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Capítulo 2 Reunir y ordenar los saberes. La biblioteca en la Edad Moderna
2.1. La aparición de la imprenta: cambios de sensibilidad en la escritura y la lectura
Reflexionando sobre la materialidad de los textos, es necesario ver las formas de cómo se han transformado éstos a partir de las nuevas técnicas que los diseñaron. Ya transitamos sobre las diferentes etapas y épocas en que se ha transformado la escritura y la lectura, y sobre todo, los espacios que los albergan, que nosotros llamamos bibliotecas.
Ahora, detengámonos en la
Edad Moderna, donde la imprenta establece las nuevas condiciones de la materialidad del texto escrito y sobre todo, en las modificaciones de la lectura en estos escritos. En anteriores líneas he señalado que la producción de los materiales escritos se realizaba desde un pupitre por un copista. Pero esto va a variar poco a poco a finales del siglo XV. Sin embargo, hay que dejar claro que de la escritura manual a la escritura impresa hay diferencias, pero nunca una ruptura. Y como ha advertido Armando Petrucci, siempre han existido algunas formas de confrontación, de intercambio y de imitación. Johann Gutenberg a mediados del siglo XV, tras observar las formas en que se realizaban las estampas y los libros xilográficos, ideó la manera de multiplicar la producción de libros, que en esa época tenían demanda debido a la profesionalización y sobre todo, al creciente número de lectores particulares,
que no podía ser satisfecha por los copistas, por lo que Gutenberg se dio a la tarea de construir una máquina que posibilitara la fabricación de textos sin contratiempos. Ésta sería la primera prensa o máquina de imprimir. Frédéric Barbier ha descrito formidablemente el modo en que funcionó esta innovación con todos sus componentes:
El elemento fundamental de la invención de Gutenberg no fue la prensa de imprimir sino la máquina de fundir junto con la técnica metalúrgica de la multiplicación de caracteres tipográficos (los tipos). Cada uno de los diseños de carácter era previamente grabado en relieve bajo la forma de un punzón (un instrumento familiar entre los orfebres), el cual era martillado sobre un metal extendido, generalmente cobre […] La innovación principal constituía, pues, en la posibilidad de fabricar en serie caracteres normalizados.
El principio seguido es el del análisis lineal y
seguía la lógica alfabética, de tal manera que un número de elementos muy reducido permitía infinitas combinaciones.1
La Biblia fue la primera obra que surge del taller de Maguncia, pues es el texto más representativo de la cristiandad.
La obra fue realizada en letra
gótica. Ésta quizá sea la obra más representativa de Gutenberg, ya que serían otros los que terminarían explotando su invento, como Johann Fust y Peter Schöffer; ellos imprimieron una Biblia de cuarenta y ocho líneas en 1462. Pero la obra cumbre que marcó su taller fue su famoso Psalterio de 1457; en este ejemplar por primera vez aparece un colofón indicando la información sobre quién lo produjo, así como el lugar donde fue producido. Muy pronto la imprenta se desarrolló en otras regiones de Europa, así en 1465 en el convento de Subiaco, cerca de Roma, se establecieron los
1
Frédéric Barbier. Historia del libro. Tr. Patricia Quesada Ramírez. Madrid. Alianza Editorial, 2005, pp. 99-100.
impresores alemanes Conrad Sweynhein y Arnold Pannartz, quienes posteriormente se asientan en Roma. Lo más destacable de estos impresores es que dejaron de lado la letra gótica, empleando un nuevo tipo denominado romano, de forma parecida a la letra humanística. Otros centros impresores fueron los Países Bajos, que utilizaban la letra gótica redonda. En París la imprenta se implantó en 1470, con Miguel Freiburguer, Ulrico Gerin y Martin Krantz; ellos fundaron un taller para ser utilizado por la Sorbona; este taller se caracterizó por emplear los tipos con letras góticas.
En la zona española
destacaron los impresores Juan Plannk y Pablo Horus, que trabajaron en Barcelona y Zaragoza. Sin lugar a dudas, la imprenta trajo innovaciones en la producción de libros, pero el papel sirvió como un elemento primordial, ya que a diferencia del pergamino, el papel fue más fácil de elaborar y con un costo inferior. Por esto, podríamos considerar que tanto la imprenta como el papel forman parte importante de la revolución en las comunicaciones en la Edad Moderna. El papel, como ya se ha resaltado, fue introducido a Europa por los árabes a través de España. Éste se producía con trapos blancos, a los que se que se dejaba pudrir, para después comprimirlos en una pila especial hasta reducirlos a pasta; posteriormente, se pasaba esta pasta a un bastidor, que estaba elaborado por alambres de latón llamados corondeles y que se encontraban al fondo del recipiente, para después pasar por otros alambres perpendiculares llamados puntizones. La pasta se sumergía, el agua escurría por los corondeles hasta que se secara y se solidificara. El paso siguiente consistía en que el artesano tomaba la hoja y la metía entre dos fieltros, buscando con esto desaparecer la primera humedad, luego se extendía en
forma de lienzo en cordeles con el fin de acabar las pastas. Finalmente para ser utilizado, el papel se encolaba.2 Considero necesario explicar la forma en que se producían los libros, con el fin de esclarecer los cambios entre un manuscrito y lo que implica el proceso de construcción de una obra impresa, además de que nos ayuda a entender las transformaciones generadas en la forma de la lectura, pues la recepción de un texto está condicionada por la manera en que se suscita. Desentrañar los soportes en que fue plasmada la escritura en la obra, es ya introducirse en el mundo del proceso de la comunicación. Con este fin hemos tomado los conceptos del investigador Julián Martín Abad. El proceso de fabricación se inicia con un documento original manuscrito, la obra es producida por el mismo autor, o bien, por un copista profesional.
Este documento podía ser corregido, eliminando o añadiendo
renglones al texto. Tras esta primera etapa, se continuaba con las fases de la impresión. Éstas consistían en la composición, el casado y la imposición. La composición se desarrollaba cuando el texto original se ponía en manos del cajista, éste por lo regular tenía que ser un buen ortógrafo en la lengua que componía. Así, el cajista seleccionaba los tipos necesarios para realizar una copia del texto, esto lo hacía por trozos, es decir, no seguía en forma secuencial el proceso de impresión debido a que en la caja no se contaba con todos los tipos. El cajista tenía que calcular el número de renglones del texto, lo cual provocó que muchas veces el cajista eliminara o añadiera palabras o frases enteras.
2
Para una mejor comprensión de los soportes de la escritura, se puede consultar el libro de Juan B. Iguiniz, El libro. Epítome de la bibliología. México, Porrúa, “Sepan Cuantos”, núm. 682, 1998.
El cajista gradualmente iba completando los renglones, para después verterlos en una galera o bandeja rectangular, que se encontraba cerrada por tres de sus lados. Después se utilizaba una volandera que era una tabla fina, que entraba por el lado abierto de la galera. Ahí se llevaban los renglones correspondientes, se ataban y luego se tiraba de la volandera sobre una tabla, donde llegaban los moldes restantes que completaban el texto. Luego de esta primera etapa, se daba paso al casado y la imposición. La primera etapa consistía en que después de impreso el pliego y de ser desdoblado, las páginas se ordenaban correctamente, mientras que la imposición consistía en colocar los moldes bien distribuidos en una rama o bastidor rectangular de madera.
Con esto se conseguía una secuencia
correcta de las páginas impresas. Esta parte servía para verificar los errores en el doblado del pliego, además de observar que todas las palabras se hubiesen escrito.
Tras estas etapas, el cajero imprimía un ejemplar para
corregir o extraer las letras equivocadas de las planchas.3 Los primeros libros que produjeron las incipientes imprentas fueron los llamados “incunables”, cuyo nombre proviene del latín incunabula o cuna, porque es el principio de la imprenta. O también el nombre de paleotipos (del griego palaiou, antiguo y typos, modelo). El término incunable es un poco ambiguo, ya que se ha utilizado para designar los inicios de la imprenta en diversas regiones, por ejemplo, incunables peruanos o mexicanos. Aquí se tomará sobre la producción de libros a partir del inicio de la imprenta hasta el 1500 aproximadamente, fecha en que considero debe aplicarse el término sobre los libros de esta época. 3
La mejor descripción que hay sobre las tipologías de los libros antiguos es la de Julián Martín Abad. Los libros impresos antiguos. Valladolid. Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial Universidad de Valladolid, 2004.
Dentro de las características generales de los incunables podemos detallar lo siguiente: por lo regular carecen de portada, la mayoría están escritos en letra gótica, faltan letras capitales para que posteriormente el hueco en blanco fuera dibujado e iluminado y fueron impresos en gran formato. Las hojas eran foliadas pero no paginadas. Hay carencia de signos de puntuación. En general puede decirse que tienen mucho parecido a los códices. Sobre la semejanza de los primeros libros y los códices, José Martínez de Souza ha destacado que probablemente los dueños de las imprentas, pretendían guardar en secreto su invención y vender los libros al precio de los manuscritos, y que incluso Johann Fust, el antiguo socio de Gutenberg, intentaba vender en París los libros impresos que hacía pasar por códices.4 Así pues, las primeras etapas de la imprenta se reducen a la creación de libros con características similares a los manuscritos, donde además el papel terminó desplazando al pergamino, pues este elemento sólo se utilizó para elaborar
ejemplares
ordenados
pro
personas
adineradas.
La
letra
paulatinamente se fue modificando de acuerdo a cada región; por un lado estaba la gótica con diversas variantes, y por el otro lado estaba la letra humanística o romana, influencia de los humanistas de las regiones italianas. Lentamente, la imprenta se fue consolidando, y a partir del siglo XVI el libro empieza a desvincularse del manuscrito, pero esto no fue de inmediato. Todavía a principios de siglo, los libros tenían ciertas similitudes con los incunables.
Sin embargo, los nuevos impresores impusieron su marca
tipográfica, ya no en el colofón, sino en la portada, además de contar con el título de la obra. Estos libros por lo regular eran escritos en lengua vulgar. En
4
José Martínez de Souza. Pequeña historia del libro. Gijón, Ediciones Trea, 1999, p. 90.
esta época destacan los talleres del veneciano Aldo Manucio, el parisino Esteban Estiennes y el flamenco Cristóbal Plantino. Precisamente
en
el
primer
tercio
del
considerablemente el número de libros impresos.
siglo
XVI,
aumentó
Tal aumento preocupó
sobremanera a las autoridades civiles y eclesiásticas, por lo que se dieron a la tarea de controlar los impresos, no sin una censura preventiva, o posteriormente después de la difusión, con la censura represiva. La censura por parte del Estado se dio mucho tiempo atrás del estallido de la Reforma. La Iglesia, con tal de frenar el avance de las ideas reformistas de Lutero, mandó quemar sus libros y demás escritos, que en su sentir corrompían a “las buenas almas”. Poco antes del movimiento luterano, en el Concilio de Letrán se dicta la prohibición de imprimir libros sin autorización del obispo.
Siguiendo estas
reglas y ya en pleno auge del luteranismo, Carlos V ordena la censura de obras consideradas heréticas en todos sus dominios. La censura no escapa de los ambientes universitarios, y así, la Universidad de la Sorbona en París, la de Lovaina y la de Colonia, condenan lo que a su parecer eran libros heterodoxos y heréticos. Pronto, muy pronto, las autoridades se dieron cuenta de que había que implementar un instrumento que pudiera restringir las obras que no fueran adecuadas para el lector. Es así como nacen los ya clásicos Índices de libros prohibidos. Estos nuevos instrumentos de control de libros se remontan a en Roma en 1559. En la Facultad de Teología de la Sorbona aparece un índice entre 1544 y 1550, donde se prohibían 528 obras. En la Universidad de Lovaina, y por mandato de Carlos V y Felipe II, entre 1546 y 1558, se editan tres
catálogos de obras prohibidas, de las que destacan las ediciones de la Biblia y el Nuevo Testamento, elaboradas por los reformistas. Pero el que tuvo mayor repercusión fue el decretado por el Concilio de Trento.
