Brujas de dos mundos. Isabel Jáidar Matalobos Verónica Alvarado Tejeda* Una mirada inicial

BRUJAS DE DOS MUNDOS Brujas de dos mundos Isabel Jáidar Matalobos Verónica Alvarado Tejeda* RESUMEN. Revisión de la mirada puesta en las brujas europ

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BRUJAS DE DOS MUNDOS

Brujas de dos mundos Isabel Jáidar Matalobos Verónica Alvarado Tejeda* RESUMEN. Revisión de la mirada puesta en las brujas europeas medievales y las brujas prehispánicas, hasta la transformación que sufre esta mirada con la imposición de la religión católica y la instauración del Santo Oficio. Las diferentes significaciones respecto a estas mujeres muestran la importancia de la cultura y la subjetividad de la sociedad a la que pertenecían. Se habla de las mujeres ligadas al mal, pero también de las mujeres que, con ciertos poderes, curan y representan un papel fundamental en la cosmovisión azteca. Partiendo de elementos teóricos del psicoanálisis, se discute el miedo depositado en las mujeres, su relación con la naturaleza, la maternidad y la sexualidad.

Una mirada inicial LA CREENCIA EN LAS BRUJAS y la existencia de mujeres consideradas por su comunidad, y por ellas mismas, como brujas, fue común tanto en Europa como en la cultura prehispánica. Sin embargo, existen diferencias importantes en las maneras de significar a las brujas y a la brujería en las construcciones imaginarias de ambas culturas. Estas diferentes maneras tienen que ver con la historia, la religión y la época en las que se gesta la creencia en la brujería y en las brujas. Sin embargo, existen puntos de convergencia, ya que la magia misma tiene bases similares en todas las culturas. En este escrito presentamos algunos resultados de lo que hemos explorado e indagado acerca de las brujas. Primero esbozaremos los escenarios históricos y culturales —europeo-español y prehispánico— en los que surge la presencia de las brujas, señalando los diferentes tratamientos que se daban a estas mujeres y al miedo que inspiraban. Nuestra principal línea de análisis se encuentra en la concepción imaginaria y simbólica de la mujer en ambas culturas y cosmovisiones; se realiza la generalización del medioevo y del mundo prehispánico —sobre todo de la cosmovisión azteca—, y se reflexiona con algunas aproximaciones teóricas, con predominio del enfoque * Ayudante de investigación del Área Subjetividad y Procesos Sociales. Departamento de Educación y Comunicación [[email protected]].

ANUARIO 2002 • UAM-X • MÉXICO • 2003 • PP. 17-28

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psicosexual freudiano y la creación de significaciones de una cultura que, como plantea Castoriadis, constituyen los basamentos que permitieron la gestación, desarrollo y permanencia de esa misma cultura durante décadas e incluso siglos. Apuntes históricos de la brujería Si bien la creencia en la existencia de la brujería, y en específico de las brujas, se remonta a épocas antiquísimas y es compartida por todos los pueblos de la antigüedad, en Europa fue particularmente dominante en los siglos XIII y XVII, sobre todo en España, Alemania, Francia e Italia. En la Grecia Antigua se consideraba a Hécate la reina de la noche y la diosa oscura de la hechicería, atribuían a sus seguidores actos aterradores que incluían el asesinato, el canibalismo y los excesos de la sexualidad, actitudes parecidas a las que se otorgan a las brujas medievales. Entre estas brujas destacan Circe de Homero, y las brujas de Tesalia, de las que habla Aristófanes. Así como las sagas, que devoraban niños o chupaban sangre y tenían el poder de transformarse en diferentes animales y provocar múltiples daños. Las brujas podían dominar algunas fuerzas de la naturaleza y producirlas, por ejemplo tempestades, heladas, etcétera. Se creía que las brujas tenían trato sexual con el demonio; si éste tomaba la forma de mujer se trataba de un súcubo, si de un hombre, era un íncubo. Entre los romanos, Diana, la diosa de los bosques, personificaba también aspectos negativos de las fuerzas lunares y se sostenía que ella dirigía a las amazonas. En los siglos IX y X, en Europa, se creía que había mujeres que eran seducidas por el demonio y se iban a volar montadas en un macho cabrío u otras bestias, reuniéndose en apartados lugares para honrar a dioses paganos o al mismo diablo. Era creencia popular que en estas reuniones, que posteriormente se llamarán aquelarres,1 se mataban niños, se tomaba su sangre y se comía su carne, en medio de una 1

