CAPITULO X LA GUERRA POR MAR EL ALMIRANTE BERMEJO.- EL SECRETARIO LONG

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EL SECRETARIO GENERAL,
GETXOKO ELIZATEKO UDALEKO TOKI-GOBERNUKO BATZARRAK 2013KO URTARRILAREN 8AN LEHENENGO DEIALDIAN EGINDAKO OHIKO BILERAREN AKTAREN LABURPENA. EXTRACTO D

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CAPITULO X LA GUERRA POR MAR EL ALMIRANTE BERMEJO.- EL SECRETARIO LONG OMO la suerte de Puerto Rico dependió, en gran parte, del resultado de las operaciones navales, creemos indispensable traer a estas páginas algunas notas, aunque muy ligeras, sobre el poder y actividades marítimas de uno y otro beligerantes. Fue ministro de Marina en España, durante la guerra, el contraalmirante Segismundo Bermejo, hasta la segunda quincena de mayo de 1898, en que fue substituido por el capitán de navío de primera clase Ramón Auñón. Era el almirante Bermejo un marino profesional, culto, patriota, pero muy temeroso del qué dirán, y más atento a maniobras políticas que a las navales. Larga permanencia en oficinas y ministerio habían acortado su visión de la realidad. Desde el desastre de Trafalgar la Marina de guerra española había arrastrado una vida difícil por la penuria de la nación y mezquindad de los presupuestos, que no permitían construir nuevas unidades ni reparar las existentes. El Congreso, por sistema, negaba los créditos para aquellas atenciones, fiándolo todo, en caso de guerra, al legendario valor de los oficiales y tripulaciones. Existía, y existe aún en todas las clases del pueblo español, cierta lamentable confusión de ideas respecto a las finalidades de una guerra. Al iniciarse un conflicto armado no es la idea de victoria el norte exclusivo que guía al sentimiento español; victoria y derrota, ambos conceptos van siempre unidos, y tienen igual valor. Así es frecuente oír y leer: «Si nos provocan habrá un segundo Trafalgar», o «habrá un nuevo Dos de Mayo». A nadie se le ocurre amenazar con un Lepanto o un Bailén. Morir con honra: he aquí la suprema aspiración. Inteligencia, estrategia, medios de combate..., no valen nada. Honor y coraje es cuanto se les pide a las fuerzas de mar y tierra en las grandes crisis nacionales. ¿Que los Estados Unidos derraman el oro a torrentes comprando buques en todos los puertos del mundo? «¡Mejor!; más presas para los corsarios catalanes y mallorquines.» Que los escuadrones americanos hacen rumbo hacia Cuba y Puerto Rico... «¡No importa!. Ya enseñaremos a esas bisoñas y

heterogéneas tripulaciones yankees cómo son los filos de nuestras hachas y cuchillos de abordaje.» El ministro Bermejo participaba de estas ideas, y con gran optimismo pensaba en los futuros corsarios. Para él tenía más importancia el número de buques de la escuadra española que su estado y poder ofensivo. Realmente, el Alto Mando de la Armada española no fue durante toda la guerra sino un gallardo acorazado que había echado anclas, todas las de a bordo, en los amplios salones del Ministerio de Marina. Frente al ministro Bermejo se yergue la noble figura del almirante Pascual Cervera. Este marino ilustre vislumbra el futuro con certeza que aun hoy causa asombro; conoce íntimamente sus buques, mal armados y faltos de muchos elementos esenciales de combate; no cree en la Numancia ni en el Pelayo, y sonríe cada vez que le nombran los cuchillos de abordaje de mallorquines y catalanes. Almirante Bermejo.