Este índice fue
elaborado por una comisión de obispos, aunque, este documento tridentino no fue seguido por todos los Estados europeos.
El índice tridentino no encontró, por ende, los obstáculos del anterior [Concilio Luterano V] y fue aceptado sin dificultad en todos los Estados italianos.
Diferente fue la suerte que tuvo fuera de Italia.
Francia no
reconoció los decretos tridentinos, los cuales en cambio fueron publicados en Portugal, Baviera y en los Países Bajos españoles, acompañados algunas veces por aprendices locales.5
En cuanto a los reinos españoles, los índices de libros prohibidos no tuvieron similitud alguna con los elaborados en Roma.
Basándose en el
material de la Universidad de Lovaina, en 1559, se publicó el primer índice a través del inquisidor Fernando de Valdés. Las diferencias sustanciales entre el índice romano y el español, de acuerdo con Mario Infelise, se enfatiza en que el índice romano era mucho más severo en sus condenas a los libros, mientras que los índices españoles lo eran menos, por ejemplo con las obras latinas, pero ponían mayor énfasis en la literatura en lengua vulgar.6 La problemática de la censura, sin lugar a dudas, hizo que los libros del siglo XVI se modificaran en gran medida. De los primeros libros elaborados de la incipiente imprenta. Jacques Lafaye en su libro Albores de la imprenta... ha destacado que la legislación comercial y el control ideológico fueron los
5
Mario Infelise. Libros prohibidos. Una historia de la censura. Buenos Aires, Nueva Visión. 2004, p. 34. 6 Ibid., p. 35.
causantes de la forma en que se produjeron los libros.7 Con la censura, el libro tenía que llevar en la portada el título, el nombre del autor, los datos del impresor y la dirección del taller.
Posteriormente en las hojas que siguen
aparecen las disposiciones oficiales, tanto civiles como eclesiásticas, es decir, las famosas licencias concedidas por el Rey y por los sensores eclesiásticos. Para el caso español, la nueva estructura que presenta el libro fue condicionada oficialmente por la Pragmática de 1558 donde se exigía que el material original fuera autorizado por el Consejo Real, esto es, el Consejo recibía un texto manuscrito, lo corregía para que se imprimiera; después el texto impreso se cotejaba con el original para que finalmente, el Consejo estableciera la tasa, que era el precio que se fijaba por cada pliego de papel. Vale la pena recalcar, que como se imprimían antes los cuadernillos con su respectivo texto, para ser revisados y corregidos por las autoridades, la portada y los preliminares que son la Licencia, las Aprobaciones y la Censura, los Privilegios, la fe de erratas y la Tasa se imprimían posteriormente, por lo que iban sin numerar, por esa razón se les agregaba una serie de signaturas, como podían ser asteriscos, calderones, letras del abecedario, o algún otro signo de acuerdo a las posibilidades del impresor. En lo referente a la producción librera, en pleno siglo XVI los talleres impresores difundían tanto el pensamiento cristiano como el reformista, dándose a la tarea de editar las diferentes Biblias, las obras de los Padres de la Iglesia, sobre todo, a los dos pilares de ésta, como fueron San Agustín y sus Confesiones y La Ciudad de Dios, y a Santo Tomás de Aquino y la Suma Teológica. Los talleres no sólo se suscribieron en publicar obras de carácter 7
Jacques Lafaye. Albores de la imprenta. El libro en España y Portugal y sus posesiones de ultramar (siglos XV y XVI), México, FCE., 2002, p. 50.
religioso, sino que siguieron dando a conocer los grandes tratados de la antigüedad. De esta forma, sucesivamente aparecieron las obras impresas de Galeno, Ptolomeo, Jenofonte, Eurípides, Plutarco, Píndaro, Sófocles, Homero y Platón; pero las obras que más realce alcanzaron fueron las de Aristóteles y los clásicos latinos como Virgilio y Horacio. Lejos, pues, estuvo la imprenta de publicar a los autores contemporáneos, como lo ha destacado Fernando Bouza:
Frente a la idea general de que la tipografía sirvió a la causa de la moderna revolución en el conocimiento en contra de la medieval oscuridad manuscrita, bien expresado en el tópico que hace a Johannes Gutenberg un padre de la modernidad, hay que decir que la imprenta de los primeros tiempos publicó ante todo, textos de las autoridades clásicas y medievales más que obras de los nuevos creadores y que éstos, por el contrario, eligieron muchas veces la vía del manuscrito para la transmisión de sus descubrimientos. Recordemos como ejemplo de ello a Leonardo da Vinci y su particular sistema de escritura en espejo, a Nicolás Copérnico negándose a la impresión de su De revolutionibus orbium coelestium hasta el mismo año de su muerte o a Tycho Brahe guardando celosamente en forma manuscrita las observaciones astronómicas hechas en Uraniborg y Praga”.8
Por su parte, España se dedicó a la edición de libros de carácter religioso, destacando enormemente la Biblia Regia planeada por Benito Arias Montano, e impresa en Amberes, por el prestigiado tipógrafo Cristóbal Plantino. La Biblia Regia o Biblia Políglota fue patrocinada por Felipe II. Su estructura consta de ocho volúmenes en folio, escrita en hebreo, griego, arameo y latín. Por otra parte, las disposiciones del Concilio de Trento otorgaban a España la facultad de imprimir los textos litúrgicos, cuyos proyectos fueron encargados 8
Fernando Bouza. Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita europea en la Alta Edad Moderna (siglos XV-XVIII). Madrid, Síntesis, 1992, p. 48.
también a Plantino, quien era prácticamente el impresor más prestigioso de los reinos de Felipe II. Normalmente a estas nuevas versiones de misales, oficios y breviarios, se les ha denominado como el Nuevo Rezado. Este material fue obligatorio para todos los reinos españoles, incluyendo al Nuevo Mundo. El siglo XVII se destacó por las crisis económicas y demográficas y las constantes guerras que se sucedieron. A pesar de esto, la edición del libro mostró la riqueza del arte influido por el barroco. En este siglo decrecen las ediciones de los clásicos, de los Padres de la Iglesia y los autores medievales, también disminuyeron las producciones de la Biblia. Pero por otro lado, las obras científicas ven su esplendor. El país que más destaca en la producción de libros es Holanda, gracias al dominio que tenía de los mares. Su éxito se debió al fino instinto que llevó a los editores a publicar obras y colecciones originales, al conocimiento adquirido en el negocio librero, y sobre todo, a la libertad de imprenta que no ocurría en otros países. De los más destacados impresores podemos nombrar a Luís Elzeviro, quien había trabajado en la imprenta de Plantino, a su muerte sus descendientes continuaron el negocio paterno. Por ejemplo, su nieto, Isaac Elzeviro fue nombrado impresor en la Universidad de Ámsterdam. El resto de la familia abrió librerías en La Haya, Utrecht, Leyden, lugares donde editaron más de dos mil obras, destacando las gramáticas de francés, hebreo, árabe, persa, griego y español. Pero las obras que más fama les dieron fueron las colecciones de clásicos latinos como Horacio y Ovidio, éstos en doceavo. Les dieron también prioridad a autores contemporáneos como Hugo Grocio, Francis Bacon, Tomas Hobbes, Pascal y Descartes.
Francia, al igual que Holanda, se convirtió en la potencia del siglo XVII gracias a su victoria en la Guerra de los Treinta Años. En cuanto al libro, su labor no fue muy prolija, ya que se redujo notablemente el número de impresores de París, y es que Francia endureció severamente la censura, ya que se estableció la pena de muerte para los que imprimieran o vendieran libros sin la autorización del gobierno. Bajo estas circunstancias, el editor más importante fue Sebastián Gramoisy, cuya producción llegó aproximadamente a más de dos mil quinientas obras.
Sin duda, su posición privilegiada como
protegido del cardenal Richelieu contribuyó a su copiosa actividad, pues obtuvo además el título de Director Imprimiere Royale o Typographia Regia por parte del Rey. El libro español no corrió con mayor suerte durante la centuria: su formato fue deficiente en la tipografía, a excepción de los libros destinados a los reyes, que eran de buen papel y con bellas ilustraciones. A cuentagotas se pueden nombrar algunos impresores de destacada labor, como Tomás Junti, quien imprimió El viaje del rey Felipe III al reino de Portugal, del portugués Jõao Baptista Lavanha. De la literatura religiosa se editó Fiesta de la Santa Iglesia de Sevilla al culto nuevamente concedido al Rey San Fernando III de Castilla, que fue impreso en Sevilla por la viuda de Nicolás Rodríguez. En el taller de Juan de la Cuesta se imprimió la primera edición del Quijote en 1605. En Toledo, Pedro Rodríguez publicó la Historia de España del padre Juan de Mariana. El siglo XVII también se caracteriza por una mayor restricción al libro. Así, los gobernantes impusieron una rígida censura con el afán de orientarlos a sus propias conveniencias. El trato favorable que le dispensaron al inicio de la
imprenta pronto se desmoronó, llegando a imponer fuertes impuestos al papel y a los libros importados. Por ejemplo, en el caso español, en 1610, Felipe III, a través de una Pragmática, ordena que los naturales de Castilla no puedan imprimir fuera de los reinos. Y para 1612 señala, a través de un mandato, que todos los importadores de libros deben presentar a los Comisarios del Santo Oficio una lista anual con los nombres de los autores, lugares y fechas de impresión de las obras importadas; esta lista debía adecuarse al contenido del Index.9 En cuanto a la censura religiosa, ésta era manejada por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, combinada en cierta medida con la Sagrada Congregación del Índice, que servía para toda la Iglesia Católica.
La
Inquisición tenía la responsabilidad de publicar la lista de los libros prohibidos y expurgarlos, además de los procedimientos judiciales de aquellos escritores que fueran encontrados sospechosos de heterodoxia. Aunque hay que señalar que las restricciones del Santo Oficio no fueron tan férreas como habían supuesto algunos estudiosos de esta institución, como lo ha destacado Mario Infelise:
Lo que más inmediatamente asombra, a despecho de los centenares de procesos existentes y de la tradicional “leyenda negra” que habla de un rígido control, es la exigüidad de disposiciones relativas a la difusión y a la lectura de textos prohibidos. Formalmente, todos los años cada librero debía declarar al inquisidor los textos que tenía en los depósitos, mostrar los catálogos de la feria de Fráncfort, consignar todos los libros comprendidos en el último índice y dar noticia de toda demanda de obras prohibidas. 9
Sin embargo, la práctica
Teresa Santander Rodríguez. “La imprenta en el siglo XVI”, Historia ilustrada del libro español. De los incunables al siglo XVIII. Bajo la dirección de Hipólito Escolar. Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2001, p. 143.
estaba muy lejos de seguir tales normas. En los archivos de la inquisición resultan muy pocas declaraciones de esta clase, así también como bastante esporádicas aparecen las huellas de intervenciones directas del Santo Oficio ante personas encontradas en posesión de obras prohibidas. Incluso los propios libreros madrileños no parecían espantados por las rígidas normas previstas. Sólo en lo concerniente a las exportaciones hacia América parece haberse utilizado una mayor severidad.10
La estructura del libro de esta centuria se caracteriza por la edición de libros en grandes infolios que por lo regular estaban destinados a las obras de cartografía y geográficas. Las de cuarta y octava estaban dedicadas para el uso de sermonarios, breviarios, pero sobre todo a obras de carácter popular y de obras de literatura (no se nos olvide que en España está en auge el llamado Siglo de Oro de la literatura).