A los aquelarres (palabra vasca, akelarre, que significa el “prado del cabrón”: aker, cabrón y larre, prado) asistían las brujas a la media noche de los jueves, viernes o sábado, principalmente en cuaresma y más aún en Semana Santa, montadas en machos cabríos, en palos de escoba y, en muchas ocasiones, con el cuerpo untado con sangre de niño. En la brujería no existe una doctrina, ni rito, ni ley alguna. Todo era personal, interno, extravagante. Una algarabía de mujeres que, si iban a misa, comulgaban recibiendo la hostia debajo de la lengua. La primera vez que se hizo mención de un aquelarre fue en 1330, cuando la Inquisición de la localidad francesa de Carcasona condenó a una mujer por brujería. Para la celebración del aquelarre, los brujos elegían los lugares sagrados según sus creencias, lugares que el diablo conocía y la gente, en cambio, temía. Solían ser espacios retirados, a veces tétricos, como cuevas, corrales, ermitas, mojones o cruces de caminos; en ocasiones, la vivienda de un miembro destacado del grupo. Acudían a una presunta convocatoria del demonio para adorarlo a través de uno de sus vicarios que, por lo general, aparecía vestido de negro o disfrazado de buco (macho de la cabra). La ceremonia consistía en un gran banquete en el que solían consumirse diversos alucinógenos, tras el cual los miembros del aquelarre rendían cuentas a Satanás informándole de los males 18

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promiscuidad sexual pervertida. La Iglesia del siglo XI imponía la excomunión para aquellos que sostenían estas creencias. El mandato bíblico “No permitirás la vida de los hechiceros” (Éxodo: 22, 18), fue una de las principales justificaciones para perseguir a los brujos en tiempos posteriores. La similitud de creencias al respecto entre los griegos, romanos, judíos y primeros cristianos, fecunda el suelo medieval en el cual se desarrolla una especie de epidemia brujeril. El miedo que inspiraban las brujas llevó a que se dictaran, en los primeros ocho siglos de nuestra era, estrictas leyes en su contra. Quizá la persecución de brujas se desató cuando en 1324 una mujer noble y rica de Inglaterra, Lady Kyteler, reniega públicamente de la Iglesia y en parodias religiosas usa filtros y pócimas diciendo, además, que tiene relaciones sexuales con un ser que se le aparecía en la forma de un gato negro. Esta mujer logra escapar de Inglaterra pero en su lugar se quema viva a su doncella. Ya para el siglo XIV existe la pena de muerte por brujería. En Francia se quema a multitud de brujas junto con sus gatos negros que se decía eran el mismo demonio. En el siglo XV la persecución se intensifica sobre todo contra las mujeres. Daxelmüller señala: En la persecución de las brujas se vio una creciente actitud agresiva contra las minorías, la opresión de cultos arcaicos y de antiquísimos saberes médicos y las brujas fueron las víctimas de las angustias sociales del sistema patriarcal, del sentimiento de amenaza del poder eclesiástico y del poder estatal absolutista [1993:194].

La Iglesia temía tanto a las brujas que Juan XXII tenía terror a ser objeto de brujerías y por ello dictaminó que fueran ejecutados brujos y brujas de la misma manera que los herejes. Por lo menos se suceden una decena de Papas que dictan decretos para perseguir y ejecutar brujas. Con ello se genera una histeria colectiva que crea un ambiente de persecución: culpa y castigo que lleva a miles de brujas a la hoguera, en una causados desde la última reunión; la “contramisa”, o misa negra, concluía con danzas y saltos hasta el acoplamiento carnal, una orgía sexual en la que nada se respetaba. El canto del gallo daba fin a la ceremonia, y sus miembros, presuntamente cargados de energía maligna, regresaban a sus lugares de procedencia preparados para seguir ejerciendo la brujería. Usualmente eran reuniones de carácter local. En España, una de las localidades que la tradición asocia a los aquelarres es la población navarra de Zugarramurdi, donde la Inquisición procesó a 40 vecinas y condenó a morir en la hoguera a 12 bajo acusación de brujería en 1610. En la actualidad, este municipio celebra en el mes de junio una fiesta con música autóctona y danzas en recuerdo de los aquelarres. Enciclopedia Espasa-Calpe, tomo V, Madrid-Barcelona, 1957.

