Brasil y Lula: imágenes para un rompecabezas

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Este artículo es una publicación de la Corporación Viva la Ciudadanía Opiniones sobre este artículo escribanos a: [email protected] www.vivalaciudadania.org

Brasil y Lula: imágenes para un rompecabezas Antonio Martins Editor Le Monde Diplomatique - Brasil

En la edición Nº 33 del Semanario publicamos la primera parte del texto de Antonio Martins, Brasil y Lula: imágenes para un rompecabezas. Hoy publicamos la segunda parte que comienza en el subtítulo: La ruptura, pero en realidad también reescribió la última parte del subtítulo: Cuando poco es mucho. La editora. Resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil. Pistas para comprender el gobierno Lula, el comportamiento de la derecha y las estructuras de poder en América Latina

La sorpresa Dos semanas antes, habría parecido un resultado imposible, así mismo hace tres días pocos lo creían. Pero a la medianoche del último domingo (1/10), cuando el 99,2% de los 104,8 millones de votos depositados en las urnas electrónicas estaban escrutados, quedó claro que Geraldo Alckmin, candidato de la coalición neoliberal-oligárquica (PSDB-PFL) había sido capaz de provocar una segunda vuelta en las elecciones presidenciales brasileñas. En números absolutos, el resultado de Lula y del PT no es malo: 46,7 millones de votos (48, 6% del total) –-más que el 42% de los obtenidos en la primera vuelta de 2002 y 6,7 millones frente su adversario. De 3 gobernadores de Estados (entre 27), el PT pasa a 4, entre los cuales Bahía –-donde obtuvo una victoria espectacular en contra de Antonio Carlos Magalhaes, el último sobreviviente de los grandes “caciques” de la política brasileña. En la Cámara de Diputados, eligió 83 representantes (tenia 81), entre 555. Si Lula es reelecto, podrá formar, con los partidos aliados, una mayoría parlamentaria. Pero fue una ducha fría, un anticlímax. En los últimos seis meses, el presidente supo resistir al bombardeo incesante que le mueve casi toda la prensa y la TV. Todas las encuestas le daban como ganador en la primera vuelta con 10 puntos sobre la suma de sus adversarios, hace apenas dos semanas. Sobre esa contradicción, declaró: “ellos están perplejos porque por primera vez en la historia los pobres no piden opinión a los

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ricos sobre quién votar”. Los hechos que cambiaron el juego ayudan a comprender la naturaleza del poder, las élites, y los medios de comunicación en Brasil e iluminan un poco lo que ha sido el mismo gobierno de Lula. Una foto de 785 mil dólares “¿Cuándo van a aparecer las fotos del dinero”? Esa fue la pregunta que hicieron, durante los quince días anteriores a los comicios, todos los periódicos y noticieros de TV. Hacían referencia al último escándalo político del gobierno de Lula. Al contrario de los casos anteriores, aquí el componente principal es mediático. El 15 de septiembre, la Policía Federal aprehendió en un hotel cerca del Aeropuerto de Congonhas, en São Paulo, 1,7 millones de reales (alrededor de 785 mil dólares) en especie. El dinero estaba en poder de dos afiliados del PT (Gedimar Passos y Valdebran Padilha, presos en la operación), pero ligados a dos asesores del “sector de Inteligencia” de la campaña electoral de Lula (Osvaldo Bargas y Jorge Lorenzetti) y al coordinador (Hamilton Lacerda1) de la campaña a gobernador (de São Paulo) de Aloísio Mercadante (PT). La plata sería usada para comprar un dossier que posiblemente contiene evidencias fuertes de corrupción contra el entonces adversario de Mercadante. José Serra (PSDB)2, sería pieza clave en la “Mafia de los Sanguessugas”, un esquema de compra sobrefacturada de ambulancias por alcaldías brasileñas que tuvo enorme repercusión en la opinión pública. Todo indica que la prisión fue una trampa infantil, que revela las ilusiones del PT con las élites y el poder. Gedimar y Valdebran negociaron el dossier con la familia Vedoin, propietaria de la empresa que vendía las ambulancias sobrefacturadas. Los Vedoin tienen lazos muy antiguos con el PSDB, que controla un sector importante de la Policía Federal (a pesar de los esfuerzos reales de profesionalización llevados a cabo en el actual gobierno). Con la incautación del dinero, empezó el bombardeo. En un mundo dominado por la mercancía, comprar información no es crimen, pero los escándalos anteriores permitían difundir la idea de que el PT tiene una tendencia incorregible a involucrarse con plata sospechosa. En la prensa, el contenido del dossier desapareció como por hechizo: lo que importaba era denunciar el partido que había intentado apoderarse de él. Fueron dos semanas sin tregua. 1