Las letras predominantes son la romana o
redonda, y la cursiva o itálica. Por lo regular, los libros están más ornamentados, en correspondencia con el canon estético barroco; así por ejemplo, las portadas muchas veces estaban grabadas o tenían los llamados frontispicios.
Estas portadas no
difieren de las del siglo XVI, es decir, aparece el título, el nombre del autor y el pie de imprenta, por obligación del Santo Oficio. Además, en la portada podía aparecer el escudo del impresor y el nombre del mecenas. En las otras partes aparecen los diversos paratextos, las licencias civiles y religiosas, la fe de erratas y la tasa; después de estos podía encontrarse pequeños textos escritos en prosa o verso, el prólogo, la tabla de materias, las láminas e ilustraciones fuera del texto, etc.
10
Mario Infelise. Libros prohibidos… op. cit., pp. 63-64.
2.2. Oralidad, escritura manual y lectura en la Edad Moderna
Durante mucho tiempo se creyó que la transmisión del conocimiento a través de la oralidad fue desplazada por la escritura. Sin embargo, esta forma de conocimiento siguió vigente hasta finales del siglo XVII. Otro concepto que se mantuvo en esa postura fue el del manuscrito, con respecto al impreso. Esta visión poco a poco ha sido desechada, gracias a los nuevos estudios que se han hecho sobre la funcionalidad del manuscrito en tiempos de la aparición de la imprenta. Fernando Bouza es uno de los estudiosos más representativos que con gran visión ha rebatido la posición de que el libro impreso fuera la única opción
para
expandir
el
conocimiento
durante
la
Edad
Moderna.
Detengámonos, pues, para revisar los argumentos de este autor y así tener un panorama más amplio de lo que encierra esta problemática. En la antigüedad, la oralidad es por excelencia la forma más usual de transmitir los conocimientos, en la que los hombres hacían sus intercambios de experiencias de manera frontal, es decir, cara a cara. El texto escrito simplemente ayudaba a recordar los sucesos que la memoria no lograba retener. La oralidad, al igual que el conocimiento icónico-visual, no desapareció con la expansión de la escritura en las primeras etapas de la Edad Moderna, tal y como lo sostiene Fernando Bouza:
Ante todo, hay que reconocer que ni lo oral ni lo icónico-visual como formas de comunicación perdieron vigencia alguna durante la alta Edad Moderna europea; de ellos hizo frecuente uso tanto la cultura popular de los iletrados como la llamada cultura de las élites o minoría letrada.11
11
Fernando Bouza Álvarez. Del escribano a la Biblioteca… op. cit., p. 10.
Una de las formas más expresivas de la oralidad como vía de conocimiento, se suscita a partir de la relación que se establece entre un lector que lee en voz alta y sus diversos públicos, analfabetas o letrados, esto muy frecuentemente sucede entre los siglos XVI y XVII. Había textos que se conformaron para ser transmitidos por la oralidad y que son complementos de la retórica imperante en esas sociedades. Lo que hay que destacar es que no todas las personas eran capaces de expresarse hábilmente mediante la oralidad, los recursos visuales y, sobre todo, a través de la escritura. La gran mayoría de la población no alfabetizada construía su conocimiento a través de la práctica de la oralidad y lo icónicovisual. Pero como señala Bouza, pensar que las clases altas accedían solamente a la escritura es un error, ya que los estudios recientes han demostrado que muchos nobles y clérigos eran analfabetos, habiendo también una pequeña minoría que podía acceder a los textos.
Por lo tanto, podemos resumir diciendo que esta situación de mediación práctica entre las tres formas de comunicación y las dos tradiciones culturales fueron mucho mayor de lo que quisieran aquellos que ven en la alta Edad Moderna europea el imperio absoluto del racional y escritófilo homo typographicus. La cultura de élites fue visual y oral tanto como pudo serlo escrita.12
Como se ha visto, las tres formas de comunicación se usaron de forma indistinta o muchas veces se complementaban entre las sociedades. Sin embargo, los letrados sientan las bases para considerar que la escritura es el medio más eficaz de conocimiento, en detrimento de los actos de ver y oír.
12
Ibid., p. 29.
Esta jerarquización de la escritura, como lo señala Bouza, fue un reforzamiento de la condición del grupo privilegiado. El argumento que esgrimieron los defensores de la escritura de aquella época era que la “escritura permanece y siempre habla”, pues esta escritura derrotaba al espacio y al tiempo.
Al hacer posible el recuerdo fehaciente, la escritura hacía posible vencer al olvido que siempre llevaba aparejado el tiempo, permitía dejar constancia para tiempos venideros de una situación determinada y de la voluntad o de la inteligencia de aquel que escribía; esto la convertía en puerta de entrada al derecho y a la sabiduría. Para poder transmitir un saber o probar algo, la forma escrita era más eficaz que la oralidad o que las imágenes, a las que, por supuesto, también se podía reunir, como en efecto se hizo.13
En anteriores párrafos ya se ha dicho que la permanencia en la comunicación producida por la oralidad y lo icónico-visual, fueron parte fundamental de la Europa moderna, no obstante, gradualmente la sociedad europea se fue transformando en una civilización escrita, situación a la que contribuyó la duplicación en serie que producía la imprenta, ya que hay que recordar que el texto manuscrito se había valorado desde la antigüedad. Se debe enfatizar que la imprenta no desplazó al manuscrito como la única forma de expresión escrita en desarrollo y sumamente difundida. El manuscrito circuló en gran medida a la par que el libro impreso. La aparición de la imprenta trajo consigo la producción de más libros y asimismo, su abaratamiento; es decir, se consolidó la tan renombrada “República de las Letras”, donde el manuscrito circula desde los escritorios públicos para servir a los iletrados o desde las escribanías reales, ya sea en forma de carta o de una crónica lejana como podían ser las de las nuevas 13
Ibid., p. 31.
tierras recién conquistadas y sometidas. El manuscrito podía circular sin tantas trabas como le sucedía al libro impreso, que era sometido a una revisión más meticulosa por parte de los civiles y los religiosos.
[…] Los controles oficiales se dirigían ante todo a la difusión de textos mediante la censura previa de lo que iba llegando a las imprentas. Se abría, así, cierto espacio para la transmisión de contenidos comprometidos mediante el recurso a traslado; y a papeles de mano, cuya circulación inicial no cabía controlar con carácter preventivo, aunque sí a posteriori por medio de la incautación o de la entrega forzosa de las copias poseídas por particulares.14
El manuscrito, a diferencia del libro impreso, es un instrumento de privacidad; la mecanización de la escritura es un acto de impersonalización. La escritura manual aún hecha por amanuenses profesionales, guardaba algún grado de intimidad que no poseía la de molde o mecánica. Por su propia procedencia la letra de imprenta es impersonal frente a la grafía manual, ya que al manuscrito se le asocia con las formas protocolarias y de solemnidad, mientras que la letra impresa en sí no tiene un autor determinado. Inevitablemente, al copiar los textos los copistas incurrían en errores, el más frecuente de ellos era transliterar de manera equívoca. De ahí la función de los correctores para evitar las erratas en las impresiones, ya que es más fácil modificar en el manuscrito que en el impreso.
Tras la aparición de la tipografía, que garantizaba la relativa igualdad de las distintas emisiones de un mismo original dado a la imprenta, los autores 14
Fernando Bouza. Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro. Madrid, Marcial Pons, col. Historia, 2001, p. 63.
ganaron en individualidad al tiempo que los actos sucesivos de copia propios de la producción del libro manuscrito se reducían en la mecánica repetida de las prensas. Por ello, la variedad textual de los traslados manuscritos es considerablemente superior a la observable en los impresos puesto que las ocasiones para modificar, de forma voluntaria o no, un texto se multiplican a medida que el original es copiado por manos diversas en momentos y lugares distintos. En esto, el sistema de reproducción manuscrito es mucho más abierto que el impreso, cuya actualización exige una nueva edición a no ser que recurra a glosas y escolios que, por otra parte, han de ser manuscritos.15
Así, el traslado o copia de una obra se hacía de forma desigual con muchos errores, por eso prácticamente la imprenta fue el remedio para evitar en demasía los errores en los textos, pero con esto no se llegó a suprimir la circulación de copias manuscritas de obras representativas que muchas veces eran censuradas por la autoridades. Como ya había mencionado en anteriores líneas, el poder político y económico hizo de la escritura una forma representativa de su condición. Pero no se enfocaban en aprender el oficio de las letras en el término más amplio, sino en el uso de una escritura para la construcción de epístolas. Al respecto, Fernando Bouza señala:
Ciñéndonos a los epistolarios nobiliarios y de corte, las cartas parecen estar siguiendo las pautas de lo oral, pues, de esta misma manera se procedía en las audiencias, donde las propias palabras del señor también estaban cuidadosamente mediadas y variaban en atención a quien fuera recibido […] En buena medida, la cultura de corte es, precisamente, ante todo una cultura de la conversación y por ello las instrucciones para los jóvenes
15
Ibid., pp. 77-78.
caballeros que ingresan en ella están llenas de noticias sobre cómo hablar, con quién y de qué hacerlo.16
En cuanto a la población analfabeta, el contacto con los escritos se daba mediante la lectura en voz alta como la predicación, a través del dictado de Cortes. Pensar que la población, por el hecho de no saber leer no tenía “contacto” con los documentos es un error, pues ya se ha señalado las diversas formas en que había de acceder a ellos. Bouza ha destacado que en algunos papeles de relación, los testigos han declarado que no saben leer y que conocieron su contenido porque otras personas lo pregonaban en voz alta. Pero si pensamos que la escritura, con el sentido de que la hemos cargado desde el siglo XVIII, de ser el instrumento del hombre para alejarse de sus tinieblas y empezar el camino del progreso y de la “razón”, es decir, la “civilización” pura, estamos equivocados; la escritura, hasta antes de ese siglo, no tiene esa pretensión. Por ejemplo, Bouza ha destacado, cómo en los siglos XVI y XVII, las llamadas cartas de toque, una especie de escritos que circulaban en el medio con características mágicas, utilizado por los amores de tocar, sin importar las palabras, sino la materialidad del contacto. Como si de amuleto se tratara, esta escritura servía para la protección de los peligros y acechos del mal, pues nuevamente nos remite Bouza que en los cuadros de la época, que a los niños se les colgaban relicarios, sartas rojas de hierba peonía y éstas acompañadas con oraciones y la palabra de las Escrituras.17
A estos ejemplos habría que agregar las oraciones, como la
Oración de San León que protegía a quien la portase, o la Oración de los Dichos e Ordenanzas de la Santa Madre Yglesia. 16 17
Ibid., p. 139. Fernando Bouza. Del escribano a la Biblioteca... op. cit., p. 99.