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catarsis macabra que la Iglesia católica proyectaba como medio para canalizar los males que se generaban en la sociedad y para los que parecía no tener remedio ni otra explicación. Esto se incrementa por una postura de represión extrema a la sexualidad por parte de la Iglesia. A principios del siglo XVII los arzobispados de Alemania emprendieron, quizá, la mayor persecución de toda Europa. Es interesante señalar que las iglesias ortodoxa griega, latina e italiana meridional no se incluyen en la histeria colectiva y no persiguen brujas. Alemania fue el país donde más brujas hubo, quizá debido a las violencias religiosas. Podemos encontrar semejanza entre la creencia en las brujas y algunos mitos alemanes. Brujas eran todas las mujeres acusadas de algún siniestro; bruja era la que hacía mal a otra, la que miraba de reojo, la que salía de noche, la que dormía de día, la que reía en exceso, la disipada y alegre, la que no dejaba en paz al marido. En fin, eran generalmente mujeres pobres y sencillas. Todas las brujas eran tenidas por hechiceras; podían tener rosas frescas en su jardín en diciembre, veían cosas extrañas en los espejos y el diablo les hablaba a través de éstos. Poseían conocimientos secretos de medicina y arte, podían hablar cualquier lengua. En la historia de Europa el proceso de las brujas es un suceso enigmático y oscuro. Se procesaron y entregaron a tormento y a la hoguera un gran número de mujeres. Pedro Crepet, en el siglo XI, en De odio satanae, lib 1,2 afirma que en el reinado de Francisco I, en Francia, fueron condenadas cien mil brujas. En Ginebra, en el siglo XV, fueron ejecutadas quinientas brujas en tres meses. En España, en el siglo XVI, se tiene noticia de las brujas de Navarra: en 1527 se dio tortura a 50 mujeres acusadas de brujería, en 1610 se procesó a muchas de ellas, se entregó a la Inquisición a María Zozaya —quien murió a garrote—, la Camacha Mantilla convirtió en caballo a don Alonso de Aguilar y algunos procesos más. El padre Spec (siglo XI) es quizá el primer historiador de la brujería que hace ver los abusos de jueces hacia aquellas desgraciadas, la corrupción de las autoridades, la falta de seriedad en los procesos y las exorbitantes injusticias cometidas por los tribunales: Hubo en los tiempos y territorios en que reinó esta plaga mucha credulidad en los que recibían las informaciones, mucha necedad en los delatores y testigos, mucha fatuidad en los mismos que eran tratados como delincuentes; los delatores y testigos eran, por lo general, gente rústica.3

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Biblioteca Universidad Nacional Autónoma de México. Canter Criminalis, citado en S.F. King, Historia de brujas y demonios (1989).

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Los jueces torturaban a las brujas hasta que ellas declaraban serlo para evitar más tormento; generalmente eran personas de muy buenas costumbres que se trastornaban por el rigor del juicio. Cazadores de brujas Los aspectos más negativos del ser humano exacerbaron la persecución de brujas, se depositaban en ellas los miedos personales y sociales más temidos y se les perseguía en un intento delirante de acabar con éstos. Basta leer el Malleus maleficarum (el célebre Martillo de las brujas), escrito por los dominicos alemanes Heinrich Kraemer y Johann Sprenger, por orden del Papa Inocencio VIII, para entender que la persecución mencionada era un catalizador social y religioso impresionante. Es en el manual del cazador de brujas donde encontramos desde los chismes más abyectos hasta verdaderos delirios psicóticos. La Iglesia y sus ejecutores se consideraban a sí mismos como salvadores de la humanidad del pecado y el demonio. Toda la perversión de la tortura la encontramos en estos cazadores. A los cazadores de brujas les pagaban una recompensa por cada fallo condenatorio después de reunir las acusaciones y poner a prueba a los sospechosos. Se suponía que todos los brujos y brujas tenían marcas hechas por el diablo en alguna parte de sus cuerpos, que eran insensibles al dolor. Los inquisidores no dudaban en traicionar sus promesas de perdón a quienes reconocían su culpa. Miles de personas fueron condenadas a la muerte por practicar la brujería. La bula papal más influyente contra la brujería fue la Summis Desiderantes, promulgada por Inocencio VIII en 1484, para cuya ejecución nombró inquisidores regionales. La persecución se dio en toda Europa, sobre todo en el norte de Francia, suroeste de Alemania, países de Escandinavia e Inglaterra. En parte, la Inquisición usó como víctimas a las brujas en su afán desmedido por exterminar nuevas corrientes de pensamiento. Las alucinaciones, visiones y “vuelos” de las brujas Las brujas eran, y son, expertas en el conocimiento y uso de hierbas, drogas y ungüentos. En gran medida las “visiones y alucinaciones” de las brujas eran provocadas por las sustancias alucinógenas que utilizaban, además de una “histeria” colectiva que generaba estados de conciencia similares a los que se dan en el vudú. De hecho todas estas prácticas son paralelas entre los chamanes de muy distintas partes y épocas del mundo, incluyendo también orgías sexuales y catárticas, sacrificios humanos y canibalismo, 21