A cambio de lo anterior, no desprecia al enemigo y sabe cuánto puede esperarse y temerse de su valor, de su osadía y de los poderosos medios de combate de que dispone. Por todo esto protesta respetuosamente contra el hecho de que se le empuje hacia un desastre inevitable. No es atendido, y entonces, puesta su confianza en Dios, sale en busca de la muerte. Contaba la Marina española en 1898 con un núcleo, no despreciable, de cruceros de combate que, para halagar a las multitudes, fueron bautizados con el pomposo nombre de acorazados. Eran los cruceros Vizcaya, Infanta María Teresa y Almirante Oquendo, construidos poco tiempo antes en los astilleros del Nervión (Vizcaya). Además, la casa Ansaldo, de Génova, había entregado a España un magnífico crucero acorazado, el Colón, que nunca llegó a montar dentro de sus torres los cañones de 254 milímetros, que constituían su más poderosa artillería. El Carlos V, Alfonso XIII, así como los destroyers Terror, Furor y Plutón, construidos por la casa inglesa Tompson, eran elementos de guerra de importancia. La organización española de mar aparecía superior a la americana en torpederos, cañoneros y destroyers. El Pelayo, famoso acorazado, era simplemente un espantajo, un glorioso pontón, al que le faltaba el blindaje de toda una banda. Los periódicos de Madrid llenaban sus páginas con relaciones de los buques de guerra nacionales, más de un centenar, desde el Pelayo al Ponce de León, sin olvidar a la gloriosa Numancia. La mayor parte de estas naves carecían de armamento adecuado; sus máquinas estaban casi inútiles y sus cascos corroídos por la navegación en mares tropicales. Las tripulaciones carecían de instrucción, y muchos de los cabos de cañón nunca habían disparado una pieza. En cuanto al valor, al heroísmo de oficiales y marinos, no fallaron en sus juicios ni el almirante Bermejo ni la Prensa española. A bordo de sus

buques pelearon con heroicidad, rayana en locura, y cumpliendo lo que de ellos se esperaba, demostrando en Cavite, en Santiago de Cuba, en Matanzas, en San Juan de Puerto Rico y en todas partes, que sabían morir con honra y que tenían coraje. Así aquellos valientes muchachos realizaron todo cuanto de ellos exigiera el pueblo español. Esa ola de optimismo y falsedades llegó hasta Puerto Rico, arraigando en sus defensores la creencia en el invencible poder marítimo de España. Aun recuerdo con pena aquellas veladas en el castillo de San Cristóbal presididas por el bravo general Ortega; a ellas asistíamos todos los oficiales de artillería y nuestros jefes Sánchez de Castilla y Aznar. Barbaza, artillero y capitán, hombre simpático y de grandes alcances, usaba y abusaba de sus conocimientos de inglés y de otros idiomas, traduciéndonos los juicios y comentarios de nuestros amigos franceses y alemanes. La escuadra de Cervera, a la que siempre llamamos escuadrón para aumentar su importancia, era una flota invencible; mas de sesenta unidades la integraban. Navegando en orden de marcha, ocupaba muchas millas; buques austríacos la reforzaban. Todo esto, unido, presagiaba un glorioso y próximo combate.

John Davis Long, Secretario de Marina de los Estados Unidos durante la Guerra hispanoamericana.

De otra parte, los acorazados y cruceros americanos eran pésimamente manejados; cada semana varaban dos o tres, y sus tripulaciones, compuestas de hombres de todas las naciones, estaban al borde del motín. Y así, cuando en los primeros días de mayo la Gaceta oficial publicaba un cable de Madrid dando cuenta del glorioso triunfo de Montojo en Cavite, contra la escuadra del comodoro Dewey.... pareció la cosa más natural. «¡Ya lo decía yo!», era la frase corriente. Fue una tarde del mes de abril en que, abusando de los fueros de mi uniforme y de estar declarado el estado de guerra, estuve a punto de encerrar en los calabozos de mi castillo a Pedro Gómez Laserre, antes y hoy excelente amigo mío, porque en público se permitiera decir que «Sampson y sus acorazados se comerían sin remedio al escuadrón de Cervera». Si Pedro Gómez no lo pasó mal entonces fue porque lo creí loco. Sólo así se le podía perdonar que pensase y dijese semejantes desatinos. Dios y Pedro Gómez me perdonarán lo que pensé y no hice aquella tarde de abril ( 1 ). España poseía una gran flota mercante de rápidos trasatlánticos, que pudo usar como carboneros, escuchas y auxiliares. La Compañía Trasatlántica contaba con 22 vapores de elevado tonelaje y andar superior a doce millas; Pinillos, con cinco; Prats, Anzotegui, Hijos de J. Jover y Serra, Jover y Costa, Marítima de Barcelona y otras Compañías podían ofrecer 127 vapores, que hacían un total de 154 buques, los cuales, contrastando con los de la escuadra, estaban en excelentes condiciones de vida y eficiencia, siendo sus capitanes y marinos hombres avezados a largos viajes, valientes y tan osados, que aun recuerdan los profesionales americanos las bizarrías del Montserrat 1.- El abogado Sr. Gómez es, actualmente, registrador de la propiedad en Cayey, Puerto Rico.- N.del A.