El 6 de octubre, Lorenzetti, Bargas, Lacerda y Expedito Veloso, también involucrado en el escándalo, fueron expulsados del PT, por la Ejecutiva del partido. Su presidente, el diputado Ricardo Berzoini fue apartado temporalmente, hasta que se hagan las investigaciones sobre lo ocurrido. Asumió el puesto Marco Aurélio García, el vice-presidente. 2 Ex-ministro de Salud, ex-alcalde de la ciudad de São Paulo, electo el último domingo gobernador del estado de São Paulo

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“¿Donde están las fotos?” Los 1,7 millones de reales aparecieron el 29 de septiembre, dos días antes de las elecciones, en el momento preciso en que sería más fuerte su impacto sobre los comicios. Conferían materialidad a la tesis de corrupción... del PT. Fueron la atracción principal en los noticieros del viernes y sábado, frecuentaron las revistas semanales (cierran el vienes...) y las ediciones del fin de semana de todos los diarios. El proceso estaba bajo la vigilancia de la justicia. La aparición de las fotos es crimen. Las brindó a la prensa, en formato CD-Rom, el delegado Edmilson Bruno, de la Policía Federal. Lo hizo abiertamente. En el momento de la entrega, dijo a los periodistas: “Les paso las imágenes que van a joder al PT”. Hasta las elecciones, todos los medios ocultaron meticulosamente el personaje y las circunstancias de su acto. Dos personajes y un drama Jorge Lorenzetti que se presentó a la Policía Federal, el 22 de septiembre, para reportar sobre la compra del “dossier” se asemejaba a estos personajes fríos de los films de mafias o de espionaje. Un enorme bigote gris le cubría la boca. Con los espejuelos marrones, la gran frente calva y la corbata rosada, componían, para este miembro del “núcleo de Información e Inteligencia” de la campaña Lula, la imagen de los tipos impenetrables que tienen todo que ocultar. Primero, 1,7 millones en un cuarto de hotel. Luego, un hombre blindado. El 28 de septiembre, cuando Lula dejó de comparecer al último debate entre los candidatos, se completó el diseño de que había mucha cosa por debajo del “dossiergate”, como rápidamente lo apellidaron los medios de comunicación brasileños. Pero son otros los trazos que hacen de Lorenzetti, así como de su colega Osvaldo Bargas, figuras emblemáticas de los “dos déficits gemelos” del gobierno Lula. El ex profesor universitario Lorenzetti y el ex obrero metalúrgico Bargas son típicos del sindicalismo clasista que marcó el panorama social de Brasil entre las décadas de 1970 y 1980 y originó al PT y a la Central Única de los Trabajadores (CUT). Ambos fueron dirigentes de esta última, ya en los años 90. Ambos son parte de un proyecto político que fue muy eficaz para enfrentar el capitalismo industrial del siglo XX; pero que perdió mucho de su fuerza cuando tuvo que confrontarse con el financiamiento y la disolución de la política tradicional, características de la fase neoliberal del sistema. Las elecciones del 2006 fueron marcadas por la desaparición casi completa de la fuerza militante, lo que hacía la diferencia con el PT de los comicios anteriores. No había banderas o estrellas rojas en las calles, en las casas y en los pechos. Desde los años 90, cuando empezó la reconversión neoliberal de la producción en Brasil, el sindicalismo dejó de ser una fuerza importante. En el mismo período, cuando el PT empezó un proceso acelerado de institucionalización, se disolvieron los “núcleos”, estructuras no previstas en la legislación partidaria, pero mucho más flexibles y capaces de atraer y dar voz a la militancia.