Esta escritura que
desconocemos y que están lejos de concebir nuestros conocimientos racionalistas funcionó en letrados e iletrados, que además daban forma a un sentir de la gente de la época, como lo ha señalado Fernando Bouza:
Las cartas de resguardo y daño, las nóminas y demás cédulas para tocar y traer nos ilustran sobre una dimensión creacionista de la escritura en sí misma, en una época en la que a ésta le atribuía una eficacia que superaba –podía ignorar– la mera exposición o trasmisión del pensamiento… Sobre su realidad de eficaz talismán escrito se abre la posibilidad de extender una comprensión no meramente racionalista de la escritura del Siglo de Oro a otros campos y géneros como el poético, el de la literatura espiritual y el de la oratoria sagrada. Representa desde luego, una escritura diferente, una heterografía para el mito modernizador y progresista que forjó la Ilustración y sobre el que ha descansado buena parte de la historiografía de la cultura escrita hasta el último tercio del siglo XX. Antes, mucho antes, del alfabeto humano de Liquica, que debería de extrañarnos tanto como lo hace la Oración de San León, escribir podía no tener nada que ver con leer, con la recepción y comprensión de las ideas que se nos proponen. Ya lo decía Pedro Ciruelo: “otros dicen que la nómina no se ha de abrir ni leer, porque luego pierde la virtud y no aprovecha”.18
Pero ¿cómo se enseñaban las primeras letras y el proceso de lectura en aquellos que no eran los profesionales de estas actividades? Fernando Bouza ha destacado que en el Madrid del siglo XVII había menos de un centenar de maestros de escribir y contar, calificados para este oficio.
Obviamente el
número de maestros para niñas era menor, que además de leer y escribir, les enseñaban a elaborar a labrar, coser y bordar.19 Ahora veamos una bella descripción que nos deja Bouza sobre los métodos de enseñanza de aquellos
18 19
Fernando Bouza. Corre manuscrito... op. cit., pp. 107-108. Fernando Bouza. Del escribano a la biblioteca, op. cit., p. 51
momentos, y que eran las bases fundamentales para aquellos letrados que dieron funcionalidad a esa escritura.
Lo primero que debía hacer el maestro era que sus pupilos pronunciasen correctamente letras y sílaba, para lo que debía proveerse de alfabetos, silabarios y cartillas, un ejercicio recomendado era el silabeo de una oración muy conocida, como, por ejemplo, el Padre Nuestro o el Ave María, o la repetición de series de palabras que contuvieran determinado sonido, verbi gracia “hacha muchacho” o la trabalenguas “ñudo, niño, nuño, muñeca”. La prueba de que ya se sabía leer se hacía con impresos de letra redonda o romanilla, tanto en latín como en romance, y en el aprendizaje se incluía la resolución de las abreviaturas, tan frecuentes entonces en la escritura. Tras la lectura se procedía a enseñar a escribir sobre papel en bastarda y en redondilla. Desde mediados del siglo XVI, y contando con los seis tipos de letras mencionadas por Francisco Lucas en su Arte de escribir (Madrid, 1577), la bastarda y la redondilla habían desplazado a todas las demás hasta convertirse en las letras ordinarias para la escritura común, quedando las llamadas grifo y antigua para usos de curiosidad, la letra latina para epitafios, letreros y demás títulos librescos y la redonda de libro para privilegios y códices de iglesia.20
Las formas de las letras requerían diversos soportes para plasmarla, así para la redondilla o bastarda sólo se necesitaba papel y pluma; por otro lado, las más sofisticadas eran elaboradas en materiales de mayor preparación como podía ser el pergamino. El niño, mediante series de dibujar y copiar repetidamente las letras daba inicio al proceso de su aprendizaje.
Se ha
señalado que para la escritura se utilizaba el papel o pergamino, pero ¿con qué instrumento se realizaban los caracteres?
Por lo regular estos
instrumentos eran de diversos materiales, por ejemplo, la pluma de latón, que se utilizaba para efectuar los caracteres más gruesos. 20
Ibid., p. 53.
Sin embargo,
generalmente para la escritura manual las plumas de aves fueron las más eficaces.
El buscar un instrumental adecuado era una obligación para el
educado: la pluma y la tinta son instrumentos. Veamos la descripción que hace Bouza de esto:
Pero había una operación instrumental previa (que la tarea de escribir y copiar) que no se podía ignorar y era el “cortar y temperar la pluma hasta tomarla y menearla a la mano”. Las plumas comunes eran de cañón de ave, aunque había plumas metálicas por lo general de latón (azófar), que sólo se usaban para letras de cuerpo muy grande. La mejor pluma por encima de la de cisne o de buitre, era la sacada del ala derecha de un ganso doméstico, que cumplía los cánones de tener un cañón grueso, redondo, duro y claro. Después de haberle hecho una hendidura en el lomo y de recortarle la punta “la manera de punta de gavilán” con una especie de estilete, la pluma ya estaba cortada y preparada para la escritura y sólo faltaba ponerla en contacto con la tinta, cuya preparación tampoco era muy complicada, pues bastaba mezclar tinta de curtir con un poco de hiel de jibia…”21
El aprendizaje de la escritura y la lectura en la Edad Moderna significó sólo una minoría durante los siglos XVI y XVII. Hay que recordar que el mito progresista de la educación se va a expandir con las ideas de la Ilustración y sobre todo por la proliferación del capitalismo. En síntesis, el manuscrito, lejos de lo que se pensaba, siempre animó a los hombres de los primeros siglos de la Edad Moderna a compartir espacios con la expresión oral, como ya se ha observado.
Por lo tanto, la idea
predominante de que a partir de la invención de la imprenta el libro impreso se convirtió en el único instrumento para desarrollar el conocimiento, se
21
Ibid., p. 54
desmorona por completo. A continuación explicaremos cómo los hombres de esta época se apropian de los textos mediante la práctica de la lectura. Desde el nacimiento de la imprenta hasta el siglo XVII, la lectura silenciosa y la lectura en voz alta forman parte de la manera de apropiación de los textos; sin embargo, la lectura silenciosa poco a poco va ganando un mayor terreno que la lectura en voz alta, y como destaca Chartier, la lectura silenciosa, durante los dos primeros siglos de la naciente modernidad ésta conquista lectores más numerosos, lectores no profesionales ni cortesanos, sino a quienes les gustan las obras de diversión.22 En cuanto al proceso de lectura en voz alta, el manuscrito fue la forma de transmisión de conocimientos, tanto de letrados como de analfabetos, pues existe una simbiosis que propone el texto entre lo oral y lo auditivo. Sin embargo, los primeros textos impresos también tenían esta finalidad; al respecto Walter J. Ong señala lo siguiente:
Las culturas de los manuscritos siguieron siendo en gran medida oralauditivas incluso para rescatar material censurado en textos.
Los
manuscritos no eran fáciles de leer, según los criterios tipográficos ulteriores y los lectores tendían a memorizar al menor parcialmente lo que hallaban en ellos pues no era fácil encontrar un dato específico en un manuscrito. El aprendizaje de memoria era estimulado y facilitado también por el de que, en las culturas de manuscrito y con gran influencia oral, los enunciados encontrados incluso en los textos escritos a menudo conservan las pautas mnemónicas orales que ayudaban a la memorización […] Mucho después de inventada la imprenta, el proceso auditivo siguió dominando por algún tiempo el texto impreso visible […] El predominio auditivo puede percibirse notablemente en ejemplos tales como las primeras portadas impresas [...] Las portadas del siglo XVI, con gran frecuencia dividen las palabras importantes, incluso el nombre del
22
Roger Chartier. El presente del pasado. Escritura de la historia, historia de lo escrito. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 2005, p. 90.
autor, con guiones, y presentan la primera parte de una palabra en una línea con tipo grande y la segunda en otra con tipo más pequeño…23
La lectura en voz alta es un proceso donde los ojos nutren a los oídos, donde el lector era el primero en interiorizar el mensaje de lo escrito, dado que leía y se escuchaba al mismo tiempo. Leer pues, es “pronunciar con palabras los textos”, escribe Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua, debido a que esta práctica fue muy recurrente en el Siglo de Oro. Al respecto, Margit Frenk ha destacado en sus estudios que esta forma de expresión se encontraba en la poesía, la narrativa, el teatro, romances y canciones.
Muchos autores del Siglo de Oro español escribirían anticipando una posible y pronta conversión de sus letras en sonido, hablarían con sus oyentes desde un aquí y ahora que imaginariamente compartían con ellos; hasta llegarían a entablar con ellos una vivaz comunicación de toma y daca.24
La lectura en voz alta no se suscribía a la escritura poética o literaria, también fue factible para los libros de historia, sin olvidar todo lo referente a la liturgia y en muchos casos en los anuncios que ponían en los diversos comercios, donde los diferentes estratos sociales escuchaban el mensaje del lector. Por ejemplo, Roger Chartier señala que había lecturas dirigidas al príncipe cuando comía o después de la cena, o las lecturas religiosas por el amo para su familia o sus criados, o las lecturas que hacían madre e hija, o lecturas para pasar el tiempo.25
23
Walter J. Ong. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. México, FCE, reimpresión 2002, p. 119. 24 Margit Frenk. Entre la voz y el silencio. La lectura en tiempos de Cervantes. México. 2005, p. 51. 25 Roger Chartier. El presente del pasado… op. cit., pp. 93-94.
Debemos recordar que la lectura en silencio era ya una práctica que se realizaba durante la etapa de la escolástica, predominante en el mundo universitario, además de las Cortes. Con la imprenta se acentúa esta práctica que también contribuye a la Reforma Protestante, junto con la escolástica son dos formas que dan pie a la individualización. Frédéric Barbier destaca sobre esto:
La penetración de la imprenta contribuyó al éxito de la Reforma, alterando las sensibilidades y las formas de análisis. Así, la cultura protestante se corresponde con la lectura individual (hecha por uno mismo y para uno mismo) y con el sentido de la responsabilidad (hacia sí mismo y hacia los demás) […] Pero la lectura religiosa individual favoreció también la extensión de la cultura libresca a otros sectores socioculturales, favoreciendo el aumento de talleres de imprenta y a la extensión de las redes de difusión del libro, de todo tipo de libros.26
La lectura silenciosa lentamente fue ganando adeptos que podían comprender lo escrito sin recitarlo, así empieza a haber un gran número de lectores que no eran ni profesionales ni cortesanos. Chartier señala que las transformaciones de la lectura llegan incluso a designar el verbo “leer” en el sentido de leer silenciosamente. Muy probable es que este tipo de lectura se realizara en solitario, para el goce individual. Sin embargo, pronto esta práctica de lectura despertó en las autoridades religiosas la inquietud, dado que la imaginación del lector era más prominente al realizar la función lectora. Hay que ver que mucha literatura de ficción de esa época estaba ligada con personas que leían en silencio.
26
Frédéric Barbier…, op. cit., p. 179.
Se consideraba, en efecto, que las historias fabulosas, cuando se leían silenciosamente, se apoderaban con una fuerza irreprimible de lectores maravillados y embelezados que percibían el mundo imaginario desplegado por el texto literario como el más real que la realidad. La condena moral y el uso literario de la fuerza engañosa de la lectura puramente visual invirtieron la loa del silencio prudente y sabio tal como aparece en la voz “Harpócrates” del Suplemento del Tesoro. Covarrubias comentó en este artículo un emblema de Alciato que tenía como título Silentium. Mostró el grabador a un lector sentado frente a un gran folio abierto sobre una mesa.
Con el dedo al labio, el lector indicaba la
superioridad de callar sobre el hablar tal como lo recomendaba Harpócrates “cuya doctrina se enderaçaba a persuadir el silentio anteponiéndole a todos los demás preceptos de philosophía”.27
Así pues, la lectura silenciosa empieza a ser ampliamente difundida, gracias a la multiplicación de textos elaborados en la imprenta, ya que provocó el abaratamiento de textos, además de los cambios en las tipografías, lo que permitió una mejor interacción entre texto y lector. A esto habría que agregar que se empieza a disputar un mayor número de lectores selectivos y especializados. Y como señala José Manuel Prieto Bernabé, para este lector solitario se da un nuevo libro totalmente erudito, docto y científico, que ya no tenía nada que ver con el libro popular.28 De esta forma tenemos dos visiones de lectores que leen en forma silenciosa: el que hace lectura de entretenimiento que como observamos provocaba algunos escozores en el ámbito religioso y el erudito científico, ambos anclados en el proceso realizado con la vista para uno mismo.