y otros trasatlánticos que rompieron el bloqueo de las costas de Cuba. Esa flota, una de las primeras del mundo, quizá la primera en aquella época, fue usada con punible torpeza. Cervera y su escuadra anduvieron errantes de Martinica a Curaçao y de Curaçao a Santiago de Cuba, sin encontrar un solo buque carbonero, y por eso, en vez de refugiarse en el puerto de la Habana o en el de Cienfuegos, lo que indudablemente hubiera evitado la destrucción de su escuadra, el almirante tuvo que entrar en Santiago de Cuba porque alguno de sus cruceros estaba quemando las últimas toneladas de carbón. Como una muestra de las actividades del ministro Bermejo, deseo transcribir los siguientes despachos dirigidos a Cervera, a la Martinica, por conducto del general Vallarino, comandante principal de Marina en Puerto Rico: Ministro de Marina a Almirante Cervera. Madrid, mayo 12, 1898. ... Vapor Alicante debe encontrarse ahí, y otro vapor inglés con 3.000 toneladas de carbón, debe llegar a ese puerto. Ministro a Almirante, Curaçao. Madrid, mayo 15, 1898. Su telegrama recibido; trasatlántico Alicante anclado en la Martinica, con carbón, tiene órdenes de salir inmediatamente para Curaçao ... Ministro de Marina a Almirante Cervera. Madrid, 15 de mayo, 1898. ... Si no puede esperar al Alicante deje órdenes para que dicho buque lo siga en su viaje, así como el inglés Tuickhand, que también lleva carbón. ( 2 ) El Alicante estaba fondeado en Fort-de-France el día 11 de mayo cuando ancló en aquel puerto el capitán Villaamil con el destroyer Furor; pero aquel buque no tenía a bordo una sola tonelada de carbón, y por ello la escuadra española siguió viaje a Curaçao, donde tampoco encontró buques carboneros a pesar de los constantes avisos del almirante antes de zarpar de Cabo Verde y de las repetidas ofertas del ministro de Marina. Tan grave falta, como otras de igual clase, fueron concausas que contribuyeron a la destrucción de los cruceros españoles. Al estallar el conflicto compró el Gobierno español los vapores Germania y Normania y el yate Giralda. Un regular número de torpedos enviados a Cuba, varios millares de libras esterlinas situadas en Londres para atenciones de la escuadra, y el pintarlos buques de color gris fue cuanto se ordenó desde el Ministerio de Marina.

2.- Memorias del Almirante Cervera, consultadas por el autor.