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Pero también el sentimiento inorgánico de pertenencia al partido se quebró casi por entero durante el mandato de Lula, en especial como resultado de las decepciones provocadas por los grandes “déficits gemelos”. En el gobierno, el PT hizo cosas buenas e innovadoras, como se verá más adelante. Pero no fue capaz (porque no comprendió la necesidad) ni de encontrar alternativa a la subordinación de Brasil al sistema financiero internacional, ni de desencadenar un proceso de movilización social que le permitiera huir de la dictadura del sistema político tradicional. El primer déficit le obligó a seguir transfiriendo (vía intereses pagados por el Estado), a cada año, alrededor de 160 mil millones de reales (US$ 70 mil millones) a los acreedores del Estado (80% de la deuda es propiedad de las 20 mil fortunas más grandes del país). Es una suma 5 veces más grande que todas las inversiones en Salud (el presupuesto no financiero más grande de la Unión), o cerca de 100 veces las inversiones en Reforma Agraria. El Estado fue incapaz de adoptar políticas consistentes de redistribucción significativa de riquezas, recuperación de los servicios públicos o el mismo incremento de las redes de infraestructura necesarias para promocionar el “desarrollo”. Una contra-reforma del sistema de seguridad social, adoptada al inicio del gobierno, puso contra Lula a los servidores del Estado, una de sus antiguas bases de apoyo. El segundo déficit está en el origen del escándalo que se quedó conocido como “Mensalão”∗. Sin disposición para ver en la sociedad civil un contrapoder capaz de hacer frente a la fuerza ultraconservadora de las instituciones, el gobierno copió también el viejo método del Poder Ejecutivo en Brasil: intentó cooptar no con programas, sino con favores, la política tradicional. Celebró alianzas con sectores de los partidos más tradicionales. Aunque no esté claro si de hecho el PT llegó a pagar a parlamentarios “aliados” propinas mensuales (el “mensalão”), es seguro que ayudó, con dinero recaudado ilegalmente junto a empresarios (el “caja 2”), las campañas electorales de partidos que le prometían apoyo. También aquí no se innovó: todo eso existe hace décadas en la vida institucional de Brasil y el país seguramente no es la excepción... La prensa se encargó de trasformar en escándalo lo que antes era banal. Cuando poco es mucho El mapa electoral de Brasil tiene ahora dos colores nítidos. El hecho sociológico más importante de los comicios del último domingo es la polarización muy nítida entre pobres y ricos, quizás la más larga en la historia política de Brasil. Lula triunfó con márgenes muy amplios en las regiones (principalmente Nordeste y Norte) más pobres, y en las periferias pobres, negras y mestizas de los grandes centros urbanos3. Las clases medias se dividieron, pero mayoritariamente votaron por Alckmin. Eso superó ∗ 3

Propinas mensuales. Por ejemplo: Lula 59% X 23,2% Alckmin en Bahía; 64,4% X 20,61 (Ceará); 62,76% X 20,22%

(Pernambuco);73,06% X 11,67% (Amazonas)

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los 70% de votos en urnas ubicadas en barrios ricos de São Paulo o Rio de Janeiro. El enorme apoyo popular y la resistencia misma frente al bombardeo mediático salvaje tienen dos explicaciones básicas. En un país tan desigual como Brasil, algunos mecanismos incipientes de redistribucción de riquezas producen un enorme efecto social y político; si la iniciativa de desencadenarlos coincide con la llegada al centro del gobierno de alguien que los pobres reconocen como “uno de los suyos”, entonces se produce una identificación capaz de vencer los mecanismos tradicionales de subordinación simbólica de los pobres por los ricos. “Están atónitos, porque sus empleados ya no les preguntan por quién votar, sino que escogen con su propia consciencia”, llegó a decir Lula algunas semanas antes de las elecciones.

II parte del texto La innovación4 que marcará el primer gobierno de Lula y que podría inspirar políticas semejantes en otras partes del mundo se llama “Bolsa Familia”. Alrededor de 10 millones de hogares –-30 millones de personas— cuya renta percápita declarada está por debajo de 120 reales (US$ 55) reciben, independientemente de su trabajo, 95 reales (US$ 44) por mes. La única contrapartida es mantener los niños en la escuela. En São Paulo, 95 reales es el costo que uno paga para ir en taxi desde el centro hasta el aeropuerto internacional. En el Nordeste, pueden permitirle comer dos veces al día, construir un cuarto separado para los niños en la casa, volver al dentista después de muchos años, separarse del marido violento (son las mujeres del hogar las que reciben el beneficio). El Estado brasileño invierte en el programa Bolsa Familia, 10% de lo que despilfarra con los ricos, a través del pago de intereses de la deuda pública. Estas transferencias siempre las hubo, y son tratadas por la prensa como algo natural e inevitable: un notema. La gran novedad es que, por primera vez, los pobres reciben (y agradecen) 10% de lo que se paga invisiblemente a los ricos. En algunas regiones de Pernambuco y de Bahía, una renta tan mínima fue suficiente para elevar en un 20% la renta y el volumen del comercio de los municipios. A los neoliberales, les enoja la Bolsa Familia. Es un programa sin foco, dice el Banco 4

El Bolsa Familia no es una novedad absoluta en Brasil. Desde hace dos décadas, el senador Eduardo Suplicy es un defensor tenaz de las transferencias incondicionales de renta, por medios monetarios. La primera experiencia práctica se produjo cuando el gobernador Cristóvam Buarque (entonces en el PT) implantó en el Distrito Federal un programa de ese tipo, pero condicionado a la presencia de niños en la escuela. En São Paulo, estudios estadísticos demuestran el efecto muy poderoso de este tipo de política para la baja de la criminalidad. Docenas de ciudades brasileñas pasaron a adoptar programas similares. Su éxito presionó Incluso el gobierno federal, bajo Fernando Enrique Cardoso, a adherir a ellos. Pero fue con Lula, debido a la extensión inédita que alcanzaron (cerca de 10 veces mas familias que en el gobierno anterior) que se tornaron una realidad política relevante.