27
Roger Chartier. El presente del pasado…. op. cit., p. 90-91. José Manuel Prieto Bernabé. “Prácticas de la lectura erudite en los siglos XVI y XVII”, Antonio Castillo (Comp.) Escribir y leer en el siglo de Cervantes. Prólogo de Armando Petrucci. Barcelona, Gedisa, p. 315. 28
Finalmente, para este apartado debemos destacar que la lectura en voz alta siguió siendo tan representativa como lo fue en la Edad Media, y que la lectura en silencio no entró a desplazarla, como muchos autores habían destacado.
Pero sí tomó un mayor impulso a partir de la producción
mecanizada de libros, sin embargo, no fue sino hasta el siglo XVIII cuando logró su triunfo definitivo. Sin lugar a dudas, la imprenta logró hacer más efectiva la cultura escrita, ya que posibilitó el abaratamiento de los costos e incrementó las tiradas, acrecentó el número de lectores, y permitió también que la lectura en silencio se afianzara.
Ahora adentrémonos a ver las modificaciones que hace la
imprenta con respecto a las bibliotecas.
2.3. La Biblioteca en los albores de la imprenta
Ya dimos cuenta de las transformaciones que propició la imprenta a partir de su aparición, y que fue modificando los hábitos de lectura. También observamos que con la irrupción de esta nueva técnica de elaborar los libros, no desaparecieron prácticas de transmisión del conocimiento como fue la oralidad y los usos de la escritura manual, sino que conviven de forma estrecha. La supremacía de la imprenta, por lo tanto, se dio en un periodo más largo de tiempo, pues para ser aceptada, tuvo que vencer los recelos de los hombres de la época. Pero cuando se instala va a producir cambios significativos en la sensibilidad del lector, y ya no se diga de los cambios que propició en las
bibliotecas,
que
como
veremos
a
continuación,
fueron
sumamente
significativos. En párrafos anteriores se había destacado que con la naciente cultura universitaria, principalmente se modificaron las formas de leer, que se orientaban a la consulta simultánea de muchos textos para ser memorizados y discutidos. Esta nueva forma de consulta de los textos motivó a la vez un nuevo funcionamiento de la biblioteca, impulsado por las órdenes mendicantes, desarrolladas por las universidades. Estas bibliotecas de las cuales ya hicimos referencia, estaban conformadas por armarios donde se guardaban los libros, además de contar con una hilera de bancos donde los libros estaban encadenados para evitar los robos de las colecciones.
Esta forma de
biblioteca, como lo ha destacado Sven Dahl, siguió funcionando hasta buena parte del siglo XVI.29 Estas bibliotecas que nacen en el siglo XIII dejan de ser un simple depósito de libros para transformarse en lugares de lectura; son impulsadas por dominicos y franciscanos en sus conventos, merced a que estos lugares se convierten en escuelas, y después llevan este modelo hasta la universidad. Las diferencias entre un lugar y otro, es como bien lo ha expresado Henri-Jean Martin, las colecciones universitarias utilizan textos que sirven para los estudios de la facultad, como en el caso de la Sorbona, que tenía un gran número de libros de teología y de algunos clásicos como Aristóteles, Cicerón, Séneca, entre otros. Por su parte, las bibliotecas de órdenes mendicantes sus obras estaban más relacionadas con las formas teológicas y todas aquellas que
29
Sven Dahl. Historia de los libros…, op. cit., p. 173.
servían a la pastoral, siendo los escritores de la antigüedad la parte que ocupaba los espacios más reducidos.30 De las innovaciones en las bibliotecas, las que se produjeron en los conventos y universidades provocaron el surgimiento de nuevos sistemas constructivos en estos lugares, sobre todo se empiezan a ampliar los locales; es así como nace el sistema de biblioteca basilical. Fue ideada por Michelozzo para Cosme de Médici y se emplea en el convento de San Marcos de Florencia, entre los años de 1438 y 1443. La innovación de Michelozzo consiste en la creación de un espacio totalmente abovedado, tanto en su cobertura como en su sustentación, evitando el peligro de incendio al hacerla más resistente al fuego. Para esto utiliza una parte de una estructura edificatoria, casi seriada, sin grandes diferencias entre sus partes constitutivas31. Michelozzo también constituyó la biblioteca del convento de San Giorgio Maggiore de Venecia entre 1467 y 1478. La estructura arquitectónica de la planta basilical pronto fue imitada en otras ciudades italianas, como la del monasterio de San Francisco de Cesena, diseñada por Domenico Malatesta Novello. A ésta había que agregar la de los dominicos en Santa María delle Grazie en Milán o la de San Domenico de Bolonia y la de San Giovanni Evangelista de Parma, entre otros.
Este modelo de biblioteca con planta
basilical duró aproximadamente un siglo, pues dará paso al nuevo modelo: el de la biblioteca de salón, que se instaló en pleno siglo XVI. Con la aparición del libro impreso la arquitectura de las bibliotecas también sufrió cambios significativos, pues desde estos monumentos, el libro y 30 31
Henri-Jean Martin. Historia y poderes de lo escrito. Gijón, Ediciones Trea, 1999, pp. 186-187. Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber..., op. cit., p. 74.
la arquitectura estarán estrechamente conectados.
Las nuevas bibliotecas
tienen su origen a mitad del siglo XVI, siendo las colecciones de reyes y príncipes las que serán el prototipo de la nueva biblioteca, como lo ha destacado Alfonso Muñoz Cosme:
En el siglo XIV asistiremos a la aparición de la biblioteca salón, especialmente indicada para albergar las colecciones de nobles y príncipes que las crean como elemento de prestigio y manifestación del poder. En este nuevo objetivo, las colecciones bibliográficas dejan de tener exclusivamente una función religiosa y formadora conectada con la vida monacal y con la predicación, como había sido en los últimos siglos de la Edad Media, para comenzar a cumplir una función laica y mundana, como la manifestación del poder terrenal.32
Antes de continuar en la descripción del desarrollo de las bibliotecas de la época, es necesario aclarar que para los siglos XVI y XVII se podían utilizar los términos de biblioteca y librería para designar los conjuntos arquitectónicos que resguardaban los libros, aunque principalmente el de librería fue el que más se impuso. Roger Chartier destaca que para la época se asociaba el término etimológico proveniente del griego, donde se señalaba a la biblioteca como librería, y a su vez el latín destacaba a la librería como biblioteca. Esta asociación hizo que para la época se emplearan los dos términos.33 Podemos señalar que la mayoría de las fundaciones de las librerías en plena Edad Moderna se debió principalmente a que los reyes y príncipes, a veces motivados por el humanismo, dieron pie a la construcción de bibliotecas, pero muchas otras el motivo oculto era mostrar su ostentación y poderío; es así
32
Ibid., p. 83. Roger Chartier. “De Alejandría a Angelópolis. Bibliotecas de Piedra y Bibliotecas de Papel”, en Artes de México, Biblioteca Palafoxiana, México, 2003, pp. 24-25. 33
que las colecciones se fueron uniendo hasta crear grandes bibliotecas. Algunos aristócratas también impulsaron a éstas con la creación de las mismas. Fernando Bouza ha expresado que para los nobles y prelados, el hecho de fundar bibliotecas les devenía en honra, fama, grandeza y poder.
La posibilidad de vincular la inmortalidad aristocrática al saber depositado en los libros, se extenderá mejor si se parte del hecho de que estas grandes bibliotecas tenían un carácter universalizante, es decir, no estaban presididas únicamente por la utilidad o por el entretenimiento que se buscaba en las lecturas particulares, sino que con ellas se quería recrear todo el saber en el espacio cerrado de una librería. Querían reunir por tanto, la sabiduría entera, la verdad una y universal, y esto era, realmente, empresa digna de príncipes, prelados y señores.34
De esta forma, la librería o biblioteca de los siglos XVI y XVII prácticamente representaba el poder de quien la había creado. Siguiendo a Bouza, quien también ha señalado que en estas etapas históricas se podían encontrar desde la burda biblioteca imitativa o fingida del nuevo rico y del ennoblecido, hasta las magníficas bibliotecas regias, con colecciones extraordinarias de códices antiguos y obras raras.35 Las nuevas bibliotecas tienen su origen a mitad del siglo XVI, siendo las bibliotecas reales las que impusieron el nuevo prototipo de las cuales podemos destacar la Biblioteca Medicea-Laurenziana de Florencia, la Biblioteca Marciana de Venecia y la Biblioteca Vaticana de Roma. Pero la de mayor realce y que más influyó fue la Biblioteca del Escorial. Las nuevas bibliotecas
34
Fernando Bouza Álvarez, op. cit., p. 124. Fernando Bouza Álvarez. Comunicación, conocimiento y memoria en la España de los siglos XVI y XVII. Salamanca, Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas, 1999, p. 121. 35
por lo regular contaban con una sala amplia, donde se colocaban a lo largo de las paredes enormes estanterías que permitían situar los libros. Pero lejos estamos de pensar que estos inmuebles eran simples lugares para el resguardo de libros, ya que como apunta Fernando Bouza, la librería altomoderna era más el orden y el asiento de los libros que los propios volúmenes de que estaba compuesta.36 Por lo tanto, la librería era más que un lugar donde se custodiaba un conjunto de libros. El orden para las personas del siglo XVI estaba relacionado con la armonía con el mundo, pues “Dios era el organizador del Universo, y nada salía de esa armonía”. Para los hombres de esta época, el orden y la armonía eran perfectos, dado que Dios era el gran arquitecto, para quien todas las criaturas tenían su justo peso y medida, además de su belleza, porque fue Dios quien logró tal maravilla. Esta fue la idea que más pesó en la forma de configurar el orden de las librerías de estos hombres:
Valga decir, entonces, que las bibliotecas son entendidas como figuras del mundo, un espacio y un conjunto privilegiados, en los que es fácil reflejar la oposición básica de lo que está ordenado contra lo que no está (o de las categorías
de
justicia/agravio,
paz/
guerra,
bien
común/tiranía,
identidad/alteridad, comunión/exclusión, sabiduría/rusticidad, etc., que son derivaciones de aquella primera) y, como se sabe, en esta oposición primigenia está el rasgo definitorio de la cosmovisión de los europeos a finales del siglo XVI.37
Los ejes principales que debían seguir para la edificación de las bibliotecas eran el orden y la armonía, fue así como se construyeron las
36
Fernando Bouza Álvarez. Op. Cit., p. 126. Fernando Bouza Álvarez. Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del reinado de Felipe II. Madrid, Akal ediciones, 1998, p. 175. 37
primeras bibliotecas de salón. La primera que se construyó con este prototipo fue la Biblioteca Medicea Laurenziana. Esta biblioteca fue construida en el claustro de la Iglesia de San Lorenzo, en Florencia, pero a pesar de que fue construida en este espacio religioso, su función era la de permitir la consulta de sus obras a personas laicas, que nada tenían que ver con la cuestión de la prédica. Las colecciones de los Medici, principalmente la de Lorenzo de Medici, fueron los motores que impulsaron la creación de la biblioteca, pues entre toda la familia habían reunido cientos de códices latinos, griegos y árabes. Pero al ser expulsados los descendientes de Lorenzo, pues éste había muerto en 1492, sus obras fueron a parar al convento de San Marcos, así como a las manos del Papa León X. Sin embargo, el Papa Clemente VII, descendiente también de los Medici, restituyó los libros a Florencia, encargando a Miguel Ángel la magna obra de construir una biblioteca para que albergara las colecciones de libros. Miguel Ángel, conocedor de las grandes obras arquitectónicas de la antigüedad, ideó realizar una biblioteca al estilo de la Roma clásica, donde hubiera una separación entre libros griegos y latinos.
