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Lecturas: Dt 4,32-34.39-40; Sal 32,4-22; Rom 8,14-17; Mt 28,16-20
Solemnidad de la Sta. Trinidad · Ciclo B
Lectura orante de Mateo 28,16-20 «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros» (2 Co 13,13) Tomado de: www.discipulasdm.es
Para disponer el corazón - Cae en la cuenta de que estás en la presencia y abajo la mirada de Dios; hazte consciente de que Él está dentro de ti y desea encontrarse contigo. - Pídele la gracia que hoy deseas alcanzar: aumento de fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu, experiencia cordial de su amor, que llena toda la tierra, alegría y agradecimiento por el bautismo que un día recibiste, y consciencia del envío a hacer discípulos del Señor, allí donde te encuentras. - Invoca al Espíritu con un canto. Él reavivará la consciencia de tu filiación, tu discipulado y tu misión. Lectura del Evangelio según San Mateo (28,16-20) 16
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. 17Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. 18 Acercándose a ellos, Jesús les dijo: - Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. 19Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; 20y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
1. LECTIO a) Acercarse al Dios trino desde el corazón La teología dogmática ha tratado de "explicar" al Dios Trinidad, a lo largo de los siglos, valiéndose de términos filosóficos que más parecían fórmulas matemáticas que un fluido testimonio experiencial del Dios amor manifestado en Cristo Jesús. Hoy día, hablar de "procesiones", de "perijóresis" o "circumincesión", por ejemplo, no parece un lenguaje muy adecuado para hablar del Dios que actúa en la historia, al que conocemos por testimonio eclesial y por experiencia personal. A nuestra sensibilidad repele un lenguaje filosófico esencialista y a-histórico para explicarnos al Dios de Jesús, y lo entendemos mucho mejor en claves personalistas, relacionales e históricas. Al Dios de Jesús preferimos narrarlo desde la fe y el amor que explicarlo desde la filosofía y la lógica. Por ello, hoy no vamos a limitarnos, en nuestra lectio, al evangelio de Mateo, sino que vamos a fijarnos en las tres lecturas, que nos permiten contemplar el modo de actuar de Dios en la creación y en la historia de la salvación, tanto en el pasado como en el día de hoy. b) Un Dios que crea y libera La primera lectura, tomada del libro del Deuteronomio, es, por una parte, una confesión de fe y, por otra, un desafío para el creyente cuya fe vacila: "¡Pregunta, pregunta a ver si encuentras, 1
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desde que el mundo se creó, palabras y acciones tan grandes y admirables como las de nuestro Dios!". Lo que el autor deuteronomista está haciendo es proclamar su fe en el Dios único, Creador y Salvador. No hay Dios fuera de Él. Y lo prueba aludiendo, de forma implícita, a episodios históricos bien conocidos por todo creyente israelita: la manifestación de Dios en el Horeb y el episodio fundante del Éxodo. En el versículo 32, explícitamente dice que Dios creó al hombre sobre la tierra. Es Creador. Pero no por ello está lejos de nosotros, sino que se ha acercado a su pueblo y se ha revelado con palabras y signos: - Ha hablado a su pueblo desde el fuego (v.33). En la zarza ardiente le ha dado a conocer su nombre: "Yo soy el que soy" (Éx 3,2.6.14), y en el Horeb le ha revelado sus mandatos (Éx 19,16-19). - En Egipto se ha mostrado como un valeroso soldado, con mano fuerte y tenso brazo, para sacar a su pueblo de en medio de la esclavitud (v. 34). El autor invita al pueblo a hacer memoria de esa experiencia cercana y personal que ha entrado por los sentidos hasta tocar su corazón. El pueblo ha de acordarse de las palabras que ha oído (v. 32-33) y de los prodigios que ha visto con sus ojos (v.34), para que sepa quién y cómo es su Dios. Dios es el Dios de los regalos, de la gratuidad y el amor: junto al don de la creación y la liberación, Dios desea regalar al pueblo el don de la felicidad, la bendición de una larga vida y la posesión de una tierra fecunda (v. 40). Los preceptos que el israelita debe cumplir no son un yugo, una carga o una opresión, sino un camino hacia la dicha. Esos preceptos están en el corazón del hombre, no fuera de él, y responden a su deseo de felicidad. Así es Dios: el Dios, amigo de la vida, cariñoso con todas sus criaturas (cf. Sal 145,9). Por eso el salmista canta: "¡Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor!" (Sal 32,12). c) Un Dios que da la dicha El salmo 33 invita a dar gritos de júbilo, a cantar, a tocar la mejor música para el Dios cuyo amor llena la tierra (Sal 145,1-3), un exceso de alegría al que nuestras asambleas litúrgicas no están acostumbradas. El salmo exalta la palabra y la obra de Dios en la creación y en la historia. Su palabra es poderosa y fiel: hace lo que dice, crea aquello que pronuncia (vv. 6.9). Su