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Mundial, para quién lo mejor sería invertir en programas de “recalificación profesional” como los que hay en Chile. Suena extraño, pero la izquierda dogmática rechaza esta política con argumentos semejantes. Para ella, el Bolsa Familia es “limosna”. No se le ocurre que en un mundo de automatización creciente y acelerada, será cada vez más necesario encontrar formas de redistribución de riquezas que estén fuera del circuito estricto del trabajo. Tampoco parecen darse cuenta de la capacidad de diálogo con las mayorías que tendrían si osaran, por ejemplo, proponer multiplicar por dos el número de las familias beneficiadas por la Bolsa Familia y el valor del beneficio. Quizás porque, para hacerlo, tendrían que pasar por en cima de sus mismos dogmas... *** El Bolsa Familia no es la única contribución del gobierno Lula. Chávez se pronunció con más énfasis contra el ALCA, pero Brasil fue –-por la dimensión y diversidad de su economía, su capacidad de diálogo y su volumen de exportaciones no basada en un único producto— quien jugó el rol decisivo en la inviabilización del bloque propuesto por Washington en la OMC (Cancún, México). El programa de adopción de software libre y de inclusión digital no tiene, posiblemente, paralelo en otro país (Cuba y China, por ejemplo, están totalmente dominadas por el paradigma Microsoft). Los “Puntos de Cultura” puestos en marcha por el ministerio dirigido por Gilberto Gil se han transformado en centros de articulación de las resistencias culturales de las periferias. El mismo ministro es uno de los principales difusores (en Brasil y en el mundo) de la lógica del Creative Commons. Se inició la producción del biodiesel5 ignorando el agro-negocio y privilegiando absolutamente la producción campesina. El programa “Luz para todos” permitió que 3 millones de personas (casi 2% de la población del país) tuvieron (en el siglo 21...), acceso a la electricidad por primera vez. Bajo Lula, Brasil permaneció, en esencia, siendo una de las diez naciones más desiguales del planeta. Pero en un país donde la injusticia es secular, y en un mundo en el cual solo se suele esperar de los gobiernos la repetición o el retroceso, los símbolos de nuevo que se lanzaron fueran seguramente emblemáticos. A esta observación, Bertolt Brecht añadiría otra. En una nación donde la injusticia es secular, y en un mundo en el cual solo se suele esperar de los gobiernos la repetición o el retroceso, los símbolos que se lanzaron, bajo Lula, fueron seguramente emblemáticos. Pero Brasil permaneció, en esencia, siendo una de las diez naciones más desiguales del planeta... La ruptura 5 En Brasil, una ley del 2003 determina que en la composición del toda la gasolina, al menos 2% sea de origen vegetal.

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Discreto y reservado durante los tres primeros años del gobierno Lula, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso salió de las sombras en los últimos seis meses y asumió un rol destacado en la escalada de ataques contra el Presidente. “Hace falta un Carlos Lacerda”, afirmó el 25 de agosto, invocando al periodista y político carismático que lideró todas las movilizaciones de las fuerzas de derecha en Brasil, en las décadas del cincuenta y los sesenta6. Algunas semanas antes, declaró, en clara alusión a Lula: “El pobre, cuando llega arriba, ya piensa que es otra cosa”. Cardoso es seguramente el político más capaz de unir y articular los distintos sectores y grupos que conforman el campo conservador en Brasil. Su reaparición agresiva y estridente marca una ruptura. En marzo de 2006 terminó el período inédito (y muy corto...) en el cual un sector mayoritario de las élites brasileñas aceptó sin traumas (e incluso se alegró) que alguien ajeno a ellas estuviera en el tope del aparato de Estado. Este interregno, que había empezado en diciembre de 2002 (luego de las elecciones presidenciales), ayuda a comprender la naturaleza del primer mandato de Lula. El ascenso de Lula a la presidencia fue un hecho de enorme significado simbólico, pero no un rayo en día de verano, ni la victoria de un outsider. El surgimiento, consolidación y triunfo de un “partido de trabajadores” llevó 20 años y es un componente del proceso (muy intenso, pero relativamente negociado y pacifico) de cambios sociales y culturales que marcan la sociedad brasileña desde los años setenta. Por ende, el fenómeno mezcla aspectos de trasformación y de cooptación. Desde 1988, el PT gobierna ciudades importantes, capitales y estados brasileños. Son experiencias que incluyen innovaciones reales y algunas veces relevantes (como los presupuestos participativos) pero que, al mismo tiempo, no amenazan la propiedad y los intereses generales de las élites. Esta convivencia de vías fue considerada insuficiente en 2002, cuando se trataba de la disputa, mucho más decisiva, por el Ejecutivo central. A partir de marzo, cuando la victoria de Lula se convirtió en una posibilidad real, los mercados financieros movieron contra Brasil un ataque especulativo con sentido evidente de chantaje político. En seis meses, la moneda nacional (el real) sufrió un desplome de casi el 50%, aunque el momento fuera de calma y tranquilidad, en los flujos internacionales de crédito. En junio, una misión del Fondo Monetario Internacional llegó al país y mantuvo, además de los contactos regulares con ministros y burócratas, reuniones no usuales con todos los candidatos viables a la Presidencia. En estos momentos, se les advirtió (y se hizo público en la prensa) que su nihil obstat era esencial para un nuevo acuerdo entre Brasil y el FMI –-obligadamente necesario para evitar un terremoto económico de grandes proporciones. Lula obligadamente. En junio, él emitió la Carta aos Brasileiros, en la cual anunciaba su intención de “no cancelar contratos”. Esta concesión fue complementada con otra, en la composición del gobierno, definida 6