Volvamos nuestros ojos hacia Wáshington. Era secretario de Marina, en el Gabinete Mc. Kinley, John Davis Long, graduado en Leyes por la Universidad de Harvard; tenía sesenta años y era fuerte de cuerpo, firme de voluntad, carácter de hierro y de inteligencia extraordinaria. A este hombre excepcional, verdadero genio, debió la Marina americana la mayor parte de sus triunfos. Desde mediados de enero, 1898, vislumbra el conflicto, y haciendo funcionar el cable ordena a los buques americanos, de estación en aguas de Europa y del Brasil, así como a los que estaban en el extremo Oriente, que no licencien sus tripulaciones cumplidas. Tiene siempre a la vista un estado completo de todas las naves españolas de de guerra, y mercantes; vigila y sigue los movimientos de los buques, presuntos adversarios. Sabe que Bermejo está cerrando tratos con el Brasil para comprar a esta nación dos magníficos cruceros de guerra, el Amazonas y el Almirante Abréu; toca todos los resortes diplomáticos, abre las cajas de Tesorería, y aquello buques se llamaron poco después New Orleans y Albany; compra el crucero Nicthers, de 7.080 toneladas, y el Diógenes, bautizados después Buffalo y Topeka. Adquiere, siempre sin regatear el precio, el Somers, 60 yates, algunos cañoneros, cuatro grandes trasatlánticos y 11 remolcadores. No contento aún, fleta cuatro grandes vapores y 15 escampavías que usa como cañoneros auxiliares. Total, 98 nuevas unidades con que aumentó el efectivo de la escuadra americana. Los vapores St. Louis, Yale y St. Paul fueron equipados con aparatos especiales para pescar y cortar los cables submarinos. El Vulcan, convertido en taller flotante, es provisto, además, de aparatos para destilar agua, aparatos que también tenían otros buques, así como maquinarias que fabricaban el hielo. El Vulcan resultó un éxito; frente a Santiago de Cuba surtió de piezas sueltas para sus maquinarias y también de herramientas a 31 buques de su escuadra; 26 naves de guerra fueron reparadas sobre el mar por el Vulcan. El secretario Long usó como transportes, sólo en las Antillas, más de dos docenas de grandes vapores. Todo este inmenso material flotante, unido a las escuadras de combate en aguas de América, sumaron ciento cincuenta y cinco buques; y ni uno solo se perdió por accidente o por combate, lo que habla muy alto en favor de la pericia de sus capitanes y tripulaciones. Ese poder formidable impulsado por el brazo de acero del secretario Long, recorre los mares de América y Oceanía, y además amenaza las costas de España (escuadra del comodoro Watson); destruye en Cavite los buques de Montojo, en Santiago de Cuba los de Cervera, bloquea a la Habana y otros puertos, desembarca marinos en Cuba, en Guánica, Ponce y Arroyo; bombardea Matanzas, Santiago de Cuba y San Juan, y cuando se firma la paz la eficiencia de acorazados, cruceros, buques menores y auxiliares era aún mayor que al declararse la guerra. El abogado Long, desde su despacho, lo sabe todo. En 16 de abril había recibido una carta confidencial, de Madrid, en la cual se incluía una relación de toda la escuadra de guerra y auxiliares de la marina española anotadas, sin error alguno, todas sus ventajas y deficiencias, así como los movimientos efectuados por aquellos buques y muchos de los que pensaban realizar. Recibe también recortes de El lmparcial y de otros periódicos de Madrid, en que se da cuenta del número de torpedos -190- que se

enviaron a Cuba, señalando los puntos en que dichos torpedos fondearon; toda esta información fue tomada por aquel periódico de labios del ex ministro Beranger. El cónsul americano en Cádiz remitió también valiosísimas informaciones. El secretario, con los planos a la vista, vigila en su viaje a la flota de Cervera; calcula su derrota y los puntos donde necesita tomar carbón (porque Long sabía, exactamente, las toneladas que llevaba cada buque en sus carboneras), coloca escuchas en su camino y cruceros en Martinica, Guadalupe, St. Thomas, Cabo Haitien, Mola de San Nicolás y canales de la Mona y del Viento. Y si la escuadra española pudo llegar a Santiago burlando tan exquisita vigilancia, culpa no fue del Hon. Long, sino del almirante Sampson, que desobedeciendo o interpretando a su capricho las órdenes recibidas, malgastó su tiempo y sus municiones frente a San Juan, contribuyendo a que, a través del cable, se oyeran en Martinica los cañonazos disparados a los castillos del Morro y San Cristóbal. Fondea en Santiago la escuadra de Cervera; Sampson no lo sabe; Schley nada ve, y sin embargo, el secretario de Marina de los Estados Unidos, sentado en su poltrona y con un fajo de cables ante sus ojos, pasa revista a los buques españoles anclados en aquel puerto cubano el 19 de mayo. Y con telegrama tras telegrama avisa, dirige, amonesta, empuja y sólo diez días después, el 29, consigue que sus naves de guerra bloqueen al almirante español. Sin los trabajos y las vigilias del secretario Long, Cervera, saliendo de Santiago de Cuba, hubiera echado anclas al abrigo de las formidables baterías que protegían la ciudad de la Habana o, lo que es más probable, regresado a España. Tales fueron los hombres que durante la guerra hispanoamericana, en Madrid y en Wáshington, tuvieron a su cargo la inmensa responsabilidad de la guerra por mar.

Remolcador Wompatuck.

MAPA DE LA ISLA DE PUERTO RICO Los trazos de línea llena indican el recorrido de las columnas invasoras, hasta el 14 de agosto de 1898.

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