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y otras muchas actividades de las que se culpaba a las brujas del medioevo. De ahí que no se pueda asegurar que las prácticas de las cuales se les acusaba estuvieran únicamente en el imaginario de los perseguidores; la coincidencia de estos hechos en pueblos muy lejanos del mundo resulta inexplicable y es objeto de estudios antropológicos. La magia de la sexualidad prohibida Uno de los aspectos relevantes y, hasta podríamos decir, esenciales de las brujas son sus hechizos sexuales con ritos prohibidos. El psicoanalista francés Duval sostiene en Los ritos psicosexuales de las brujas (1989) que Satán es el símbolo de la libido, de los deseos reprimidos y de todas las fuerzas desbordantes de la naturaleza; la angustia estalla, para este autor, cuando la animalidad reaparece y se impone. Sin embargo, esta interpretación deja de lado la magia sexual que ha existido en los ritos de todos los pueblos del mundo. ¿Por qué hay más brujas? Los historiadores de la brujería coinciden en señalar que la persecución europea de la brujería hizo víctimas principalmente a mujeres. Por cada hombre, 500 mujeres eran perseguidas, así lo asegura Jean Bodin.4 Hay historiadores que elevan el número de brujas a diez mil por cada brujo varón. ¿A qué se debe esta situación? La explicación de la Iglesia se basaba en lo siguiente: las mujeres están excluidas de los sacramentos de Cristo, son más débiles frente a las fuerzas del demonio y esto sucede desde Eva, son más fáciles de engañar, más curiosas en las cosas ocultas, más sujetas a la ira: In vulva infernum, sintetizan los teólogos de la Edad Media: “La mujer es fácil de corromper y de impresionar, es atrevida y malvada, débil de cuerpo y alma”. En el Malleus Maleficarum se sostiene que la mujer es un animal imperfecto, que fue creada con lados torcidos y miente siempre. No deja de llamarnos la atención cómo varios siglos después, y sobre bases supuestamente científicas, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, judío de religión originaria, fundamenta con base en la manera en que la mujer disuelve el complejo edípico, la razón de poseer un superyó más débil que el del hombre (1923). Está claro que las religiones patriarcales ven siempre en la mujer el origen de todos los males, situación que no encontramos en las religiones prehispánicas sino 4

Jean Bodin (1530-1596), filósofo, jurista y economista francés, cuyas teorías acerca de la monarquía absoluta supusieron una importante contribución a la filosofía política del siglo XVI. 22

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hasta después de la conquista española. En las religiones patriarcales se sataniza a la mujer. El origen de este miedo tan grande, que lleva a represiones y censuras desmedidas, es objeto de estudio de diferentes científicos sociales sin que hasta el momento, a nuestro parecer, se haya profundizado en las motivaciones sin caer en parcialidades de grupo o disciplina. El psicoanalista Bruno Bettelheim, en Psicoanálisis de los cuentos de Hadas (1977:227 y s.) señala que la bruja de los cuentos simboliza todos aquellos profundos miedos que tenemos en los primeros años a la madre y al incesto. Si bien coincidimos con esta lectura de las brujas, pensamos que es parcial y que este profundo temor debe buscarse también en los miedos más primarios surgidos de la naturaleza misma, simbolizados en las religiones más primitivas de la madre tierra, de las diosas de la fertilidad que podían dar la vida por sí solas, y devorar niños recién nacidos, es decir impedirles la vida. Es el misterio mismo de la generación de un nuevo ser del cual es portadora la mujer. El misterio de su hechicería y magia sexual habría que buscarlo en estos arquetipos primordiales del ser humano acerca de la capacidad de la mujer de dar la vida o la muerte y de, necesariamente para ello, seducir o no al hombre. La sangre menstrual también ha sido, desde tiempos remotos, causa de misterio y superstición. Las brujas del México prehispánico Los brujos y brujas de la cultura azteca eran seres protegidos por el dios Tezcatlipoca, considerado (al llegar los españoles) el dios de los infiernos.5 Existe una relación directa entre Tezcatlipoca y Xóchiquetzal, diosa que fue primero esposa de Tláloc pero que Tezcatlipoca se robó. Esta diosa era la que amparaba, por ejemplo, a las ahuiname o prostitutas rituales, es decir, estaba relacionada con el sexo y el placer carnal. Las ahuiname eran consideradas, antes de los españoles, sacerdotisas de Xóchiquetzal o Tlazoltéotl: En su advocación de “devoradora de inmundicias” [...] se dedicaban a rearmonizar al varón para que siguiera sirviendo al estado teocrático. Así transformaban todo aquello considerado no adecuado a la armonía cósmica [Ortiz, 2001:121].