Incluso el golpe que resultó en la dictadura de 1964-84

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en noviembre de 2002. Para asegurar que la transferencia de riqueza a los acreedores del Estado prosiguiera sin sobresaltos, los dos puestos decisivos de la economía --el ministerio de Hacienda y la presidencia del Banco Central (BC)— fueron ofrecidos a personajes de total confianza de los mercados financieros. Para el BC fue nombrado Fernando Meirelles, ex presidente del BankBoston en Brasil y senador elegido por el PSDB, el partido cuya sumisión al neoliberalismo el PT denunciara y combatiera por años. Para el ministerio de Hacienda fue nombrado Antonio Palocci, petista, ex alcalde de una gran ciudad del interior brasileño7, donde su administración se caracterizó por privatizar la empresa local de las telecomunicaciones y establecer relaciones sólidas de confianza y colaboración con grandes propietarios rurales, el agro-negocio monocultivador y productivista, la burguesía industrial y especialmente el sistema financiero. El rol de Meirelles fue defensivo –-a pesar de la opinión de los principales economistas brasileños, y de la casi totalidad de aquellos históricamente ligados a la izquierda, le tocó asegurar que la tasa de interés brasileña siguiera siendo la más elevada del planeta. Palocci tuvo un papel mucho más destacado. Fue, durante casi tres años y medió, tutor y avalista de Lula. Su enorme capacidad de persuasión junto al Presidente fue decisiva para que este aceptara, en el inicio del gobierno, girar hacia políticas neoliberales como la (contra) reforma de la Seguridad Social; y para que siguiera delante aún cuando los resultados de la política económica se demostraron ridículos. Su presencia en el gobierno, en todo este período, suscitó una actitud benevolente con relación al gobierno, por parte de los grandes grupos económicos, de los partidos conservadores y de los medios de comunicación. El encanto se empezó a acabar cuando se acumularon señales de que la influencia de Palocci sobre Lula pudiera estar tornándose ineficaz. En febrero de 2005, ya en ese año de disputa electoral, se anunció que el PIB brasileño había crecido solo un 2% en 2005, el resultado mas débil en América Latina, exceptuando Haiti. La mala noticia impactó muy negativamente a Lula. En marzo, Palocci fue cuestionado por denuncia, como asiduo visitante de una mansión en Brasilia donde se celebrarían contratos entre el gobierno y empresas de obras, y donde se promoverían fiestas con presencia regular de prostitutas. El ministro reaccionó de una manera autoritaria: le ordenó a un banco público que violara ilegalmente el sigilo de las cuentas bancarias del denunciante para intentar encontrar quien estaba “financiando” tales denuncias. Cuando el desgaste de Palocci se tornó irremediable, la fracción ampliamente mayoritaria de las élites calculó que la mejor alternativa era poner fin a la presencia tutelada de un intruso en el poder. Lula dimitió a Palocci en marzo. Los mercados financieros no se incomodaron porque Brasil siguió siendo una oportunidad, 7

Ribeirão Preto, 500 mil habitantes, en la región del estado de São Paulo extrañamente rica y desigual.

