Caminito del indio, sendero coya sembra'o de piedras. Caminito del indio, que junta el valle con las estrellas

Caminos en la noche Sendas interiores en Atahualpa Yupanqui Otero, Carlos 2007 Están por cumplirse cien años del nacimiento de uno de los más grandes

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Manuel Quintín Lame. Los pensamientos del indio que se educó en las selvas colombianas. Cali. Editorial Universidad del Cauca, Universidad del Valle.

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Caminos en la noche Sendas interiores en Atahualpa Yupanqui Otero, Carlos 2007 Están por cumplirse cien años del nacimiento de uno de los más grandes artistas populares que ha dado nuestra tierra, Atahualpa Yupanqui. Siendo un muchacho de apenas dieciocho años y poco tiempo después de haber comenzado tímidamente a firmar sus primeros versos escondido bajo el seudónimo de Yupanqui, escribió su primera canción: “Camino del indio”. La muerte de Don Anselmo, un anciano quechua que conociera en su infancia en Tucumán, lo había conmovido tan profundamente que se sintió impulsado a escribir esta página, admirable en su sencillez y hondura, en la que podemos vislumbrar el camino de toda una raza. Caminito del indio, sendero coya sembra'o de piedras. Caminito del indio, que junta el valle con las estrellas. Caminito que anduvo de sur a norte mi raza vieja. Antes que en la montaña la Pachamama se ensombreciera. Cantando en el cerro, llorando en el río, se agranda en la noche la pena del indio. El sol y la luna, y este canto mío, besaron tu piedras; ¡camino del indio! En la noche serrana llora la quena su honda nostalgia. Y el caminito sabe cuál es la chola que el indio llama. Se levanta en el cerro la voz doliente de la baguala. Y el camino lamenta ser el culpable de la distancia. Cantando en el cerro, llorando en el río, se agranda en la noche la pena del indio.

Permítaseme entrever en esta primera composición musical de Yupanqui, el germen escondido de aquello que constituirían los ejes fundamentales de su vocación artística y de su existencia toda: la tierra, el camino, el hombre, la noche. Este hombre, que se sintió merecedor a fuerza de recorrer incansablemente el inmenso territorio de nuestro país del para él incomparable título de paisano, siendo muy niño, se sintió profundamente impactado por aquellos anónimos cantores que pasaban por su Campo de la Cruz natal. Fueron ellos los primeros en quienes le arrimarle, en esos estilos y milongas que brotaban del hondo pozo de sus guitarras, los misterios de la tierra. Esta experiencia selló para siempre su corazón, haciéndole sentir tempranamente esa vocación que luego describiría como un destino superior. A partir de allí, toda su existencia se transformó en un incansable peregrinar en pos de descubrir el alma de esa tierra que lo había cautivado. Lo hizo con tesón inclaudicable pero nunca con altanería, pues pronto comprendió que no era él quien había elegido a la tierra, sino que ella misma era quien lo había elegido a él. Cantar no era entonces otra cosa más que traducir ese misterio. Un misterio capaz de acunar a su vez todo lo que desvela el corazón del hombre.

Nada resulta superior al destino del canto. Ninguna fuerza abatirá tus sueños, porque ellos se nutren con su propia luz. Se alimentan con su propia pasión. Renacen cada día, para ser. Sí, la tierra señala a sus elegidos. El alma de la tierra, como una sombra, sigue a los seres indicados para traducirla en la esperanza, en la pena, en la soledad. Si tú eres el elegido, si has sentido el reclamo de la tierra, si comprendes su sombra, te espera una tremenda responsabilidad. Puede perseguirte la adversidad, aquejarte el mal físico, empobrecerte el medio, desconocerte el mundo, pueden burlarse y negarte los otros, pero es inútil, nada apagará la lumbre de tu antorcha, porque no es sólo tuya. Es de la tierra, que te ha señalado. Y te ha señalado para tu sacrificio, no para tu vanidad. La luz que alumbra el corazón del artista es una lámpara milagrosa que el pueblo usa para encontrar la belleza en el camino, la soledad, el miedo, el amor y la muerte. Si tú no crees en tu pueblo, si no amas, ni esperas, ni sufres, ni gozas con tu pueblo, no alcanzarás a traducirlo nunca. Escribirás, acaso, tu drama de hombre huraño, solo sin soledad... Cantarás tu extravío lejos de la grey, pero tu grito