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“El dios llamado Tezcatlipoca era tenido por verdadero dios, e invisible, el cual andaba en todo lugar, en el cielo, en la tierra y en el infierno; y [decían] que cuando andaba en la tierra movía guerras, enemistades y discordias [...] y decían que sólo él es el que entendía en el regimiento del mundo, y que sólo él daba las prosperidades y riquezas, y que sólo él las quitaba cuando se le antojaba [...] por eso le temían y reverenciaban, porque temían que en su mano estaba el levantar y abatir” [Sahagún, 1577].

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La función social de las ahuiname no estaba estigmatizada sino hasta la llegada de los españoles, que la asocian con la figura de la prostituta. Otra diosa a la que se le atribuían las hechicerías y los presagios era Matlacueye, segunda esposa de Tláloc, lo que la relacionaba directamente con el agua. La Diosa del Agua estaba relacionada con los nacimientos, por lo que el papel de las parteras tenía una connotación ritual ligada a Matlacuaye, a quien invocaban a la hora de bañar a un niño recién nacido. Con esto queremos decir que no se tenía una concepción de “brujas” en el sentido cristiano del término, ya que no se consideraba al mal ligado con “seres malignos” ni del infierno. En el México prehispánico no se tenía una significación de las mujeres como brujas o hechiceras ligadas al mal, sino que cumplían con funciones determinadas encaminadas al bien o al equilibrio de la sociedad, como en el caso de las sacerdotisas o doncellas que se sacrificaban para honrar alguna deidad (por ejemplo de las sacerdotisas que usaban en su vestuario ritual los cuatro colores del maíz) y de hecho esta participación en los rituales era normal. Estas mujeres, así como las diosas con las que se les relacionaba, pertenecían a la cultura azteca y, en todo caso, se consideraba que su papel era incluso necesario para equilibrar el orden de la sociedad; el temor hacia ellas era mucho más una cuestión de respeto por aquellas cosas que podían llegar a hacer; sin embargo, la noción de miedo hacia ellas no se consolida sino hasta la llegada de los españoles y la imposición de la ideología cristiana. El temor a las brujas en la Colonia La condición de las mujeres como curanderas no tuvo, sino hasta la llegada de los españoles, un sentido parecido a la brujería: su oficio implicaba un conocimiento antiguo y hablaba de la profunda relación que tenía el pueblo azteca con la naturaleza. Sin embargo, a la llegada de los españoles y especialmente después de la creación del Tribunal del Santo Oficio, con la conversión religiosa en su apogeo, las curanderas tuvieron otro trato. Tal es el caso de Ana, una india amanteca sometida a proceso inquisitorial en abril de 1538, acusada de curar a otras indias y “pellizcar todo el cuerpo a la enferma y de cada pellizco le sacaba un pedazo de papel del cuerpo y decía que el diablo6 Tezcatlipoca les había echado el mal y el papel en el cuerpo” (Proceso ynquisitorial contra una yndia amanteca). En dicho proceso se alcanza a distinguir una deformación del oficio de la india Ana, ya que la india termina confesando que no es cierto que el diablo Tezcatlipoca haya enfermado a las otras 6

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Las cursivas son nuestras.