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excepcionalmente segura y rentable para la multiplicación de capitales. Pero las élites políticas y los medios de comunicación lanzaron de inmediato una campaña por el impeachment de Lula. El pretexto para hacerlo era la existencial del “mensalão”, que ciertamente es vergonzosa, pero no fue iniciada por el PT (como se ha visto antes) ni involucró, por lo que se sabe, al Presidente de la República. Sorprendentemente, la apuesta se reveló desastrosa. Libre de la influencia de Palocci, Lula pudo ejercitar su sensibilidad política por una calidad que hasta sus adversarios más viscerales le reconocen. Se dio cuenta de que disponía de un capital político (el Bolsa Familia y su mismo origen social) para restablecer su fuerza entre las mayorías empobrecidas. Fue para ellas que su discurso político se volteó desde entonces. En algunos momentos, sus palabras llegan a recordar el viejo Lula metalúrgico, líder de huelgas, voz y ánimo del Brasil olvidado: “Si quitaren mis piernas, caminaré con las piernas de ustedes. Si quitaren mis brazos, gesticularé con las manos de ustedes. Si quitaren mi corazón, voy a amar con el corazón de ustedes. Y si quitaren mi cabeza, voy a pensar con las cabezas de ustedes” dijo en un gran meeting en vísperas de la primera vuelta, cuando era más intenso el bombardeo de los medios de comunicación en contra de su candidatura. Ha sido muy bueno que haya una segunda vuelta. Ahora va a quedar muy claro que hay dos proyectos opuestos para el país, y la sociedad podrá escoger su futuro”, añadió en el inicio de la rueda final. En algunos momentos –-pocos, hasta ahora, pero muy significativos, porque involucran decisiones difíciles en momentos críticos-– esta retórica encontró coherencia en los hechos. Con apoyo del Presidente, el nuevo ministro de Hacienda, Guido Mantega archivó, al asumir su puesto, el proyecto de “déficit nominal Cero”, que significaba cortar más inversiones sociales y en infraestructura para pagar los intereses, sin aumentar la deuda pública. En abril, el salario mínimo tuvo un nuevo aumento real8, algo a lo que Palocci tradicionalmente se opuso por la repercusión en los beneficios pagados por la Seguridad Social. En mayo, cuando el presidente boliviano Evo Morales nacionalizó los yacimientos de petróleo y gas en su país (afectando los intereses de Petrobrás), las élites brasileñas, en la histeria nacionalista, reclamaron del gobierno una demostración de fuerzas. Lula reaccionó rápido, pero en sentido opuesto. “Así como el pueblo brasileño, el boliviano tiene el derecho de beneficiarse de sus recursos naturales”, dijo. Y ordenó a la Petrobrás que negociara una nueva relación con Bolivia. El gerente y la beata En cada época histórica, el capitalismo tiene su ideal de hombre (o mujer) político/a. En la postmodernidad, época de vaciamiento de la democracia institucional, lo mejor es que tengan, también ellos/as, pocos trazos de personalidad, histórica o rasgos personales capaces de despertar identificación con proyectos. El sistema ya no 8

Vale, ahora, 350 reales, lo equivalente a US$ 150, un porcentaje muy elevado, para la serie histórica brasileña.

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procura presentarse como la mejor opción, pero si la única. Quien lo representa debe trasmitir, tanto le sea posible, la imagen del gerente, no la del líder. Primero, porque escoger un líder significa escoger un camino – y vivimos en una época en la cual “no hay alternativas”. Segundo, porque alguien vacío de pasado y de proyectos es, en la sociedad del espectáculo, como un actor capaz de enseñar a cada día un nuevo rol, olvidarse hoy lo que ha representado ayer, a usar cualquier figura, cualquier máscara. Nadie mejor que Geraldo Alckmin ha encarnado, en Brasil, este tipo de político. Ex alcalde, ex diputado inexpresivo fue elegido en 1994 vice-gobernador del Estado de São Paulo. El líder indiscutible de su partido era Mario Covas, candidato a gobernador. Pero debajo de ellos había varios líderes menos destacados en disputa, y era necesario escoger para acompañarlo alguien poco expresivo, incapaz incluso de despertar envidias. Fueron reelegidos en 1998, en las mismas condiciones. Alckmin asumió el gobierno en el 2000, cuando Covas falleció, pero mantuvo, como gobernador, el mismo bajo perfil que caracteriza a los vices en Brasil. Esa postura fue ideal para llevar adelante los proyectos de privatización y desmonte del Estado. En São Paulo, al contrario de lo que ocurrió en el resto del país, la distribución de energía eléctrica ha sido privatizada y hay planes para hacer lo mismo con la generación. La participación estatal en la empresa de abastecimiento de agua (que hierve 40 millones de personas y es una de las más grandes en el mundo, exceptuadas las mega-trasnacionales del sector) fue reducida hasta el limite a partir de cualquier nueva concesión puede significar transferencia de control. Aunque el Estado sea el más rico del país, la evaluación de desempeño entre los alumnos de las escuelas públicas llegó apenas al 26 lugar entre diversas regiones de la Federación (el penúltimo en Brasil). Por detrás del Alckmin insulso (el apodo “picolé de xuxu”, creado por un humorista de la prensa brasileña se torno muy popular...), está un tipo ultraconservador, fundamentalista cristiano del Opus Dei. Bajo su gobierno, una política de seguridad pública bajo el lema “tolerancia cero” llenó las cárceles con acusados de delitos banales. Los grupos de derechos humanos fueron expulsados de estas mismas cárceles, lo que abrió camino para que las organizaciones criminales reclutaran una enorme masa de seguidores, que siguen involucrados con las bandas después de su liberación. En abril y agosto, São Paulo vivió dos rebeliones urbanas criminales, lideradas por el Primer Comando de la Capital (PCC), la principal de estas facciones. Promovieron atentados contra las instalaciones de la policía, asesinaron a policías en las calles o en sus residencias. El saldo final fue más de 20 asesinatos. La única actitud del Estado fue responder con la misma lógica de los criminales. Luego de los primeros atentados, la policía promovió alrededor de 150 ejecuciones no explicadas ni debidamente investigadas. Una tercera candidata tuvo, en la primera vuelta, votación honrosa. La senadora Heloísa Helena alcanzó 6,5 millones de sufragios, 6,85% del total. Concurrió a nombre del PSOL, una disidencia del PT que reunió una parte minoritaria de la izquierda del partido.