obrar, en el acontecer de los hombres, está lleno de justicia y amor: derriba a los poderosos (v. 16-17) y da la felicidad a los pobres que esperan en su misericordia (18-19). La actitud del creyente ante un Dios así es de confianza, de esperanza y de alegría (vv. 20-22) por la ayuda y protección que recibe de Él. El pueblo escogido por el Dios Amor se siente feliz bajo su mirada. d) Un Dios al que podemos llamar "Abbá" Tres veces aparece el término arameo "Abbá" en el N.T. En primer lugar, este modo filial, confiado y cariñoso de dirigirse a Dios aparece en labios de Jesús, en su oración de Getsemaní: "¡Abbá, Padre!, todo es posible para ti: aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (Mc 14,36). Jesús se dirige a Dios llamándole "papá". Los otros dos textos son de Pablo: Rom 8,15 y Gál 4,6. En ellos, Pablo nos dice que también nosotros, como Jesús, guiados por el Espíritu, podemos clamar: "¡Abbá, Padre!" y sentirnos realmente hijos de Dios. Es el Espíritu el que nos hace participar del dinamismo de vida y amor que envuelve al Padre y a su Hijo Jesús. e) Un Dios que nos envuelve en su misterio de comunión En el epílogo del evangelio de Mateo que proclamamos hoy, Jesús recibe del Padre "todo poder en el cielo y en la tierra", es decir, es uno con el Padre y el Padre comparte con Él su señorío sobre todo. Le hace Kyrios, Señor. Los discípulos reconocen ese señorío y por eso le adoran (Mt 28,17). Como el Padre le ha enviado a Él a sembrar el Reino, Él envía a sus discípulos a construirlo "bautizando a las gentes en 2
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el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu" (Mt 28,19), es decir, sumergiéndolas en el misterio de la Trinidad y haciéndolas participar de su vida, que es su comunión en el amor. Por el bautismo nos sumergimos en Dios, que es amor, y quedamos bañados y penetrados enteramente por Él. Ningún ser humano puede, por sí mismo, penetrar en el insondable misterio de Dios. Pero Jesús nos garantiza que estará con nosotros siempre, hasta la parusía, y esa presencia, por medio del Espíritu, nos introduce en Dios y nos hace vivir como hijos suyos y hermanos de todos, en la fraternidad universal de su Reino.
2. MEDITATIO El Evangelio de hoy me lleva, en primer lugar, a hacer memoria cordial de mi bautismo: yo también he sido bautizada "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu", he sido sumergida en el mar inmenso de la vida de Dios, y he nacido de nuevo, de esas aguas, como hija de nuestro Dios, Padre-Madre, como hermana del Señor Jesús, y como discípula del Espíritu Santo. Este Dios, en cuyo nombre he sido bautizada, no está lejos de mí, sino entrañablemente cerca y dentro de mí, como dice el evangelista Juan: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). Ésta es su permanente "shekinah" que ha prometido en el evangelio de hoy: "Yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). De este Dios, que me habita, que es relación y amor, inmenso gozo en la donación, aprendo que no es bueno que el hombre y la mujer estemos solos, porque estamos hechos a su imagen y semejanza y, por ello, nuestra felicidad está en salir de nosotros mismos y derramarnos, con fecundidad, para dar vida y alegría a los otros, y para recibir de los otros sus regalos y su amor. A los cristianos se nos ha insistido, y se nos insiste, muchas veces, en que debemos darnos, entregarnos, sacrificarnos por los demás. Pero es imposible que nadie tenga libre su corazón para darse si antes no ha experimentado que es amado/a intensa e incondicionalmente. El Dios Trinidad, presente en nosotros/as, nos enseña este dinamismo del acoger y del entregar, del recibir y el donar, que posibilita la vida. Dios no es solitario ni triste, sino compañía y fiesta en la reciprocidad del amor. Por eso, un cristiano triste y solitario no ha conocido aún al Dios en quien dice creer. Dios no ha tocado aún su corazón, o quizá su dios no sea el Dios y Padre revelado en Cristo, el Señor. Dios no se encierra egoístamente en su dicha, sino que su felicidad se derrama sobre toda la tierra y se convierte en justicia y misericordia, allí donde no la hay. Eso me enseña que la comunión que establezco con Dios y con las otras personas se debe convertir en amor creativo que lucha por la justicia y el bien en la tierra que Dios ha creado. Dios nos permite llamarle Abbá, papá, Padre, y Él mismo nos dice a cada uno/a de nosotros/as, como a Jesús: "Tú eres mi hija, mi hijo amado. En ti me complazco" (Mc 1,11). Y, a pesar de todo esto, a veces vivo como si Dios no existiera: falta de esperanza y alegría, encerrada en mí misma, solitaria e insolidaria, con la profunda sensación de no ser amada y de ser incapaz de amar. En ocasiones, la criatura nueva que debería ser, habitada por el Espíritu, queda eclipsada por el "hombre viejo" que vive sin Dios. Por eso, quiero pedir continuamente y sin desfallecer, el don del Espíritu que reanime mi fe, mi esperanza y mi amor, y me haga vivir continuamente como hija, hermana y discípula de nuestro Dios Trinidad. 3. ORATIO A) Oración personal: Acción de gracias al Dios Trinidad Cuando era niña, en los atardeceres, me gustaba aguardar el crepúsculo,