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indias sino que la engañó a ella para que hiciera tales cosas; también, es probable que en la traducción del náhuatl al castellano, el intérprete se haya tomado ciertas libertades al traducir “tezcatlipoca” como “diablo tezcatlipoca”. Es evidente, por un lado, que con la conversión religiosa, algunos elementos mágicos, místicos y religiosos se vieron confundidos; pensemos por ejemplo en los graniceros,7 que además de su rito, rezan oraciones católicas para alejar o atraer las tempestades. Por otro lado, creemos que es precisamente en el desenlace de este proceso inquisitorial donde podemos ver la transformación de la figura de las curanderas prehispánicas y del trato que socialmente se les daba, ya que Ana es denunciada tanto por una española como por una indígena. Al dictarse la sentencia, su castigo consiste en asistir a una misa en la iglesia mayor de la ciudad, permanecer de pie durante la misa con una vela encendida; después sería vuelta a la cárcel para volver a salir a recibir el castigo físico, que consistió en cien azotes en la espalda desnuda, mientras un pregonero gritaba por las calles y los tianguis el delito cometido por la india. Con esto, nos parece evidente que el Santo Oficio hizo todo lo posible por estigmatizar a quienes realizaran “idolatrías y herejías” al grado de convertir públicamente dichas actividades primero en delitos y después en mentiras. El hecho es que la vivencia de estas mujeres como representantes de las deidades del panteón azteca, que formaban parte de los rituales cotidianos y necesarios para la comunidad (en el sentido de que mantenían el orden y el funcionamiento de las estaciones, por ejemplo), exentas de una mirada reprobatoria e incluso libres de estigma cualquiera, ya que no se les relacionaba con el mal y mucho menos con el diablo, se transformó al grado de ser denunciadas y castigadas públicamente por seguir ejerciendo estas actividades. Otro caso de brujería registrado en la época colonial es el de la Mulata de Córdoba,8 que incluso permanece entre la gente de Veracruz como una leyenda. Esta mujer era solicitada por la gente para solucionar problemas de amores o de dinero; fue encarcelada por el Santo Oficio y condenada a morir. Se dice que el día de su ejecución, dibujó un barco en el muro de su celda y, engañando a uno de los celadores para que le dijera qué le faltaba a su dibujo, lo terminó y ante sus ojos montó en el barco y se escapó. Se decía que la Mulata era una mujer muy bella que provocaba el deseo de los hombres y los celos de las mujeres, además de usar pócimas y ungüentos para lograr la efectividad en sus trabajos.

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Chamanes que se dedican a las condiciones climáticas; tienen el propósito de controlar las tormentas, granizadas o heladas para evitar que se destruyan los sembradíos. Grinberg nos dice en Los chamanes de México (1987), que los trabajadores del tiempo, seres sobrenaturales, escogen al granicero generalmente haciéndole caer un rayo encima y, en estado de inconciencia, le transmiten los conocimientos. 8 Fondo Virreynal del Archivo General de la Nación. 25

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La figura del brujo o del chamán, siempre o casi siempre, estuvo reservada para los hombres. De hecho, la persecución por idolatría hecha por el Santo Oficio estuvo dedicada a los hombres casi en su totalidad. El proceso contra la india amanteca, arriba mencionado, es prácticamente la única constancia de una mujer dedicada a estas cuestiones perseguidas por la Iglesia. El hecho es que para los aztecas, la presencia de diosas (ya sea como la contraparte femenina de algún dios o como una representación propia de alguna fuerza natural, como el caso de la Madre Tierra o Chicomecóatl) así como la función de las mujeres como representantes de estas deidades, era parte de su cosmovisión y de su funcionamiento cotidiano. Las mujeres a quienes se les atribuían poderes o conocimientos profundos sobre las hierbas para curar eran respetadas. La llegada de los españoles implicó la confusión de imágenes mágico-místico-religiosas y, en algún punto, debió significar también la superposición de las figuras religiosas prehispánicas con las católicas, no sólo en el caso de Tonantzin-Guadalupe, sino en el de diferentes advocaciones de María y las múltiples diosas aztecas. Con la penitencia impuesta a la india Ana, donde se plantea que su castigo sirva a los demás como ejemplo, podemos darnos una idea de cómo se utilizó el escarnio público como un arma eficaz, no para combatir pero sí para ocultar el ejercicio de la curandería. Esta afirmación nace de la certeza de que este conocimiento y su ejercicio no se perdieron, sino que se mantuvieron en el ámbito popular, siempre descalificado ya no sólo por la religión sino también por la medicina y la ciencia en general. Reflexiones finales El tema de la brujería hunde sus raíces entre los más grandes misterios de la subjetividad y del imaginario social. Plantea múltiples elementos de análisis que en ocasiones se nos antojan contradictorios. Tal es el caso de la función que contienen para la elaboración de miedos inconscientes e infantiles y, al mismo tiempo, la capacidad de la creencia social de la bruja para causar estos miedos. Partimos de que la persecución europea a las brujas contó con la participación clara y manifiesta de diversos sectores sociales, no sólo de la Iglesia, ya fuera porque se sentían amenazados o por las recompensas económicas ofrecidas, además del fanatismo religioso en algunos casos, como el de Alemania. En cuanto a las brujas prehispánicas, creemos que no sólo fueron temidas sino respetadas por la sociedad azteca, en tanto poseían saberes y poderes otorgados por los dioses. Esto representa una diferencia fundamental entre las miradas depositadas en ellas: las brujas europeas eran consideradas portadoras del mal, en tanto concubinas del diablo, y se les acusaba de asesinatos, desastres; es decir, se les relacionaba a priori con el mal y el daño; no así a las brujas aztecas, que si bien eran temidas, no tenían esta liga con el diablo ni con 26