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Helena demostró mucho coraje en el primer momento del gobierno Lula. Fue parte de un grupo de parlamentarios y militantes que se opuso a la (contra-) reforma de la Seguridad Social. Ayudó a demostrar que los rumbos seguidos entonces por Lula ya no eran los mismos que habían caracterizado históricamente al PT. Su expulsión del partido como represalia por su voto empobreció al PT. Su votación expresiva demuestra la posibilidad de una alternativa (no necesariamente en el cuadro de los partidos políticos) al que fue el primer mandato de Lula. Pero su rol como eventual articuladora de esta alternativa fue un desastre patético. En ningún momento Heloísa fue capaz de proyectar la imagen de alguien empeñada en construir otro proyecto político colectivo. Su sed de venganza y su ego bastante desarrollado la llevaron siempre a priorizar su individualismo sobre el proyecto común. En algunos momentos, eso resultó grotesco. Al contrario de la abrumadora mayoría de los militantes de su partido, Heloísa alardeó su posición contra el derecho al aborto, incluso en los raros casos (mal formación del feto) en los cuales la legislación brasileña lo permite. Igualmente, la posición que su candidatura asumió (sin debate interno) con relación a las investigaciones genéticas es increíblemente semejante a las de George W. Bush y Joseph Ratzinger (interdicción de todo el uso científico o investigación, involucrando células madre con origen en embriones). Esta postura descalifica enteramente la crítica de Heloísa al carácter no democrático de las decisiones en el PT. La creación del PSOL obligaba a Heloísia y al partido a presentarse en las elecciones con un perfil propio y distinto del petista, pero no a escoger el PT como su blanco principal. Fue lo que se dio. La candidata fue incapaz de darse cuenta, a lo largo de la campaña, del sentido real de los ataques que la derecha promovía, su pretexto de la ética, contra Lula. En la fase final de la primera vuelta, se asemejaba mucho a una ala auxiliar de PSDB, más radical contra el lulismo, pero no a su izquierda. Llamó al PT como “organización criminal”, y al mismo tiempo condenó la “postura débil” de Lula frente a Bolivia... El resultado de todo eso fue un despilfarro político raro, incluso en la larga historia de oportunidades perdidas por la izquierda. Los 6,5 millones de votos quedaron en los registros de la Justicia Electoral, en el currículum personal de la candidata y en su portafolio para sus futuros intentos electorales. En la disputa por la Cámara Federal, donde la identificación de los electores con los proyectos partidarios aparece más que en la votación personal para presidente, el PSOL se limitó a 1,5 millones de votos, menos que el 2% del electorado. Su bancada desplomó de 7 diputados (electos aún por el PT) a 3. Se quedó a menos de un tercio del umbral, ahora introducido en Brasil. Hay poquísimos trazos de unidad política e ideológica entre sus diputados --y mucho menos entre el conjunto de las fuerzas que lo constituyeron--. Se bromea entre la izquierda brasileña que el significado real de su sigla es el Partido Sen O Lula (Partido

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Sin El Lula), supuestamente la única idea en torno de la cual todos sus militantes se unifican. Aún aquí hay diferencias. Dos de los tres diputados electos manifestaron abiertamente, luego de la primera vuelta, su posición favorable a un apoyo a Lula, condicionada a la aceptación de puntos programáticos. Para que tal hipótesis no fuera posible, la Ejecutiva del PSOL aprobó, el 5 de octubre, una resolución que clausuraba precozmente el debate.