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será un grito solamente tuyo, que nadie podrá ya entender. Sí; la tierra señala a sus elegidos. Y al llegar el final, tendrán su premio, nadie los nombrará, serán lo “anónimo”, pero ninguna tumba guardará su canto... 1 Fue así como ese muchacho inquieto que se largó a los caminos, fue descalzándose como un nuevo Moisés ante esa tierra que sentía casi sagrada. Como a él mismo le gustaba repetir, ese, el camino, fue su única Universidad, y fue allí donde encontró aquella antigua sentencia del Ande, plena de sabiduría: el hombre mismo, no es más que una tierra que anda. ¡Runa allpacamaska! (“El hombre es tierra que anda”) Seis siglos tiene esta sentencia del viejo Choquehuanca. La dijo un día desde lo alto de una cumbre andina, cuando dirigía a los chasquis del Incario, cuando Cuzco era el prisma de la raza de bronce y despachaba sus mensajeros hacia Kollana, a Quito, a Chimpas, a Ororuro, a Homahuaca, a Calchaquí2 Una multitud de rostros de criollos pata en el suelo, fueron entrecruzándose en esos largos caminos andados. Ellos fueron sus compañeros y sus maestros. Cantar lo que a ellos les pasaba, sus pesares y esperanzas, sus alegrías y sus desventuras, despertó en él el anhelo profundo de sumarse un día a la legión de los anónimos, aquellos a quienes el pueblo ama y reconoce sin conocer siquiera algo de su historia personal. Quien es considerado casi unánimemente como un verdadero “padre” de nuestro folklore, buscó denodadamente ser y hacerse primero un verdadero hermano. Así lo sintieron y lo sienten también hoy muchísimos hombres y mujeres, no sólo de nuestra patria sino de todo el mundo, que se acercan a su canto, tan criollo en su forma pero tan universal en su mensaje. Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar. En el valle, la montaña, en la pampa y en el mar. Cada cual con sus trabajos, con sus sueños cada cual. Con la esperanza delante, con los recuerdos detrás. Yo tengo tantos hermanos 1

“Destino del canto”. En El canto del viento, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1985,42. “Runa allpacamaska - El hombre es tierra que anda”. En Tierra que anda, Editorial Anteo, Montevideo, 1948, 25. 2

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que no los puedo contar. Gente de mano caliente, por eso de la amistad, Con un rezo pa’ rezarlo, con un llanto pa’ llorar. Con un horizonte abierto, que siempre está más allá. Y esa fuerza pa’ buscarlo con tesón y voluntad. Cuando parece más cerca es cuando se acerca más. Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar. Y así seguimos andando curtidos de soledad. Nos perdemos por el mundo, nos volvemos a encontrar. Y así nos reconocemos por el lejano mirar, Por la copla que mordemos, semilla de inmensidad. Y así seguimos andando curtidos de soledad. Y en nosotros nuestros muertos pa’ que nadie quede atrás. Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar. Y una novia muy hermosa que se llama libertad.3 Fue caminando en esas largas noches del norte andino, donde nuestro artista descubrió cómo se entreveraban misteriosamente también en esa hora, sendas y canciones, caminos y bagualas… “Nunca se sabe dónde terminan los caminos y dónde empiezan las bagualas. Porque son caminos también, esos rumbos del canto montañés que el hombre busca, o halla, y sigue por ellos, noche adentro y sueño arriba. La marcha de la mula, heroica bestia del Ande, tiene un ritmo que anda buscando un canto. Entonces el hombre madura sus silencios para parir la copla. Y la copla sale. Se hamaca en el viento, se orienta, y se larga cuesta arriba, buscando no se

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“Los hermanos”.