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el mal per se, ya que de la misma manera que podían causar el mal, también curaban o solucionaban problemas. Otra diferencia básica que encontramos entre las brujas europeas y las prehispánicas es que entre los aztecas no se consideraba que tuvieran que ser castigadas ya que no existía la noción de pecado o de falta a los dioses por ejercer su oficio, mientras que en Europa la herejía y el desapego a Dios fueron las razones principales por las que se les persiguió. Lo anterior, aunado a la vivencia de la mujer como más susceptible de corromper. En cuanto a la relación de las brujas con la sexualidad y la lujuria, vemos que las ahuiname realizaban una función ritual, es decir, no estigmatizada. Sin embargo, en la época colonial la figura de la Mulata de Córdoba, en cambio, sí está relacionada con la lujuria y el deseo, aunque no sea ésta una de las razones por las que se le encarcela. En cuanto a nuestra propuesta de análisis inicial acerca de las diferentes concepciones e imaginarios —europeos y prehispánicos— sobre la mujer bruja, consideramos que es tema de análisis muy complejo y cuidadoso, puesto que significa contextualizar cosmovisiones muy diferentes en términos esenciales y fundantes como son la maternidad, la fertilidad, el miedo a la mujer y al sexo. De los elementos que nos animamos a mirar con intención de análisis están, fundamentalmente, las construcciones imaginarias acerca de la mujer, de la fertilidad y del sexo que existían, por un lado, en el mundo medieval español y, por otro, en el mundo indígena a la llegada de los conquistadores. Esto nos devela un mundo riquísimo de significaciones de sus historias, religiones, miedos y culturas. La brujería y la bruja pueden ser tomadas como el pulso de las relaciones con la naturaleza, la procreación, la madre y el sexo. Así como un “síntoma” social que representa el choque de dos culturas que, al menos en la brujería, han quedado detenidas en el tiempo, en una pervivencia paralela de significaciones e imaginarios que atraviesan la subjetividad de las personas consideradas brujas en nuestro país, como una evidencia viviente de la vibrante y dolorosa contraposición de cosmovisiones distintas. Bibliografía Báez, Jorge F. (1988), Los oficios de las diosas, Universidad Veracruzana, Xalapa. Barandiarán, J. de (1984), Brujerías y brujas, Ceres, España. Baroja, C. (1961), Las brujas y su mundo, Gedisa, Madrid. Bettelheim, B. (1977), Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Editorial Crítica, Grupo Grijalbo, Barcelona. Daxelmüller, Ch. (1993), Historia social de la magia, Herder, Barcelona. Fondo Virreynal del Archivo General de la Nación: www.agn.gob.mx/agn_ninos/leyendas Freud, S. (1923), “Más allá del principio del placer”, en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires. 27

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Grinberg, Z.J. (1987), Los chamanes de México, Alpa, Corral, México. King, S.F. (1989), Historia de brujas y demonios, Plaza, Barcelona. Sahagún, Bernardino De (1577), Historia general de las cosas en la Nueva España, Porrúa, Colección sepan cuántos..., núm. 300, México, 1992. Scheffler, L. (1983), Magia y brujería en México, Panorama Editorial, México. Proceso ynquisitorial contra una yndia amanteca (1538), facsímil, Archivo Virreynal del Centro de Estudios Históricos, Condumex, Fondo CCLXX, México.

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