidad envidiables, sólo Monseñor Porras ha tratado de cancelar la reconocida deuda histórica. En cuarto lugar, y no porque sea menos importante, queremos destacar el empeño de modernidad y de excelencia de nuestro homenajeado de hoy para con la institución de la que forma parte indisoluble. Monseñor Baltazar Porras Cardozo llegó a la ordenación episcopal a los 39 años de edad. Era imposible, entonces, que la frescura y la fuerza de sus años todavía juveniles no se reflejaran en la conducción de la Mitra merideña. Quien haya tenido la ocasión de leer, el jueves pasado, en la prensa del Estado, el excelente compendio publicado por Monseñor Luis Alfonso Márquez Molina sobre Baltazar Porras y sus veinte años de Episcopado, encontrará elementos suficientes para corroborar lo que decimos. En medio de las dificultades de todo orden con las que la Iglesia de este tiempo ha tenido que enfrentarse, con una energía, una capacidad de trabajo y una voluntad verdaderamente admirables, Monseñor Porras ha hecho muchas cosas útiles y trascendentes para servir a la Iglesia, pero sobre todo se ha empeñado en hacer de los jóvenes sacerdotes de la Arquidiócesis los más robustos pilares del futuro templo.
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Finalmente, hemos querido retener un gesto humano de Monseñor Porras, de entrañable amor y valor, que presenta una de esas aristas de la personalidad de los hombres que a veces dicen mucho más que los signos aparentes de nuestras vidas y de nuestras acciones. El haber despedido los despojos mortales de una respetable dama evangélica, con el más grande testimonio de respeto y de afecto hacia una familia no católica, mediante la lectura de salmos y versículos de la biblia especialmente escogidos para la ocasión, hablan por sí solos de la madurez y de la enorme preparación de Monseñor Porras para la tolerancia y la reconciliación. Este es el hombre, el ciudadano, el intelectual, el venezolano y el prelado con quien hoy compartimos sus veinte años de ejercicio episcopal de manera solidaria y, sobre todo, animados por la esperanza y por la fe, por la fuerza de las convicciones y la tenacidad que él ha sabido dispensar con generosidad. Salud y larga vida Monseñor Baltazar Enrique Porras Cardozo, Arzobispo de Mérida.
Reportajes de prensa BETANCOURT, Carmen. “Por sus 20 años episcopales Comunidad religiosa merideña rendirá homenaje a Mons. Porras”. Frontera. Mérida: 15 de septiembre de 2003. Año XXIV N° 10585, p. 2a. MÁRQUEZ, Luis Alfonso (Mons.). “Baltazar Porras y sus veinte años de Episcopado”. Frontera. Mérida: 18 de septiembre de 2003. Año XXIV N° 10588, p. 8a. QUINTERO STRAUSS, José Manuel. “Monseñor Baltazar Porras Cardozo: XX años episcopales”. Frontera. Mérida: 21 de septiembre de 2003. Año XXIV N° 10591, p. 3b. VILLET SALAS, Jorge. “Acto sobrio de los académicos de la ciudad. Academia
de Mérida celebró 20 años episcopales de Monseñor Baltazar Porras”. Cambio de Siglo. Mérida: 20 de septiembre de 2003. Año 6. Nº 2154, p. 4.
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