Los escenarios (Acrecentar la postura combativa de Lula de cara a la segunda vuelta) (Tema crucial las privatizaciones, lo que revela el desgaste de la hegemonía neoliberal) (Posible repactuación con los movimientos sociales) Tres encuestas divulgadas entre el 12 y el 13 de octubre confirmaron que la diferencia entre Lula y Alckmin, con vistas a la segunda vuelta, se amplió desde el inicio del mes. Se ubica ahora entre 10 y 12 puntos porcentuales, lo que sugiere un pronóstico de victoria para Lula. ¿Cuáles son las consecuencias del resultado electoral para la movilización trasformadora de la sociedad brasileña? La construcción de un proyecto emancipatorio alternativo, basado en la autonomía de las organizaciones sociales es, en cualquier parte, un enorme desafío. En Brasil, el problema a superar es la coincidencia entre dos grandes procesos históricos. A partir de mediados de los años 70, se multiplicó la organización social y popular. Hasta en los pequeños pueblos de la Amazonia es posible encontrar varias organizaciones activas. En los grandes centros urbanos ellas se multiplican y diversifican mucho más. En este ímpetu de autoorganización están, seguramente, las raíces de la invención del Foro Social Mundial. Pero esta explosión de iniciativas fue paralela a la construcción del PT, y estuvo colonizada por este segundo proceso. Para miles de personas, la realización de los anhelos a los cuales dedicaron parte de sus vidas estaba relacionada y dependiente, de alguna manera, de la llegada del partido y de Lula a la Presidencia de la República. Cuando el episodio del “mensalão” volvió claro el grado de asimilación del PT a las prácticas del capitalismo, muchos –-entre ellos el que escribe estas líneas-– creyeron que era posible separar los dos procesos. Las organizaciones autónomas de la sociedad deberían aprovechar la crisis para alejarse del sistema partidario y proponer, como la alternativa, una reforma política radical que denunciara las prácticas de vaciamiento de la democracia y presentara un primer conjunto de propuestas favorables a la ampliación de los espacios para la autonomía social9. 9 Leer, por ejemplo, “Operación manos limpias”, http://www.planetaportoalegre.net/publique/cgi/public/cgilua.exe/web/templates/htm/4E4OP/view.htm?user=reader &infoid=11534&editionsectionid=302

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El principio general de afirmación de la autonomía sigue vigente; pero la forma de realizarlo se reveló prematura e ingenua. Todos los movimientos sociales importantes en Brasil mantienen varias formas de relación con el PT. No estaban en condiciones de olvidarlas. Sería, entonces, una manera artificial de cambiar la página antes de haberla leído. Aun así, mucho cambió, en apenas cuatro años, en la relación entre los movimientos de la sociedad, el PT y el gobierno de Lula. Ya es raro encontrar el pensamiento mayoritario en 2002, según el cual “nuestra hora” había llegado. Miles de personas creen ahora que un mundo y un país nuevo solo serán construidos a partir de la conciencia y las movilizaciones colectivas autónomas, lo que, en Brasil, es un cambio cultural gigantesco. En los asentamientos de los sin-tierra, en las redes de movimientos sociales contra el ALCA, en las ONG que se proponen a movilizar los clientes del sistema financiero –en múltiples espacios de organización ciudadana, la gente ya no cree que su tarea esencial sea acumular fuerzas para un momento en el cual un representante de sus ideas “conquiste” el poder. La gente empieza a creer en su acción transformadora y autónoma. En el caso de la victoria de Alckmin, surgirían seguramente condiciones más difíciles para actuar. En un país donde hay tanto por cambiar, sería necesario perder tiempo poniéndose en defensa de los derechos nuevamente cuestionados, intentando garantizar libertades amenazadas y enfrentando un ambiente de desconfianza en la movilización social. Aun en ese caso, la vida y las luchas seguirían. Si Lula gana, tres escenarios distintos podrán abrirse. Los tres no son excluyentes entre sí: un mismo gobierno podría transitar más de una vez entre uno y otro. El primero fue concretamente armado, hasta hace 2 meses, por personajes del mismo gobierno, como el ministro de Asuntos Institucionales, Tarso Genro. Es la creación de un ambiente de “concertación nacional”, en el cual el PT y el PSDB intentarían llegar a una “agenda común” y reunir fuerzas para aplicarla. Esta hipótesis marginalizaría a la sociedad civil, se tornó, evidentemente, mucho más difícil en el clima de radicalización y disputas que marca la segunda vuelta. El segundo escenario es el de un segundo mandato azarozo, marcado por presiones incesantes de las élites económicas y políticas en contra de Lula. Intentarían abortar su mandato o al menos neutralizarlo. Imaginan que son capaces de mantenerse unidas, reconquistar la capacidad de manejo de la opinión pública a través de la prensa y contar con la indecisión y parálisis del gobierno. El tercer escenario es el más favorable, y depende de muchas variables. En el, un gobierno amenazado, pero más conciente de su rol, establecería una alianza prioritaria con los movimientos sociales y la sociedad civil. Seguramente, intentaría cooptarlos. Pero estos sabrían mantener su independencia y, al mismo tiempo, sacar

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provecho de las condiciones abiertas para la trasformación social por un gobierno que tiene enorme capacidad de diálogo con las mayorías, pero necesita del apoyo de la sociedad autoorganizada.

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