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para contemplar la suave danza de sus colores perdiéndose entre las montañas y aquietándose en el ocaso del sol. Y, en las noches de luna nueva, mirando con atención el firmamento, me preguntaba hasta dónde extendería el cielo su manto de estrellas, en la inmensidad del Universo. La idea de infinito no cabía en los miles de neuronas que formaban mi cerebro, y ni siquiera podía alojarse en el espacio, más libre e imaginativo, de mi propio corazón. Pues más pequeña aún que ante esa inmensidad tan inmensa, y ante esa belleza tan bella, me siento ante nuestro Dios, PadreMadre. Su belleza en nada es comparable a la de sus criaturas. Su bondad, más buena de lo que podamos pensar o imaginar. Su libertad, mayor que la que anhela un prisionero. Su dicha, más profunda que la que cualquiera se atreva a soñar. Para hablar de Él, sólo las palabras de los poetas aciertan a balbucir algo con sentido, y millones de palabras hermosas, en todas las lenguas del mundo, no bastarían para darle gracias. Ante la dicha de su Amor misterioso, los corazones enmudecen y quedan en silencio. Su inmensidad y trascendencia nos llena de reverencia y temor. Su cercanía amorosa enciende nuestro amor y deshace nuestros miedos. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo» «Tanto amó Dios» «Tanto nos amó» Mi boca saborea, una y otra vez, esta Palabra, que tiene el poder de salvarnos. Mi corazón la contempla. Mi memoria desea que permanezca en ella, como un sello. Gracias, Padre-Madre, por este precioso misterio. Gracias, Señor Jesús, por revelarnos, tomando nuestra carne, este Proyecto de Amor. Gracias, Espíritu Santo, por hacernos partícipes de vuestra comunión.
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B) A la Santísima Trinidad (Beato Santiago Alberione) Divina Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, presente y operante en la Iglesia y en lo más profundo de mi ser; yo te adoro, te doy gracias y te amo. Por medio de María, mi madre santísima, me ofrezco, entrego y consagro totalmente a ti, por toda la vida y para la eternidad. A ti, Padre del cielo, me ofrezco, entrego y consagro como hijo. A ti, Jesús Maestro, me ofrezco, entrego y consagro como hermano y discípulo. A ti, Espíritu Santo, me ofrezco,
entrego y consagro como "templo vivo", para ser consagrado y santificado. María, madre de la Iglesia y madre mía, tú que vives en intimidad con la Trinidad Santísima, enséñame a vivir, por medio de la liturgia y los sacramentos, en comunión cada vez más profunda con las tres divinas Personas, para que toda mi vida sea un "Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo". Amén.
C) Oración a la Santísima Trinidad (Isabel de la Trinidad) Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme de mí por completo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si ya mi alma estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de ti, oh, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu misterio. Pacifica mi alma, haz en ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo; que no no te deje en ella nunca a solar; que yo esté allí enteramente, completamente despierta en mi fe, toda adoración, completamente entregada a tu acción creadora. Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor, yo quisiera ser una esposa para tu corazón; quisiera cubrirte de gloria, quisiera amarte... hasta morir. Pero siente mi impotencia y te pido que me revistas de ti mismo, que identifiques mi alma con todos los movimientos de tu alma, que me sumerjas, que me invadas, que me sustituyas, a fin de que mi vida no sea más que una irradiación de tu vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador. Oh, Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero convertirme totalmente en deseo de saber para aprender todo de ti; y después, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas la impotencias, quiero fijarme siempre y permanecer bajo tu gran luz; oh, mi Astro amado, fascíname para que ya no pueda salir de tu resplandor. Oh, Fuego que consume, Espíritu de amor, ven a mí, a fin de que se produzca en mi alma como una encarnación del Verbo; que yo le sea una humanidad añadida en la que él renueve todo su misterio. Y tú, Padre, inclínate sobre tu pobre y pequeña criatura, cúbrela con tu sombra, no veas en ella más que al Bienamado en el que has puesto tus complacencias. Oh, mis "Tres", mi Todo, mi Felicidad, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo, yo me entrego a ti como una presa, entiérrate en mí para que yo me entierre en ti, esperando ir a contemplar en tu luz el abismo de tu grandeza.
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