Para Miguel Ángel,
también la nueva estructura del edificio tenía que seguir las disposiciones de Vitrubio, donde la biblioteca recibiera la luz por el este y el oeste, además de que el conjunto arquitectónico estuviera alejado de los ruidos de la calle.
El espacio que crea Miguel Ángel constituye, en relación con las bibliotecas basilicales, un cambio fundamental de concepción. El espacio de la sala se encuentra aún ocupado por los pupitres, dejando libre tan sólo el corredor central como circulación, pues ya no hay columnas ni otros elementos
arquitectónicos que ocupen el espacio, que puede ser abarcado en su totalidad de una mirada.38
El espacio es lo que distingue a estas nuevas bibliotecas de las basílicas. Por ejemplo, las bibliotecas basilicales por su estructura se dividían a través de columnas de tres naves abovedadas, cuyo sistema arquitectónico estaba inspirado en la construcción romana clásica. Las nuevas bibliotecas, por su parte, eran una sala sin divisiones, o como en algunos de los conventos donde existían los espacios de tipo basilical, simplemente se añadía el salón. Otra importante biblioteca de salón fue la Biblioteca Marciana de Venecia, que siguió el mismo modelo de la gran sala sin columnas.
Esta
biblioteca entró en funcionamiento gracias a la donación del Cardenal Giovanni Bessarione, pues éste legó una gran colección de obras griegas, para que se creara este espacio en el convento de San Marcos. Así, la construcción de la biblioteca se dio a partir de 1536 bajo la supervisión de Jacobo Sansovino, quien mantenía contacto con los artistas del momento como Miguel Ángel y Rafael.
Sin embargo, tras derrumbarse la bóveda de los primeros cinco
tramos, Sansovino fue separado de las obras, quedando en su lugar Vicenio Scamozzi hasta concluirla. La Biblioteca Marciana fue decorada totalmente en sus muros y bóveda con pinturas de grandes artistas como Tiziano, Tintoretto y Veronesse.39 Aunque no es una librería regia, la Biblioteca Vaticana se considera como el prototipo de las bibliotecas salón. Fue fundada por Nicolás V, esto no se nos debe olvidar, ya que él fue un gran recopilador de manuscritos en lengua griega. 38 39
Con Sixto IV la biblioteca tomó un mayor impulso, pues la
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber…, op. cit., p. 88. Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber…, p. 90.
proveyó de una sede en el antiguo palacio de Nicolás V. Esta fue la primera sede de la Biblioteca Vaticana, la cual se dividía en cuatro salas dedicadas a los libros latinos, griegos, los secretos y los destinados al pontificio. Pero en 1527 sufrió grandes pérdidas por el Saco de Roma, y es que muchos soldados de Carlos V cometieron brutales saqueos,40 perjudicándola de manera notable. Ante esta situación, el nuevo Papa Sixto V lejos de lamentarse, ordenó la construcción de una nueva biblioteca, ésta se construyó entre el patio del Belvedere y el de La Piña. La decoración del inmueble fue elaborada por Cesare Nebbia y Giovanni Guerra. Esta nueva sede se nutrió de diversos manuscritos de Fulvio Orsini, así como los manuscritos obsequiados por Maximiliano de Baviera. Finalmente hay que señalar que en pleno siglo XVII, el Papa Paulo V prohibió los préstamos de libros, para después cerrar los espacios de lectura, abriendo sus puertas hasta finales del siglo XIX. Estas bibliotecas que se acaban de describir sentaron las bases para el nuevo prototipo de librería, pero la que tuvo mayor realce y que más influyó en las primeras etapas de la modernidad fue, sin lugar a dudas, la Biblioteca del Escorial, de la que a continuación se exponen algunos detalles.
2.4. La biblioteca del Escorial: prototipo de las librerías en la Edad Moderna
Como habíamos señalado en anteriores líneas, el orden y la armonía debían ser los ejes principales para el resguardo de los libros. Con esta idea, los
40
Hipóllito Escolar. Historia de las bibliotrecas…, p. 232.
eruditos españoles insistían en la necesidad de fundar una biblioteca regia, para lo que se propusieron diversos esquemas para su elaboración. Uno de los primeros fue el llamado Memorial de Juan Páez de Castro, sobre la edificación de la biblioteca real.
Páez de Castro inicia en este documento
explicándole al rey la necesidad de la conservación de los libros, “porque de los libros dependen todas las artes e industrias humanas”, y en quanto peligro están de perderse si no se le dá algún medio, para que se guarden en lugar seguro”.41 El Doctor Páez de Castro concede gran valor al libro, lo reconoce como parte fundamental del conocimiento humano, por eso aboga por su preservación. Pero su propósito de resguardar y conservar no queda ahí. Otro de los problemas que manifiesta es que con la construcción de la librería se pueden juntar los libros que estén al alcance, para que cuando fuese necesario se encomienden, pues “según imprimen negligentemente, y según que muchos los corrompieron antiguamente, y los corrompen aora. No solo son menester las Librerías Reales, para enmendar lo publicado; pero también para suplir muchos pedazos, que les faltan, y tratados enteros en todas professiones”.42 La conservación y el control de las ediciones son los principios que para Páez de Castro se deben efectuar en las librerías. Además, también en este Memorial propuso consejos sobre la conformación de la estructura del edificio. Él consideraba que el inmueble debía tener tres salas con diversos fines:
[…] La primera para libros, los quales haviendo de ser raros y puestos por orden de armarios cerrados, aunque sean muchos […] Serán los libros de 41
Memorial de Páez de Castro sobre bibliotecas reales. Jacques Lafaye. Albores de la imprenta. El libro en España y Portugal y sus posesiones de ultramar (Siglos XV y XVI)…, op. cit., p. 145. 42 Ibid., p. 150.
mano antiguos, o bien trasladados en todas las quatro lenguas principales: y si algunos se pusieron estampados, procurarse ha, que estén corregidos; y cotejados con buenos libros de mano […] En la segunda sala se pondra lo siguiente: Cartas universales de marca, y cosmographia de todo lo que hasta oy se sabe del mundo. La tercera sala será como archivo, y parte más secreta, en la qual se pondrán las cosas; que tocan al estado y gobierno.43
Las ideas de Páez de Castro fueron concebidas a partir de la admiración de las bibliotecas que se habían construido en regiones italianas, como fueron la Biblioteca Mediceo-Laurenziana de Florencia, la Marciana de Venecia y la Biblioteca Vaticana de Roma. Estas bibliotecas se destacaban por recopilar diversos manuscritos ricamente ilustrados, ya que sus dueños se habían empeñado en enviar gente especializada en la búsqueda de los manuscritos, sobre todo en los lugares del desaparecido Imperio Bizantino. Todas las bibliotecas que se construyeron en esta primera etapa de la modernidad, le dieron gran prioridad a los libros manuscritos; el mismo Páez de Castro manifestaba esta misma intención; esto nos lleva a preguntarnos ¿por qué fue el manuscrito tan importante para que fuera colocado en el sitio de honor en una biblioteca?
A esta pregunta, tenemos la respuesta que nos
ofrece Fernando Bouza:
Convertido en una auténtica cosa común, el códice había dejado de tener sentido para muchos […] Sin embargo, no hay que olvidar que a favor de los códices jugaban su propia antigüedad, la prosapia de autoridad que poseían y, por último, también su rareza. Todo ello hizo que los libros manuscritos antiguos se encarecieran mucho y que, fruto de la suma de escasez y su alto valor, acabaran convirtiéndose en verdaderos objetos preciosos, dignos de ser llamados tesoros. A esto es a lo que llamaremos la Reserva Preciosa.44 43 44
Ibid., p. 151-155. Fernando Bouza. Imagen y propaganda..., pp. 177-178.
De la misma forma que Páez de Castro otorgaba importancia a la adquisición del manuscrito para dar realce a la conformación de la biblioteca, el erudito canónigo Juan Bautista Cardona en un escrito que hizo llegar a Felipe II sugería al monarca concederle una mayor importancia al libro manuscrito por ser considerado más fidedigno que el libro impreso. Señalaba lo siguiente:
El valor de la biblioteca residirá principalmente en la cualidad y rareza de los libros, que consiste en que sean manuscritos antiguos de todas las lenguas y particularmente griegos, latinos y hebreos escritos en pergamino. Habría que recoger con satisfacción cualquier obra de los Padres antiguos que se considerara perdida y apareciera. Debe poseer, además, el mayor número de manuscritos, tanto los de obras no publicadas como los de las que ya lo han sido, pues los impresos aparecen con numerosas erratas y es preciso conocer el texto correcto. Por ello no importará tener muchos manuscritos de una misma obra, aunque en general los más antiguos son los más dignos de crédito.45
Una tercera opinión que coincide con los planteamientos de Páez de Castro y Juan Bautista Cardona fue la de Ambrosio de Morales, quien agregaba sobre la importancia del libro manuscrito, la representatividad y fama que adquiriría la biblioteca, y de esta forma aconsejaba a Felipe II:
Lo que más importa para hacer la librería insigne, y lo que se debe procurar con más cuidado es juntar muchos originales de mano antiguos y mas escogidos.
Porque cuando de éstos tuviere muchos la librería, será
aventajada sobre otras, más que por ningunas otras muchas cualidades que en ella pudiesen concurrir.
Estos originales son los que ennoblecen las
librerías y las hacen muy famosas y celebradas en boca y escritura de todos los hombres insignes que saben y escriben, y esto es lo que principalmente 45
Juan Páez de Castro, citado por Hipólito Escolar. Historia de las bibliotecas... op. cit., p. 290.
se estima en una librería, sin que nadie le ponga en competencia otra cosa ninguna que tanto sea de preciar.46
En cuanto a la necesidad de que los libros manuscritos fueran el principal atractivo para la formación de una librería, coinciden los tres. Ahora bien, en cuanto a otras sugerencias, fueron las opiniones de Juan Bautista Cardona las que más influyeron, pues éste sugería que la biblioteca se creara en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. La estructura de la biblioteca tendría que contar con diversas salas, donde una sala tendría que estar destinada para los libros de gran valor, otra sería utilizada por los copistas y para que los libros estuvieran encadenados. Una sala más estaría reservada a los libros de autores vivos; otra, para encuadernar o restaurar los libros y en otra se colocarían los globos terráqueos e instrumentos matemáticos, y finalmente otra sala para guardar medallas, monedas y piedras exuberantes. Juan Bautista Cardona ¿aconseja que los libros deben ser ordenados por facultades y dentro de cada facultad, por materias. En la entrada de la Biblioteca se colocaría un índice por orden alfabético, en el que se debe poner primero el nombre del autor, para continuar con la pieza, el plúteo o finalizar con el número con que fue asignado. De igual forma sugiere que se elabore otro índice por materias, incluido el que se debe elaborar a partir de los manuscritos que se tengan en la biblioteca.
Por último, señala que el
encargado del lugar será un superintendente o bibliotecario, y sobre este cargo Cardona destaca lo siguiente:
46
Ambrosio de Morales, ibid., p. 292.