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qué estrella para hacerle comprender las viejas angustias del pueblo y el desesperado anhelo del hombre. De día no nace la copla. El canto es cosa que pertenece al río y al pajonal, y al pájaro, y al aire limpio. De noche es otra cosa. La sombra emponcha los cerros. Sólo queda apenas blanqueando sobre el pedregal, la cinta infinita del camino. Cuando la noche le ha robado el paisaje de afuera, el hombre se anima a abrir la ventana de su otro mundo. Es entonces cuando escapa, asustada paloma, la copla del arriero montañés. Cuando el hombre salió por la montaña, anduvo caminos por la tierra que lo llevaron lejos. Trabajó, vio vacunos, ovejas, cercos, pastizales, bañados, potreros. Anduvo caminos... (anduvo sus caminos ). Cuando regresa ya no ve el camino. No precisa verlo. Tiene confianza en su mula. Y el hombre encuentra los otros caminos, menos ásperos a veces, porque hay un juego nostálgico y una espuma lírica que le alivianan esa marcha azul de sus cantares. Y "la baguala" se presenta en la noche, y se adueña del cerro. El canto de la baguala domina la voz de los ríos y el estremecimiento del pajonal. Pero la copla, tierna o brava, rebelada o preñada de saudades, duele, hiere, con ese puñal de verdades angustiosas y de silencios malos y lindos que el hombre junta en la tierra. Por eso es que están en ese minuto alto, en la noche y en el cerro, unidos los caminos y las bagualas. Unidos, consubstanciados, dentro de este tambor extraño y tenaz que es el corazón del indio. Por eso, nunca se sabe dónde terminan los caminos y dónde comienzan las bagualas.4 Este trovador, no sólo trajinó literalmente esas marchas en la noche. También él, que se sentía una copla errante, supo buscar ansiosamente en muchas de sus noches y en la sola compañía de su guitarra, una respuesta luminosa a sus afanes más profundos y escondidos. Yo camino por el mundo. Soy pobre. No tengo nada. Sólo un corazón templado, y una pasión: la guitarra. Para rezar en la noche, la guitarra. Para un recuerdo querido, la guitarra. Para la patria lejana, la guitarra. Para quemarme por dentro, la guitarra. Junté puñados de arena en mis manos bien cerradas. Con el amor pasó igual: Abrí las manos y...¡nada!

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“Bagualas y caminos”. En Aires indios, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1975, 26.

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¡Ay, la hermandad de los hombres! ¡Ay, mi sagrada esperanza! ¡Adónde la paz, amigos, la paz para mi guitarra! Si el rezar brinda consuelos al que consuelos precisa, igual que cristiano en misa o matrero en medio’el monte, yo rezo en los horizontes cuando la tarde agoniza. Queda callada la pampa cuando se acaba la luz. El chajá y el avestruz van buscando la espesura, y se agranda en la llanura la soledad del ombú. Entonces, igual que un poncho a uno lo envuelve la tierra. Desde el llano hasta la sierra se va una sombra extendiendo, y el alma va comprendiendo las cosas que el mundo encierra. Ese es el justo momento de pensar en el destino si el hombre es peregrino, que busca sombra o querencia, o si cumple la sentencia de morir en el camino…5 Así, y con el correr de los años, Yupanqui fue comprendiendo progresivamente cuánto de hondo anhelo escondía su misterioso destino de andar y andar… A veces no comprendo mi rodar por el mundo este medir la tierra, y el camino, y el mar. Esto que siendo simple, se ha tornado profundo. Voz que ordena a mi paso, más allá, más allá. Hasta donde conozco soy un ser sin marinos. Gente sin pasos largos ni fronteras vencidas. Manos que aprisionaron un sueño campesino de melgas y picanas, y relinchos, y bridas. Por qué admiro castaños, y encinas, y hondos mares y aquel idioma extraño, y el violín que agoniza. Si una bárbara lengua de pampa y trebolares 5

“Para rezar en la noche”. En El payador perseguido, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1978, 57.

