CAPÍTULO 10. La justificación

CAPÍTULO 10 La justificación ~~ na pregunta religiosa básica tiene que ver con nuestra relación con Dios. ¿Cómo puede el ser humano ser justo delant

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CAPÍTULO 10

La justificación ~~

na pregunta religiosa básica tiene que ver con nuestra relación con Dios. ¿Cómo puede el ser humano ser justo delante de Dios? ¿Cómo puede ser recto delante del Santo? Sin embargo, en nuestra situación la pregunta se agrava. No se trata sencillamente de cómo puede el ser humano ser justo delante de Dios, sino que cómo puede lograrlo siendo un ser humano pecador. Después de todo, el pecado siempre se opone a Dios, y la esencia del pecado es estar contra Dios. La persona que está contra Dios no puede ser justa con Dios. Porque si nosotros estamos contra Dios, entonces Dios está contra nosotros. No podría ser de otra forma. Dios no puede ser indiferente ni sentirse tolerante de aquello que es contradicción de él mismo. Su propia perfección exige que lo rechace con justa indignación. Y esto es la ira de Dios. (Ro. 1:18). Ésta es nuestra situación y ésta es nuestra relación con Dios; ¿cómo podemos ser justos delante de él? Naturalmente, la respuesta es que no podemos justificamos delante de él; estamos totalmente mal delante de él. Y estamos totalmente mal delante de él porque hemos pecado y se nos ha privado de la gloria de Dios. Con demasiada frecuencia no nos damos cuenta de la gravedad de este hecho. De ahí que no tengamos en cuenta la realidad de nuestro pecado y de la ira de Dios que recae sobre nosotros debido a nuestros pecados. Ésta es la razón por

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la que el magno artículo de la justificación no tañe campanas en lo más profundo de nuestro espíritu. Y es por eso que el evan ge lio de la justificación ha sido hasta cierto grado un son sin significado en el mundo y en la iglesia del siglo veinte. N o estamos imbuidos del profundo sentimiento de la realidad de Dios, de su majestad y santidad. Y en cuanto al pecado, si es que llegamos a tomarlo en cuenta, es poco más que una desgracia o un desajuste. Si hemos de apreciar lo que es central en el evangelio, si la trompeta del jubileo debe encontrar de nuevo su eco en nuestros corazones, nuestra manera de pensar debe sufrir una revolución mediante el realismo de la ira de Dios, de la realidad y gravedad de nuestra culpa, y de la condenación divina. Es entonces y sólo entonces que nuestros pensamientos y sentimientos quedarán rehabilitados para una comprensión de la gracia de Dios en la justificación de los impíos. La cuestión no es realmente tanto ¿cómo puede el ser humano ser justo delante de Dios? como ¿de qué manera puede el pecador llegar a ser justo delante de Dios? La pregunta, en esta forma, indica la necesidad de una inversión total en nuestra relación con Dios. La justificación es la respuesta, y la justificación es el acto de la libre gracia de Dios. (Ro. 8:33 ). Esta verdad de que Dios justifica ha de ser resaltada. No nos justificamos a nosotros mismos. La justificación no es nuestra petición de perdón ni es el efecto en nosotros de un proceso de excusas propias. No es siquiera nuestra confesión ni la sensación de bienestar que pueda ser inducida en nosotros por la confesión. La justificación no es n ingún ejercicio religioso al que podamos dedicam os, por noble y bueno que pueda ser este ejercicio religioso. Si hemos de comprender la justificación y apropiam os de su gracia, hemos de volver nuestro pensamiento a la acción de Dios de justificar a los impíos. En ningún punto se manifiesta más la libre gracia de Dios que en su acto de justificación:

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