Ha de ser un cargo muy importante y muy bien remunerado para el cual se escogerá un prelado, que sea persona docta y de buenas letras, con particular afición a los libros y hombre de mucho juicio.
Podría vivir en
Madrid, donde podrá ser útil consejero del rey, y sólo será preciso que se desplace a El Escorial seis o siete veces al año…47
Éstas fueron las ideas más representativas de la época para edificar una librería o biblioteca, algunas aplicadas para El Escorial, cuyo modelo se seguirá en las regiones españolas y fuera de éstas, la misma Biblioteca Palafoxiana también adoptará el modelo. La Biblioteca de El Escorial tiene su origen a partir de que Felipe II decidió construir un monasterio en honor de San Lorenzo; para esto se decidió construirlo en la zona del mismo nombre, aunque es necesario destacar que Juan Páez de Castro mencionaba que un buen lugar podría ser la región de Valladolid.
Pero finalmente el monarca sigue el consejo de Juan Bautista
Cardona. Esta decisión, como detalla Fernando Bouza, le acarreó el epíteto de “enterrador de libros”, pues atesoraba maravillosos libros sin darlos a conocer.48 A pesar de tener algunas voces de la época en contra, se le concedió apoyo para la construcción de la biblioteca. Para esto fue necesario empezar a comprar los acervos que formarían parte de la colección. La primera remesa de libros fueron cuarenta y dos obras del mismo monarca, posteriormente fueron adquiridos los libros de las bibliotecas de Honorato Juan y Martín de Ayala. A la muerte de Juan Páez de Castro en 1570, se le requisaron 315 manuscritos tanto griegos como latinos y árabes. En cambio, Pedro Ponce de León donó sus libros a Felipe II. Y finalmente, la última gran apuntalación fue 47 48
Juan Bautista Cardona, citado por Hipólito Escolar, ibid., pp. 291-292. Fernando Bouza. Imagen y propaganda..., op. cit., p. 168.
la del arzobispo de Tarragona, Antonio Agustín, quien donó algunos cientos de libros manuscritos e impresos. Es así como a través de diversas colecciones se conformó el cuerpo de libros que le dieron sustento a la biblioteca. El criterio que prevaleció fue la selección, pues como ya se ha señalado, a los libros manuscritos se les dio mayor importancia, relegando a un segundo término a los impresos. Teniendo los libros “adecuados” formalmente en 1592, fue instalada la Biblioteca de El Escorial, que Hipólito Escolar describe de la siguiente forma:
La biblioteca fue concebida como una sala noble, no como un lugar de trabajo. Las estanterías, hermosa obra de estantería diseñada por el arquitecto Juan de Herrera y labrada con maderas nobles, se apoyaban en la pared y ocupaban los lugares entre las ventanas. En ellas reposan los libros tumbados con los cantos dorados a la vista. La parte superior de la sala y la bóveda está adornada con pinturas alusivas a la religión y al saber. El centro de la amplia sala, que ocupa una extensión de 500 metros cuadrados, estaba destinado a la colección de esferas y mesas con objetos religiosos y libros.49
Como se observa, el gran arquitecto fue Juan de Herrera, pero a él lo acompañó el italiano José Flecha, quien se encargó de dirigir la obra, y con ellos los ebanistas Gamboa y Serrano. Juntos lograron crear el prototipo de biblioteca que funcionó más tarde, donde el salón mostraría a los libros a través de su estantería de corrido, eliminando las cadenas de los pupitres que los retenían. Pero esta forma de colocación de libros en estante no fue producto de El Escorial, sino que tenía su antecedente en la Biblioteca Colombina. La Biblioteca Colombina de Sevilla fue fundada por el hijo de Cristóbal Colón, Fernando Colón, en 1509. Inicialmente la biblioteca estuvo en su casa 49
Hipólito Escolar. “Las bibliotecas en la Edad Moderna”, Historia Ilustrada del Libro Español. De los incunables al siglo XVIII…, op. cit., p. 527.
palacio hasta su muerte en 1539. La biblioteca quedó junto con la estantería en la misma Catedral de Sevilla. Pero lo más importante fue la forma en que Fernando Colón utilizaba las estanterías murales para organizar su biblioteca, como lo destaca en su testamento: “Quanto a la horden en que an de estar los libros, digo que yo tengo esperanza, si nuestro señor fuere servido de dar para ello vida y posibilidad, de labrar una pieza grande, y en ella a raíz de las paredes poner caxones como agora estan, y los libros en ellos puestos de canto, cada qual con su título de nombre e número.50 La Biblioteca del Escorial, por lo tanto, es heredera del sistema arquitectónico de la Biblioteca Colombina, donde por primera vez se utilizó el sistema de estanterías para colocar las colecciones de libros. Y es también la primera en colocar el enrejado para evitar los robos de libros, eliminando el clásico encadenamiento de éstos en los pupitres. Aunque el modelo a imitar para la construcción de bibliotecas en Europa siempre fue el sistema de El Escorial, como lo expresa Hipólito Escolar:
Cambiaron las instalaciones de las bibliotecas.
En vez de los anteriores
pupitres perpendiculares a los muros, se fue imponiendo el sistema de El Escorial, con estanterías adosadas a las paredes, en las que los libros no están, para impedir los robos, defendidos con cadenas, sino con telas metálicas. El centro de la espaciosa sala se ocupa, mejor que con estatuas antiguas, con instrumentos al servicio de la nueva ciencia, desde globos o relojes, o con curiosidades de la naturaleza.
En los muros, sobre las
estanterías, que a veces ocupan dos pisos, continuaron los retratos de los grandes escritores.51
50 51
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber… op. cit., p. 86. Hipólito Escolar. Historia de las bibliotecas..., op. cit., p. 310.
Antes de continuar, es preciso aclarar lo siguiente: cuando hablamos de la “biblioteca del Rey”, no estamos hablando de los libros o de las lecturas del monarca. Roger Chartier ha destacado y diferenciado para el caso francés, que los libros personales que el monarca leía para sí, eran depositados en un gabinete de libros que sólo servían para él, y que muchas veces lo acompañaban cuando realizaba alguna travesía, mientras que la “biblioteca real” no tenía relación con sus prácticas personales, sino que cumplía una función totalmente diferente:
Las colecciones así constituidas tienen una finalidad totalmente “pública”: quieren ser conservatorios que protejan de la desaparición a todos los libros que lo ameriten: están abiertos a los sabios y a los eruditos […] La “biblioteca real” es entonces una realidad doble.
Por un lado, y en su forma más
sólidamente instituida, no está consagrada al gusto del monarca, sino a la utilidad pública. Es a lo que sirven a su gloria y renombre.52
Fama y gloria son lo que llevan a la creación de las “bibliotecas reales” y las “otras”, que son para el placer y regocijo del monarca.
Esta misma
situación ha sido subrayada por Fernando Bouza para el caso español, ya que para Fernando IV, su biblioteca personal era la Torre Alta en su Alcázar, y la Biblioteca de El Escorial era la de carácter “público”.
[…] la Torre Alta ocupa un lugar importante en la historia de las bibliotecas hispanas.
Con su carácter utilitario, centrado en las necesidades de
información y entretenimiento del Príncipe, alejada de usos bibliofílicos y dominada por las traducciones, marca un hito entre la utopía del saber universal que define la Regia Laurentina Escurialense…53 52
Roger Chartier. Sociedad y escritura en la Edad Moderna. op. cit., México, 1999, p. 74. Fernando Bouza Álvarez. El libro y el cetro. La biblioteca de Felipe IV en la Torre Alta del Alcázar de Madrid. Salamanca, Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2005, p. 16. 53
2.5. Bibliotecas con influencia de El Escorial
Ya se destacó que la creación de las bibliotecas regias se dio más por la distinción y gloria que daba a quien promoviera estas edificaciones, que por un sentido humanista. Pero un segundo aspecto que llevó a la necesidad de construir bibliotecas fue el temor que provocaba el libro impreso, ya que tanto protestantes como católicos lo utilizaban para difundir sus ideas. Por ejemplo, los reformistas ponían en tela de juicio las obras de las autoridades cristianas, predominantemente las de los Padres de la Iglesia. Hay que recalcar que el temor a las ideas protestantes dio pie al inicio del Índice de libros prohibidos, de tal forma que los contrarreformistas se dedicaron a realizar ediciones canónicamente “correctas”. Por lo tanto, en una biblioteca se hacía tanto el censo de libros como la censura de ellos. A estos dos aspectos habría que agregar el impulso que la imprenta le dio a libro, pues a diferencia del libro manuscrito de baja producción debido a sus costos, la mecanización los multiplicó en forma considerable.
Este
aumento masivo de la producción de libros lógicamente modificó las condiciones de la biblioteca, además de poner en jaque la forma de organizar el material bibliográfico.
A medida que los libros se multiplicaban, las bibliotecas tuvieron que ser cada vez más grandes.
Y a medida que aumentaba el tamaño de las
bibliotecas, se hacía más difícil encontrar un libro determinado en las estanterías, de modo que comenzaron a ser necesarios los catálogos.54
Así, las bibliotecas del siglo XVII plenamente influidas por la de El Escorial, contaban con una sala amplia, donde se ubicaban enormes estanterías, pero una de las modificaciones permitía que en estas nuevas salas se ocupara otro piso con estantería, como se había presentado en El Escorial. Alfonso Muñoz Cosme ha identificado concepciones de biblioteca a partir de la de salón: “la biblioteca de planta central, concebida como resumen del universo y abierta a estudiosos e investigadores, y la biblioteca templo, construida a imagen de la iglesia y orientada a la instrucción de los predicadores y clérigos. Una tercera vía, la biblioteca de planta en cruz, se desarrollará como síntesis de ambas tendencias”.55 Del modelo de la Biblioteca de El Escorial se puede destacar la Biblioteca Ambrosiana de Milán, auspiciada por el Cardenal Federico Borromeo, construida entre los años de 1603 y 1609. Ésta se encuentra en la planta baja junto a la Iglesia del Santo Sepulcro. La biblioteca contaba con diversas salas, una para la sala de lectura, otra para los manuscritos, y otra más para los libros prohibidos y el archivo. “De acuerdo con los deseos de su fundador (ómnibus studiorum causa pateat) tenían acceso a ella los estudiosos, que gozaban de gran libertad para leer libros y manuscritos, aunque se prohibía la comunicación con los que tuvieran ideas religiosas peligrosas”.56 Otra biblioteca con ese estilo fue la Biblioteca Mazarino, instalada en el palacio del mismo nombre, en 1643. Su principal impulsor fue el cardenal 54
Peter Burke y Asa Briggs. De Gutenberg a Internet. Una historia social de los medios de comunicación. México, Taurus Historia, 2006, pp. 30-31. 55 Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber… op. cit., p. 98. 56 Hipólito Escolar. Historia de las bibliotecas…, op. cit., p. 322.
Mazarino, de ahí su denominación.
Las colecciones que conformaron esta
biblioteca fueron posibles gracias al dinero del cardenal, además de la donación de libros, de personas que vivían en París, y de diplomáticos y generales franceses que buscaban libros en otros países. Pero sin lugar a dudas, quien logró conseguir muy buenas colecciones fue el bibliotecario Gabriel Naudé, quien a través de diversos viajes a los Países Bajos, Alemania, Italia y España logró ese objetivo. Precisamente Naudé ha dejado testimonio de lo que a su parecer debe ser lo primordial para el establecimiento de una biblioteca.