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me dio a beber guitarras que se hicieron ceniza. De dónde, llega, entonces, la aventura del viaje, si nada ha estado lejos, -quizá una cordillera-, y esta dulce mentira de mudar los paisajes que son siempre los mismos: inviernos, primaveras. A veces no comprendo por qué camino tanto si no he de hallar la sombra que el corazón ansía, quizá un profundo acorde, profundo como un llanto he de escuchar un día. He de escuchar un día...6 ¿Acaso era Dios este profundo acorde…? Tal vez más de uno se escandalizaría con la sola formulación de esta pregunta, ya que muchos han interpretado – creo que erróneamente - que algunas composiciones de nuestro autor (por ejemplo, en algunos pasajes del poema “El payador perseguido” o en su canción “Las preguntitas”) y las propias (aunque esporádicas) alusiones de Atahualpa donde se definía más como dudante que como creyente, parecerían poner seriamente en duda esta posibilidad. Sin embargo, una audición y lectura reposada y complexiva de sus composiciones musicales y de sus escritos, nos permiten percibir con claridad ese profundo trasfondo metafísico y trascendente que campea en su obra. En toda ella parece resonar esa misma invitación de ir más allá, que él sintiera como un misterioso llamado. Creo sinceramente que no le será difícil a quien comparta esta inquietud profunda del espíritu que busca la Trascendencia, el encontrar reflejada en la obra de Yupanqui su mismo anhelo. En lo alto de la sierra me detuve a descansar; pero sentí que me iba... sin moverme del lugar. Los ojos se me perdieron en aquella inmensidad, y me olvidé de mi mismo tanto mirar y mirar. De pronto me ha preguntado la voz de la soledad si andaba buscando el cielo y yo respondí: quizá... El cielo está dentro de uno y está el infierno también. El alma escribe sus libros pero ninguno los lee. A veces uno camina 6

“El andar”. En El payador perseguido, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1978, 49.

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entre la sombra y la luz. En la cara la sonrisa; y en el corazón la cruz. Buscalo al cielo en ti mismo que allí lo vas a encontrar. Pero no es fácil hallarlo pues hay mucho que luchar. Caminos de ingratitudes, de incomprensión y maldad. Noches sin luna ni estrellas fatigas del caminar. No te rindas al destino. Sigue, buscando, nomás. Mirando lejos y adentro un día lo has de encontrar. Por caminos solitarios yo me puse a caminar. Por fuera nada buscaba. Pero por dentro… quizá.7 Caminar en la vida, cielo arriba y corazón adentro, fue para Atahualpa Yupanqui atravesar esa noche, muchas veces cerrada pero siempre preñada de luz, que constituye la existencia humana. Por eso, las imágenes, símbolos y protagonistas de la obra de, sin perder nunca su propia densidad son, al mismo tiempo, portadoras de una realidad que las trasciende. Son umbral del Misterio. Porque aquella afirmación que la Carta a los Hebreos: "Por la fe, comprendemos que la Palabra de Dios formó el mundo, de manera que lo visible proviene de lo invisible”8, bien podría ser una referencia explícita de esa sacramentalidad implícita que muchos hombres sospechan que el universo entero encierra. Como un verdadero campeador de misterios 9 su itinerario siguió el rastro de esa Huella silenciosa de un que nos sale al encuentro y que en el corazón de todo hombre se intuye como Presencia que late y anida con fuerza callada pero elocuente. Por eso, este hombre que caminó en la noche y en su guitarra encontró siempre el templo donde rezar su salmo, halló finalmente esa luz que brotó para siempre de la noche de la que estaba escrito: ‘La noche resplandecerá como el día, la noche ilumina mi alegría10. La vida y la obra de este testigo de la luz 11que es Atahualpa Yupanqui, nos estimulan como antorcha luminosa para nuestro camino en la noche. El que cada uno emprende como aventura personal y el de todo nuestro pueblo. 7

“El cielo”. En Guitarra, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1979, 73. Heb. 11, 3 9 Así lo llama de manera insuperable, quien ha sido el máximo investigador de su obra, el Padre Fernando Boasso s.j. 10 “Exultet”. Liturgia de la Vigilia Pascual. 11 Cf. Jn 1, 7-8. 8

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