Ideal es establecer la biblioteca en un edificio de 4 ó 5 plantas. Debe ubicarse en la parte más retirada de la casa, alejada de los ruidos de ésta y de los de la calle. Ni en la planta baja, por la humedad, ni en la última, por el calor. Bien iluminada, a ser posible los balcones deben dar a un jardín. El ambiente ha de ser grato, el aire, puro y sin malos olores de cloacas o humos. La iluminación preferentemente de levante.57
Las recomendaciones que dio Gabriel Naudé se rigieron por parte del arquitecto Pierre Le Muet para la construcción de la biblioteca. Ésta se abría para los estudiosos por tres horas en la mañana y tres en la tarde.
La
biblioteca se cerró por un tiempo, ya que Mazarino fue apartado del poder, lo que provocó que Naudé abandonara Francia. Cuando Mazarino regresó al poder se reabrió la biblioteca, y se llamó nuevamente a Naudé, pero éste murió al regresar de París. Finalmente, tras la muerte de Mazarino en 1661, los libros fueron trasladados al Colegio de las Cuatro Naciones, que posteriormente se llamó Institut de France.
57
Gabriel Naudé, citado por Hipólito Escolar. Historia de las bibliotecas… op. cit., pp. 327-328.
La Bodleian Library de Oxford fue la primera biblioteca que utilizó el sistema de salón, y esto se debió al profesor Thomas Bodley, quien dio la orden de restauración por el deterioro y despojo de los libros que sufrió en 1550 y 1556. En 1602 es inaugurada, aunque los libros estaban colocados en los pupitres, es decir, a la forma antigua. Ante la insuficiencia para resguardar una gran cantidad de libros, se optó por la ampliación, realizándose en dos etapas. Precisamente en esas ampliaciones se impuso la forma del salón. En cuanto a las bibliotecas de planta central, esta se dio en pleno siglo XVII y XVIII. La idea fue desarrollada por el inglés Christopher Wren para ser utilizado en la formación de la biblioteca del Trinity College de Cambridge, aunque nunca se llevó a cabo. Sin embargo, el filósofo alemán Leibniz, al parecer conoció las ideas de Wren, difundiéndolas, culminaron en la aplicación de la Biblioteca Augusta de Wolfenbüttel, siendo ésta la primera biblioteca en desarrollar tal idea, que bien describe Alfonso Muñoz Cosme:
Se trataba de una edificación rectangular en la que se inscribía un óvalo central rodeado de pilastras paradas. El interior parecía más una iglesia de planta central, tipo arquitectónico en el que sin duda se inspiró el arquitecto, que una biblioteca. Los libros se encontraban en el doble deambulatorio que envuelve el óvalo central. La iluminación se realizaba por las 24 ventanas abiertas en el tambor de la cúpula y en los deambulatorios por las ventanas laterales. Los cuartos de los ángulos de la edificación estaban reservados para manuscritos, libros antiguos y catálogos.58
58
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber…, op. cit., p. 118.
En la realidad son muy pocas las bibliotecas de planta central que se construirán en el siglo XVII y XVIII, ya que este tipo de diseño se retomó a partir del siglo XIX en algunas bibliotecas de Inglaterra y los Estados Unidos. Por su parte, las bibliotecas templo se desarrollaron en algunos monasterios principalmente donde se ubicaban los colegios jesuitas. Nacen de la visión del jesuita francés Claude Clément, quien propuso una sala rectangular con columnas adosadas en los muros, que den cabida a las estanterías. Clément contraponía los criterios de Vitrubio, pues señalaba que al orientar la sala de este-oeste se recibe la luz del norte y sur, lo que provocaba que el resto de la sala quedara mal iluminada, para esto sugería que se construyeran tres ventanas en el muro oriental y otros cuatro en los muros norte y sur. En la parte occidental estaría situada la parte del acceso y en el lado opuesto se colocarían las imágenes de Cristo crucificado y la Virgen.59 Esto último era sumamente importante, pues no hay que olvidar que la biblioteca era considerada como un lugar sagrado de estudio y oración. La primera biblioteca construida con este estilo fue la del Colegio Jesuita de Amberg, construida en los años de 1665 y 1669 por Wolfgang Hirschtetter. Pero será hasta entrado el siglo XVIII que se expandirá el sistema, principalmente en las bibliotecas de Alemania, Bélgica, Suiza y Austria. Aunque los modelos de construcción muchas veces se imitan en algunas bibliotecas del siglo XVII, otras tienen variantes importantes, que hacen suponer que la forma de lectura por los usuarios se hacía de forma divergente. Por ejemplo, en el diseño de la sala principal de la Biblioteca de El Escorial se dispuso la construcción de algunos escritorios a una altura de 80 centímetros,
59
Ibid., p. 124.
con la finalidad de que los usuarios pudieran leer sentados, a diferencia de lo que sucedía en otras bibliotecas, en las que las personas leían de pie, como refiere Robert Darnton acerca de la biblioteca de la Universidad de Leyden:
En la Universidad de Leyden cuelga un grabado de la biblioteca de la Universidad fechado en 1610.
Muestra los libros, pesados infolios,
encadenados a altos estantes que sobresalen de las paredes en una serie determinada por los epígrafes de la bibliografía clásica: Jurisconsulti, Medici, Historici, etc. Los estudiantes aparecen desperdigados por la sala leyendo los libros en mostradores construidos a la altura debajo de las estanterías. Leen de pie, protegidos del frío por gruesas capas y sombreros, con un pie posado sobre un apoyo para aliviar la presión del cuerpo.60
Lo descrito nos lleva a señalar que las formas en que se construyeron esas bibliotecas, lejos están de nuestros prototipos contemporáneos, ya que en la mayor parte de ellas su sala principal no estaba habilitada para que el usuario realizara el acto de lectura, sino que tenían una sala destinada para la lectura, de ahí que muchos grabados de la época presenten el salón con los bustos de grandes escritores, y los globos terráqueos, sin que aparezcan mesas o pupitres para la lectura. Podemos resumir la creación de este tipo de bibliotecas en el siguiente párrafo de Armando Petrucci:
Estas bibliotecas del siglo XVII, ordenadas de manera moderna con los libros dispuestos verticalmente en estantes que cubrían casi enteramente las paredes de uno o varios salones contiguos tenían también un aspecto expositivo en el que el factor estético era deliberadamente buscado y exaltado.
En ellas, mucho más que en las medievales y renacentistas,
compartimentadas y atestadas de mesas y de estantes, el libro asumía una
60
Robert Darnton. “Historia de la lectura”, en Peter Burke (ed). Formas de hacer historia. México, 2ª edición 2000, p. 200.
función de mobiliario y de ornamento, y su salas proporcionaban un amplio espacio en el que no sólo se podía leer, sino también permanecer cómodamente y conversar.
Eran lugares de estudio y de trabajo, pero
también de discusión, de intercambio y de sociabilidad civil.61
Y es que en un principio la creación de bibliotecas tenía como fin concentrar y ordenar los saberes, pero el ritmo acelerado de la imprenta frustró esta intención; como señala Roger Chartier, el sentimiento de frustración inspiró la necesidad de crear catálogos y recopilaciones, a las que este autor llamó “bibliotecas sin muros”. Su intención era compendiar los textos más representativos, o bien, tomar todos los autores y libros que se habían escrito hasta ese momento. Así se crearon Flores, Thesaurus y Polyantheae. Las apariciones de las compilaciones dieron paso a la elaboración de más y mejores catálogos, donde se organizaba la bibliografía que fuese pertinente.
Estas formas de organización de “bibliotecas imaginarias” en
realidad fueron las bases organizativas de las bibliotecas con muros. Así, por ejemplo, Peter Burke destaca que el orden de la biblioteca imaginaria de Gresner proponía un espacio para la política, junto a materias como filosofía, economía, geografía, magia y artes mecánicas. Esta idea fue tomada por el bibliotecario humanista Hugo Blotius para la elaboración del catálogo de la Biblioteca Imperial de Viena. Otro tratado que fue representativo se debió al español Francisco de Aráoz, quien tituló su obra Cómo organizar una biblioteca, de 1631. Peter Burke señala que Aráoz distribuyó los libros en quince “predicamentos” o categorías: en cinco de ellas pone la cuestión religiosa en primer lugar, como los estudios bíblicos, la teología, historia eclesiástica, poesía religiosa y las 61
Armando Petrucci. Alfabetismo, escritura, sociedad…, op. cit., p. 237.
obras de los Padres de la Iglesia. Las diez categorías restantes eran de tipo secular: diccionarios, obras comunes, retórica, historia civil, poesía profana, matemáticas y filosofía natural, filosofía moral, política y derecho.62 Los catálogos sirvieron en gran medida a los bibliotecarios, por lo que debían estar atentos y actualizados acerca de los que se publicaba y de lo que se editaba en materia de ordenación de libros. Al mismo tiempo debían tener los suyos al día, pues esa era una de sus funciones básicas, lo que ayudaba a eliminar lo que no fuera necesario. No quisiera finalizar este apartado sin mencionar que durante la época proliferaron un buen número de bibliotecas particulares. Estas bibliotecas fueron construidas por personas con grandes recursos económicos. Una parte de la casa se habilitaba para resguardar sus libros y para disfrutar la lectura; este lugar se constituía en el estudio-biblioteca. Juan Manuel Prieto Bernabé ha destacado que el estudio-biblioteca se fue modificando y sofisticando a lo largo del siglo XVI y principalmente en el XVII.
Igualmente, las transformaciones experimentadas en la utilización de la habitación-estudio
durante
los
siglos
XVI
y
XVII
se
aprecia
fundamentalmente en un cambio que afecta a la disposición separada de las lecturas, es decir, aparecen varias dependencias, una especialmente diseñada para la ordenación y consulta de las obras, otra, más improvisada y cómoda en donde la lectura se convierte en un sencillo placer.63
Las bibliotecas particulares, al igual que las bibliotecas convencionales también modificaron sus estructuras, y esto por el aumento de libros impresos, así llegaron incluso a utilizar estantería, para mejor funcionalidad de la 62
Peter Burke. Historia social del conocimiento de Gutenberg a Diderot. Barcelona, Paidós, 2002, p. 138. 63 José Manuel Prieto Bernabé. “Prácticas de la lectura erudita…”, op. cit., p. 330.
ordenación de los libros, al igual que se crearon inventarios para ayudar a esta labor y para la conservación de los mismos. Prieto Bernabé ha descrito que las formas de organización en Madrid fue el de materias, el alfabético, los formatos de los libros, las lenguas o la numeración de los estantes.
Los cambios
sociales y culturales de las bibliotecas y del libro, como ya se ha destacado aquí, son los motores que permiten las modificaciones en el pensamiento europeo. Pero también hay que enfatizar que el establecimiento de una librería particular obedecía a las necesidades del que la poseyera; por ejemplo, Fernando Bouza ha expresado que unos consideraban a los libros útiles en sí mismos, y esto se refleja en los libros reunidos para su biblioteca, como eran juristas, médicos, teólogos, eclesiásticos, consejeros letrados y los otros muchos oficios vinculados al saber de las letras como profesión, en las que habría lugar para toda la memoria letrada de su propio saber particular. 64 Así, los cambios sociales y culturales tanto de las bibliotecas regias como particulares, modifican las formas de apropiación del libro por parte de sus lectores, estableciendo nuevos sistemas comunicativos, que permiten finalmente que el pensamiento en general también se transforme.
Estos
cambios se van a vislumbrar en la Nueva España, concretamente en la sociedad en la que se inserta la Biblioteca Palafoxiana, objetivo principal de nuestra investigación.
64
Fernando Bouza. Comunicación, conocimiento…, op. cit., p. 120.